Este es el cuarto de una serie de seis ensayos de una sección transversal, en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores
Los cristianos tenemos un problema. Sabemos que debemos basar nuestra ética en la Biblia, pero a veces la Biblia es vaga en asuntos éticos en los cuales creemos que debería ser más clara.
Por ejemplo, el Nuevo Testamento no plantea ninguna objeción sobre la esclavitud. Pablo instruye a los esclavos [algunas traducciones usan la palabra siervos]: «…obedezcan a sus amos terrenales con respeto y temor, y con integridad de corazón, como a Cristo» (Efesios 6:5, NVI). Textos como este se han utilizado a lo largo de la historia cristiana para justificar terribles actos de deshumanización perpetrados por cristianos que creían que la Biblia estaba «de su lado».
Pero el Antiguo Testamento no guarda silencio sobre la esclavitud. Dice que los sirvientes deben ser liberados después de seis años. ¿Por qué el Nuevo Testamento no se remite a esta regla? Por un lado, es realista, teniendo en cuenta la dureza del corazón humano, que sin duda era mayor en el contexto del Imperio Romano que en el de Israel. En contraste, el Antiguo Testamento pone límites tan restrictivos a la servidumbre que descarta la esclavitud real entre los israelitas. (Es erróneo que algunas traducciones recientes usen la palabra «esclavo» en el Antiguo Testamento.) El Antiguo Testamento asume que el trabajo en general debe darse dentro del contexto de las relaciones comunitarias y pone límites claros a la servidumbre. Los israelitas no podían ser «propiedad» de otro: todo su servicio era temporal y debía ser compensado de alguna manera. También existían regulaciones estrictas para asegurar que los sirvientes extranjeros —quienes sí tenían dueño— fueran tratados con respeto y compasión.
Aunque sospecho que la mayoría de nosotros creemos que el Antiguo Testamento es la palabra inspirada por Dios, a menudo no lo demostramos con nuestras acciones. Esto podría ser, en parte, porque algunas cosas que encontramos en el Antiguo Testamento nos parecen desagradables o incluso nos horrorizan. Pero, en la mayor parte de los casos, simplemente no acudimos al Antiguo Testamento en busca de dirección. Según Segunda de Timoteo 3:16, «toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» y, por lo tanto, juega un papel importante en equiparnos para hacer cosas buenas. «La Escritura» a la que se refiere este pasaje es el hoy llamado Antiguo Testamento. Los autores todavía estaban escribiendo el Nuevo Testamento cuando Pablo le escribió a Timoteo. Puesto que creemos que las Escrituras del Antiguo Testamento están inspiradas y creemos que este hecho es importante, ¿por qué no recurrimos a ellas en busca de principios éticos (el propósito para el cual se nos promete que son útiles)? ¿Qué pasaría si lo hiciéramos?
El Antiguo Testamento habla por sí mismo
Pablo le escribió a la iglesia en Roma que las justas demandas de la Torá (el término hebreo traducido como «Ley» en nuestras Biblias modernas) se cumplen en nosotros cuando vivimos de acuerdo al Espíritu (Romanos 8:4). Juntemos este concepto con la línea de Segunda de Timoteo mencionada anteriormente: Si queremos caminar de acuerdo al Espíritu, necesitamos saber lo que dicen las Escrituras del Antiguo Testamento. Necesitamos comprender el Antiguo Testamento y estar familiarizados con él, incluyendo la lista de reglas y mandamientos que muchos de nosotros evitamos al leerlo. De no hacerlo, nos perdemos los ideales y expectativas de Dios para el comportamiento humano, las cuales son el fundamento vital para entender plenamente las respuestas bíblicas a algunas de nuestras principales preguntas éticas.
Cuando pensamos en la ética del Antiguo Testamento, tendemos a acercarnos de una de dos maneras. Una manera es buscar cómo el Antiguo Testamento puede informarnos y apoyarnos en temas que son importantes para nosotros, tales como: la justicia, la conservación de la creación, el matrimonio entre personas del mismo sexo o el cuidado de los migrantes. La segunda, es inquietarnos por los problemas que el Antiguo Testamento parece plantearnos, como la poligamia o la aniquilación de los cananeos. En el primer caso, tenemos una agenda ya establecida, y buscamos que el Antiguo Testamento diga algo sobre eso que es importante para nosotros. («¿Ves?¡El Antiguo Testamento es relevante!») En el segundo caso, creemos que ya sabemos lo que es correcto, y tratamos de disculpar al Antiguo Testamento cuando no encaja con nuestro entendimiento. («El Antiguo Testamento no es tan malo como parece»).
Pero, ¿qué pasaría si prestáramos atención a la manera en que el Antiguo Testamento maneja cuestiones éticas para ver cómo despierta preocupaciones acerca de las cuales tenemos que dar respuesta? En lugar de ajustar el Antiguo Testamento a nuestras necesidades, ¿qué pasaría si permitiéramos que moldeara nuestro entendimiento? Hacerlo será un reto, pero es valioso y necesario para vivir la ética cristiana con fidelidad.
Cumpliendo la Torá
Una razón por la que es difícil discernir las implicaciones de las Escrituras del Antiguo Testamento en su totalidad es que no fueron escritas de corrido. Surgieron a partir del trabajo de diferentes personas a lo largo de casi mil años. Fueron escritas en culturas muy diferentes a nuestras vidas occidentales y, por lo tanto, pueden parecernos lejanas. Y también parecen aceptar cosas que no esperaríamos que Dios aceptara. Las Escrituras abordaban situaciones muy distintas a las nuestras, y Dios necesitaba que hablaran de manera diferente en distintos contextos.
El Antiguo Testamento no es sistemático al orientarnos sobre lo que es correcto, y tampoco está organizado por temas. Parte de la riqueza y desafío que representa el Antiguo Testamento es su colorida variedad. Sin embargo, a su debido tiempo, estos escritos se convirtieron en un solo libro. Entonces, ¿cómo pueden convertirse en un recurso para nosotros? Jesús nos da algunos consejos para responder a esta pregunta.
Una de las primeras cosas que Jesús dice en el Sermón del Monte es que no vino a anular la Torá y los Profetas, sino a cumplirlos (Mateo 5:17). «Cumplir» suena como un término técnico, pero en el idioma original, Mateo usa una palabra más común que significa «llenar». Jesús vino a llenar la Torá y los Profetas, a completarlos. ¿Cómo lo hizo? Cuando dijo, «Ustedes han oído que se dijo… pero yo les digo», da una serie de ejemplos de cómo vino a completarlos. Por ejemplo, es posible apegarse al mandamiento que prohíbe el asesinato e ignorar las advertencias del Antiguo Testamento sobre la ira. Jesús no está diciendo algo nuevo, como si el Antiguo Testamento no se percatara de que la ira debiera evitarse. Proverbios deja claro este punto. Más bien, Jesús cumple la Torá y los Profetas señalando lo que el Antiguo Testamento dice y lo que implica, cosa que la gente podría inclinarse a evitar. Jesús saca a relucir todas las implicaciones de las Escrituras.
En otro ejemplo, la Torá dice: «Ama a tu prójimo» (Levítico 19:18). El contexto deja claro que Levítico se refiere al prójimo con el que no te llevas bien, el que es tu enemigo. Tal vez Jesús sabía que las personas creían que mientras amaras a tu prójimo «amable», podrías odiar a tu prójimo «enemigo». Pero el Antiguo Testamento nunca dice que puedes odiar a nadie y tampoco lo hacen otros escritos judíos. Levítico implica que debemos amar a nuestro enemigo, pero bien podríamos pasar por alto esa inferencia. Por lo tanto, en una de las ocasiones en las que Jesús completó la Ley y los Profetas, narró la parábola del Buen Samaritano, cumpliendo así la Torá al sacar a relucir sus implicaciones: Tu prójimo puede ser alguien que no te agrade pero aún así tienes que amarlo.
¿Justicia y derecho?
Un amigo mío sugiere que la ética cristiana se ha convertido en una lista de principios, en un sentimentalismo abrumador que dice «Yo estoy del lado de Jesús: del lado del amor, de la justicia y la liberación». Suponemos que la definición de amor, justicia y liberación es obvia. Sin embargo, el riesgo es que el resultado del desarrollo de estos principios es aceptar y alentar las causas de otros grupos progresistas o conservadores. Y el peligro es que nuestra forma de pensamiento y nuestra vida son formados de manera sustancial por nuestra cultura y por nuestro contexto social. Es tentador suponer que nuestra forma de pensar es generalmente correcta. Después de todo, somos cristianos y estamos comprometidos con las Escrituras, ¿no? Pero tal vez necesitamos que nuestro entendimiento sea confrontado, o al menos afinado.
Tomemos, por ejemplo, nuestro concepto de justicia. Es fácil suponer que todos estamos de acuerdo, de forma general, sobre qué es la justicia. Sin embargo, la definición de «justicia» varía entre culturas. Hay una frase del Antiguo Testamento que se traduce como «la justicia y el derecho». Esta ha sido correctamente descrita como la expresión del Antiguo Testamento para la «justicia social». Pero no significa justicia social en el mismo sentido que convencionalmente damos a esta frase. De forma individual, estas dos palabras hebreas tampoco se traducen como «justicia» o «derecho» con el significado que atribuimos a esas palabras en el español. La palabra traducida como justicia (mishpat) denota algo similar a «el ejercicio adecuado de la autoridad y el poder». Y la palabra traducida como derecho (sedaqah) significa algo similar al término «fidelidad, el que uno haga lo correcto en las relaciones que tiene en su comunidad».
Para nosotros, preocuparnos por la justicia puede significar principalmente abogar por lo que es correcto. En el Antiguo Testamento, «justicia y derecho» abarcaban tanto lo que una persona hacía, como lo que defendía. Era práctico y aterrizado, personal y costoso. Se trataba de hacer lo que estaba en tu poder en beneficio de la gente que vivía a tu alrededor. Para los jefes de familia, implicaba asegurarse de que sus recursos se compartieran con los necesitados fuera de la familia, y que la familia no abusara de las personas que trabajaban para ellos. Si lo aplicamos a nuestra realidad, no solo se trataría de decir lo que el gobierno de la ciudad debería hacer acerca de las personas que viven en las calles; se trata de que yo haga todo lo posible por proveer el refugio y la asistencia que necesita el indigente en mi calle. No se trata solo de presionar al gobierno o a un negocio para que hagan algo sobre la conservación del medio ambiente; se trata de que yo tome menos vuelos hacia el otro lado del Atlántico, puesto que son vuelos muy largos y, por lo tanto, contaminan mucho.
Lo más importante
Aunque leer el Antiguo Testamento en su totalidad es necesario para la ética cristiana, si tuviéramos que reducirlo a una sola cosa, ¿cuál sería el mandamiento más importante de la Torá? La respuesta de Jesús a esta pregunta clave proporciona una guía vital para entender la ética bíblica (Mateo 22:36–40). A los teólogos judíos les gustaba debatir qué mandamiento era el más importante, aunque había muy pocas dudas sobre la respuesta: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Deuteronomio 6:5). Como hicieron otros maestros judíos, Jesús añade a ese mandamiento otro de la Torá: el mandamiento de amar al prójimo. Él enseña que este último merece ser puesto junto a amar a Dios.
Jesús añade una observación que nos da mucho que pensar: que la totalidad de la Torá y los Profetas dependen de estos dos mandamientos. Esta es una afirmación asombrosa y fundamental para entender la ética del Antiguo Testamento. Cuando usted se encuentre con una regla individual en la Torá y se pregunte cuál es el objetivo de la misma, o piense que es muy extraño que Dios demande tal cosa, siempre valdrá la pena preguntarse: «¿Cómo se relaciona este mandamiento con el amor a Dios o con el amor al prójimo (o con ambos)?».
Considere un ejemplo: El Antiguo Testamento enseña que las personas quedaban impuras cuando tenían que enterrar a un familiar fallecido, y que un hombre quedaba impuro después de eyacular. ¿Cómo expresan amor hacia Dios estas reglas de las Escrituras sobre la pureza? Es fácil pensar que seguramente la respuesta es el pecado, pero eso es solo una parte de la explicación. Las reglas sobre la pureza no tenían que ver con el pecado —al menos no antes del momento en que fueran ignoradas—. No había nada moralmente malo con el entierro o con tener sexo con la persona correcta. Lo que está mal es olvidar que el Creador y sus criaturas son muy diferentes.
Un enfoque de las reglas sobre la pureza era esta importante distinción entre los seres humanos y Dios, que es en parte lo que la Biblia quiere decir cuando habla de santidad. Las reglas reconocían que Dios, en su propio ser, no tiene nada que ver con la muerte o con el sexo. Muchos de nosotros vivimos en culturas que evitan pensar en la muerte y que están obsesionadas con el sexo. Las reglas de Levítico nos recuerdan que la muerte es algo común en la experiencia humana, pero también que no es natural, sino que es el resultado de la Caída. Del mismo modo, nos recuerdan que el sexo es algo humano y, aunque bueno, no es algo divino. Todo esto sirve para ilustrar que la ética no es una categoría distinta en el Antiguo Testamento. Quiénes somos y quién es Dios está inextricablemente conectado con lo que debemos hacer.
Bendiciendo nuestros duros corazones
El Antiguo Testamento reconoce la diferencia entre el ideal y la realidad, y habla en consecuencia. Lo vemos claramente en una discusión que Jesús tiene con algunos fariseos sobre el divorcio (Marcos 10:1–12). Cuando le preguntaron lo que opinaba al respecto, Jesús les devolvió la pregunta: «¿Qué dice la Torá?» Ellos respondieron que la Torá permite el divorcio. Pero Jesús señaló que el divorcio estaba permitido a causa de la dureza del corazón de los israelitas. Si miramos atrás, hacia cómo eran las cosas en la Creación, cuando Dios hizo al primer hombre y a la primera mujer, es imposible imaginar que el divorcio fuera parte del plan. Pero al introducir las leyes en Deuteronomio, Dios estaba reconociendo el hecho de que algunos hombres repudiaban a sus esposas, y proporcionó una norma que regulara la forma en que este triste evento tendría lugar, ofreciendo a la esposa cierta protección. Al igual que con el tema de la esclavitud, aquí también la Torá establece el ideal y la visión de Dios al momento de la creación, y toma en cuenta el hecho de que no vivimos a la altura de ello. Este modelo de ninguna manera disminuye la justicia de Dios; más bien, acentúa su misericordia hacia nosotros.
Entonces, ¿cómo podemos aplicar hoy las Escrituras del Antiguo Testamento y la ética que describen? ¿Cómo puede un cristiano obedecer las Escrituras que los apóstoles y los primeros cristianos atesoraron como «útiles para enseñar, reprender, corregir e instruir en la justicia»? Podemos hacernos tres preguntas mientras estudiamos con diligencia el Antiguo Testamento y buscamos vivir de acuerdo a la revelación de Dios: ¿De qué manera necesitan completarse las implicaciones de las enseñanzas del Antiguo Testamento? ¿Cómo expresa la enseñanza del Antiguo Testamento amor hacia Dios y amor hacia el prójimo? Y, por último, ¿hasta qué punto establece el Antiguo Testamento los ideales de la creación, y hasta qué punto está haciendo concesiones a causa de la dureza de nuestro corazón?
Sin duda, hay un desafío importante en la búsqueda del ideal de la creación y en no simplemente conformarse a las concesiones. Pero la ética del Antiguo Testamento es la base para las enseñanzas de Jesús, y Él nos dio las herramientas que necesitamos para ponerlas en práctica. Si el Antiguo Testamento era fundamental para Jesús, la verdadera pregunta no es ¿Cómo podemos los cristianos aplicar la ética del Antiguo Testamento a nuestras vidas?, sino más bien ¿Cómo no hacerlo? Jesús ya ha hecho posible que lo hagamos y, con su muerte y resurrección, estamos cubiertos si fallamos en hacerlo.
John Goldingay es profesor del Antiguo Testamento en el Seminario Teológico Fuller. Este artículo está adaptado de su libro Old Testament Ethics: A Guided Tour (IVP Academic).
Traducido por Sally Isáis.