Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional del Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Nací en un hogar donde se asistía a la iglesia, así que tengo memorias desde una temprana edad de la escuela dominical, la escuela bíblica de verano y muchos otros eventos. Mis padres nos dieron el ejemplo que dar de tu tiempo es tan importante como cualquier otra cosa que podamos dar, así que mis padres estaban involucrados en varios ministerios. La vida dentro de la iglesia moldeó nuestra vida familiar. Asistimos a una iglesia pequeña, en la que se hablaba español donde la vida familiar estaba intrincadamente entretejida dentro de la liturgia y la comunión eclesiástica. Amaba ir a la iglesia. De joven, me casé con el amor de mi vida, Samuel, un hombre con un llamado al ministerio. Por los últimos 27 años hemos servido felizmente como pastores, evangelistas, hemos trabajado con jóvenes (¡y sobrevivido!) y también como administradores. He tenido el privilegio de trabajar entre mujeres de todas las edades en una capacidad u otra por los últimos 20 años.
Si bien existen muchos desafíos que las mujeres latinas enfrentan (o cualquier mujer evangélica), no obstante creo que uno de los desafíos más vitales para enfocar es la idea de ser mentoras y pasar nuestra fe a la próxima generación. Ya se acabaron los días de vivir cómodamente nuestro cristianismo sin establecer lazos y ofrecer un lugar a la próxima generación en la mesa donde se toman las decisiones. Hay demasiadas estadísticas advirtiéndonos sobre los Mileniales: que no asisten a la iglesia, que tienen un limitado conocimiento de la Biblia, que no tienen un sentido de lo que es bueno o malo o verdadero. No podemos continuar haciendo las cosas como siempre las hemos hecho. Lamentablemente, las estadísticas para la generación Z tampoco nos pintan un cuadro prometedor. Las generaciones futuras de mujeres piadosas necesitan que sirvamos como mentoras y las encaminemos a una vida en Cristo y la obra de la Iglesia.
Jueces 2:10-12 provee un ejemplo perfecto de lo que puede suceder si no servimos intencionalmente como mentoras a la próxima generación:
“También murió toda aquella generación, y surgió otra que no conocía al Señor ni sabía lo que él había hecho por Israel. Esos israelitas hicieron lo que ofende al Señor y adoraron a los ídolos de Baal. Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y siguieron a otros dioses —dioses de los pueblos que los rodeaban—, y los adoraron, provocando así la ira del Señor.”
En una sola generación, se perdió la verdad. Se perdió la fe. Mi esperanza es ver a todas las latinas evangélicas servir como mentoras para mujeres jóvenes y les ayuden vivir una vida de fe. Tenemos tanto que ofrecer y contribuir a la Iglesia. Tenemos que dar este conocimiento a las generaciones próximas. En el libro de Tito, capítulo 2, Pablo exhorta a Tito a que enseñe a hombres y mujeres lo que deberían hacer para asegurar que los que conocen a Cristo, crezcan en su fe y qué hacer para que los que no conocen a Cristo lo lleguen a conocer por el ejemplo de ellos. Da instrucciones específicas a mujeres mayores, que les enseñen a mujeres jóvenes cómo vivir de una forma que le agrade a Dios. Esto es tan relevante y crítico hoy como lo fue hace dos mil años.
Mujeres, ¡ustedes son increíbles! El conocimiento y sabiduría que poseen a través de sus experiencias en la vida pueden servir para ser mentoras y para guiar a las mujeres jóvenes a su alrededor. Comparta con ellas cómo Dios restauró su matrimonio o cómo está trabajando dentro de su matrimonio. Dígales que Dios fue fiel mientras usted atravesaba una enfermedad o cómo sigue siendo fiel mientras camina rumbo a su sanidad. Comparta sobre el hijo o hija pródiga suya y como usted oró por ellos y cómo llegaron a conocer a Jesús como su Salvador o cómo continúa orando fielmente por ellos y sigue creyendo hasta que ese día llegue.
La pregunta es, ¿cómo podemos proveer oportunidades para ser mentoras a las próximas generaciones de mujeres en la fe? Les comparto algunas ideas prácticas de mi propia experiencia para ayudarles a ejecutar e implementar sus propias ideas:
1. Incluya a mujeres jóvenes en mesas directivas ministeriales.
Mi experiencia ha sido que estas jóvenes contribuyen al mismo nivel que las mujeres con más experiencia. Ha sido de valiosa ayuda escuchar e implementar sus ideas. Les advierto: ¡serán desafiadas! Estas chicas son expertas con la tecnología y las redes sociales. Tienes que mantener una mente abierta y estar dispuesta a tratar cosas nuevas; el estatus quo no atraerá a mujeres mileniales.
2. Ofrezca reuniones específicamente para mujeres jóvenes en su iglesia local.
Ofreciéndoles este tiempo de compañerismo les provee la oportunidad para socializar y crear amistad con otros creyentes y les ayuda a transformar su deseo de hacer "buenas obras" y llevarlo a la acción. Si lee sobre los Mileniales, se dará cuenta que el "hacer buenas obras" es importante para ellos. No quieren solo hablar de hacer el bien; sino que en realidad quieren "hacer buenas obras." Provean oportunidades para practicar buenas obras. Por ejemplo; ser voluntarios en un albergue, cocinando y entregando comida a personas que no salen de su hogar, organizar con un grupo de personas de tercera edad que quieran la visita de estos jóvenes para jugar juegos con ellos, ayudarles con los quehaceres cotidianos, hacerles almuerzo o cena, etc. Las posibilidades no tienen fin.
3. Posiciónese en situaciones donde esté rodeada de mujeres jóvenes.
Escuche. Observe. Haga acto de presencia y sea transparente para que ellas puedan aprender de sus éxitos y de sus fracasos. Los niños y jóvenes saben cuándo no somos honestas. Queremos que nos tengan confianza y que sobresalgan. Nos tendrán confianza si somos honestas. Ya que tengamos su confianza, nos escucharán. Ya que nos escuchen, podemos ofrecer dirección para que aprendan a conquistar sus obstáculos y crezcan en su fe.
Es mi esperanza que cada creyente haga su misión ver que la próxima generación se comprometa con su fe y viva sus compromisos cristianos en sus comunidades, en sus familias y en sus trabajos. ¡Hagámoslo! Comprometámonos a ser mentoras para las próximas generaciones. Seamos una parte integral de nuestras familias y comunidades. Seamos la luz de Cristo que brille sobre ellas. Oh, ¡y vayamos a la iglesia! Seamos un ejemplo de lo que es estar involucradas con nuestras comunidades de fe, sirviendo a otros, amando a otros y dando de las múltiples bendiciones que Dios nos ha dado. ¡No perdamos una generación!
Yvette Santana sirve como directora de discipulado a mujeres para la región suroeste de iglesias hispanas en Estados Unidos para su denominación y también es directora del ministerio a mujeres de la Conferencia Nacional de Líderes Hispanos Cristianos (NHCLC). Está felizmente casada con su mejor amigo, Samuel Santana, y son padres orgullosos de sus dos hijos, Samuel (24) y David (21). Yvette admite que todavía le encanta ir a la iglesia.