Cuando Dios pega donde más duele

Algunas veces Él nos mete al cuadrilátero—pero siempre nos da la gracia para resistir.

Christianity Today November 23, 2015
Alexander Louis Leloir / Wikimedia Commons

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

No estoy seguro sobre cómo decirles a mis hijos que Dios es peligroso. Sin duda, quiero que se acurruquen en la melena peluda, segura y cálida del león Aslan del cuento infantil. Pero cuando ellos vivan suficientes años, sufran decepciones y pérdidas, pronto descubrirán que el león tiene dientes—grandes y afilados. Él es bueno, pero no es confiable, como dijo C.S. Lewis. Y algunas veces el acurrucarse se convierte en una pelea.

Mi entendimiento de la vida cristiana ha sido renovado de lo que fue la espiritualidad de mi juventud, que prometía que cada día con Jesús sería más dulce que el día anterior. La dulzura del ayer se ha convertido en la amargura de hoy. Un querido amigo mío está luchando contra el cáncer de páncreas en sus últimas etapas. Él comprende que la vida con Dios no siempre es fácil, que algunas veces luchamos con Él.

El impacto de estos pensamientos me pegó mientras leía la nueva novela de Marilynne Robinson. Lila narra a una heroína que no tiene ninguna duda sobre la dulzura de la vida. Lila es angulosa y extraña. Es nueva en la fe. Su vida fue difícil y lo seguirá siendo porque no puede olvidar su pasado. Y anda en busca de algo.

O tal vez Lila se está dando cuenta que es a ella a la que persiguen. Su Biblia robada (sí, se la robó) traza su búsqueda con pasajes inusuales como Ezequiel 16—que describe a Jerusalén como una esposa adúltera—iluminando su camino. A Lila le gusta acampar en las esquinas difíciles de las Sagradas Escritura, eso aclara algo: La Biblia no sabe nada de piedad sacarina. Al igual que mi amigo, Lila sabe que Dios puede ser peligroso. Que a veces nos agarramos a golpes con Él.

Un mundo extraño

Karl Barth pronunció un discurso en 1917 titulado “El Nuevo Mundo Extraño en el interior de la Biblia.” El teólogo suizo en realidad sólo utilizó las palabras nuevo mundo, pero el modificador, extraño, en la traducción en inglés aclara su pensamiento.

Efectivamente, la Biblia puede ser extraña. Cuando uno entra en su vasta extensión, de historia y poesía a proverbio y discurso, el lector se siente desorientado. El terreno es desconocido. Para Barth, la Biblia no nos regresa el reflejo de nosotros mismos. Más bien, la Biblia renueva—de manera inquietante—nuestros instintos básicos sobre el mundo y el Dios que lo creó. La Biblia presenta un universo donde Dios no tan sólo trasciende y llena, sino que también es el centro, donde todo fluye a Él y de Él. El entrar al nuevo mundo de la Biblia es entrar al mundo como de verdad es—extraño, que lo es.

Pocos pasajes bíblicos son tan extraños como Génesis 32. Me imagino que a Lila le gustaría esta historia, porque es honesta sobre cómo es encontrarse con Dios. ¿Qué encontramos en Génesis 32? Cuando el polvo desaparece, vemos a Jacob y a Dios entrelazados, brazos y extremidades gritando por tomar la delantera. Dios está luchando con Jacob.

La ironía invade esta historia por casi todos lados. La historia de Jacob se mueve hacia el momento climático. Jacob y Esaú tienen asuntos pendientes. Todas las energías de Jacob se concentran en este singular encuentro. En la última vez que Jacob vio a Esaú, la despedida no fue muy feliz. Jacob no tiene razón alguna para creer que el enojo de Esaú en su contra había desaparecido. La primogenitura todavía es de Jacob. Esaú todavía es maltratado. Así que Jacob piensa que su nefasto destino se acerca.

Por lo tanto Jacob conspira. Su nombre significa “el que toma por el calcañar o el que suplanta,” y una vez más, hace honor a su nombre. Él usa tácticas manipuladoras para apaciguar la ira de Esaú. Jacob envía dinero, ganado, y presentes adelante de su comitiva. Tal vez Esaú puede ser comprado. Eso ya había funcionado anteriormente.

Jacob envió a su familia al otro lado del Río Jabok. Se quedó “solo,” son las palabras inolvidables del versículo 24. Los lectores no pueden estar seguros por qué razón Jacob se queda solo. Martín Lutero cree que Jacob se quedó solo para orar. Y las oraciones que él necesita hacer son de tipo laborioso y difícil, el tipo que uno no quiere que otros escuchen. Eso por supuesto es posible, pero el texto no lo dice. Cualesquiera que sean las mitigantes circunstancias, Jacob está solo.

En este momento, la historia se vuelve espeluznante. De la nada, la historia describe a un hombre luchando con Jacob hasta el amanecer. La Biblia a menudo es frustrante en esta manera. A veces no muestra ningún interés en proporcionar el tipo de detalles que necesitamos para enlazar un relato histórico coherente. Por ejemplo, en 2 Reyes 23, Josías es asesinado por el Faraón Necao II en Meguido. ¿Por qué? El texto no lo dice. Todo lo que sabemos es que Josías ha muerto. Todo lo que aquí sabemos es que Jacob lucha con un hombre hasta el amanecer.

Si bien la repentina transición nos da un sacudimiento literario, finalmente logramos una perspectiva que los personajes en la historia no tienen. Jacob comprende que él está luchando con un hombre. Sin embargo encontramos que su contrincante es al mismo tiempo un hombre y mucho más.

El profeta Oseas nos dice que Jacob luchó con el ángel del Señor, y un segundo después está peleando con Yahvé mismo (Oseas 12:4–5). No dejes que nadie te diga que la Trinidad realmente no aparece hasta en el Nuevo Testamento. Jacob está luchando con un hombre; Jacob está luchando con Dios. La Biblia así lo deja.

Un improbable conquistador

Al continuar el episodio, nos llevamos una sorpresa: Dios está perdiendo. El hombre en efecto le dice a Jacob, “Suéltame, que ya está por amanecer.” ¿Por qué Dios—el que, en el principio de Génesis, habló para que el mundo existiera—le pediría a Jacob que lo dejara? Porque el hombre “no podía vencer a Jacob” (Gén. 32:35). Dios no podía soltarse de la llave nelson de Jacob.

Una ola de interpretación judaica se opone a esta lectura. Efectivamente, eso es mucho para aceptar. Para Rashi, un intérprete medieval, la persona luchando con Jacob debe ser un demonio o el ángel protector de Esaú. Si se sugiere que este es Yahvé se corre el riesgo de ofender teológicamente. Los mortales pueden ganarle la partida a las deidades en las epopeyas griegas, pero no en las Sagradas Escrituras de Israel. Sin embargo, el texto deja pocas dudas sobre quién de verdad el hombre es. Oseas es más directo. Está clarísimo: El hombre es Dios, y Jacob va ganando.

La historia sí sugiere, sin embargo, que el encuentro ha sido arreglado. Cuando el horizonte comienza a resplandecer y el hombre no puede vencer, él toca el muslo de Jacob y le disloca la coyuntura. Eso no es algo común para un simple humano. Y Jacob parece comprender, porque regresa a conspirar: “No te soltaré hasta que me bendigas” (v. 26).

La historia se levanta como un tsunami en este momento. Jacob no tiene idea de qué tipo de bendición necesita. Sin embargo el hombre sí la tiene.

Toda la historia se centra en Jacob y es un juego de palabras alrededor de su nombre. Ya’akov (Jacob) ye’avek (lucha) junto al Río Jabok. El lugar de la trama principal suena como el nombre de Jacob. Su nombre es el centro, y Dios le requiere a Jacob que se identifique a sí mismo antes de cualquier bendición.

“¿Cómo te llamas?”

“Me llamo Jacob, el que toma por el calcañar, el manipulador. Yo soy astuto.”

“Ciertamente lo eres, Jacob. Pero ya no te llamarás Jacob, sino Israel.”

El nombre Israel—que probablemente significa “el que lucha con Dios”—carga el peso de la historia. “Has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (v. 28).

En este momento, sólo hemos rascado la superficie. La fuerza de la historia me fascina al igual que parece haber fascinado a Oseas y a lectores cristianos como Lutero, Juan Calvino, y el Luterano Alemán Gerhard von Rad. Todos ellos—que cubren una gran extensión de tiempo—creyeron que esta historia simboliza la vida de fe. Oseas, con lágrimas—como lo hizo Jacob en el Río Jabok—apela al pueblo de Dios para que se arrepienta (Oseas 12:4–6). Dando honor a su nombre Israel, Jacob marca la vida de fe como una vida de arrepentimiento.

Lutero y Calvino creían que la lucha de Jacob con Dios simboliza nuestra lucha de creer profundamente en las promesas de Dios a pesar de las torturantes circunstancias de la vida. Al buscarnos y luchar con nosotros, Dios prueba nuestra fe. Y von Rad creía que Jacob describe lo que pronto llegaría a ser la nación de Israel en la historia completa de las Sagradas Escritura, buscando desesperadamente aferrarse a las promesas salvíficas de Yahvé.

Negándose a soltarlo

Cuando uno mira detenidamente a los personajes en la historia, Jacob y Dios involucrados en un combate mano a mano, Jacob increíblemente se parece a nosotros. Él estaba haciendo físicamente lo que todos nosotros hacemos espiritualmente. Luchamos con Dios, no tan sólo para entender quién Él es, sino también para ser bendecidos por Él.

Mi amigo puede estar luchando contra el cáncer de páncreas, pero también está luchando con Dios. Justo este verano, él y yo nos sentamos en la playa bajo la sombra de un pabellón con nuestros pies enclavados en la arena de la Costa del Golfo. Mientras sus nietos y mis hijos jugaban juntos, nosotros hablábamos sobre la muerte.

“Sr. Hawkins, ¿Cómo le puedo ayudar a su familia cuando…?”

“Quiero que ellos sepan que tenemos un futuro,” dijo él.

Esas palabras las dijo sin vacilar, pero rápida y audazmente. El Sr. Hawkins fue mi maestro en la escuela dominical cuando yo cursaba la secundaria. He pasado muchos veranos en la playa con él. Lo vi casar a sus hijas. Hasta viajé con él a lo largo de Europa. Pero ahora lo estoy viendo al lado del Río Jabok, luchando con Dios y negándose a soltarse de sus promesas.

La situación del Sr. Hawkins me recordó que la fe necesariamente conlleva momentos a lo largo del Río Jabok, algunos de los cuales son peligrosos. Nuestra lucha con Dios sólo tiene sentido en el gran contexto de otra lucha: cuando Jesucristo luchó con Dios y las muchas dificultades de la vida. Jesús se negó a ceder, y perseveró en su sufrimiento. Él perseveró por la bendición que tenía delante de Él: la salvación del mundo. Su rechazo a soltarse nos proporciona con la única esperanza cuando luchamos con Dios. Él luchó por nosotros.

Sí, la fe es asunto peligroso. Nos enfrentamos a pruebas y a tentaciones de todo tipo, y Dios las utiliza para probar nuestra fe. Nadie supo que esto es verdad mejor que Jesús. Y tampoco, nadie nos invita a los peligros gozosos de la fe más gentilmente que Él. No luchamos solos. Él está con nosotros, y un sinnúmero de fieles creyentes se han ido antes que nosotros. El salmista luchó para comprender por qué el malvado a menudo prospera (Sal. 73). Aun Juan el Bautista luchó para comprender quién Jesús realmente era, preguntando en la víspera de su ejecución, “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mat. 11:3).

La vida de fe es una vida de lucha continua, donde nuestra fe hace contacto con los problemas de nuestra experiencia y con el Dios soberano que controla todas las cosas. Pero la obra de Cristo, el Verdadero Israel, nos asegura que nunca luchamos solos o en vano. Podemos lastimarnos en el cuadrilátero, pero nuestras heridas—como el muslo dislocado de Jacob—nunca serán fatales para la seguridad final de la fe. Dios no lo permitirá.

Todavía no estoy seguro sobre cómo decirles a mis hijos del lado peligroso de Dios. Él permite que ciertas circunstancias acontezcan por razones que sólo Él conoce. No siempre aceptamos inmediatamente la bendición que Él ha prometido. No obstante, podemos confiar en el carácter de Dios—el que nos amó tanto que vino y luchó por nosotros—y estar seguros de que sus juicios son siempre justos, su naturaleza siempre buena, y sus promesas salvíficas son siempre seguras.

Mark S. Gignilliat es profesor adjunto de Antiguo Testamento en Beeson Divinity School y teólogo canónico en Cathedral Church of the Advent en Birmingham, Alabama.

Aborrecer como Jesús aborrece

Por qué más creyentes necesitan tener el valor para enojarse con el pecado.

Christianity Today November 23, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Cuando Sarah Sumner era una mujer joven, nunca se permitió sentir enojo, sino hasta que sus padres se divorciaron cuando ella tenía 22 años. Esa experiencia fue una inspiración detrás de su disertación doctoral (en Trinity Evangelical Divinity School) sobre el enojo divino, escrito que ha florecido en un libro, Angry Like Jesus: Using His Example to Spark Your Moral Courage [Enojado como Jesús: usar su ejemplo para encender su valentía moral] (Fortress Press). La escritora de Her.meneutics Dorcas Cheng-Tozun, con sede en San Francisco, habló con Sumner, ex decana del A. W. Tozer Theological Seminary, sobre traer una dosis saludable de enojo justo a la iglesia de hoy.

¿Por qué es tan importante para ti el tema del enojo divino?

A través de los años, mientras trabajaba en organizaciones cristianas, vi a los creyentes andarse con rodeos y hacer cosas que no iban enteramente de acuerdo con la fe o aun a rehusarse descaradamente a seguir el camino cristiano. Eso me enoja. No estoy hablando de un enojo tempestuoso que me hace azotar la puerta. El enojo me motiva a tratar de corregir los males en una manera estratégica, estructurada.

¿Cuál es la diferencia entre el enojo pecaminoso y el enojo divino?

El enojo pecaminoso no confía en Dios, mientras que el enojo divino sí lo hace. El enojo pecaminoso es arrogante, mientras que el enojo divino fluye de la humildad. El enojo pecaminoso participa en el mal, mientras que el enojo divino aborrece el mal. Pero la mayor diferencia es que el enojo divino es amoroso. No se trata de uno mismo sentirse muy justo.

En el libro, tú conectas el enojo divino con virtudes como fe, amor, y esperanza. ¿Cómo puede el enojo expresar dichas cualidades?

No puedes tener enojo divino sin fe, en parte porque es demasiado arriesgado. Mostrar enojo divino causará que ciertas personas se disgusten. Necesitas tener la fe de que Dios te sostendrá a través de cualquier reacción negativa.

El enojo divino es el guardián del amor. El Salmo 7:11 dice que Dios es un juez justo “que en todo tiempo manifiesta su enojo.” Tener enojo divino significa defender lo recto, por el hecho de honrar a Dios.

El enojo divino nos da esperanza. Con frecuencia, las personas pierden la esperanza cuando sienten que no hay nada que puedan hacer en contra de la maldad. Pero ese no es el caso. Siempre puedes orar. Y la mayor parte de las veces, puedes hacer más. Puedes hablar con alguien. Pueden hablar e intervenir.

¿Cómo puede el enojo divino hablarle a aquellos que están estancados en su propio pecado?

La esencia del pecado es la falsedad. Cuando las personas pecan, se están arrodillando frente a las mentiras. El enojo divino odia esas mentiras y lucha por remplazarlas con la verdad. Estamos susceptibles a creer la mentira que Dios no es mayor que nuestros problemas o nuestros pecados crónicos. Pero 1 Juan 3:20 dice que si nuestros propios corazones nos condenan, Dios es mayor que nuestros corazones.

Tú argumentas que el enojo contra Dios es pecado, aun durante el sufrimiento. ¿Qué hay de malo en enojarse con Dios?

El enojo pecaminoso muy frecuentemente es nuestra rebelión en contra del dolor que providencialmente nos ha tocado sentir y que es muy nuestro. Es un error decir, “tengo una relación tan estrecha con Dios que me puedo enojar con él y eso nos une aún más.” Isaías 45:9 dice, “¡Ay del que pleitea con su Hacedor!”

Enojarse con Dios implica que Dios hizo algo mal. Pero Dios es santo. Él nunca es el culpable. La mentira en nuestra cabeza nos dice, “yo sé que es mejor para mi no experimentar este dolor.” Pero tú no sabes. Jesús es un hombre de dolores, un hombre de sufrimientos. Y si estamos siguiendo a un hombre de sufrimientos, debemos estar dispuestos a sufrir dolores nosotros mismos.

Tu mencionas la palabra “inirascibilidad,” que Aristóteles define como un déficit en enojo. ¿Por qué es tan peligroso esto?

Inirascibilidad significa no enojarse cuando uno debe enojarse. En 1 de Samuel, Elí no tuvo enojo divino contra sus hijos: Eran sacerdotes, manejando asuntos de santidad, pero tenían actitudes profanas. Y todos los actos de profanación que ocurrieron en el templo afectaron a todos los que estaban asociados con el templo.

Lo mismo pasa cuando cerramos los ojos a la corrupción. Se nos ha mandado, en Romanos 12:9, a “aborreced lo malo.” Muchos cristianos presumen ser amorosos y no juzgar a los demás. Pero si no aborrecemos lo malo, terminamos participando en lo malo.

¿Cómo puede la falta de enojo divino afectar a la iglesia?

Muchos de los que no se afilian con ninguna iglesia (“nones,” en inglés) y de los que han abandonado la iglesia (“dones,” en inglés) se encuentran desmoralizados por las reacciones de la iglesia frente al pecado que comprometen la fe o que la niegan completamente. Tenemos qué aborrecer el mal lo suficiente para decir la verdad cuando algo indebido o abiertamente ilegal está ocurriendo. Necesita haber una mayor valentía moral para hacer lo correcto, aun cuando a uno le cueste. Y después nos daremos cuenta que Dios nos protege la retaguardia.

¿Van los bebés al cielo?

La Biblia no lo dice claramente. Aquí está cómo yo contesto.

Christianity Today October 26, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

¿Van los bebés al cielo? No puedo pensar en otra pregunta teológica que se me hace más a menudo.

Aunque la tasa de mortalidad infantil en el Occidente ha disminuido por los últimos siglos, el eterno destino de bebés permanece como punto de preocupación para muchos cristianos. La pregunta es fácil de hacer, pero difícil de contestar. Y tiene grandes implicaciones sobre lo que pensamos de Dios, no digamos de los niños.

La urgencia emocional de la pregunta exige una respuesta. Pocos pastores o amigos quieren decir, “No sé.” Como resultado, muchos de nosotros somos tentados a comprobar con versículos—usando citas aisladas fuera de contexto de las Sagradas Escrituras para demostrar una posición. Así que salimos con respuestas como:

Sí. Jesús deja a los niños venir a Él (Lucas 18:15–16).

No. Todos los humanos son pecadores en Adán hasta que hayan creído en Cristo (Rom. 5:12–21).

Sí. David sabía que vería a su hijo en el más allá (2 S 12:15–23).

No. No a menos que sean bautizados: “Nadie puede entrar al reino de Dios a menos que no haya nacido de agua y del Espíritu” (Juan 3:5).

Sí. Si sus padres son creyentes: El niño es santificado por uno de los padres cristiano (1 Cor. 7:14).

Y así sucesivamente. Aunque ninguno de estos pasajes, aun cuando se leen en contexto, en realidad nos dice si los bebés van al cielo, nuestro deseo de una respuesta sólida nos conduce a encontrar una.

Un número de teólogos han tratado de contestar la pregunta en forma más extensa. La Confesión de Fe de Westminster afirma que algunos bebés son elegidos, pero no dice cómo distinguir entre un bebé elegido y el que no lo es. El catecismo católico dice que los bebés pueden ser salvos sin el bautismo, pero se detiene de afirmar que todos lo serán—aunque Juan Pablo II, en su Evangelium Vitae, insinúa que los bebés no nacidos lo serán.

Algunos evangélicos destacados, como Albert Mohler y John Piper, creen que todos los bebés serán salvos. Los bebés, afirman ellos, no pueden entender mentalmente la naturaleza de Dios y por lo tanto no están “sin excusa” como el resto de la humanidad (Rom. 1:20). Mientras tanto, los teólogos ortodoxos mueven la cabeza con desdén, creyendo que si no fuera por la influencia de Agustín en el Cristianismo Occidental, no estaríamos haciendo tal pregunta. (La Iglesia Oriental en su totalidad ha rechazado el punto de vista de Agustín que el pecado de Adán es imputado a todos los humanos, incluyendo a los bebés.)

Por años yo me preguntaba por qué la Biblia guardaba silencio en este asunto. Teológicamente, encontré que el argumento “sí”— especialmente cuando se toma en consideración la capacidad mental de los niños, y por lo tanto su responsabilidad de rendir cuentas ante Dios—persuasivo. Yo todavía lo hago. Personalmente, yo nunca me pregunté si mis niños irían al infierno si fallecieran de repente. Todavía no lo hago. Pastoralmente, yo estaba feliz de asegurarle a la gente de mi congregación que sus bebés fallecidos estaban con Jesús. Todavía estoy feliz de hacerlo.

Sin embargo, me seguía molestando que las Sagradas Escrituras no fueran claras en este asunto. Yo tengo dos niños que tienen necesidades especiales que tal vez no puedan entender por completo el evangelio. Si se nos dio la Biblia para hacernos sabios en relación a la salvación (2 Tim. 3:15), yo me preguntaba, ¿por qué es la Biblia tan inconclusa en esto?

Luego, hace algunos años, yo estaba en un panel de una conferencia con dos amigos, recibiendo preguntas de adolescentes. Alguien me hizo esa pregunta, y uno de mis amigos sugirió un experimento de reflexión. “Imagínate,” dijo, “que un pasaje de la Escritura diera una respuesta clara. Digamos que este texto indudablemente afirma que todos los bebés que fallecieron antes de la edad, digamos, de 5 años serían salvos. Si así fuere, alguna secta enfermiza hubiera aparecido que matara a los niños antes de que cumplieran los 5 años, para mandarlos al cielo. Las sectas han sido fundadas en mucho menos.”

Repentinamente, vi que hay algunos temas donde la Escritura no es clara—para nuestro bien. Algunas preguntas son mejor contestadas más como conjeturas que en vez de certezas. La claridad puede traer seguridad, pero también puede producir suposición. Algunas promesas nos pueden llevar al gozo, pero en malas manos, nos pueden llevar al genocidio.

Así que he venido a creer que es suficiente saber y, cuando a uno se le pregunta sobre tales cosas, decir: Podemos confiar en el carácter de Dios—aquel que nos ama tanto que vino y se dio a sí mismo por nosotros. Podemos tener la confianza que sus juicios son siempre justos, su naturaleza es siempre buena, su misericordia es siempre grande, y su deseo de que la gente sea salva es mayor aún que la nuestra.

Andrew Wilson es anciano en Kings Church de Eastbourne, Inglaterra, y autor más recientemente de The Life You Never Expected. Sígalo en Twitter @AJWTheology.

John Danforth: Yo no estoy absolutamente correcto, y tú no estás absolutamente equivocado

El ex senador y embajador a las Naciones Unidas dice que la gente religiosa debería ser las voces delanteras para efectuar concesiones políticas.

Christianity Today October 26, 2015

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Los norteamericanos están vehemente divididos en una multitud de asuntos políticos y culturales. John Danforth lamenta que la religión a menudo ha sido utilizada para intensificar nuestras divisiones en vez de buscar el bien común. En The Relevance of Religion: How Faithful People Can Change Politics (Random House), el ex sacerdote episcopal, senador republicano, y embajador a las Naciones Unidas argumenta que las comunidades de fe pueden restaurar el espíritu de civilidad a nuestros largos desacuerdos. Jake Meador, escritor principal de Mere Orthodoxy, conversó con Danforth sobre las posibilidades—y dificultades—del activismo religioso.

¿Qué quieres decir cuando te refieres al “lugar apropiado” de la política?

La política no es el ámbito de, “Yo estoy absolutamente correcto y tú estás absolutamente equivocado.” Es el arte de hacer concesiones. Depende en civilidad y nivel de paciencia interpersonal. La gente que practica la política tiene que demostrar un nivel de respeto a sus adversarios. El poner a la política en su propio lugar significa que no es, usando el lenguaje de Paul Tillich, asunto de “máxima preocupación.”

Tú estimulas a los creyentes religiosos que participan en la política a trabajar por el bien común. Sin embargo, una lección de los recientes debates sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y los videos de Planned Parenthood es que distintos grupos tienen diferentes ideas de lo que es el bien común. ¿Cómo podemos buscar el bien común cuando no estamos de acuerdo en lo que es?

Las personas que están a favor de la vida y tienen puntos de vista tradicionales del matrimonio a menudo piensan que sus creencias no son políticamente viables, particularmente desde que la Corte Suprema ha decidido esos casos. Puede ser, sin embargo, que la mejor forma de avanzar esas posiciones es en la sociedad en general, en lugar de presionar al gobierno.

En el libro, menciono a Loretto Wagner, mujer de St. Louis que recientemente falleció. Ella fue gran defensora a favor de la vida (contra el aborto) que hizo impacto en su comunidad a través de crear relaciones con ciudadanos que están a favor del derecho de la mujer de escoger abortar. Esto resultó en algunos logros constructivos, prácticos, en áreas como embarazo adolescente y ayuda a mujeres embarazadas. Si tú estás peleando una batalla que fracasará políticamente, es bueno reflexionar sobre dónde podrás mejor avanzar tus valores.

Pero sobre el aborto, ¿Qué con respecto a la onda de restricciones a nivel estatal que hemos visto promulgadas? ¿No sugiere esto que el progreso político es posible?

No pienso que un asalto frontal a Roe vs. Wade tiene oportunidad de triunfar. Pero hay reformas incrementales que aun los más ardientes defensores de la vida podrían respaldar, especialmente limitando el acceso al aborto en la segunda mitad del embarazo. En general, sin embargo, yo promovería formular el caso moral sobre la santidad de la vida y asumir que el aborto, por ley, seguirá disponible.

¿Cómo puede la religión ayudar a fortalecer los lazos comunitarios en una sociedad fragmentada?

En su libro American Grace, los científicos sociales Robert Putnam y David Campbell miran una gran relación entre participar en una congregación religiosa y estar bien relacionados con la comunidad. No es asunto de teología, liturgia, o calidad de predicación; sencillamente tiene que ver con estar presente, ser parte de la comunidad fiel.

Con la separación geográfica, el automóvil, y la habilidad de viajar grandes distancias para asistir a la iglesia de preferencia, es esencial para las congregaciones enfatizar las cosas que desarrollen comunidad: no sólo adorar sino también estudio bíblico o bingo en el sótano de la iglesia.

¿Tienen los cristianos evangélicos, a diferencia de la gente religiosa en general, algo especial qué contribuir a la política?

Los evangélicos tienen una fe activa y se inclinan a ser activos en el ámbito público. Ellos tienen gran conocimiento de la Biblia como la Palabra de Dios, pero ultimadamente entienden que la fe se relaciona con todo lo que es la vida, la política no es religión.

A Wendell Berry una vez se le preguntó si él sentía que estaba de pie enfrente de la locomotora de la historia, agitando sus brazos y gritando “¡alto!” Él contestó “puedes hacer eso muy cómodamente si estás dispuesto a ser atropellado.” ¿Cómo puede la religión darnos resistencia frente a la fealdad partidaria?

La gente fiel tiene que volverse mucho más activa, pero mi entendimiento de “acción” es distinta de los activistas en ambos lados—los de Derecha y los de Izquierda. El activismo no es acumular cuestiones polémicas. Es sobre decir, “Hagamos que el gobierno funcione.”

Una vez tuve una conversación con un senador que recibía entre 30,000 y 40,000 piezas de correspondencia cada mes. Un mes, el despacho investigó cuántas de esas cartas exigían concesiones. La respuesta fue: casi ninguna, menos de 100.

La creencia popular entre muchos políticos es, “No hagas concesiones, o serás desafiado en las elecciones primarias.” Las voces más fuertes, más insistentes dicen, “Estamos en el lado correcto, y todos los demás están equivocados, así que no cedas en lo más mínimo.”

¿Dónde están las otras voces? La gente de fe debería ser la voz que afirma que la política no es absoluta, y que no estamos en esta tierra sencillamente para arrebatar tanto como se pueda.

El discurso inaugural de John F. Kennedy pasó hace como medio siglo. ¿Quién nos dice hoy “pregúntate qué puedes hacer por tu país”? En general, los políticos hablan de que somos “nosotros contra ellos.” Mi esperanza es que la religión pueda restaurar en la política el sentido de los lazos que nos unen los unos a los otros.

Escuche si quiere ser más como Jesús

Cómo imitamos a Cristo a través de practicar el arte de escuchar.

Christianity Today October 26, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Lo primero que aprendemos sobre Dios de la Biblia es que Él tiene voz. Sin embargo la mayoría no la oye. Leemos la Biblia y oramos, pero nuestras conversaciones parecen ser unilaterales. Parece que nosotros somos los que hablamos. ¿Qué debemos hacer de esto?

En su libro The Listening Life: Embracing Attentiveness in a World of Distraction (InterVarsity), Adam McHugh quiere que sepamos que nuestro Dios es también un Dios que oye. No deberíamos confundir el silencio divino por desinterés. “El escuchar comienza cuando aprendemos que nuestro Padre celestial nos escucha,” escribe McHugh. “El modelo de la vida humana puede ser escuchar primero, pero con el Señor, nosotros siempre somos escuchados antes de nosotros escuchar.” El aparente silencio de Dios no es señal de su ausencia. Significa que tenemos su completa atención.

Lo mismo debería ser con nuestro trato los unos con los otros. “Este libro,” explica McHugh, “está fundando en la suposición de que todos nosotros no somos buenos oyentes.” Como ministro presbiteriano ordenado, McHugh a menudo ha servido como capellán de hospicio para enfermos terminales. Cuando se le presentaban ocasiones para escuchar, en lugar de eso, él aprovechaba la oportunidad para hablar: “yo consideraba los momentos de dolor, crisis, o sentimientos intensos como oportunidades para impartir mi punto de vista, rescatar a alguien de sus flaquezas, corregir pensamientos distorsionados, evaporar el dolor.

McHugh finalmente se dio cuenta que este hábito estaba subestimando la perspectiva del paciente. Es más, sus esfuerzos para arreglar a otros con sus palabras eran un intento desesperado de mantener los sentimientos a distancia: “A veces yo trataba de disuadirlos del sentimiento, a veces yo trataba de desviarlo a través del humor, a veces ofrecía un rápido consuelo como ‘No se preocupe, estoy seguro que todo saldrá bien,’ y en otras veces, trataba de sacarles los sentimientos a través de la oración. Yo era un exorcista de sentimientos.”

Luego, el supervisor de McHugh modeló una forma distinta de escuchar durante su período de prácticas como capellán. “Ella me escuchó tan intensamente que yo me sentía incómodo hablar de mí mismo por tanto tiempo,” él escribe: “Yo trataba de voltear la conversación, pero ella sabía redirigirla a mí.” La experiencia fue transformativa. McHugh experimentó una nueva forma de paz y un nuevo nivel de energía por el ministerio. Él aprendió a escuchar. En su libro The Listening Life aprendemos cómo escuchar a Dios, a las Sagradas Escrituras, a la creación, y a otros.

Usted puede pensar que escuchar es fácil. Después de todo, ¿qué requiere además de silencio? Pero el verdaderamente escuchar demanda mucho más. Para muchos, escuchar es meramente el espacio de silencio entre los comentarios, cuando esperamos que la otra persona deje de hablar. Bajo la apariencia de silencio estamos ocupados en formar una respuesta. Pero el verdadero escuchar es un hecho de servicio. McHugh caracteriza el escuchar como una práctica de presencia y un hecho de humildad y entrega. Es un hecho de hospitalidad y una forma de imitar a Cristo.

McHugh es un escritor interesante con un talento de metáfora y analogía. Esto ocasionalmente conduce a la exageración. “Me preocupa,” él escribe, “que restringir la comunicación de Dios a palabras escritas en papiro hace miles de años puede llevar nuestra fe a estar tan polvorienta como algunas de nuestras Biblias.” Él añade: “El darle a la Biblia un lugar de estima no puede significar amordazar la palabra personal de Dios que Él continúa hablando a la iglesia.”

¿Implica esto un canon más allá del canon? McHugh describe a las Escrituras como un “diapasón,” que sintoniza nuestros oídos a oír la voz de Dios. ¿Debería el “sonar como” la Biblia ser la prueba principal de lo que cuenta como la voz de Dios?” O ¿Debería la “voz de Dios” estar de acuerdo con lo que ya se ha escrito? Nuestras interacciones con Dios no son como con las de carne y sangre. Jesús le pone rostro a lo divino. Pero en nuestra experiencia presente, no es un rostro literal. Diferente a los primeros discípulos, nosotros no oímos su voz o sentimos su contacto. Nosotros leemos sus palabras.

Cuando McHugh se refiere a la voz de Dios, está hablando sobre esas impresiones internas que parecen venir de Él: la vocecita tranquila que “nos sorprende como un latido en la obscuridad.” Esta voz no es arbitraria o esporádica. Ciertamente, McHugh cree que nosotros nos podemos disciplinar para oírla: “El Espíritu Santo, al final resulta que, no es un malhadado anfitrión de programa de entrevistas charlando sobre todo bajo el sol, esperando que algunas personas se sintonicen a la frecuencia correcta. En lugar de eso, la palabra de Dios viene más a menudo a cierto tipo de persona que busca vivir cierto tipo de vida.”

El sentido del oído es el primer sentido que desarrollamos y el último que se va en la muerte. Pero el escuchar no es una habilidad natural. La Biblia es clara sobre este punto. No escuchamos a Dios automáticamente, o a otros, o aun a nosotros mismos. El libro de McHugh pude cambiar la forma en que dirigimos nuestras conversaciones cotidianas. Hasta puede cambiar su vida. Usted debería escuchar.

John Koessler es director del departamento de estudios pastorales en el Moody Bible Institute. Es autor del libro próximo a publicarse, The Radical Pursuit of Rest: Escaping the Productivity Trap (InterVarsity Press).

¿Puede un matrimonio apoyar dos llamados?

Esposas de empresarios, esposas de pastores, y demás: Dios tiene un propósito para ustedes hoy mismo.

Christianity Today October 15, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Después de sufrir un ataque de pánico en una oficina municipal en Shenzhen, yo comencé a preguntarle a Dios por qué él me había traído a la China.

Mi esposo y yo nos habíamos mudado al otro lado del mar creyendo que habíamos sido llamados a trabajar en la nueva empresa de mi esposo. Yo dejé mi trabajo y amistades que amaba para apoyar su sueño de proveer productos solares para los países en desarrollo. Yo me convencí a mí misma que ese también era mi sueño.

Pero en menos de un año, nuestro intento de forjar una vocación mutua se disipó. El trabajo continuo de empresario, combinado con el navegar de mi identidad china americana en una cultura sorprendente extraña, me empujó a una debilitante depresión. Sin una comunidad, carrera, o la salud emocional para buscarlas, yo ya no tenía sentido de propósito. Y culpé al fuerte llamado que Dios le había hecho a mi esposo y que nos había llevado allá.

Al final, tuvimos que confrontar una pregunta que muchas parejas se hacen: Dios nos ha llamado juntos en matrimonio, ¿pero qué llamados tiene para cada uno de nosotros? ¿Cómo armonizamos—y apoyamos—nuestros distintos dones y propósitos?

En el matrimonio, el esposo y la esposa se ofrecen a sí mismos en sumisión mutua y amor sacrificial. Pero una sola carne no necesariamente significa un solo llamado. A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás.” (1 Cor. 12:7, NVI).

La manera en que nosotros practicamos nuestro “algo que hacer” dentro del matrimonio y la familia puede ser frustrante cuando el llamado del cónyuge—ya sea en el hogar, el despacho, o la iglesia—es totalmente consumidora y requiere gran sacrificio de su cónyuge.

Parecía que mi esposo y yo teníamos que turnarnos para vivir con propósito divino. En tanto que estuvimos en la China, yo sufría mientras mi esposo florecía. Si regresábamos a los EU, él dejaría la oportunidad de su vida para que yo pudiera regresar a mi trabajo y a la gente que yo amaba.

Demasiados matrimonios—de empresarios, pastores, misioneros, ejecutivos, defensores, y otros profesionales apasionados—se dan por vencidos por este desbalance. Puede conducir a la insatisfacción, resentimiento e infidelidad. Y tiene consecuencias para nuestra fe. Ambos hombres y mujeres se sienten inquietos cuando pierden de vista el propósito que Dios les ha dado mientras ven que otros sí siguen los de ellos. El deseo de encontrar ese propósito puede ser abrumador.

El teólogo William Placher escribió:

Si el Dios que nos ha hecho ha concluido que hay algo que nosotros debemos hacer—algo que se ajusta a la forma en que fuimos creados, y que al hacerlo nos permitirá glorificar a Dios, servir a otros, y vivir más ricamente nosotros mismos—entonces la vida deja de ser tan vacía: mi historia tiene un significado como parte de una historia mayor finalmente formada por Dios.

Todos tenemos el mutuo deseo innato de unir nuestra historia a una historia más grande. Ese deseo no se desvanece con el matrimonio. Durante mi etapa obscura, aprendí que Dios no nos pide escoger entre apoyar a nuestro cónyuge y seguir nuestro propio llamado. Él desea darnos las dos cosas. Y, en su creatividad infinita, Dios puede hacerlo.

Puede haber períodos cuando las parejas dan prioridad a la vocación de su cónyuge. Sin embargo en esas etapas, podemos confiar que Dios todavía está dotando al esposo y a la esposa con un propósito—si no es en ese instante, entonces lo hará en su perfecto tiempo. Hoy recordamos a Elisabeth Elliot como misionera, oradora, y autora, llamados que se formaron después de la muerte de su esposo en el campo misionero. El compromiso de su esposo de vivir el propósito de Dios, a pesar de terminar en tragedia, terminó formando su trabajo de toda una vida. Y Jen Hatmaker, mientras su esposo sirve como pastor de una iglesia y pionero de alcance caritativo en Austin, ella ha encontrado un llamado dinámico escribiendo y enseñando la Biblia a través del país.

Los propósitos de Dios para mí no los iba a lograr en el llamado de mi esposo, o separado de ese llamado, sino a través de él. Dios quiso absolutamente que yo estuviera en la China—por mi propio bien. Al dejar lo que me era familiar, Él quitó el desorden en mi vida; al buscar desesperadamente propósito, Él abrió la puerta para que fuera escritora, vocación que yo no tenía el valor de seguir.

Aun cuando uno de los cónyuges parece tener la vocación más llamativa, la del otro cónyuge nunca es relegada. Todos tenemos un rol en la historia de Dios, y el descubrir ese rol puede enriquecer nuestros matrimonios también. Podemos traer más versiones vibrantes de nosotros mismos a la relación—creando más oportunidades para aprender de nuestros cónyuges que fueron creados como personas únicas, y alabar al Dios en cuya imagen fueron maravillosamente creados.

Dorcas Cheng-Tozun es escritora, bloguera, editora y vive en San Francisco Bay Area con su esposo e hijo. Ella tuitea @dorcas_ct .

Nuestros hermosos, imperfectos antepasados Cristianos

Como sureña, tengo que luchar con el legado manchado de mis antepasados; como creyente, también tengo que hacer lo mismo.

Christianity Today October 13, 2015

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Soy tejana de séptima generación que tiene antepasados a lo largo de todo el sur. Cuando pienso en el sur, veo las manos de mi abuela, nudosas por la artritis—manos que recogieron y descascararon nueces nativas y amaestraron el rodillo de amasar. Me imagino los pies polvorientos de mi bisabuelo al caminar de Arkansas a la Costa del Golfo en busca de tierra barata, un muchacho estirando a una vaca lechera. Me imagino encinos perennes norteamericanos y pinos altos, la Isla Jekyll y las Montañas Blue Ridge, Walker Percy y Flannery O’Connor, bourbon y ocra frita.

También pienso en mis antepasados de Mississippi—cultivadores de algodón que tenían esclavos. Pienso en el cementerio donde mis padres serán sepultados, y que según el dicho popular, amos y esclavos están sepultados lado a lado. Pienso en Jesse Washington, un adolescente que en 1916 fue linchado a una hora de distancia de mi domicilio. Pienso en la segregación, Jim Crow, y la discriminación. Esto, también es parte de mi cultura y mi historia, aun es parte de mí, mi sangre, y mis parientes.

Ambos, el Norte y el Sur, practicaron la injusticia racial, pero en el Sur el legado es inevitable. Casi tan pronto tengan conocimiento suficiente para razonar, los niños anglosajones confrontan esta complejidad: los que fueron antes que nosotros que hicieron atrocidades también nos dieron la vida. Sus legados de bondad y maldad están entrelazados.

En el centro del amplio y antiguo debate sobre la Bandera Confederada en lugares públicos de EU existe una pregunta más profunda: ¿Cómo respondemos a la maldad en nuestra historia?

En vista de siglos de racismo sistemático, algunos sureños han respondido con algo como culto a los antepasados, una idolatría del pasado que nos hace apáticos y defensivos. La lealtad hacia los que fueron antes que nosotros es exaltada sobre el amar hacia los que se encuentran a nuestro alrededor.

Clarence Jordan, erudito y cofundador de Koinonia Farm Intentional Community en Americus, Georgia, censuró este culto falso. Una vez, después de que Jordan predicó sobre el ministerio de reconciliación racial, una anciana lo rechazó: “Quiero que sepas que mi abuelo peleó en la Guerra Civil, y yo nunca creeré una palabra que tú digas.” Jordan, que también es sureño, le contestó, “Muy bien, señora, supongo que usted debe decidir si seguir a su abuelito o a Jesús.”

Es una elección que todos confrontamos, de dondequiera que seamos, ya que todos heredamos legados culturales y familiares empañados por el pecado. Pero si el falso evangelio de algunos es dar culto a los antepasados, el evangelio falso de otros es “progreso.” Nosotros los urbanitas móviles podemos ridiculizar nuestra herencia del todo. Seguros en nuestro amplio criterio de superioridad, nosotros adoptamos un determinismo cultural que con suficiencia califica a todos con el lado “correcto” o “equívoco” de la historia.

Podríamos esperar evitar las complicaciones de una historia vergonzosa a través de ver a la iglesia como nuestra verdadera familia. Al final de todo, Jesús escandalizó a los israelitas al elevar la lealtad a la familia de Dios sobre nuestras familias biológicas. Él proclamó que nuestra familia verdadera se compone de los que obedecen a Dios—la comunidad de creyentes, la iglesia.

Sin embargo el aceptar a la iglesia no nos rescata de un legado dolorosamente contradictorio. Nos ubica en mero en medio de uno.

Presuntuosidad cronológica

Nuestra herencia cristiana incluye inmensa belleza, santidad, y gracia, además de inmensa violencia, fracaso, y pecado.

Las manos de los creyentes que fueron antes que nosotros han bendecido al pobre, construido catedrales y universidades, trabajado para abolir la esclavitud y asegurar la dignidad de la mujer, acogido a los niños abandonados y transmitido la fe de generación a generación en casi todas las culturas y lugares. Y también estas mismas manos tienen sangre en ellas. Están manchadas con la violencia de las Cruzadas, la tortura y la Inquisición, con los horrores del colonialismo, la esclavitud, el abuso de niños, y la persecución de minorías.

Cuando se confronta con el pecado en la iglesia, los cristianos pueden toparse con la forma de pensar incorrecta tanto de tradicionalistas como de progresistas.

Por un lado, somos tentados a retocar a los santos del pasado, glorificar la tradición de la iglesia, y añoramos un pasado místico, no adulterado. En su libro The Anglican Way, Thomas McKenzie dice que conoció a un sacerdote ortodoxo que fanfarroneó que bajo ninguna circunstancia su iglesia se modernizaría. Simpatizo con este punto de vista. Pero la iglesia no es infalible, ni tampoco puede permanecer detenida en el tiempo. Hay algunas ocasiones cuando, para poder ser más fiel a las Sagradas Escrituras, debemos arrepentirnos, reformarnos—aún modernizarnos—en nuestro pensamiento y adoración. Menospreciamos el evangelio cuando ocultamos las perversidades y debilidades de nuestros héroes y tradiciones. (Esta tentación no es exclusiva a los grupos litúrgicos; he conocido creyentes de la iglesia no litúrgica, a evangélicos, y creyentes reformados que idealizan a los líderes históricos y sus hechos con el mismo fervor como lo hacen sus hermanos de la iglesia que practican la liturgia.)

Por otro lado, somos tentados a descartar la tradición religiosa completamente, ocupándonos en lo que C.S. Lewis famosamente describió como “presuntuosidad cronológica.” Cuando mi esposo estaba sacando su doctorado, él enseñó un curso de historia de la iglesia a los estudiantes de divinidad. Un día después de su clase, mencionó que los estudiantes parecían estar desinteresados. “¿Por qué?” le pregunté. Para hacerlo corto, fue porque juzgaron a Juan Calvino un homófobo, a Agustín de Hipona un sexista, y a Arrio una voz marginada. Los estudiantes habían tomado sus inquietudes contemporáneas particulares—sobre la inclusión y la equidad—y las impusieron sobre todos lo que vivieron antes que ellos. Muy fácilmente podrían deconstruir, y rechazar, a casi todo líder en la historia de la iglesia.

Si bien podríamos debatir si sus precisas acusaciones eran exactas, no necesitamos debatir que el valor de la historia de la iglesia requiere una disposición de aprender de los pecadores. Por ejemplo, Agustín de Hipona, obispo en el quinto siglo en África del Norte y tal vez la persona teológica más importante del Occidente. Él ha formado indeleblemente nuestro entendimiento de la Trinidad, la salvación, y la gracia. Él amó profundamente a Dios y a la gente a su alrededor, escribiendo conmovedores homenajes a sus amigos y fomentando una generosidad radical hacia los pobres. Aun así, vio a las mujeres como inferiores al hombre, escribiendo que las mujeres como mujeres, en su personificación femenina, no llevan completamente la imagen de Dios, aunque participamos en la imagen de Dios en nuestra humanidad general. Después de su conversión, regresó a la madre de su hijo a su tierra natal, con el corazón roto, y sintiéndose rechazada.

Nosotros, los creyentes del siglo 21 podemos acusar a Agustín de misoginia. Sin embargo, dentro del contexto de su día, Agustín trataba a las mujeres con mayor dignidad que como lo hacían sus contemporáneos. Él enseñó que, en la Resurrección, las mujeres serán igual que los hombres ante Dios. Él trataba a las mujeres con respeto—a su madre y a un puñado de mujeres con las que tenía correspondencia teológica y pastoral. Y aunque él rechazó a la madre de su hijo, sufrió por hacerlo, lamentando que ella fue “arrancada de su lado,” dejándolo “herido y sangrando.”

El estatus de Agustín como gigante teológico no le excusa de su sexismo y misoginia en su época o la nuestra. Sin embargo sus puntos de vista sobre las mujeres no reducen sus contribuciones a la iglesia. Yo tengo una deuda inconcebible de gratitud hacia Agustín, principalmente por su enseñanza sobre el pecado y la gracia, sin la cual probablemente yo no sería cristiana.

Personas malas buenas/buenas malas

Parados en el arroyo cenagoso de la historia de la iglesia, recordamos que nosotros, también, estamos ciegos al mal que hay dentro de nosotros y a nuestro alrededor. En el tiempo de Agustín, la misoginia era el agua donde él nadaba, dondequiera e invisible. Lewis escribió que el antídoto para la presuntuosidad cronológica es darnos cuenta que nuestro momento presente tiene su propia miopía e ilusiones. Estas “son las que tienen más probabilidad de estar ocultas en esas suposiciones generalizadas que se encuentran tan arraigadas en el tiempo que nadie osa atacarlas o siente necesario defenderlas.”

Los pecados muy abrazados en nuestra época son los que tanto la derecha como la izquierda cultural toman como atributos; son invisibles e intrínsecos a nuestro estilo de vida. Nos es difícil suponer lo que puedan ser—así como misoginia era una categoría que Agustín no se podía haber imaginado. Sin embargo al escuchar voces fuera de la cultura occidental—voces de los países en desarrollo, por ejemplo—nos dan ideas sobre la maldad bien arraigada en nuestro medio: la idolatría del consumismo, del individualismo, y de la autonomía personal.

Martín Lutero—cuyo legado claramente tiene altibajos—declaró que todos nosotros, en Cristo, somos llamados correctamente santos y pecadores. Mi hija de cinco años pasó por una etapa donde todos eran una “persona buena” o “mala”—princesas y brujas, superhéroes y sus archienemigos, celebridades, amigos, aun extraños. Un día me preguntó, “¿Mamá, eres tú una persona buena o mala?” Le respondí con el evangelio: que Dios nos creó a su imagen; que hemos caído en pecado, idolatría, y egolatría; y que Jesús, a través de su vida, muerte, y resurrección, nos declaró justos y nos hace nuevas personas. Desde entonces, mi hija se refería a nuestra familia como “personas malas buenas/buenas malas.”

Este punto de vista sobre la humanidad, arraigado en el evangelio, es lo que nos permite ver directamente y arrepentirnos del mal en nuestra herencia eclesiástica y nacional. Y sin embargo, también nos permite reconocer que no tenemos otra opción sino aprender de las voces del pasado que son a la misma vez pecadoras y santas. El evangelio nos permite honestamente confrontar el mal en la historia de la iglesia, y a personificar las buenas nuevas que Dios usa aun a los pecadores—viles e imperfectos, confusos y en conflicto, personas malas buenas/buenas malas—para gloriarse a sí mismo.

El desafío de Clarence Jordan permanece:la manera de Jesús y la manera de nuestros abuelitos (y aun de líderes cristianos) serán, a veces, distintas. Y sin embargo, el seguir a Jesús nos permite estar agradecidos tanto por los antepasados de nuestra familia como de la iglesia. En sus legados contradictorios, no tan sólo percibimos nuestras propias imperfecciones, pero también percibimos aquello por lo cual Cristo murió y que redimirá.

A los cristianos ortodoxos hoy se les acusa cada vez más de estar en la “parte equívoca de la historia.” Sin duda, habrá mucho sobre nosotros digno de crítica. Pero no nos debemos inquietar sobre las opiniones imaginadas de nuestros descendientes. No podemos controlar, y no es nuestro trabajo suponer, cómo generaciones futuras a 100, 500, 1,000 años de hoy nos juzgarán.

Antes bien, nuestro llamado de siempre sigue siendo a ser fieles a las Sagradas Escrituras y al evangelio que hemos recibido, en nuestro propio lugar y momento en el tiempo. Nuestra esperanza mutua—la esperanza de las personas en el pasado, presente, y futuro—es que el Señor, la única verdadera “buena persona” y el Redentor de la historia, preservará a su iglesia, a través y a pesar de nosotros.

Tish Harrison Warren es sacerdote de la Iglesia Anglicana de Norte América y trabaja con InterVarsity Graduate and Faculty Ministries en la Universidad de Texas—Austin. Es autora de un próximo libro de InterVarsity Press. Vea TishHarrisonWarren.com.

Dejando el patriarcado en el pasado

Las Sagradas Escrituras afirman una autoridad masculina generalizada, dice John Stackhouse—sólo que no para siempre.

Christianity Today October 9, 2015

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

¿Cuáles son los roles apropiados que Dios ha ordenado para hombres y mujeres—dentro de la iglesia, la familia, el lugar de trabajo, y la sociedad en general? Al contestar estas preguntas, los evangélicos conservadores a menudo se identifican a sí mismos como “complementaristas” (hombres y mujeres tienen distintos roles complementarios), mientras que sus colegas se identifican a sí mismos como “igualitarios” (hombres y mujeres colaboran en cumplir la responsabilidades que se les han asignado por igual a ambos).

John G. Stackhouse, Jr., erudito evangélico y comentarista canadiense, trasciende estos alineamientos familiares en su nuevo libro. Como un autoproclamado “igualitario conservativo,” se separa de las feministas liberales que rechazan las Sagradas Escrituras porque promueven un patriarcado eterno. Pero él también encuentra falla con los igualitarios evangélicos que reinterpretan numerosos pasajes para decir algo distinto a lo que la iglesia históricamente ha creído que ellos dicen.

En su libro Partners in Christ: A Conservative Case for Egalitarianism (IVP Academic), Stackhouse admite que varios pasajes en el Nuevo Testamento fomentan un punto de vista extensamente complementario. Él afirma, sin embargo, que una vez que una cultura ha dejado atrás los orígenes patriarcales, estos pasajes ya no se necesitan obedecer.

El libro identifica una doble tradición en la Escritura con respecto a la esclavitud y el estatus de la mujer. En cada caso, existen pasajes que parecen que bendicen al status quo, mientras otras palabras y temas señalan en direcciones de liberación. Stackhouse resuelve la tensión a través de ver las afirmaciones del estatus quo como temporales—destinadas a ser sustituidas, con el tiempo, por el mensaje más grande de libertad.

Stackhouse reconoce que la mayoría de igualitarios encontrarán su posición muy conservadora. En las culturas musulmanes convencionales, por ejemplo, él disuade a los cristianos de pregonar los derechos de la mujer intensamente, por el bien de preservar oportunidades evangelísticas. Ni tampoco los “complementaristas blandos” encontrarán en Stackhouse un aliado confiable, ya que insiste que los “pasajes problemáticos” de Pablo y Pedro quieren decir lo que la gran mayoría de cristianos en la historia entendieron que significaban: restricciones significativas en los roles de liderazgo de la mujer dentro y fuera de la iglesia, y sumisión a la primacía varonil en el matrimonio.

Stackhouse también descarta el método estándar de feministas bíblicas, que apuntan a las razones históricas, culturales, y lingüísticas para no tomar estos pasajes como patriarcales en su ambientación original. Él pregunta, ¿Por qué Dios permitiría a la iglesia malentenderlos totalmente por tan largo tiempo?

Hoy, al menos en el Occidente, Stackhouse nos haría deshacernos de los métodos complementaristas por la posibilidad de que ellos impidan la propagación del evangelio. Las mujeres que están apropiadamente dotadas y capacitadas deberán asumir la responsabilidad y liderar. Stackhouse tiene un catálogo excelente de las razones por las cuales las mujeres a menudo no logran liderar, aun cuando los varones quieren que lo hagan. Los hombres, él admite, a menudo tienen la culpa, porque insisten en que las mujeres se adapten a los estilos de liderazgo masculinos.

El análisis de Stackhouse siempre recompensa una cuidadosa consideración. Pero los desacuerdos de seguro surgen. Los complementaristas fuertes sin duda se opondrán a que Stackhouse no logra demostrar que los pasajes claves del Nuevo Testamento deben dejarse a un lado cuando las sociedades aceptan nuevas normas de género. Los igualitarios posiblemente apuntarán a las veces cuando los cristianos iban a la delantera en los esfuerzos de emancipación. Ellos advertirán que si los creyentes esperan a que las sociedades progresen más allá del patriarcado antes de apoyar a los derechos de la mujer, la espera será intolerablemente larga.

Con algunas excepciones (él ocasionalmente cataloga las opiniones opuestas como “ridículas”), Stackhouse escribe con un espíritu respetuoso, humilde. Él no pretende tener la última palabra en los roles de género y las relaciones de varón—hembra. Su libro Partners in Christ estimula a los creyentes a adoptar la posición con el menor número de problemas, en vez de uno que ate todos los cabos sueltos. Tan importante como es analizar (y debatir) el punto de vista de la Biblia sobre los roles de género, nuestros desacuerdos no nos deben prevenir de unirnos para amar, servir, y avanzar el reino de Dios.

Craig L. Blomberg enseña Nuevo Testamento en el Seminario Denver.

Un bello escape

CT transciende el realismo amargo dentro y fuera de la iglesia.

Christianity Today September 24, 2015
Aaron Shearer / Flickr

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

La sinfonía representa para mí mi escape del bastante amargo realismo musical moderno que ocupa tan grande lugar en el pensamiento contemporáneo.

Leí la cita recientemente, del difunto compositor Howard Hanson, mientras escuchaba una actuación de su “Elegy in Memory of My Friend.” Me recordó a Beautiful Orthodoxy [Bella Ortodoxia]—término que sin duda han visto en esta revista.

Para resfrescar las memorias: Bella Ortodoxia, la razón del ministerio de Christianity Today, habla de la fe que forma a una comunidad anclada en el evangelio de Dios. Es expresada no con gritos de fariseo, sino en un lenguaje y con vidas que modelan el amor incondicional y la ensangrentada hermosura de nuestro Señor Jesucristo. Es contrario al “tipo amargo” de realismo que “ocupa tan grande lugar en el pensamiento contemporáneo” y en la acción.

Vivimos en un mundo enojado y confuso. El tono de nuestra retórica, a través de la mayoría de los medios de comunicación y aún detrás de puertas cerradas en algunas iglesias, es más coraje que redención, más deshonra que gracia.

¡Ustedes mismos lo han visto y oído! En nuestras páginas red donde el atacar a individuos y movimientos es algo natural; y en las redes sociales donde epítetos descarados dejan a las indefensas personas marcadas. Para hacer las cosas peor, la verdad de nuestras convicciones—la verdad de la Verdad de Dios—parece cada vez más desgastada por las herejías atractivas por un lado y por las feas ortodoxias por el otro. Finalmente, ambas opciones están destinadas a dejar sin esperanza a una mayor parte de la creación de Dios.

Un número menor de personas, incluyendo aquellos que crecieron en la iglesia, consideran el cristianismo bíblico una posible forma de ver la vida que causa que las personas y culturas florezcan. Pero en el desierto de nuestros tiempos, Dios todavía forma ríos que traen alegría a nuestros corazones. Y en un mundo bajo asalto por El Malo, Dios planta su iglesia, y dirige ministerios como CT, e inspira las causas como Bella Ortodoxia.

Creemos que cuando se vive fiel y valientemente, la Bella Ortodoxia puede, y audazmente demostrará a todos, que la Verdad resultará en libertad y prosperidad para la iglesia y todas las comunidades y culturas que la iglesia cruce. Y esas son las historias que queremos contarles más y más en los días venideros. En esta revista. En todas nuestras revistas. En todas nuestras páginas red. Estimular a los creyentes. Fortalecer a la iglesia de Cristo. Y claro, efectuar cambios en todas las comunidades en el nombre de Jesús. Y con eso, testificar sobre la credibilidad de la fe cristiana en una cultura escéptica.

Parafraseando al filósofo católico Charles Taylor: Queremos ayudar a los que se atreven a creer, a creer. Y podemos ayudar a los que creen, a vivir su vida más abundantemente.

O, citar a Jesús: “Yo he venido para que tengan vida eterna y la tengan en abundancia” (Juan 10:10, NVI). Una Bella Ortodoxia, ciertamente.

Cristiano, conozca a Confucio

Olvide las citas inventadas en internet. El antiguo filósofo chino tiene sabiduría importante para los seguidores de Cristo.

Christianity Today September 21, 2015
Shay Haas / Flickr

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Los evangélicos algunas veces sospechan de la filosofía oriental, viéndola como una importante cosmovisión rival del cristianismo. Greg Ten Elshof, catedrático de filosofía en la Universidad Biola, quiere contrarrestar esta mentalidad, por lo menos al tratarse del más prominente filósofo chino en la historia. En Confucio para los Cristianos: Lo que una visión del mundo chino antiguo puede enseñarnos acerca de la vida en Cristo (Confucius for Christians: What an Ancient Chinese Worldview Can Teach Us about Life in Christ [Eerdmans]),Ten Elshof examina cómo la tradición confuciana puede arrojar nueva luz a la teología cristiana y a las enseñanzas sobre la moralidad. Derek Rishmawy, pastor de estudiantes y adultos jóvenes en California, platicó con Ten Elshof sobre el libro.

¿Qué tipo de creencia es el Confucionismo? Y ¿Por qué los cristianos deberían poner atención?

Es cuestión de gran controversia académica si el confucionismo es una religión, como el islam, o una filosofía, como el estoicismo o el aristotelianismo. Ya sea religión o no, es una de las grandes tradiciones de sabiduría sobre los grandes interrogantes de la vida. Estudia el camino para el crecimiento en el contexto personal, interpersonal, y político, y el cómo situarse uno en el mundo. Ya que ha sido sumamente formativo por gran parte de la historia humana, amerita esmerada atención.

¿Qué distingue a Confucio de Aristóteles?

Las similitudes sobrepasan las diferencias. Ambos se interesaron en la formación de gente buena, no obstante ambos se opusieron a una lista categorizada de conducta correcta. De la persona buena, la conducta buena brota naturalmente. Confucio, sin embargo, es más claro en la distinción entre virtud y un “buen estilo de vida”. Aristóteles analiza algunas virtudes morales, no obstante Confucio visualiza una vida atractiva y expresa completamente las capacidades humanas, incluyendo virtudes morales.

Tú recalcas las percepciones confucianas que pueden perfeccionar la fidelidad cristiana. ¿Cuál es la más urgentemente pertinente para los cristianos del Occidente moderno?

En una palabra, es relacionalidad. El Occidente contemporáneo tiene esta idea común de la persona como una unidad autónoma, una entidad en sí misma: Nosotros creemos ser individuos independientes que podemos escoger entrar en relaciones para mejorar nuestras vidas.

Eso es extraño para la forma de pensar confuciana. El confucionismo recalca el significado de las relaciones para comprender quiénes somos, nuestro lugar en el mundo, lo que debemos hacer, y lo que se perfila como la buena vida. Si hay un lugar donde la tradición confuciana puede ayudar a corregir la mentalidad del Occidente contemporáneo, es aquí.

¿Cómo puede este énfasis en relaciones impactar la vida de la iglesia?

A menudo pensamos que la iglesia es una colección sencilla de individuos autónomos que se encuentran allí para ayudarse unos a otros a crecer en Cristo o a mejorar en la vida Cristiana. Pero no consideramos equivalente el pertenecer a una iglesia con el pertenecer a una familia, por lo menos como alguien en la cultura antigua del Medio Oriente hubiera entendido el vínculo familiar. Las personas en esa cultura no hubieran podido entenderse a sí mismos o su lugar en el mundo, aparte de sus familias.

Estamos agradecidos por nuestras familias, y no estaríamos aquí sin ellos, pero nos podemos imaginar vivir separados de ellos. De hecho, a menudo así lo escogemos hacer. La forma en que en el Occidente pensamos referente a la familia se deja ver en la forma en que pensamos con respecto a la iglesia. Cuando Jesús (y Pablo) llama a la iglesia a ser una familia, sin embargo, es un llamado a algo parecido a la relación integral, la percepción confuciana con respecto a la familia. Sin duda, obtienes un concepto muy distinto.

El énfasis confuciano sobre la relacionalidad también puede ayudarnos a mejor entender la dinámica de lo que enseña la Escritura sobre la vergüenza. Pensamos principalmente en términos de culpabilidad, que es casi por naturaleza individualista: Yo no puedo ser culpable por algo que tú hiciste. Sin embargo la categoría de vergüenza es relacional. Si estamos relacionalmente conectados, yo puedo sufrir vergüenza por algo que tú has hecho. La vergüenza ayuda a entender las dimensiones sociales de la Caída.

¿Hay algo particular acerca de Jesús que como resultado de leer a Confucio te ha ayudado a comprender mejor?

He adquirido un distinto punto de vista sobre las enseñanzas de Jesús: sus mandatos, por ejemplo, amar a nuestros enemigos. Antes de leer a Confucio, yo pensaba más o menos que el amar a nuestros enemigos era tratarlos exactamente igual que como tratarías a un amigo. Confucio me ayudó a ver que aunque debemos amar a nuestros enemigos, orar por ellos, buscar su crecimiento, el tratarlos igual que a nuestros amigos no sería sabio en algunas circunstancias. Puedes necesitar protegerte de los enemigos, o poner distancia, al mismo tiempo continuar amándolos y orar por ellos. Leo ese mandato (y otros) de Jesús con mayor distinción y menos rigidez que antes.

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