Yo discipulé a un asesino

Cuando las personas no cambian, ¿nuestros esfuerzos fueron en vano?

Christianity Today July 1, 2024
Benedetto Cristofani

Hace cinco años, trabajaba como abogada defensora de niños. Un día entré en la sala de descanso de la oficina que compartía con otros abogados y me encontré con un compañero nuevo que tomaba su almuerzo. Darryl (no es su nombre real) no era el típico asistente jurídico. Hacía poco que había salido de prisión después de cumplir una sentencia de dieciocho años por asesinar a su compañero de piso. Darryl tenía veinte años cuando fue sentenciado. No estoy segura de por qué cometió ese asesinato, pero sé que estaba implicado con una banda local. Después de que a Darryl se le negara la libertad condicional una y otra vez, su abuela le pidió a uno de mis compañeros de trabajo que lo representara en una audiencia. Mi compañero accedió y Darryl fue liberado. Ahora, con 39 años, desempeñaba su primer trabajo legal como empleado en nuestra oficina.

Darryl no estaba acostumbrado a tener amigos —al menos, no amigos buenos— así que a menudo yo pasaba por su despacho solo para saludar. Me sentaba y hablaba con él durante el almuerzo, y siempre le ofrecía ayuda si tenía alguna pregunta. Conforme fue pasando el tiempo, encontré oportunidades para compartir más acerca de mi fe y mi ministerio. Me preguntaba sobre mi fin de semana y los planes que tenía por las tardes, así que le hablaba acerca del albergue local para personas sin hogar donde colaboraba y el estudio bíblico al que asistía. Le dije que solía ir a las prisiones y cárceles locales para decirles a las mujeres lo mucho que Dios las ama.

Un día él me preguntó: «¿Crees que Dios podría amar a alguien como yo después de las cosas horribles que he hecho?». Le dije que sí y le describí el increíble amor y perdón de Dios. Después de unas semanas, Darryl vino a mi oficina con una nueva pregunta: «¿Cómo se hace cristiana la gente?». Ese día nos olvidamos de que yo era abogada. Nos olvidamos de que estábamos en el trabajo. Solo éramos dos pecadores en busca de un Salvador. Le compartí mi propia historia, de cómo una pequeña niña herida necesitaba que alguien la amara. Le hablé del dolor que había experimentado y de un Dios que caminó junto a mí a cada paso del camino. Me hice vulnerable y le pregunté si estaba interesado en seguir a Jesús. Él dijo: «Supongo que eso es lo que estoy intentando hacer ahora mismo». Oramos, él confesó y decidió seguir a Jesús. Parecía como si se le hubiera quitado un peso de encima.

Lo invité a mi iglesia esa misma noche para un estudio bíblico y le presenté a algunos hombres devotos. En una conversación con uno de ellos dijo que quería ser bautizado. Me sorprendió, pero me alegró. Ellos le informaron de que podía hacerlo más adelante, pero él insistió. Así que nuestro equipo de bautismos le hizo a Darryl varias preguntas, le explicaron con claridad la importancia del bautismo y oraron con él. Entonces le pusieron un traje bautismal.

Darryl era un hombre grande, así que a él y a los otros hombres les preocupaba la logística de sumergirlo en el agua y levantarlo de nuevo. Entonces apareció un ejército de hombres. Le dijeron a Darryl que no se preocupara; ellos lo bajarían y lo levantarían del agua de nuevo. Con una mirada de determinación, él dijo: «Hagámoslo». Mis amigos y yo esperamos junto a la tina de bautismos, aplaudiendo y animando. Cantamos: «Ven y llévame a las aguas, llévame a las aguas, llévame a las aguas, ¡para bautizarme!». Cuando salió del agua, sonreía y agitaba la cabeza, como si estuviera diciendo «¿Qué me acaba de pasar?». Estábamos conmovidos. Sin palabras. Agradecidos con Dios.

Invité a Darryl a que se uniera a nuestra iglesia el domingo. Durante varias semanas, Darryl me acompañó mientras yo recogía gente para ir a la iglesia y al estudio bíblico. En el auto, él me contaba historias de su infancia. Cuando era niño fue abandonado y abusado. Sus dos padres eran adictos a las drogas y al alcohol, y pasaron gran parte de su infancia en la cárcel. Debido a su peso, fue víctima de acoso escolar. Los niños lo ataban, lo empujaban y lo llamaban «cerdito». Su depresión se convirtió en agresión y en su adolescencia se convirtió en el sicario de una banda local. Cada vez que compartía estas historias, volvía a ser el niño herido de aquel entonces.

En uno de esos paseos en auto, mientras dejábamos a algunas personas en la iglesia, Darryl recibió varias llamadas de teléfono de personas que le preguntaban dónde estaba. Yo veía que le pasaba algo, pero tenía miedo de preguntarle. Insistí un poco y al final me preguntó: «¿Puedes llevarme a ver a mi abuela? Necesito despedirme de ella». Darryl creía que su abuela era la única persona que realmente lo había amado, aunque sentía que él solo había sido una carga para ella. Ahora estaba recibiendo tratamientos paliativos finales y no había esperanza de que viviera mucho más. Estuvimos en silencio la mayor parte del viaje mientras yo intentaba buscar las palabras adecuadas. Cuando llegamos, le pregunté si necesitaba que entrara con él, pero él quiso entrar solo. Así que oré por él y me marché.

Después de eso, los hombres de mi iglesia me dijeron que no consideraban que fuera sabio que Darryl y yo viajáramos juntos y solos en auto. Aunque mis intenciones eran buenas, ellos dijeron que era mejor que él fuera a la iglesia acompañado por otro hombre. En esa misma época yo conseguí otro trabajo, y debido a ello mi contacto con Darryl disminuyó.

Nos reunimos para almorzar un día y nos pusimos al día. Él estaba agradecido de estar fuera de la cárcel, pero le costaba vivir su nueva vida. Mientras comíamos, alguien se le acercó, queriendo hablarle. Darryl saludó al hombre pero en seguida se deshizo de él. A mí me empezó a preocupar que Darryl estuviera dando pasos hacia atrás. Aun así, tenía esperanza de que fuera por buen camino. Más o menos un mes después recibí un correo electrónico breve y vago de parte de Darryl que decía que las cosas no estaban yendo bien. Fue la última vez que escuché de él.

Una mañana, un mes después de que Darryl me enviara ese correo, me levanté y comencé a escuchar las noticias. Dos adolescentes habían sido agredidas con arma de fuego: una estaba muerta y la otra en condición crítica. El sospechoso había huido y la policía lo buscaba. Las lágrimas me nublaron la visión cuando vi la fotografía del sospechoso. Era Darryl.

Las noticias indicaban que la adolescente asesinada era la hija de la exnovia de Darryl. La chica herida era su sobrina. Los medios informaban que Darryl le había disparado a las chicas después de que él y su novia hubieran terminado su relación.

Durante semanas, por todos lados la gente hablaba del monstruo que había cometido ese crimen atroz. No tenían ni idea de que yo lo conocía. No conocían su historia ni las condiciones que lo habían dejado destrozado. No sabían la batalla interna que había en mi corazón y mi mente en torno a todos los hechos del caso.

Cuando la policía arrestó a Darryl, él se disculpó delante de las cámaras de televisión y le pidió a la gente que no juzgara a otros prisioneros por sus acciones. Mientras estaba en la prisión del condado le envié pasajes de las Escrituras y notas de ánimo. También le envié a dos de mis amigos más queridos. Ellos me aseguraron que Darryl había recibido mis tarjetas y que él sabía lo mucho que yo lo quería, pero también me informaron de que estaba muy deprimido. Que no podía encontrar consuelo tras lo que había hecho.

Me dolía el corazón. ¿Podría haber hecho algo diferente? ¿Había hecho lo suficiente? ¿Lo abandoné?

Entonces, un día recibí una llamada de teléfono de uno de los hombres que había visitado a Darryl. «Encontraron a Darryl muerto en su celda hoy», me dijo. «Se ha ido». Lloré y grité como si fuera mi propio hermano. Era un dolor que no había sentido nunca. ¿Estaba en el cielo? ¿Era esa la voluntad de Dios? El dolor se clavó dentro de mi alma.

Me juzgaba a mí misma. Juzgaba mi ministerio. Me preguntaba si podría haber hecho más para discipularlo. Él tenía problemas de confianza. ¿Pasárselo a otras personas fue lo correcto? ¿O tendría que haberlo puesto en contacto con mis amigos antes?

El discipulado no siempre funciona como pensamos que debería. Cuando los que están bajo nuestro cuidado se convierten en grandes hombres y mujeres de Dios, es glorioso. Pero cuando pasan por reveses o se apartan de la fe, puede ser devastador.

Mi excompañero de trabajo, quien le ofreció a Darryl el empleo, me dijo que hizo todo lo que pudo. Lo ayudamos a encontrar empleo y un apartamento. Lo invitamos a ser parte de nuestras vidas. Aun así, me preguntaba si las cosas podrían haber sucedido de otra manera.

En mi empleo actual, trabajo para garantizar la protección de niños que han sido abusados o abandonados. Hace poco puse la fotografía de Darryl en mi despacho para recordar por qué lucho por proteger a los niños. Darryl sufrió abuso y abandono, cuando lo que necesitaba era amor y apoyo. Necesitaba adultos que le sirvieran de modelo para mostrarle un modo de vida diferente.

Yo seguiré amando sin temor. Seguiré caminando junto a los que están en prisión y en los albergues. Sé bien que enfrentaré decepciones. Pero no perderé la fe. Como dijo Jesús, «no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos» (Marcos 2:17). Todavía creo que todo el mundo puede cambiar por el poder de Dios.

Carmille Akande es abogada licenciada y ministra que visita prisiones, albergues para personas sin hogar, hospitales y residencias, y allá donde va comparte el amor de Jesús. Puedes seguirla en Twitter: @CarmilleAkande.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Los personajes bíblicos nunca dicen ‘lo siento’

Si no se «disculpan» en el sentido moderno, es solo porque las Escrituras tienen un vocabulario más rico sobre el arrepentimiento.

Christianity Today June 29, 2024
Ilustración de Abigail Erickson / Fuente de imágenes: Getty

Necesitamos una teología de la disculpa.

Disculparse parece sencillo, al menos en teoría. Haces algo malo (pecado); te sientes mal por ello y desearías no haberlo hecho (lamento); lo admites y aceptas la responsabilidad (confesión); le pides perdón a la persona o personas a las que has ofendido, incluido Dios (arrepentimiento); y tomas las medidas adecuadas para arreglar las cosas (restitución).

Muchas disculpas se presentan exactamente así. No obstante, a menudo son más complicadas. Es posible disculparse sin admitir la culpa ni sentir arrepentimiento. Es posible decir «lo siento» por cosas que no son culpa nuestra, como cuando nos enteramos de que un amigo tiene cáncer. Y es posible disculparse sin intención de hacer restitución o resarcir el daño.

Y es posible —y cada vez más frecuente— que las instituciones se disculpen por cosas de las que solo son culpables algunos de sus miembros. Las cosas se ponen más difíciles cuando se trata de los pecados de nuestros antepasados. ¿Debemos pedir perdón por cosas que ocurrieron antes de que naciéramos? ¿Confesarlas? ¿Arrepentirnos? ¿Indemnizar por ello?

Cuando acudimos a las Escrituras en busca de ayuda, descubrimos algo sorprendente: nadie en la Biblia «se disculpa» o «pide perdón» por algo. La palabra griega apologia [de la que deriva la palabra inglesa apologize, disculparse] hace referencia a una respuesta o defensa legal —de ahí la palabra apologética—, pero no implica sentirse mal por algo ni arrepentirse de ello.

Lamentarse o sentir tristeza, expresiones más flexibles en español, aparecen en ocasiones en las Escrituras. Los traductores pueden usarlas para describir la compasión que la hija del faraón sintió por Moisés (Éxodo 2:6) o la tristeza que Herodes sintió al cortar la cabeza de Juan el Bautista (Mateo 14:9). Pero éstas son expresiones de piedad o tristeza, no de disculpa o arrepentimiento.

Podría parecer, pues, que la Biblia ofrece pocos recursos para elaborar una teología de la disculpa. Sin embargo, la verdad es muy distinta. En lugar de utilizar palabras un tanto vagas como «lo siento» o «disculparse», el Nuevo Testamento distingue entre tres respuestas diferentes pero superpuestas a nuestro pecado, y esto puede ayudarnos a desentrañar lo que ocurre cuando las personas o las instituciones «piden disculpas».

La primera palabra, lupeō, significa sentir pesar, pena o dolor. Esta es una respuesta apropiada al pecado, y a menudo es el primer paso, como cuando los corintios se «entristecieron», y esa tristeza los llevó al arrepentimiento (2 Corintios 7:9). Sin embargo, este término no necesariamente implica la aceptación de la culpa. Herodes se entristeció por tener que decapitar a Juan, pero lo hizo de todos modos. Los discípulos no tenían la culpa de la crucifixión de Jesús, pero aun así «se entristecieron mucho» (Mateo 17:23).

Esto es muy distinto de homologeō o exomologeō, que se refieren ambos a confesar, admitir o reconocer algo. La gente «confesaba» sus pecados o lo malo que habían hecho ante la predicación de Juan el Bautista y Pablo (Mateo 3:6; Hechos 19:18). Juan anima a sus lectores: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1:9). Esto es claramente diferente de la pena o el arrepentimiento. Implica reconocer nuestro fracaso, asumir la responsabilidad y pedir perdón.

Luego está la palabra metanoeō, maravillosamente rica, que transmite la idea de un patrón en el que la persona se arrepiente, se da la media vuelta y cambia su mentalidad y su vida en consecuencia. Es fácil sentir pena o desear no haber cometido ciertos errores. Muchos de nosotros incluso no tenemos problema alguno con admitirlos y confesarlos (especialmente aquellos que son aceptables en nuestra cultura). Pero Cristo nos llama a algo más: un giro de 180 grados, un cambio total de dirección y lealtad, una muerte al yo y una nueva vida en Él, con toda la transformación de comportamiento que esto conlleva.

Si este giro no produce buenos frutos, entonces no es verdadero arrepentimiento (Mateo 3:8; 7:16-20). Pero si cambia nuestras vidas —incluso hasta el punto de restituir a todos aquellos a quienes hemos hecho daño— entonces la salvación ha llegado a nuestra casa (Lucas 19:8-10).

La pena, la confesión y el arrepentimiento son entidades distintas. Sin embargo, cuando somos capaces de ver la realidad y el horror de nuestro pecado y la gracia del Dios que ofrece el perdón, entonces estamos llevando a cabo los tres.

Así como lo hizo Nehemías, nos afligimos y nos lamentamos (Nehemías 1:4). Luego confesamos y admitimos (vv. 6-7). Luego volvemos y obedecemos (vv. 8-9). Según el contexto, podemos incluso identificarnos con los pecados de nuestros antepasados hasta el punto de sentir una culpa compartida. Y terminamos por apelar a la misericordia de Dios, confiando en que Aquel que nos ha llamado y redimido escuchará nuestra oración (vv. 10-11).

Andrew Wilson es pastor de King’s Church London y autor de Remaking the World.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Jesús y mi trastorno obsesivo compulsivo

Mi afección mental comenzó a sanar al encontrarse frente a frente con la muerte de Cristo.

Christianity Today June 29, 2024
Ilustración de Miriam Martincic

Este es un extracto del libro A Quiet Mind to Suffer With, ganador en la categoría de Vida Cristiana/Formación Espiritual de los premios Book Awards 2024 de CT. [Enlaces en inglés].

Fui al hospital porque los pensamientos lastimaban mi corazón, aterrorizaban mi cuerpo y parecían no tener fin. Ese John, es decir, la versión de mí mismo que conocí en mis pensamientos, era extraño e imperdonable. En mis pensamientos, me veía haciendo cosas que no podían defenderse ni explicarse, mucho menos a mí mismo. Y, al parecer, cuanto más intentaba eliminar a ese John, más presente y peor se volvía. Más extraño. Más innombrable.

Cuando llegué al área de urgencias y les conté lo que me pasaba, me pusieron en una silla de ruedas. Me llevaron al lugar al que vas cuando creen que eres una amenaza para ti mismo y para los demás. Al fondo a la izquierda.

Esta silla de ruedas, pensé, no es necesaria.

Tuve que entregarle mis pertenencias a un hombre que sonreía con su peinado estilo afro. Me puse una bata y me acompañaron a una habitación en la que solo había un colchón en el suelo. Allí esperé a las enfermeras, a los expertos y a que volviera a mí el aliento fresco de la cordura. Les dije que sufría de ansiedad grave mezclada con pensamientos intrusivos. Intenté asegurarme de que entendieran que esos pensamientos intrusivos eran cosas que también me parecían repugnantes y horribles, y eran cosas que no quería hacer.

Cuando me preguntaron qué veía en esos pensamientos, cometí el error de responder. Encerrado en una celda vacía y vestido con apenas una bata, te sientes en deuda con quienquiera que entre. No tienes nada real que ofrecer. Así que parece que lo único que puedes ofrecer es sinceridad.

Les conté mis pensamientos y cómo me perturbaban. Las enfermeras hicieron una pausa. Se aseguraron de que yo supiera que estaban horrorizadas. Estoy seguro de que el contexto no ayudaba: sentado en una habitación cerrada con llave, con las paredes desnudas, sin nada más que un colchón individual en un rincón del suelo, y sin llevar nada más que una pequeña bata, intentando no parecer un loco cuando eso es exactamente lo que pareces.

Salían, entraban, volvían a salir. El hospital estaba abarrotado; estaban ocupados. Con sus bocas educadas y con esa mirada de cansada y maternal indulgencia, comenzaron a exigirme que me entendiera a mí mismo como un demente.

Pusieron papeleo delante de un hombre asustado. Dijeron que les preocupaba que pudiera hacer algo. Me dieron a entender que si no me internaba, lo harían ellos. Si cooperaba, el secreto se quedaría conmigo. Si me internaba por voluntad propia, nadie lo sabría nunca.

Pensé en todas las personas que no sabrían que estaba en el hospital psiquiátrico si tan solo me limitaba a firmar esa hoja de papel. Los imaginé sonriendo, haciendo su vida cotidiana, sin saber que yo estaba aquí. Entonces firmé esa hoja de papel.

La memoria es un lugar peligroso. El pasado es humillante y da miedo. Y recordar es una aventura que se realiza con gran peligro. Incluso mientras escribo y reescribo estas líneas ahora que se han cumplido tres años desde que estuve allí, no siento como si simplemente lo estuviera recordando. Lo que ocurrió aún vive en el cuerpo.

Cuando me encuentro con el Niño Aullador (mi propia alma afligida), mi transtorno obsesivo compulsivo (TOC) salta y me cuenta cosas sobre él. La Sirena, mi enfermedad mental, por supuesto nunca juega limpio. Hizo sufrir a ese John, y ahora consigue decirme lo que significa su sufrimiento. La Sirena, siempre tan urgente, insoportablemente dolorosa y segura de sí misma, dice que el desánimo e insatisfacción de John son intolerables, insostenibles. Que la desesperanza de su alma lo hace inestable. Que yo podría volver a ser inestable.

Quizá he corrido un gran riesgo al mostrarte a este John. Y quizás he corrido un gran riesgo al verlo yo mismo. Puede que te asuste. A mí todavía me asusta: el John histérico que caminaba por los pasillos, con ganas de llorar y aullar.

Todo ese desaliento tan severo. Toda aquella insatisfacción insoportable. Sintiendo ahora la desesperanza que sentía entonces. Pero este John está aquí para quedarse. Si lo que sucedió aún vive en el cuerpo, aquel a quien le sucedió no tiene a dónde ir.

He querido evitar esos sentimientos. Pero si lo hago, pierdo al John que se sentía así. Y él no tiene a dónde ir.

Ha tomado mucho tiempo, pero ahora él es bienvenido en mi vida. Él ha sido llamado a una Mesa, a un banquete, y recibirá Misericordia, porque la necesita. Y yo he venido para llevarlo allí.

Y así, por la sangre derramada de Jesucristo, le digo esto a la Sirena:

El Niño Aullador no es tuyo.
Y no es mío.
Porque es de Cristo.
Y digo,

Memoria, vuelve a mí.
Niño Aullador, vuelve a mí.
Aquí hay Misericordia, aquí hay Misericordia.

Memoria, vuelve a mí.
Niño Aullador, vuelve a mí.
Quiero verte.
Aquí hay Misericordia, aquí hay Misericordia.

Vuelve a mí.
Vuelve a mí.
Vuelve a mí.

Quiero verte.
Quiero verte.

Dios ha provisto para ti.
Dios ha provisto para ti.

Más tarde, mi terapeuta me ayudó a verlo con claridad: había utilizado los pensamientos como una droga, como un adicto a la comida o un adicto a las drogas. La vida no me parecía bien, la vida sencillamente no estaba bien; la vida sencillamente era intolerable a menos que estuviera pensando.

Cada problema de mi vida, cada cosa que me encontraba, era una oportunidad que debía ser atendida por la Cognición Incesante. Cada cosa mala y confusa era una razón para pensar más.

Y en aquel pabellón psiquiátrico había llegado a esa encrucijada en la que algo tan hermoso, primario y necesario como pensar había comenzado a perjudicarme gravemente, del mismo modo que cosas tan bellas, primarias y necesarias como la comida, la medicina y el sexo pueden empezar a hacernos mucho daño.

Y resulta que lo único que ahora cuenta como esperanza, cuando no puedes pensar ni hacer, lo único que cuenta como poder, es lo que puedes oír. Cuando las cosas se ponen así de mal, la vida se gana y este mundo se supera, cuando te hablan.

Lo que oí primero, muy débil, increíblemente pequeño, fue un poquito de silencio que se abrió en mi corazón. Era el tipo de silencio en el que te encuentras cuando las cosas han terminado de verdad, cuando ya no hay argumentos a favor o en contra de algo porque ya está decidido.

El silencio después de perder el gran partido. El silencio al final de una película. El silencio después de bajar el ataúd a la tierra. El tipo de cosas a las que nos referimos cuando decimos «Cuando todo está dicho y hecho».

Allí, en aquel pasillo. No fue como si alguien hubiera cambiado el canal en mi cabeza, más bien, alguien había apagado el televisor. El Reino de la Cognición Incesante (como me gusta llamar a mis pensamientos compulsivos) no se atenuó ni se acalló, sino que fue cancelado de repente. Se volvió inoperante.

Ya no estaba en el lejano país llamado el Reino de la Cognición Incesante. Era solo yo caminando por el pasillo sin zapatos.

Pronto empezaría a comprender aquel silencio como la muerte del Hijo de Dios. O, mejor dicho, empecé a comprender que su muerte era mi capacidad de callar, mi capacidad de simplemente esperar. Una muerte que era más que mi mejor o peor día. Una muerte que era más que mi corazón.

Era solo yo, el pasillo y esta quietud.

Era la quietud en la que podía depender de Cristo, el silencio que vino tras el dictamen de que yo recibiría Misericordia. Porque no somos, gracias a Dios, lo que podemos pensar ni lo que haremos. No somos nuestros pensamientos. Ni siquiera somos nuestra voluntad. Somos lo que la Palabra de Dios hará de nosotros.

Acababa de encontrar al Cristo del que podía depender. Acababa de retomar el hilo de una vida ordinaria con Cristo.

Y de repente hubo algo más. No fue una palabra, ni una voz. Simplemente comprendí en mi corazón que debía irme a la cama. Y que podía irme a la cama. Que podía depender de Cristo al irme a la cama.

Y así lo hice.

Caminé hasta la enfermería. Una amable enfermera ya mayor me dio la pastilla que apagó la parte de mi cerebro que me hacía vagar por los pasillos llorando. En 20 minutos me sentí mejor. Di gracias a Dios y me fui a la cama.

John Andrew Bryant es cuidador y pastor de calle a tiempo parcial. Este es un extracto adaptado de su libro A Quiet Mind to Suffer With (Lexham Press, 2023). Utilizado y traducido con permiso.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

América Latina necesita más mujeres en la academia y en la ciencia

A la académica argentina Lorena Brondani le encantaría ver más evangélicos liderando cátedras e investigación en la región. Pero necesitan saber en qué se están metiendo.

Christianity Today June 28, 2024
Illustration by Elizabeth Kaye / Source Images: Getty, Wikimedia Commons, Unsplash

¿Cómo pueden los cristianos ganar mayor respeto y credibilidad en la comunidad científica?

Para la investigadora en ciencias sociales Lorena Brondani, el primer paso para que los cristianos sean escuchados en la ciencia es producir investigación y trabajos académicos de primer nivel. «Así, cuando en la conversación salga el tema de Dios, te escucharán, porque te habrás convertido en una voz confiable en tu ámbito», dice.

Puede parecer obvio, pero no lo es, especialmente en América Latina. Hoy en día, en los países de habla inglesa existe amplia literatura y todo un campo académico de estudio en torno a la relación entre la ciencia y la fe. No obstante, no puede decirse lo mismo de América Latina, donde la mayoría de las universidades tienen un marcado carácter secular, y muchos cristianos las siguen viendo con recelo por ser el espacio donde muchos jóvenes se han alejado de la fe.

«En muchas iglesias, el trabajo académico puede sentirse como un área gris en la que la fe corre peligro», dice Brondani, quien actualmente busca obtener su grado de doctorado en Comunicación Social de la Universidad Austral de Buenos Aires en materia de Ciencia y Religión.

Recientemente, Brondani publicó su libro Auténticas: Diálogos con mujeres académicas, seguidoras de Jesucristo. El libro se centra en seis académicas latinoamericanas que, como Brondani, están profundamente comprometidas tanto con su investigación como con su fe. Recientemente, Brondani conversó con Christianity Today sobre los retos, logros y áreas de oportunidad que emergen al vincular estas dos esferas.

Esta entrevista ha sido editada y recortada por motivos de claridad.

¿Por qué decidiste escribir sobre las mujeres cristianas en el mundo académico?

Había leído muchas biografías sobre académicos cristianos, pero siempre me llamó la atención que la mayoría eran de Estados Unidos o Europa, no de América Latina, y que el material que encontraba solo estaba disponible en inglés. Así que en parte quería hacer algo para cambiar esta realidad.

Por otra parte, en el libro busco hacer una invitación a ver la universidad como campo misionero, y a ver el trabajo académico como un ministerio en el que podemos ser testigos de Cristo. Uno de mis objetivos es mostrar que tanto enseñar en un entorno universitario como hacer investigación contribuyen al reino de Dios, porque la universidad es un lugar donde se forma el pensamiento.

Trabajar en este campo como creyente en América Latina puede ser a veces muy desafiante, pero es un espacio estratégico, así que debemos perseverar. Es muy importante ser un buen académico, un buen profesor y un buen investigador dentro de nuestras áreas de estudio. Así, cuando en la conversación salga el tema de Dios, te escucharán, porque te habrás convertido en una voz confiable en tu ámbito.

Este libro también se centra de manera especial en las mujeres. Las seis mujeres que entrevisté comparten sus testimonios de lo que significa ser académica y cristiana en universidades laicas, tanto públicas como privadas, a nivel de posgrado en Argentina. Se trata de un ámbito donde hay muy pocas mujeres evangélicas.

¿Qué les dirías a los cristianos que intentan disuadir a otros cristianos de elegir una carrera académica porque no creen que sea un ambiente que tenga que ver con Dios?

El debate entre ciencia y religión tiene al menos dos mil años. De hecho, ahora existe toda una disciplina académica en torno a este tema. La Universidad Austral, donde estoy ahora, ofrece estudios especializados en la materia. También hay todo un campo académico dedicado a este tema en Estados Unidos, con destacados investigadores como Francis Collins en BioLogos.

En muchas iglesias quizá se tenga la impresión de que las universidades son lugares donde la fe está en peligro. Pero a medida que he ido avanzando en mis propios estudios, cada vez puedo entender más que la ciencia y la religión no se oponen. No debemos ver la universidad como un lugar donde Dios está ausente, o al que hay que llevar a Dios. Tenemos que compartir el Evangelio con otras personas ahí, por supuesto, pero por otra parte, también es cierto que la universidad es un ámbito donde Dios ya está presente, porque Él creó el conocimiento.

La pregunta que debemos hacernos es si la universidad está o no sujeta a la cruz de Cristo, si está o no sujeta a la gracia y a la redención. Por eso es clave que los creyentes veamos nuestro trabajo en la universidad o en otras instituciones académicas, ya sea enseñando o investigando, como un campo de misión; que veamos el trabajo académico como un servicio al reino de Dios.

Una de las cosas que he estado aprendiendo en los últimos años es ese versículo que nos llama a amar a Dios con toda nuestra mente. Siempre hablamos de «amar a Dios con todo tu corazón y con todas tus fuerzas», pero a veces olvidamos que también hemos sido llamados a amar a Dios con nuestras mentes. Esto significa que estamos llamados a pensar desde la fe. El Evangelio es esencialmente transformador, y si tenemos una mentalidad cristocéntrica y bíblica, podemos llevarlo a cualquier terreno. Una vez que lo hacemos, Dios es el que entra y fluye; nosotros somos simplemente los vasos, los canales.

Un versículo que me ayudó a romper mis propios prejuicios al pensar en la fe dentro de la academia fue 1 Corintios 9:22, cuando Pablo dice: «Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles» (NVI). Mi primer reto fue decir, parafraseando a Pablo: «Entre los intelectuales, me hice intelectual, para ganar a los intelectuales». Así pues, hay que hacer ciencia, hay que producir conocimientos y estar a la altura de poder hablar en el lenguaje que hablan los intelectuales, y eso requiere un llamado. Y cuando Dios llama, Dios provee.

¿Cómo animarías a los jóvenes a buscar una carrera en el mundo académico?

Los cristianos a veces nos sentimos cómodos sirviendo en el ámbito eclesiástico porque nos sentimos protegidos. Pero tenemos que estar presentes en otros ámbitos como la política, los medios de comunicación y el mundo empresarial. Para ello, necesitamos descubrir qué talentos y dones nos ha dado Dios a cada uno de nosotros. Independientemente del camino que queramos seguir, esta elección tiene que hacerse a la luz de un llamado, a la luz de las Escrituras y a la luz de la revelación de Dios para la vida de cada uno de nosotros.

En el libro abordas los temas de la soltería, el divorcio y la maternidad, y las perspectivas tan diferentes con las que se entienden en los ámbitos académico y eclesiástico. ¿Por qué crees que es importante hablar de ello?

Me parece que el tema de la soltería y la Iglesia debe abordarse desde diversas perspectivas. Hay muchas personas que son solteras por elección, y muchas otras que, por el contrario, no quieren seguir siéndolo y están sufriendo.

Creo que si se toma una decisión, debe ser una decisión consciente, pero no creo que sea bíblico seguir el mandato que prevalece en nuestra cultura con respecto a casarse y tener hijos a cierta edad. Casarse o no casarse, tener hijos o adoptarlos, son decisiones que siempre hay que meditar y sobre las que hay que orar profundamente.

De hecho, en algún momento yo misma me pregunté si mi llamado era forjar una carrera académica o si quería tener hijos, como si se tratara de una decisión excluyente. Me sentía culpable y me reprochaba no haber elegido ser madre porque trabajaba mucho. En el libro realmente quería explorar cómo una vocación académica es compatible con la fe cristiana y la maternidad, especialmente teniendo en cuenta que la edad en la que las mujeres pueden construir sus carreras coincide con la edad reproductiva, entre los 25 y los 44 años.

He llegado a comprender que en el matrimonio y la familia hay temporadas en las que debemos apoyarnos mutuamente. Durante un tiempo, mi esposo me apoyó y se ocupó del hogar para que yo pudiera dedicarme a estudiar. Creo que es un milagro que hoy tenga las tres cosas: investigación, familia y maternidad. Dios me mostró esta visión integral de que nuestro hacer no está separado de nuestro ser y pensar.

¿Crees que es necesario que las iglesias comprendan mejor los dones que Dios le ha dado a las mujeres investigadoras? ¿Cómo crees que podría suceder esto?

Creo que la invitación del libro va en sentido contrario: necesitamos partir de las historias personales. A veces decimos «la iglesia». Pero cuando decimos «la iglesia», yo pienso en mi iglesia, vos pensás en la tuya, y la realidad es que son iglesias diferentes. Así que la respuesta será diferente según el contexto.

Estamos hablando de iglesias evangélicas, pero estas iglesias son muy ricas y variadas según el contexto y la realidad a la que responden.

Es muy valioso cuando los pastores pastorean a su rebaño, siendo pacientes y caminando con ellos. Creo que estos líderes deben escuchar a hombres y mujeres, conocerlos y respetar sus llamados individuales. Debemos evitar la visión que pretende forzar a las mujeres a tener un ministerio en la maternidad o dentro de la iglesia. Estos argumentos han hecho que muchas mujeres se sientan culpables.

He descubierto que es posible conciliar el matrimonio, la maternidad y una carrera como académica, pero es necesario contar con un equipo de apoyo. No se trata de ser una mujer maravilla ni de pretender poder hacerlo todo. Se trata más bien de escuchar la voz de Dios para identificar nuestro llamado y ser fieles al poner en práctica los talentos específicos que Dios nos ha dado.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Las mujeres mexicanas se están abriendo paso en la política. ¿Qué hay de las mujeres evangélicas?

Cuatro líderes cristianas opinan sobre la dinámica de género en la iglesia a la luz del triunfo de la primera presidenta del país.

Simpatizantes de Claudia Sheinbaum durante un evento de campaña electoral.

Simpatizantes de Claudia Sheinbaum durante un evento de campaña electoral.

Christianity Today June 28, 2024
Bloomberg / Getty

A principios de este mes, México eligió a su primera presidenta, Claudia Sheinbaum, quien obtuvo el 59.7 % de los votos. La exjefa de gobierno de la Ciudad de México tiene un doctorado en ingeniería ambiental y anteriormente se desempeñó como profesora universitaria.

En los últimos años, México ha sido aclamado internacionalmente como modelo en el liderazgo político femenino [enlaces en inglés]. En la década de 1990, el gobierno introdujo políticas para promover la participación femenina en las candidaturas políticas. Actualmente, 13 de los 32 estados de México están gobernados por mujeres; Ana Lilia Rivera ocupa la presidencia del Senado, y Guadalupe Taddei Zavala dirige el Instituto Nacional Electoral, que organiza las elecciones del país.

Mientras las mujeres han avanzado políticamente en México, ¿han ganado terreno dentro de la iglesia? CT pidió la opinión de cuatro mujeres evangélicas mexicanas. (Las respuestas han sido editadas por motivos de extensión y claridad):

Alejandra Ortiz, coordinadora de la Iniciativa Logos y Cosmos en América Latina de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (IFES, por sus siglas en inglés):

La iglesia mexicana tiene posturas políticas muy diversas. Algunos pastores y líderes religiosos suelen hacer campaña a favor de candidatos evangélicos que promueven valores familiares, mientras que otros animan a votar desde una perspectiva neoconservadora. En estas elecciones, ningún líder o institución evangélica apoyó formalmente a ningún candidato.

En las campañas políticas, los candidatos suelen ver a las mujeres como objetos o marionetas, es decir, como algo fácil de manipular. En cierto sentido, esta percepción se extiende también a la iglesia. Las mujeres sirven activamente a Dios, pero rara vez ocupan puestos de liderazgo en las iglesias, ya que la nueva ola neoconservadora pretende limitar aún más los espacios de influencia de las mujeres. Quienes se alinean con esta visión utilizan pasajes bíblicos como Génesis 3 y pasajes de las cartas de Pablo a Timoteo y a los Corintios para crear argumentos que limitan la influencia de la mujer a su familia y en el ministerio de mujeres.

Los cambios sociales que condujeron a un liderazgo femenino más amplio en la sociedad no son valorados en la iglesia con la misma intensidad. No hay intención ni plan de abrir más espacios de liderazgo para las mujeres, ni siquiera una reflexión sobre diversas prácticas que podrían ampliar la influencia de las mujeres en funciones de liderazgo.

Sally Isáis, directora de la agencia misionera Misión Latinoamericana de México (Milamex):

Tradicionalmente, la influencia de la mujer en la sociedad mexicana ha sido fuerte, pero a menudo tiene lugar entre bastidores. En los últimos años, las mujeres han desempeñado cada vez más funciones públicas, especialmente a medida que el gobierno ha aprobado leyes más estrictas contra el acoso sexual y ha establecido cuotas que exigen un determinado porcentaje de mujeres en determinados cargos gubernamentales.

Dentro de la iglesia, históricamente, las denominaciones pentecostales han tenido mujeres en el liderazgo. Por ejemplo, Graciela Esparza fue directora nacional de la Iglesia Mexicana del Evangelio de Cristo y Febe Flores dirigió el Movimiento Iglesia Evangélica Pentecostés Independiente, aunque ya han fallecido y ambas denominaciones están dirigidas actualmente por hombres.

En general, los evangélicos siguen divididos sobre la cuestión de la ordenación de mujeres. Metodistas, luteranos y episcopales ordenan pastoras, y los neopentecostales y carismáticos tienen muchas pastoras fuertes. Muchas dirigen congregaciones, a veces junto a sus cónyuges y otras de forma independiente.

Por el contrario, algunas iglesias conservadoras mantienen posturas teológicas que impiden que las mujeres prediquen y ocupen cargos oficiales. Aunque reconocen los dones y capacidades de las mujeres en determinadas áreas (dirigir a otras mujeres y a los niños, por ejemplo), no les permiten acceder a cargos superiores.

Al mismo tiempo, en la mayoría de las iglesias, la mayor parte de los congregantes son mujeres, muchas de las cuales dirigen numerosos ministerios y enseñan la Biblia. Y esto sucede de manera independiente a la postura teológica de la denominación.

Algunos afirman que el papel de liderazgo de una mujer no depende de la presencia o ausencia de un hombre. Otros afirman que los hombres dispuestos, comprometidos e íntegros brillan por su ausencia. Por lo tanto, las mujeres han tenido que dar un paso al frente. Creo que las funciones formales de liderazgo de las mujeres dentro de la iglesia pueden crecer. De hecho, es una realidad que sin el liderazgo y el trabajo de las mujeres, las iglesias estarían en problemas, ya que gran parte del trabajo recae sobre sus hombros.

Sandra Márquez Olvera, fundadora del blog Con-Ciencia y Teología:

La victoria de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales de México demuestra que es necesario un mayor diálogo en materia de género y del liderazgo de las mujeres. Ambos temas siguen siendo centro de discusión en muchas iglesias.

En la mayoría de las denominaciones o confesiones, a las mujeres no se les permite ser pastoras, pero en algunos casos ni siquiera se les permite enseñar o participar en el discipulado de la comunidad. En las últimas dos o tres décadas, hemos tenido cambios importantes entre los metodistas, luteranos, bautistas y algunas comunidades pentecostales que han permitido más espacio para que las mujeres ejerzan sus dones. Pero aún no hay consenso sobre cómo las mujeres pueden seguir abriéndose camino en la iglesia ante una sociedad que desafía esta pasividad con su primera presidenta electa.

Existen numerosas historias bíblicas de mujeres que Dios utilizó con su liderazgo, fortaleza, valentía y trascendencia. Historias que seguimos estudiando, si bien pocas veces lo hacemos poniendo la mirada en el papel de la mujer. Necesitamos hablar más de esto y discernir cuál es el llamado de las mujeres en esta iglesia y en este país.

No sé cómo resultará Sheinbaum al enfrentar fuerzas que no quieren cambios dentro y fuera de la iglesia, pero sabemos que es un paso importante. Y sé que Dios acompañará a la nación en todo lo que le espera.

Yani de Gutiérrez, copastora de la Iglesia Bautista Horeb en Ciudad de México:

Estoy siendo testigo de la elección de la primera mujer en México como presidenta de la nación y de que la mayoría de la población expresó que acepta el liderazgo de una mujer. Ante este parteaguas, como cristiana mexicana, reflexiono y me pregunto si esa misma aprobación del liderazgo femenino está presente dentro de la iglesia.

Sin duda, el diseño inherente de cada sexo incluye roles exclusivos dentro del plan de Dios, como el embarazo y el parto, que son claramente del dominio de la mujer. Sin embargo, en la visión de Dios, las mujeres fueron creadas para mucho más.

En el plan de Dios, la responsabilidad de gobernar y someter a la creación no está determinada por el sexo o los roles, sino que es una tarea asignada a ambos. Hace más de un siglo, muchas sociedades empezaron a cambiar a favor de los derechos de la mujer. Hoy en día, las mujeres asumen responsabilidades que antes eran impensables, como la presidencia de una nación.

Reconocemos que, como en todas las empresas humanas, con los movimientos feministas han surgido nuevas distorsiones del diseño de Dios, como posturas de odio hacia los hombres, libertinaje y desdén por la maternidad y el matrimonio, a menudo a un alto costo. El feminismo extremo ha caído en trampas igualmente contrarias al plan de Dios.

Sin embargo, no podemos negar que es justo que las mujeres tengan la oportunidad de ejercer las capacidades que Dios les ha concedido. Como cristiana y pastora de una iglesia local, creo que la elección de una mujer como presidenta forma parte del plan de Dios.

Este despertar también es evidente en las iglesias cristianas. Sin embargo, en lugar de encarnar el plan de Dios al reconocer que algunas mujeres están específicamente diseñadas, dotadas y elegidas por Dios para liderar dentro de la iglesia, la iglesia a menudo muestra resistencia y dogmatismo, malinterpretando el diseño original de Dios y limitando el ministerio de las mujeres. Mientras que el mundo adopta rápidamente cambios feministas extremos, la iglesia se queda atrás en el reconocimiento del plan original de Dios.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Dios susurra a los corazones inquietos y afligidos

Un extracto sobre la duda, la desesperanza y la restauración.

«Elías en el desierto», Moritz Berendt.

«Elías en el desierto», Moritz Berendt.

Christianity Today June 27, 2024
Wikimedia Commons / Editado por CT

Pensemos por un momento en el monte Tabor [o Monte de la Transfiguración]. Recuerda la luz cegadora de la gloria de Jesús y la deslumbrante presencia de Elías y Moisés. Medita en el peso del momento y lo que significó en la mente y el corazón de Pedro; más aún, lo que confirmaba sobre el sueño que se había instalado en su corazón y en su imaginación espiritual. El brillo de ese sueño y lo increíblemente cercano que le pareció en el monte Tabor crea una insoportable disonancia cognitiva con el momento en que Jesús fue arrestado, burlado, golpeado, despreciado, excoriado, ejecutado y finalmente quedó muerto en una tumba.

Estas visiones no encajaban: la luz blanca como la nieve del momento de la Transfiguración, el lino ceniciento que ahora envolvía el cadáver de Jesús y la negrura pedregosa de la tumba mientras la piedra cerraba su entrada. Pedro esperaba a Elías, esperaba fuego del cielo, una tierra limpia del mal; lo que encontró en su lugar… no creo que tuviera un nombre para ello. No conozco a ese hombre.

Pero tal vez Pedro tampoco conocía a Elías.

A veces, nuestras expectativas son la fuente de nuestro dolor.

Pedro pensaba en Elías como en un héroe. Pero solo estaba prestando atención a una parte de la historia.

Cuando Elías humilló a los profetas de Baal, la multitud de espectadores cayó al suelo y gritó: «¡El Señor es Dios!» (1 Reyes 18:39, NVI). Luego masacraron a esos profetas, limpiando la tierra de su opresión. Entonces Elías oró por lluvia, y esta llegó. Acab huyó a Jezreel, incapaz de negar lo que había visto con sus propios ojos. Misión cumplida.

No tanto. Jezabel respondió a todo lo que Acab le dijo con la promesa de matar a Elías, y esa amenaza de humillación y muerte abrumó al profeta. Este huyó al desierto, se desplomó bajo un arbusto de retama y oró por su propia muerte. «¡Estoy harto, Señor!», dijo. «Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados» (1 Reyes 19:4). Me rindo. Di media vuelta y salí corriendo. Fallé y desearía estar muerto. Fue un grito de desilusión y desesperanza.

Dios le dio a Elías el regalo de dejarlo dormir bajo la retama. Lo despertó para alimentarlo y lo dejó dormir nuevamente. Cuando Elías despertó por segunda vez, Dios lo alimentó nuevamente para fortalecerlo para el largo viaje que le esperaba hasta el Monte Sinaí.

El viaje de Elías desde la retama hasta el Sinaí duró 40 días y 40 noches: el mismo tiempo que Goliat se burló de los ejércitos de Israel, el gran diluvio cubrió todos los seres vivientes de la tierra y, más tarde, Jesús ayunó en el desierto. El gran sufrimiento de Elías no fue sin propósito. Hay una intersección con Dios al otro lado de los 40 días y las 40 noches, y Elías pronto lo descubriría.

La pregunta que Dios le hace a Elías en la cueva del Monte Sinaí es la que nos hace a todos los que nos encontramos desilusionados y desorientados. «¿Qué haces aquí, Elías?» (v. 9).

No es muy diferente de la pregunta que Jesús le hace a casi todos los que encuentra a lo largo de la narrativa de los Evangelios: «¿Qué quieres?».

No es fácil encontrar la respuesta. Es difícil decir «quiero volver» porque sabes que la patria que extrañas fue construida, hasta cierto punto, sobre ilusiones. La desilusión, en este sentido, es un don, si bien uno desagradable. Pero nombrar algo mejor también es difícil.

La respuesta de Elías es esclarecedora, no porque nos proporcione la respuesta correcta (como si la hubiera), sino porque muestra un camino a seguir: se queja en voz alta y sin disculpas. «Te he dado todo, Dios. Pero ahora estoy solo. No tengo un lugar al que pertenecer. No tengo espacios sagrados. Cada recuerdo me atormenta. Todos los que amaba y en quienes confiaba se han vuelto contra mí o han sido aplastados como yo».

Me criaron para no quejarme, para ver la queja como algo poco virtuoso. También me enseñaron mucho sobre la santidad de Dios y qué estaba permitido y qué no estaba permitido decir o hacer ante Él. Pero hay una curiosa tensión entre mis ideas modernas y las actitudes de muchos de los padres y madres de nuestra fe en la Biblia hebrea. Tienen audacia, voluntad de discutir, quejarse o hablar por puro interés propio. Quizás ese sea un aspecto de lo que significa tener una fe infantil: tener la audacia de decir lo que piensas en una relación donde la asimetría de autoridad y control no podría ser más marcada.

Dios le dice a Elías que camine hacia la montaña. Al leer el texto, parece que no lo hace, sino que observa desde el interior de la cueva cómo se levanta un viento lo suficientemente violento como para destrozar la montaña y romper las rocas, pero Dios no está en el viento. Luego llega un terremoto, pero sigue sin ver a Dios. Luego vio fuego, pero nuevamente, Dios no estaba en el fuego (1 Reyes 19:11-12).

El relato de la ausencia de Dios en el viento, el terremoto y el fuego tiene menos que ver con Dios y más con Elías. Él es un veterano afín a la gloria de Dios en el Monte Carmelo. Ahora, se encuentra en lo que tal vez sea el terreno más sagrado fuera de Jerusalén, una montaña donde Dios apareció una vez espectacularmente y renovó su pacto con los hijos de Abraham. Pero Elías ya no puede ver a Dios en lo espectacular. El viento no lo mueve. El terremoto no lo hace temblar. El fuego lo deja frío.

Mientras los últimos rastros de viento se calman y las últimas llamas se convierten en brasas, un profundo silencio se apodera de la montaña. Allí, como un susurro, Elías escucha la voz de Dios. Sin embargo, hay algo diferente aquí. Algo diferente con respecto a la voz de Dios con la que Elías había venido luchando hasta ahora. Cobra conciencia de la presencia divina de una manera nueva y finalmente se siente atraído por ella, caminando hacia la boca de la cueva como para escuchar mejor.

Al leer esta historia, veo la descripción de un viaje al corazón. Es una imagen de la transformación que ocurre al otro lado del duelo. Quizás no sea simplemente que Dios no estuviera en el viento. (Como quiera, ¿qué significaría que estuviera «en el viento»?). Más bien, es que Elías había perdido la capacidad de encontrarlo en el viento. Los espectáculos se habían vuelto demasiado complicados, demasiado acechados por la pérdida. El corazón inquieto y afligido de Elías necesitaba silencio al otro lado de las tormentas de viento y fuego para escuchar y reconocer la voz de Dios.

Elías llegó al Sinaí desesperanzado porque su vida y sus sueños habían llegado a su fin. Salió de ahí consciente de que las mejores partes de ese sueño (la esperanza de un Israel renovado y restaurado) estaban en las manos de Dios y siempre lo habían estado. Siete mil personas que Elías no sabía que existían habían permanecido fieles. La verdad más grande de la que tomó conciencia fue que no necesitaba preocuparse por los resultados de lo que vendría después. El viejo cliché «Dios tiene el control» resulta ser cierto, pero puede ser algo que realmente solo aprendemos del todo y solo nos libera después de que las cosas se desmoronan.

Al igual que la desilusión, la desesperanza es una enfermedad solo para los verdaderos creyentes: soñadores y amantes. Golpea cuando la vida se desmorona. Golpea cuando nuestro sentido de significado y propósito se desvanece cuando las personas más cercanas a nosotros se vuelven incomprensibles. Golpea cuando aquellos a quienes amamos desaparecen debido a las mentiras, el quebrantamiento o la muerte. La desesperanza aflige a los solitarios y olvidados, a aquellos cuyas oraciones resuenan contra un cielo gris como el concreto.

Aquellos que nunca la han conocido, a menudo se quedan desconcertados al identificar esta profunda oscuridad en los demás. La tentación de moralizarlo es poderosa. El grito del salmista «Espera en Dios», puede convertirse rápidamente en «Anímate ya», un sentimiento que probablemente solo profundice la desesperanza al intensificar la sensación de la persona de que algo anda mal con ella: que su dolor es invisible y que están finalmente solos.

Lo que vemos en el Sinaí es a la vez serio y esperanzador tanto para aquellos que han sufrido la oscuridad espiritual como para aquellos que aman y quieren apoyar a los que sufren. Revela a la vez que hay algo de soledad en esa oscuridad y que, como en el viaje de Elías, primero al desierto y finalmente a la cueva del Sinaí, debemos realizar el viaje a solas.

El Infierno de Dante ha sido entendido durante mucho tiempo como la mayor expresión literaria de este tipo de encuentro con la desilusión y la desesperanza. Nadie elige el exilio y nadie elige la desilusión espiritual. Simplemente te despiertas y te encuentras allí, preguntándote a dónde se ha ido la luz y hacia dónde podrás dirigirte a continuación. En el Infierno, Dante se encuentra atrapado entre criaturas voraces y las puertas del infierno, descubriendo que la única manera de salir de la oscuridad es pasar a través de ellas.

Lo mismo ocurre con la desilusión. Por mucho que huyamos de ella o busquemos distraernos, acecha como la loba y el leopardo que perseguían al gran poeta italiano. Para llegar a la salida debemos cruzar a través del lugar que tememos, un viaje que para Dante significó ser testigo de los grandes males del mundo en su camino hacia la redención en el paraíso.

Para Elías significó encontrar la soledad bajo la retama y en la superficie ardiente del Monte Sinaí. Allí descubrió lo que todos podemos descubrir al otro lado del dolor: que no estaba solo. Que bajo el ruido de las tormentas y el calor de los fuegos estaba el susurro de Dios, y que en la distancia que va más allá de nosotros siempre hay un remanente. Nunca estamos realmente solos.

Mike Cosper es el director de CT Media.

Adaptado de Land of My Sojourn de Mike Cosper. ©2024 por Michael D. Cosper. Utilizado y traducido con autorización de InterVarsity Press. www.ivpress.com.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

La negligencia es un pecado mortal

La Biblia condena los descuidos y las imprudencias que perjudican a otros. Y abundan.

Christianity Today June 21, 2024
Ilustración de Abigail Erickson / Fuente Imagen: Getty Images

Según el fiscal estadounidense Damian Williams, varios trabajadores le habían advertido a Finbar O’Neill, constructor de Nueva Jersey, que el muro que había construido no era seguro. Pero O’Neill ignoró sus advertencias. Tal vez pensó que era un pequeño riesgo que valía la pena tomar y que probablemente resultaría a su favor; sin embargo, trágicamente sus empleados tenían la razón. O’Neill fue acusado de negligencia criminal en agosto después de que sus «atajos» en la construcción resultaran mortales. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].

En 2017, la empresa de O’Neill, One Key, había estado construyendo apartamentos de lujo de múltiples estructuras a lo largo del río Hudson en Poughkeepsie. Los planos del sitio exigían que se apilaran grandes montículos de tierra para compactar la tierra suelta antes de que comenzara la construcción. Sin embargo, el constructor decidió erigir un muro de bloques de concreto para contener uno de los montículos en su sitio mientras comenzaban las obras en un terreno contiguo.

El muro se derrumbó a causa del peso de la tierra y Maximiliano Saban, uno de los trabajadores, perdió la vida, mientras que uno más salió herido. Los documentos de la acusación alegan que O’Neill transigió con respecto a las medidas de seguridad a fin de acelerar la construcción.

Estos casos de negligencia son comunes. En mayo de este año, se produjo un incendio en una unidad neonatal de un hospital de Senegal. Murieron once recién nacidos. Según la declaración inicial del Ministerio de Salud de Senegal, el incendio probablemente fue causado por un cortocircuito eléctrico evitable: un cableado defectuoso.

«Este país está enfermo», tuiteó @samba_massaly, uno de los muchos senegaleses que recurrieron a las redes sociales después del incendio del hospital. «Nuestros hospitales se han convertido en lugares de muerte. ¡Demasiada negligencia, indiferencia e imprudencia!».

Cuando pensamos en la injusticia, normalmente pensamos en daños deliberados como el robo, el asesinato y otros actos criminales. Pero los daños por negligencia también son formas de injusticia.

Históricamente, la iglesia ha entendido esto. Los pecados de omisión (cosas que no hacemos, pero que deberíamos) son tan malos como los pecados de comisión (cosas que hacemos, pero no deberíamos). Una visión bíblica de la justicia advierte tanto sobre daños accidentales como sobre males intencionales. Y también apoya que existan reglas para reducir este tipo de accidentes.

Muchos de nosotros nos enfrentamos a la tentación de conformarnos con llevar a cabo un trabajo que no es del todo bueno ni del todo seguro, ya sea por presión de tiempo, por vergüenza de necesitar ayuda o por la creencia de que nuestro trabajo de mala calidad probablemente no perjudicará a nadie. Pero la destreza, la previsión y el cuidado no tienen que ver únicamente con la seguridad: son parte de la búsqueda cristiana de la santidad.

Las intenciones importan. Jesús le enseñó a sus discípulos que las malas intenciones, ya sea que se lleven a cabo o no, son pecaminosas (Mateo 5:22,28). No obstante, la falta de malas intenciones no necesariamente indica inocencia. Una persona puede no tener malicia hacia otra y aun así ser culpable de causarle daño accidentalmente.

De hecho, el pueblo de Israel en la Biblia tenía toda una categoría de leyes sobre los pecados involuntarios (Levítico 4:1 – 5:18).

Si alguien peca involuntariamente… es culpable y sufrirá las consecuencias de su pecado. Llevará al sacerdote un carnero sin defecto, cuyo precio será fijado como sacrificio por la culpa… Así el sacerdote pedirá perdón por el mal que esa persona cometió involuntariamente, y ese pecado será perdonado. (5:17-18)

El disgusto actual de nuestra cultura por el perdón hace que sea difícil pedirlo cuando no teníamos intención de hacer daño. Pero en Israel, los pecados cometidos por accidente (particularmente en casos de negligencia) incurrían en culpa, al igual que los cometidos intencionalmente. Ambos requerían expiación.

¡Con tan alto estándar de justicia, alabado sea Dios por su gracia en la persona y obra de Jesús! Para los cristianos, la ley en todos los puntos (incluidos los pecados involuntarios) quedó satisfecha en la Cruz. Los cristianos ya no están «bajo la ley» y su juicio (Gálatas 5:18).

Sin embargo, la ley tiene mucho que enseñar sobre la naturaleza de la justicia y el amor cristiano por nuestro prójimo (Mateo 22:37-40). Eso incluye sus lecciones sobre daños accidentales.

En el derecho moderno, las personas son culpables en caso de accidente cuando se demuestra que hubo negligencia. Por lo general, se establece una distinción adicional entre negligencia simple (como no arreglar la cerca alrededor de su piscina) y negligencia intencional o grave (como dejar a un niño pequeño solo cerca de una piscina). De manera similar, la ley bíblica identifica diferentes niveles de culpa según el nivel de irresponsabilidad.

Deuteronomio 19:1-13 introduce el principio de negligencia al comparar dos casos de homicidio. En un caso, una persona murió a causa de un accidente provocado por lo que hoy se llamaría negligencia simple. En el caso contrastado, una persona fue asesinada intencionalmente. Cada incidente recibe un veredicto diferente, pero ambos perpetradores son castigados.

El ejemplo del asesinato deliberado comienza con un hombre que «prepara una emboscada, lo asalta, lo mata» (v. 11). Hizo planes. Esperó un momento oportuno. Luego cumplió su propósito. Se trata de un caso claro de asesinato intencional.

De acuerdo a esa ley, el asesino intencional debía ser entregado inmediatamente al vengador. Era culpable de derramamiento de sangre y estaba sujeto al castigo total de la ley. Su acción, motivada por malas intenciones, lo había conducido a la condena.

El ejemplo contrastante es más complejo. En él, un hombre mata a otro por un accidente por descuido. Un hombre estaba cortando leña cuando la punta del hacha se salió del mango. Otra persona que se encontraba cerca salió herida y finalmente murió.

Fue un accidente; no obstante, el portador del hacha era responsable del cuidado y uso de su herramienta. Cualquier persona que utilice una herramienta peligrosa debe ser consciente de sus riesgos (Números 35:17-18). Hay una responsabilidad que conlleva el uso del hacha, especialmente si hay otra persona presente.

En cualquier caso, la sentencia atribuye cierta responsabilidad al portador del hacha. La familia de la víctima habría sido justificada por vengar la muerte de su familiar. Sin embargo, por tratarse de un accidente, la ley concede al leñador la posibilidad de buscar protección y seguridad en una «ciudad de refugio». Si corría al campo de refugiados más cercano y se quedaba allí, se le concedía asilo.

Sin embargo, si abandonaba la ciudad de refugio, perdía esa seguridad y existía la posibilidad de sufrir represalias. Todavía era responsable de la muerte causada por su descuido con el hacha, aun cuando el daño a la persona perjudicada no haya sido efectuado con dolo. (Ver también Números 35:26-27, 32-33). Así, Deuteronomio 19:1-13 deja claro que alguien era considerado moralmente responsable de la muerte de otra persona en ambos casos.

No actuar con suficiente precaución con una herramienta peligrosa es una violación de la justicia. Esta lógica debería desafiar a los cristianos a ejercer el debido cuidado en todas las áreas de la vida.

Sería un error limitar las leyes de homicidio de Deuteronomio 19 a casos de homicidio; de hecho, esos ejemplos extremos están destinados a ser extrapolados a otras situaciones. Se trata de un paradigma legal, no de un estatuto amplio. El pasaje bíblico sobre el homicidio muestra un principio: los accidentes por simple negligencia generalmente incurren en una culpa, aunque la culpa sea menor que en los daños intencionales.

Este principio nos enseña a hacer nuestro trabajo con entusiasmo y con la debida precaución, siempre conscientes de los riesgos potenciales. Ya sea al cortar leña, hacer un cableado eléctrico, recetar medicamentos, preparar la cena en la estufa, conducir un camión por la carretera u operar una máquina en una fábrica, manejar todo peligro de manera responsable es un aspecto de la santidad personal.

Como hemos visto, las penas por negligencia simple son menos severas que por daños intencionales. Sin embargo, hay accidentes que merecen penas iguales a las de los errores deliberados.

La negligencia intencional, a veces llamada negligencia grave, puede aumentar la responsabilidad hasta igualar la de los daños intencionales.

La edición más reciente del Black’s Law Dictionary define la negligencia grave como «un acto u omisión consciente y voluntaria, con descuido imprudente de un deber legal y de las consecuencias que traerá para las otras partes». Es una negligencia pensada y llevada a cabo en conciencia, en contraposición a la irreflexión detrás de la negligencia simple.

La mayor responsabilidad por negligencia intencional se ilustra en un par de leyes bíblicas sobre los bueyes:

Si un toro cornea y mata a un hombre o a una mujer, se matará al toro a pedradas y no se comerá su carne. En tal caso, no se hará responsable al dueño del toro. Si el toro tiene la costumbre de cornear, se le matará a pedradas si llega a matar a un hombre o a una mujer. Si su dueño fue advertido de la costumbre del toro, pero no lo mantuvo sujeto, también será condenado a muerte. Si a cambio de su vida se exige algún pago, deberá pagarlo. (Éxodo 21:28-30)

En el primer escenario, un buey sin antecedentes de agresión atacó y mató a alguien. Fue un hecho inesperado que no podía haberse anticipado razonablemente. Fue un accidente. Sin embargo, el dueño de ese buey enfrentó una consecuencia en tanto que el buey fue sacrificado y al propietario no se le permitió recuperar su carne.

Eso habría sido una pérdida significativa para el dueño del buey. Sufrió una consecuencia real por no sujetar adecuadamente a su buey. Pero fue un incidente de negligencia simple, ya que, aunque el buey era grande e inherentemente peligroso, no había razón para esperar que corneara a alguien.

En el segundo escenario, ocurrieron casi exactamente los mismos eventos. De hecho, no hay diferencia entre los hechos de los dos casos, salvo una excepción. En el último caso, el dueño sabía que su buey tenía tendencia a la agresión y se negó a sujetarlo.

Cuando se ignora deliberadamente un peligro o riesgo conocido se incurre en una negligencia intencional. Y, en el recuento bíblico, esa negligencia intencional marca una profunda diferencia en las sanciones aplicables.

El dueño del segundo buey fue castigado como si él mismo hubiera matado a la persona. Al dueño del segundo buey se le impuso la pena de muerte. En el sistema de justicia de Dios, la negligencia intencional puede elevar la responsabilidad por daño accidental a un nivel igual al de quien tiene la intención de causar daño.

En una entrevista sobre ética y diseño de productos, Steven VanderLeest, coautor de A Christian Field Guide to Technology for Engineers and Designers, ofreció un ejemplo moderno de negligencia grave. «El Ford Pinto», dijo, «fue un ejemplo clásico».

VanderLeest explicó que la ubicación del tanque de gasolina del automóvil compacto de la década de 1970 «era conocida por ser peligrosa en caso de colisión trasera». A pesar de ser consciente de este peligro, Ford decidió «deliberadamente no cambiar el diseño, considerando que los accidentes no justificarían el costo de la modificación».

Consciente del peligro, Ford continuó la producción.

Lamentablemente, incluso en colisiones traseras a velocidades moderadas hubo fugas de combustible e incendios, y se presentaron más de cien demandas contra la empresa fabricante de automóviles. Uno de los casos más destacados fue Grimshaw v. Ford Motor Co.

Durante el juicio de Grimshaw, documentos internos de Ford revelaron el conocimiento previo de la empresa sobre el defecto de diseño y sus riesgos. En este caso, el jurado otorgó 127.8 millones de dólares en daños y perjuicios a los demandantes. «En ese momento», señala Vander Leest, «[fue] la demanda civil más grande [en la historia legal estadounidense]». Ford comenzó a resolver otros casos fuera de los tribunales y emitió un llamado voluntario a fin de que quienes habían adquirido un Pinto llevaran sus automóviles a corregir el defecto de diseño de forma gratuita.

Los daños y perjuicios causados por el Pinto fueron accidentales. La empresa automovilística no tenía intención de provocar heridos ni muertes. Pero tampoco tomó medidas para detenerlos. El problema era bien conocido de antemano. Según los estándares bíblicos de justicia, la negligencia intencional exige penas similares a las necesarias por daños intencionales.

La mitigación de riesgos no es simplemente una cuestión de atención personal. La ley bíblica modela la importancia de la regulación comunitaria para reducir los accidentes.

VanderLeest explica: «Cuanto más poderosa es la tecnología, más regulaciones necesita la sociedad, porque cuanto más compleja y poderosa, más difícil es predecir todos los aspectos en los que algo puede salir mal».

Las tecnologías del antiguo Israel no eran tan poderosas como las nuestras, pero sus leyes regulaban las tecnologías que sí tenían para mitigar el daño. Por ejemplo, Dios le dio a Israel códigos de construcción para practicar diseños y métodos de construcción seguros.

Aquí hay una directiva: «Cuando edifiques una casa nueva, construye una baranda alrededor de la azotea, no sea que alguien se caiga de allí y sobre tu familia recaiga la culpa de su muerte» (Deuteronomio 22:8).

Los tejados planos de las antiguas casas hebreas, como ocurre hoy con muchos edificios del Medio Oriente, se utilizaban para relajarse y, a veces, para dormir. Como se sabía que la gente se congregaría en el tejado, no garantizar las medidas de seguridad constituía negligencia intencionada. Si alguien se cayera y muriera como resultado, el constructor podría ser acusado de homicidio («la culpa de derramamiento de sangre»).

El concepto de negligencia y su naturaleza impía aparece en las normas de salud de Israel, así como en sus normas de seguridad. Levítico 13–14, por ejemplo, proporciona instrucciones para la purificación de personas, casas y prendas de vestir infectadas con enfermedades llamadas, en hebreo, tsara’at. En las personas, tsara’at parece haberse referido a diversas enfermedades ulcerosas de la piel que ya no se conocen (no son lo que hoy se llama lepra o enfermedad de Hansen). Cuando el término era usado para casas y prendas de vestir, el término indicaba una infestación de moho u hongos.

De acuerdo con Levítico 13 y 14, Israel contaba con normas para reportar, inspeccionar y remediar estas condiciones. Estos procesos se instituyeron para detener la propagación del tsara’at y restaurar la pureza ritual a los afectados.

La salud era un aspecto que formaba parte del ritual del pueblo ante Dios. La principal preocupación en torno a las reglas relacionadas al tsara’at era asegurar que el pueblo estuviera listo para adorar a Dios.

Detener la propagación de enfermedades no parece haber sido el objetivo principal, pero fue un aspecto importante de la integridad de la nación. Garantizar que las casas se construyeran de forma segura y que los brotes no se propagaran era una preocupación social que requería protecciones sistémicas mediante la aplicación de la ley por parte de la comunidad. No eran cuestiones meramente personales.

Por lo tanto, el llamado cristiano a vivir con justicia requiere tanto cuidado para evitar negligencias personales como apoyo a las normas comunitarias adecuadas de salud y seguridad.

Hoy en día, las sociedades tienen niveles muy variables de regulación contra daños accidentales como la propagación de enfermedades. James Knox, un médico misionero presbiteriano ortodoxo, ha trabajado en hospitales estadounidenses donde, según él, las regulaciones parecían demasiado onerosas. También ha trabajado en clínicas del mundo en desarrollo donde, dijo, las regulaciones son terriblemente laxas. Actualmente, brinda sus serivicios en Akisyon a Yesu («Compasión de Jesús»), una clínica presbiteriana en Nakaale, Uganda.

Hace dos años, Knox trabajaba en el Centro de Salud y Hospicio Joy en Mbale, Uganda. En ese momento, tenía la nada envidiable distinción de ser el médico que atendió la primera muerte por COVID-19 registrada en Uganda.

En una entrevista con CT, Knox relató: «Los funcionarios de salud del gobierno llegaron con equipo de protección e instituyeron cuarentenas estrictas de inmediato». Inicialmente, la respuesta del gobierno pareció contundente.

«Pero», continuó, «en dos o tres meses, la coordinación gubernamental desapareció y nuestra clínica ni siquiera recibió pruebas de COVID ni equipo de protección».

Según Knox, este tipo de supervisión de «todo o nada» es común. Casos como este muestran que el problema del Pinto pudiera surgir en cualquier entorno donde las soluciones reales parezcan demasiado difíciles de implementar.

¿Qué nivel de negligencia considera un gobierno o una corporación que vale la pena abordar? A veces consideran las multas y las derrotas judiciales como un costo aceptable para hacer negocios o para progresar en el ámbito político. Pero el pueblo de Dios necesita considerar los valores de Dios, no otras recompensas e inconvenientes de la negligencia.

La presentación de informes y la supervisión pueden resultar onerosas. Aun así, los códigos de construcción de Israel y los protocolos levíticos en torno al tsara’at nos muestran que Dios espera que las comunidades establezcan políticas cooperativas para reducir el daño.

La Biblia no proporciona una lista de regulaciones apropiadas para cada tiempo y lugar, ni muchos detalles sobre cómo deben administrarse. Esas decisiones, que varían de una sociedad a otra, son cuestiones que deben ser debatidas por la comunidad. Son deliberaciones en las que los cristianos deberían apoyar y en las que deberían participar.

Los evangélicos suelen estar bien organizados para apoyar cuestiones como la legislación provida y la libertad religiosa. La influencia de la Biblia también debería llevar a los cristianos a abogar por protecciones sistémicas contra daños no intencionales, como edificios inseguros y brotes patógenos.

La justicia en una sociedad no es únicamente obra de los sistemas judiciales. Tampoco se limita a restringir las conductas ilícitas deliberadas a través de la policía u otros medios. La justicia es en realidad el deber de cada uno de nosotros ante Dios (Miqueas 6:8). Y la justicia incluye tratar de prevenir accidentes.

La ley bíblica ofrece paradigmas, presentados en las prácticas del antiguo Israel, que nos ayudan a pensar en esos aspectos de la santidad para su aplicación hoy. Hay mucha necesidad de un fuerte testimonio cristiano en esta materia, especialmente con el creciente poder de las tecnologías modernas y su potencial de causar daños accidentales.

Incluso en Estados Unidos, donde los accidentes son menos frecuentes que en otras regiones del mundo, su alcance es grave. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) publicaron recientemente un estudio sobre las «Diez principales causas de muerte en los EE. UU. entre 1 y 44 años de edad entre 1981 y 2020». La principal causa de muerte en ese grupo de edad durante cuatro décadas fue la «lesión no intencional», una categoría que, trágicamente, ha aumentado en los últimos años debido a las sobredosis de drogas. Casi 2.5 veces más personas murieron por lesiones no intencionales (más de 2 millones) que, por la segunda fatalidad más común: el cáncer (868 100).

Por supuesto, los riesgos nunca pueden evitarse por completo. En teoría, la ley de Israel podría haber prohibido por completo el uso de bueyes en las granjas hebreas para evitar que la gente fuera corneada. «Donde no hay bueyes», afirma Proverbios 14:4, «el granero está vacío». Además, no habría accidentes con bueyes. Sin embargo, «con la fuerza del buey aumenta la cosecha».

Dios llama a la humanidad a ser productiva y valiente, administrando el mundo y desarrollando comunidades. Los riesgos no son completamente evitables ni son necesariamente negligentes. Pero los daños accidentales deben minimizarse cuidadosamente. Y cuando se conocen los riesgos, sería intencionalmente negligente ignorarlos.

Podemos extrapolar fielmente más allá del ganado y de las regulaciones de seguridad y prevención establecidas por los gobiernos. Al igual que el dueño del buey bíblico, el dueño de una mascota hoy en día debe tomar precauciones si sabe que una mascota es agresiva. Se sabe que enviar mensajes de texto mientras se conduce es extremadamente peligroso; es negligencia intencionada enviar mensajes de texto y conducir.

Saber que uno está infectado de alguna enfermedad contagiosa y no protegerse para evitar la propagación de la misma es otro ejemplo moderno de negligencia intencional. Esto conllevaría a una mayor responsabilidad (a los ojos de Dios, aunque no legalmente) si como resultado otros resultaran infectados y perjudicados.

Este principio también trae luz a la forma en que abordamos el abuso sexual en la iglesia. Al igual que el hombre que sabe que su buey es propenso a la agresión, aquellos en el liderazgo que conocen las tendencias de un abusador son responsables de utilizar ese conocimiento.

Saber del abuso y no hacer nada al respecto deliberadamente, o tratarlo de manera insuficiente, es negligencia, y las personas con la autoridad para prevenir más daños no son inocentes si esto ocurre. La complicidad en este caso no significa que colaboraron con un abusador: significa que no tomaron medidas responsables.

Dentro de la visión bíblica de la justicia, la negligencia deliberada puede ser tan grave como el daño intencional. Prestar plena atención a todos los riesgos conocidos, incluso cuando se requieren sacrificios, es parte de la búsqueda cristiana de la santidad.

Michael LeFebvre es un ministro presbiteriano, un erudito del Antiguo Testamento y miembro del Centro de Pastores Teólogos. Es autor de The Liturgy of Creation: Understanding Calendars in Old Testament Context.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

No te saltes el libro de Crónicas en tu plan de lectura de la Biblia

Hay mucho que aprender de los relatos del cronista sobre los reyes de Israel.

Christianity Today June 19, 2024
Illustration by Elizabeth Kaye / Source Images: Getty, Unsplash

Para el lector diligente de la Biblia, el libro de Crónicas puede parecer un poco desconcertante. Mientras leemos, es posible que nos preguntemos: ¿No he leído esto antes? La respuesta corta es sí y no.

Los libros de 1 y 2 Crónicas vuelven a contar algunas de las mismas historias de Israel y Judá que aparecen en los libros de Samuel y Reyes. Sin embargo, el cronista también ofrece una nueva perspectiva sobre esos años, incorporando material nuevo y dejando de lado otras historias. Su decisión sobre qué conservar y qué añadir no es arbitraria sino intencional. Y si prestamos atención, encontraremos que el cronista tiene un mensaje claro del que podemos aprender hoy.

Primero, solo la mitad de Crónicas es material repetido de Samuel y Reyes. Por un lado, es cierto que esto significa que hay mucha superposición. Pero, por otro lado, eso también significa que la mitad de las crónicas es material nuevo. ¡Lo que significa que no podemos darnos el lujo de pasarlo por alto!

Y si bien el contenido de Crónicas se superpone con material anterior, este fue escrito más de 100 años después, lo que le brinda al cronista el beneficio de la visión retrospectiva y la oportunidad de abordar una nueva serie de desafíos para su generación. El pueblo de Judá acababa de regresar del exilio y se enfrentaba a la enorme tarea de reconstruir el templo de Yahvé [Jehová] en Jerusalén que el rey Nabucodonosor había destruido. Esta tarea determina profundamente el telón de fondo de los libros de Crónicas.

Al comparar Crónicas con Samuel y Reyes, encontramos que el nuevo material se centra en dos temas principales: David y el templo. El cronista dedica más tiempo a la genealogía de la familia de David y a los detalles del legado de David. Y aunque Reyes se centra en el reino del norte de Israel, Crónicas destaca el reino del sur de Judá, donde reinaron los descendientes de David.

Asimismo, el cronista añade contenido adicional sobre el templo. Leemos sobre la preparación de los materiales de construcción por parte de David, y descubrimos nuevos detalles sobre el proceso de construcción y del momento en que Salomón dedicó el templo. El cronista también nos habla de cinco proyectos distintos de renovación del templo que abarcan cientos de años. Escuchamos las oraciones de varios reyes en el templo y descubrimos cuál de los levitas está asignado a cada tarea relacionada con el templo.

Estos dos temas importantes (David y el templo) son evidentes desde el comienzo del libro en las genealogías que aparecen enlistadas. Ahora bien, es comprensible tener ganas de leer solo superficialmente los nueve capítulos de genealogía que abren el libro. Pero si lo hacemos, podemos perder de vista pistas importantes sobre qué detalles le importan al cronista y por qué.

A pesar de su extensión, las genealogías no ofrecen un relato imparcial y exhaustivo de las doce tribus de Israel. Más bien, se centran especialmente en la familia de David y la tribu de Leví, ya que sus descendientes fueron primordialmente quienes recibieron el llamado a servir en el templo.

Otra cosa que podrías notar si comparas Crónicas con Samuel es que el cronista omite la mayoría de las historias poco halagadoras sobre David.

En Crónicas, David no se aprovecha de Betsabé ni pierde el control sobre sus hijos. No es que el cronista desconozca los fracasos de David; claramente, tiene el libro de Samuel frente a él mientras escribe, ya que muchas historias están tomadas palabra por palabra. Pero, en su mayor parte, las historias de las luchas de David simplemente no coinciden con el propósito del cronista, con clara una excepción. Dado que es la excepción la que confirma la regla, echémosle un vistazo más de cerca.

Dado el retrato casi absolutamente limpio de David en Crónicas, sorprende que el cronista incluya la historia del imprudente censo de David, cuando le ordenó a su comandante que registrara a todos sus combatientes. Su falta de confianza en la protección de Dios tuvo consecuencias desastrosas para la nación.

Para entender por qué aparece esta historia en 1 Crónicas 21, debemos prestar mucha atención a las consecuencias de las acciones de David. David había pedido un censo militar en contra del consejo de su comandante, Joab. El ejercicio fue a la vez una demostración del poder de David y una falta de confianza en la protección de Dios. Pero poco después de que llegaron los números, David se dio cuenta de que había pecado y oró pidiendo perdón.

En respuesta, Dios le permitió a David elegir su propia consecuencia entre tres opciones: «tres años de hambre o tres meses de persecución y derrota por la espada de tus enemigos… o tres días en los cuales el Señor castigará con plaga el país, y su ángel traerá destrucción en todos los rincones de Israel» (1 Crónicas 21:12). David eligió la última opción y decidió poner su propia vida y el reino en manos de Dios.

La plaga fue realmente devastadora, con muchas muertes innecesarias debido a la insensatez de David. Pero en medio del juicio, Yahvé mostró compasión por la nación al impedir que su ángel destruyera a más personas, en un momento sorprendentemente parecido al del Monte Moriah [o Moria], cuando Abraham estaba a punto de matar a su hijo Isaac y el Señor le dijo que se detuviera (Génesis 22:9–14). El narrador también nos dice exactamente dónde estaba el ángel del Señor cuando la plaga se detuvo en seco: «estaba junto a la era de Ornán el jebuseo» (1 Crónicas 21:15, NBLA).

Esta ubicación es de suma importancia para la trama general del libro. La era o el campo de trillar era donde la gente procesaba sus cosechas de cereales al pasar equipos pesados sobre los tallos de trigo para separar el grano de la paja. Cuando era posible, llevaban a cabo este trabajo en las cimas de las colinas para que el viento se llevara la paja, dejando solo el grano rico en nutrientes.

Entonces, David le compró al jebuseo esta excelente era en la cima de una colina, y construyó allí un altar para ofrecer holocaustos y ofrendas de comunión para restaurar la comunión con Yahvé y agradecerle por su misericordia. Sorprendentemente, «en respuesta, Dios envió fuego del cielo sobre el altar del holocausto» (1 Crónicas 21:26, NVI), una respuesta dramática que hizo eco del momento en que se construyó el tabernáculo (Levítico 9:24). David concluyó lógicamente que este sería el lugar perfecto para construir el templo, diciendo: «Aquí se levantará el templo de Dios el Señor y el altar donde Israel ofrecerá el holocausto» (1 Crónicas 22:1). Pero, como quizás recuerdes, no fue David, sino su hijo quien llevaría a cabo esta tarea.

El cronista finalmente une estos hilos en un florecimiento dramático en 2 Crónicas: «Entonces Salomón comenzó a edificar la casa del Señor en Jerusalén en el monte Moriah, donde el Señor se había aparecido a su padre David, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo» (2 Crónicas 3:1, NBLA). El lugar donde Dios le mostró misericordia a David al perdonar a los israelitas es el mismo lugar donde Dios también perdonó la vida de Isaac. ¡El cronista no quiere que nos lo perdamos!

¿Por qué contar una historia tan poco halagadora sobre David en un libro que ofrece una imagen positiva de él? La debacle del censo es esencial porque en última instancia conduce a establecer la ubicación del templo de Salomón, que es el otro tema clave del libro. En este mismo lugar, Dios le mostró misericordia a los israelitas y les proporcionó sobrecogedora evidencia de su presencia y bendición.

El cronista quiso subrayar para su propia generación la importancia de reconstruir el templo y reunir a aquellos que habían sido llamados a servir en él, quienes apenas comenzaban sus vidas de nuevo tras regresar a sus tierras. Necesitaban desesperadamente un sentido de continuidad con el pasado y alguna seguridad de que la presencia de Dios honraría a su comunidad una vez más. Y si nos saltamos los libros de Crónicas asumiendo que estos son una «repetición», podemos perder de vista que Dios está llamando a nuestra propia generación a priorizar la construcción del templo.

Hoy enfrentamos una tarea similar: ¿Cómo puede la iglesia reconstruirse después de una pandemia global? ¿Cómo podemos recuperarnos después de tantos escándalos públicos y profundas divisiones? Sin embargo, la tarea de nuestra generación no es reconstruir un templo físico, sino apoyarnos en nuestra identidad colectiva como cuerpo de Cristo. Especialmente en Occidente, donde se valora tanto el individualismo expresivo, el libro de Crónicas nos ofrece un correctivo muy necesario. No se trata de mí, se trata del pueblo de Dios haciendo la obra de Dios en el mundo. Y al subrayar nuestra misión compartida, podemos redescubrir nuestro sentido de propósito.

«Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos del pueblo elegido y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular», escribió el apóstol Pablo. «En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu» (Efesios 2:19-22).

Este no es un proyecto en solitario. Como dicen Pablo y Sóstenes en otro lugar: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (1 Corintios 3:16). Los ustedes aquí son todos plurales: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?». Nadie realiza un recorrido arquitectónico para admirar un solo ladrillo, sino para admirar edificios formados por cientos de miles de ladrillos bien colocados.

Para nosotros hoy, la construcción del templo implica reunirnos regularmente, buscar a Dios juntos, aprender a amarnos bien unos a otros y descubrir cómo honrar a Dios juntos en nuestra generación. Ningún individuo puede demostrar por sí solo la plenitud de la gloria de Dios a un mundo que observa. Reconstruir la casa de Dios es un proyecto de grupo y todos nos necesitamos unos a otros.

Carmen Joy Imes es profesora asociada de Antiguo Testamento en la Universidad de Biola y autora de Bearing God’s Name and Being God’s Image. Actualmente, está escribiendo su próximo libro, Becoming God’s Family: Why the Church Still Matters.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

News

¿Por qué la reforma contra el abuso sigue encontrando obstáculos entre los bautistas del sur?

Líderes y defensores agradecen el apoyo de la convención, pero se sienten frustrados ante su aparente incapacidad de llevar sus planes a la práctica.

Josh Wester y algunos miembros del Grupo de Trabajo para la Implementación de la Reforma contra el Abuso

Josh Wester y algunos miembros del Grupo de Trabajo para la Implementación de la Reforma contra el Abuso

Christianity Today June 15, 2024
Sonya Singh / Baptist Press

Jules Woodson recuerda la chispa de esperanza que sintió cuando un mar de papeletas amarillas se levantó al otro lado de la sala en la reunión anual de la Convención Bautista del Sur (en adelante SBC, por sus siglas en inglés) en 2022. Ella interpretó el voto a favor de la reforma que tuvo lugar tras la investigación de un caso de abuso como una señal de que los mensajeros de la convención realmente se preocupaban por víctimas como ella y estaban dispuestos a escuchar y hacer cambios.

En la reunión anual de este año en Indianápolis, las recomendaciones sobre la reforma contra el abuso volvieron a aprobarse con otra oleada de miles de votos, pero esta vez ella lloró por un motivo diferente: la decepción por lo poco que se ha hecho en los últimos años.

Las entidades de la SBC han prometido millones para financiar la causa. La convención ha votado repetidamente a favor de los esfuerzos de prevención y respuesta ante los casos de abuso por un margen abrumador. Grupos de trabajo nombrados por el presidente de la convención han ofrecido voluntariamente su tiempo para desarrollar recursos de capacitación, una base de datos que contenga información sobre todos los pastores implicados en casos de abuso y una oficina para supervisar el trabajo y los avances de la reforma [enlaces en inglés].

«Aquellos mensajeros para quienes el abuso no está en el primer plano de sus mentes, piensan: “Lo estamos haciendo bien”», dijo Woodson, cuyo testimonio de abuso por parte de su pastor de jóvenes en una iglesia de Texas dio inicio a los movimientos #ChurchToo y #SBCToo hace seis años. «Pero queda mucho por hacer».

Las víctimas de abuso y los activistas defensores que piden una reforma en la SBC ahora están viendo a los líderes bautistas del sur dentro de la convención tratar de navegar en un mar de obstáculos y bloqueos denominacionales similares a los que enfrentaron durante años desde el exterior.

«Nos han dicho una y otra vez: “No pueden hacer esto, no pueden hacer aquello”», dijo Mike Keahbone, candidato a presidente de la SBC que forma parte del Grupo de Trabajo para la Implementación de la Reforma contra el Abuso (ARITF, por sus siglas en inglés). «Hay que preguntarse: “¿Por qué razón enfrentamos tanta resistencia en este tema?”… O realmente no creen que haya un problema o tienen algo que ocultar».

El martes, el grupo de trabajo celebró la creación de un nuevo currículum para ayudar a las iglesias de la SBC a responder ante los casos de abuso, no obstante, la tan esperada base de datos sigue vacía, y no hay un «hogar permanente» para supervisar los avances de la reforma contra el abuso una vez que su reunión de trabajo termine esta semana.

Los mensajeros en Indianápolis votaron para afirmar esas prioridades y pasar el encargo asignado al grupo de trabajo al Comité Ejecutivo, el órgano que maneja los asuntos de la SBC fuera de la reunión anual, y a su nuevo presidente, Jeff Iorg.

«Los esfuerzos de respuesta y prevención del abuso crecen a medida que aumentamos la concienciación, por lo que estoy agradecido de ver el excelente trabajo realizado en el currículum esencial», dijo Keith Myer, un pastor de Maryland que ha hablado en favor de la causa, en una declaración a CT.

«Me preocupa que un conjunto de componentes relativamente sencillos de todo un sistema de protección parezca controvertido e inalcanzable. Una base de datos tiene sentido y resuelve el problema de la comunicación sobre quienes han actuado mal en nuestras 50 000 iglesias. Un hogar permanente para [dar seguimiento a] los casos de abuso ofrece a las iglesias y a los pastores alguien con quien hablar cuando se enfrentan a una crisis, y resuelve el problema de encontrar ayuda cuando no saben qué hacer».

El presidente de ARITF, Josh Wester, explicó que en enero se enteraron de que los problemas relacionados a los seguros de responsabilidad impedían que la propia convención acogiera esfuerzos de reforma significativos y sólidos, incluida la base de datos. Después de que el grupo de trabajo sugiriera formar una nueva organización sin ánimo de lucro para lanzar la base de datos de forma independiente, ya no tuvieron acceso a su financiación. Los responsables de la entidad que habían ofrecido 3 millones de dólares dijeron que no podrían utilizarse fuera de la SBC.

Wester, pastor de Carolina del Norte, dijo que el grupo de trabajo hizo todo lo que pudo y que sus miembros estaban «más que frustrados» por no poder presentar la base de datos que habían preparado con más de 100 nombres antes de toparse con obstáculos dentro de la SBC. «Solo tienes los medios para dar los pasos que puedes pagar», le dijo a los periodistas. «Ha sido una verdadera lucha para nosotros».

El grupo de trabajo ha recaudado 75 000 dólares por su cuenta para financiar la Comisión para la Reforma contra el Abuso de manera independiente. Confían en que el Comité Ejecutivo no dejará vacía la página web de la base de datos durante otro año, y algunos supervivientes de abuso sienten especial esperanza ante el liderazgo de Iorg. Llega al cargo después de haber sido presidente del Seminario Gateway de la SBC en California y se ha comprometido a ayudar.

Los partidarios de la reforma sabían que el proceso sería lento, pero sigue pareciendo desalentador que aún no se hayan dado ni siquiera los primeros pasos y que aún no hayan efectuado las cosas básicas que se habían propuesto.

A Grant Gaines, pastor de Tennessee, le preocupa que se pierda la importancia del momento a medida que se retrasa la aplicación de la reforma.

«Los supervivientes nos dijeron desde el principio que esto iba a ser difícil y que esperáramos bloqueos, incluso de gente que te cae bien y en la que confías», dijo Gaines, quien presentó la moción de 2021 en la que se pedía una investigación sobre la respuesta del Comité Ejecutivo ante los casos de abuso.

Los problemas de responsabilidad y financiación a los que se ha enfrentado la ARITF en los dos últimos años reflejan las reservas que siguen existiendo sobre el intento de la Convención de abordar el tema del abuso —sobre todo a medida que se van acumulando los recursos monetarios—.

Desde el escenario, Wester tuvo que aclarar repetidamente que los esfuerzos de la reforma contra el abuso no interfieren con la autonomía de las iglesias y que los abusos no tienen que ser generalizados para que la Convención mejore su respuesta.

«En lo que se refiere a los abusos sexuales, el problema de la Convención Bautista del Sur nunca fue que se produjeran abusos en tasas desproporcionadas o que nuestra convención estuviera plagada de abusadores», les dijo a los mensajeros. «En cambio, el problema al que tuvimos que enfrentarnos fue lidiar con el hecho de que la Convención Bautista del Sur, con más de diez millones de miembros y casi 50 000 iglesias, siendo el mayor organismo protestante de Estados Unidos, no tenía un plan significativo para ayudar a sus iglesias a prevenir o responder a los casos de abuso sexual».

Las mociones presentadas para contratar solo a asesores legales que reflejen los valores de la convención, o para lanzar una investigación para contabilizar el total gastado en la investigación sobre su respuesta a los casos de abuso, indican que una facción dentro de la SBC todavía mantiene un sentimiento persistente de arrepentimiento por las consecuencias del informe presentado por Guidepost Solutions en 2022 [enlace en español].

Iorg mencionó que han pagado al menos 2 millones de dólares solo para cubrir los costos de indemnización después de que dos personas nombradas en el informe presentaran sus demandas (el expresidente de la SBC Johnny Hunt y el exprofesor de seminario David Sills).

«Tenemos que equipar a los pastores para que protejan a las ovejas de los lobos. Se puede hacer… dentro de las entidades políticas, se puede hacer bien. Y, por diversas razones, se siguió posponiendo y la gente siguió sufriendo», dijo Bruce Frank, exjefe del Grupo de Trabajo sobre Abusos Sexuales y pastor en Carolina del Norte. «¿Son 2 millones de dólares mucho dinero? Sí, lo son, pero no es ni de lejos lo que ha costado a los supervivientes».

Los miembros del grupo de trabajo y los defensores están agradecidos de ver el continuo apoyo a sus esfuerzos por parte de la convención, pero también se muestran frustrados ante el hecho de que el entusiasmo de los bautistas del sur en la reunión no haya superado los desafíos que surgen cuando se intenta promulgar un cambio a nivel de la convención.

Los supervivientes denunciaron la implicación legal de los líderes de las entidades en un informe amicus curiae de Kentucky el año pasado que limitaría su responsabilidad en las demandas por abusos sexuales, y una moción del pleno pidió que la SBC censurara al presidente de la convención, Bart Barber, al presidente del Seminario del Sur [Southern Seminary], Albert Mohler, y al presidente de Lifeway, Ben Mandrell, por aprobar el informe. Los mensajeros votaron en contra el miércoles por la mañana.

Entidades de la SBC también han sido objeto de una investigación del Departamento de Justicia que comenzó hace casi dos años y emitió su primera acusación el mes pasado.

Frank y Keahbone, ambos candidatos que habían participado en los esfuerzos de reforma contra el abuso, no pasaron a la segunda vuelta en la carrera presidencial de este año. En un foro celebrado el lunes por la noche, Keahbone habló de personas que «se interponen en nuestro camino» y «trabajan a propósito en los costados para asegurarse de que [la base de datos] no se produzca».

Gaines le preguntó al grupo de trabajo si revelaría quiénes son los responsables de obstaculizar su labor y cómo, pero hasta ahora los implicados no han dado nombres. En declaraciones a los medios, Wester dijo que no quería «agravar más el problema entrando en demasiados detalles».

Hace dos años, el presidente de la International Mission Board, Paul Chitwood, el presidente de la North American Mission Board, Kevin Ezell, y el presidente de Send Relief, Bryant Wright, habían ofrecido 3 millones de dólares de los fondos no designados de Send Relief para pagar los programas de reforma en contra de los abusos sexuales de la SBC. Un portavoz de Send Relief dijo a CT que sus líderes «no han rechazado ninguna solicitud de financiación que esté dentro de la intención original de su compromiso».

«Send Relief está plenamente comprometida con la cuidadosa administración de los fondos para la prevención del abuso sexual y los esfuerzos de respuesta dentro de la SBC, en colaboración con el Comité Ejecutivo», dijo la declaración. «Actualmente la [Comisión de Reforma contra el Abuso] está fuera de la estructura de la CBS».

A Myer le preocupa que la confusión sobre las decisiones de financiación pueda dañar el sentido de confianza necesario para que los esfuerzos de cooperación más amplios en torno a esta cuestión sean eficaces.

«Cuando la confianza falla, se pierden socios y recursos», afirmó. «Si no podemos resolver algo fácil como decir “es fundamental que protejamos a niños y adultos de los abusos de los lobos», ¿cómo vamos a pasar a asuntos más complicados?».

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

El inesperado libro de la Biblia que más me reconforta

En mi ansiedad, leer el Apocalipsis me recuerda el infinito poder de Dios.

Christianity Today June 13, 2024
"The Last Angel" by Nicholas Roerich

Tenía nueve años la primera vez que vi la película Psicosis. Mi madre la trajo a casa del videoclub y llamó a los tres niños al sofá. Recuerdo la confusión —no era nuestro menú habitual de dibujos animados— y después el terror. Esa noche dormí con un ojo abierto (con lo que quiero decir que no dormí nada) porque estaba segura de que Norman Bates iba a colarse por la ventana de mi habitación. Finalmente me quedé dormida a primera hora de la mañana y regresé de la escuela al día siguiente dispuesta a ver Psicosis de nuevo. Sigue siendo una de mis películas favoritas, parte de un género que demuestra que aterrorizar a los espectadores es uno de los efectos más atractivos que puede tener una película.

Del mismo modo que las películas de terror y Shirley Jackson me ofrecen cierta clase de extraño consuelo, me siento atraída una y otra vez por el libro de Apocalipsis. He luchado con problemas de ansiedad gran parte de mi vida, y muchos amigos bienintencionados me han dirigido a pasajes como Mateo 6:34 o Filipenses 4:6. Pero cuando leía esos versículos que animan a los cristianos a no preocuparse, me preguntaba: ¿qué tengo yo mal dentro de mí que no puedo obedecer este sencillo mandamiento? Deseaba ser la clase de cristiana que no tenía miedo. Había escuchado de esas personas: cristianos cálidos, de trato fácil y amable, que solamente luchan con cosas como no pasar suficiente tiempo en oración o no memorizar suficientes versículos.

Estaba en la universidad cuando leí por primera vez Apocalipsis de principio a fin. Aunque crecí en la iglesia, Apocalipsis siempre me pareció una lectura bíblica avanzada para teólogos y pastores. Desde luego, yo no podía explicar por qué aparecía una mujer embarazada revestida del sol, con la luna debajo de sus pies, o por qué eso era importante para la fe cristiana. Pero después de visitar Éfeso durante un viaje por Europa, sentí curiosidad acerca de lo que Juan le había dicho a las otras seis iglesias en su relato histórico, profético y apocalíptico. Tras haberlo leído por mi cuenta, no salí del último libro de la Biblia con mucho entendimiento —para eso habría necesitado leer unos cuantos comentarios—; sin embargo, me resultó inmensamente reconfortante. Y debo resaltar que soy alguien que siempre se preocupa por todo lo que podría salir mal.

Mi ansiedad es vaga e incipiente; se vincula a sucesos específicos de manera ocasional, pero en gran medida me acompaña como una pequeña nube negra que amenaza tormenta incluso en el día más soleado. Tengo miedo todo el tiempo: miedo de no tener éxito, miedo de que un resfriado persistente sea indicativo de algo peor, miedo de que el avión en que viajo se desplome. En otras palabras, tengo miedo de no tener el control y de que el mundo sea un lugar terrorífico. Y, al igual que en mis películas de terror favoritas, el mundo de Apocalipsis da miedo. Es irreconocible.

Pero también es extrañamente relajante.

Me siento reconfortada al leer las secciones apocalípticas del libro. No sé exactamente de qué lado me alineo en controvertidas cuestiones teológicas como si el rapto es anterior o posterior a la tribulación, o lo metafórico frente a lo literal en el texto. Hay algunas partes de mi fe sobre las que me siento satisfecha al entender que son misterios. Así que cuando leo sobre «un ángel que bajaba del cielo» que tomó a Satanás y lo arrojó a una fosa por mil años, no me imagino necesariamente un viaje real desde el cielo o una fosa de verdad. Pero comprendo que Dios está batallando con Satanás, un mal muy real, y veo que incluso durante los peores momentos Dios está presente.

En la temporada de Adviento, cada año anticipamos la llegada de Dios al mundo en la forma de un ser humano. Cada año necesitamos aprender de nuevo cómo esperar en Dios. Cuando preferiría no esperar, mi impaciencia a menudo está motivada por la ansiedad: quiero asegurarme de que el peor escenario no sucederá; quiero cierta clase de garantía de que no estaré para siempre en la oscuridad. Así que vuelvo a los profetas, cuya paciencia y espera es material digno de leyendas.

Apocalipsis está repleto de referencias a los profetas del Antiguo Testamento, que son otra fuente de misterio. «¡Consuelen, consuelen a mi pueblo!», dice Dios en Isaías. Este Dios está muy implicado en las cosas familiares: el sol y la luna, la hierba, las flores del campo. Este es un Dios que conoce la tierra porque es su creación, lo que me hace pensar en que quizá este es un Dios que también me conoce a mí.

Mi miedo a estar sola disminuye en la presencia de un Dios tan cercano; mi miedo al futuro se desvanece cuando veo lo poderoso que es Dios. «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva», leemos en Apocalipsis 21. «Oí una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre los seres humanos, está el santuario de Dios! Él habitará en medio de ellos y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte ni llanto, tampoco lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”».

Ya había escuchado antes aquello de que se enjugará «toda lágrima» de sus ojos. Es un pensamiento popular reconfortante. Pero lo que no he escuchado a muchos pastores explicar es lo que dice al final del pasaje: «Las primeras cosas han dejado de existir».

Yo soy una primera cosa. Tú eres una primera cosa. Las primeras cosas no conseguirán llegar a la muerte de la muerte; todas las cosas morirán antes de ser renovadas. En vez de evitar esto, el libro de Apocalipsis nos invita a pensar seriamente en lo que significa morir. De una extraña manera, meditar sobre la muerte desde la fe cristiana produce un profundo alivio, porque una de nuestras creencias centrales es que la muerte ya ha sido derrotada y que morir es vivir lo más presentemente posible en el reino de Dios. Temo lo que veo de manera velada como en un espejo, pero cuando vea cara a cara, no tendré ningún temor (1 Corintios 13:12).

Hasta entonces, sin embargo, seguiré recordando. Las personas con trastornos de ansiedad solemos ser buenos en una crisis porque estamos constantemente preparados para ello. Las películas de miedo me provocaban una clase de estremecimiento que también servía para deshacer mis ilusiones de tener todo bajo control. Apocalipsis toma esa débil verdad y la hace más grande, más verdadera y más honesta: sí, cada lágrima será enjugada. Pero primero, hemos de morir.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Apple PodcastsDown ArrowDown ArrowDown Arrowarrow_left_altLeft ArrowLeft ArrowRight ArrowRight ArrowRight Arrowarrow_up_altUp ArrowUp ArrowAvailable at Amazoncaret-downCloseCloseEmailEmailExpandExpandExternalExternalFacebookfacebook-squareGiftGiftGooglegoogleGoogle KeephamburgerInstagraminstagram-squareLinkLinklinkedin-squareListenListenListenChristianity TodayCT Creative Studio Logologo_orgMegaphoneMenuMenupausePinterestPlayPlayPocketPodcastRSSRSSSaveSaveSaveSearchSearchsearchSpotifyStitcherTelegramTable of ContentsTable of Contentstwitter-squareWhatsAppXYouTubeYouTube