Cuídese de los lobos de los préstamos rápidos de día de pago

Cómo estás prácticas de préstamos rápidos roban a los pobres.

Christianity Today June 30, 2016
Departamento de Pesca y Vida Silvestre de Oregon / Flickr

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En la primavera del año 2013 mi esposo, el pastor Carlos Valencia, y yo tuvimos uno de esos golpes en la puerta que te rompen el corazón, cuando un miembro de la iglesia se aparece destrozado y sufriendo. La señora Mendoza (no su verdadero nombre) estaba desesperada, derrotada y avergonzada. No sabía a quién acudir aparte de su pastor, alguien en quien ella confiaba.

Con lágrimas nos compartió que ella era responsable de que su familia perdiera su casa, y ahora estaba a punto de perder su automóvil, y no sabía cómo decírselo a su esposo. Quedamos sacudidos, confusos y enojados. ¿Cómo era posible que esta familia tan trabajadora perdiera su casa?

La señora Mendoza se había atrasado en los pagos cuando algunas de las cuentas resultaron ser mayores de lo acostumbrado. Se cansó de pedir ayuda a sus amigos y recordó haber visto unos grandes letreros y otras publicidades de préstamos de día de pago que afirmaban que ellos podían ayudar. Fue a uno de esos lugares donde vio que era muy fácil obtener un préstamo pequeño. Lo único que necesitaba era comprobar su empleo y una cuenta de cheques de donde se cobrarían automáticamente sus pagos. La señora Mendoza salió con un préstamo de $300 dólares que solamente le iba a costar $75 dólares adicionales, monto que debía pagar en dos semanas. Parecía muy sencillo. Esa transacción rápida se convirtió en una trayectoria horrorosa—una trampa enfermiza e interminable. Dos semanas más tarde ella tuvo que extender ese préstamo inicial y pagar otros $75. Eso terminó en que tuviera que sacar un préstamo tras otro para pagar los intereses y las cuotas adicionales que se acumulaban cada dos semanas.

Encontrándose completamente hundida en las deudas y amenazada por los cobradores, no halló otra salida que usar los pagos de hipoteca para pagar el pago de la deuda rápida. Este ciclo continuó por varios años, y terminó pagando más de $10,000 dólares por un préstamo que comenzó en $300 dólares.

Mi esposo y yo revolvimos cielo y tierra llamando a bancos, abogados y a cualquier persona que pensábamos que podría ayudar a salvar la casa de esta familia. Lamentablemente, era demasiado tarde. El banco se apropió de la casa y la vendió, y ahora ella estaba por perder su automóvil, que necesitaba para ir al trabajo. Decidimos ir con ella al lugar donde pidió el préstamo para ver si podíamos ayudar pero no hubo nada que pudiéramos hacer. El prestamista que ofreció ayudarle cuando ella necesitaba desesperadamente esa ayuda le había tendido una trampa.

Le prestamos el dinero para cancelar definitivamente ese último préstamo, pero salimos de allí horrorizados y desesperados al descubrir que hay empresas como esa que se visten como ovejas anunciando ayudar y, en vez de eso, son lobos listos para devorar a su presa.

Tristemente, esta fue solo la primera de muchas historias que he encontrado. Según un estudio reciente hecho por Lifeway Research, el 24 por ciento de los hispanos cristianos han usado un préstamo rápido de día de pago—es decir, uno de cada cuatro miembros de nuestras congregaciones hispanas. Hay iglesias que están usando sus fondos de benevolencia o juntando dinero para ayudar a sus miembros a cancelar estos préstamos. El préstamo típico puede tener una tasa de intereses y cuotas de más del 400 por ciento. La ganancia de este comercio descansa en el ciclo vicioso de la deuda. Más del 75 por ciento de todos los pagos cobrados por los prestamistas del día de pago provienen de personas que sacan más de 10 préstamos por año.

La Biblia tiene un nombre para esto: usura —el pecado de cobrar intereses exagerados por los préstamos. La Palabra habla fuertemente en contra de la usura: “No explotes al pobre porque es pobre, ni oprimas en los tribunales a los necesitados (Proverbios 22:22, NVI). La Palabra de Dios nos llama a hablar en contra de injusticias como esta.

Puede que usted esté como yo estaba: Ignorando que esta injusticia existe. Pero al ayudar a reducir la vergüenza y al ofrecer un lugar donde hablar sobre los problemas financieros, puede que usted descubra que el problema estaba más cerca de lo que pensaba. Usted no tiene que ser un abogado o un político para hacer una diferencia. Simplemente esté dispuesto a escuchar y a compartir esas historias entre su familia, su iglesia y su comunidad.

Al hacerlo, usted y su iglesia se unirán a miles de cristianos en todo el país que están haciendo oír su voz en contra de esos lobos llamados préstamos rápidos del día de pago.

Recientemente, el Consumer Finance Protection Bureau (CFPB) [Departmento de Protección Financiera al Consumidor] publicó un conjunto de propuestas para proteger mejor a los consumidores contra estos lobos. Hay una coalición formada por varias organizaciones cristianas llamada Faith for Just Lending que tiene el propósito de abogar por mejores leyes y luchar por préstamos justos y correctos (www.lendjustly.com). Ahora más que nunca necesitamos de iglesias y líderes comunitarios que hagan oír sus voces para apoyar mejores leyes.

He aquí algunas maneras prácticas en las que usted puede participar abogando por una mejor protección contra estas injusticias.

  • Conocer más,
  • Compartir una historia,
  • Apoyar los principios y
  • Enviar un comentario a CFPB en apoyo a una ley mejor.
  • Ver un nuevo documental sobre el tema, titulado, “The Ordinance” (https://deidox.org/theordinance/).
  • Proveer clases de educación financiera para su comunidad.
  • Educar a otros sobre los préstamos del día de pago.
  • Contactar a sus congresistas y otros oficiales electos mediante cartas, llamadas o una visita personal. Pedirles que expresen su apoyo a las normas propuestas por CFPB.
  • Hablar a través de los diferentes medios de comunicación como un creyente que hace un llamamiento a una reforma.

Proteja a sus ovejas de los lobos. Únase a nosotros abogando por préstamos justos y correctos.

Anyra Cano-Valencia, es Ministra de Jóvenes, Iglesia Bautista Victoria en Cristo y Advocacy Outreach Specialist, con el Cooperative Baptist Fellowship.

Verano de diversión = aprendizaje para la familia

Cómo uno de nuestros tiempos favoritos del año puede también ser educacional.

Christianity Today June 30, 2016
Kiran Foster / Flickr

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

El verano puede ser la temporada del año favorito de sus hijos – ¡O en segundo lugar después de la Navidad. Un secreto poco conocido para muchos padres que les interesa que sus hijos aprendan todo el año, es que el verano, esta temporada favorita, es un tiempo ideal para seguir aprendiendo.

Según algunas investigaciones, lo que ayuda a mejor predecir el éxito de los estudiantes en la escuela no es el ingreso económico de la familia o el estatus social, sino el nivel de apoyo de la familia a la educación. Los siguientes cuatro consejos le ayudarán a cualquier familia a apoyar el aprendizaje durante todo el año.

  • ¡Use el conocimiento natural que usted tiene sobre sus hijos! Como el primer maestro de sus hijos, ellos dependen de usted mucho más que de cualquier maestro para asegurar que sus necesidades son suplidas – incluyendo sus necesidades académicas. Sugerencias de verano: Escoga un pasatiempo favorito ( futbol, cocinar, etc) e introduzca a su hijo a lo básico de este pasatiempo. Dependiendo de la actividad, usted le enseñará o reforzará habilidades como medir, leer, y la resolución de problemas mientras que pasan tiempo divirtiéndose. Permita que su niña le ayude en cada faceta, desde planear, a la recopilación de recursos, y limpiar o la discusión de opciones para resolver desafíos inesperados.
  • Esfuercese por crear un ambiente en casa que fomenta el aprendizaje. Sugerencias de verano: Vaya semanalmente a la biblioteca o asigne una hora como la hora de lectura familiar – dentro o fuera de la casa. Una "carpa de lectura" sería un ambiente ideal para niños mayores que buscan un tiempo callado y mientras los más pequeños toman una siesta. Inviten a los niños a que le pidan al Señor que use su tiempo de lectura para prepararlos para su propósito y para servirle.
  • Comunique altas, y al mismo tiempo razonables expectativas para los logros de sus hijos y su carrera futura. Sugerencias de verano: Vayan al plantel de su colegio o universidad local. Algunas universidades patrocinan campamentos de deporte o académicos para estudiantes jóvenes y les encantaría programar una gira familiar para estudiantes potenciales. Ya que estén en la gira del plantel, considere orar con sus hijos por el liderazgo de esa universidad, los profesores, los estudiantes, y por sabiduría para su familia para escoger la mejor escuela para sus hijos. ¡Este es el tiempo de empezar a soñar por el futuro educativo de sus hijos!
  • Involúcrate en la educación de sus hijos en la escuela y en la comunidad. Sugerencias de verano: Muchas iglesias participan en el Domingo de la Educación cada septiembre para celebrar a las maestras, los estudiantes y la educación. Su familia puede inscribirse hoy y recibir recursos para planear un gran evento en su iglesia.

Andrea R. Ramirez es Directora Ejecutiva de Faith and Education Coalition, NHCLC.

Bienaventurados sean los agnósticos

Cómo aprendí a ver a mi esposo no creyente a través de los ojos de Dios.

Christianity Today June 24, 2016
Christopher Michel/Wikimedia

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Me senté en las gradas de arriba, me dolía la cintura. Estaba escuchando a la última oradora en una conferencia, tan atrás en los asientos más elevados que tenía que entrecerrar los ojos para divisar a la pastora alta y tatuada parada en la plataforma. Me moví en el asiento, indiferente y lista para estirarme, pero antes de que me pudiera mover, la pastora entró a la bendición final—una bendición-improvisada en las Bienaventuranzas.

“Bienaventurados sean los agnósticos,” dijo. “Bienaventurados sean los que dudan. Los que no están seguros, a los que aún se les pueden tomar por sorpresa.”

Casi no escuché nada después de eso. Mi mente estaba absorta en la frase “Bienventurados sean los agnósticos” porque mi esposo ya no cree en Dios, y hay momentos cuando yo misma tampoco sé en lo que creo. Su des-conversión sucedió hace algunos años, lo que llevó a nuestro matrimonio y familia a tambalearse.

Nuestra historia es casi una anomalía. La tendencia de los millennials de abandonar su fe y/o su iglesia ha sido ampliamente documentada. Una encuesta en el 2015 por el Pew Research Center indica que “el número de adultos estadounidenses que no se identifican con ninguna religión institucionalizada está aumentando” y que “la caída en la afiliación cristiana es particularmente pronunciada entre los adultos jóvenes.” Aunque el aumento de los llamados nones religiosos (los que no se identifican con ninguna religión) se ha analizado a fondo en los círculos cristianos por los últimos años, no hablamos con intención expresa sobre las complicaciones matrimoniales que resultan de esa tendencia. Cuando un millenial casado abandona la fe, ¿qué pasa con el cónyuge después de esto?

En nuestra historia, la desviación lenta de la fe ha estado pasando por largo tiempo. Mi esposo y yo asistimos a una escuela evangélica conservadora y juntos personificamos el cliché de bienhechores de universidades cristianas. Nos conocimos en un viaje misionero a Denver, donde nos juntamos con personas sin hogar en un hospicio y ministramos a niños que vivían en moteles plagados de drogas y prostitución. Nos enamoramos mientras encontrábamos a Dios en las personas en las calles y respirábamos el aire de las montañas de Colorado. Éramos sólo un par de jóvenes idealistas de 20 años de edad en fuego por Jesucristo, el Campeón de los pobres, y estábamos seguros de que podríamos seguir a Dios juntos.

Pero después, le siguió la vida después de la universidad. Conocimos personas que pensaban distinto a nosotros. Hicimos nuevos amigos que no conocían a Jesucristo como su Señor y Salvador, y sin embargo amaban a sus hijos y a la tierra a su alrededor de manera que algunas personas dentro de la iglesia no lo hacían. Nuestras normas convencionales nos hacían distinguir el bien del mal en términos completamente legalistas que no supimos qué hacer cuando descubrimos a un mundo con matices de gris.

Mientras yo luchaba con el cinismo y me llenaba de indignación de los clichés cristianos que ya no me parecían sinceros, mi esposo cuestionaba absolutamente todo con respecto a su fe. Durante la universidad, él servía en los barrios bajos en el extranjero, y después de algún tiempo, la violencia y la pobreza que vio parecían incompatibles con un Dios justo y amoroso. Tras ingresar a la escuela de postgrado para estudiar fisiología vegetal, se encontró con una nueva libertad en la comunidad científica que—diferente de algunas de las escuelas cristianas e iglesias aisladas a las que había asistido—no trataba de empujar ambigüedades en paquetes impecables. Después de todo eso, se divorció él mismo de toda noción de Dios.

“Hasta aquí,” me dijo hace unos años por la navidad cuando nuestra hija tenía dos años. Al oír esas palabras me sentí como traicionada. Nos habíamos casado y nos habíamos comprometido tanto con Dios como el uno con el otro, y al darle la espalda a la fe me dejó abandonada. Nunca habíamos sido una pareja que tuviera devocionales en las noches o que orásemos juntos regularmente, sin embargo habíamos compartido la convicción de que el seguir a Jesucristo era de lo que se trataba nuestra vida juntos. Cuando él comenzó a cuestionar todo, supuse que tarde o temprano regresaría y encontraría una fe sutil que abrazara el misterio. Pero, se declaró a sí mismo: “hasta aquí llegué” y dejó de asistir a la iglesia conmigo y mi pequeña niña.

Las luchas que ahora enfrentamos como una pareja con fe dualista son innumerables. Cuando nuestra hija nació, nos paramos juntos en su dedicación, pero tan sólo tres años más tarde, mi esposo me dijo que se sentía incómodo hacer lo mismo para nuestro nuevo bebé. Cuando mi hija pregunta sobre cómo los animales fueron creados —“Dios los hizo, ¿no?” —Mi esposo contesta, “Bueno, algunas personas creen eso, pero no yo.” Ahora tenemos que hablar sobre las oraciones de acción de gracias por los alimentos y si mandar o no a nuestra hija a la Escuela Bíblica de Vacaciones. Una de las pérdidas más grandes ha sido no poder compartir la misma comunidad; aún estamos buscando lugares y amistades donde ambos nos sintamos cómodos y donde seamos aceptados por nuestras distintas creencias.

Este cambio de fe en nuestro matrimonio a veces lo he sentido como un puñetazo inesperado, la persona que quedó atrás. Me he sentido sola y enojada. He pasado por un ciclo de sentimientos de miedo, tristeza, y esperanza frágil. Las expectativas que tenía para mi vida han sido invertidas por la des-conversión de mi esposo y a veces, he cuestionado la misma bondad de Dios por permitir que esto acontezca. Como Lauren Winner escribe en su libro Still: Notes from a Mid-Faith Crisis: “Algunos días no estoy segura si mi fe está llena de duda o si, gentilmente, mi duda está llena de fe.”

El lidiar con la des-conversión de mi esposo ha sido un desvío tambaleante en mi jornada de fe ya a la deriva, particularmente en lo que concierne a cuestiones sobre la salvación y la condenación. Es difícil disfrutar una noche romántica, por ejemplo, si uno está constantemente intentando salvar el alma del cónyuge de las llamas del infierno. Generalmente, no trato de convertir a mi esposo cuando lavo las vasijas del desayuno o en cualquier otra ocasión. En primer lugar, yo sé que eso sólo lograría alejarlo más. Tengo que confiar en que Dios aún está buscando a mi esposo y que esa es la obra del Espíritu Santo, no la mía, de volverlo a la fe.

En mi propia fe, aún me apego a la mayoría de las dogmas principales del cristianismo ortodoxo (aunque no creo que el asentir mentalmente a una lista doctrinal es lo que me hace cristiana). A pesar de mi propia incertidumbre, todavía asisto a la iglesia con mis dos pequeños hijos. He encontrado refugio en una pequeña iglesia menonita que valora comunidad, hospitalidad, y servicio. A diferencia de algunas iglesias evangélicas, nunca me siento presionada de hablar sobre mi “relación personal con Cristo.” Aunque esa relación importa, el cuerpo congregacional de Cristo es más grande que yo, y mi participación en la iglesia se ha convertido más importante que el saber siempre las respuestas correctas. En nuestra iglesia, ya sean cínicos o instigadores, todos servimos dando la bienvenida o pasando los boletines. Tanto a los misioneros como a los inconstantes se les pide que se den de voluntarios con las familias refugiadas o que traigan aperitivos para después del culto.

No todas las iglesias invitan a todo asistente a participar de este modo. Una de las razones principales citadas en un estudio Barna sobre las personas que han dejado la iglesia fue que “se siente que son hostiles con los que dudan.” Mi esposo y yo somos microcosmos de estas tendencias culturales, como algunos de nosotros los millennials nos asimos de la iglesia (yo) y otros se separan de ella (mi esposo). En medio de estas fracturas, necesitamos que la iglesia pida y valore nuestras contribuciones. Necesito que la comunidad cristiana me apoye al luchar por criar a mis hijos en un hogar con fe dualista, y necesito que amen a mi esposo en medio de su incredulidad. Un modo en que mi comunidad de la iglesia lo hace es a través de darle una calurosa bienvenida en el contado/inusual domingo que asiste, aceptándolo tal y donde está sin motivos ocultos.

“Bienaventurados sean los agnósticos,” dijo la predicadora, sus brazos extendidos hacia la multitud. Sus palabras desencadenaron más o menos una epifanía. Cuando habló, pensé en mi esposo, el hombre que he resentido por dejarme sola en mi lucha de creer, y lo vi ahora a través de otros ojos. Lo vi a través de los lentes del amor, la manera en que Dios lo ama y se deleita en él. Las palabras de la pastora me recordaron que todos los humanos somos amados muchísimo por Dios, ya sea que crean en un Dios de amor o no. Y aunque lucho para reinventar mi matrimonio, encuentro gran consuelo en ver a mi esposo—y a mí misma—tal como somos: inconstantes, volubles y desobedientes, amados, atesorados, y bendecidos.

Stina Kielsmeier-Cook es ex-intercesora de vivienda para los refugiados y ama hablar de política social, ser madre, y de su vecindario en Minneapolis. Ella escribe un blog en stinakc.com y tuitea @stina_kc.

En la lucha entre los derechos de LGBT y la libertad religiosa, ambos pueden ganar

Por qué no tenemos que temer el peor de los casos.

Christianity Today June 24, 2016
Imagen: BrAt82 / Shutterstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

El verano pasado, aún antes de la decisión de la Corte Suprema de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, los cristianos conservadores ya estaban preocupados sobre las consecuencias para la libertad religiosa. No es un temor irracional. A Eugene Volokh, catedrático de derecho en la University of California—Los Ángeles, se le citó en The New York Times:

“Si yo fuera un cristiano conservador (que por cierto no lo soy), estaría considerablemente con mucho temor, no tan sólo por las exenciones tributarias pero también por otra amplia variedad de programas—con temor de que dentro de una generación más o menos, que a mis creencias religiosas se les trate del mismo modo que a las creencias religiosas racistas.”

Ambos los religiosos conservadores y los activistas de LGBT basan sus respectivas demandas en la metafísica.

Matthew J. Tuininga, ayudante de cátedra de teología moral en Calvin Theological Seminary, expresó la preocupación de muchos sobre las posibles implicaciones de gran alcance de Obergefell.

“No tan sólo estamos hablando de que a los fotógrafos, floristas, o los que hacen los pasteles sean forzados a servir en bodas de homosexuales, aunque esas preocupaciones son válidas. Estamos hablando sobre que a las agencias de adopción se les requiera asignar niños a parejas homosexuales, que a los colegios y universidades se les requiera que ofrezcan acceso a vivienda para casados a parejas del mismo sexo, y un número de situaciones que giran alrededor de una percibida discriminación en contra de homosexuales y lesbianas.”

Desde lo que dijo Obergefell, la ansiedad sólo ha aumentado. Una razón es la naturaleza religiosa del desacuerdo. Ambos los religiosos conservadores y los activistas de LGBT basan sus respectivas demandas en la metafísica. Para simplificar: El primer grupo cree que los valores sexuales están arraigados en la enseñanza divina y el orden natural. El segundo grupo cree que cada individuo tiene el derecho de determinar cómo vivir sexualmente, y que cada quién está obligado a ser honesto consigo mismo, como sea que concibamos el auto concepto. Cada lado lucha por lo que considera una causa justa que trasciende intereses más personales. Con razón las emociones se vuelven intensas, y tanta indignación justificada hay en el ambiente.

Incluso también creemos que el Señor nos llama a estar atentos a los intereses de nuestros contrincantes políticos. Por lo tanto, no debemos buscar legislación que proteja nuestra libertad si esa misma legislación rechaza los derechos de personas con las que no estamos de acuerdo. Si realmente es cuestión de elegir proteger nuestra libertad o los derechos civiles de los demás, una gran fuente de ética cristiana comenzando con Jesús (p.ej., Marcos 8:34–35) argumenta que deberíamos negarnos a nosotros mismos.

¿Cómo debemos avanzar en lo parece esta situación inconciliable? Nuestras simpatías naturales, por supuesto, caen con los que luchan por la libertad religiosa. Precisamente como Pablo apeló a César para asegurar sus derechos como ciudadano romano (Hechos 25:9–12), así nosotros tenemos el derecho y la responsabilidad de argumentar por nuestros derechos en cortes y legislaciones. Creemos que la nación será más fuerte si las personas de fe—y no tan sólo de la fe cristiana—son libres de enseñar y promulgar sus creencias en la plaza sin temor de discriminación o castigo por el gobierno.

¿Y qué si finalmente perdemos en la Corte o la legislación, y el Estado insiste que realicemos acciones que creemos que son moralmente problemáticas?

Algunos se sentirán llamados a aceptar a conciencia las consecuencias de la obediencia, ya sea cárcel o multas o la pérdida de subsidios. Y podemos hacerlo en humildad y aun gozo, sabiendo que la “persecución por causa de la justicia” es una algo “dichoso” de acuerdo a Jesús (Mateo 5:10–12).

Otros se sentirán llamados a obedecer la ley—e ir más allá. Recordemos la gran injusticia en el día de Jesucristo: la opresión de la ocupación romana, y la demanda común de la fuerzas de ocupación de ayudarles a llevar sus cargas. Jesucristo sugirió que debemos buscar más allá de la aprobación simbólica de injusticia (ayudar a un soldado) a una ética más profunda. Cristo les dijo a sus discípulos—en términos de hoy—que cuando se nos pida hacer un pastel para un matrimonio homosexual, podríamos ofrecer hacerles dos (Mateo 5:41).

Si realmente es cuestión de elegir proteger nuestra libertad o los derechos civiles de los demás, Jesús argumenta que deberíamos negarnos a nosotros mismos.

Todos los días escuchamos sobre otra ley o caso en otro estado, y los evangélicos preguntando en voz alta, “Si perdemos en las cortes o en el parlamento, ¿qué pasará con nosotros?” Sí, la vida puede empeorar para nosotros y la nación. Nosotros en CT esperamos que los líderes continúen para encontrar soluciones que protejan ambos nuestra libertad religiosa y los derechos civiles de las personas LGBT. Con buena voluntad política, creemos que esto puede acontecer.

Entretanto, ¿qué pasará con nosotros si nuestras libertades son destruidas y se nos fuerza a sufrir castigos e indignidades por nuestra fe? Cristo dijo que gozaremos una recompensa, y que nuestra recompensa será grande. Se oye como que todos tienen la de ganar. Quizá es por eso que Él dijo, “No tengan miedo.”

Cómo es ser gay en Wheaton College

La universidad evangélica ha recibido una cobertura periodística negativa sobre asuntos LGBT. Mi propia experiencia refleja una imagen distinta.

Christianity Today June 24, 2016
imagen: Christ Strong

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Con un pedazo de papel en mi mano, sintiendo una corriente de adrenalina, crucé el sitio donde se congregan los estudiantes de Wheaton College tratando de encontrar a alguien con quién hablar.

Era un jueves por la tarde en abril del 2013. Al cruzar el centro estudiantil por segunda vez, me encontré con un compañero del club de teatro improvisado de Wheaton. Le dije que estaba tratando de decidir si poner el pedazo de papel en el tablero de anuncios para la comunidad de Wheaton, tablero que muchos estudiantes usan para comunicarse con toda la comunidad de la universidad. Después de titubear, caminamos juntos, él y yo, rumbo al tablero. Movió algunos de los otros anuncios para dejar espacio libre para el mío. Le di el papel, y él lo colocó en la pared.

Traté de caminar con normalidad de regreso a mi dormitorio, pero mis entrañas se me hacían nudo. Este era mi segundo semestre de mi último año universitario, y estaba terminando mi carrera en solo tres años. Después de una década de sentirme atraído a otros hombres, escribí en mi nota, “el closet ha empezado a sentirse demasiado sofocante para mí.” Mi anunció seguía con estas palabras:

“Últimamente, me he preguntado cómo puedo hacer más para mejorar la atmósfera en Wheaton para otros estudiantes gay como yo. Soy un varón que se siente atraído exclusivamente a otros varones, y he luchado con ansiedad y depresión desde mis años en la escuela preparatoria. De historias que escuché creciendo en una cultura Cristiana fundamentalista, pensé que todos los Cristianos gays no tenían ninguna otra opción sino ignorar su orientación lo mejor que pudieran y orar que Dios los hiciera heterosexuales. Sin embargo, después de ocho años de intentar hacer eso, sigo siendo gay. Eso no me ha impedido seguir amando a Dios, y él se me sigue revelando palpablemente. …”

Yo hubiera podido haber dicho esto en Confesiones de Wheaton, pero los anuncios anónimos solo nos ayudan a ver que algunos estudiantes en general comparten nuestras experiencias. Yo prefiero ver a las personas en particular que comparten dichas experiencias. De esta manera, todos nos podemos ayudar los unos a los otros más directamente.

Para aquellos que como yo prefieren conocer a una persona en particular, aquí estoy yo bajo un poco de luz, después de abrir la puerta del closet y entrar a la sala. Ya lo he dicho, y nadie tiene que andar adivinando.

Vi una luz al final del túnel, y significaba decirle a la comunidad de Wheaton College que soy gay. Mucha gente lejos del campus piensa que Wheaton sería el peor lugar donde ser gay. Aunque mi experiencia no habla por las experiencias de todo mundo, sí es una historia importante. La manera en que Wheaton me trató puede ser un modelo para otras instituciones evangélicas. Pero no se trataba tan solo de ser aceptado por lo que soy, sino también sobre continuar mi progreso como Cristiano.

Ya no tan solo dentro de mi cabeza

Desde que empecé a notar mi atracción a otros muchachos durante el quinto grado escolar, sentí que yo podía cambiar a pura fuerza de voluntad propia. Cada vez que experimentaba sentimientos hacia otro muchacho, oraba y me arrepentía. Durante los años de preparatoria, trabajé bien duro y dormí bien poco, pero mi auto-escrutinio exhaustivo me llevó a pensamientos constantes de suicidio mientras terminaba mis tareas ya pasada la noche. ¿Compartir con alguien sobre mi atracción? ni pensarlo. Había resuelto lidiar solo con todo esto. Cuando brotaban sentimientos hacía otro hombre, yo pensaba, esto no va a volver a pasar otra vez, o, Dios va a hacer que paren estos sentimientos que tengo. Conforme mis sentimientos hacia los hombres persistieron, mi temor e introspección solamente aumentaron.

Al crecer entre Cristianos conservadores, aprendí que los Cristianos fieles eran cualitativamente distintos de las personas gays. Recuerdo muy claramente un momento al principio de mis años universitarios cuando mi abuela y yo estábamos hablando por teléfono. Me preguntó, “Así que, ¿en qué has estado pensando últimamente?” Me brinqué el tema principal sobre el que había estado pensando—mi sexualidad—y le hablé sobre la investigación independiente que estaba haciendo sobre la Reina Victoria y el Príncipe Alberto. Luego me pregunté: ¿Por qué no se lo dije? ¿Por qué me hago esto a mí mismo?

Ese año tuve tantos problemas digestivos que tomé píldoras de manzanilla y dos antiácidos casi todos los días. Mi estómago se me hacía nudo y pasaba horas caminando dentro de mi cuarto, sin poder dormir. Durante el día, si trataba de tomar una siesta, me acostaba en la oscuridad, con mi mente acelerada.

Sentía que no podía formar conexiones cercanas con los otros hombres de mi piso. Un paradigma compulsivo así me aislaba aun más de aquellas personas que hubieran querido ayudarme.

Sin lugar a dudas el peor aspecto de mi experiencia universitaria fue el baño comunitario de los dormitorios. Al principio del año, la mayor parte de los baños individuales tenían dos cortinas. Una colgaba después de la entrada a la regadera, y la otra unos pies más allá, al otro lado de una banca donde podíamos dejar nuestra ropa y la talla. Conforme progresaba el año, algunas de las cortinas se rompían y se caían. Yo siempre trataba de usar uno de los baños que todavía tenían las dos cortinas intactas, porque me temía caer en pecado. Atemorizado de los pensamientos homosexuales, sentía que no podía formar conexiones cercanas con los otros hombres de mi piso. Un paradigma compulsivo así me aislaba aun más de aquellas personas que hubieran querido ayudarme.

El día antes de poner mi nota en el tablero de anuncios, me desperté esa mañana y confronté directamente mi temor y mi distanciamiento. Empecé a escribir, convencido de que nadie iba a conocer, poder ayudar, o empezar a entender las experiencias de los estudiantes gays si yo no compartía lo que estaba pasando en mi interior.

Puse mi información de contacto personal al final del anuncio de una página que había preparado, con una invitación para platicar. Recibí muchas respuestas—todas positivas. En el tablero de anuncios, estudiantes escribieron palabras de ánimo al margen y entre las líneas del anuncio, con mensajes cómo, “muchas gracias por decir esto,” y, “Eres amado.” Un conocido me detuvo en el pasillo y dijo, “Eso requirió mucho valor. Te quiero apoyar, o lo que sea.” Un estudiante me envió un texto anónimo diciendo que él y yo vivimos en el mismo piso el año anterior y que él también se sentía atraído a otros hombres. Me deseó lo mejor por ser honesto y haber compartido abiertamente.

Las palabras de ánimo no vinieron solamente de mis compañeros estudiantes. Le envié el anuncio por correo electrónico al profesor que estaba supervisando mi tesis universitaria. Me contestó, “Muchas gracias por enviarme este documento. Muestra gran valor y firmeza de carácter. ¡Me alegro por ti y estoy agradecido por tu honestidad y tu candor!” Siguió diciéndome que mi voz se necesitaba en la conversación más amplio sobre la comunidad LGBT y la iglesia. Sentí un alivio al no tener que vivir todo esto en la soledad de mi propia mente.

Reunión con el decano del campus

Al empezar mis clases de post grado, decidí permanecer involucrado en la comunidad de Wheaton. Era tan solo mi cuarto año universitario, y a los 21 años de edad, no me sentía alejado de la vida estudiantil.

Unos días antes del inicio de clases, mientras caminaba por las calles de Chicago con otros dos estudiantes, me encontré con la editora de noticias del periódico estudiantil de la universidad The Wheaton Record. Me dijo que el periódico necesitaba personas que escribieran antes del miércoles, cuando los borradores serían editados y finalizados para la impresión. Como incentivo, tenía boletos para comer; sin ser disuadido por una comida gratis, le dije que le tendría un artículo sin demora.

Después de enviar mi primer borrador, la editora me escribió para decirme que estaba agradecida por mi disposición en compartir una historia tan personal. Esa noche fui a las oficinas del periódico, y ella y yo pasamos una hora corrigiendo el artículo. Juntos escogimos el título “Closets y Armarios”—un juego de palabras, por supuesto, sobre el armario de CS Lewis en Las Crónicas de Narnia. La editora y yo compartimos muchos momentos de risa, y me preguntó que canción debería cantar para una prueba de canto para un grupo de canto a cappella. Después de finalizar el borrador del artículo en el cual yo iba a “salir del closet” en el campus, cantamos varios cantos juntos hasta ya pasada la noche.

Tres años después de escribir ese primer editorial, no recuerdo haber tenido nunca una conexión tan significativa con mis compañeros Cristianos como la que tengo ahora. Mi artículo salió ese viernes, la primer semana de clases. En un correo electrónico con el título “Gratitud,” Timothy Larsen, un profesor de pensamiento Cristiano, respondió, “Muchas gracias por tu honesto y razonado editorial en el Record de hoy … He pensado mucho sobre este tema y experiencia.” Otro profesor, quien había supervisado mi verano en España, también me envió un mensaje de agradecimiento. Los estudiantes me detenían en el pasillo con palabras de ánimo.

Basándome en mi experiencia personal, publiqué cinco artículos en el Record sobre la orientación sexual y el Cristianismo. Nunca escuché de ningún miembro de la comunidad que haya reaccionado negativamente a mis escritos.

Hace un año y medio, Wheaton captó los encabezados de los periódicos a nivel nacional cuando un estudiante le aventó el corazón de una manzana a otro estudiante quien, durante un fórum universitario, cuestionó las enseñanzas tradicionales de la universidad sobre la sexualidad. Al escuchar la historia, inmediatamente supe que el que había tirado la manzana era un caso aparte. Nunca he tenido contacto con nadie que se haya comportado ni muy remotamente en una manera similar.

Después de mi segundo artículo en el Record, recibí un correo del decano del campus Stanton Jones, el ex director del departamento de psicología de Wheaton, quien ha escrito extensamente sobre la orientación sexual y la psicología. Me dijo que estaba intrigado por mis ensayos y aplaudía mi valor y mi evidente entrega a Cristo. Luego me preguntó que si estaba disponible para conversar.

Nos reunimos esa misma semana. Al entrar a las oficinas administrativas, su asistente me dijo que me sentara en la sala de espera. En unos pocos minutos, Jones amablemente me dio la mano antes de entrar a su oficina y sentarnos a platicar. Para mi sorpresa, inmediatamente nos llevamos bien.

La amabilidad y la apertura de Jones rápidamente me hizo sentir tranquilo. Estableció su respeto hacia mí cuando dijo que había vuelto a leer mis artículos. “Así es exactamente como yo espero que los estudiantes en Wheaton College respondan,” me dijo. Esto me lo dijo antes de que él supiera mi perspectiva en cuanto a si se me debía permitir tener una relación con un hombre. Casi al final de nuestra conversación, sí hablamos sobre la ética de las relaciones entre personas del mismo sexo, puesto que él ha estudiado la psicología y la ética de la homosexualidad por la mayor parte de su carrera, y solo entonces fue que yo articulé mi posición célibe. Pero la meta principal de Jones era conocerme mejor.

Otras personas me habían hecho pensar que Jones iba a mostrar su desacuerdo conmigo por haber dado a conocer mi atracción hacia el mismo sexo en una manera tan pública. Había escuchado declaraciones como, “¿Está Stan Jones entrometiéndose otra vez?” y “Oh … Stan Jones.” Estas respuestas provenían de personas que estaban en desacuerdo con sus escritos en lugar de personas que lo conocían personalmente.

El trato de Jones da testimonio del amor y la misericordia de Dios. Su deseo de escuchar mi historia hizo una impresión mucho mayor que la que sus escritos hubieran podido hacer. Al terminar nuestra hora de plática, nos saludamos, me preguntó si podíamos hacer seguimiento comiendo juntos después. Acepté. Hemos compartido comidas juntos con regularidad desde entonces.

Modelar integridad

Varias semanas después de estas conversaciones, alguien que tomó una posición crítica contra la universidad me preguntó, “Así que, ¿Alguien te ha llevado aparte y preguntado sobre tu relación con Jesús?” Traducción: ¿Han las autoridades universitarias tratado de descubrir si eres un “verdadero Cristiano”? Con mucho tacto, tuve que responder que nadie había hecho eso. A través del proceso, casi todo mundo que he conocido en la comunidad ha sido muy sensato y servicial.

Para que las comunidades Cristianas puedan animar a las personas gays a permanecer célibes, dichas comunidades van a tener que modelar con integridad las implicaciones de tales enseñanzas.

Mientras tanto, he tratado de actuar con humildad y confianza desde una perspectiva distintamente Cristiana, y al mismo tiempo aceptando la realidad de mi atracción a los hombres. Con respecto tanto a mi manera de enfrentar mi situación y las reacciones de los demás, 2 Timoteo 1:7 me viene a la mente: “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor y timidez sino de poder, amor y autodisciplina.” Estos son resultados positivos de la actividad del Espíritu y de la aplicación de la Palabra inspirada. No tenemos que sentirnos aislados y atemorizados de los demás. Como Cristianos, podemos actuar en el valor y la estabilidad que el Espíritu instila.

Estoy seguro que los miembros de la comunidad de Wheaton seguirán queriéndome como parte de sus vidas. Esta es mi familia y mi comunidad. Cuando alguien dentro de la comunidad de Wheaton solo se sirve de los medios de comunicación para expresar su ira contra la institución sin primero hablar con la comunidad de Wheaton, tengo problema con esa manera de hacer las cosas. Argumentar o debatir, ya sea en persona o en línea, raramente edifica al mismo nivel que lo hace una conversación de corazón a corazón en persona. Al referirnos a los argumentos apasionados, incesantes alrededor de los matrimonios gays, otro amigo gay y yo dijimos en broma, “jaja, el debate.” Dos lados pueden dar sus argumentos sin fin, uno en contra del otro, sin nunca llegar a ningún acuerdo. Es necesario crear credibilidad y edificar la relación para poder hablar la verdad en amor.

Wheaton College ha sido un ejemplo sobre cómo una comunidad Cristiana puede proveer amor, cuidado, y apoyo a alguien en una posición vulnerable. Para que las comunidades Cristianas puedan animar a las personas gays a permanecer célibes, dichas comunidades van a tener que modelar con integridad las implicaciones de tales enseñanzas. No importa si la persona es gay o heterosexual, esto significa que se valorará el celibato al mismo (o aun mayor) nivel que se valora el matrimonio. En Facebook, en los mensajes, y en las conversaciones, debe valorarse altamente el celibato de Jesús. Van a tener que modelar en la palabra y en la práctica que todos los seres humanos necesitan amor y conexión—y no principalmente en el matrimonio y en las relaciones de noviazgo. Si esto no sucede, los Cristianos LGBT no se van a convencer. A nadie le gusta un doble estándar. Puesto que no es bueno que nadie este solo (Génesis 2:18), las personas gays no van a tener lo mejor que Dios tiene para ellos hasta que encuentren un sentido de acompañamiento íntimo, al igual que respeto para sus experiencias y su vocación singular.

Después de salir del closet y declarar que era gay seis veces distintas a lo largo de tres años en la comunidad de Wheaton, he llegado a sentirme mucho más integrado entre la gente de Wheaton y, en maneras complejas, más alineado con la misión de la universidad. Esto ha ocurrido gracias a, y no a pesar de, haberme declarado gay. Durante mis años de estudiante en Wheaton, obtuve un nivel más sano mental, intelectual, social, emocional, y espiritualmente. Cuando trataba de mantener mi orientación en secreto, me aislaba de las personas que me iban a amar y aceptar. Cuando di el paso y salí a la luz en exhausta honestidad, encontré una comunidad marcada por la paciencia y la gracia. Me van a ser fieles no importa lo que cualquier persona diga, y hoy ellos forman una parte dadora de vida de mi identidad.

Tyler Streckert se graduó de Wheaton Graduate School en 2015 con una maestría en historia. Ahora vive en Wisconsin.

Kenneth Bae: Mi historia de fe en un campamento para prisioneros en corea del norte

Por qué la oración de este misionero cambió de “Envíame a mi hogar, Señor” a “Úsame.”

Christianity Today June 24, 2016
Imagen: Micah Kandros / Courtesy of W Publishing Group

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

¿Un cristiano perseguido ha tenido alguna vez un campeón tan improbable como Dennis Rodman? El antiguo excéntrico estrella de la NBA hizo un cameo en el drama que rodeaba a Kenneth Bae, un misionero americano acusado de tramar derrocar el gobierno de Corea del Norte y que fue condenado a 15 años de trabajo forzado. Poco después de su sentencia en abril del 2013, Rodman—que ha visitado varias veces a la aislada nación y afirma tener amistad con el líder huraño, Kim Jong-un—hizo una petición urgente a través de Tweeter: “Le estoy pidiendo al líder supremo de Corea del Norte o como yo le llamo ‘Kim,’ que me haga un favor y que deje libre a Kenneth Bae.” (El temperamental baloncestista más tarde negó su apoyo durante una irritante entrevista de CNN.)

Al tiempo de su captura, Bae estaba visitando Corea del Norte por la 15a vez en dos años como guía de su empresa de turismo en Corea del Norte. Bajo el estandarte de Nations Tours, como 300 cristianos habían visitado Rason, una zona de economía especial que permitían inversiones internacionales. Bae esperaba enseñarles el país y animarlos a que comenzaran a orar por él, y al mismo tiempo traer inversiones de renta fija al gobierno. El arresto de Bae sucedió cuando entró al país con un disco duro externo lleno de archivos y fotos que documentaban obra misionera. Las autoridades se apoderaron de las referencias que se hacían de Operation Jericho, un plan de movilización de oración que aludía a metáforas militares, para justificar cargos de insurrección. Puesto en libertad en noviembre del 2014 después de intensa presión política americana, Bae fue el preso que pasara más tiempo en la prisión en la historia de Corea del Norte. Habló con el asistente editorial de CT Morgtan Lee sobre su encarcelamiento, su continuo amor por la gente de Corea del Norte, y su nueva autobiografía, Not Forgotten (Thomas Nelson).

¿Qué lo hizo ser misionero?

En 1984, asistí a un retiro con el tema “A vision in Christ.” Comencé a preguntarle a Dios lo que yo llegaría a ser, y la palabra que recibí fue pastor. No obstante no estaba seguro de lo que eso significaba.

Después de recibirme de la preparatoria, asistí a un retiro organizado por algunas iglesias chinas. El orador invitó a los que desearan dedicar sus vidas para la misión en China que pasasen al frente. Había como 500 personas en el auditorio, y yo fui el primero que pasó a la plataforma. Desde entonces, he sabido que Dios me estaba llamando a ser misionero en China.

Cuando usted crecía en Corea del Sur, ¿Qué aprendió sobre Corea del Norte?

Se nos enseñó lo malo del comunismo. Entre 1997 y el 2003, aprendí por los medios de comunicación del Occidente y los de Corea del Sur sobre la gran hambruna de Corea del Norte, principalmente sobre la gente muriendo de hambre. Fue impactante escuchar de los desertores y los misioneros que [los cristianos surcoreanos] habían estado trabajando allí. En el 2005, visité una ciudad fronteriza china que se llama Dandong. Fue entonces cuando por primera vez sentí el llamado especial para Corea del Norte.

¿Tuvo miedo cuando entró a Corea del Norte por primera vez?

Yo había estado viviendo en Dandong por algunos años, pero nunca había estado al otro lado de la frontera. Estaba nervioso. Sin embargo, una vez que pude mostrar que tenía invitación del gobierno, no fue tan tenso. Mi próxima visita fue de explorar la idea de llevar turistas a Corea del Norte. Esto sí me dio un poco de miedo. Éramos sólo yo, mi esposa, y otra pareja. Pero aún teníamos la aprobación directa del gobierno.

¿Cómo era el campo de trabajos forzados?

Al principio, no sonaba tan mal. Había estado en aislamiento en Pyongyang por cinco meses—No veía a nadie excepto al guardia y al abogado. Lo que había escuchado con respecto a los campos de trabajo forzado era bastante horrible, pero al mismo tiempo, pensé, cuando menos tendré a otras personas en mi celda. Cuando llegué, yo era el único prisionero. Se me asignó un cuarto para mí solo, dividido en tres secciones: una pequeña sala con un televisor y un escritorio, el dormitorio, y el baño. En las mañanas, me levantaba a las seis, me aseaba, y me alistaba para el desayuno. Luego tenía una hora antes de ser enviado a trabajar en el campo. Todos los días me vestía de la armadura completa de Dios a través de leer la Biblia, adorar y orar, y pedirle al Señor fortaleza y protección.

Trabajé en un sembradío de frijol, arando y plantando semillas. La tierra era mitad piedra. De lunes a sábado, trabajaba ocho horas diarias, con pocos descansos y una hora para la comida. El domingo podía descansar, pero sólo se me permitía sentarme y ver televisión, y sólo unas cuantas horas para leer y lavar ropa.

Después de algunos meses de esa rutina, perdí mucho peso. Por lo que me enviaban al hospital, donde volvía a ganar algo de peso, y luego me regresaban al campo de trabajos. Era como un yoyo, perdiendo 20 libras aquí y luego volviendo a ganar 10. Sufría de desnutrición, artritis, y otras complicaciones.

¿En qué pensaba mientras trabajaba en los campos?

Había cuando menos dos o tres guardias vigilando cerca. Era muy intimidante. Pero una vez que calentaba, se alejaban para buscar sombra o lugar donde sentarse. Principalmente, me concentraba en el trabajo que se me había asignado, ya fuera que trabajara en el campo de frijol, aplastar fresno, escarbar pozos, mover rocas, o limpiar la carretera. Pensaba, sólo tengo que tomar un día a la vez.

El pensar sobre la familia o gente en mi ciudad era difícil. Así que traté de bloquear esos pensamientos. Frecuentemente sólo cantaba—distintos cantos de alabanza, canciones de Elvis, y canciones que me gustaban cuando estaba en el coro de la preparatoria. Después, recibía una carta de mi maestro de coro, que había estado pensando en mí y buscaba apoyo de nuestras amistades en la iglesia y gente de la escuela.

¿Pudo forjar relaciones con los guardias o el personal?

Todos sabían que yo era misionero y pastor. Habían escuchado sobre los cristianos, pero nunca habían visto un verdadero cristiano entre ellos. Yo mismo me recordaba que aunque era prisionero, aún era un misionero.

Oficialmente, era conocido como Prisionero 103, o sólo “103.” Pero cuando estábamos solos, a veces me decían, “¿Pastor, puedo hablar con usted?” Y hablábamos sobre algunos problemas de la casa. Daba consejería familiar o prematrimonial. Un guardia tenía un hijo adolescente que se enfermaba mucho. Así que le aconsejé sobre tomar la vitamina C.

Una vez, supe que un embajador de derechos humanos vendría a negociar mi rescate. Yo estaba muy emocionado, y básicamente les dije a los guardias, “Me iré a casa pronto. Gracias por todo.” Canté una canción de despedida en coreano: “Adiós. Adiós. Los veré de nuevo la próxima vez.” Uno de los guardias dijo, “No se vaya. Somos afortunados de que usted esté aquí. Quédese un poco más, porque nos gusta hablar con usted.” Les dije que entre más pronto me fuera, más pronto podía regresar—pero no como prisionero. Habíamos comenzado a formar una verdadera amistad. Ellos se dieron cuenta, “Él es misionero, y no está del todo mal.”

¿Se convirtió alguien de la guardia o del personal?

No que yo sepa. Era cauteloso sobre compartir el evangelio, porque si alguien aceptaba a Cristo y alguien más se daba cuenta, esa persona iría a la prisión. No obstante la gente preguntaba, “Nosotros somos los guardias y usted el prisionero. ¿Cómo es que usted se mira más feliz que nosotros?” ¿De dónde viene su gozo?”

Un día, un guardia dijo, “Pastor, si yo creo en Dios como usted, ¿en qué me beneficia?” Otro preguntó, “Si yo quiero creer en Dios, ¿cuánto tengo que pagarle a la iglesia?” Le expliqué que no hay precio—que Dios quiere escuchar y contestar nuestras oraciones, protegernos, y proveer para nosotros. Nunca habían escuchado algo como eso antes.

Al final de la conversación, alguien dijo, “Usted dijo que Dios contesta sus oraciones. Pero si Dios es real, ¿entonces por qué aún está usted aquí?” Le expliqué que Dios tiene diferentes planes. “Quizá,” dije, “en sus planes está usted. ¿Cómo sabrá usted de Dios a menos que yo esté aquí?” Dijo, “Es verdad. Nunca había escuchado algo como esto antes.”

La mayoría del tiempo, no podía compartir el evangelio directamente. Sin embargo esperaba que los guardias vieran el evangelio en mí, para que algo sucediera aun sin que yo compartiese la Palabra. Cuando me fui, un guardia me dio un apretón de manos, y ambos dijimos, “Quiero volver a verlo.” Se me salían las lágrimas, sabiendo que Dios tenía un plan para mi tiempo en Corea del Norte.

¿Qué pensó usted de la intervención de Dennis Rodman?

Algún día, me gustaría darle las gracias en persona. Él cuando menos pensó que estaba tratando de ayudar. A causa de su intervención, los medios de comunicación le dieron más atención. Obviamente, no vi su entrevista en CNN. [Rodman se agitó después que el presentador del programa Chris Cuomo le preguntara si continuaría abogando por la libertad de Bae durante su viaje a Pyongyang a un juego amistoso de baloncesto.] Pero yo lo vi por la televisión de Corea del Norte. Había como 25,000 personas en el auditorio para el juego. Y Rodman estaba sentado en seguida de Kim Jong-un, fumando puro. Era increíble. Nadie en Corea del Norte puede hacer eso. Antes del juego, le cantó a Kim Jong-un “Feliz Cumpleaños.” Filmaron un documental y lo pasaron cinco veces esa semana.

Como diez días después, el procurador vino a mi cuarto en el hospital y dijo que el gobierno estaba muy disgustado que los medios de comunicación occidentales estuvieran acusando a Corea del Norte de tener preso a un hombre inocente, todo por la entrevista de Rodman. Me exigió que diera una conferencia de prensa para aclarar el asunto, y prometió que me dejarían en libertad si lo hacía. Pero en cambio, me enviaron de nuevo al campo de trabajos forzados, en pleno invierno. Me quebraba el alma. Pero creo que toda esta atención provocó negociar más por mi libertad. El Presidente Obama me mencionó durante el Desayuno Nacional de Oración [National Prayer Breakfast, 2014].

¿Pudieron los cristianos estadounidenses haber hecho más para apoyarlo?

No creo. Estaba abrumado al saber cuántas personas estaban pidiendo mi libertad. Durante esos años en Corea del Norte, nunca sentí que estuviera solo o abandonado, porque podía sentir sus oraciones y apoyo. El poder y la presencia de Dios estaban conmigo.

Recibí más de 450 cartas. No tan sólo de estadounidenses, sino también de alrededor del mundo. Fue de tremenda ayuda, especialmente cuando comencé a perder la esperanza. Cuando regresé a casa, mucha gente me reconoció. Decían, “Hemos estado orando por usted.”

¿Cómo afectó esta experiencia a su hermana, Terri?

Su experiencia fue sumamente difícil. Se convirtió en la voz de mi libertad, la portavoz de mi familia. Ella enseña inglés a nivel de universidad, y hubo veces que tuvo que reducir su horario de clases, o tomar días libres.

La adaptación fue difícil, no obstante la hicieron más fuerte y más capaz de confiar del Señor. Después que regresé a casa, mucha gente me dijo que habían pensado que ella era abogada, porque sabía cómo ir con CNN y compartir sobre mi situación. Esta experiencia ha hecho a nuestra familia más fuerte, y estamos más cerca que nunca. Creo que es verdad lo que la Biblia dice, que Dios dispone todas las cosas para nuestro bien (Rom. 8:28).

¿Qué acerca de su esposa, Lydia, y sus hijos?

Esos dos años fueron devastadores para mi esposa, principalmente los primeros meses. Ella no tenía ninguna idea donde yo estaba o si regresaría, porque no le podía llamar ni escribir. Cada mes ella esperaba buenas noticias.

Mas yo había dejado mucho trabajo en nuestro ministerio de turismo en Dandong, por lo que ella tuvo que tomar la responsabilidad y tomar mi lugar. Tomó la iniciativa y descubrió aún un corazón más grande para Corea del Norte y China.

También fue difícil para mis hijos. Estuvimos separados por bastante tiempo cuando yo estaba viviendo en China, pero cada Navidad y verano, pasábamos tiempo juntos ya fuera en Hawaii o Seattle. Después de que llegué a casa, le dije a mi familia que antes de estar en la prisión, sentía como que los estaba descuidando. Así que prometí dedicar todo el 2015 para pasar tiempo con mi familia.

¿Qué tipo de trabajo está usted hacienda en este momento?

Aún estoy trabajando con Juventud Con Una Misión. También estoy comenzando una ONG principalmente para los refugiados norcoreanos y sus hijos, para ayudarles con sus necesidades educativas y económicas. Después que se reubican, a menudo se les descuida o aísla. Espero establecer lazos entre la iglesia y los refugiados.

¿Tiene planes de regresar a Corea del Norte?

Quiero regresar como una bendición en vez de una amenaza. Pero no creo que el gobierno me deje regresar como misionero. Necesitamos continuar acogiendo la gente de Corea del Norte, que vive bajo tales tinieblas y opresión. Esperemos que yo sea parte de eso, pero hasta este punto parece ser imposible.

¿Qué lecciones sobresalen más de su experiencia?

Después de un año de prisión, dudaba que algún día regresara a casa. Mi madre me envió una carta diciéndome que tuviera fe como la de Daniel y sus tres amigos. Por lo que comencé a pensar si Dios quería que me quedara en Corea del Norte. Aprendí a decir, “Señor, tú conoces mi corazón—que no se haga mi voluntad sino la tuya. Renuncio a mi derecho de regresar a casa, y te encomiendo mi familia.” Mi oración cambió de “Envíame a casa, Señor” a Úsame, Señor.”

Después de eso, Dios comenzó a abrir puertas para que me conectara con mis captores. Estaba formando relaciones genuinas. Quiero que los lectores sepan que Dios es fiel—que pasamos por dificultades en la vida, pero que Dios nunca nos deja, ni abandona. Necesitamos dejar que el Señor haga su obra, y luego depender en Él durante los tiempos de dificultad, ya sea en una prisión de Corea del Norte o algo más. Escribí no tan sólo para describir mi tiempo en Corea del Norte, sino también para recordarle a la gente que con Dios siempre hay esperanza.

Dios no me olvidó. Él no ha olvidado a la gente de Corea del Norte. Él quiere que continuemos recordando a los que están en tinieblas. Como el cuerpo de Cristo, necesitamos respaldarlos, orar por ellos y apoyarlos, amarlos como Cristo nos amó. Siento que ese es mi llamado ahora. Tanta gente abogaba por mi libertad, y mi trabajo es ser la voz de los que no tienen voz.

La salud es mucho más que el peso

La salud de nuestro cuerpo no puede ser reducida a una cifra en la báscula.

Christianity Today June 23, 2016
Azamatovic / Shutterstock

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

¿Qué es peor: estar con sobrepeso o estar avergonzado por estar con sobrepeso? En los últimos años, algunos defensores han rogado que tomemos un nuevo concepto al tratar con la obesidad. Argumentan que la vergüenza sobre el tamaño de cuerpo sólo hace que la gente con sobrepeso esté más ansiosa, deprimida, y propensa a los desórdenes alimentarios. Algunos incluso hasta argumentan que la obesidad no es un problema real.

La investigación más rigurosa, sin embargo, aún identifica la obesidad (definida como un alto porcentaje de grasa corporal) como un peligro para muchas enfermedades y muerte prematura. (Cabe señalar que muchos de los que le restan importancia a la obesidad reciben dinero de la Coca-Cola.) Y el exceso de peso no es el único problema. La gente que no come sanamente y no hace ejercicio también está más propensa a las enfermedades como la diabetes, aun cuando su metabolismo le permite mantener un peso normal.

Pero he aquí algunas noticias alentadoras: la investigación sugiere que la gente que cambia su estilo de vida pero no pierde peso (o que sólo pierde entre el 5 y 10 por ciento), aun así, reducen sus problemas de salud si mantienen un estilo de vida saludable. Y esto provee posibilidades para las iglesias locales.

Las comunidades cristianas no siempre han enseñado un punto de vista holístico sobre para qué son nuestros cuerpos. Existe el problema a menudo observado de que raramente predicamos tan fervientemente sobre la glotonería como lo hacemos sobre la inmoralidad sexual. Por supuesto, si el sembrar el temor y el legalismo no funcionan para el sexo, no deberíamos intentar hacerlo funcionar para los alimentos. En cambio, los líderes de las iglesias pueden enseñar que los alimentos y el sexo son para gozarlos tanto como fueron hechos para sustentar vida. Como tal, ambos requieren que adoptemos disciplinas que honren nuestros límites creados.

Además, las iglesias locales pueden tratar aspectos en el centro de la relación no saludable con los alimentos. Muchos de nosotros comemos de más o mal comemos para lidiar con el estrés o la soledad—que a su vez pueden resultar ser tan malas como el fumar. Los alimentos a menudo se usan para lidiar con formas de trauma más graves. Como por ejemplo, las víctimas de abuso sexual están mucho más propensas a la obesidad, al tratar de protegerse consciente o inconscientemente a través de hacerse menos atractivas físicamente. Si los alimentos son uno de los pocos placeres, o medios de protección, con lo que la persona puede contar al momento, no es probable que su conducta cambie a través de sermones o cátedras sobre problemas de diabetes o enfermedad cardíaca.

El animar a alguien a tomar un enfoque saludable a los alimentos, por lo tanto, involucra entender las necesidades emocionales que al presente los alimentos llenan, y encontrar formas de alimentarse mejor, juntos. Esto puede significar proveer cuidado (o referencias) por problemas de salud mental grandes o pequeños; rendir cuentas unos a otros para guardar el día de reposo; y hablar verdades espirituales al dolor que muchos de nosotros cargamos de nuestro pasado. Todas estas sugerencias son de mayor ayuda que directa o indirectamente avergonzar a la gente sobre la medida de su cintura.

Al igual que muchos otros hábitos malos, el comer no saludablemente se alimenta del aislamiento. Es mucho más fácil contenernos de la glotonería cuando compartimos los alimentos. Es lo mismo con el ejercicio: todos deben hacerlo, sin importar su peso, y a menudo es más fácil hacerlo juntos. El buen comer y el ejercicio regular tienen que ver con tomar cuidados de los cuerpos que Dios nos dio, no tan sólo de alcanzar un cierto tipo de cuerpo. Los delgados y los no tan delgados pueden deleitarse con gozo si todos buscamos comer en una manera sana.

Nuestros hábitos alimenticios están cimentados en motivos y decisiones individuales, no obstante hay fuerzas más grandes obrando en lo que comemos. Nuestras preferencias por el azúcar y la sal sin duda son formadas por la gente que hace más dinero cuando consumimos mucho de ello. Un impuesto en las bebidas dulces puede parecer como que la intervención del gobierno ha ido demasiado lejos, hasta que uno considere que eso sencillamente provee un control a los poderosos incentivos comerciales para vender calorías “vacías” sin valor nutritivo. Y los gobiernos locales juegan un papel esencial en formar los vecindarios donde vivimos. El hacer decisiones a escala de cuadras, pueblos, y ciudades enteras marcan una gran diferencia: estaremos más sanos si podemos caminar más a menudo en vez de conducir, y si hay alimentos saludables accesibles para las personas que al presente no los pueden obtener.

El error principal de una sociedad tecnócrata es de obsesionarse con las cifras—libras, calorías, porcentajes, pasos diarios—en vez de abordar los motivos y deseos de las personas detrás de las cifras. Sin embargo, el cuerpo de Cristo nos puede pedir cuentas, no principalmente por la forma en que nos vemos, sino más bien por la forma en que cuidamos de nuestros cuerpos.

Matthew Loftus enseña a obreros de salubridad y ejerce medicina familiar en el Sudán del Sur con su familia (MatthewandMaggie.org).

Cómo explican la neurociencia—y la Biblia—la vergüenza

El psiquiatra Curt Thompson examina esta complicada emoción.

Christianity Today June 23, 2016
panic_attack / iStock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Los norteamericanos parecen estar perpetuamente interesados en el tema de la vergüenza. Como menciona Curt Thompson, “hace 25 años, John Bradshaw escribe el libro Healing the Shame That Binds Us [Sanar la vergüenza que nos ata]. Vende miles de millones de copias. Pasan otros 25 años, Brené Brown publica Daring Greatly [Atreviéndose Grandemente] y nos pareciese que nunca antes habíamos escuchado dicho tema. Thompson, el autor de The Soul of Shame [El alma de la vergüenza], publicado por InterVarsity Press), predice que en 25 años, “alguien va a descubrir la vergüenza otra vez.”

Thompson, un psiquiatra que se interesa en la intersección entre la neurobiología y la formación espiritual Cristiana, conversó con el editor de CT Rob Moll sobre las lecciones inesperadas del Huerto del Edén, cómo la vergüenza se compara con la culpa, y la manera directa en que la vergüenza inhibe nuestra creatividad.

¿Qué es la vergüenza, exactamente?

La mayor parte de la gente dice que la vergüenza es cuando nos sentimos apenados, humillados, o incómodos. Aunque quizás pensemos en grandes eventos públicos humillantes, la realidad es que la mayor parte de la vergüenza ocurre dentro de tu cabeza docenas de veces cada día. Es silenciosa, sutil, y se caracteriza por la conversación callada de auto-condena que aprendimos desde que éramos niños.

El neuropsicólogo Allan Schore describe la vergüenza en términos de un automóvil. Imagínese un auto con una transmisión estándar. Tenemos el acelerador, el freno, y el cloche. En cualquier momento en que nos movemos hacia delante en la vida, nuestra tracción parasimpática—nuestro estado relajado—está literalmente en simpatía con nosotros, obrando como el acelerador mientras aprendemos y lidiamos con el mundo, sea que seamos un niño de dos años admirando unas begonias o profesionales frente a una junta de la directiva intentando avanzar una idea. Cuando estamos en movimiento hacia delante, nuestro sistema parasimpático está prendido y en marcha.

Cuando experimentamos vergüenza, interrumpe el sistema de tracción parasimpático, que opera nuestro pensamiento racional, nuestra empatía, y nuestro involucramiento social positivo. En lugar de eso, la vergüenza dice “no” de tal manera que activa la tracción simpática—el sistema de lucha o huida—del cerebro de la persona. En este ejemplo, el sistema simpático funciona como el freno—pero sin el cloche. Ya que la labor del sistema simpático es apagar todo, típicamente ese “no” significa no solo que vamos a disminuir la velocidad, sino que es posible que el motor falle, perjudicando nuestra habilidad para lidiar con otros aspectos de la vida en una manera sana.

El estrés también afecta nuestro sistema nervioso simpático. ¿Por lo tanto, qué tiene de singular la vergüenza?

La vergüenza también activa circuitos en el hemisferio cerebral derecho y el lóbulo temporal, que son las partes del cerebro que nos ayudan a percibir la emoción. Experimentamos vergüenza con mayor fuerza en miradas, tonos de voz, y lenguaje corporal en lugar de las palabras literales.

En cambio, la vergüenza puede hacer que se me dificulte moverme. Me volco a mi interior y me alejo de los demás, desintegrándome de ellos. Nuestros cerebros nos ayudan a percibir, sentir, y a interactuar con otras personas. Cuando nos ataca la vergüenza, esos sistemas literalmente se salen del carril, y es bastante dificultoso volver a hacerlos entrar en el carril.

¿De qué otras maneras nos inhibe la vergüenza?

La intención del maligno no es tan solo hacernos sentir peor de lo que debiéramos sentirnos—es devorar el universo. Lo quiere todo. Y si ese es el caso, y si fuimos creados para crear (como imitadores de Dios), la cosa más poderosa singular que hace la vergüenza es truncar nuestra capacidad para crear.

¿De qué manera trata Dios la vergüenza en la Biblia?

Al ver el panorama de la Biblia en toda su amplitud, el que Dios viniera a buscar a Adán y a Eva al Huerto, y que Dios viniera a este mundo encarnado en Jesús (Emmanuel, Dios con nosotros) es significativo porque dichos actos sugieren su deseo de estar con nosotros, aun en nuestro pecado. La vergüenza nos aleja de los demás, en lugar de movernos hacia los demás. Pero vemos a Dios responder a nuestra vergüenza sacándonos de ella y llevándonos a una comunión primeramente con Él y luego con los demás.

¿Qué podemos hacer para permitir que Dios nos sane de nuestra vergüenza?

Podemos contar nuestras historias, incluso las vergonzosas, en comunidad. El primer versículo de Hebreos 12 alude a una “gran nube de testigos” que nos permite que “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” ¿Quiénes son esta “gran nube”? Son los grandes ejemplos de la fe—Abraham, Moisés, Rahab, y otros que se mencionan en el capítulo 11. Pero también incluye los Cristianos de hoy que me conocen profundamente y en quienes confío personalmente. Estos son individuos a quienes les permito que vean todo lo que hay que ver en mí.

Frecuentemente mencionamos las cosas para domar las cosas. La vergüenza nos hace sentir una variedad de emociones que no queremos reconocer, mucho menos expresar en la presencia de otros. Pero cuando lo hacemos, reducimos la ansiedad.

Una comunidad real nos ayuda a hacer esto. Permite que otros digan, “Mira, Curt. Pon atención a esto. Tú eres hijo de Dios a quien Él ama y en quien tiene complacencia.” Esto requiere un gran esfuerzo. Pero me convenzo más eficazmente que Dios verdaderamente me ama cuando escucho amor en la voz de alguien de carne y hueso quien acaba de escuchar mi peor vergüenza.

Dices que debemos decir “no” a las cosas que nos avergüenzan. ¿Cómo es eso?

Hace poco me encontraba sentado cenando con un grupo y presencié como uno de los varones desvió un halago que alguien le hizo. Me habían invitado a la cena como participante pero también como observador. Puse un alto a la conversación y dije, “¿Qué fue eso?” Le pedí que me explicara el halago desviado. Eso nos llevó a hablar sobre la vergüenza y cómo él verdaderamente no creía que el halago que le habían hecho era verdad—cuando lo cierto era que todo mundo pensaba que sí lo era. En este caso, decir “no” significaba identificar la razón por la cual esta persona desvió el halago, que, en este caso, era a razón de su propio sentido de vergüenza. En cuanto identificamos la causa, él puede responder diferentemente—en lugar de desviar el halago, puede responder aceptándolo y aprendiendo a creer que el halago es verdadero.

Hay una diferencia entre las personas que vienen con un psiquiatra y que quieren estar sanos y aquellos que no quieren estar enfermos. Muchas personas vienen y solo dicen que no quieren estar enfermos, pero no quieren cambiar sus vidas o aprender como decir “no,” porque estas son prácticas que están profundamente arraigadas y son muy difíciles de vencer. El paciente simplemente no quiere estar avergonzado. No puedes admirar un pastel y comértelo al mismo tiempo; hacer el tipo de cambios que se requiere es la tarea de toda una vida.

La vergüenza no puede tolerar transparencia. Cuando hablo de formar comunidades confesionales, fuertes de bondad y belleza en la iglesia, significa que estamos allí para hablar de cualquier y toda cosa que tenemos en común dónde la vergüenza quiera fijar un punto de apoyo. Eso no quiere decir que tenemos una sesión de terapia de grupo en la oficina del pastor. Pero hasta el punto que estemos dispuestos a contar la historia real sobre todo lo que hay en nosotros allí donde estamos, creamos todo tipo de oportunidades para que la vergüenza de otras personas sea sanada.

Una de las preguntas comunes que le hago a los grupos es: Si no fuese posible que te sintieras avergonzado, ¿qué tipo de riesgos tomarías? ¿Qué empresa creativa emprenderías ahora mismo? Ni idea tienes de lo que harías, porque has estado practicando solamente el manejar la vergüenza como siempre lo has hecho.

Brené Brown distingue entre la culpa y la vergüenza: Culpa es cuando decimos “metí la pata”; vergüenza es cuando decimos “soy una persona terrible.” ¿Le suena verdadera esa diferencia?

La vergüenza empieza tan tempranamente como a los 15 a 18 meses de edad. Sin embargo, los cerebros de los niños no se han desarrollado lo suficiente para que ellos puedan percibir lo que llamamos “culpa” sino hasta entre los tres y los cinco años de edad. A los cuatro años de edad, ya tengo una sensación de mí mismo separado de la cosa que he hecho. Mi mente está ya lo suficiente sofisticada para estar consciente de alguien más y de mi propia capacidad para herirlos.

Una de las cosas interesante sobre la culpa es que mueve a las personas hacia otras personas para decir, “lo siento,” porque añoran reconectarse. La vergüenza hace todo lo contrario. La vergüenza nos aleja, y funcionalmente, por lo tanto, funge un papel mucho más devastador.

Si te hago daño, me puedes absolver de culpa. Puedes decir, “te perdono,” y puedo recordar eso y conectarme contigo. El problema es cuando me encuentro solo conmigo mismo y con mis pensamientos en mi cabeza. Puede ser que intelectualmente yo sepa que me has perdonado, pero aun así puedo sentir una vergüenza profunda que va más allá de un remordimiento saludable.

Es por esto que la crucifixión y el cuerpo desnudo de Cristo es algo muy importante. Aun en nuestras obras de arte que representan el evento, no lo mostramos totalmente desnudo. Le ponemos un manto, y está bien que lo hagamos, pero eso sugiere que no queremos que Dios se atreva a tanto. Pero sí lo hace. Dios mismo se sometió a la vergüenza de la Cruz. Él ha estado allí. Y Él dice, “estoy dispuesto a ir contigo hasta donde ni tú mismo estás dispuesto a ir.”

Cuando nuestra vergüenza es a causa de haber hecho daño a alguien más, dices que la restitución es parte del proceso de sanidad. ¿Por qué?

Cuando hemos hecho algo para hacerle daño a alguien y la vergüenza—en lugar de la culpa—se asientan en nuestro interior, es entonces que el mal explota la situación. Empezamos a obsesionarnos sobre lo mal que nos sentimos y nos imaginamos que la persona que hemos ofendido quiere que nos sintamos mal. Pero frecuentemente el partido ofendido, especialmente aquel que nos ama, en realidad no quiere que nos sintamos mal toda la vida. Ellos quieren que yo arregle el problema y que ponga las cosas en su lugar. La restitución, por lo tanto, quita mi atención de lo que yo me imagino que ellos sienten hacia mi persona y la pone en hacer algo por arreglar las cosas.

Pero el mero hecho de hacer eso exige que yo confíe en un futuro que no puedo controlar. Hace que broten pensamientos sobre cómo pueden salir mal las cosas. Se requiere práctica para vencer este patrón.

¿Es la vergüenza buena en algún momento?

La vergüenza es útil de la misma manera que el dolor es útil neurológicamente. ¿Diríamos que el dolor es bueno?

Aunque la vergüenza surgiera en la conversación entre la mujer y la serpiente, como me parece a mí, asume que Dios ha hecho la vergüenza parte de la creación para servir como un tipo de señal, una señal de aviso o alarma. Yo pienso que la vergüenza es un indicador o presagio del abandono. Y como tal, sirve para advertirnos, para que nos aseguremos. En el desarrollo neural, la vergüenza ayuda a enseñarnos control propio.

Pero a fin de cuentas, la pregunta que tengo para todo aquel que la experimenta es: ¿Qué haces en respuesta a la vergüenza? Como tal, el asunto más importante no es que experimentamos vergüenza, sino lo que hacemos en respuesta a ese sentir. El problema es, desde mi perspectiva, que hemos practicado la vergüenza por tanto tiempo que raras veces sirve un buen papel. Solemos seguirle el paso a la vergüenza hasta que nos hace caer en el proverbial pozo del conejo.

Cuando se hace la pregunta de qué hacer con la vergüenza, se asume lo siguiente: “Si nos deshiciéramos de la vergüenza en su totalidad, ¿No terminaríamos haciendo todo tipo de cosas horribles por las que deberíamos avergonzarnos, cosas que no hacemos simplemente porque la vergüenza nos detiene?” Lo interesante de asumir esto es que si verdaderamente queremos en serio deshacernos de toda vergüenza, no haríamos casi ninguna de las cosas que tememos hacer—porque muchos de esos comportamientos surgen de la vergüenza en primer lugar.

Dado nuestro entendimiento de la neurociencia de la vergüenza, ¿podemos prevenir sentir vergüenza nosotros mismos?

Mi experiencia con pacientes y en mi propia vida es que sí, sí podemos cambiar la naturaleza de cómo respondemos al estímulo que llega a nosotros desde dentro y fuera de nuestro pellejo. No creo que podamos un día llegar al punto en que seamos absolutamente inmunes a la vergüenza, pero ese no es el punto. El punto es lo que hacemos cuando la experimentamos.

Es allí exactamente donde la vulnerabilidad juega un papel vital. No se le da al mal ningún oxigeno para respirar donde se le da la oportunidad a la vulnerabilidad de acampar en un espacio seguro y predecible. Esta es la idea en su totalidad detrás de la descripción de Adán y Eva: “estaban ambos desnudos … y no se avergonzaban.” La trinidad hace el máximo remix de esto en el Viernes Santo/Semana Santa/Ascensión, como lo deja grabado Hebreos 12:2 al decir que Jesús “menospreció” la vergüenza de la Cruz.

La naturaleza de la vergüenza es dividir, separar, aislar, tal como el mal lo desea. La sanidad de la vergüenza no es primeramente sobre sanar la vergüenza, sino sobre llegar a ser más integrados, más conectados, más amorosos los unos con los otros; sanar de la vergüenza es el resultado secundario. En esta sanidad y conexión incrementada, nos damos el espacio para una creatividad mayor y más poderosa vía una conexión en comunidad. Necesitamos a los demás para que nuestra vergüenza pueda ser sanada y para que nosotros tengamos la oportunidad de ir más allá dejándola atrás—lo cual creo que podemos hacer.

Ajith Fernando: Cómo los líderes de las iglesias pueden servir a la familia de Dios sin descuidar las suyas propias

¡‘Es un gran acto de malabarismo, y no pienso que nadie en el mundo esté perfectamente equilibrado!’

Christianity Today June 23, 2016

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Muy a menudo, los líderes de las iglesias estadounidenses salen en las noticias por fallarles a sus cónyuges, hijos, y congregaciones. Otros se rinden bajo el estrés de dirigir a una iglesia junto con el de criar a una familia. Como líder de muchos años de Juventud para Cristo Ajith Fernando demuestra en The Family Life of a Christian Leader (Crossway), que estos problemas no ocurren sólo en el Occidente. Por varios años, Fernando se ha dedicado a aconsejar y fungir como mentor para los líderes de las iglesias y sus familias en su natal Sri Lanka. Megan Hill, autora de Praying Together: The Priority and Privilege Of Prayer in Our Homes, Communities, and Churches, conversó con Fernando sobre la importancia de que las familias del ministerio expresen amor, cultiven la hermosura, y tengan diversión.

¿Cómo la vida familiar de los líderes cristianos es distinta a la de otros cristianos?

Los líderes de la iglesia enfrentan un desafío especial de compromiso. Tienen que preguntarse a sí mismos, “¿Estoy lo suficientemente comprometido para soportar la tensión de ser buen padre o madre a la vez que también cuido de otras personas?”

El vivir para otras personas puede ser muy difícil para los hijos y los cónyuges. Los líderes de las iglesias a menudo enfrentan expectativas irrealistas. ¡Es un gran acto de malabarismo, y no creo que nadie en el mundo esté perfectamente equilibrado! Como todos los que trabajan por largas horas, estamos cansados cuando llegamos a casa, y no tenemos ganas de mostrar un amor vivo y sacrificial. Sin embargo ese es el lugar más importante para mostrar amor.

La oración es lo más importante que hago. Si no paso tiempo a solas con Dios, no tendré la fuerza para hacer el ministerio y cuidar de mi familia. Sin la oración, ya me hubiera agotado desde hace mucho.

Es común escuchar sobre el resentimiento en las familias ministeriales. ¿Cómo pueden los líderes cristianos ayudar a sus familias a amar a la iglesia?

En Sri Lanka, la gente tiene ciertas expectativas de los hijos de los líderes de la iglesia. Señalan, “¡Oh, tú eres hijo de pastor! Deberías saber la respuesta.” Más mi esposa y yo jamás les dijimos a nuestros hijos que deberían hacer algo porque eran hijos de ministros. Deben orar, no porque sean hijos de obreros cristianos, sino porque la oración es buena para uno.

Tratamos de asegurarnos que nuestros hijos estuvieran felices de que estuviéramos en el ministerio. Si yo no podía hacer algo o a asistir a alguna actividad de mis hijos, siempre expresé tristeza. Nunca dije, “No puedo asistir a causa de la obra de Dios.” Eso hace a los hijos enojarse con Dios. Cuando eran niños, nunca hablamos sobre los conflictos y problemas en el ministerio.

Uno de mis catedráticos en el seminario, Robert Coleman, me dijo, “Pase lo que pase, asegúrate que tu esposa sea feliz.” Los hijos pasan la mayoría del tiempo con su madre, y si tu esposa resiente el ministerio, los hijos culparán al ministerio por la infelicidad de su hogar. ¿Y quién es responsable de que el padre esté en el ministerio? Dios. Consecuentemente, pensarán que la infelicidad es culpa de Dios.

¿Por qué anima usted a las familias en el ministerio a hacer hogares hermosos?

En nuestra cultura, mucha gente no se viste apropiadamente en casa. No hacen el esfuerzo de ser amables en casa. Como obrero entre la juventud, escucho a padres que dicen, “Mi hijo participa en su ministerio, pero en casa es muy irrespetuoso.” Fuera del hogar tenemos que actuar—aparentar ser amables. Más en casa no necesariamente tenemos que hacerlo. Realmente necesitamos trabajar para hacer un hogar hermoso, para que nuestro testimonio sea consistente.

La vida en una familia en el ministerio puede ser difícil, ¿Cómo trata usted eso?

Nos tomamos en serio la diversión. Creemos que Dios nos brinda la capacidad de divertirnos en formas que le honran. El placer es un aspecto importante en la vida del niño, y algunas veces eso me forzó a hacer cosas que no tenía ganas de hacer. Preferiría más leer un libro que jugar con mi hijo, pero el críquet es popular en Sri Lanka, y mi hijo me pedía que jugara. Y yo sabía, como padre, que debía jugar con mi hijo. Mi teología me obligaba a hacerlo, y nunca me he arrepentido.

¿Cómo podemos ayudar a los líderes cristianos a evitar ser noticia a causa de fracasos morales como el abuso y el adulterio?

Los pastores necesitan a alguien para asegurarse que la vida familiar es agradable y que son felices en el ministerio. Yo estoy en una iglesia metodista que con frecuencia cambia de ministros, y algunas veces finalmente me convierto en el mentor de mi pastor. Existe tanta soledad entre los líderes cristianos, y necesitamos brindarles amistad y afirmación.

Pero también los líderes necesitan transparencia espiritual. Como alguien que viaja a menudo, yo no sé dónde estaría sino tuviera mi vida monitoreada por mis hermanos a quienes he escogido rendirles cuentas. ¡La tentación está muy accesible en estos tiempos! Los pecados graves no se cometen repentinamente, sino normalmente después de un largo proceso de transigencia. Si hay confesión y sanación al momento que surge el problema, los peligrosos pasos que siguen de un callejón sin salida se pueden evitar.

El regalo de mi ansiedad

Cómo el miedo persistente me ha mantenido anclada en Dios.

Christianity Today June 23, 2016
Evgeny Kuklev / iStock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Mi primer recuerdo es uno de miedo. Cuando tenía cuatro o cinco años, sola en mi habitación, de repente me sobrecogió la certeza de que algo malo iba a pasar. Alcé la vista hacia los moños rosas que mi mamá había pintado en las paredes, mi estómago estaba hecho nudo. La convicción de que el futuro no sería amigable se hizo manifiesta en mi cuerpo. Era el principio de una relación de toda la vida con el miedo.

“Los sentimientos son excelentes siervos, pero son terribles amos,” escribió Dallas Willard. Esto es parte de lo que Cristo nos está diciendo cuando nos manda, “No tengan miedo” (Mateo 14:27). La amonestación de no tener miedo es el mandato repetido con más frecuencia en la Biblia. Es lo que rutinariamente nos atrae como si fuera un silogismo genial: Jesús dijo “no tengan miedo”; los cristianos obedecen a Jesús; por lo tanto, yo no tengo miedo. Dios lo dijo; yo lo creo; y punto.

Si eso fuera así de sencillo. El miedo en la forma de ansiedad (debido a trastorno de ansiedad generalizada, que es lo que tengo) es un compañero constante. El miedo persistente, irracional sobre el futuro es la mejor definición que he escuchado con respecto a la ansiedad, y se une a mí diariamente como una pelota pesada en el estómago o como un colibrí aleteando en mi garganta. Nada de lo que pueda hacer me trae alivio instantáneo. “Sé conmigo,” le pido a Dios, aunque Él ya está conmigo, y soy yo quien necesita estar con Él.

Sin embargo, a pesar de la presencia no invitada del miedo, he llegado a pensar en él como un regalo. El miedo mismo no es un regalo que quiero, pero es parte del tipo de persona que soy en mi propia fisiología, y trato como puedo, más no puedo deshacerme de él. Tan difícil como ha sido—los ataques de pánico, la impotencia, el aislamiento—cada episodio de ansiedad me ha acercado más al Dios que es un Gran Consolador. Si yo pudiera chasquear los dedos y deshacerme de la ansiedad, no lo haría.

Aquí estoy

Al igual que mucha gente para quien la ansiedad es un pasajero indeseado, principalmente le tengo miedo al futuro. “¿Estará bien todo?” y “¿Qué si no lo está?” son preguntas exactas que representan la mayoría de mis pensamientos raros, como: Esta turbulencia no tan sólo es el resultado de un avión chocando con pozos de aire; implica muerte inminente. Mi carrera como escritora se basa en la suerte y terminará pronto una vez que se revele que soy una impostora. A menudo me siento sola con mi miedo, por lo que el compartir nuestros temores con alguien más es uno de los vínculos más grandes de la raza humana. La realización, “¿Usted también? Pensé que yo era la única,” puede crear las bases para una intimidad profunda en un tiempo donde hablar sobre los platos sucios en su fregadero en una publicación de blog muy a menudo cuenta como vulnerabilidad.

Cuando era niña, mis padres platicaban de sus propios temores relacionados a Dios. Si no lo hubieran dicho, en forma natural y a distintos tiempos, no estoy segura de que aún sería cristiana. Para un padre, el miedo era de que Dios no fuera real—que el mundo fuera moralmente neutral y que todos los argumentos ateístas estuvieran correctos. Para el otro, el miedo no era sobre la existencia de Dios sino sobre Su bondad. Ambos tocaron mis fibras sensibles; la noción de no entender completamente a Dios repercutía como el fin inconcluso de una sinfonía. Más que certeza, lo que yo quería como cristiana joven era presencia —la presencia de Dios y de las personas que me amaban y que crearon un ambiente donde era aceptable tener miedo y duda.

Mis propios temores no eran sobre la existencia ni la bondad de Dios, sino sobre su cercanía. El sentido de que Él estaba muy lejos vino a ser el lente a través del que leía la Biblia, y creó una rebelión en contra de la forma de pensar bastante individualista que enfatiza una “relación personal con Dios.” Yo tengo una relación personal con Dios, pero me pregunto cómo reconciliar eso con el conocimiento que Dios posiblemente está más preocupado con la guerra en Siria y con los niños muriendo de malnutrición que con mis planes diarios o mi confort. No obstante, leemos en Isaías que Dios le contesta a su pueblo, con un “Aquí estoy.” Jamás ha habido un tiempo cuando la humanidad haya clamado a Dios y que Dios no estuviera allí, Cristo mismo sabe lo que es la ausencia del Padre. La práctica normal de oración me recuerda que necesito entrar en la presencia de Dios incluso cuando siento que Dios no está cerca, y que mis emociones no siempre son las mejores indicadoras de la realidad.

Un hilo fino

Una vez que los identificamos, nuestros temores pueden acercarnos más a Dios. El miedo a menudo es un gran motivador para actuar; el miedo a un futuro malo nos ayuda a intervenir de manera que alineará el momento presente con más plenitud con nuestra visión de lo bueno. Escuchamos a los políticos hablar con respecto al mundo que desean dejar para sus nietos porque tienen miedo que, si no se controla, la corrupción y la codicia llevarán las cosas a la ruina.

Eso también trabaja a nivel individual. El miedo puede ser el hilo fino de una invitación a la oración. La atención al miedo ha hecho que algunos pasajes de la Escritura tengan más significado incluso al Salmo 23:

Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta.

“No temo peligro alguno,” yo oro, aunque sí temo al peligro, y tengo mucho miedo. Aun así elevo esas palabras para hacerlas mías, a su tiempo.

El miedo en sí no es bueno, más no todos los regalos son buenos al principio. En My God and I, el finado teólogo Lewis B. Smedes escribió sobre ser un anciano agradecido: “Todo lo que necesitamos para estar agradecidos es la percepción de reconocer un real regalo cuando lo recibamos. Un regalo no es tan sólo algo que no nos cuesta.” Esto también es verdad cuando hablamos sobre el sufrimiento; algunas veces debemos sufrir por lo que parece ser el “nada” del dolor para que sea transformado en el “algo” del crecimiento. De la manera en que la enfermedad o la crisis pueden ser funciones que limitan, así el miedo limita el área en la que me puedo enfocar. Mido mi atención en cucharadas en vez de platos, y lo que por lo regular termina pasando es que el miedo me hace más consciente de mi necesidad de Dios que devoro cucharada tras cucharada del Él. El miedo es una miopía útil.

La palabra confort en el pasado se refería principalmente a un consuelo emocional, no a ponerse cómodo con una cobija de plumas. Es la raíz del latín confortare; se puede ver la palabra fort y nos podemos imaginar por qué el salmista llamó a Dios su “fortaleza.” Los que estamos familiarizados con el miedo sabemos que necesitamos un lugar a dónde ir con nuestros problemas. Necesitamos una fortaleza. Cuando me siento excepcionalmente ansiosa, a menudo manejo los 30 minutos de mi casa a Half Moon Bay, un pueblo al sur de San Francisco con extensas playas. Las olas son grandes y turbulentas y chocan con la costa justo en frente de grandes acantilados, y me siento en las rocas y las miro arrollarse. Es un cliché sentirse pequeño en el océano, pero es difícil no hacerlo.

El tipo de confort que encuentro en el bravo océano es, creo, semejante al miedo que Dios me permite experimentar. Tanto las olas como mi ansiedad vienen en oposición directa a mi capacidad de hacer algo con respecto a ellas. Tanto las olas como mi ansiedad cambiarán a su tiempo y a menudo impredeciblemente, más su presencia es una constante que ignoro a mi propio riesgo. Al igual que el surfista puede solamente mejorar si conoce las olas y su forma, yo puedo crecer sólo si le presto atención a mi miedo y lo pongo en su sitio correcto, no como mi amo sino más bien como mi servo.

Esto no es algo que hago una vez y sigo mi alegre camino. El miedo a menudo aún me controla, y paso gran parte de mi vida luchando con Dios por ello. Más ahora, cuando tengo miedo, pienso sobre las muchas invitaciones de Cristo a no tener miedo. Me pregunto, ¿De qué tengo miedo? El Dios de los refugiados sirios y de los niños malnutridos me ama muchísimo y personalmente, y saca a relucir la empatía y compasión en mi ansiedad. Ese es el regalo que me ha dado.

Laura Turner es escritora y radica en San Francisco.

Apple PodcastsDown ArrowDown ArrowDown Arrowarrow_left_altLeft ArrowLeft ArrowRight ArrowRight ArrowRight Arrowarrow_up_altUp ArrowUp ArrowAvailable at Amazoncaret-downCloseCloseEmailEmailExpandExpandExternalExternalFacebookfacebook-squareGiftGiftGooglegoogleGoogle KeephamburgerInstagraminstagram-squareLinkLinklinkedin-squareListenListenListenChristianity TodayCT Creative Studio Logologo_orgMegaphoneMenuMenupausePinterestPlayPlayPocketPodcastRSSRSSSaveSaveSaveSearchSearchsearchSpotifyStitcherTelegramTable of ContentsTable of Contentstwitter-squareWhatsAppXYouTubeYouTube