El poder de compartir una historia, ha cambiado mi ministerio
Cuando se le preguntó al filósofo austriaco Ivan Illich sobre cuál era la manera más revolucionaria de cambiar una sociedad, él respondió lo siguiente:
“Ni las revoluciones ni las reformas pueden llegar a cambiar una sociedad, lo que debes hacer para lograrlo, es contar una nueva y poderosa historia, una que sea tan convincente que arrastre los viejos mitos y se convierta en la historia preferida por todos, una que sea tan incluyente, que reúna todos los trozos de nuestro pasado y nuestro presente en un todo completo; una que incluso, dé luz a nuestro futuro de manera que podamos dar el siguiente paso… Si quieres cambiar una sociedad, tienes que contarle una historia distinta”.
Junto con mi esposa y nuestros tres hijos, nos mudamos al Silicon Valley en 2011. Para el día en que nos mudamos, contaba con tres personas comprometidas con mi sueño y con apenas tres mil dólares en una cuenta bancaria de la iglesia. Nunca había sentido tanto miedo, o tanta emoción. Estábamos persiguiendo un sueño, fundar una iglesia que llevaría el evangelio a esa ciudad de una nueva manera. Fue un paso de fe. No había nada garantizado. Pero se sentía como la cosa correcta a hacer, como el siguiente capítulo en la historia que Dios estaba escribiendo para mi vida.
Creo que todos los que están leyendo esto comparten mi sueño, que a ti te importa ver un cambio profundo en las personas a tu alrededor. Para avanzar en mi búsqueda de amar y llegar a la gente de mi ciudad, enfoco mi energía en dos aspectos que he encontrado son de gran importancia:
Escuchar su historia personal
Compartirles acerca de la “Historia más Grandiosa”
Son dos grandes tareas. Escuchar y compartir.
Siempre he creído que mi vida es parte de una historia más grande. Ya sea que este yo atravesando una época de grandes emociones o sufrimientos, mi conexión con esa “Gran Historia” (o la conexión de la “Gran Historia” conmigo), es lo que ha dado sentido a los altos y bajos de mi vida. Ha sido en los momentos que he olvidado esa “Gran Historia”, que me he sentido más extraviado en la vida.
Cuando mi esposa y yo nos mudamos a nuestra nueva casa en el Sillicon Valley comenzamos a conocer a nuestros vecinos y a orar por ellos. Pero al parecer, nunca nos era posible hacer contacto con las personas que vivían cruzando la calle, pues ellos iban a su trabajo y regresaban entrando y saliendo velozmente de su cochera. Nunca ocurría una ocasión donde nos pudiéramos encontrar. Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta de que cada semana tenía una oportunidad de 15 segundos para conocer a mi vecino: el momento en que él sacaba la basura a la calle el domingo por la noche.
Fue de esta manera que los domingos por la noche, en el instante en que escuchaba a mi vecino sacar su contenedor de basura para colocarlo en la acera; yo salía con velocidad de la casa “casualmente” para llevar mi contenedor. En cada ocasión de estas aprovechaba para saludar a mi vecino e intentaba hacer un poco de plática. Aprendí que su nombre era Kaywan y que era persa, pero llegué a pensar que le caía mal. Su nombre y su origen fue todo lo que pude saber inicialmente. Era un hombre de pocas palabras que inmediatamente se despedía para regresar a su casa.
El ritual de los domingos por la noche continúo. Poco a poco Kaywan comenzó a ser más abierto. Después de algunos meses, nuestros encuentros de 15 segundos se volvieron pláticas de 2 minutos, y después conversaciones de cinco minutos. Escuchar a Kaywan fue lo que me permitió reconstruir su historia. Descubrí que él era un hombre que buscaba incansablemente la verdad y que le gustaba hablar acerca de Dios.
Después de varios meses más, mi esposa y yo invitamos a Kaywan y a su esposa a visitar el grupo de estudio bíblico que se reúne cada miércoles por la noche en nuestra casa. Para nuestra sorpresa, ¡llegaron! Y aún más sorprendente, ¡siguieron llegando! Después ellos empezaron a asistir a nuestro servicio de adoración de los domingos. Yo seguí escuchándole y compartiéndole la historia que he creído, y le expliqué a Kaywan y a su esposa como Jesús es el único que ofrece el descanso, la paz y el propósito que todos buscamos. Les invite a conocer la única historia que es lo suficientemente grandiosa para hacer sentido de toda la belleza y el dolor que forman parte de sus historias. Entonces vino el momento. Dios me uso para llevar a mis vecinos a colocar su fe en Jesús, a bautizarlos, y a comenzar un proceso de discipularlos. Hoy no puedo imaginar la vida en nuestro vecindario o en la iglesia sin ellos.
Todo lo que necesité fue escuchar y compartir pacientemente una mejor historia que aquellas que Kaywan había oído antes.
Durante los últimos dos años, Dios me ha estado usando aún más que nunca para llevar a las personas a colocar su fe en Jesús y así experimentar una vida nueva en Él. Es impactante. Mi único “secreto” es que creo que Dios puede salvar la vida de cualquier persona, y trabajo duro en escuchar las historias de las personas y en compartirles una buena historia de mi parte.
Creo que nos presionamos mucho. Pensamos que para que las personas acepten a Cristo, debemos ser maestros en apologética, evangelistas con una personalidad magnética o poderosos predicadores. Pero las historias simples son las que mejor funcionan. En Sillicon Valley estoy descubriendo que Illich tenía razón.
“Si quieres cambiar una sociedad, tienes que contarle una historia distinta”.
Justin Buzzard es pastor de la Iglesia “Garden City” en el Silicon Valley y autor del libro The Big Story (Crossway, 2013).
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La manera en que Dios usó mi vulnerabilidad para ablandar los de corazón más endurecido.
Hace ocho años, cuando llegué a ser pastor de tiempo completo, nunca imaginé cuántas lágrimas derramaría y cómo Dios usaría esas lágrimas.
Un buen amigo que ha pastoreado durante casi tres décadas en uno de los barrios más violentos de nuestro país me presentó a lo que él llama “el ministerio de las lágrimas de Jesús.” “El entrenador,” como todos lo conocen, es uno de los pastores más vulnerables que conozco. “No pasa una semana en la que no llore con otras personas al ver el quebrantamiento en su vida,” dijo.
Nuestra iglesia está en Little Village en el lado oeste de Chicago. Es la comunidad mexicana más grande en el medio oeste del país. Contamos con el grupo demográfico más joven de la ciudad. Por desgracia, muchos de nuestros jóvenes terminan involucrados en las pandillas y son víctimas de la violencia que viene con ellas.
Una tarde fui invitado a dirigir una vigilia de oración por un joven que había sido abatido a tiros por la banda rival. Mientras caminaba a la casa donde me uniría a la familia que había perdido a su hijo, me di cuenta que un gran grupo de personas (muchos jóvenes aparentemente miembros de pandillas) iban hacia la misma dirección. Los sentimientos de miedo y duda comenzaron a subir por toda mi columna vertebral. “¿A dónde van?” Me pregunté. “¿Estaba pasando algo peligroso a la vuelta de la esquina?” Al girar la esquina me di cuenta de que ellos también se dirigían a la vigilia. Se unían conmigo para honrar el nombre de su amigo caído.
Mateo nos dice que cuando Jesús envió a los 12 en su misión de predicación, él les dijo: “dondequiera que vayan, prediquen este mensaje: ‘El reino de los cielos está cerca'” (10:7). En la frase siguiente, Cristo establece los actos que deben acompañar a dicha predicación: “sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los que tienen lepra, expulsen a los demonios.” Es difícil limpiar leprosos sin tocarlos. Para la curación, se requiere de proximidad. La predicación por sí sola no demuestra plenamente el reino; debe de ir acompañada de la inmersión en la vida de las personas, tocarlas, como lo hizo Jesús.
Nadie en nuestro vecindario encaja mejor con la descripción de “leproso” que la comunidad pandillera. La gente prefiere cruzar la calle para evitar cualquier contacto con estos jóvenes. Se necesita un gran cambio en nuestro corazón para darnos cuenta que estos muchachos no sólo son amados por Dios, sino que también son nuestros muchachos.
Una gran multitud de jóvenes ya se había reunido alrededor de la acera donde estaría orando. Hice una línea recta a una de las pocas personas que reconocí entre la multitud. Matt era uno de los organizadores de la vigilia de oración. “¿Qué debo hacer? ¿Qué debo decir?” Le pregunté.
Sentía miedo e incomodidad. ¿Qué podía decir a estos jóvenes cuyas vidas eran tan radicalmente diferentes de cualquier cosa que jamás había experimentado? ¿Qué pasaría si me rechazaban? “Usted no sabe lo que se siente estar en nuestros zapatos,” me podrían decir. “Sólo diga su oración y cállese.”
Sin embargo, ellos se habían reunido para esta vigilia de oración. Tenía que creer que de alguna manera, en este momento, el cielo se reuniría con la tierra.
En medio de mi temor, oré en silencio: “Jesús, ¿qué quiéres que yo haga aquí?”
Mientras miraba por encima de la multitud, me di cuenta que la mayor parte de estos pandilleros que infundían miedo eran sólo muchachos, en su mayoría adolescentes y algunos en sus veintes. Yo tenía la edad suficiente para ser su padre. Seguramente ya les había dicho en varias ocasiones las personas de autoridad lo erróneo de sus acciones y lo tonto que era formar parte de una pandilla. Pero mientras miraba a estos adolescentes lastimados, me pregunté, ¿Qué les diría el Rey a estos jóvenes? Sentí como un fuego en lo profundo de mi alma diciéndome que necesitaba darles gracia.
Después de presentarme y explicar el motivo de la reunión, pedí permiso para hablar desde el fondo de mi corazón. “Dado que la mayoría de ustedes tienen la mitad de mi edad, y tengo la edad de sus padres. ¿Me permiten dirigirme a ustedes en nombre de sus padres?” Todas las miradas se centraban intensamente en mí. No había vuelta atrás. “Sé que han escuchado muchas veces que este ir y venir de violencia en nuestro vecindario es una completa tontería. Lo han oído en la escuela, en casa, y por las muchas personas que tienen autoridad sobre ustedes. Les han dicho lo destructiva que es la conducta de las pandillas.”
Entonces los miré a los ojos y dije algunas de las palabras más aterradoras que he hablado en las calles de nuestra comunidad.
“Pero hoy, en nombre de sus papás, quiero decirles lo que deberían haberles dicho hace mucho tiempo. Mi hijo, mi hija, ¿Podrías perdonarme por no haber estado para ti cuando eras pequeño? ¿Podrías perdonarme por no estar ahí cuando diste tus primeros pasos o pronunciaste tus primeras palabras? ¿Me perdonas por no estar ahí cuando querías jugar a la pelota? ¿Me perdonas por dejarte cuando más me necesitabas? ¿Me perdonas?”
A medida que las palabras brotaban de mis labios, no pude controlarme. Empecé a llorar. Lloré amargamente. Las lágrimas corrían libremente por mis mejillas. No había planeado llorar. Yo estaba haciendo el ridículo, completamente expuesto y emocionalmente desnudo delante de esta multitud endurecida de pandilleros. Pero para mi sorpresa, muchos de ellos respondieron de la misma forma. Ellos también comenzaron a llorar.
Algo especial ocurrió en ese momento. Un pastor atemorizado se estaba convirtiendo en el conducto de las lágrimas del cielo. Fue sagrado. Jesús estaba allí.
Un evento similar ocurrió muchos años antes, cuando Jesús estaba inundado de compasión por otra ciudad. “¡Jerusalén, Jerusalén!” clamó. “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas … !” (Mateo 23:37). En su anhelo por encontrar a sus hijos perdidos, es natural que un padre llore.
Hay muchos que lloran en mi ciudad, pero ese día me di cuenta de que a nosotros, los pastores, se nos ha dado el privilegio especial de llorar y pedir por nuestras ciudades. Hemos sido llamados a llorar en nombre de Dios. Somos llamados a ser los “tontos” en nombre del Rey, para compartir en el ministerio de las lágrimas de Jesús, y para llorar con los que lloran.
Mi vulnerabilidad en ese día fue totalmente sin planear, pero Dios tenía un propósito. Mis lágrimas incontrolables, y el llanto que provocó entre los jóvenes en la vigilia, abrieron una puerta que nunca hubiera podido abrir a través de mi propia inteligencia.
Tras la reunión tuve la oportunidad de desarrollar una conexión más profunda con muchos de los miembros de las pandillas. Se abrieron conmigo. Ellos confiaron en mí a pesar de que yo no tenía credibilidad en su mundo. Yo no había compartido su origen o vivido las mismas experiencias que ellos. Pero mi vulnerabilidad en la vigilia me había dado credibilidad en el barrio. Yo no había compartido su vida, pero había compartido su dolor. Como resultado, mis ideas preconcebidas sobre ellos cambiaron. Dios me dio un amor por estos jóvenes que no había experimentado antes, y Dios les dio un pastor.
Muchos de nosotros queremos una relación más estrecha con la gente que ministramos. Queremos que ellos confíen en nosotros, para que busquen nuestra ayuda o consejo, y para que sean honestos acerca de sus luchas y dolor. Pero no debemos esperar que los demás se abran si no lo hacemos nosotros primero. Como pastores debemos ser modelos para la comunidad de la vulnerabilidad y la transparencia que deseamos. Descubrí que hacer esto tomó más valentía que la que yo poseo. Valentía que sólo viene de Jesús.
El mandamiento más frecuente de Jesús a los discípulos fue: “No tengan miedo,” este mandamiento estaba estrechamente vinculado a su promesa más importante, “siempre estaré con ustedes.” Yo tenía miedo parecer como un tonto delante de los miembros de estas pandillas difíciles y peligrosas. Estaba preocupado por mi imagen y mi reputación. Me imagino que es un temor compartido por muchos otros en el liderazgo de la iglesia, incluso cuando no están rodeados por una banda callejera. Encontré el valor para superar mi miedo cuando me sentí inundado por la presencia de Jesús y de su amor por estos jóvenes lastimados y quebrantados.
Desde entonces he estado en un viaje de auto-olvido. Estoy aprendiendo a aceptar que el ser pastor es ser un tonto. Estoy aprendiendo a confiar más en Jesús y a abandonar mi deseo de ser visto por los demás de una manera determinada. Y estoy aprendiendo que el mejor ministerio no sucede porque he ideado un gran plan o calculado un resultado. El mejor ministerio sucede cuando en mi miedo ruego: “Jesús, ¿qué quieres que yo haga aquí?”
Paco Amador es pastor de New Life Little Village en Chicago, Illinois.
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Cómo enfrentar nuestro problema perene.
Es irónico que los pastores, quienes tanto hablan de la necesidad de vivir en comunidad, son quienes menos disfrutan de esa experiencia. Nuestros días y nuestras noches están llenas de llamadas, reuniones, y trato con otras personas. Pero a pesar del abundante trato con los demás, tenemos pocos colegas en quienes confiamos. Tenemos demasiadas relaciones, pero muy pocos amigos.
Muchos pastores no reconocen este aislamiento. Al contrario, la mayoría de ellos luchan con una sobre saturación de relaciones y sienten la necesidad de buscar momentos para poder estar solos durante el tiempo libre con que disponen. Pero al mismo tiempo, tienen una experiencia genuina de comunidad muy limitada.
He sido pastor por casi 20 años, consejero restaurativo por cinco años, y por estos últimos cinco años he dirigido grupos de entrenamiento de pastores en tres estados. Sé que los pastores, y allí me incluyo yo, tienen una tendencia alarmante a estar aislados emocional y espiritualmente. Para mí personalmente, no fue sino hasta que me topé con la pared proverbial, luchando con el agotamiento total y la adicción, que me di cuenta lo aislado que me encontraba. Había aprendido muy bien cómo relacionarme cariñosamente con la gente pero no con transparencia honesta. Algunas veces existen cosas que no podemos compartir con nuestros miembros en la iglesia. Pero iba más allá de eso. No tenía ningún verdadero amigo fuera de la iglesia, así que terminé no compartiendo con nadie las luchas por las que estaba pasando. Lo que necesitaba era comunidad genuina.
Los líderes aislados son un peligro para sí mismos y para sus iglesias. He identificado cinco peligros específicos:
1. Los líderes aislados son más susceptibles a sentimientos de tristeza y soledad. Los amigos traen gozo y energía.
2. Los líderes aislados son más susceptibles a la ansiedad y al estrés. Cuando nuestro mundo consiste totalmente de relaciones dentro de la iglesia y cuando hay conflicto o ansiedad en ese sistema relacional, nuestro estrés se multiplica. Tener un amigo fuera de dicho sistema nos ayuda a mantener la perspectiva y reduce nuestra ansiedad.
3. Los líderes aislados son más susceptibles al desánimo. Sin la oportunidad de hablar sobre nuestras frustraciones y desánimos perdemos el sentido de contexto. No es sabio ni útil hablar de estas cosas con los miembros de la iglesia, así que nos las guardamos.
4. Los líderes aislados son más susceptibles a la tentación. El aislamiento es un factor clave en la vulnerabilidad a la adicción o cualquier otro tipo de hábito pecaminoso. Los amigos nos ofrecen apoyo y sirven como personas a quien les rendimos cuentas.
5. Los líderes aislados son más susceptibles a hacer estupideces. Tendemos a sobre reaccionar o a tomar decisiones sin pensar cuidadosamente las cosas. Algunas veces los amigos nos ayudan cuando preguntan: “¿Estás seguro que quieres hacer eso?”
Si es tan obvio que una comunidad significativa es algo importante para los líderes de la iglesia, ¿por qué es tan raro encontrarla? Creo que hay tres razones.
1. Asumimos equivocadamente que la gente en nuestra iglesia puede llenar nuestra necesidad de relaciones personales.
Cuando pregunto sobre amigos, la mayor parte de los pastores que entreno hablan de la gente en la iglesia con la que se llevan muy bien. Por años esa era mi respuesta también. Trabajaba por cultivar amistades con los varones de la iglesia. Pensé que estas amistades eran saludables y que me ayudaban—y hasta cierto punto así era. Pero no me había dado cuenta de las limitaciones de esas relaciones. ¿Podemos tener una relación transparente de amistad con alguien que nos mira como su líder? La gente en la iglesia siempre nos mira con la expectativa de que seamos sus líderes espirituales y maestros, y este es un sombrero que nunca nos podemos quitar. Debido a esta responsabilidad, por necesidad vamos a evitar compartir ciertas frustraciones o preocupaciones. Merodeando en un rinconcito de nuestra mente está la sensación de que si decimos algo ofensivo o que le duela a esta persona, o si expresamos las frustraciones que tenemos con la iglesia en una manera franca, que eso pudiera impactar la conexión que la persona tiene con la iglesia o que pueda llegar a dañar nuestro liderazgo.
Conozco a pastores que han sido despedidos a causa de algo que dijeron, durante un momento de apertura y vulnerabilidad, a alguien que consideraban un amigo. Es como el dicho que ofrecen como advertencia los periodistas cuando hacen una entrevista: Tenga cuidado lo que dice, porque todo lo que usted diga “queda en la grabadora.” Si usted es pastor, durante el tiempo que usted pasa con los miembros de su iglesia, todo lo que usted diga “queda en la grabadora.”
La mayor parte de los estados tienen leyes que prohíben a los pastores tener relaciones sexuales con algún miembro de la iglesia. Dichas leyes se basan en la suposición de que un pastor no puede tener una relación de igualdad con un miembro de su iglesia. El pastor tiene un puesto de autoridad, como líder espiritual y maestro, así que, el tener una relación sexual se mira como un abuso de poder. ¿Qué nos hace pensar que estas leyes tienen sentido y que al mismo tiempo pensemos que podemos tener amigos dentro de la iglesia?
Considere usted el reto de la confusión de papeles. Reconocemos el peligro de tratar de “ser amigos” de nuestros hijos. Ser un padre de familia es distinto de ser un amigo. Los papeles no deben confundirse. Las relaciones dentro de la iglesia son complicadas no solo por la dinámica de liderazgo espiritual, también lo son por los diferentes (y a veces conflictivos) papeles que desempeñamos en cuanto a supervisión. Frecuentemente pastores identifican como amigos a personas en la iglesia que son miembros de la mesa directiva de la iglesia. Dichos miembros frecuentemente tienen la tarea de fijar sueldo, y en ocasiones determinar la disciplina o el despido del pastor. ¿Podemos tener una relación recíproca y completamente transparente con una persona que nos mira como su líder espiritual o que sirve en un papel de supervisión? Es muy dudoso que así sea.
2. Verdaderamente no queremos comunidad.
Esta razón es mucho más difícil de admitir: No tenemos comunidad porque verdaderamente no la valoramos. Cuesta trabajo. No la valoramos lo suficiente para perseverar frente a los retos de construirla y mantenerla. Muchos de nosotros sentimos que ya tenemos demasiadas relacionas. El problema es que tenemos el tipo equivocado de relaciones. Necesitamos unas pocas relaciones de mutualidad y honestidad. Pero esto es difícil porque exige que invirtamos tiempo y energía, y no siempre estamos dispuestos a hacer eso.
Pero va más allá de eso: Resistimos la comunidad genuina porque exige que seamos vulnerables. Es difícil ser vulnerable en las relaciones cuando pasamos tanto tiempo ayudando a los demás a lidiar con sus debilidades y meticulosamente escondiendo las nuestras.
Al pasar del tiempo, como pastores, nos acostumbramos a ayudar a los demás y a sentirnos incómodos cuando alguien nos trata de ayudar. Nos acostumbramos a ayudar al necesitado. No nos agrada la idea de nosotros ser los necesitados. Batallamos siendo vulnerables. Y es sólo a través de esa vulnerabilidad que se puede edificar una relación auténtica.
Como parte de mi restauración y sanidad, me involucré en un grupo de varones dirigido por un consejero. Recuerdo lo difícil que se me hizo hablar de las cosas con las que estaba luchando (“¿Estas luchando con eso otra vez?”), o de las cosas que me molestaban (“¡Parece algo tan insignificante!”) Me di cuenta lo mucho que me censuro a mí mismo alrededor de otros, revelando solamente mi mejor perfil, “maduro y espiritual.”
Este sigue siendo uno de los grandes retos en mi vida—tener el valor para ser honesto sobre las cosas que me confunden, las que todavía son una lucha, las que me enojan, y en las que sigo fracasando. No quiero verme mal, y detesto sentirme “necesitado.” Me he vuelto muy bueno en dejar que la gente sólo mire la versión final editada de mis pensamientos y mi vida.
Pero si lo único que le ofreces a la gente es un perfil cuidadosamente editado, puede que tengas seguidores o aficionados, pero no vas a tener amigos. Este tipo de vulnerabilidad es exactamente lo que se requiere para descubrir quiénes son tus verdaderos amigos … y es el tipo de vulnerabilidad que los pastores tendemos a evadir.
3. Asociamos renovación con retiro.
Mi esposa acaba de terminar su tesis de maestría sobre la salud emocional de los pastores. En su investigación descubrió que los pastores tienden más a ser introvertidos que el resto de la población. Y eso tiene sentido: Muchos pastores se sienten atraídos a la profesión por el estudio y la preparación de mensajes. Cuando los introvertidos quieren ser renovados, ellos buscan soledad y experiencias no-relacionales. Esto sólo sirve para reforzar su aislamiento.
Las disciplinas espirituales que se suelen recomendar a los pastores—cosas como estudio de la Biblia, oración, meditación, silencio—los lleva más lejos de la comunidad en lugar de acercarlos. Por supuesto, no hay nada malo en estas disciplinas—son importantes y útiles. Pero si no son moderadas por las disciplinas que involucran a la comunidad como compañerismo, confesión, celebración, y servicio, tan sólo fortalecen una tendencia peligrosa.
Hay una línea delgadísima entre la soledad saludable y el aislamiento enfermizo. Veo a muchos pastores que están aislados emocional y espiritualmente, y decirles que necesitan más tiempo a solas es como decirle a una persona anoréxica que necesita cuidar su dieta.
Hay cuatro áreas que nosotros los líderes necesitamos seguir para poder obtener el tipo de comunidad que necesitamos.
1. El tipo correcto de apoyo profesional. A muchos pastores les ayuda grandemente relacionarse con alguien que sea talentoso, que esté bien entrenado, y que tenga como tarea ayudarles a ser abiertos y honestos. Un consejero, entrenador, o mentor. Este tipo de personas nos ayudan a abrirnos sobre cosas que quizás no haríamos de otra manera. Muchos de nosotros necesitamos alguien con quien reunirnos con regularidad para compartir nuestras cosas sin sentirnos juzgados.
2. El tipo correcto de amigos fuera de la iglesia. Amistades que nos nutren con personas en nuestra comunidad que no son miembros de nuestra iglesia son útiles en un todo tipo de maneras. Nos ayuda como líderes a recibir percepciones externas sobre co mo la comunidad percibe a nuestra iglesia. Pero es tan importante tener a alguien con quien usted se pueda relacionar de persona-a-persona, no de miembro-a-pastor. El asunto problemático en este caso surge cuando estamos cultivando amistades con personas que están fuera de la iglesia con el fin de evangelizarlos y/o hacer crecer la iglesia. “Evangelismo de amigos” o “amigos con el fin de reclutar” suelen no prestarse para una comunidad auténtica, porque frecuentemente operan motivos no declarados. Ayuda tener amigos donde no opera ningún motivo oculto o de segunda intención.
3. El tipo correcto de grupo de colegas. Los pastores pueden ser grandes amigos de otros pastores. Nos entendemos. A pesar de las diferencias de denominación y tamaño de iglesia, somos más parecidos que diferentes. Puede convertirse en una gran relación si encuentras pastores con quienes te gusta pasar tiempo. Pero seamos honestos: Las relaciones de colegas con otros pastores no siempre funcionan. Pueden estar infectadas por los celos y la competencia. Además, si los pastores están ministrando en iglesias que quedan cerca una de la otra, puede ser incómodo cuando miembros de su iglesia se van a las de ellos, o viceversa. Si podemos ser honestos sobre estos asuntos y podemos quitarnos las máscaras que acostumbramos usar, un grupo de pastores colegas puede ser algo maravilloso.
4. Grupos distantes. Hay que ser realistas: los pastores se mudan con frecuencia. La alta movilidad es un factor que lleva al aislamiento. Una manera de contrarrestar esto es siendo miembro de un grupo que se reúne cada pocos meses, aunque los miembros del grupo vivan en diferentes partes del país.
Yo fui miembro de un grupo así y me fue de gran ayuda. Requiere una inversión de tiempo y dinero: separan varios días seguidos, y se reúnen unas cuantas veces al año, lo cual involucra gastos de viaje.
Si no se reúnen con suficiente frecuencia, todo lo que hacen es ponerse al día cuando se ven.
Pero si se reúnen con suficiente frecuencia, y se mantienen en contacto entre las reuniones, pueden nutrir y edificar amistades muy significativas.
Si pudiéramos comprometernos a algunas amistades de este tipo, y si permanecemos como parte de la vida los unos de los otros aunque nos mudemos a otra parte del país, podemos tener amistades de por vida. Y qué regalo tan saludable es ese.
Mark Brouwer es pastor de Jacob’s Well Church Community en Evergreen Park, Illinois.
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Un tributo a un llamamiento insensato y glorioso
Les ofrezco este escrito con la siguiente advertencia: No creo que todo lo que escribí es verdadero en su totalidad. Bueno, al menos la parte donde digo que no conozco ninguna otra identidad sino la de predicador. Soy primero, y lo que es más importante, un hijo amado de Dios, y esa identidad es definitivamente mucho más profunda que cualquier cosa relacionada con mi llamamiento. Pero no es eso lo que siempre siento.
Ofrezco esto en tributo a todos los hombres y las mujeres valientes que aguantan el peso de nuestro llamado. Espero que comunique algo de la ambigüedad, belleza, y tensión envueltas en decir “sí” cuando Dios te llama al púlpito.
Por medio de la locura de la predicación, Dios ha escogido demostrar el poder del evangelio. Desde Pedro el día del Pentecostés hasta Martin Luther King predicando en Memphis, Tennessee, la predicación sigue cambiando al mundo. Nunca se olvide de eso, y siga predicando por todos los medios posibles. Predique con valor, predique con vulnerabilidad. Predique mensajes sangrientos y de alto riesgo; predique porque vale la pena.
—Jonathan
Soy un predicador.
Digo esto como una confesión, con la esperanza de que usted me ofrezca el sacramento de la reconciliación. Porque puedo pretender ser muchas otras cosas, pero la honestidad demanda que diga la verdad sobre esto si vamos a ser amigos. Además, la única otra persona de quien usted debe sospechar más que de un predicador, es de un predicador que pretende ser algo más que un predicador.
Como predicadores jugamos diferentes papeles y usamos diferentes “disfraces.” Soñamos. Y nuestros sueños no llegan con la extravagancia de la imaginación de un niño, sino con la locura peculiar de hombres y mujeres adultos jugando con muñecas de papel. Jugamos a ser jefes ejecutivos, o estrellas roqueros, o entrenadores de la vida, o líderes y lideresas intelectuales y civiles, o políticos. Predicadores con vestimenta rara, predicadores en un circo de fenómenos, pase por aquí y mire a la mujer con barba. Puede que sea chistoso al principio, como las tarjetas de cumpleaños o los calendarios con animales vestidos como personas. Excepto que después de mirar fijamente por un buen tiempo, uno se pregunta … de veras visten a su perro como un profesor todos los días. Pretendemos algunos días, ansiosos de que nos vean como algo distinto a un predicador.
Se entiende el por qué pretendemos ser algo distinto de lo que somos, porque (diciéndolo con mucha diplomacia), los predicadores tienen limitaciones. Se nos compara a poetas, pero generalmente nos falta la precisión con el idioma del poeta, usando torpemente palabras con fuerza bruta con más frecuencia que no. Algunas veces nos llaman profetas, pero generalmente no somos tan valientes como ellos, especialmente ya que nuestro sostén depende de aquellos a quienes les estamos profetizando. No somos exactamente artistas, porque nos falta la originalidad de esa profesión. La labor del predicador no es pintar cosas nuevas sino repetir cosas antiguas. Si fuésemos artistas ninguno de nosotros sería Rembrandt; estaríamos dibujando caricaturas en el mercado por $10 por retrato.
Nosotros barajeamos una baraja de palabras que se nos ha dado, con la esperanza de que vamos a jugar la carta correcta en el momento correcto. No somos realmente útiles para la sociedad, definitivamente no en la manera en que los ingenieros, los doctores y los maestros son útiles para la sociedad.
Soy un predicador. Eso quiere decir que no fui yo quien decidió hacer lo que hago. Amo a Dios, y en este momento puedo decir eso sin titubear, pero no predico porque amo a Dios más que toda la demás gente. Y definitivamente no predico porque puedo presumir una santidad extraordinaria. Los predicadores son personas quienes han sido reclamados por un llamado de santidad, han sido herrados. La gente habla de un llamamiento, una voz interior, un susurro callado, una paz especial—”un llamamiento” que cae sobre ti como el rocío de la mañana. Lo que frecuentemente no se dice es que ese llamamiento te atrapa como un pulpo—eres el Capitán Nemo en manos de una criatura marina 20,000 leguas bajo el mar. (Cierto que no todos los predicadores experimentan su llamamiento de esta manera, donde al mismo tiempo que te encuentras esposado por algo también te encuentras liberado de algo más. Sólo los predicadores interesantes.)
Soy otras cosas, aparte de ser un predicador. Aunque no creo que ninguno de nosotros podemos ver hasta lo profundo de nosotros mismos, lo mejor que puedo ver, soy un predicador hasta lo más profundo de mi ser. Quisiera decir que yo sé que soy un hijo amado de Dios primero, y predicar a los demás que ser conocido como el amado de Dios debe ser lo primero y lo más verdadero de nuestra identidad, el fundamento sobre el cual se debe edificar todo lo demás que somos. Pero tengo que marcar esta como otra área donde lo que vivo no llega al nivel de lo que predico, porque la realidad de que soy un predicador parece ser tan parte de la medula de lo que soy como cualquier otra cosa. Está el amor de Dios y está el ser amado por Dios, y trato de vivir desde allí. Pero, ¿es posible ser un predicador, consciente de que todo ese hablar del amor y de la gracia es tan potente como dice ser, y no ser un producto de terror también? ¿No sólo cautivado por el amor de Dios, sino también espantado—con la boca abierta—mirando con horror una zarza ardiente por allí? ¿En lo profundo de su ser, indudablemente más temeroso de no hablar por Dios que de hablar por Dios?
Todo mundo habla de los límites que debes poner en el ministerio, y que dejes un margen para poder hacer lo que se necesita hacer, y que tengas un sentido de identidad que va más allá de lo que haces para Dios en el ministerio, y todo eso está muy bien y muy bien dicho. Pero para el predicador, al menos para mí, siempre tengo esta sospecha latente que algo de eso es simplemente palabrería de psicólogo de seminario. De esta cosa estoy seguro: Yo experimento muchas cosas en mi vida—amigos y pasatiempos e intereses y canciones y cuentos que van mucho más allá del acto de la predicación. Pero Dios sabe que las experimento todas como las experimentaría un predicador. Me río como predicador, lloro como predicador, mi corazón se conmueve como predicador. Todo esto lo hago como lo haría un predicador, no porque eso es lo que aspiro ser, sino porque eso es lo que verdaderamente soy.
Soy un predicador, un predicador quien detesta el sonido de su propia voz—excepto en aquellos días en que estoy enamorado de mi voz, y ninguna de las dos cosas es particularmente buena. Vivo bajo el peso de las palabras. Llevo palabras en las bolsas, palabras en mi mochila, palabras en mi corazón. Palabras, siempre las palabras. Palabras como patéticas armas en un mundo donde hay pistolas de venta en Wal-Mart, palabras como medicina en un mundo cuando parece ser que todo lo que necesitamos es una receta médica para lo que sea que nos duela. Cargando con mis palabras a lugares donde son imprácticas y a lugares done las palabras son ineptas. Distribuyendo palabras que causan que algunos me miren con ese temor supersticioso con que se mira a un chamán, a un hechicero, o al curandero del pueblo que tiene todas las respuestas—palabras que hacen que la gente te vea como el idiota del pueblo, un hombre fuera de su época, un hombre que no marcha al compás del resto del mundo.
Y yo sé que las palabras no siempre pueden ser la respuesta … pero que algunas veces pueden serlo; y que palabras pueden crear galaxias y que palabras pueden incinerar ciudades. Toda esta maldición y esperanza a mi disposición, todo este poder absurdo—viviendo bajo el peso de las palabras. Como quisiera poder vivir a la altura de la grandeza de las palabras, poder tener un alma lo suficiente grande y una vida lo suficiente noble para ser digno de dichas palabras. Pero para ahora, ¿se ha dado cuenta usted que soy un predicador? No hay nada más grande que las palabras, son las estrellas que alumbran la noche. ¿No es Cristo mismo llamado el Verbo de Dios? Solo Cristo puede soportar el peso de tantas palabras, sólo él puede exceder las expectativas que las palabras crean y sobrepasar la realidad de lo que las palabras significan.
No he podido vivir a la altura de las palabras, crear las palabras, hacer mías las palabras. Las contemplo, farfullo con ellas. Las consumo, me ahogo con ellas, las vomito. Soy un predicador.
Las palabras son todo lo que tengo, las palabras van a tener que ser suficiente.
Jonathan Martin es el pastor principal de la iglesia Renovatus: A Church for People Under Renovation en Charlotte, NC. El es el autor de Prototype (Tyndale House, 2013).
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Cultivar ideas y pensar profundamente pueden ser actos espirituales de amor.
Te reto a intentar lo siguiente: cierra tus ojos, y en los próximos 30 segundos no pienses en ningún elefante rosa. Recuerda, no debes pensar en ningún elefante rosa.
En sus marcas, listos, fuera.
¿Qué tanto duraste? ¿Qué te dice esto acerca de la forma en la que nuestra mente funciona?
Algunas de las influencias más poderosas de nuestra vida no son visibles, son en ocasiones pequeñas e hipotéticas. Ideas. Llenan nuestra mente y motivan nuestras acciones. Dan forma a nuestra manera de ver la realidad y—lo que es igual de importante—a las nuevas realidades posibles.
Las ideas están también en el núcleo de la influencia espiritual. Son realidades poderosas que se mueven de forma invisible entre una persona y otra. Estas cambian y se desarrollan. Es casi como si tuvieran vida propia. Quien es líder debería preguntarse siempre “¿Cuáles son las mejores ideas que puedo pasar a otros? ¿Existe alguna idea genial con la que Dios me ha influenciado y que debe ser la idea genial que pase a otros?
Sembrando la idea seminal
Cuando recordamos a los grandes líderes del pasado, vienen a nuestra memoria sus logros, pero de la misma forma recordamos una idea genial que tuvieron -idea seminal- que domino sus vidas y los llevo a lograr grandes cosas. Una idea seminal (de la palabra semilla en latin) es algo que es tan convincente que logra tener una fuerte influencia en otros. La idea seminal germina y crece, y después lleva fruto. Da vida. La idea seminal esparce su propia semilla en lugares ocultos. Se infiltra. Incluso se puede sublevar. Tiene el potencial de prevalecer.
La idea seminal de Martin Luther King Jr. fue que a todas las personas se les merece el mismo respeto, porque a todos les ha sido dada por Dios la misma dignidad. Abraham Lincoln vivió convencido por la idea seminal de que la unión de los estados no debía quebrantarse. Winston Churchill abogó por la idea seminal de que la tiranía no debía de ser tolerada bajo ninguna circunstancia.
Agustín de Hipona fue un obispo y teólogo del siglo cuarto que fue después conocido como el “doctor de la gracia” porque se afirmó en contra de la justificación por obras, doctrina que estaba apoderándose de muchas de las iglesias de su tiempo. Agustín no pensó en sí mismo como el creador de esa idea, sino como alguien que pasó a otros un principio fundamental del evangelio del Nuevo Testamento. Once siglos más tarde, Martin Lutero dio voz a la misma idea seminal, poniendo el énfasis en el regalo gratuito de una relación justa con Dios a través de Cristo.
En tiempos más cercanos, Billy Graham predicó a millones de personas, depositando la misma idea seminal: el amor reconciliador de Dios en Cristo está disponible para todos. John Stott viajo alrededor del mundo plantando la idea seminal de que es la fiel enseñanza bíblica la que preserva una fe Cristiana ortodoxa. Robert Pierce fundó una organización humanitaria llamada Visión Mundial (World Vision) basado en la idea seminal de que la fe Cristiana requiere una respuesta práctica a los sufrimientos físicos de las personas que habitamos la tierra.
¿Ha colocado Dios una convicción central, una idea seminal en ti que deba ser la base y la fuerza de tu influencia en la vida de otros? Algunos líderes conocen cuál es su idea seminal. Otros están buscándola. Por supuesto, Dios puede dar a cualquier persona más de una idea genial o un ideal. Pero para fines prácticos, los líderes deben descubrir cómo enfocarse en lo que deben de hacer. Y si hay en ti una idea convincente—una pasión que enciende, un dolor, una convicción que direcciona, una imagen de un mundo mejor que no puedes sacar de tu cabeza—entonces quizás esa sea la idea seminal a la que Dios te ha llamado a perseguir.
Creando espacio para el crecimiento de las ideas
Así llegamos a las preguntas ¿cómo lograr avanzar en aumentar la capacidad de meditar en las ideas de nuestro liderazgo, sin importar cuál sea nuestro entorno? Y ¿cómo promovemos la integridad intelectual y el crecimiento entre las personas con las que colaboramos? ¿Cómo descubrimos y apoyamos la mejor idea seminal posible? Las respuestas no dependen de tener un alto coeficiente intelectual, sino de saber elegir y de tener disciplina.
1. Tómate el tiempo para pensar las cosas.
Dale un ritmo adecuado al proceso de toma de decisión. Nadie quisiera llegar a viejo y decirse a sí mismo ¿en que estaba pensando?—y no tener una buena respuesta. En ocasiones debemos desacelerar las cosas. Toma un tiempo apropiado para dialogar, deliberar, investigar, buscar precedentes en lo que otros líderes han hecho, estudiar la Escritura, y orar. Necesitamos ser decisivos, pero también debemos de ser deliberativos.
2. Lee regularmente. Lee ampliamente. Y lee otra vez.
Hay un universo de ideas disponibles para nosotros, y hay dos métodos distintos para llegar a esas ideas. Un método es ir a buscar una solución cuando tienes un problema. Por ejemplo, el líder que busca un libro para resolver conflictos en el trabajo cuando un colapso parece inminente. Pero un mejor enfoque es cuando de manera continua almacenamos ideas a través de exponernos al conocimiento y las ideas que nos brinda la disciplina de una lectura regular y de contenido de calidad. Es como invertir en ladrillos y cemento para proyectos que aún no hemos concebido.
En una ocasión, un hombre abrió una carta que recibió de uno de los más grandes líderes que había en su tiempo, John Wesley. ¿Que tenía que decirle a él el líder de los metodistas? El hombre—quien era un pastor—debe haberse conmocionado al ser confrontado por Wesley por tener un ministerio superficial basado en una manera de pensar superficial.
No recuerdo haber conocido antes un predicador que leyera tan poco. Y quizás, al descuidar la lectura, le ha perdido el sabor. Por eso su talento para la predicación no aumenta. Sigue siendo igual que hace siete años. Es animada, pero no profunda; hay poca variedad; no hay brújula para su pensamiento. Solo la lectura puede suplir esto, con meditación y oración diaria….¡Oh empiece! Determine que una parte de su día sea para el ejercicio privado de estas disciplinas. Puede ser que adquiera el sabor que no tiene: lo que es tedioso al comenzar, se convertirá después en algo placentero… Haga justicia a su alma; dele el tiempo y los medios para crecer. No se sujete más a estar hambriento.”
Si no tiene un hambre natural por aprender, empiece con algo pequeño. Fije el patrón de leer 15 minutos al día, y gradualmente vaya aumentando el tiempo. Quizas pueda tratar de escuchar libros en audio, lo que le permite hacer más de una cosa y puede agarrar un ritmo que le permita tomarse su tiempo para pensar sobre lo que esta aprendiendo.
3. Expande tu aprendizaje.
Debemos asegurarnos de que no estamos viviendo en una isla de la lectura. Todos tenemos nuestros géneros literarios y autores favoritos. Pero pensar de forma profunda, va de la mano con pensar de forma expandida. Por ejemplo, todos los líderes nos beneficiamos de las lecciones de la historia. Aquellas obras cuyo contenido y validez ha pasado la prueba del tiempo, suelen ser más útiles que el último libro de moda. Somos tentados continuamente por las promesas de una nueva solución secreta. En un campo técnico puede ser necesario estar en la punta de lanza de las más recientes innovaciones, pero en el liderazgo espiritual necesitamos encontrar y asimilar los principios y prácticas que han sido desarrolladas por personas asombrosas, inteligentes, sabias y dedicadas—sin importar si se trata de una obra de este año, de hace una década o de varios siglos atrás.
4. Ten un diálogo con tus colegas.
Hoy le llamamos trabajar en redes—es un gran concepto que enfatiza el estar conectado y relacionado con otros. Las grandes ideas que descubramos serán incrementadas y mejoradas muchas veces si las compartimos con otros. Es a través del dialogo que llegamos a comprender todas las facetas que una verdadera idea genial tiene, y las ideas menores se encuentran una a otra y emergen con poderosa fuerza.
Hay otra motivación para desarrollar ideas y pensar de forma profunda. A fin de cuentas, el pensar es un acto de amor. Debemos darles la suficiente importancia a las personas que servimos, para entonces hacer el trabajo de investigar, examinar, comparar, contemplar, dialogar y probar los mejores pensamientos que fluyen diariamente en nosotros como un río. Pensar también es un acto de amor hacia Dios: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” (Mateo 22:37).
Cuando pensamos profundamente acerca de nuestros valores y decisiones en el liderazgo, honramos y amamos a Dios, y eso puede ser el testimonio más importante que las personas vean en nosotros.
Extraído del libro “Spiritual Influence: The Hidden Power Behind Leadership” (Zondervan, 2012).
Mel Lawrenz es uno de los ministros de la iglesia Elmbrook en Brookfield, Wisconsin, donde sirvió como pastor principal por 10 años.
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La influencia hispana crece en la fe y en la vida nacional
Los hispanos emergen como el mayor grupo minoritario en los Estados Unidos, su influencia en la fe y en la vida nacional está creciendo rápidamente.
Un nuevo informe elaborado por el grupo Barna Research señala que el 84% de los hispanos se describen a sí mismos como cristianos. Un tercio de los hispanos en los EEUU se identifica como cristianos que practican su fe, de acuerdo a la definición de la fe evangélica.
Más tradicionales que otros grupos en Estados Unidos hoy, especialmente en el área de la vida familiar, un 69% de los hispanos encuestados dice que es mejor para los hijos si los padres están casados. Dos tercios prohibirían el divorcio excepto por infidelidad o abuso.
De acuerdo a la encuesta de Barna, el 68% de los hispanos se identifica como católico y el 16% como protestante. Un 61% de todos los hispanos dice haber hecho un compromiso personal con Jesucristo que sigue siendo importante en su vida el día de hoy. Las expresiones carismáticas son importantes en las prácticas de la fe: Un 36% de los hispanos católicos se identifica como carismático, así como un 56% de los hispanos protestantes.
Aunque los hispanos dicen que la iglesia es importante en la vida de sus hijos y nietos, esa influencia es relativa: El 21% dice que la Iglesia "hace muy bien su labor" al tratar de influenciar a los jóvenes, pero está muy debajo de otras influencias: La familia (66%), los amigos (62 %) los educadores (43%) y las pandillas (42%).
Las estadísticas son claras: Nosotros podemos esperar con anticipación un incremento en la influencia hispana y latina en las iglesias y en los vecindarios a través del siglo 21.
Con información del grupo de investigación Barna Research, "Hispanic America Report 2012"
87% tiene su propia Biblia
49% dicen que los dones carismáticos están activos en el mundo de hoy
40% asistieron a un servicio de adoración la última semana
38% dicen que la fe ha transformado sus vidas grandemente
"La fe y la familia son los principales bloques de contrucción de los Hispano-americanos. Dado el rápido crecimiento de los hispanos en Estados Unidos, es tiempo de dar más atención a este importante segmento del paisaje Norteamericano."
—Rev. Samuel Rodríguez, presidente del National Hispanic Christian Leadership Conference
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J. R. Briggs se dirige a los líderes de la iglesia que no colman las expectativas.
Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Como predicador joven y dinámico en una iglesia grande, J. R. Briggs sintió que Dios le estaba llamando para empezar y plantar una iglesia. Gradualmente, la nueva iglesia creció, pero eventualmente su crecimiento se estancó. La decepción le guió a instituir la Epic Fail Pastors Conference [Conferencia de pastores épicamente fracasados]—"una reunión para pastores y líderes en busca de entender cómo Dios trabaja a través del fracaso"—y a escribir Fail: Finding Hope and Grace in the Midst of Ministry Failure [Fracaso: Encontrando esperanza y gracia en medio de un ministerio fracasado] (InterVarsity Press). Briggs habló con Drew Dyck, editor administrador de Leadership Journal, acerca de redefinir la noción del éxito en el ministerio.
¿Qué le atrajo a un tema que la mayoría de la gente preferiría evitar?
Empezó mientras asistía a conferencias de pastores. En estas conferencias aparecían como oradores pastores reconocidos de iglesias grandes, pero a los pastores promedio nunca los invitaban a compartir sus experiencias. Estos eventos eran todo sobre el éxito y cómo obtener buenos resultados. Yo estaba en medio de una temporada dolorosa en el ministerio. Necesitaba algo que no me desanimara ni añadiera a mi vértigo espiritual. Quería hablar honestamente. Necesitaba una reunión de Alcohólicos Anónimos para pastores, pero no había tal cosa.
Muchos pastores, ex-pastores y líderes cristianos estaban desesperados por ese tipo de fórum. Yo no estaba tratando de crear una conferencia. Simplemente deseaba un espacio donde nadie estuviera asustado por los defectos de otros pecadores, aun si esos pecadores eran también líderes en el ministerio.
¿Nuestros problemas con el fracaso vienen de nociones defectuosas sobre el éxito?
No me gusta usar la palabra éxito cuando hablamos acerca del ministerio. Preferiría mejor usar palabras como salud, fidelidad y obediencia. Nuestra cultura está obsesionada con el éxito, y la iglesia no está inmune. Los pastores están inundados de tentaciones para ir en pos de las cosas equivocadas. Tenemos que mirar cuidadosamente cómo se define el fracaso y el éxito en el ministerio—y luego medir dicha defición frente a las Escrituras. Eugene Peterson escribió: "la realidad bíblica es que no hay iglesias exitosas. En lugar de eso, hay comunidades de pecadores … dentro de esas comunidades de pecadores, a uno de los pecadores le llaman pastor."
¿Qué diría a los pastores que se sienten como fracasados?
Principalmente sólo los escucho. Los pastores raramente tienen alguien que realmente los escuche en tiempos de gran dolor. Eventualmente puedo animarlos a que apliquen a su propia vida la gracia que ellos predican. Les recuerdo que nuestro valor no está atado a lo que puedo hacer o qué tan bien lo hago. Seguido les recuerdo (y a mí mismo) que Jesús no nos dirá: "bien hecho, buen siervo y exitoso." También les animo a que acampen en los Salmos. He encontrado que orar los Salmos es algo increíblemente sanador.
¿Qué tan transparentes deben ser los pastores sobre sus fracasos?
Balancear sabiduría y valor es crucial. Los líderes deben, sabiamente y con valentía, modelar la transparencia delante de aquellos a los que hemos sido llamados a servir. Henri Nouwen escribió que los pastores son las personas que menos se confiesan en la iglesia. Pocos pastores tienen relaciones cercanas donde ellos pueden tener conversaciones honestas, donde nada está prohibido.
Se ha dicho que si predicas desde la perspectiva de tus debilidades, nunca te faltará material. Y aún más importante, la gracia, no el pastor, toma el lugar central en el escenario. En lugar de que la gente diga: "ese predicador es muy gracioso" o "ese líder es tan carismático," empezarán a decir cosas como, "¡Guau! Dios es un Dios de gracia" y "¡El amor de Dios es tan extravagante!"
Para muchos, un fracaso significa el fin del ministerio. Otros se reponen y son más eficaces. ¿Qué hace la diferencia?
Mi amigo Stephen Burrell hizo su disertación en el fracaso del ministerio amoral. Hizo cientos de entrevistas con pastores que fracasaron en alguna forma que no involucraba faltas morales. Mientras que todos manejamos los fracasos de diferente manera, Burrell notó ciertos patrones entre aquellos que respondieron de una manera saludable.
Algunos hábitos no nos sorprenden: estos ministros tenían sistemas de apoyo y mentores, y buscaban a Dios a través de la oración, de momentos a solas, y de la lectura de las Escrituras. Pero hubo tres factores sorprendentes. Primero, la mayoría no se recuperaron inmediatamente. Se tomaron el tiempo para llorar y sanar. Segundo, desarrollaron relaciones significativas con personas no-cristianas antes de reconectarse con la comunidad cristiana. Estas amistades parecen ayudar en el proceso de sanidad. Finalmente, podían mirar atrás a cierto momento significativo cuando sintieron fuertemente el Espíritu Santo obrando. Estas experiencias les permitieron perdonar, dejar la amargura, y empezar a tener esperanza.
Richard Rohr habla sobre "la autoridad de aquellos que han sufrido." ¿Crea el fracaso mejores ministros?
Los pastores con heridas profundas tienden a ser más compasivos y tiernos de corazón. El fracaso es una clara invitación a formas más profundas de la gracia. Puede hacernos mejores ministros, pero sólo si podemos manejarlo con gracia y verdad. Nuestra respuesta importa. Parte del rol del pastor es manejar el dolor fielmente a la luz de la cruz.
El hecho de tener la alternativa de tomar la Cena del Señor me dejó ver muy claro que yo tenía hambre de Cristo.
Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Cuando yo era niña, mi padre, un judío secular, me pagaba un dólar por cada volumen de la enciclopedia que leyera. Me compraba kits electrónicos con los que jugábamos por horas durante el fin de semana. Mi madre era luterana no practicante, quien me enseñó cómo encontrar buenas ofertas en las tiendas. En una ocasión, en tiempo de exámenes finales, me dijo que guardara los libros porque yo estaba patrocinando una cena esa noche. "Nunca te acordarás del grado final, pero nunca se te olvidará si sirves jamón que tiene mal sabor."
Nuestro hogar era amoroso, ruidoso y divertido, pero a través de todo corría una cierta corriente subterránea de ansiedad. Siempre estábamos en bancarrota, mis padres solían estar desilusionados el uno del otro, y el mundo parecía más alarmante de lo que las circunstancias parecían ameritar.
El mensaje de mi juventud era claro e insistente: trabaja, juega y haz el amor con ganas, y permanece en control en todo momento, porque algo siniestro está por tirarte al suelo. Seguí ese consejo hasta la edad adulta. Fui a una gran universidad, encontré el trabajo perfecto, y escogí a un esposo maravilloso. Las almas más débiles quizás necesitaban un dios, pero yo no necesitaba muleta tal. Mi ansiedad me mantendría siempre alerta para poder orquestar la vida perfecta.
Esa perspectiva fue anulada cuando Scott, mi esposo, a los cinco años de matrimonio, murió de complicaciones durante una operación rutinaria. Diez días después, di a luz a nuestra primer hija, Sarah, quien nació muerta.
Durante el siguiente año, me convertí al cristianismo, me hice miembro de una tradición cuyo carácter e intelecto débiles siempre menosprecié. No sucedió nada milagroso—no hubo momentos determinantes, ni deslumbrantes visiones, ni argumentos irrefutables. Pero lentamente, imperceptiblemente al principio, fui atraída a la vida de la fe.
Tampoco hubo claridad desde el principio en cuanto a cuál fe sería. Visité psíquicos, pensadores de la nueva era, y asistí a clases de meditación. Hasta intenté orar a un dios que no pensaba que existía. Mis incursiones en el camino de la fe eran intentos por encontrar el sentido de lo que me había pasado y, en cierto sentido, controlar un mundo en el que yo tenía mucho menos control de lo que pensaba.
Luego empecé a leer el Evangelio de Juan con un amigo. Tony era el único cristiano que yo conocía que no trató de explicar superficialmente la pérdida de mi esposo y de mi bebé. Después de muchos debates en los que me trató de convencer de la divinidad de Jesús, un día me dijo que si sólo leía la Biblia, Dios haría la obra de convencerme. Así que todos los sábados por la mañana leíamos juntos la Biblia por teléfono. Me sentí atraída al texto, a pesar de que no había nada en él que proveyera evidencia de su autenticidad.
Me gustaba especialmente la historia de Lázaro. A diferencia de las filosofías orientales que sostienen que el sufrimiento es el resultado de estar muy apegados, esta historia era de un hombre—Jesús—que sin pena se encontraba muy apegado a una familia. Un hombre que se comportó como si la muerte no fuese algo natural. Como si todo estuviese quebrado, y que la única respuesta era llorar y gemir. Me enamoré de ese hombre.
Después de leer la Biblia con Tony por meses, él me empezó a fastidiar con que buscara una iglesia. Busqué en la red "iglesias liberales en Nueva Jersey" y visité la más cercana. Ellos practicaban "compañerismo de mesa abierta." Yo no sabía lo que eso significaba, pero cuando vi que todo mundo se levantó y pasó a tomar la Cena del Señor, no quise quedarme sentada sola en mi banca.
Para cuando me di cuenta que todo mundo se había puesto de pie para participar en la Cena, tenía una decisión que hacer: ¿Quería seguir intentando hacerle frente a la vida sola, tratando desesperadamente de mantener todos los platos girando en el aire al mismo tiempo? ¿O quería admitir que Jesús había ofrecido su propia vida para que yo no tuviera que enfrentar la vida sola? ¿Admitir que yo tenía poco control pero que era amada infinitamente?
Cuando se me presentó la oportunidad de tomar la Cena del Señor, me di cuenta con claridad que eso era lo que yo deseaba. Después de meses de leer la Biblia, de tratar de encontrar lo que buscaba en otros lugares fuera de la iglesia, tuve que admitir lo que por tanto tiempo había luchado por resistir: tenía hambre de Jesús. Por el Jesús que convivió con las prostitutas, que lloró cuando su amigo murió, y que dijo ser el Camino, la Verdad, y la Vida. Al final, toda mi búsqueda por algo en qué poner mi fe no me llevó a una decisión en que razoné escoger a Jesús por sobre otros dioses. En lugar de eso, Dios se ofreció a sí mismo en la forma de Jesús. No tuve que encontrarlo, ni explicarlo, ni pensar si tenía sentido; sólo tuve que decir que sí.
Después de esa primera vez que tomé la Cena del Señor, regresé a estudiar sobre el dolor por la pérdida de un hijo. Conocí a un hombre maravilloso y me casé con él; tuvimos dos hijos bellos. Hace tres años, me convertí en madre de una adolescente cuya madre falleció, una adolescente que tiene la misma edad que hubiera tenido mi hija.
Después de casarme, trabajé dos años con estudiantes de escuela secundaria cuyos padres habían muerto. Facilité un grupo de apoyo para padres cuyos cónyuges habían fallecido, y enseñé una clase en la Universidad de Harvard sobre el dolor de perder a un ser querido. Frecuentemente descubro que soy un depósito de historias de pérdida, que me cuentan en voz baja en fiestas y en tiendas de abarrotes.
Trato de escuchar de lo profundo de mi ser cuando las personas me comparten sus historias, moviendo la cabeza en señal de que entiendo lo agudo de su dolor. Sobrellevo sus historias, y al hacer eso, les recuerdo que no están solos.
Además de este sentido de solidaridad, les ofrezco mis oraciones. Mientras trato de entender la magnitud de lo que me cuentan, oro. A veces oro para que Dios me dé palabras de sanidad. Frecuente oro para que Dios me dé la gracia para guardar silencio y no decir nada.
Cuando estoy con alguien cuyas pérdidas me recuerdan a Job, oro que mi fe pueda aguantar otra experiencia más de lo que parece sin sentido e inaguantable. Trato de recordar que, a pesar de mi inhabilidad para discernir lo contrario, los caminos de Dios nunca son sin sentido.
Después de que murieron Scott y Sarah, una mujer en Massachusetts llamada Liz se paró frente a su iglesia semana tras semana y les pidió que oraran por mí. Liz vivía con mi amiga Ora, y Ora le había contado de mí. Un hombre llamado Jeff fue a la iglesia de Liz. También él oró con la congregación pidiéndole a Dios que cuidara de mi cuerpo y de mi corazón.
Liz se mudó a Inglaterra, y no pude conocerla o saber de sus esfuerzos por pedir oración por mí. Años después, ella le preguntó a Ora cómo estaba yo. Ora le contó que yo había conocido un buen hombre, un capellán en Harvard. Le mencionó el nombre de Jeff. Liz, sin poder creerlo le preguntó: "¿Jeff Barneson?" Liz le contó a Ora sobre las veces que ella había pedido oración por mí, y se descubrió que Jeff había estado orando por mí al mismo tiempo. Ora nos llamó para contarnos, y estábamos sorprendidos por que, sin saberlo, Jeff, mi esposo, había estado orando por mi aún antes de conocerme.
Una tarde hace seis años, después de terminar de contarle esta historia a mi amiga Kathy, dijo, "¡Yo también!"
¿Tú también qué?
"Yo también estaba orando por ti. Liz estaba en mi grupo de oración. Llegó a nuestra reunión tan consternada por tu historia que nos pidió que oráramos por ti. Oramos por semanas, y luego me olvidé de la historia. Cuando te conocí, ni me cruzó por la mente que tú eras la misma mujer. Por cierto, Jean y Julia también estaban en la iglesia en ese entonces, así que ellas también estaban orando por ti."
Pasé el resto del día llorando. Jean, Julie y Kathy son tres de las cinco mujeres en mi grupo de oración. Saber que Jeff había estado orando por mi antes de conocernos siempre me tocó en una manera especial. Pero saber que mis hermanas espirituales también habían orado por mí, me dejó conmovida.
Al acomodar todas las piezas, lloré y lloré, me parecía inimaginable la gracia de todo lo que había pasado. En 1977, cuando yo era una viuda agnóstica que vivía en Nueva Jersey, un grupo de cristianos en Massachusetts había estado orando por mí. Y mientras que mis intentos personales por encontrar una fe nunca han podido explicar mi conversión, esto sí. Había entrado al reino gracias a las oraciones.
En estos días me quedo maravillada de lo poco que podemos controlar, lo fea que puede ser la vida, y de la belleza que nos busca en medio de todo el horror. Ahora, cuando me siento al lado de alguien quebrantado y dolido, oro para que el amor de Dios haga lo que yo no puedo hacer: vendar los lugares donde hay heridas, dejando que las cicatrices den testimonio del poder de las dos cosas—la pérdida y el amor.
Tara Edelschick es bloguera en Patheos y maestra en casa, ella vive con su esposo y sus tres hijos en Cambridge, Massachusetts.