Cuando Dios pega donde más duele

Algunas veces Él nos mete al cuadrilátero—pero siempre nos da la gracia para resistir.

Christianity Today November 23, 2015
Alexander Louis Leloir / Wikimedia Commons

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

No estoy seguro sobre cómo decirles a mis hijos que Dios es peligroso. Sin duda, quiero que se acurruquen en la melena peluda, segura y cálida del león Aslan del cuento infantil. Pero cuando ellos vivan suficientes años, sufran decepciones y pérdidas, pronto descubrirán que el león tiene dientes—grandes y afilados. Él es bueno, pero no es confiable, como dijo C.S. Lewis. Y algunas veces el acurrucarse se convierte en una pelea.

Mi entendimiento de la vida cristiana ha sido renovado de lo que fue la espiritualidad de mi juventud, que prometía que cada día con Jesús sería más dulce que el día anterior. La dulzura del ayer se ha convertido en la amargura de hoy. Un querido amigo mío está luchando contra el cáncer de páncreas en sus últimas etapas. Él comprende que la vida con Dios no siempre es fácil, que algunas veces luchamos con Él.

El impacto de estos pensamientos me pegó mientras leía la nueva novela de Marilynne Robinson. Lila narra a una heroína que no tiene ninguna duda sobre la dulzura de la vida. Lila es angulosa y extraña. Es nueva en la fe. Su vida fue difícil y lo seguirá siendo porque no puede olvidar su pasado. Y anda en busca de algo.

O tal vez Lila se está dando cuenta que es a ella a la que persiguen. Su Biblia robada (sí, se la robó) traza su búsqueda con pasajes inusuales como Ezequiel 16—que describe a Jerusalén como una esposa adúltera—iluminando su camino. A Lila le gusta acampar en las esquinas difíciles de las Sagradas Escritura, eso aclara algo: La Biblia no sabe nada de piedad sacarina. Al igual que mi amigo, Lila sabe que Dios puede ser peligroso. Que a veces nos agarramos a golpes con Él.

Un mundo extraño

Karl Barth pronunció un discurso en 1917 titulado “El Nuevo Mundo Extraño en el interior de la Biblia.” El teólogo suizo en realidad sólo utilizó las palabras nuevo mundo, pero el modificador, extraño, en la traducción en inglés aclara su pensamiento.

Efectivamente, la Biblia puede ser extraña. Cuando uno entra en su vasta extensión, de historia y poesía a proverbio y discurso, el lector se siente desorientado. El terreno es desconocido. Para Barth, la Biblia no nos regresa el reflejo de nosotros mismos. Más bien, la Biblia renueva—de manera inquietante—nuestros instintos básicos sobre el mundo y el Dios que lo creó. La Biblia presenta un universo donde Dios no tan sólo trasciende y llena, sino que también es el centro, donde todo fluye a Él y de Él. El entrar al nuevo mundo de la Biblia es entrar al mundo como de verdad es—extraño, que lo es.

Pocos pasajes bíblicos son tan extraños como Génesis 32. Me imagino que a Lila le gustaría esta historia, porque es honesta sobre cómo es encontrarse con Dios. ¿Qué encontramos en Génesis 32? Cuando el polvo desaparece, vemos a Jacob y a Dios entrelazados, brazos y extremidades gritando por tomar la delantera. Dios está luchando con Jacob.

La ironía invade esta historia por casi todos lados. La historia de Jacob se mueve hacia el momento climático. Jacob y Esaú tienen asuntos pendientes. Todas las energías de Jacob se concentran en este singular encuentro. En la última vez que Jacob vio a Esaú, la despedida no fue muy feliz. Jacob no tiene razón alguna para creer que el enojo de Esaú en su contra había desaparecido. La primogenitura todavía es de Jacob. Esaú todavía es maltratado. Así que Jacob piensa que su nefasto destino se acerca.

Por lo tanto Jacob conspira. Su nombre significa “el que toma por el calcañar o el que suplanta,” y una vez más, hace honor a su nombre. Él usa tácticas manipuladoras para apaciguar la ira de Esaú. Jacob envía dinero, ganado, y presentes adelante de su comitiva. Tal vez Esaú puede ser comprado. Eso ya había funcionado anteriormente.

Jacob envió a su familia al otro lado del Río Jabok. Se quedó “solo,” son las palabras inolvidables del versículo 24. Los lectores no pueden estar seguros por qué razón Jacob se queda solo. Martín Lutero cree que Jacob se quedó solo para orar. Y las oraciones que él necesita hacer son de tipo laborioso y difícil, el tipo que uno no quiere que otros escuchen. Eso por supuesto es posible, pero el texto no lo dice. Cualesquiera que sean las mitigantes circunstancias, Jacob está solo.

En este momento, la historia se vuelve espeluznante. De la nada, la historia describe a un hombre luchando con Jacob hasta el amanecer. La Biblia a menudo es frustrante en esta manera. A veces no muestra ningún interés en proporcionar el tipo de detalles que necesitamos para enlazar un relato histórico coherente. Por ejemplo, en 2 Reyes 23, Josías es asesinado por el Faraón Necao II en Meguido. ¿Por qué? El texto no lo dice. Todo lo que sabemos es que Josías ha muerto. Todo lo que aquí sabemos es que Jacob lucha con un hombre hasta el amanecer.

Si bien la repentina transición nos da un sacudimiento literario, finalmente logramos una perspectiva que los personajes en la historia no tienen. Jacob comprende que él está luchando con un hombre. Sin embargo encontramos que su contrincante es al mismo tiempo un hombre y mucho más.

El profeta Oseas nos dice que Jacob luchó con el ángel del Señor, y un segundo después está peleando con Yahvé mismo (Oseas 12:4–5). No dejes que nadie te diga que la Trinidad realmente no aparece hasta en el Nuevo Testamento. Jacob está luchando con un hombre; Jacob está luchando con Dios. La Biblia así lo deja.

Un improbable conquistador

Al continuar el episodio, nos llevamos una sorpresa: Dios está perdiendo. El hombre en efecto le dice a Jacob, “Suéltame, que ya está por amanecer.” ¿Por qué Dios—el que, en el principio de Génesis, habló para que el mundo existiera—le pediría a Jacob que lo dejara? Porque el hombre “no podía vencer a Jacob” (Gén. 32:35). Dios no podía soltarse de la llave nelson de Jacob.

Una ola de interpretación judaica se opone a esta lectura. Efectivamente, eso es mucho para aceptar. Para Rashi, un intérprete medieval, la persona luchando con Jacob debe ser un demonio o el ángel protector de Esaú. Si se sugiere que este es Yahvé se corre el riesgo de ofender teológicamente. Los mortales pueden ganarle la partida a las deidades en las epopeyas griegas, pero no en las Sagradas Escrituras de Israel. Sin embargo, el texto deja pocas dudas sobre quién de verdad el hombre es. Oseas es más directo. Está clarísimo: El hombre es Dios, y Jacob va ganando.

La historia sí sugiere, sin embargo, que el encuentro ha sido arreglado. Cuando el horizonte comienza a resplandecer y el hombre no puede vencer, él toca el muslo de Jacob y le disloca la coyuntura. Eso no es algo común para un simple humano. Y Jacob parece comprender, porque regresa a conspirar: “No te soltaré hasta que me bendigas” (v. 26).

La historia se levanta como un tsunami en este momento. Jacob no tiene idea de qué tipo de bendición necesita. Sin embargo el hombre sí la tiene.

Toda la historia se centra en Jacob y es un juego de palabras alrededor de su nombre. Ya’akov (Jacob) ye’avek (lucha) junto al Río Jabok. El lugar de la trama principal suena como el nombre de Jacob. Su nombre es el centro, y Dios le requiere a Jacob que se identifique a sí mismo antes de cualquier bendición.

“¿Cómo te llamas?”

“Me llamo Jacob, el que toma por el calcañar, el manipulador. Yo soy astuto.”

“Ciertamente lo eres, Jacob. Pero ya no te llamarás Jacob, sino Israel.”

El nombre Israel—que probablemente significa “el que lucha con Dios”—carga el peso de la historia. “Has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (v. 28).

En este momento, sólo hemos rascado la superficie. La fuerza de la historia me fascina al igual que parece haber fascinado a Oseas y a lectores cristianos como Lutero, Juan Calvino, y el Luterano Alemán Gerhard von Rad. Todos ellos—que cubren una gran extensión de tiempo—creyeron que esta historia simboliza la vida de fe. Oseas, con lágrimas—como lo hizo Jacob en el Río Jabok—apela al pueblo de Dios para que se arrepienta (Oseas 12:4–6). Dando honor a su nombre Israel, Jacob marca la vida de fe como una vida de arrepentimiento.

Lutero y Calvino creían que la lucha de Jacob con Dios simboliza nuestra lucha de creer profundamente en las promesas de Dios a pesar de las torturantes circunstancias de la vida. Al buscarnos y luchar con nosotros, Dios prueba nuestra fe. Y von Rad creía que Jacob describe lo que pronto llegaría a ser la nación de Israel en la historia completa de las Sagradas Escritura, buscando desesperadamente aferrarse a las promesas salvíficas de Yahvé.

Negándose a soltarlo

Cuando uno mira detenidamente a los personajes en la historia, Jacob y Dios involucrados en un combate mano a mano, Jacob increíblemente se parece a nosotros. Él estaba haciendo físicamente lo que todos nosotros hacemos espiritualmente. Luchamos con Dios, no tan sólo para entender quién Él es, sino también para ser bendecidos por Él.

Mi amigo puede estar luchando contra el cáncer de páncreas, pero también está luchando con Dios. Justo este verano, él y yo nos sentamos en la playa bajo la sombra de un pabellón con nuestros pies enclavados en la arena de la Costa del Golfo. Mientras sus nietos y mis hijos jugaban juntos, nosotros hablábamos sobre la muerte.

“Sr. Hawkins, ¿Cómo le puedo ayudar a su familia cuando…?”

“Quiero que ellos sepan que tenemos un futuro,” dijo él.

Esas palabras las dijo sin vacilar, pero rápida y audazmente. El Sr. Hawkins fue mi maestro en la escuela dominical cuando yo cursaba la secundaria. He pasado muchos veranos en la playa con él. Lo vi casar a sus hijas. Hasta viajé con él a lo largo de Europa. Pero ahora lo estoy viendo al lado del Río Jabok, luchando con Dios y negándose a soltarse de sus promesas.

La situación del Sr. Hawkins me recordó que la fe necesariamente conlleva momentos a lo largo del Río Jabok, algunos de los cuales son peligrosos. Nuestra lucha con Dios sólo tiene sentido en el gran contexto de otra lucha: cuando Jesucristo luchó con Dios y las muchas dificultades de la vida. Jesús se negó a ceder, y perseveró en su sufrimiento. Él perseveró por la bendición que tenía delante de Él: la salvación del mundo. Su rechazo a soltarse nos proporciona con la única esperanza cuando luchamos con Dios. Él luchó por nosotros.

Sí, la fe es asunto peligroso. Nos enfrentamos a pruebas y a tentaciones de todo tipo, y Dios las utiliza para probar nuestra fe. Nadie supo que esto es verdad mejor que Jesús. Y tampoco, nadie nos invita a los peligros gozosos de la fe más gentilmente que Él. No luchamos solos. Él está con nosotros, y un sinnúmero de fieles creyentes se han ido antes que nosotros. El salmista luchó para comprender por qué el malvado a menudo prospera (Sal. 73). Aun Juan el Bautista luchó para comprender quién Jesús realmente era, preguntando en la víspera de su ejecución, “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mat. 11:3).

La vida de fe es una vida de lucha continua, donde nuestra fe hace contacto con los problemas de nuestra experiencia y con el Dios soberano que controla todas las cosas. Pero la obra de Cristo, el Verdadero Israel, nos asegura que nunca luchamos solos o en vano. Podemos lastimarnos en el cuadrilátero, pero nuestras heridas—como el muslo dislocado de Jacob—nunca serán fatales para la seguridad final de la fe. Dios no lo permitirá.

Todavía no estoy seguro sobre cómo decirles a mis hijos del lado peligroso de Dios. Él permite que ciertas circunstancias acontezcan por razones que sólo Él conoce. No siempre aceptamos inmediatamente la bendición que Él ha prometido. No obstante, podemos confiar en el carácter de Dios—el que nos amó tanto que vino y luchó por nosotros—y estar seguros de que sus juicios son siempre justos, su naturaleza siempre buena, y sus promesas salvíficas son siempre seguras.

Mark S. Gignilliat es profesor adjunto de Antiguo Testamento en Beeson Divinity School y teólogo canónico en Cathedral Church of the Advent en Birmingham, Alabama.

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