Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Tarde o temprano, todo cristiano va a tener que decidir lo que piensa sobre la posibilidad de sanidad física en esta vida. El tema es especialmente apremiante para mí. Soy pastor de una iglesia grande, carismática, que presencia la sanidad física de decenas de personas cada año, hablo en conferencias carismáticas con regularidad, y he argumentado públicamente que el don de Cristo de la sanidad continúa el día de hoy.
También tengo un hijo y una hija con autismo regresivo. Ambos hijos han perdido lentamente la habilidad para cantar, aplaudir, pintar, y sostener una cuchara (aunque mi hijo ha recuperado algunas de estas habilidades). Hasta ahora, no han sido sanados. Para mí, hablar de sanidad no es algo teórico.
Perspectivas polarizadas sobre este tema abundan. En un lado están pastores quienes prometen salud y riquezas para todos aquellos que siguen a Jesús. Al otro lado, están los escépticos que piensan que la mayor parte de la gente que asegura haber vivido una experiencia física de sanidad o están mintiendo o delirando. Aún los cristianos que están de acuerdo en que Dios sana algunas veces—pero no siempre—enfrentan confusión. ¿Sana Dios si nosotros simplemente tenemos suficiente fe? ¿Debemos asumir que la enfermedad es un regalo de Dios, diseñado para enseñar sobre el sufrimiento, la perseverancia, y la soberanía misteriosa de Dios en medio de la maldad?
Antes de poder contestar este tipo de preguntas, primero necesitamos reconocer la sanidad por lo que es. Es decir, que existen más de un tipo de sanidad divina.
Primer tipo de sanidad: Un virus ataca mi cuerpo, y mis glóbulos blancos entran en acción, buscando al perpretador para eliminarlo. Cada segundo, pequeñisimos fragmentos de materia mineral y orgánica son enviados a aquellas partes de mi cuerpo que las necesitan, obrando reparaciones en una manera continua, hora tras hora, año tras año. Mi cuerpo se sana a sí mismo todo el tiempo. Es el resultado de la gracia de Dios, quien me creó, me busca, me conoce, y me ama.
En el segundo tipo de sanidad, un profeta judío pone sus manos sobre ojos ciegos y oídos sordos y causa que puedan ver y oír instantáneamente. Un joven que nació sordo asiste a un entrenamiento conmigo y es sanado inmediatamente después de que alguien oró por él en el nombre de Jesús. Inmediatamente llama a su prometida con su teléfono al oído (que hasta ese día era un oído sordo). Tienen una emocionante conversación, por decir lo menos. Una mujer que ha estado en una silla de ruedas por años, oran por ella en el nombre de Jesús, es sanada inmediatamente, y se levanta de su silla de ruedas. Meses después, solicitó que descontinuaran sus beneficios por discapacidad. El periódico Daily Mail y el BBC difundieron su historia.
Un tercer tipo de sanidad: A los 11 años de edad, guío mi bicicleta al centro de una calle con mucho tráfico. Mi tibia y peroné fueron aplastados entre mi bicicleta y un VW, y el filo del parabrisas me hizo una cortada de cuatro pulgadas entre mi hígado y mi bazo. Llega una ambulancia en minutos, y los paramédicos me entablillaron mi pierna. En el hospital, me recolocaron la pierna. Un cirujano remueve fragmentos del parabrisas de mi torso, y repara la cortadura. Después de 16 semanas, ando cómo si nada hubiera pasado. La ambulancia, los paramédicos, la habilidad del cirujano, los descubrimientos que hacen posible que haya salas de operaciones y anestesia—son todos regalos de un Dios amoroso, cuya misericordia permite que ocurran sanidades por todas partes del mundo que otras generaciones hubieran llamado sanidades milagrosas.
Un cuarto tipo de sanidad, cuando suene la trompeta y los muertos serán resucitado en un abrir y cerrar de ojos, para nunca más volver a perecer. Cuerpos corruptos se vuelven incorruptos; la enfermedad y la aflicción nunca más vendrán a nuestra vida. El olor estéril de la sala de operaciones no será más. A los octogenarios atados formalmente a los cuartos del hospital les será dada una nueva vida y una nueva juventud que nunca será robada por la marcha del tiempo. Todo oído sordo es desbloqueado, cada pierna o brazo dañado es reparado, cada ojo ciego ve. Autismo, síndrome de Down, esquizofrenia, y alzheimer serán envueltos por completo por la victoria. Y el último enemigo que tiene que ser destruido es la muerte (1 Co. 15:26). Nadia llora, excepto de alegría.
Dios nunca dice no a una petición de sanidad. El dice “Sí” o “Todavía no.”
El reconocer estos tipos de sanidad nos puede ayudar con las preguntas que frecuentemente nos hacemos. ¿Por qué Dios no sana siempre? Sí lo hace, eventualmente. ¿Nos sana Dios si estamos seguros que lo hará? No necesariamente. ¿Por qué no? Los efectos de la victoria de Cristo sobre la muerte todavía no se han consumado en su totalidad. ¿Debemos asumir que la enfermedad es un regalo de Dios? No, a menos que estemos preparados para dejar de tomar medicina o visitar al médico. ¿Cómo podemos ver más sanidad? Ore, ayune, tenga fe, persevere. ¿Cómo debemos orar? “Venga tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).
Dios nunca dice no a una petición de sanidad. Él dice “Sí”—como sucedió con dos personas en mi iglesia mientras escribía este artículo—o “Todavía no”—como ha sucedido, hasta el momento, con mis hijos. Un día, sus enfermedades, y la muerte misma, serán envueltos por completo en victoria. No puedo esperar ese momento.
Andrew Wilson es un anciano en la iglesia Kings Church en Eastbourne, Inglaterra, y autor del muy reciente libro Unbreakable [Inquebrantable].