Pastores y padres de jóvenes tienen un problema de comunicación acerca del propósito central de la iglesia

El sociólogo Christian Smith dice que la mayoría de las mamás y los papás estadounidenses ven el Cuerpo simplemente como un centro de recursos para sus hijos.

Christianity Today June 21, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Annie Spratt / Tuyen Vo / Unsplash / Mixetto / Getty Images

Todos los buenos padres buscan “enseñar al niño el camino en que debe andar” (Proverbios 22:6, LBLA), pero a veces se encuentran atrapados entre "no provoquéis a ira a vuestros hijos" (Efesios 6:4) y “el que escatima la vara odia a su hijo” (Proverbios 13:24). Dar en el blanco en la crianza cristiana de los hijos es difícil, se mire por donde se mire.

Cómo las madres y los padres religiosos equilibran la creciente autonomía de sus hijos con un sólido discipulado es el tema de un nuevo libro: Handing Down the Faith: How Parents Pass Their Religion on to the Next Generation [Transmitiendo la fe: cómo los padres transmiten su religión a la próxima generación], de Christian Smith, profesor de la cátedra William R. Kenan Jr. en Sociología de la Universidad de Notre Dame, y Amy Adamczyk, profesora de Sociología en el John Jay College of Criminal Justice de la City University de New York (CUNY).

Lyman Stone, un demógrafo especialista en fertilidad y familia, habló con Smith sobre dónde se conecta esta investigación con el Estudio Nacional de Juventud y Religión (NSYR, por sus siglas en inglés), por qué la fe de los jóvenes adultos es más consumista que nunca y cómo los padres y los pastores de jóvenes a menudo hablan sin escucharse mutuamente cuando se trata de sus esfuerzos por discipular a la próxima generación de creyentes.

(Haga clic aquí para ver una entrevista complementaria con Melinda Lundquist Denton, investigadora del NSYR y coautora de Back Pocket God).

A nivel personal, ¿cuál fue su reacción a los hallazgos de la investigación?

Yo diría que empezamos a entender la importancia de los padres cuando estábamos estudiando a los adolescentes en el Estudio Nacional de Juventud y Religión, que comenzó en el año 2000. Pero hay dos cosas que nos sorprendieron mucho.

La primera sorpresa al hablar con padres religiosos en los Estados Unidos es cuán similarmente hablan sobre por qué quieren criar a sus hijos religiosamente, cuál es el valor de ser religioso y cómo quieren dirigir su crianza en la religión.

En el campo de estudio de la Sociología hay mucho énfasis en la diferencia y la diversidad, y esperábamos encontrar todas estas formas diferenciadas en las que los padres de diversas tradiciones y estructuras de clases sociales hablarían sobre la paternidad. Pero resulta que todos dicen básicamente las mismas cosas; incluso los budistas, musulmanes, hindúes y mormones tienen una forma similar de entender la crianza religiosa.

Christian SmithIllustration by Mallory Rentsch / Portrait Courtesy of Christian Smith
Christian Smith

Por otra parte, algo que no fue sorprendente pero que vale la pena señalar es que la mayoría de los padres piensan que lo realmente importante de criar a sus hijos en la fe es que será bueno para ellos en este mundo. Hay muy poca referencia a la salvación o la eternidad. Tiene un enfoque muy “mundano”, es decir, “los niños serán más felices y tomarán mejores decisiones”. De modo que creo que los padres religiosos tienen una lógica orientada de forma inmanente, no trascendente.

La otra gran sorpresa fueron las opiniones de los padres sobre sus congregaciones religiosas. Escuchamos con frecuencia que la mayoría de los padres que no tienen un papel activo en la iglesia solo quieren dejar a sus hijos en la misma y que esperan que los ministros de jóvenes se ocupen de la religión. Pero descubrimos que los padres en realidad solo quieren que la iglesia sea amigable y que tenga un buen ambiente, pero sí creen que es su trabajo ocuparse de las cosas relacionadas a la religión. Descubrimos que parece haber un desequilibrio entre lo que el clero y los ministros de jóvenes piensan sobre la participación de los padres y la forma en que los padres en realidad describen esa participación.

¿Cuál es la conexión entre este libro y el Estudio Nacional de Juventud y Religión?

Cuando comenzamos el estudio, no teníamos idea acerca de los padres. Ese no era el enfoque. Pero a lo largo del estudio, quedó muy claro cuán importantes eran los padres en la formación de sus hijos. Nos dimos cuenta de que lo que hacen los padres con los adolescentes realmente importa más que los medios de comunicación, la escuela o los amigos. Si realmente queríamos resolver esto, teníamos que hacer un estudio centrado en los padres religiosos.

En el libro, usted dice que una parte central de su argumento es que la religión ha cambiado fundamentalmente de un “proyecto de solidaridad comunitaria” a un “accesorio de identidad personal”. ¿Puede explicar brevemente qué significa esto?

Esta es mi interpretación histórica de nuestros hallazgos, tratando de encontrar el mejor enfoque teórico posible acerca de lo que está sucediendo. La idea de un proyecto de solidaridad comunitaria es que en una época anterior en la historia de Estados Unidos, la religión era una experiencia colectiva basada en la comunidad. Era algo que la gente compartía en común y que tenía mucha más dinámica social. Los padres no tenían tanta carga en cuanto a promover la religión porque esta simplemente estaba presente en la comunidad. Sin embargo, ese mundo se ha disuelto con el tiempo.

Hay grupos aquí y allá, pero en términos generales, la religión se ha redefinido. Es algo individualista que puede o no ser parte de la identidad personal de uno, junto con otras características como la carrera, la orientación sexual o los pasatiempos. La fe religiosa puede ser una parte de ese sentido más amplio del yo individual. Puedes elegirla o no. Y el resultado es una gran presión para los padres.

A medida que las congregaciones piensan en este cambio, especialmente en el contexto de su oferta programada, ¿cuáles son las implicaciones?

Los padres miran a las congregaciones básicamente como centros de recursos, no como una forma de vida en comunidad. No son grupos de personas que encarnan una forma de vida alternativa o renovada. Son recursos. Mi percepción es que el clero comprende esto hasta cierto punto.

No quiero recetar nada, pero si las congregaciones buscan poder conectarse con los padres donde están y tal vez conducirlos a otro lugar, deben pensar en cuáles son los recursos que quieren los padres. Pero odio incluso hablar así: suena a mercadotecnia.

No, yo entiendo.

Pero sí, tiene implicaciones. Yo diría que la forma de pensar en términos de fidelidad es algo como esto: si lo que los padres solicitan no es exactamente lo que queremos ofrecer, no se puede simplemente ignorar a los padres.

Entonces, ¿cómo se crea un entorno que se encuentra con las personas ahí donde están, pero las atrae hacia algo más allá de eso, sin convertirse en un simple dispensario de recursos religiosos para las personas que quieren simplemente escoger y elegir?

Esto también tiene grandes implicaciones teológicas.

Un tema importante en sus entrevistas es que muchos o incluso la mayoría de los padres preferirían usar métodos indirectos de transmisión religiosa. No tanto “siente a su hijo y dele una clase acerca de la fe”, sino más bien algo como “muéstreles lo que está sucediendo y, por ósmosis, más o menos lo entenderán en el camino”.

Pero usted descubrió que la frecuencia con la que los padres sostienen conversaciones religiosas con sus hijos predijo claramente el éxito de la transmisión religiosa. ¿Qué opina de este desequilibrio? ¿Será que los padres religiosos están adoptando una mala estrategia?

No creo que se trate exactamente de un desequilibrio. En primer lugar, los padres eficaces simplemente son quienes son. No están diciendo: “Oh no, mi hijo tiene siete años, será mejor que empiece un entrenamiento religioso”. Están siendo quienes son auténticamente. Y parte de lo que son se caracteriza porque piensan en las cosas a través de su fe religiosa.

Algunos lo hacen de forma más intencionada que otros. Creo que aquellos que tienen más éxito en transmitir su fe a sus hijos, o bien son tan auténticamente religiosos desde un inicio, o bien son intencionales al decir: “Oye, debemos prestar atención a esto y no simplemente dejar que suceda”. En otras palabras, hay una forma de hacer algo por ósmosis que aún es intencional.

Lo que no funciona en absoluto (y lo que los padres no van a intentar de todos modos) es el enfoque de “siéntese y dele a su hijo una cátedra durante una hora a la semana”. Los padres están demasiado preocupados por la rebelión, por lo que están dispuestos a atender el tema de la transmisión religiosa como con guantes. Creo que la mayoría de los padres tienen la sensación de que les preocupa “exagerar”. Les preocupa hacer demasiado, ser demasiado directos, pero aún así presionan y promueven tanto como pueden.

Volvamos a lo que dijo sobre los padres que tienen expectativas bastante modestas de las congregaciones religiosas. Se ven a sí mismos como el actor principal en la formación religiosa de sus hijos. Pero si los ministros de jóvenes describen a los padres como muy poco comprometidos y los padres se ven a sí mismos como muy comprometidos, ¿qué podría explicar esta diferencia?

En primer lugar, debo decir que no hicimos una etnografía de los padres, es decir, no fuimos en coche a la iglesia con Susan y recogimos a sus hijos del grupo de jóvenes. Los resultados de nuestro estudio están basados en lo que informan los padres y los adolescentes en entrevistas y encuestas. Pero mi percepción de las cosas al estudiar esto a lo largo de los años es que probablemente se trate de una combinación de cosas. Es posible que los ministros de jóvenes quieran una inversión más directa de los padres, pero los padres simplemente no quieren hacerlo de esa manera.

Mi sospecha es que muchos ministros de jóvenes obtienen su información sobre los padres del adolescente. No van a salir a desayunar y tomar café con los padres. No estoy diciendo que los adolescentes mientan, pero los adolescentes obviamente van a dar su propia perspectiva sobre lo que está sucediendo en casa.

Además, es probable que parte de esto sean solo expectativas. Si lo contratan como ministro de jóvenes, usted está listo para hacer grandes cosas. Pero luego entra en una situación en la que las familias tienen sus rutinas establecidas. Y probablemente el resultado es una situación frustrante para un ministro de jóvenes, ¿verdad?

Tal vez, según su punto anterior, el clero o los ministros de jóvenes tienen en mente un tipo de religión diferente a la de los padres y realmente quieren que se comunique algo trascendente. Eso tiene que ver con el modelo cultural de paternidad que describiste, donde los padres ven la religión como una especie de entrenamiento moral para preparar a los niños para el viaje de la vida y, además, como una forma de construir la solidaridad familiar.

Además del entrenamiento moral, diría que la religión te da una especie de base de operaciones, un lugar al que regresar cuando las cosas van mal.

Así que eso es moral, pero también psicológico, emocional, mental y relacional. Lo cual, como me imagino que está usted a punto de señalar, dudo que eso sea lo que el clero aprendió en el seminario.

Como misionero y padre, encuentro este retrato aterrador para el futuro de mi hijo. Para mí, la idea de la religión como un guión psicológico, emocional y moral separado de cuestiones existenciales o fundamentalmente espirituales es preocupante. ¿Le sorprendió este hallazgo de su investigación?

En un nivel, sí fue sorprendente. Esperaba que al menos hubiera más mezcla. En otro nivel, después de haber estudiado la religión estadounidense durante décadas, no, no fue sorprendente. La religión estadounidense se ha vuelto muy terapéutica, consumista y orientada a este mundo.

Y usted planteó la cuestión del desequilibrio hace unos minutos, pero yo diría que este es el verdadero desequilibrio. No hay tantas diferencias de estrategia entre padres y ministros de jóvenes, sino acerca del propósito mismo de la iglesia. Creo que algunas de las personas que se encuentran reunidas en las congregaciones tienen ideas muy diferentes incluso acerca de lo que están haciendo allí. Lo que es fascinante, sociológicamente, es cómo pueden continuar ese desequilibrio durante años y no descubrir realmente las diferencias entre ellos, como si no se dieran cuenta: “Tenemos realidades totalmente distintas aquí”.

Por curiosidad, hice una encuesta entre mis seguidores de Twitter para conocer su opinión sobre algunos elementos del modelo cultural que usted describe.

Mis seguidores de Twitter no son una muestra representativa, pero encontré una gran mayoría que no estaba de acuerdo con la idea de que la exclusividad en la religión es mala, o que la paternidad consiste principalmente en ayudar a los niños a descubrir quiénes son. ¿Crees que hay subpoblaciones significativas que podrían resistirse conscientemente al modelo cultural que identificas?

Sí, supongo que diría dos cosas. Primero, los seguidores de Twitter de alguien que está obteniendo un doctorado en demografía, que es un misionero y escribe para Christianity Today no son el tipo promedio de padres religiosos estadounidenses. También creo que muestra el último punto que planteó: que, por supuesto, hay grupos de personas que no se conforman.

Pero, como ya lo comenté, nos quedamos impresionados con lo similar que hablan todos estos padres. Creo que es justo decir que existe este modelo dominante, pero no ha convertido a todo el mundo en un robot.

Es evidente que hay subpoblaciones que no creen en ese modelo cultural de crianza de los hijos. Y desde el punto de vista dentro de esa subpoblación, puede parecer que el mundo tiene todas estas personas fieles en él. Pero cuando miras una muestra nacional, la gran mayoría sigue siendo lo que describimos.

Eso tiene sentido para mí. Hablando de subpoblaciones interesantes, quería darle la oportunidad de hablar sobre el capítulo sobre grupos religiosos inmigrantes, que fue simplemente fascinante.

Estoy particularmente orgulloso de ese capítulo. No lo escribí yo, así que puedo decir eso. Yo diría que muchos evangélicos perciben el mundo como gente con al menos algo de educación universitaria, y mayoritariamente de raza blanca. Pero hay una gran parte del mundo que no cumple con estas características. Aunque el evangelismo se ha diversificado de cierta manera étnica y racialmente, creo que vale la pena tener en cuenta que el mundo es mucho más diverso de lo que nuestras experiencias individuales pueden transmitir. La sociedad cambia. Es interesante pensar en cómo ser fiel al entrar en contacto con estas diferencias.

Entonces, ¿cuál es la gran lección para las personas de fe?

Esta no es una conclusión nueva, pero refuerza lo que hemos sabido por un tiempo: la religión estadounidense realmente se ha transformado en una realidad individualista y consumista.

Me parece que eso nos reta a dar un paso atrás, reflexionar y tener conversaciones (difíciles) sobre cómo crear un puente que una todos estos diferentes tirones y empujones, para que no compremos el modelo cultural de la mayoría a ciegas, pero que tampoco nos volvamos radicales sin remedio.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

News

Aun los pastores son pesimistas sobre el futuro de las denominaciones

A medida que crece la identidad no denominacional, hoy en día los pastores evangélicos son menos propensos a considerar que dichas afiliaciones sean vitales. Muy pocos creen que su importancia se mantenga firme en los próximos 10 años.

Christianity Today June 16, 2021
Elisa Schulz / Lightstock

Mientras muchas denominaciones protestantes se preparan para llevar a cabo sus encuentros nacionales este verano, la mayoría de los pastores creen que formar parte de una denominación aún es vital para su iglesia, pero dudan que la importancia de ese tipo de vínculos dure siquiera otra década.

Un estudio de Lifeway Research [enlace en inglés] preguntó a los pastores protestantes su opinión sobre la importancia de las denominaciones y cuál creen que será el futuro de las mismas en los próximos diez años.

“En la iglesias protestantes de los Estados Unidos sigue habiendo escisiones y disputas dentro de estos grupos, a la vez que surgen nuevas redes locales y nacionales no denominacionales, y se multiplica el número de iglesias que no pertenecen a una denominación, convención o conferencia”, dijo Scott McConnell, director ejecutivo de Lifeway Research. “Esto nos lleva a cuestionar si los que están dentro de las denominaciones protestantes siguen viendo valor en ellas”.

Conexiones continuas

Casi 8 de cada 10 pastores protestantes (78 %) cuya iglesia pertenece a una denominación o grupo similar a una denominación dicen que personalmente consideran vital ser parte de una denominación. De ellos, el 53 % respondió estar “muy de acuerdo”, según la firma de investigación con sede en Nashville. Uno de cada cinco está en desacuerdo (20 %), mientras que el 2 % no está seguro.

Los pastores creen que sus congregaciones comparten su opinión sobre los vínculos confesionales. Un porcentaje similar (77 %) dice que su congregación cree que es vital para su iglesia formar parte de una denominación, aunque son menos los que respondieron estar muy de acuerdo (44 %). De nuevo, el 21 % está en desacuerdo y el 2 % no está seguro.

“Mientras que las conexiones de algunas denominaciones son completamente voluntarias, las de otras están profundamente arraigadas en sus políticas”, dijo McConnell. “Sin embargo, comunicar la importancia o los beneficios de relacionarse con la denominación de esta manera no puede darse por sentado. Uno de cada cinco pastores no ve ese valor hoy en día”.

Algunos pastores son más propensos a creer que mantener un vínculo con una denominación es vital para ellos personalmente. Los pastores más jóvenes (18-44) son más propensos a estar de acuerdo (83 %) en comparación con los mayores de 65 años (74 %). Los pastores blancos (80 %) también son más propensos que los pastores afroamericanos (63 %) a afirmar que ese vínculo es vital .

También hay diferencias dentro de las distintas corrientes confesionales. Los pastores de las denominaciones antiguas (92 %) son más propensos que los pastores evangélicos (76 %) a decir que formar parte de una denominación es importante para ellos personalmente. Entre los grupos denominacionales específicos, los luteranos (95 %) son los más propensos a estar de acuerdo, mientras que los pastores del movimiento restauracionista (31 %) son los menos propensos.

¿Desaparición de la denominación?

A pesar de que la mayoría de los pastores afirman la importancia personal y congregacional de estar vinculados a una denominación, la mayoría cree que ese valor disminuirá en la próxima década. Más de 6 de cada 10 pastores que actualmente están en una iglesia que forma parte de una denominación o grupo similar a una denominación (63 %) creen que la importancia de estar identificados con una denominación disminuirá en los próximos diez años. Alrededor de un tercio de los pastores (32 %) no está de acuerdo, y el 5 % no está seguro.

En la mayoría de los casos, los pastores más propensos a ver el valor en las conexiones denominacionales a nivel personal y de la congregación son los que más probablemente creerán que esa importancia continuará hasta 2030. Los pastores jóvenes (18-44) son los menos propensos a decir que la identificación con una denominación disminuirá en importancia en la próxima década (54 %).

“Muchos que predijeron la desaparición de las denominaciones protestantes en EE.UU., incluidos algunos pastores, no han resultado proféticos”, dijo McConnell. “El hecho de que los pastores más jóvenes sean menos pesimistas podría indicar que se avecinan días mejores para las denominaciones o, cuando menos, menos recuerdos de los peores días”.

Aunque es imposible saber si esas predicciones probarán ser ciertas dentro de diez años, los pastores compartían opiniones similares en 2010, según un estudio anterior de Lifeway Research [enlace en inglés].

En las preguntas sobre la importancia denominacional, el número de personas que están muy de acuerdo ha disminuido ligeramente en comparación con 2010, pero el número total de quienes afirman estar de acuerdo se ha mantenido prácticamente sin cambios. Hace una década, el 76 % de los pastores vinculados a una denominación dijeron que consideraban vital ser parte de una denominación para ellos en lo personal, y el mismo porcentaje (76 %) dijo creer que su congregación sentía lo mismo.

En 2010, el 62 % creía que la importancia de estar identificado con una denominación iba a disminuir en la actualidad. En la encuesta más reciente, el porcentaje total de los que auguran que un declive se aproxima se acerca al 63 %, pero hoy son menos los que tienen un alto nivel de confianza en su predicción. Hace una década, el 28 % estaba muy de acuerdo en que la importancia disminuiría. Hoy, ese mismo porcentaje ha bajado al 19 %.

https://datawrapper.dwcdn.net/qhK94

Es posible que los pastores sean más pesimistas sobre el futuro de sus denominaciones que los miembros de sus comunidades. Un estudio de 2015 [enlace en inglés] de Lifeway Research sobre la opinión de los estadounidenses sobre las denominaciones encontró que la mayoría estaba abierta a formar parte de iglesias conectadas con los principales grupos cristianos. Sin importar la denominación, menos de la mitad de los estadounidenses, incluso los no religiosos, respondieron “no es para mí” cuando se les preguntó respecto a una iglesia conectada con determinada denominación.

Cuando se les preguntó si tenían una opinión favorable o desfavorable, o si no estaban lo suficientemente familiarizados como para formarse una opinión sobre denominaciones específicas, los porcentajes favorables fueron más altos que los desfavorables para cada grupo, y cada denominación tuvo porcentajes desfavorables por debajo del 28 %.

Aaron Earls es un escritor para Lifeway Christian Resources.

Basado en una encuesta realizada en 2020 a 1 007 pastores protestantes por teléfono y en línea, con un 95 por ciento de confianza en que el error de muestreo no supera más o menos el 3.4 por ciento. Para más información, vea el informe completo o visite LifewayResearch.com.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

«Id y haced discípulos». Pero primero, detengámonos.

El primer paso crucial del ministerio comienza con el Espíritu Santo.

Christianity Today June 13, 2021
Ali Yahya / Unsplash

Hace doce años, yo era una líder de ministerio llena de energía y dirigía el programa de evangelización a estudiantes universitarios en la Universidad del Estado de California en Fresno. Anhelaba ver sus vidas transformadas por Jesús de la manera en que él había transformado la mía. Pero en mi afán, presioné a una estudiante en particular para que explorara su fe en conexión con su identidad étnica como mexicoamericana. Cuando ella dijo que no estaba interesada en crecer en esa área, lo malinterpreté como falta de capacidad para aprender, en vez de como un «ahora no» del Espíritu Santo. Eventualmente, la confianza se rompió y ella dejó nuestro grupo para unirse a otro ministerio. Yo tenía el corazón destrozado. ¿En qué me había equivocado?

Años más tarde, me convertí en coordinadora de alcance a estudiantes latinos para la zona de California central y Las Vegas. En esa época, sabios mentores latinos me discipularon para que me concentrara en escuchar la voz del Señor. Me animaron a tomar tiempo para orar con los estudiantes y escuchar el anhelo del Señor para sus vidas. Esta vez, comencé a ver el ministerio con un enfoque diferente. Escuché y esperé al Espíritu Santo para recibir estrategia y visión. Al paso de tres años, habíamos alcanzado a más de cien estudiantes latinos en nuestro ministerio.

¿Cuántas veces hacemos la obra del ministerio a partir de nuestras propias percepciones o impulsos en lugar de confiar en la guía del Espíritu Santo —por mucho tiempo que nos lleve discernir—? Esperar es contracultural; es antitético al ritmo de nuestra vida diaria. La era tecnológica en la que vivimos valora la eficiencia y la urgencia. Como cultura, aborrecemos la espera. El mundo en que vivimos no está diseñado para ayudarnos a detenernos y reflexionar sobre la presencia de Dios en un momento dado. Escuchar y esperar, por tanto, son disciplinas que debemos ejercitar con regularidad, especialmente cuando se trata de asociarnos con el Espíritu Santo.

He aprendido, y sigo aprendiendo, que escuchar al Espíritu Santo es el primer paso en el ministerio. Es nuestro primer acto de amor.

Escuchar a nuestro guía

El Espíritu Santo no es un «eso» o una fuerza lejana. El Espíritu Santo es una persona, el tercer miembro de la Trinidad. «Espíritu» es el nombre de la persona divina que Jesús prometió que vendría a los creyentes después de que él ascendiera (Juan 14:15-17, NVI). «Espíritu» es el nombre de la persona divina que se movía sobre las aguas durante la creación (Génesis 1:2). El Espíritu Santo estuvo presente desde el principio y lo estará hasta el final del mundo (Mateo 28:20). El Espíritu Santo tiene muchos otros nombres en las Escrituras, tales como Consolador, Consejero, Aliento, Viento, Vida y Espíritu de Verdad.

Aunque las distintas tradiciones cristianas entienden los dones encarnados del Espíritu de diferentes maneras, Pablo deja claro que en los distintos dones y ministerios dirigidos por el Espíritu entre el pueblo de Dios, «en todos actúa el mismo Dios» (1 Corintios 12:6). El Espíritu Santo otorga a cada creyente cristiano el don de asociación con Dios. Así como Jesús es descrito como un amigo de los creyentes, el Espíritu Santo puede ser descrito como un guía útil. Podemos estar seguros de que, cuando escuchamos, esta persona de la Trinidad está presente con nosotros: susurrando, hablando, compartiendo, guiando y amando.

Esperando con esperanza

Cuando me mudé a San Antonio, donde ahora sirvo, mi nuevo equipo y yo pasamos los primeros siete meses escuchando al Señor y esperando su visión para nuestra zona. Al principio, esta espera fue difícil: fue un periodo de inquietud y pesadez. La preocupación intentaba colarse y la presión interna para que por fin estableciéramos una visión cautivadora iba en aumento. Pero en determinado momento, mi postura cambió hacia la espera con esperanza en lugar de miedo. No es casualidad que en español, las palabras «esperar» y «esperanza» provengan de la misma raíz. La esperanza es la espera con fe. Esperar con esperanza cultivó una paz, una confianza y una dependencia del Señor que poco a poco se convirtió en una visión clara, centrada en el amor a Dios y a su pueblo.

Cuando buscamos asociarnos con el Espíritu Santo en la misión, es esencial esperar por la guía del Espíritu con esperanza. Dos ejemplos bíblicos de personas que esperaron con esperanza hasta recibir la instrucción del Espíritu Santo llaman especialmente mi atención: Ana y Elías.

Ana, en Lucas 2:36-38, era una profeta de Dios de 84 años de edad y que esperaba la redención de Israel. Durante muchos de esos años vivió como viuda, adorando y ayunando día y noche. Cuando Ana vio a María y a José en el Templo sosteniendo al niño Jesús, se acercó a ellos y comenzó a alabar a Dios. Fue capaz de reconocer quién era Jesús porque vivía en la presencia de Dios; su espíritu se conectaba con su Espíritu cada día mientras oraba.

Esperó durante años con esperanza. Esperó con una visión centrada en la redención de Israel, fruto de décadas de oración y adoración. Mientras otros no entendían, Ana sabía que la redención no vendría de los falsos mesías que intentaban derrocar a sus opresores. Los años de espera, escucha y asociación con el Espíritu Santo la prepararon para reconocer al Salvador. Cuanto más tiempo nos asociemos con el Espíritu Santo en la misión, más fácil será distinguir su verdad de las falsas narrativas.

Elías se aferró a la esperanza en medio de las dificultades. Considera la desesperación que sintió Elías después de que todos los demás profetas de Israel fueron asesinados (1 Reyes 19). Jezabel prometió matar a Elías también, por lo que corrió para salvar su vida, solo para luego pedirle al Señor que le quitara la vida. Dos veces durante este tiempo un ángel ministró a Elías y le proporcionó comida y bebida. En lugar de seguir corriendo, Elías eligió ir al monte Horeb, el mismo lugar donde Moisés había escuchado al Señor. Tal vez en su desesperación, Elías recordó que el monte Horeb era un lugar de esperanza, un lugar donde el Señor habla.

Elías tardó 40 días y 40 noches en llegar allí. Durante el viaje, me imagino que pensó mucho, se dio cuenta de muchas cosas, discutió, escuchó y habló con Dios. Para cuando llegó, Elías había cultivado esperanza suficiente como para volver a escuchar la voz de Yahweh. El Señor le preguntó a Elías qué estaba haciendo allí, y luego lo condujo a través de una serie de eventos diseñados para enseñarle a escuchar atentamente (vv. 10-13). Primero vino el viento, luego un terremoto y después un incendio, pero el Señor no estaba en ellos. Entonces Elías experimentó la presencia de Dios a través de un suave susurro, una voz que volvía a preguntar: «¿Qué haces aquí, Elías?».

Nótese que el Señor le hizo a Elías la misma pregunta dos veces (vv. 9 y 13), pero fue solo la segunda vez, después de haber aprendido a escuchar, que el Señor le dio más instrucciones a Elías sobre su misión. Tal vez la transformación ocurrió mientras Elías esperaba por la presencia del Señor. Tal vez el Espíritu de Dios le estaba enseñando a Elías discernimiento.

Dios puede manifestarse de manera poderosa, como Elías lo había experimentado en su propio ministerio, pero tal vez era hora de que Elías escuchara la voz del Señor como un suave susurro. Como Elías, podemos experimentar el fracaso del ministerio, dudar de nuestra vocación o sentirnos tentados a abandonar. Pero el Espíritu Santo nunca nos dejará correr tan lejos que ya no estemos en su presencia. El suave susurro del Espíritu está ahí; podemos aprender a escuchar y a esperar con esperanza.

Dirigir con amor

Asociarse con el Espíritu Santo en el ministerio implica cultivar un profundo amor por Dios y su pueblo. Aquellos de nosotros que esperamos presentar el evangelio en nuestro actual zeitgeist cultural haríamos bien en tomar nota de las preocupaciones que otros tienen sobre las misiones y la evangelización. Aunque hayamos aprendido formas útiles de compartir nuestra fe, algunos de nuestros oyentes pueden seguir sintiéndose dolidos e incluso alejados del evangelio por la forma en que el cristianismo ha sido presentado en el pasado. Hay que recordar la historia de la colonización y aprender de ella, para no repetir algunos de los mismos errores. Debemos reconocer y recordar dónde los esfuerzos de evangelización comienzan a ir por el camino equivocado. Nuestro testimonio cristiano se pierde cuando abandonamos el amor como centro de nuestra Gran Comisión.

El amor no se manifiesta conquistando y enseñoreando a otros. El amor no se considera a sí mismo mejor que el otro, sino que ve al otro como amado por el Creador. El Espíritu Santo nos ayuda a cultivar un amor profundo y piadoso. Este amor divino es el fruto natural de la vida del Espíritu en nosotros. Pero si no nos asociamos con el Espíritu, podemos estar llevando a cabo la obra del ministerio por otras motivaciones, aún si es inadvertidamente, como el deseo de ser espiritualmente «exitosos» o una compulsión de trabajo impulsada por la culpa. La frustración, la impaciencia, el culpar a otros, la falta de humildad o la falta de capacidad para aprender de otros y del Señor pueden ser indicadores de que el amor de Dios no está en el centro de nuestra misión.

Aquellos que son los receptores de nuestros esfuerzos ministeriales saben inmediatamente cuando una persona está sirviendo auténticamente por amor o por otro tipo de motivación. La gente no quiere ser proyectos de evangelización o el próximo objetivo de alcance. La gente quiere ser conocida. La gente quiere ser amada. La gente quiere ser vista. La gente quiere asociarse. Los ministerios que empoderan a los que sirven encarnan el ministerio que Jesús modeló.

Considere cómo Cristo dio poder a la mujer en el pozo para que fuera a contar su testimonio a su pueblo (Juan 4). En asociación con el poder de Dios, ella compartió su historia y muchas personas llegaron a creer como resultado. La asociación centrada en el amor a Dios y sus amados es el modelo de ministerio más poderoso, duradero y transformador de vidas que podemos ofrecer.

Todos estamos llamados a la hermosa invitación de Mateo 28: «Vayan y hagan discípulos de todas las naciones…» y estamos equipados con la poderosa promesa de Emmanuel: «Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo». Le dije que sí a Jesús porque quería estar con Él. Literalmente, quiero caminar con él todos los días. No le dije que sí para poder dirigir un ministerio. Eso es una bendición residual después del mayor regalo: estar en la presencia de Aquel que me conoce plenamente y me busca.

Jesús nos manda a permanecer en su amor (Juan 15:9). Una vez que aprendemos a permanecer, a habitar en Él, podemos seguir su mandato de amarnos unos a otros porque hemos conocido y experimentado su amor por nosotros. Por este amor, la gente sabrá que somos sus seguidores (Juan 13:34-35). El amor fomentado por el Espíritu es la clave de nuestra evangelización.

Jesús nos promete el Espíritu Santo. No tenemos que luchar para que el Espíritu Santo nos vea; no tenemos que competir por el amor del Espíritu. Como Ana, podemos cultivar ritmos de oración diarios para alejarnos de la cultura de la urgencia y la eficiencia, y para entrar en relación con el Espíritu de Dios en el presente. Tal como lo aprendió Elías, asociarse con el Espíritu Santo es cultivar una postura dispuesta a escuchar los suaves susurros del Creador. Asociarse con el Espíritu Santo es un acto de amor. Es el primer paso del ministerio.

Noemi Vega Quiñones es la directora de ministerio para la InterVarsity Christian Fellowship en la zona sur de Texas . Es coautora de Hermanas: Deepening our Identity and Growing Our Influence (InterVarsity Press).

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Si su hijo abandona la iglesia, no pierda la esperanza, pero actúe con rapidez.

Hay una ventana de oportunidad para atraer a los jóvenes adultos de vuelta a la iglesia aún después de que han decidido abandonarla, dice la socióloga Melinda Lundquist Denton.

Christianity Today June 13, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Tuyon Vo / Annie Theby / Milo Bauman / Unsplash

Hace casi dos décadas, un pequeño grupo de sociólogos se embarcó en un proyecto de investigación longitudinal llamado Estudio Nacional de Juventud y Religión (NSYR, por sus siglas en inglés). En el estudio organizado por la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y la Universidad de Notre Dame, los investigadores del NSYR hicieron un seguimiento de la vida religiosa de jóvenes estadounidenses durante un período de 10 años, desde la adolescencia temprana hasta la etapa conocida como adultez emergente. Para fines de este estudio, los participantes se clasificaron en: protestantes, católicos, otras religiones y sin religión. Sus conclusiones se recogen en tres libros: Soul Searching, Souls in Transition y A Faith of Their Own.

La culminación de este gigantesco proyecto se encuentra en el libro Back Pocket God: Religion and Spirituality in the Lives of Emerging Adults (Dios de bolsillo: la religión y la espiritualidad en la vida de los adultos emergentes), del que son coautores Melinda Lundquist Denton, profesora asociada de Sociología de la Universidad de Texas en San Antonio, y Richard Flory, director de investigación y evaluación del Centro de Religión y Cultura Cívica de la Universidad del Sur de California.

CT habló con Lundquist Denton sobre el dramático descenso de la asistencia a la iglesia entre los adultos jóvenes y lo que esto significa para el discipulado que se lleva a cabo en hogares, aulas y santuarios.

(Haga clic aquí para leer en español la entrevista complementaria con Christian Smith, coautor de Handing Down the Faith).

Antes de entrar en detalles, me gustaría conocer su opinión. Al mirar hacia atrás en todos estos años de investigación, ¿cuál es su visión y sentimiento respecto al futuro de la iglesia?

En este proyecto no estudiamos las congregaciones ni las iglesias. Nos fijamos en los individuos y en su relación con las iglesias. Dicho esto, podemos decir que hemos aprendido algunas cosas sobre eso al conversar con esta sección transversal de jóvenes. A grandes rasgos, creo que si este grupo de jóvenes sirve como indicador, el compromiso permanente y de por vida con las organizaciones religiosas va a ser cada vez más precario con el tiempo. Creo que la iglesia va a batallar para lograr mantener a las generaciones futuras. No creo que eso sea una noticia para nadie.

No, no lo es. Pero lo has visto de cerca.

No creo que sea una cuestión de: “Oh, sólo es relevante para entender a esta generación”. Creo que las relaciones dentro de las instituciones están cambiando en su conjunto, y los adultos emergentes no ven a la iglesia avanzando a la par con el ritmo de sus vidas. Así que hay varios elementos que se entrelazan y de los que podríamos hablar.

Hablemos de lo que usted llama la categoría “comprometida” de los adultos emergentes. ¿Cómo se subdivide exactamente ese grupo?

En el aspecto religioso, hacemos una distinción entre dos grupos: las personas que están regularmente comprometidas y la religión forma parte de su vida, y las personas que solo están marginalmente vinculadas a la religión. Y entre los regularmente comprometidos, hay dos subgrupos. Hay un grupo muy pequeño para el cual la religión es lo que llamamos “el motor de su vida”. Es la fuerza motriz de sus vidas; todo lo que hacen está informado por su fe y es parte de lo que motiva sus elecciones de vida, sus carreras y sus decisiones educativas. Es un grupo muy pequeño de personas. Encontramos a algunos de ellos, pero no a muchos.

Melinda DentonIllustration by Mallory Rentsch / Source Images: Portrait Courtesy of
Melinda Denton

Pero luego tienes este grupo de jóvenes religiosos regularmente comprometidos para el que su fe es parte de un paquete más grande. No es que su fe dirija el resto de sus vidas, es que la fe complementa el resto de sus vidas. Se ve más o menos de esta forma: “Tengo un trabajo, una educación, una familia y una fe, y todo encaja en esta versión de una vida buena”.

La religión es importante en la medida en que es una parte importante de este paquete más grande de sus vidas. Se ha convertido en algo más rutinario. Así que están dispuestos a mantener su compromiso. Van a la iglesia con regularidad y la fe forma parte de su identidad. Pero es una sensación diferente en cuanto al papel que esa fe tiene en relación con el resto de su vida.

Pero en las encuestas, ambos grupos aparecen como comprometidos religiosamente. Todos van a la iglesia con cierta regularidad, todos creen en Dios. Parecen iguales en las encuestas, pero es en nuestras entrevistas donde realmente escuchamos esta diferencia entre los comprometidos rutinarios con la religión como uno de los muchos aspectos de sus vidas, y los altamente comprometidos para quienes la religión es realmente la fuerza motriz de sus vidas. Consideramos que era importante hacer esa distinción; aunque a partir de los datos de la encuesta aparezcan en el mismo grupo, realmente hay una distinción.

Gran parte de su libro Back Pocket God se centra en aquellos que no han abandonado la fe y que, de hecho, podrían estar aumentando su nivel de compromiso. Háblenos un poco de lo que usted llama la “categoría alta estable”.

Hay un grupo de jóvenes que son religiosos o están comprometidos con su fe, siguen asistiendo regularmente a la iglesia y para los cuales la fe forma parte de su identidad. Y ese grupo parece ser estable a lo largo del tiempo.

Cuando decimos que su compromiso va en aumento, hay dos explicaciones para ello. La primera es lo que llamamos “desgaste”, es decir, la eliminación gradual de aquellos que formaban parte de este grupo al comienzo del estudio, pero que estaban menos comprometidos con su religión desde el principio. Así que, como grupo, parecen más religiosos porque se ha extraído a los individuos menos religiosos de ese grupo. Eso es sin duda parte de lo que ocurre, que el grupo en sí puede ser más pequeño, pero es porque se trata del núcleo comprometido.

También parece haber evidencia de que los que permanecen en ese núcleo comprometido se vuelven más comprometidos. A medida que pasan de la adolescencia a la edad adulta —y ese era precisamente el título del segundo libro: Una fe propia— tienen que pasar por este proceso de hacer suya esta fe. Deben preguntarse: “¿La mantengo o no?” Así que, con el tiempo, esa religión se va integrando en sus vidas.

Así que, debido a estas dos cosas, cuando comparamos a los protestantes evangélicos comprometidos de la cuarta ola (la última fase del estudio) con los protestantes evangélicos comprometidos de la primera ola (la primera fase del estudio), vemos ligeros aumentos en aspectos como la importancia de la fe y la creencia en Dios y ese tipo de cosas.

Parece que hay una especie de vacío en la parte de en medio del espectro. Así que cuando los cristianos nominales se van, los que permanecen en la iglesia están en el extremo superior del compromiso religioso.

Sí. Diré que no quiero exagerar esa historia, en cierto sentido, pero creo que es cierto. Yo no diría que eso significa que esas personas son apasionadas en su fe. Hay algunos, pero creo que el estándar ha bajado para todos.

Siguen en la parte de hasta arriba. Los que no se han ido están comprometidos. Dentro de ese grupo, hay un pequeño segmento para el que la fe es la fuerza motriz de sus vidas, y siguen profundizando en ella y por lo tanto se está convirtiendo cada vez más en un foco de atención para ellos.

Pero para la mayoría de las personas que permanecen en la iglesia, hay un aspecto instrumental en su compromiso religioso. El compromiso puede estar impulsado por el fervor religioso, pero más a menudo parece ser impulsado por la idea de “Esta es la vida que quiero vivir” o “La fe facilita la vida que he elegido”. Para algunos, forma parte de un paquete de vida más amplio. Es muy similar a la idea del “sueño americano”, y la religión es solo una parte del paquete. Pero dicho esto, están comprometidos con su fe debido a que están comprometidos con ese paquete.

Hay algo de pragmatismo en ello. Y el estándar es más bajo, así que los que están en el extremo estable alto siguen operando en un nivel más bajo que lo que habríamos esperado hace 20 o 30 años. ¿Cierto?

En términos de participación en la religión organizada, sin duda alguna las expectativas son más bajas para este grupo. Creo que comparativamente también. Hoy no existe la expectativa de que la gente esté en la iglesia cada vez que se abren las puertas, ni tampoco de ser muy activo en una congregación religiosa. Ese tipo de cosas.

Acabo de leer una cita del libro que dice: “Los informes de no asistir nunca a servicios religiosos han aumentado 33 puntos porcentuales en diez años, pasando del 18 % de la muestra en 2003 al 51 % de la muestra en 2013”. Eso es una notable caída en la asistencia a la iglesia.

Es correcto. Cuando miramos a todos los demás indicadores, no hay ese nivel de cambio. Es en la asistencia donde vemos el mayor cambio. Incluso yo, que he seguido este estudio de principio a fin, cuando vi ese 51 %, lo volví a calcular porque estaba segura de que no era correcto. Pensé: “Es enorme”. El 51 % de nuestra muestra nunca asiste a servicios religiosos. Eso significa que, básicamente, la mitad de todos estos jóvenes nunca han puesto un pie dentro de una congregación religiosa. Lo que por un lado no es tan sorprendente, pero es un cambio enorme, del 18 % al 51 % en diez años. Es dramático.

Es realmente dramático. Refleja el vaciamiento de la parte de en medio del que hablaba, pero desde el otro extremo del espectro.

Sí, hay un gran aumento de los que nunca asisten, y esos que nunca asisten provienen de las categorías de asistentes esporádicos. Los asistentes semanales se redujeron casi a la mitad, pero el mayor cambio se produjo entre los que nunca asisten.

A lo largo de los diez años de este estudio, se ha visto una correlación entre la asistencia a la iglesia y la importancia de la fe en la vida diaria.

Sí, hay una relación entre ambas cosas, si bien no son totalmente independientes la una de la otra. Y creo que es un tanto deshonesto pensar: “Está bien, esta generación puede alejarse de la religión organizada, pero seguirá teniendo esta vibrante vida espiritual interna”. No es así. Eso no está sucediendo. Puede que en las encuestas digan que Dios es importante para ellos, pero en la práctica diaria, formar parte de una comunidad religiosa es importante para desarrollar una vida espiritual cultivada.

Las prácticas y las perspectivas van juntas.

¿Qué significa esto para los líderes de opinión, los padres y los pastores?

Bueno, tal vez tengamos que reimaginar cómo debería verse la participación en la iglesia. Creo que nos estamos moviendo hacia la postura de “Si construyes un templo, ellos vendrán”. Pero eso no es verdad. Los jóvenes no están asistiendo. Y eso es importante.

La otra cara de la moneda es que hay una ventana de oportunidad. No se oponen a involucrarse, no se oponen a la fe y no se oponen a la religión. Hay escepticismo sobre la iglesia, pero no hay mucha animosidad hacia la iglesia. Así que lo que dijimos cuando eran jóvenes fue: “No renuncies a involucrarlos: ellos están dispuestos a comprometerse”.

No se trata de un grupo de jóvenes que ha dicho: “¿La iglesia? No quiero tener nada que ver con ella”. Más bien es que no está en la parte superior de su lista de prioridades. Por lo tanto, incluso cuando no están asistiendo o no están realmente comprometidos, hay una oportunidad de que vuelvan a involucrarse a ese nivel.

Lo que vemos es que la gente está pasando a la categoría de “no asistir nunca” o “no ser religioso en absoluto”, pero eso no ocurre de la noche a la mañana. Por lo tanto, hay un intervalo de tiempo en el que ya no participan regularmente, pero siguen estando abiertos a la religión.

Los adultos emergentes que has estudiado pueden declarar una lealtad a la fe, pero ¿pueden argumentar acerca de creencias doctrinales específicas?

En realidad no, pero para ser justos, los adultos tampoco pueden hacerlo.

Es cierto.

Hemos dicho desde el principio: “Aquí están todos nuestros hallazgos, pero por favor, noten que no estamos tratando de juzgar a este grupo de personas”. No creemos que sean los únicos que carecen de capacidad argumentativa. Ellos simplemente son el grupo de edad que estudiamos.

En la primera ronda del estudio, recibimos respuesta de la gente diciendo: “Bueno, tienen entre 13 y 17 años, por supuesto que no pueden presentar argumentos acerca de su fe”. Pero no parece tratarse de capacidad cognitiva. No parece ser por la edad. A medida que crecen, no se vuelven más elocuentes sobre su fe.

No parece que consideren como algo importante tener la capacidad de presentar argumentos para sustentar su fe. Sus respuestas son lo suficientemente buenas para ellos. Cada pocos años nos acercamos los jóvenes y les pedimos que expliquen su fe, pero aparte de eso, nadie les pide que presenten argumentos. Así que la capacidad de sustentar la fe con argumentos es algo que no hemos visto cambiar significativamente con el tiempo.

Teniendo en cuenta esta incapacidad para presentar argumentos doctrinales, ¿qué medidas compensatorias recomienda, si es que hay alguna?

En parte depende del contexto. No sé si la solución es diferente a lo que decíamos hace diez años, que es que esto es como una segunda lengua y se aprende por inmersión. Así que si no forma parte de lo que ocurre en nuestras congregaciones, y de lo que ocurre en nuestros hogares, con sus padres, si no están escuchando este idioma de forma regular, entonces no es algo que se pueda enseñar simplemente en una clase de catecismo o como algo independiente.

Es necesario formar parte de la cultura del grupo religioso para que lo puedan aprender. No estoy seguro de que sea efectivo decir: “Hagamos una capacitación o demos clases adicionales, o algo parecido”. Creo que tiene que formar parte de la cultura de la tradición religiosa. Y por cultura, me refiero a la cultura de la iglesia, pero también a la de la familia: la forma en que los padres hablan acerca de su fe.

Su colega Christian Smith acuñó este concepto, ahora bien conocido, de “deísmo terapéutico moralista”. ¿Cree que el concepto es más conocido ahora que hace diez años?

Lo vemos en la cuarta ola del estudio. De hecho, lo llamamos “deísmo terapéutico moralista 2.0”. En su concepción original, la idea es que Dios es como un mayordomo: hay un ser divino ahí afuera, y cuando lo necesito puedo tocar el timbre y llamar a sus servicios, y el objetivo de la vida es ser feliz. Pero ahora ha habido un cambio. La parte del deísmo se ha reducido un poco, y a eso se refiere el título del libro. Pasamos de Dios como mayordomo divino a Dios en mi bolsillo trasero, y el papel de Dios se ha vuelto aún más comprometido.

Así que creo que esos impulsos siguen ahí, con el papel de Dios reducido aún más a “solo cuando lo necesito”, o “cuando me es útil”. Es una perspectiva mucho más instrumental. Pero no creo que el cambio sea dramático; creo que es sólo una transformación de ese concepto original.

¿Y qué hay de la relación adyacente entre la iglesia y la plaza pública, entre la fe y la práctica de la fe en la política?

Cuando oigo a los adultos jóvenes hablar de la religión organizada y de la iglesia, les oigo decir: “Bueno, están como fuera de juego en todas estas cuestiones que son importantes para mí”. Y en ese bajo nivel en el que están comprometidos, no veo realmente que la religión los haga diferentes. En algunos casos, los empeora. Puedo ser una buena persona, puedo amar a mi prójimo, puedo ser hospitalario y puedo aceptar a otras personas. Puedo hacer todo esto sin religión”.

Así pues, existe la sensación de que la religión está fuera de contacto, o cuando menos no es realmente distinta. La cuestión es: ¿Cómo podemos abordar esos temas que son importantes para ellos de una manera distintiva, pero no que no los empuje hacia el aislamiento?

Es un gran enigma que los líderes de la iglesia y los padres deben analizar.

Sí. Tenemos que enfrentarnos a dos preguntas difíciles: ¿Qué puede ofrecer la iglesia que los adultos emergentes no puedan conseguir en ningún otro sitio? ¿Y cómo pueden tomar lo que la iglesia tiene que ofrecer sin que los separe del mundo en el que quieren participar?

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Mi caótica conversión

Como profesora lesbiana de izquierda, yo despreciaba a los cristianos. Pero, de alguna forma, me convertí en uno de ellos.

Christianity Today June 11, 2021
Photo by Jimmy Smith

Esta es una versión revisada y corregida de la traducción publicada en julio de 2013.

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

La palabra Jesús se me atoraba en la garganta como un colmillo de elefante: por mucho que tosiera, no lograba expulsarla. Los que profesaban ese nombre provocaban tanto mi piedad como mi ira. Como profesora universitaria, estaba cansada de los estudiantes que parecían creer que “conocer a Jesús” era sinónimo de no tener necesidad de conocer ninguna otra cosa. Los cristianos, en particular, eran malos lectores, siempre buscando la oportunidad de insertar un versículo bíblico en una conversación como si se tratara de un signo de puntuación: para terminarla en lugar de profundizarla.

Tontos. Sin sentido. Una amenaza. Eso es lo que pensaba de los cristianos y de su dios Jesús, que en las pinturas parecía tan poderoso como un modelo de anuncio de champú.

Como profesora de letras inglesas y estudios de la mujer en vías de convertirme en una radical profesora titular, me importaba la moralidad, la justicia y la compasión. Ferviente defensora de las visiones del mundo de Freud, Hegel, Marx y Darwin, me esforzaba por estar del lado de los desvalidos. Valoraba la moralidad. Y probablemente podría haber soportado a Jesús y a su banda de guerreros si no hubiera sido por la forma en que otras fuerzas culturales respaldaban a la derecha cristiana. La ocurrencia de Pat Robertson en la Convención Nacional Republicana de 1992 me llevó al límite: “El feminismo”, se burló, “anima a las mujeres a dejar a sus maridos, a matar a sus hijos, a practicar la brujería, a destruir el capitalismo y a hacerse lesbianas”. Efectivamente. El megáfono del dogma cristiano mezclado con la postura política de los republicanos exigía mi atención.

Tras la publicación del libro con el que gané mi puesto como profesora titular, utilicé dicha posición para apoyar las previsibles lealtades de una profesora lesbiana de izquierda. Mi vida era feliz, significativa y plena. Mi pareja y yo compartíamos muchos intereses de vida: el activismo contra el sida, la salud y la alfabetización de los niños, el rescate del golden retriever y la iglesia unitaria universalista, por nombrar algunos. Incluso si se creyeran las historias de fantasmas promulgadas por Robertson y los de su calaña, habría sido difícil argumentar que mi pareja y yo no éramos buenas ciudadanas. La comunidad LGBT valora la hospitalidad y la aplica con habilidad, sacrificio e integridad.

Empecé a hacer investigación académica sobre la derecha religiosa y su política de odio contra los homosexuales como yo. Para ello, necesitaría leer el único libro que, en mi opinión, había desviado a tanta gente: la Biblia. Mientras buscaba a algún erudito de la Biblia que me ayudara en mi investigación, lancé mi primer ataque a lo que yo llamaba la impía trinidad de Jesús, la política republicana y el patriarcado, y lo hice escribiendo un artículo en el periódico local acerca de la organización cristiana evangélica Promise Keepers. Era el año de 1997.

Y yo era un desastre. No quería perder todo lo que amaba. Pero la voz de Dios cantaba una canción llena de amor y de esperanza en los escombros de mi mundo.

El artículo provocó que muchos me enviaran cartas en respuesta, tantas que puse una caja de cartón a cada lado de mi escritorio: una para el correo de odio, otra para el de los fans. Pero una carta que recibí desafió mi sistema de archivo. Era la carta del pastor de la Iglesia Presbiteriana Reformada de Syracuse, NY. Era una carta amable e inquisitiva. En ella, Ken Smith me animaba a explorar el tipo de preguntas que admiro: ¿Cómo ha llegado a sus interpretaciones? ¿Cómo sabe que tiene razón? ¿Cree usted en Dios? Ken no discutía con lo que yo afirmaba en mi artículo, sino que me pedía que defendiera las presuposiciones sobre las que lo había basado. No supe cómo responder, así que la tiré.

Más tarde, esa misma noche, la saqué de la papelera de reciclaje y la volví a poner sobre mi escritorio, desde donde me miró fijamente durante una semana, confrontándome a una división de cosmovisiones que exigía una respuesta. Como intelectual posmoderna, había adoptado la postura del materialismo histórico, pero el cristianismo es una visión sobrenatural del mundo. La carta de Ken perforó la integridad de mi proyecto de investigación sin que él lo supiera.

Amistad con el enemigo

Con esa carta, Ken inició un periodo de dos años durante los cuales no me llevó a su iglesia, sino que él trajo la iglesia a mí, una pagana. Yo ya había visto bastantes versículos bíblicos en pancartas en las marchas del orgullo gay. El hecho de que los cristianos que se burlaban de mí en el día del orgullo gay se alegraban de que yo y todos mis seres queridos nos íbamos a ir al infierno era tan claro como el azul del cielo. Pero eso no es lo que hizo Ken. Él no se burló. Se involucró. Así que cuando en su carta me invitó a que cenáramos juntos, acepté. Mis motivos en ese momento eran sencillos: seguramente esto será bueno para mi investigación.

Pero ocurrió algo distinto. Ken y su mujer, Floy, y yo nos hicimos amigos. Entraron en mi mundo. Conocieron a mis amigos. Hicimos intercambios de libros. Hablamos abiertamente de sexualidad y de política. No actuaron como si esas conversaciones los contaminaran. No me trataron como una página en blanco. Cuando comíamos juntos, Ken oraba de una manera que yo nunca había escuchado antes. Sus oraciones eran íntimas. Vulnerables. Se arrepentía de su pecado delante de mí. Agradecía a Dios por todas las cosas. El Dios de Ken era santo y firme, pero lleno de misericordia. Y como Ken y Floy no me invitaron a la iglesia, supe que podía formar una amistad con ellos con confianza.

Empecé a leer la Biblia. Leí de la misma manera en la que un glotón devora. La leí varias veces ese primer año en múltiples traducciones. En una cena que organizamos mi pareja y yo, mi amigo transexual J me acorraló en la cocina, puso su mano sobre la mía, y me advirtió: “Esto de leer la Biblia te está cambiando, Rosaria”.

Temblando, susurré: “J, ¿y si es verdad? ¿Y si Jesús es un Señor real y resucitado? ¿Y si es verdad que todos estamos en problemas?”.

J exhaló profundamente. “Rosaria”, dijo, “fui ministro presbiteriano durante 15 años. Oré para que Dios me sanara, pero no lo hizo. Si quieres, oraré por ti”.

Seguí leyendo la Biblia, luchando contra la idea de que estaba inspirada por Dios. Pero la Biblia llegó a ser más grande dentro de mí que yo misma. Se desbordó en mi mundo. Luché contra ella con todas mis fuerzas. Entonces, un domingo por la mañana, me levanté de la cama de mi amante lesbiana, y una hora más tarde me senté en una banca de la Iglesia Presbiteriana Reformada de Syracuse. Sabiendo que llamaría la atención por mi varonil corte de pelo, me recordé a mí misma que había venido a encontrarme con Dios, no a encajar. La imagen que inundaba mi mente, en la que me veía a mí y a todos los que amaba sufriendo en el infierno, vomitaba en mi conciencia y me prensaba con sus dientes.

Luché con todo lo que tenía.

Yo no quería esto.

No lo pedí.

Calculé los costos. Y no me gustó el resultado al otro lado del signo de igual.

Pero las promesas de Dios llegaron a mi mundo como un conjunto de olas. Un día del Señor, Ken predicó sobre Juan 7:17: “Si alguno está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, sabrá si Mi enseñanza es de Dios o si hablo por Mí mismo.” (NBLA). Este versículo expuso las arenas movedizas en las que mis pies estaban atascados. Yo era una pensadora. Me pagaban por leer libros y por escribir acerca de ellos. Esperaba que en todas las áreas de la vida, el entendimiento viniera antes que la obediencia. Y quería que Dios me mostrara, en mis términos, por qué la homosexualidad era un pecado. Quería ser el juez, no el que es juzgado.

Pero el versículo prometía comprensión después de la obediencia. Luché con la pregunta: ¿Realmente quería entender la homosexualidad desde el punto de vista de Dios, o sólo quería discutir con Él? Esa noche oré que Dios me diera la voluntad de obedecer aún antes de entender. Oré durante mucho tiempo hasta que llegó el día. Cuando me miré en el espejo, me veía igual. Pero cuando miré dentro de mi corazón a través de el lente de la Biblia, me pregunté: ¿Soy lesbiana, o todo esto ha sido un caso de identidad equivocada? Si Jesús puede partir el mundo en pedazos y separar la médula del alma, ¿podrá hacer prevalecer mi verdadera identidad? ¿Quién soy yo? ¿Quién quiere Dios que sea?

Entonces, un día cualquiera, me acerqué a Jesús desnuda y con las manos abiertas. En esta guerra de visiones del mundo, Ken estaba allí. Floy estaba allí. La iglesia que había estado orando por mí durante años estaba allí. Jesús triunfó. Y yo era un desastre. Mi conversión trajo consigo un caos. No quería perder todo lo que amaba. Pero la voz de Dios cantaba una canción llena de amor y de esperanza en los escombros de mi mundo. Creí débilmente que si Jesús podía vencer a la muerte, podía enderezar mi mundo. Bebí, al principio tímidamente, luego apasionadamente, del consuelo del Espíritu Santo. Descansé en paz privada, luego en comunidad, y hoy en el refugio de una familia en la que uno me llama “esposa” y muchos me llaman “madre”.

No he olvidado la sangre que Jesús entregó por esta vida.

Y mi vida anterior acecha en los bordes de mi corazón, brillante e inmóvil como un cuchillo.

Rosaria Champagne Butterfield es la autora de The Secret Thoughts of an Unlikely Convert (Crown & Covenant). Vive con su familia en Durham, Carolina del Norte, donde su marido es pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana Reformada de Durham.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Lea las palabras de Dios. Después escriba las suyas.

La disciplina espiritual de escribir nuestras oraciones y reflexiones acerca de lo que leemos en la Biblia es una práctica con raíces profundas en la tradición cristiana.

Christianity Today June 1, 2021
Kelly Sikkema / Unsplash

Tres cuervos se pelean sobre un tejado frente a la puesta de sol, se lee en la entrada de mi diario del 22 de julio de 2019. ¡Señor, qué odiosa soy!

Además de una lista de peticiones de oración, esa es toda la anotación de ese día. Fuera de contexto, no tiene sentido. Pero leer estas dos frases ahora me retrotrae a aquella mañana calurosa de verano. El trío de cuervos pendencieros del tejado de mi vecino graznando y peleando, ignorantes del cielo pintado de lavanda y oro detrás de ellos. Al observarlos, me vi a mí misma en su comportamiento: mis quejas y mi parloteo en claro contraste con el telón de fondo del amor extravagante de Dios. Corrí a casa, inquieta, para escribir sobre la experiencia.

La práctica de escribir mis observaciones espirituales me pone en buena compañía. Los cristianos se han visto impulsados a escribir acerca de Dios y para Dios desde los primeros días de la iglesia. Aunque gran parte de los escritos de la iglesia a lo largo de los años han tenido como objetivo reflejar a Dios al resto del mundo, los cristianos también han escrito mucho para Dios y acerca de Dios en privado.

Los diarios de oración trascienden denominaciones y trasfondos. A lo largo de la historia, creyentes comunes y destacados han tomado la práctica de escribir diarios privados para Dios como una cuestión de gran importancia espiritual. Cotton Mather y Jonathan Edwards, ardientes puritanos, utilizaron sus diarios para registrar sus pecados y su vacilante proceso hacia la santidad. John Wesley heredó la práctica de escribir un diario de su devota madre, Susanna. Una pena en observación, de C. S. Lewis, surgió de las reflexiones personales que registró después de la pérdida de su esposa.

Las motivaciones para esta práctica varían. A menudo los puritanos escribían en diarios en un intento de crecer en santidad. John Beadle, clérigo inglés del siglo XVII, creía que la escritura de un diario era un modo en que los cristianos podían practicar para el momento final en que tuvieran que rendir cuentas delante de Dios de “todos nuestros caminos, y de todos los caminos que Él estableció para nosotros”. El monje trapense Thomas Merton creía que el acto de escribir sin testigos ni audiencia permitía la honestidad y la transparencia requeridas para presentarse delante de Dios.

Llevar un diario sigue siendo popular hoy en día. En el mundo secular se ha promovido como una herramienta terapéutica y una vía hacia el empoderamiento personal basado en el bienestar [enlaces en inglés]. En nuestra era digital muchos profesionales jóvenes han descubierto que los planificadores de papel y los diarios les ayudan a no estar “pegados a sus dispositivos”. Y los cristianos también continúan escribiendo. La práctica conocida en inglés como Bible journaling [que consiste en hacer anotaciones en los espacios en blanco de las Biblias impresas, o bien en una libreta, acerca de lo aprendido durante el estudio bíblico] enfatiza tanto el proceso como el producto e invita a los creyentes a encontrarse con las Escrituras a través de las anotaciones, la ilustración y la decoración. Esta práctica ha crecido en popularidad entre los creyentes: en 2020 muchas editoriales cristianas vieron que las ventas de biblias, libros y diarios creados para este fin aumentaron significativamente durante la pandemia.

Pero estas prácticas no deberían confundirse con el proceso que llevó a Jonathan Edwards a lamentarse en su diario: “¡Qué pronto caigo! ¡Oh, qué débil, qué enclenque, incapaz de hacer nada por mí mismo!”. La rica y compleja tradición de la escritura cristiana privada no solo lleva un registro de la relación individual con Dios, sino que también desafía al escritor a reflexionar sobre esas notas y crecer en santidad.

Como registro de una relación, escribir como práctica espiritual es más que una lista de anotaciones o una práctica puramente autorreflexiva. En cambio, sirve como recuerdo de la presencia de Dios en una vida individual y en un tiempo en particular, y de la presencia o la ausencia del escritor en relación con Dios.

Cuando los cristianos escriben acerca de la presencia única de Dios en sus vidas, están obedeciendo el mandato de Dios de registrar lo que han visto (Apocalipsis 1:19) y se involucran en un acto encarnado de recuerdo que refleja otros actos de las Escrituras: el apilar piedra sobre piedra, el sorbo de una copa, el mordisco de un pan. A lo largo del Antiguo Testamento Dios encomienda constantemente a sus profetas que escriban sus palabras para que puedan recordarlas (Isaías 30:8, Jeremías 30:2, Habacuc 2:2).

En otras palabras, mi nota sobre tres cuervos en un tejado registró mi encuentro único y personal con Dios en un mundo donde, de no haberlo escrito, el consumo constante de información y entretenimiento me habría conducido a olvidarlo o a volverme ciega ante su significado.

Es importante notar que esas anotaciones deben desafiarnos a ser transformados por el aprendizaje. Escribir acerca de tres cuervos no se trata de mí. No se trata tampoco de los cuervos. Se trata de crear espacio, al escribir sobre los cuervos, para que Dios me transforme.

El propósito de los escritos cristianos privados no es empoderar o deificar el yo y sus deseos, característica que coloca esta práctica en claro contraste con la escritura secular del bienestar que asegura que “expulsa la energía negativa” o que “sana [al escritor] de dentro hacia afuera”. Más bien, el escritor cristiano escribe para poner en práctica ver de una manera diferente, para poner en práctica lo que significa encontrarse con Dios en el día a día y, al reflexionar sobre ese encuentro, crecer en santidad, tanto en apariencia como en conducta.

Por supuesto, una práctica más ligera de Bible journaling o el enfoque secular de escritura basada en el bienestar puede que resulten más gratificantes y accesibles de forma inmediata que regresar a la práctica más rigurosa de escribir como una disciplina espiritual. Pero esta forma de escritura es posible y gratificante en sí misma. A continuación veremos tres puntos de entrada a esta práctica.

1. Escritura reflexiva sobre la Biblia

Los creyentes pueden comenzar su viaje hacia la escritura reflexiva con una inmersión más profunda en el Bible journaling. El truco consiste en ir más allá de solo enfocarse en un pasaje en particular de las Escrituras, y pasar más bien a hacerse preguntas que lo conecten con experiencias de vida: ¿Qué pide de mí este pasaje? ¿Cómo me desafía? ¿Qué debo considerar cuando examino mi vida a través de los lentes de este versículo?

Al igual que en el Bible journaling, este ejercicio lleva al escritor a las Escrituras, pero va más allá al pedirle que se involucre en ellas del mismo modo que lo hacían los primeros cristianos que escribían diarios: utilizando las Escrituras para examinar con rigurosidad su vida diaria y su crecimiento en santidad.

2. Escritura de oraciones

Escribir nuestras oraciones puede ser un punto de entrada accesible a la escritura como práctica espiritual. Casi todos los cristianos que escribían diarios oraban sobre el papel, ya fuera escribiéndole directamente a Dios, transcribiendo sus peticiones o meditando en la grandeza del carácter y las obras de Dios. Nosotros podemos también orar de todos estos modos, o podemos redactar abiertamente oraciones que atiendan una necesidad, un deseo o un pensamiento en particular.

Esta práctica beneficia particularmente a aquellos que prefieren orar “con sus propias palabras”, pero que, en tiempos de mucho estrés o ansiedad, encuentran difícil componer una oración. Escribir nuestras oraciones no solo proporciona palabras para ese uso futuro, sino que también sirve como monumento a la presencia y el apoyo de Dios. Regresar a oraciones respondidas y a la obra de Dios en nuestras vidas, meses o incluso años después, puede ayudarnos a profundizar nuestra fe.

3. Escritura centrada en Cristo

La escritura diaria sin guía tiene su lugar en la práctica espiritual cristiana. A diferencia del enfoque secular de la práctica de la escritura, la cual sirve meramente para descargar emociones negativas o afirmar y empoderar el yo, la escritura centrada en Cristo trae ante Dios los pensamientos y los sucesos del día como un modo de invitar a Dios a dialogar sobre la vida diaria, y como un modo de invitar a Dios a la vida diaria.

Resulta que incluso los diarios de cristianos reconocidos son a veces sorprendentemente mundanos, con discursos sobre las tareas diarias y las preocupaciones, intercalados con intentos de oraciones y meditaciones de las Escrituras. Este formato no es fortuito: escribirle a Dios para introducirlo en nuestro mundo normal nos ayuda, cuando entramos en él, a ponerlo a Él en el centro.

En el mejor de los casos, escribir como práctica cristiana nos lleva más lejos que el Bible journaling y, en contraste con las prácticas seculares, nos saca de nosotros mismos y nos lleva a la presencia del Cordero para reorientar nuestra percepción del mundo. Y cuando eso ocurre, como escribe Thomas Merton, “el mundo entero y todos los incidentes de la vida tienden a ser sacramentos: señales de Dios, señales de Su amor obrando en el mundo”.

Tres cuervos en un tejado, después de todo, no son una invitación a la santidad. Pero escribir acerca de ese encuentro y traerlo delante Dios sí puede serlo.

Brandy Bagar-Fraley vive y escribe en Columbus, Ohio. Obtuvo su doctorado en Lengua Inglesa en la Universidad de Ohio y actualmente trabaja para la Universidad de Flanklin.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

La generación Woodstock me tragó y me escupió

Un verano en una comuna hippie me hizo abandonar la contracultura de los 60. Dios me encontró en mi desilusión.

Christianity Today June 1, 2021
Doug Levy

El año 1968 fue trascendental para mí. En todo el país, la revolución estaba en el aire. Yo era un estudiante de arquitectura de primer año en Boston, sin nada que me impidiera convertirme en un radical.

Crecí en una iglesia congregacional de corte liberal, a la que asistíamos mi hermana y yo con mi madre. Durante mi primer año de bachillerato [high school], mi madre —a instancias de mi tío, miembro de los Gedeones— llegó a la fe genuina en una iglesia bautista donde se predicaba el Evangelio. (Mi padre, un católico caduco, y mi abuela también llegaron a conocer a Jesús allí).

En cuanto a mí, seguí sin mostrar interés alguno por el cristianismo. Para cuando me fui a la escuela de arquitectura, ya estaba empezando a caer en la contracultura de los años 60. Educado por mi iglesia liberal y por la escuela pública para creer que podía ser una buena persona sin abrazar las afirmaciones sobrenaturales de la Biblia, pronto acepté el relativismo moral y espiritual que reflejaba la mezcla de religiosidad oriental y optimismo estadounidense de la contracultura. Creía que todas las religiones se dirigían a la misma cumbre gloriosa.

Me uní a la Resistencia de Boston, un grupo estudiantil que promovía la oposición no violenta a la guerra de Vietnam y al reclutamiento para la misma. Estuve presente en una masiva manifestación contra la guerra en el Jardín Público de Boston en la que el icono de la contracultura, Abbie Hoffman, se refirió al edificio John Hancock como una “aguja hipodérmica en el cielo”. Estábamos seguros de que nuestro movimiento era tan importante como la Revolución Americana. Éramos una vanguardia preparada para cambiar el curso de la civilización occidental.

Ilusiones rotas

En 1970 abandoné la universidad para unirme a una comuna en Oregón. Casi todos los hippies soñaban con peregrinar a la Costa Oeste. Además, las montañas del noroeste del Pacífico resultaban particularmente atractivas para mi lado aventurero. Durante mi verano allí, fuimos de excursión, acampamos y escalamos entre las Tres Hermanas de la Cordillera de las Cascadas. También disfrutamos de muchas discusiones profundas sobre la religión oriental y el sentido de la vida.

Sin embargo, la vida en la comuna resultó ser profundamente desmoralizante. Por decir lo menos, desvaneció mi ingenua confianza en la bondad inherente de la humanidad. A pesar de mi supuesto rechazo a la moral dominante, ciertas actitudes residuales sobre la ética sexual y la responsabilidad personal simplemente se negaron a morir. Uno de mis compañeros hippies llegó a llamarme “puritano”, cosa que en ese lugar no era ningún cumplido.

Por ejemplo, seguía creyendo que el sexo estaba destinado al matrimonio, o al menos a las relaciones serias. Pero esa norma se incumplía en todas partes. También creía en la ética de trabajar duro y ser responsable de mis propios gastos. Pero muchos miembros de la comuna esencialmente vivían a expensas de sus padres, estilo de vida que se manifestaba en su negligencia crónica en tareas como lavar los platos o limpiar el baño. Aunque fumaba marihuana y me permitía un viaje psicodélico ocasional, mi comportamiento era bastante tranquilo para los estándares de la comuna.

El punto de ruptura, para mí, llegó durante un festival de música de una semana conocido como Vortex I. Financiado conjuntamente por la contracultura de Portland y el gobierno de Oregón, pretendía desviar la atención de una aparición del presidente Nixon y ponerle una cara pacífica al movimiento antiguerra. Pero la profundidad de la depravación que presencié allí me convenció de que tenía que alejarme.

Volví a la zona de Boston en el otoño de 1970 profundamente deprimido. Había ido a Oregón en busca de amor y paz, pero ahora sentía que el peso de mis ideales se derrumbaba. Fue una época oscura para muchos entusiastas comprometidos con la contracultura. Janis Joplin, que cantaba el blues como nadie, y Jimi Hendrix, que nos hipnotizaba con un fenomenal trabajo de guitarra, habían muerto recientemente por sobredosis.

Desilusionado con la vida en la contracultura, me hundí en un período de cinismo. Una sensación de desesperanza de la humanidad se cerró sobre mí como una niebla espesa. Unas cuantas incursiones en el misticismo oriental me dejaron con un enorme vacío del alma. Sólo el I Ching (o Yi Jing), un antiguo manual de adivinación chino, ofrecía algún rayo de esperanza. (Un amigo me había advertido que sus poderes estaban más allá de la influencia ordinaria de la literatura religiosa).

El I Ching consta de varios “cambios”, u oráculos, que prometen una guía individual basada en el supuesto orden del cosmos (el Tao). Pero en lugar de leerse en un orden secuencial, como lo haría un cristiano leyendo un devocional diario, los usuarios del I Ching lanzan seis varillas de milenrama (tallos de hierba medicinal), y el patrón resultante determina el texto que leen.

Un día lancé mis monedas de un centavo —el sustituto americano de las varillas de milenrama— y me encontré con una combinación insólita. Todos los centavos salieron cara, los seis. En el marco del I Ching, esto equivalía a seis líneas horizontales superpuestas, un patrón que simbolizaba el encuentro del cielo y la tierra. El oráculo correspondiente predijo un encuentro con alguien que me guiaría en el futuro, afirmando: “El movimiento del cielo está lleno de poder”.

Un lema en mi anuario de bachillerato prometía: “Él es el arquitecto de su propio futuro”. Sin embargo, estaba descubriendo el poder mucho mayor de los propios movimientos del cielo. Dios estaba utilizando la falsa religión para atraerme hacia la verdad.

La verdad liberadora

Varios días después, me senté en mi habitación desesperado, dándome cuenta de mi propia condición desesperada: yo era el problema. No “la clase dominante”, ni mis amigos hedonistas de Oregón. Mi corazón estaba oscuro por el egoísmo. Sabía que estaba viviendo para mi propio placer y satisfacción. Volteé a ver una imagen de Jesús que había recibido de un amigo de la comuna. En su mente, Jesús era el gurú por excelencia.

La foto mostraba a Jesús sonriendo benignamente. Pero su corazón sangrante me recordó de la Crucifixión. Entonces me di cuenta: Jesús había muerto por pecadores como yo.

Casi inmediatamente, busqué mi Biblia y me dirigí por casualidad al libro de Jonás, donde leí:

Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor. Pero el Señor lanzó sobre el mar un fuerte viento, y se desencadenó una tormenta tan violenta que el barco amenazaba con hacerse pedazos. (1:3-4, NVI)

Este era yo: huyendo de un Dios cuya gracia dejó que la generación de Woodstock me tragara y me escupiera, todo para poder llamar mi atención.

A partir de ese momento, leí la Biblia con voracidad, y rápidamente me afiancé de Juan 8:31-32: “Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: —Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. Yo quería contarle a todo el mundo la libertad que había hallado en las buenas nuevas de Jesucristo. Así que busqué la comunión con otros cristianos, incluidos algunos estudiantes de Harvard en mi cooperativa de Cambridge. Y conducía hasta New Hampshire la mayoría de los domingos para adorar en la iglesia de mi madre.

Mi hambre espiritual e intelectual me llevó a estudiar con Francis Schaeffer en su L'Abri Fellowship en Suiza. Allí descubrí la rica herencia de la teología reformada, que a su vez me lanzó al Seminario Teológico de Westminster y a 40 años de ministerio en la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa.

El fervor revolucionario de los años sesenta no hizo más que sumirme en la desesperación. Ahora, gracias a Cristo, mi esperanza está construida sobre roca sólida, no sobre arena movediza.

Gregory E. Reynolds es pastor emérito de la Iglesia Presbiteriana Amoskeag en Manchester, New Hampshire. Es autor de The Word Is Worth a Thousand Pictures: Preaching in the Electronic Age y editor de Ordained Servant: A Journal for Church Officers.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

La prueba de que el privilegio político es dañino para el cristianismo

Nuestro análisis de 166 naciones sugiere que la mayor amenaza para la vitalidad del cristianismo no es la persecución, la abundancia, la educación o el pluralismo. Es el apoyo del Estado.

Christianity Today May 26, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source Images: NurPhoto / Contributor / Getty / Ross Sokolovski / Eva Dang / Unsplash / Artdesigner Geno / Luis Quintero / Pexels

¿Por qué el cristianismo crece en algunos países, mientras que mengua en otros?

Durante gran parte del siglo XX, los científicos sociales han respondido a esta pregunta apelando a la llamada tesis de la secularización: la teoría de que la ciencia, la tecnología y la educación darían como resultado el eventual descenso de la influencia social del cristianismo.

Más recientemente, algunos investigadores han sugerido que la causa es, más bien, la acumulación de riqueza. Al aumentar la prosperidad, según afirman, se libera a las personas de tener que buscar la provisión de sus necesidades diarias en un poder superior; es decir, que existe un vínculo directo entre la abundancia y el ateísmo.

En un estudio [enlace en inglés] revisado por pares y publicado en mayo de 2021 en la revista Sociology of Religion, mi coautor y yo desafiamos la percepción de que la educación y la abundancia certifican la defunción del cristianismo.

En nuestro análisis estadístico de una muestra global de 166 países, entre 2010 y 2020, encontramos que el determinante más importante para la vitalidad del cristianismo es el grado en el que los gobiernos le dan apoyo oficial al cristianismo a través de sus leyes y políticas. Sin embargo, no lo hace del modo en que los creyentes devotos pudieran esperar.

Según aumenta el apoyo gubernamental al cristianismo, el número de cristianos desciende significativamente. Esta relación se mantiene incluso cuando tomamos en cuenta otros factores que podrían estar causando el crecimiento del cristianismo, tal como sucede con las tendencias demográficas generales.

Reconocemos que nuestra metodología y conjuntos de datos no puede registrar un factor de gran importancia para los cristianos: el movimiento del Espíritu Santo. Sin embargo, las numerosas pruebas estadísticas de los datos disponibles revelan que la relación entre el privilegio del Estado hacia el cristianismo y el descenso del mismo es una relación causal, en oposición a una mera correlación.

Nuestro estudio señala tres diferentes paradojas de la vitalidad del cristianismo: la paradoja del pluralismo, la paradoja del privilegio y la paradoja de la persecución.

1. La paradoja del pluralismo

Muchos cristianos creen que el mejor modo para que el cristianismo prospere es excluir al resto de religiones. Irónicamente, sin embargo, el cristianismo es a menudo más fuerte en países donde tiene que competir con otras tradiciones de fe, cuando las reglas del juego son equitativas.

Quizá la mejor explicación para esto se derive de La riqueza de las naciones, el libro más importante de Adam Smith. El famoso economista defendía que, del mismo modo que la economía de mercado incentiva la competencia, la innovación y el vigor entre las empresas, forzándolas a competir por su participación en el mercado, un mercado religioso sin regulación tendría el mismo efecto sobre las instituciones de la fe.

Del mismo modo que el hierro afila el hierro, la competencia perfecciona la religión. Los contextos caracterizados por el pluralismo fuerzan a los cristianos a presentar los mejores argumentos posibles para sus creencias, mientras que otras tradiciones de fe se ven forzadas a hacer lo mismo. Esto exige a los cristianos un conocimiento profundo de sus creencias para defenderlas en el mercado de las ideas.

Nuestro estudio muestra que cuanto más crece el compromiso de un país con el pluralismo, también lo hace el número de adherentes cristianos. Siete de los diez países que muestran el más rápido crecimiento de población cristiana ofrecen poco o nada de apoyo oficial al cristianismo. Paradójicamente, al cristianismo le va mejor cuando tiene que valerse por sí mismo.

Las 10 poblaciones con mayor crecimiento del cristianismo


(Aparecen en negrita los países con bajo o nulo apoyo al cristianismo)

1) Tanzania

2) Malaui


3) Zambia

4) Uganda
5) Ruanda
6) Madagascar
7) Liberia


8) Kenia

9) República Democrática del Congo
10) Angola

La paradoja del pluralismo se puede ver en las dos regiones del mundo donde el cristianismo está creciendo con mayor velocidad: Asia y África.

El mayor crecimiento del cristianismo durante la última década ha ocurrido en Asia, donde la fe ha crecido el doble que la tasa de población. El crecimiento explosivo del cristianismo en esta parte del mundo es aún más notable cuando consideramos que la región solamente incluye un país de mayoría cristiana: Filipinas.

¿Cómo explicamos esta paradoja? En contraste con Europa, el cristianismo en los países asiáticos no ha estado en una posición de recibir un trato preferencial del Estado, y esto ha dado como resultado impresionantes tasas de crecimiento. En realidad, la fe cristiana se ha beneficiado al no estar atada institucionalmente al Estado, alimentado su crecimiento y vitalidad.

Consideremos el caso de Corea del Sur, que en el curso de un siglo ha pasado de ser un país sin cristianismo a ser uno de sus mayores exportadores. En la actualidad encabeza las listas como el segundo país que más misioneros envía, superado solamente por Estados Unidos.

Este ejemplo ilustra bien la paradoja del pluralismo. Debido a que Corea del Sur no es un país cristiano, el cristianismo no disfruta de una relación especial con el Estado. De hecho, el cristianismo en Corea sufrió una brutal persecución del gobierno colonial japonés, durante el cual se cerraron a la fuerza las iglesias y se confiscaron sus propiedades. De hecho, la iglesia persistió a pesar de la pobreza, la guerra, la dictadura y las crisis nacionales a lo largo de la historia del país.

Desde la Segunda Guerra Mundial, el cristianismo coreano ha crecido exponencialmente: se construyeron decenas de miles de iglesias y hoy en día los seminarios producen miles de graduados cada año. Actualmente, una tercera parte del país es cristiana.

África es la otra región en la que el cristianismo ha tenido un crecimiento impresionante, particularmente en las últimas décadas. Hoy hay casi 700 millones de cristianos en África, que lo convierten en el continente más cristiano en términos de población. De hecho, los diez países mencionados arriba con el mayor crecimiento de población cristiana entre 2010 y 2020 están localizados en el África subsahariana.

El cristianismo ha avanzado mucho en África no porque disfrute de una posición privilegiada con el Estado, sino porque tiene que competir con otras tradiciones de fe en un contexto en el que las reglas del juego son equitativas. De todos los países donde el cristianismo ha tenido un crecimiento notable, solo uno, Tanzania, tiene un nivel de apoyo oficial a la religión que se encuentra en la media global. En el resto de los casos (incluyendo a países de clasificación moderada como Kenia y Zambia), el apoyo al cristianismo estaba por debajo —y normalmente muy por debajo— de la media global.

En resumen, el cristianismo en África, al igual que en Asia, está prosperando no porque se le apoye de parte del Estado, sino debido a que no se le apoya.

2. La paradoja del privilegio

Nueve de los diez países con un descenso más rápido de la población cristiana en el mundo a menudo ofrecen niveles entre moderados y altos de apoyo oficial al cristianismo. Mientras que la competencia entre religiones estimula la vitalidad cristiana, el favoritismo del Estado, involuntariamente, la suprime.

Las 10 poblaciones con un descenso más rápido de la población cristiana


(Aparecen en negrita los países con moderado o alto apoyo al cristianismo)

1) República Checa
2) Bulgaria
3) Letonia
4) Estonia


5) Albania

6) Moldavia
7) Serbia
8) Alemania
9) Lituania
10) Hungría

Cuando los cristianos perciben una amenaza de parte de las minorías religiosas, buscan al Estado para que les dé cierta ventaja. Ese privilegio puede incluir apoyo financiero para propósitos religiosos, acceso especial a las instituciones del Estado o exenciones de regulaciones impuestas sobre grupos religiosos minoritarios. Paradójicamente, sin embargo, privilegiar de esta manera al cristianismo desde el Estado termina no siendo de ayuda a la iglesia, según nuestros datos.

Los cristianos que tratan de ganarse el favor del gobierno se distraen de sus misiones a medida que se van inmiscuyendo en las cosas del césar en vez de en las cosas de Dios para mantener sus posiciones privilegiadas.

Sí, es posible que las iglesias favorecidas utilicen sus posiciones de privilegio para ejercer influencia sobre el resto de la sociedad; sin embargo, esto se cumple principalmente a través de rituales y símbolos —la religión civil— en vez de a través del fervor espiritual. Por esta razón las iglesias apoyadas por el Estado a menudo carecen de la sustancia espiritual que la gente que practica la fe encuentra valiosa, llevando a los creyentes a marcharse.

Es interesante que algunas investigaciones sugieran incluso que los misioneros de las iglesias apoyadas por el Estado sean menos eficaces que aquellos enviados por iglesias independientes.

Los investigadores de la religión han notado desde hace mucho tiempo que la tendencia a la secularización aparece en gran medida en los países occidentales, particularmente en Europa, donde durante siglos la iglesia ha jugado un papel importante en la vida de la gente. Muchas encuestas han documentado los débiles niveles [enlaces en inglés] de creencia confesional y de asistencia a los servicios religiosos en esta parte del mundo.

Que Europa sea la región más secular del mundo —y también la más rica— ha llevado a muchos a proponer una relación causal entre la abundancia y el declive del cristianismo.

Por el contrario, nuestro estudio defiende que la secularización de Europa se desprende de forma central del amplio apoyo otorgado al cristianismo por parte del Estado.

En Reino Unido, por ejemplo, la ley establece que la Iglesia de Inglaterra es la iglesia del Estado y que el cristianismo es su religión, garantizando privilegios que están fuera del alcance de grupos religiosos minoritarios. También ha tenido lugar el declive del cristianismo en las naciones protestantes de Escandinavia, donde las relaciones entre iglesia y Estado han estado marcadas por el privilegio (incluyendo antiguos subsidios públicos). Por ejemplo, la Iglesia de Suecia disfrutó de una relación muy cercana con el gobierno (se separaron en 2000), con el rey sueco sirviendo como cabeza de la iglesia y el gobierno señalando a los obispos para sus cargos.

Se puede ver un patrón similar en los países de mayoría católica. Durante gran parte del siglo XX países como Portugal, España, Bélgica e Italia ofrecieron un fuerte apoyo a la Iglesia Católica Romana y discriminaron activamente a los no católicos en la legislación familiar, en los medios de comunicación religiosos, las políticas de impuestos y la educación. Aunque el privilegio católico se ha debilitado en muchas partes de Europa, las reglas del juego siguen sin ser equitativas en diversos aspectos, especialmente en lo que respecta a las barreras para la entrada de nuevos movimientos religiosos.

La relación entre el privilegio político y el declive cristiano es fuerte en países dominados por las formas orientales ortodoxas del cristianismo. Por ejemplo, Rusia ha extendido numerosos privilegios a la Iglesia Ortodoxa Rusa —como el financiamiento de lugares religiosos, acceso a las instituciones del Estado y autonomía sobre sus propios asuntos— a la vez que impone restricciones a los competidores de la Iglesia Ortodoxa, incluyendo la negación de visas para clérigos internaciones, la deportación de misioneros y la retención de los derechos sobre la tierra. En los países cristianos ortodoxos como Rusia es más probable [enlace en inglés] que se integren la iglesia y el Estado.

El resultado es que las iglesias en Europa no se tienen que preocupar por luchar contra otros competidores porque las reglas del juego no son equitativas. Como resultado, estas iglesias se han aletargado, al depender del Estado para su sustento.

La asistencia a la iglesia en estos países sigue siendo la más baja en el mundo cristiano, a pesar del hecho de que la vasta mayoría de ciudadanos de estas naciones conservan su membresía oficial. Las iglesias europeas han asumido una enorme función ceremonial, aunque tienen un papel muy pequeño en la vida diaria de las personas. Las resplandecientes catedrales diseñadas para reunir a cientos de personas normalmente solo reciben a un puñado de adoradores en sus servicios dominicales habituales.

En resumen, el cristianismo en Europa ha menguado no a pesar del apoyo del Estado, sino debido a él.

3. La paradoja de la persecución

En el siglo II, Tertuliano, uno de los padres de la iglesia, llegó a la sorprendente conclusión de que «la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia». Sorprendentemente, nuestro estudio señala que los contextos de discriminación contra los cristianos no suelen tener el efecto de debilitar el cristianismo; en algunos casos, la persecución incluso fortalece a la iglesia.

Al igual que con una competencia religiosa sana, la persecución religiosa —por motivos completamente diferentes— no permite que los cristianos se vuelvan complacientes. Por supuesto, en algunos casos la persecución de los cristianos ha hecho mucho daño al cristianismo, como ocurrió en el siglo VII en el Norte de África, en el siglo XVII en Japón, en el siglo XX en Albania y actualmente en Irak. No obstante, en muchos otros contextos de discriminación y persecución (salvo por la violencia genocida) la iglesia ha desafiado las probabilidades, no solo sobreviviendo, sino en algunos casos incluso prosperando.

En estos entornos los creyentes vuelven a la fe como fuente de fortaleza, y esta devoción atrae a los de fuera.

En todo el mundo, cientos de millones de cristianos viven en países donde experimentan un nivel de persecución muy alto. Aun así, el cristianismo continúa demostrando una extraordinaria resiliencia [enlace en inglés], al igual que la iglesia primitiva bajo la espada del césar.

El cristianismo actual crece rápidamente en ciertos países musulmanes como Irán o Afganistán, donde la fe experimenta altos niveles de persecución. Puertas Abiertas ha calificado a Irán como el octavo peor país del mundo para ser cristiano, con un nivel «extremo» de persecución. En la república islámica, el gobierno prohíbe la conversión del islam a cualquier otra religión, encarcela a los que hacen proselitismo y arresta a aquellos que asisten a iglesias clandestinas en casas o que imprimen y distribuyen literatura cristiana.

Sin embargo, a pesar de la amenaza del gobierno, la presión y la coacción hacia los cristianos, la iglesia en Irán se ha convertido en una de las de más rápido crecimiento en el mundo en términos de conversión. Aunque es difícil determinar exactamente cómo viven muchos cristianos en Irán, dado que la mayoría mantiene su fe en secreto por miedo a la persecución, se estima —basándose en datos de encuestas [enlace en inglés]— que podría haber hasta un millón de creyentes iraníes. El sorprendente crecimiento de la fe en Irán ha conducido a una amplia preocupación entre los gobernantes iraníes por la amenaza que supone el cristianismo a los fundamentos de la república islámica.

Una historia similar se ha estado desarrollando en el vecino oriental de Irán: Afganistán. Puertas Abiertas coloca al país en el segundo peor lugar para ser cristiano, solo detrás de Corea del Norte. Como ocurre en Irán, en Afganistán es ilegal convertirse desde el islam, y aquellos que lo hacen enfrentan violencia, cárcel e incluso la muerte. Los cristianos se enfrentan a la persecución no solo desde el gobierno islamista, sino también de parte de los militantes islamistas que tienen como principal objetivo perseguir a las minorías religiosas. Las comunidades cristianas afganas han sido golpeadas por décadas de guerra.

Es imposible asignar una cifra precisa al número de cristianos en Afganistán. Sin embargo, la evidencia disponible indica que el cristianismo continúa creciendo, sostenido por la existencia de una iglesia clandestina, a pesar de la amplia e intensa represión que enfrentan los cristianos. Algunos informes indican que el cristianismo se ha extendido incluso entre las élites afganas y los miembros del parlamento nacional. Un ejemplo de conocimiento público: Rula Ghani, la primera dama del país, es una cristiana maronita de Líbano.

Fuera del mundo musulmán, la experiencia de la mayor iglesia perseguida del mundo —la iglesia china— refleja lo que sucedió con la iglesia primitiva bajo la espada del césar cuando también experimentó un crecimiento exponencial.

Durante las tres primeras décadas de gobierno comunista en China, la iglesia fue objetivo de una severa persecución, especialmente durante la era conocida como la Revolución Cultural, de 1966 a 1976. Lanzada por Mao Zedong, la campaña buscaba preservar el comunismo en China declarando la guerra contra los enemigos percibidos, incluyendo a la religión. Cientos de miles de cristianos, tanto católicos como protestantes, fallecieron durante esta época.

No obstante, el cristianismo persistió en la clandestinidad. Hay que señalar que los protestantes incluso presentaron un considerable crecimiento hacia el final de la Revolución Cultural. Fenggang Yang, sociólogo de la religión, señala que desde 1950 el cristianismo protestante se ha multiplicado 23 veces. Al menos un cinco por ciento de la población china, que asciende a casi mil quinientos millones de personas, se adscribe ahora al cristianismo.

Yang predice que el porcentaje crecerá exponencialmente durante los próximos años, de tal modo que para 2030 China tendrá más cristianos que cualquier otro país. Para 2050, la mitad de China podría ser cristiana.

Es posible que los años por venir demuestren que estas proyecciones eran demasiado optimistas, porque el Partido Comunista Chino continúa con su mano dura contra los grupos religiosos. Pero es poco probable que la represión en China sea capaz de limitar el crecimiento cristiano.

En resumen, la tentación del privilegio político y no la amenaza de la persecución parecen ser el mayor impedimento para la fe cristiana.

Lecciones para la cristiandad

Estas paradojas contienen importantes ramificaciones para las comunidades cristianas de todo el mundo.

En Europa, los políticos y partidos de Hungría, Italia, Polonia, Eslovenia, Francia, Austria, Alemania, Países Bajos y Suiza han hecho un llamado para profundizar la relación entre el cristianismo y sus gobiernos. Algunos políticos exitosos se han posicionado como defensores del cristianismo contra la fe islámica extranjera que amenaza la integridad cristiana de sus respectivos países.

En muchos casos, los partidos de derecha han logrado aumentar su número de votos en parte apropiándose de la defensa de la «nación cristiana». Si estas tendencias continúan, podemos esperar ver más corrosión y declive del cristianismo en esta parte del mundo por las razones descritas con anterioridad.

Se puede ver una historia similar al otro lado del Atlántico. El cristianismo en los Estados Unidos, y en particular el movimiento evangélico, se encuentra hoy en una disyuntiva precaria.

Mientras que los EE. UU., a diferencia de sus colegas europeos, no tienen un apoyo oficial del Estado a la religión, eso no significa que el cristianismo no se haya entrelazado con el Estado. A medida que el cristianismo se ha entretejido con la política partidista, los EE. UU. han visto un declive simultáneo en la religiosidad en las últimas décadas, y esta tendencia ha sido confirmada por diversos estudios académicos.

Durante los últimos treinta años, los EE. UU. han presenciado un agudo incremento del número de estadounidenses sin afiliación religiosa, desde un seis por ciento en 1991 hasta un 23 por ciento hoy, aunque la población estadounidense en su totalidad ha experimentado un importante crecimiento durante este periodo. Nuestro argumento sugiere que este aumento de los no afiliados en lo religioso se debe, en parte, a los intentos de los cristianos por ganarse el favor del Estado (y a que algunas veces lo ha recibido).

Los cristianos conservadores al comienzo se involucraron en la política en la década de 1970 como un modo de luchar contra la erosión de «los valores cristianos» en la sociedad y de «hacer regresar a los Estados Unidos a Dios».

La intersección de la religión y la política, sin embargo, ha repelido a la gente del cristianismo, porque ven la fe cristiana como sinónimo de apoyar a cierta clase de políticas con las que discrepan en lo personal. Como resultado, el cristianismo politizado solo es capaz de apelar a un grupo de individuos cada vez más estrecho, al mismo tiempo que aleja a los liberales y a los moderados de la iglesia.

La sacralización de la política sugiere que puede ser que los EE. UU. se estén dirigiendo por el mismo camino que sus colegas europeos. La buena noticia para los cristianos a los que esto les preocupa es que, si nuestra investigación y nuestro análisis es correcto, puede que sea posible revertir las tendencias hacia la secularización.

Para lograrlo, se requieren instituciones de fe que rehúyan la tentación del privilegio y no vean la competencia religiosa como una amenaza o algo que se deba eliminar. Este enfoque no requiere que los cristianos se segreguen y se aparten de la vida pública, ni que abandonen la política por completo; sin embargo, advierte a los cristianos seriamente respecto a equiparar a cualquier partido, ideología política o nación con los planes de Dios.

Nuestra investigación sugiere que el mejor modo para que las comunidades cristianas puedan recuperar su testimonio del evangelio es rechazar la búsqueda del privilegio político y que noten que es inconsistente con las enseñanzas de Jesús. Al hacerlo, mostrarían que toman seriamente la promesa de Cristo de que ninguna fuerza prevalecerá contra su Iglesia. Y rechazar el privilegio hará que los creyentes confíen más en que el Espíritu Santo abra los corazones al mensaje del evangelio.

Nilay Saiya es profesor adjunto de políticas públicas y asuntos globales en la Universidad Tecnológica de Nanyang en Singapur. Es autor de Weapon of Peace: How Religious Liberty Combats Terrorism (Cambridge University Press, 2018).

Speaking Out es la columna de opinión para invitados de Christianity Today y (a diferencia de un editorial) no representa necesariamente la opinión de la publicación.

Corrección: una versión previa de este artículo aseguraba erróneamente que el rey sueco sigue siendo cabeza de la Iglesia de Suecia y designa a los obispos. La iglesia y el Estado se separaron en 2000.

Metodología. Nuestra medida de la tasa de crecimiento cristiano tiene como fuente el Proyecto Pew-Templeton para el Futuro Religioso Global, mientras que nuestra forma de medir el favoritismo del Estado o la discriminación contra el cristianismo tiene como fuente el Proyecto para la Religión y el Estado. Los datos económicos y demográficos tienen como fuente los Indicadores de Desarrollo del Banco Mundial.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Theology

La teología del siglo XX perdió de vista algo esencial sobre la Trinidad

Es hora de recuperar la enseñanza de que el Padre, el Hijo y el Espíritu actúan como uno solo, sin “división del trabajo” entre ellos.

Christianity Today May 24, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source image: Wikimedi Commons

Cuando los padres de la iglesia defendieron uno de los credos más importantes de la historia de la iglesia (el credo más importante, según afirman algunos), el credo de Nicea, creían que la doctrina bíblica y ortodoxa de la Trinidad estaba en juego, y con ella, la supervivencia de la Iglesia.

Mientras se esforzaban por defenderla, señalaron varias creencias clave como absolutamente esenciales en la lucha contra la herejía. Una de ellas era la de las “operaciones inseparables”, una creencia resumida en una famosa frase latina: opera Trinitatis ad extra indivisa sunt. Lo que esto significa es que la obra de la Trinidad, desde la creación hasta la salvación, es indivisa. O como dijo Agustín con tanta elegancia en su clásico De Trinitate, “Como el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son inseparables, así también trabajan inseparablemente”. El Padre, el Hijo y el Espíritu actúan como uno porque son uno: uno en esencia, voluntad, poder y gloria.

Entremos ahora a la modernidad. La doctrina de las operaciones inseparables —la “regla” que una vez fue indispensable para la ortodoxia y la liturgia cristianas— ha sido puesta en duda: dispensada por algunos y modificada severamente por otros. Como explica el teólogo Adonis Vidu en su nuevo y aleccionador libro, The Same God Who Works All Things: Inseparable Operations in Trinitarian Theology, [El mismo Dios que obra todas las cosas: operaciones inseparables en la teología trinitaria], “durante el último siglo la regla ha pasado de formar parte del fundamento mismo del dogma trinitario a ser esquivada como una de sus mayores vulnerabilidades”.

¿Qué ha pasado? ¿Y por qué es importante?

El alejamiento de la tradición nicena

La tradición clásica nicena se esforzó por preservar el testimonio de la Escritura sobre la unidad de las personas de la Trinidad, así como su igualdad. Esta tradición distinguía a las personas según sus relaciones eternas de origen: el Hijo es eternamente engendrado del Padre, quien no es engendrado, y el Espíritu procede eternamente (o es espirado) del Padre y del Hijo.

Sin embargo, estas “procesiones” (o propiedades personales) no crean tres dioses, ya que, como dijo el puritano inglés John Owen, “una persona divina no es más que la misma esencia divina, con una propiedad especial, que subsiste de una manera especial”. Por ejemplo, los padres de la iglesia no solo dijeron que el Hijo es eternamente engendrado del Padre (esto es lo que distingue al Hijo como Hijo); se aseguraron de aclarar que el Hijo es engendrado de la esencia del Padre. Como dijo el antiguo apologeta cristiano Juan de Damasco, la Trinidad “no es una naturaleza perfecta compuesta por tres elementos imperfectos, sino una esencia simple… que existe en tres subsistencias perfectas”. Esa palabra “simple” ( o “no compuesto”) es fundamental, ya que evita que la Iglesia convierta a la Trinidad en un conjunto de partes separadas, es decir, individuos que pueden ser mayores o menores, superiores o inferiores.

Todo cambió en el siglo XX, cuando los teólogos, apartándose de la tradición nicena, empezaron a definir la Trinidad como una sociedad de agentes separados, una sociedad no muy diferente de nuestra sociedad humana. En una declaración impactante, el teólogo Colin Gunton explicó el nuevo pensamiento de la siguiente manera: “Lo que es ser una persona humana es en este caso idéntico a lo que es ser una persona divina, y por lo tanto la palabra significa lo mismo en los niveles de creador y creación”.

Con el auge de lo que llegó a llamarse trinitarismo social, explica Vidu, se redefinió el concepto de las personas divinas, como si cada persona fuera su propio centro de conciencia y voluntad, su propio y distinto ser individual. El filósofo cristiano Richard Swinburne llegó a proponer una Trinidad compuesta por tres individuos. La investigación de Vidu es reveladora: aún cuando los teólogos modernos seguían reservando un lugar para la doctrina de las operaciones inseparables, describían la unidad de la Trinidad en la creación y en la salvación simplemente como una empresa cooperativa o como una sociedad de división del trabajo. Pero en algunos casos, la doctrina se descartó por completo porque no podía encajar con el énfasis en la individualidad de las personas que había sido impulsado por el trinitarismo social.

Nada de esto le parece bien a Vidu. Y, en mi opinión, su angustia teológica está más que justificada. Vidu da en el clavo cuando concluye que la teología moderna no solo ha malinterpretado, sino que ha hecho un mal uso de esta doctrina fundamental de las operaciones inseparables. Escribe: “[Esta doctrina]… No indica que dentro de la vida inmanente de la Trinidad hay tres agentes separados que tienen cada uno una voluntad separada, un conocimiento separado y un amor separado por los demás”, como suponen los teólogos modernos. “Más bien, indica que dentro de la causalidad divina esencial se obtienen distinciones reales e irreductibles, que hay relaciones subsistentes que distinguen y definen a las personas en contraposición a las otras, pero nunca en contraposición a la sustancia”.

Esta última frase, “pero nunca en contraposición a la sustancia”, no debe pasarse por alto. ¿Qué está sugiriendo Vidu? Al tratar al Padre, al Hijo y al Espíritu como agentes separados con voluntades separadas, y al explicar su unidad de acción como una cuestión de empresa cooperativa, hemos puesto a las personas en contraposición a su sustancia divina compartida. ¿Es de extrañar, entonces, que en las últimas décadas se acuse a algunos de triteísmo (tres dioses)?

Vidu también advierte lo fácil que es pasar de una definición social de las tres personas a relaciones de supremacía y subordinación entre ellas. El credo de Nicea rechazaba sin ambigüedad alguna la idea de que el Hijo estuviera subordinado al Padre, describiendo a Jesús, por ejemplo, como “Dios verdadero de Dios verdadero”, engendrado “de la misma esencia que el Padre”. Pero en las últimas décadas, muchos evangélicos importantes han creado una nueva teoría de la subordinación, como si el Padre tuviera una autoridad y una gloria superiores a las del Hijo.

Este es un recordatorio aleccionador de que hemos sido más influenciados por la teología moderna de lo que pensamos. Por muy inteligente que suene decir que el Hijo es ontológicamente igual al Padre pero funcionalmente subordinado, debemos tener el suficiente discernimiento para ver a través de esa falsa dicotomía. Como bien observa Vidu: “Una persona divina no es una cosa y la sustancia divina otra. Más bien, cada persona divina es idéntica a la sustancia, pero bajo un aspecto relacional particular e irreductible”.

Si Vidu tiene razón, entonces la doctrina de las operaciones inseparables podría tener un futuro en la teología evangélica. Pero solo si primero reconocemos que no hay acciones individuales, sino que el Padre, el Hijo y el Espíritu realizan una acción única.

Unidad de acción

El objetivo del libro de Vidu es recuperar la doctrina de las operaciones inseparables y, con ella, la unidad de la Trinidad, proyecto que ha sido largamente postergado. La contribución de Vidu brilla más cuando plantea varios casos de prueba, entre ellos el de la Encarnación. ¿Es la Encarnación el Hijo en solitario? Por desgracia, demasiados teólogos modernos y evangélicos así lo refieren, como si se pudieran atribuir acciones exclusivas a personas individuales.

Vidu recurre a Agustín para amonestarnos: “La Trinidad produjo la carne de Cristo, pero al único de ellos al que pertenece es a Cristo”. Si la doctrina de las operaciones inseparables es cierta, entonces toda la Trinidad produce la “acción” que llamamos el milagro de la Encarnación; por otro lado, el “estado” de la Encarnación, queriendo decir con ello la naturaleza humana en sí, pertenece solo al Hijo.

Esto no es una contradicción. La singularidad de la acción de la Trinidad proviene de la singularidad de la esencia divina común y compartida; sin embargo, sólo el Hijo se encarna, porque cada persona puede “apropiarse” de una obra de salvación de un modo que corresponde a su relación eterna de origen. Puesto que el Hijo es eternamente engendrado del Padre, es conveniente que el Padre envíe al Hijo a asumir una naturaleza humana para su persona y para nuestra salvación. O, como dice Vidu con tanta precisión: “Las personas no poseen sus acciones distintas, sino que poseen un modo de acción distinto dentro de la unidad de la misma acción”.

Por lo tanto, como argumenta Vidu, si bien podemos observar un determinado “efecto creado” —desde la Creación hasta la Encarnación— y decir que “termina” en una persona concreta, también debemos reconocer que cualquier acción es la acción única de toda la Trinidad. Vidu recurre a una ilustración a lo largo de su libro para captar este misterio: “Al igual que el objeto metálico que es movido por todo el imán, y sin embargo se adhiere de forma exclusiva a uno de los polos, la naturaleza humana de Jesucristo, efecto creado de la misión del Hijo, es producida por toda la Trinidad y sin embargo se adhiere exclusivamente al Hijo”.

Esta ilustración toma cuerpo cuando el libro llega al Calvario. Vidu se identifica con la expiación penal sustitutiva, la creencia de que en la cruz Cristo ocupó nuestro lugar y cargó con la pena (el juicio divino, la ira eterna) por nuestras transgresiones. Sin embargo, se apresura a señalar que algunos defensores han articulado esta doctrina de una manera que separa a la Divinidad. Una teoría a la que se recurre con frecuencia presenta al Padre como a la persona enfadada de la Trinidad, y al Hijo como la persona amorosa. Otra especula que la Cruz produjo un cambio en Dios, empujándolo de la santidad al amor. Tal vez lo peor de todo es que algunos afirman que el grito de abandono de Jesús: “¿por qué me has abandonado?”, significa que la Trinidad se dividió en el momento de la crucifixión: una ruptura en la Divinidad. La recuperación de Vidu de la doctrina de las operaciones inseparables es una corrección necesaria: si la sustitución penal tiene alguna posibilidad de escapar de sus peores caricaturas, debe evitar las representaciones que arrojan al viento los matices nicenos en un esfuerzo por preservar la satisfacción divina.

No obstante, hay que plantear una crítica. Por un lado, Vidu es tan refrescante como honesto al predecir los daños colaterales que vendrían en caso de que no nos acerquemos a la Expiación dentro de los límites que proporciona el enfoque de las operaciones inseparables. Por otro lado, terminé su capítulo sobre la expiación buscando una orientación exegética. Si el grito de abandono de Cristo no es una ruptura en la Divinidad, ¿cómo debe interpretarse la cita de Cristo del Salmo 22:1?

El convincente argumento teológico de Vidu podría avanzar más si prestara atención a las categorías canónicas. Por ejemplo, Pablo asume en Romanos 5 que Cristo es el Segundo Adán. El primer Adán representaba a su posteridad, pero su pecado trajo la condenación. La violación del pacto de la creación dio lugar a la maldición del cosmos. En cambio, el nuevo Adán, Cristo, representa a los impíos, pero su fidelidad a la ley de Dios es nuestra justificación. Desde ese punto de vista, la Cruz no es una ruptura en la Trinidad, sino el Hijo sustituyéndose a sí mismo y cargando con la maldición de la transgresión de Adán: la condenación de la ley. Al igual que el profeta Isaías, Gregorio de Nacianzo, antiguo padre de la Iglesia escribió: “[Cristo] estaba en su propia persona representándonos. Porque nosotros antes éramos los abandonados y despreciados, pero ahora, por los sufrimientos del que no podía sufrir, fuimos tomados y salvados. Del mismo modo, hace suya nuestra falta y nuestras transgresiones”.

Vidu no dedica una amplia atención a los diversos motivos bíblicos. Sin embargo, al sentar las bases filosóficas, deja abierta una oportunidad. Hay que trabajar más en la localización de estos temas canónicos dentro del marco niceno, que es un fruto que aún no se ha producido en el árbol de la interpretación teológica.

Dogmática profunda

Este libro es un magnífico ejemplo de dogmática profunda, del tipo que C. S. Lewis dijo una vez que disfrutaba aún más que los libros devocionales, mientras al leerlos tuviera un lápiz en la mano. Vidu es minucioso y persuasivo. Convincente, tal vez sea la mejor palabra. Su libro deja al lector lamentando nuestra negligencia y mal uso de la teología de las operaciones inseparables.

Pero si Vidu logra su cometido, este libro impulsará a la iglesia a unirse a él en la recuperación de la ortodoxia Trinitaria. Después de un siglo de experimentar con el proyecto liberal en una doctrina tan importante como la Trinidad —y sí, me refiero a los evangélicos como participantes cómplices— ha llegado el momento de recuperar nuestra herencia ortodoxa. Y la teología de las operaciones inseparables, tal como la afirma la tradición pronicena, es el paso correcto para la renovación.

Matthew Barrett es el autor de Simply Trinity: The Unmanipulated Father, Son, and Spirit . Es profesor asociado de teología cristiana en el Midwestern Baptist Theological Seminary, editor ejecutivo de Credo Magazine y presentador del Podcast Credo.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos por correo electrónico, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Books
Excerpt

John Piper va «más hacia arriba y más hacia adentro» en la doctrina de la Providencia de Dios

Su último libro, aunque con fundamento en la tradición reformada, busca dar respuesta a las preguntas del siglo XXI.

Christianity Today May 20, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons / Chris Nguyen / Zachary Ferguson / Unsplash

«¡He llegado a casa por fin! ¡Esta es mi verdadera patria! Aquí es donde pertenezco. Esta es la tierra que he estado buscando durante toda mi vida, aunque nunca lo supe hasta ahora. La razón por la cual amamos la antigua Narnia es que a veces se parecía un poquito a ésta… ¡Vamos más hacia arriba, vamos más hacia adentro!» —C. S. Lewis, La Última Batalla

Como pastor y autor, John Piper es conocido desde hace mucho tiempo por cantar el cántico de la gloria de Dios con una pasión poco común. Su libro más reciente, el voluminoso Providence [Providencia, disponible en español en enero de 2022] (escrito más de tres décadas después de su emblemático volumen Desiring God [Deseando a Dios]) confirma que Piper tiene aún más versos empapados de las Escrituras por cantar.

En esta etapa de su ministerio, podría ser útil imaginar a Piper en el papel del personaje de C. S. Lewis, Digory Kirke, de Las crónicas de Narnia. Piper, sin embargo, es Kirke en la edad de su mayor influencia, cuando ha pasado de ser el niño Digory al anciano profesor que acoge a los niños Pevensie para que se alojen en su propiedad y encuentren en su armario un portal a un nuevo mundo.

El profesor Kirke, como descubrirá el lector en volúmenes posteriores, ha estado antes en Narnia y conoce el otro mundo que descubren los niños. A su regreso, está ansioso por escuchar acerca de su viaje y guiarlos a ir «más hacia arriba y más hacia adentro», de tal forma que puedan ver y comprender mejor ese mundo y a su creador. Piper, al igual que Kirke, muestra al lector de hoy cuánto ha visto de la gloria de Dios, y cuánto consuelo y verdad transformadora hay en la doctrina de la providencia.

La doctrina de la providencia

En la introducción, Piper abre la puerta para ver a Dios y su mundo de una manera renovada, ofreciendo cuatro invitaciones para estudiar la providencia de Dios. Son invitaciones a adorar y conocer al Dios que «no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros», y a encontrar la seguridad de que mediante su providencia «generosamente habrá de darnos todas las cosas», incluyendo, por encima de todo, a Cristo mismo (Romanos 8:32, NVI). Lo que sigue son 700 páginas divididas en 45 capítulos, agrupados en tres partes.

La primera parte define la concepción de Piper sobre la providencia. Esta doctrina transmite la idea de una acción con propósito en el hecho de que Dios «sostiene, dirige, dispone y gobierna “todas las criaturas, acciones y cosas”». Piper llega a esta definición sin querer desarrollar nada nuevo. Trabaja a partir de la articulación clásica reformada de la providencia, citando confesiones de fe clave, incluyendo el catecismo y confesión de Westminster (documentos familiares para los estudiantes de Piper dada su famosa edición que consistió en cambiar el «y» por «al» en la respuesta del catecismo a la primera pregunta sobre el fin principal del hombre: debemos glorificar a Dios al disfrutarlo para siempre).

Además, la definición de Piper es coherente con la forma en que la tradición reformada posterior organizó la doctrina en términos de preservación (Dios sostiene el mundo), gobierno (lo gobierna según su voluntad) y concurrencia (utiliza el funcionamiento ordinario de la naturaleza para cumplir sus propósitos). Piper cita a Charles Spurgeon para mostrar cómo su definición distingue entre providencia y destino, y, de hecho, suena muy similar a Calvino (quien cita a Pablo, Agustín y Basilio) en los Institutos: «Afirmamos que Dios es el soberano y gobernador de todas las cosas. …Los planes e intenciones de los hombres son gobernados por su providencia de tal manera que son llevados por ella directamente a su fin señalado». El hecho de que Piper escriba desde la tradición reformada es significativo, ya que los reformadores vieron la doctrina de la providencia como un medio de consuelo y certeza en respuesta tanto a las enseñanzas de Roma de aquella época, como a los ataques a su bienestar.

La segunda parte de Providence explora el objetivo último del gobierno providencial de Dios. En otras palabras, revela la respuesta de Piper a la pregunta: «¿Adónde lleva Dios al mundo?». Aquí el lector es deleitado con una teología bíblica completa de la providencia, desde la creación hasta el Nuevo Pacto, y concluyendo con la glorificación del pueblo de Dios. Piper subraya que este plan de Dios para Israel y para «el impacto salvador y global de Jesús en todas las naciones» es «un solo plan», no algo que evoluciona o cambia con el tiempo o bajo diferentes circunstancias.

Piper muestra que, aunque su comprensión de la providencia se basa en el cristianismo clásico, la tradición reformada y Jonathan Edwards, hace hincapié en los aspectos de la doctrina que proporcionan respuestas únicas y necesarias a las preguntas del siglo XXI. Dios, nos asegura, está llevando al mundo a un día en el que se exaltará a sí mismo, no para distraer a la humanidad de «lo que en última instancia es satisfactorio», sino precisamente para «revelárnoslo e invitarnos a disfrutarlo». En resumen, no hay conflicto entre la glorificación de Dios, nuestro gozo a través de Jesucristo, y el deleite de Dios en nuestro disfrute de él. Entretejer estos elementos es el objetivo último de la providencia.

La tercera y más larga parte de Providence examina la naturaleza y el alcance de la doctrina. Por naturaleza, Piper se refiere a la cuestión de cómo Dios influye en lo que gobierna. Por extensión, tiene en mente el alcance del gobierno de Dios. Siguiendo a la Biblia y a Edwards, Piper afirma que el mundo está concentrado en Dios y que «nada en la naturaleza ocurre sin la sabia, justa y bondadosa providencia de Dios». En estos capítulos, marcados por un lenguaje poético y un uso inspirador del relato, hay amplias reflexiones sobre los osos, el viento y el pensamiento de un día de providencias no agradecidas. Providence considera la naturaleza y el alcance de la relación de Dios con Satanás, los reyes y las naciones, y la vida y la muerte, y concluye que «no hay ninguna esfera de la vida… en la que la providencia esté suspendida o limitada en su dominio último o decisivo».

La sección más extensa de la tercera parte trata de la providencia de Dios sobre el pecado y las decisiones humanas pecaminosas. En lugar de ver esto como un tema a evitar, Piper se esfuerza por mostrar por qué las acciones de Dios son la última esperanza para los pecadores y sus víctimas. Explica: «Cualquiera que sea el verbo que utilice para describir la relación de Dios con las elecciones humanas, siempre me refiero a que de alguna forma Dios las «permite» y las «asegura» (providencia), lo que nunca significa que Dios peque, o que el hombre no sea responsable de sus elecciones. En concreto, Dios puede ocuparse de que se produzca el pecado sin pecar él mismo ni quitarle la responsabilidad al pecador». En esta sección, al igual que en gran parte del volumen, Piper utiliza el texto bíblico como su fuente principal y autoridad última: él siempre se detiene donde las Escrituras se detienen y reconoce los límites de las mentes humanas finitas para comprender los misterios que aún se mantienen ocultos acerca de «cómo» actúa Dios.

Pero esto no quiere decir que actúe sin influencia teológica. La idea de que la providencia de Dios permite el mal sin desearlo es coherente con la tradición de la Iglesia primitiva en las obras de Tertuliano, por un lado, y de Agustín, por otro, además de Anselmo y Aquino, quienes la trasladaron a la época de la Reforma. Aquino, apoyándose en Agustín, afirma: «Por tanto, Dios no quiere que se haga el mal, ni quiere que no se haga, sino que desea permitir que se haga el mal, y esto es bueno». Los puntos de vista de Piper sobre la compatibilidad de la libertad humana y la soberanía de Dios siguen a Calvino, las confesiones reformadas y el libro Freedom of the Will [La libertad de la voluntad] de Jonathan Edwards.

Las secciones restantes abordan la naturaleza y el alcance de la providencia en la conversión, la vida cristiana y el futuro. Aunque no menciona por nombre a las diversas teologías de la era moderna que se han desviado, los argumentos de Piper se sostienen lo suficientemente bien como para refutar las afirmaciones del deísmo, la teología del proceso, el liberalismo protestante y el teísmo abierto, por no mencionar otras cosmovisiones y religiones del mundo. Además, sus exhortaciones a una vida cristiana llena de alegría y amor en respuesta a la naturaleza y el carácter de Dios sirven para abordar muchas de las preguntas que los evangélicos se hacen, o bien necesitan hacerse. Sus diez ejemplos de los efectos de conocer y amar la providencia de Dios son una receta para la renovación entre aquellos que se llaman a sí mismos seguidores de Cristo nacidos de nuevo y creyentes en la Biblia.

Una doctrina fundamental

Piper cierra con un capítulo completo sobre la esperanza que comparten todos los que anhelan el regreso de Jesucristo. Esto debería mover al lector a la alabanza, de forma muy parecida a la del poeta puritano George Herbert al final de su poema «Providence»:

Todas las cosas que son, aunque siguen diversos caminos,
Dentro de su ser se unen en un solo consejo
A honrarte a ti; y así te ofrezco mi alabanza
En todos mis himnos, pero en este lo hago doblemente.

A lo largo de la historia de la Iglesia, la recuperación y la defensa de la doctrina de la providencia han resultado fundamentales. Desde la estabilidad de la Iglesia primitiva en respuesta a la herejía, pasando por la certeza medieval en respuesta a los dilemas filosóficos, hasta el consuelo de la Reforma en respuesta a la falta de certeza en la salvación y la refutación teológica en respuesta a la innovación y deconstrucción modernas, la doctrina de la providencia ha servido y preservado al pueblo de Dios.

En nuestra época de conflicto, duda, pesimismo y confusión, es necesaria una recuperación de la doctrina de la providencia. El libro Providence de Piper permite a los lectores ver a Dios en acción, aportando esperanza y un fundamento para capear las olas del tumulto cultural. Como escribió Calvino en los Institutos, la providencia proporciona consuelo al recordarnos que «cuando el mundo parece estar revuelto y sin rumbo, el Señor está actuando en todas partes».

Durante décadas, Piper ha apuntado hacia un gran Dios de belleza y misterio, y en este gran volumen, apunta una vez más, ensalzando tanto la belleza como el misterio en la providencia para el presente y el futuro. El profesor Piper, aquí en las tierras sombrías, escribe con alegría sobre un verdadero «otro mundo» en el que se conoce a Dios en su totalidad, y nos invita a todos a ir «más hacia arriba y más hacia adentro».

Jason G. Duesing es rector y profesor de teología histórica en el Midwestern Baptist Theological Seminary. Es coeditor de Historical Theology for the Church y autor de un nuevo libro para niños: The Moon Speaks.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Para recibir notificaciones sobre nuevas traducciones en español, síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Apple PodcastsDown ArrowDown ArrowDown Arrowarrow_left_altLeft ArrowLeft ArrowRight ArrowRight ArrowRight Arrowarrow_up_altUp ArrowUp ArrowAvailable at Amazoncaret-downCloseCloseEmailEmailExpandExpandExternalExternalFacebookfacebook-squareGiftGiftGooglegoogleGoogle KeephamburgerInstagraminstagram-squareLinkLinklinkedin-squareListenListenListenChristianity TodayCT Creative Studio Logologo_orgMegaphoneMenuMenupausePinterestPlayPlayPocketPodcastRSSRSSSaveSaveSaveSearchSearchsearchSpotifyStitcherTelegramTable of ContentsTable of Contentstwitter-squareWhatsAppXYouTubeYouTube