En Lucas 2:13, observamos una multitud de ángeles que desfilan por el cielo nocturno mientras cantan una declaración de alabanza por la llegada de Cristo a la tierra como un recién nacido. Qué maravilloso debe de haber sido oír las proclamas de celebración vibrando en el aire, una demostración honorable para la deidad tomando forma humana. Aunque solo podemos imaginar qué sonidos celestiales llenaban el cielo nocturno, una pieza musical conocida intenta ofrecer una visión: el famoso «Coro del Aleluya» del Mesías de Handel. En él, un coro de ángeles da la bienvenida a la presencia y el poder de Cristo, acompañado por una sinfonía que ha sido atesorada durante siglos: una interpretación terrenal del sonido de aquella noche sagrada.
La celebración de aquella noche hace más de 2000 años, es un anticipo de lo que vendrá: la fiesta que estallará cuando el Cordero, blanco como la nieve, se siente a la cabecera de la mesa, esperando la llegada de su invitada, la novia. Podemos ver los paralelismos entre el anuncio de los ángeles a los pastores, la música estridente del Mesías de Handel y la «voz de una gran multitud» que exclamaba alabanzas por la consumación de Cristo y su Iglesia en Apocalipsis 19:
«¡Aleluya! Ya ha comenzado a reinar el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. ¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado y se le ha concedido vestirse de tela de lino fino, limpio y resplandeciente». (Apocalipsis 19:6-8)
En este pasaje, Juan es testigo del anuncio del matrimonio celestial definitivo y de la llegada de la esposa de Cristo, que se ha ataviado con un conjunto de vestiduras resplandecientes, dignas de una ceremonia celestial. La intersección de Lucas 2 y Apocalipsis 19 muestra imágenes de Cristo exaltado, primero como niño en la tierra, y luego alabado y aclamado como Rey de Reyes en el cielo. Ambas escenas muestran la magnitud celestial por la que Cristo es reconocido como supremo y soberano, y cada una revela una hueste celestial de adoradores dedicados a darle gloria. En ambos pasajes, reconocemos la misma sinfonía de salvación que proclama la presencia y el poder de Jesús. Al celebrar el Adviento, se nos invita a hacer espacio para una santa observación y tomarnos tiempo para contemplar el prodigio de su llegada junto a la gloria de su Reino eterno, y participar en la misma sinfonía de salvación.
Alexis Ragan es escritora e instructora de ESL, apasionada por las misiones globales.