‘En este mundo afrontarán aflicciones’. ¿Aceptaremos que esto incluye también a nuestros hijos?

Cuando era una madre joven, intentaba hacer todo bien. Ahora busco menos el «éxito» y confío más en la gracia de Dios.

Christianity Today December 1, 2023
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: Getty / Unsplash

L o hicimos todo bien. Como padres cristianos, revisamos todas las listas de pasos para criar niños en los caminos del Señor. Les enseñamos la diferencia entre el bien y el mal. Les hablamos de Jesús. Los llevamos a la escuela dominical. Llegamos a tiempo a la iglesia.

Por supuesto, ninguno de nosotros es un padre perfecto. Pero ver a un hijo atravesar profundas luchas espirituales puede resultar desorientador, sobre todo cuando hemos hecho todo lo que ha estado a nuestro alcance para evitarlo, a menudo con un fervor alimentado por nuestra propia y humilde historia espiritual. Hemos aprendido lecciones dolorosas con Dios y queremos evitar que nuestros hijos tengan que aprenderlas también.

Pero no funciona así. No podemos evitar que nuestros hijos tengan dificultades y, si lo intentamos, corremos el riesgo de impedirles que experimenten la plena verdad y belleza del evangelio.

Crecí en lo que algunos llamarían un «contexto familiar desestructurado». No obstante, yo también lo llamaría feliz. Mi mamá trabajó duro y mis abuelos vivieron con nosotros durante algunos de esos años. Aun así, con esos antecedentes, cuando mi esposo y yo empezamos a tener hijos, nos propusimos criarlos perfectamente, al igual que muchos padres primerizos.

Con una confianza comparable a la de los estudiantes de primer año de seminario, revisamos todos los versículos de la Biblia sobre la paternidad, el orden y la disciplina, y creamos con ellos una ecuación que pensamos daría como resultado una crianza perfecta. Nuestros hijos iban a ser asombrosos porque nosotros íbamos a ser padres asombrosos. Estábamos siguiendo el Libro a la perfección.

No hay nada como la arrogancia de los jóvenes inexpertos, aunque, en retrospectiva, nuestro problema iba más allá de la juventud y el orgullo. Habíamos adoptado una visión del evangelio de la prosperidad y la habíamos aplicado a la vida familiar, incorporando principios de «salud y riqueza» al proceso de crianza. Más que en el área del dinero o el bienestar físico, el área donde deseábamos el éxito más profundamente era en nuestra familia, y ahí es donde el falso «evangelio del éxito» se arraigó en nuestras vidas.

En ese momento, no lo habríamos identificado como una enseñanza legalista o del evangelio de la prosperidad. Lo habríamos llamado «bíblico». Pensábamos que si conseguíamos hacer bien esto de la «vida cristiana», no tendríamos que depender tanto de la gracia de Dios. La gracia sería simplemente nuestro respaldo en días inusuales, para los obstáculos imprevistos.

En ese momento no nos dimos cuenta de que cuando tomamos principios de la Biblia y los despojamos de Cristo y su redención y perdón, se convierten en algo completamente distinto. Adoptamos la postura de Adán y Eva sosteniendo el fruto del conocimiento del bien y del mal, pensando que, si pudiéramos saber qué hacer y qué no hacer, entonces no dependeríamos tanto de la gracia de Dios.

Esto fue especialmente evidente en la forma en que abordamos el Libro de Proverbios. «Instruye al niño en el camino correcto y aun en su vejez no lo abandonará» (Proverbios 22:6). Tratamos versículos como este como garantías y no como descripciones del bien que Dios quiere para nosotros. Buscamos construir la salvación con nuestras propias manos, tal como solemos hacer los humanos.

Y eso tenía sentido, porque los Proverbios son buenos. Pero éramos demasiado propensos a juzgar algo como «bueno» en función de si nos daba los resultados que queríamos en el plazo esperado.

Dios juzga lo que es bueno de manera diferente. Chad Bird, erudito del Antiguo Testamento, dice que usar los Proverbios como garantía es actuar como los amigos de Job, examinando a alguien que está sufriendo y tratando de descubrir qué proverbio no siguió del todo correctamente: Si hacemos todo lo correcto, ¡deberíamos estar bien! Encontremos la solución a tus fracasos. Quizás haya una pizca de sabiduría aquí que pueda solucionar la situación.

Job era un hombre justo y, sin embargo, los Proverbios no «funcionaron» para él. Hizo todo bien, pero aun así Dios permitió el sufrimiento, aparentemente sin explicación, y en los capítulos finales del libro Él mismo habla para decirles a Job y sus amigos cuán incorrectamente habían juzgado la situación.

A menudo, nos cuesta reconocer que Jesús no solo dijo que tal vez encontraríamos sufrimiento, sino que aseguró que sucedería (Juan 16:33). Eso es lo que el evangelio de la prosperidad ignora, y es comprensible: parece mucho más positivo y productivo centrarse en las partes de la Biblia que nos dan una sensación de control.

No queremos confiar en que Cristo ya venció al mundo. Queremos alegrarnos de que, bueno, al menos hicimos todo lo que pudimos. No queremos tanto la redención como la redención en nuestros propios términos, obtenida por nuestras propias manos.

A medida que nuestra cultura pasa de la crianza tipo helicóptero (sobreprotectora) a la crianza tipo cortadora de césped (donde los padres van más allá de la sobreprotección y buscan derribar todos los obstáculos para sus hijos), la tentación de aplicar el evangelio de la prosperidad a la crianza solo se vuelve más fuerte.

Sentimos como si hubiéramos fracasado de alguna manera si nuestros hijos enfrentan cosas difíciles. Sentimos como si hubiéramos fracasado si están luchando con su fe o con Dios. Empezamos a pensar que es nuestro trabajo desaparecer toda esa lucha, y olvidamos que en realidad nuestra tarea es estar con nuestros hijos y orar por ellos tanto en la lucha como en la alegría.

Y los padres no son los únicos que tienen esta sensación de fracaso. Recientemente hablé con una joven que dijo que se sentía presionada a ser feliz todo el tiempo. Sus padres seguían diciendo que solo querían que sus hijos fueran felices, así que cuando ella no era feliz, sentía que les estaba fallando.

«Solo quiero que esté bien tener un día en el que me sienta triste», me dijo. Esta chica quería tener la libertad de sentir toda la gama de emociones humanas sin decepcionar a sus padres, sin hacerles sentir que no habían hecho todo bien.

Por supuesto, un principio central del evangelio es precisamente que no podemos hacer todo bien, y es por eso por lo que necesitamos tan profundamente la redención de Dios. Recuerdo que una vez le abrí mi corazón a Dios cuando uno de mis hijos estaba pasando por un tiempo difícil. Lloré porque no podía hacer nada para arreglar ese dolor. Pero Dios me mostró entonces que, si tuviera la capacidad de eliminar todas las luchas de mis hijos, ellos nunca lo necesitarían a Él. Nunca tendrían motivos para clamar a Él por sí mismos.

Mis limitaciones ayudan a mis hijos a buscar y ver a Dios. Su poder se muestra en mi debilidad (2 Corintios 12:9), no en promesas mecánicas de prosperidad familiar, y este es un poder que mis hijos deben llegar a conocer por sí mismos. Aprender a confiar únicamente en la salvación de Cristo es a menudo una batalla diaria. Nuestros hijos deben luchar con esto por sí mismos y superar todas sus versiones de autojustificación, tal como lo hicimos nosotros.

Cuanto más tiempo soy madre, más me doy cuenta de que Dios está más dispuesto que yo a que mis hijos pasen dificultades. Siempre quiero saltarme la lucha, ignorarla y avanzar rápidamente para superarla. A menudo soy impaciente y no estoy dispuesta a caminar en medio del dolor.

Pero si podemos dejar de aplicar el evangelio de la prosperidad a la crianza, podremos abrazar el verdadero evangelio de un Dios que está con nosotros y a nuestro favor.

Podemos presentar este Dios a nuestros hijos, no un Dios que cuenta nuestros fracasos como padres o exige felicidad constante, sino un Dios compasivo que nos encuentra en nuestra lucha; que nos permite luchar con Él; que no nos pide que finjamos que las cosas están bien cuando no lo están; que nos permite, como dijo Martín Lutero, «[llamar] las cosas como lo que son realmente», incluso si se trata de algo incómodo o infeliz.

Por mucho que odiemos el hecho de que en este mundo tendremos aflicciones (y que nuestros hijos tendrán aflicciones también), podemos consolarnos con la honestidad, la paciencia y el amor de Dios. Y podemos mostrarles a nuestros hijos que así es Dios, mucho mejor de lo que jamás podría ser el ídolo mezquino y a menudo inepto del evangelio de la prosperidad.

¿Qué pasaría si instruir a los niños en el camino correcto no fuera simplemente enseñarles la diferencia entre el bien y el mal, y asegurarse de que asistan a la Escuela Dominical? ¿Qué pasaría si más bien consiste en enseñarles a confiar en la gracia de Dios, todos los días?

Gretchen Ronnevik es autora de Ragged: Spiritual Disciplines for the Spiritually Exhausted y copresentadora del pódcast Freely Given.

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La simplicidad de José era en realidad madurez espiritual

Dios confió a su único Hijo a un hombre que no podía proveer lo que su cultura esperaba.

Christianity Today November 30, 2023
Ilustración por Matt Chinworth

Durante la guerra civil de Burundi de la década de 1990, pasé varios meses en un abarrotado campo de desplazados internos: personas como yo que habían huido de sus casas pero no podían abandonar el país. Una de las experiencias más dolorosas fue ver la sana masculinidad de los padres hecha pedazos por el cambio en sus vidas.

Los que una vez fueron proveedores para sus familias, ahora tenían que confiar en la ayuda humanitaria para recibir comida. Habían sido privados de su libertad de movimiento y ahora eran incapaces de hacer lo que habían venido haciendo toda su vida (cultivar la tierra o hacer negocios). Algunos empezaron a consumir mucho alcohol para lidiar con la depresión.

Desde entonces he pensado en José, el esposo de María, quien también tuvo que huir y lidiar con la frustración de proveer sin estabilidad. Se podría haber vuelto como aquellos hombres. Podría haberse resentido contra los gobiernos locales y coloniales por la manera en la que lo habían privado de buenas opciones y lo habían llevado a trasladarse por toda la región. Podría haberse resentido contra Dios por pedirle que se casara con una mujer que —sus compañeros le habrían dicho— se merecía el divorcio y no su apoyo. Podría haber intentado compensar su masculinidad amenazada con una falta de cooperación o un legalismo de dominación.

Pero no es así como las Escrituras describen a José. Más bien vemos al hombre al que Dios seleccionó para criar a su hijo aceptando la inesperada guía de Dios, no con resentimiento, sino cooperando incondicionalmente con Dios a cada paso. He visto lo difícil que es. ¿Cómo pudo José lograrlo?

No sabemos mucho de José. Él es uno de los personajes bíblicos de quien se dice muy poco. No era un líder político, ni un gran profeta, y su nombre no estaría en la Biblia si no hubiera sido designado como guardián del Mesías. Aun así, su linaje habría sido un motivo de orgullo y una buena base para que él aspirara a una posición de honor. En el relato de Lucas de la visita del ángel a María, Gabriel afirmó que Jesús era el descendiente prometido de David, y que se le daría el trono de David y un reino que no tendría fin (Lucas 1:31-33).

El hecho de que Mateo, escritor judío de los Evangelios y discípulo de Jesús, presente a José como descendiente de David es significativo (1:20). Pone a José en el centro de atención del plan divino para la humanidad como el padre adoptivo del Mesías.

Los escritos apócrifos ofrecen una imagen de José como un hombre poco confiable, a menudo iracundo. Tanto el protoevangelio de Santiago como la Historia de José el carpintero afirman que José era un viudo con hijos de su anterior matrimonio. Esas historias sobre José apoyan la idea de que María fue virgen perpetuamente; sin embargo, a partir de las Escrituras no hay razón para pensar que José ya tuviera hijos: el relato de la natividad no menciona a nadie más que a María viajando a Belén con José, y a José se le pidió que huyera a Egipto solo con María y Jesús (Mateo 2:13-15).

Es mucho más probable que el José real y no apócrifo fuera un joven judío como cualquier otro, con cierta educación religiosa. Los escritos rabínicos sugieren que la edad acostumbrada para casarse en los tiempos de José era la adolescencia tardía. Así que seguramente José vivía con sus padres u otros familiares cuando el ángel le dijo que se casara con María. Después del nacimiento de Jesús, José tuvo cuatro hijos y un número desconocido de hijas con María (Mateo 13:55-56).

La Biblia insinúa que José era un hombre promedio, de un lugar promedio; un hombre de pueblo conocido por su profesión. La gente le llamaba «el carpintero» (13:55). Probablemente sus días eran de arduo trabajo.

Mientras que la cultura judía valoraba el trabajo no calificado, la realidad era totalmente diferente con los romanos, el poder colonizador que gobernó Palestina durante la vida de José. Desde la perspectiva romana, la carpintería era una profesión de esclavos. Así que José estaba lejos de contar entre las personas de mayor estatus.

Es posible que él hubiera nacido en ese nivel socioeconómico, pero también es posible que lo haya elegido voluntariamente. José vivió en una época difícil en la que los oportunistas podían colaborar con los romanos y disfrutar de una vida cómoda en lo material. Él no tomó el camino que eligió Mateo en un principio, cuando trabajó como recaudador de impuestos. Mateo, el escritor del Evangelio que más habla de José, podría haber visto la tentación de esa colaboración con más claridad. Y, aun así, José no fue innecesariamente poco colaborativo con los romanos. Fue a la ciudad de sus ancestros para el censo del gobierno, por ejemplo.

En este estilo de vida simple y útil, él se enfrentó a los poderes fácticos de aquel entonces que prosperaban por medio de la injusticia, la violencia y la corrupción. En esa confrontación, la espiritualidad de José se hizo más evidente, y claramente Dios se mostró de su lado.

De hecho, Dios está cerca de aquellos que, como José, son pobres, contritos de espíritu y tiemblan ante su palabra (Isaías 66:2). La simplicidad, como disciplina espiritual, nos ayuda a evitar la seducción del materialismo y nos capacita para centrarnos en las cosas que realmente importan. Los que practican la simplicidad pueden ser ricos sin ser materialistas y ser descendientes de un linaje de reyes sin competir con Herodes. Para ellos, la rectitud es mejor que la gloria del mundo.

Me parece que está claro que José fue capaz de guiar bien a su familia porque estaba abierto a Dios y a sus mensajeros de un modo que desafiaba al legalismo. La espiritualidad de José lo preparó para lo inesperado.

En culturas fuertemente patriarcales, normalmente los hombres esperan ser capaces de proveer para sus familias, muchas veces con una buena dosis de desapego emocional de sus esposas, y suelen esperar que sus planes personales sean los que dirijan a sus familias. Los hombres que son cabeza de familia pueden ser rígidos y resistirse a las conductas no convencionales. En mi cultura, por ejemplo, aunque los vientos de los derechos humanos llevan soplando durante más de dos décadas ahora, la mayoría de los hombres cristianos todavía luchan por deshacerse de las rígidas actitudes patriarcales y sus conductas, y algunos distorsionan la Biblia para justificarlas.

La huida a Egipto de Henry Ossawa Tanner.WikiMedia Commons
La huida a Egipto de Henry Ossawa Tanner.

José no era así. Lo vemos con claridad en su manera de tratar a María. Como hombre judío, José sabía lo que le sucedería a una chica que hubiera tenido sexo antes del matrimonio (Deuteronomio 22:13-21). El embarazo era la prueba más convincente de una mala conducta sexual. Legalmente, él habría estado en su derecho de denunciar a María.

Pero, para José, aquello que parecía pecado en María no la hacía una marginada. Él sabía que ella merecía amor y protección. La NVI combina con belleza la cultura religiosa judía de José y su propia espiritualidad en una frase: «Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto» (Mateo 1:19).

Aquí vemos que José no es el hombre debilucho y gruñón de la leyenda de la Navidad. Incluso antes de recibir el mensaje de Dios acerca de Jesús, José demostró amor por María, y su compromiso de proteger la dignidad de ella superó cualquier legalismo. La conducta de José retrata una masculinidad genuina y una justicia certificada por la Biblia.

La situación, por supuesto, no es lo que él se había imaginado en primer lugar. En un sueño un ángel le dijo a María que el embarazo tenía un origen divino. José desechó sus planes previos y accedió a obedecer de forma tan rápida y sencilla como María había aceptado el hecho de que estaba embarazada antes de casarse (Mateo 1:24; Lucas 1:38).

Una respuesta así de positiva a una circunstancia difícil y arriesgada habría sido imposible en una mente legalista y espiritualmente opaca. Un hombre legalista rápidamente habría despreciado el mensaje del ángel como una alucinación, porque parecía contradecir la ley. La espiritualidad de José era de tal clase que él era capaz de valorar la voluntad del legislador más que la ley, algo que eludían muchos de los teólogos y líderes religiosos más sofisticados (Mateo 15:3-9), por no mencionar a los discípulos de Jesús.

Cuando en otro sueño un ángel le ordenó a José que huyera a Egipto con María y el bebé, José obedeció y huyó (Mateo 2:13-14). Para muchos en la posición de José, el mandato podría haber parecido un sinsentido. Ellos esperaban un mesías poderoso y conquistador, no un bebé refugiado (Hechos 1:6).

Que José fuera capaz de dejar a un lado la mentalidad común en la época a causa de un sueño muestra que su espiritualidad era más profunda que el pensamiento religioso prevalente de la gente de su época. Él sabía cuando Dios le había hablado directamente. Vemos a un hombre simple de pueblo cooperando con Dios para preservar la vida del Mesías.

A menudo vemos la natividad como una celebración del consuelo y la inocencia. En Europa y Estados Unidos, la Navidad a menudo es un tiempo para pensar en lo acogedor. En mi país es una especie de celebración para niños entre los evangélicos.

¿Podría haber encajado José alguna vez en estas Navidades modernas? Es verdad que podemos decir que José tenía una humildad infantil como la que Jesús más adelante elogió (Mateo 18:4), y ciertamente su simplicidad y rectitud son una forma de inocencia. Pero José crió a Jesús en un tiempo turbulento. Quizá nuestras Navidades serían mejores si recordáramos que tanto la inocencia como la capacidad para reaccionar fueron características del padre que Dios escogió para guiar a su familia en medio del peligro, no solo para cuidar niños protegidos y seguros. Sin duda, José sabía lo violentos que podían ser los gobernantes romanos. Es posible que en los caminos hubiera pasado cerca de crucificados agonizantes que, al igual que su familia, eran una amenaza para el régimen.

Debido a la decisión política de un emperador a miles de kilómetros de distancia, Jesús nació en una Belén abarrotada: un dolor de cabeza logístico para José. Es posible que la pareja haya viajado con familiares que estuvieron a su lado cuando Jesús nació. Pero no se menciona nada de familiares que ayudaran a José a atender a María y al bebé. Cuando no hubo espacio para ellos en la habitación de invitados, José no tuvo los medios para proveer algo mejor (Lucas 2:4-7). Más adelante, otra decisión política y otro mensaje recibido por medio de un sueño llevaron a José a huir a Egipto con María y Jesús. Herodes no podía permitir que creciera un niño que tuviera el potencial de desafiarlo en el trono, y puso al bebé en la mira para asesinarlo.

La huida a Egipto (La fuite en Égypte) de James Tissot.Brooklyn Museum
La huida a Egipto (La fuite en Égypte) de James Tissot.

El miedo, la angustia y la sensación de impotencia debieron inundar el tierno corazón de José cuando cobró conciencia de la amenaza. Cualquiera que haya vivido una violencia masiva (como en el caso de una guerra civil) sabe la agonía de la posibilidad de perder a los seres queridos que viene acompañada de la incapacidad para protegerlos.

Cualquiera en el lugar de José se habría hecho preguntas existenciales y habría cuestionado su fe. ¿Tuvo la tentación de quitarse la vida, como les pasa a algunos cuando enfrentan una situación similar? ¿Pensó en migrar a un lugar más seguro y nunca regresar a Palestina? ¿Tuvo la tentación de volverse pasivo o fatalista? La combinación de peligro, duelo, aburrimiento, la falta de un trabajo significativo, una gran responsabilidad e incluso cargas mayores han conducido a muchos desplazados por la fuerza a reaccionar de esa manera.

Es la espiritualidad de José, bellamente mezclada con las dificultades que enfrentó, la que hace que esta sea una historia de esperanza. Seguramente consideró las palabras del ángel: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise» (Mateo 2:13). Parte de esto era una orden, otra parte era una promesa: Dios estaba en control. Un día José y su familia regresarían. Los gobernantes egoístas y crueles no tendrían la última palabra en la vida de la familia de José.

Y, no obstante, José y su familia se encontraban en una situación delicada en la que necesitaban depender de Dios para tomar las decisiones más básicas. Una decisión errónea sería fatal. Cuando llegó el momento de regresar, el ángel le dio la señal a José (Mateo 2:19-20).

De nuevo la divinidad guió a José a tomar una decisión que era muy peligrosa. Cualquiera que haya sido refugiado lo reconoce. En el campo de desplazados donde yo viví, algunos hombres regresaron a sus vidas normales antes de que el área fuera segura y su impaciencia les costó la vida.

El mundo seguía siendo el mundo, incluso en un momento de descanso. Dios le aconsejó a José que no vivieran en Judea, sino en Galilea. No había una seguridad completa, ni un alivio total. Herodes estaba muerto, pero su hijo estaba en el poder (vv. 21-23). Dios no destruyó entonces a todos los malvados, pero tampoco permitió que frustraran sus planes.

Hoy, en algunos aspectos, el mundo es mejor que durante la época de José. Las organizaciones de derechos humanos pueden hablar por los débiles y ayudar a proteger sus vidas. Sin embargo, la humanidad sigue estando caída y, por lo tanto, muy lejos de ser perfecta. El número de desplazados por la fuerza en el mundo ha alcanzado el nivel más alto de los últimos 40 años. Guerras, terremotos, erupciones volcánicas, huracanes, pandemias y las decisiones de los gobernantes pueden destruir nuestra sensación de seguridad y estabilidad.

Dicho esto, nunca deberíamos olvidar que Dios está obrando y que está con nosotros incluso en nuestras horas más oscuras (Salmo 23:4-5). Además, Él ha prometido instruirnos en el camino que debemos seguir (Salmo 32:8) como instrumentos de su voluntad en la tierra.

Del mismo modo que Dios utilizó a José, así intenta usarnos para llevar a cabo sus propósitos para nuestra generación. Pero esto requiere que nosotros tengamos una clase de espiritualidad que trasciende las tradiciones denominacionales y las mentalidades legalistas. También debemos evitar cuidadosamente las trampas de la carne para seguir siendo sensibles a Dios mientras él se mueve en nuestro tiempo.

Así como Dios no permite que estas cosas nos separen de él, nosotros no deberíamos permitir que el peligro o la inseguridad —ni siquiera la muerte— nos detengan a la hora de cooperar con Él.

¿Cómo podemos hacerlo? No a través de complicadas estrategias, sino con una fe como la de José: una fe simple, infantil, dispuesta a depender de Dios en las decisiones que tomamos, a hacer lo que Él nos indique, y a ir donde Él nos conduzca sin quejarnos, sea cómodo o peligroso.

Acher Niyonizigiye es pastor de la Iglesia Comunidad Internacional Bujumbura, cofundador de la organización de liderazgo Greenland Alliance y autor de Be Transformed and Glorify God with your Life.

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Cuando los medios de comunicación se convierten en el ‘príncipe de la potestad del aire’

Para terminar con la desinformación y la opresión sistémica es necesario discipular a la nación entera.

Christianity Today November 22, 2023
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: Unsplash / Pexels

En Filipinas, mi país de origen, las noticias falsas viajan rápido. Y no solo a través de las redes sociales, sino también a través de la comunicación de boca en boca difundida por marites, una palabra del idioma tagalo para referirse a las personas que cuentan chismes.

Esta es una palabra compuesta por mare, que significa «madrina» y que también se refiere a grupos de amigos en el vecindario, y la palabra inglesa latest. Esto se interpreta como: «Mare, ¿qué hay de nuevo?». Así que los chismes corren muy rápido, especialmente en comunidades urbanas pobres y densamente pobladas.

La tecnología ha acelerado y ampliado la difusión de información falsa más allá de lo que las conversaciones entre amigos jamás podrían lograr. Ocurre en Estados Unidos, en todo el Occidente, y también en países donde el gobierno influye o restringe los medios de comunicación.

Los analistas dicen que parte de la razón por la que el actual presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos Jr., ha regresado al poder en compañía de sus aliados es la forma en que han podido utilizar las redes sociales masivamente para cambiar las historias del gobierno autoritario de su padre.

Los cristianos de todo el mundo han lamentado con razón la difusión de noticias falsas en sus comunidades, la prevalencia de las teorías de conspiración y el escepticismo hacia la posibilidad de llegar a conocer la verdad. Aquellos de nosotros que vivimos en lo que se conoce como «el mundo mayoritario» también somos sensibles a otra dimensión de este fenómeno: es más probable que veamos la realidad espiritual detrás de él.

Sentimos cómo lo demoníaco podría alojarse y atrincherarse en las tecnologías de los medios de comunicación: nuestra versión contemporánea de lo que Pablo llama el «príncipe de la potestad del aire» en Efesios 2:2 (NBLA).

El lenguaje de Pablo sobre «tronos, poderes, principados o autoridades» en Colosenses 1:16 (NVI) sugiere que lo demoníaco se manifiesta no solo en personalidades, sino también en fuerzas subhumanas (estructuras e instituciones) que esclavizan u oprimen a las personas.

La mentira suele ir acompañada de opresión, dice el libro de Jeremías. Cuando la verdad ha perdido su lugar en la plaza pública, «… “vives en medio de engañadores, que por su engaño no quieren reconocerme”, afirma el Señor» (Jeremías 9:6). Los que doblan la lengua para decir mentiras actúan con maldad.

El Estado y otras instituciones poderosas tienen el poder de engañar a las masas a través de los medios de comunicación y las redes sociales. No es casualidad que lo primero que hagan los déspotas para consolidar el poder sea amordazar a la prensa.

En una época de desinformación masiva, los cristianos deben luchar por la verdad. La manera en que debemos involucrarnos con el «príncipe de la potestad del aire» es llevando a la plaza pública las normas de Dios para la sociedad y articulándolas de manera persuasiva.

Una ‘comunidad hermenéutica’

La participación en la vida política y social de un país no significa simplemente poner a cristianos en cargos públicos o ganar posiciones de poder para promover nuestros valores y nuestra agenda al estilo de la derecha religiosa en Estados Unidos. Más bien, significa crear un entorno social e intelectual que defienda la coherencia de los valores cristianos y dé forma al comportamiento en la vida pública.

Como lo expresa el escritor T.S. Eliot:

(…) Las creencias de los gobernantes serían menos importantes que las creencias a las que estarían obligados a conformarse. Y un estadista escéptico o indiferente [con respecto a la fe] que trabaje dentro de un marco cristiano, podría ser más eficaz que un estadista cristiano devoto obligado a ajustarse a un marco secular. (…) No es el cristianismo de los estadistas lo que importa en primer lugar, sino que estos sean limitados por medio de las tradiciones y el carácter del pueblo que gobiernan a un marco cristiano dentro del cual puedan llevar a cabo sus ambiciones.

¿Cómo podemos crear un entorno así?

En primer lugar, construimos intencionalmente lo que yo llamo una «comunidad hermenéutica», compuesta por aquellos que, como la tribu de Isacar (1 Crónicas 12:32), pueden discernir los tiempos y dar orientación sobre cómo influir e impactar efectivamente en la sociedad.

Testificar, en el sentido paulino, es llevar «cautivo todo pensamiento para que obedezca a Cristo» (2 Corintios 10:5). Desafortunadamente, este mandato misional ha sido dejado de lado por la enorme energía puesta en proclamaciones superficiales del evangelio que pasan por lo que llamamos «evangelización». Entrenamos a los creyentes para que usen la Biblia en asuntos como cómo ser salvos, pero no en cómo se puede aplicar todo el consejo de Dios a los muchos problemas que enfrentamos todos los días.

Es cierto que el tipo de educación que permite a las personas involucrarse en los problemas del ámbito público requiere una atención centrada en aquellos con talentos y experiencia profesionales relevantes, abriendo sus mentes a la relevancia del evangelio para toda la vida. Es hora de que testifiquemos y traigamos al centro de la vida de la iglesia a los artistas y los científicos, a aquellos con dones que pueden comunicarse creativamente con el mundo exterior.

La importancia de tal comunidad hermenéutica me quedó grabada en el apogeo de la lucha contra el régimen autoritario del expresidente filipino Ferdinand Marcos. Algunos líderes evangélicos en Filipinas criticaron repetidamente a mi organización, el Instituto de Estudios sobre la Iglesia y la Cultura Asiáticas (ISACC, por sus siglas en inglés), por ser parte de la oleada de resistencia contra la continuación del gobierno de Marcos.

ISACC es una pequeña comunidad de científicos sociales, profesionales del desarrollo, escritores, artistas y un puñado de pastores y teólogos. Estábamos convencidos de que los resultados de las elecciones anticipadas de 1986 que proclamaron ganador a Marcos eran fraudulentos. Él ya no tenía derecho a gobernar nuestro país.

Organizamos una protesta junto con otros movimientos. Luego, los líderes evangélicos etiquetaron esto como «rebelión» y siguieron haciendo referencia a Romanos 13:1-7, que habla de estar sujetos a las autoridades gobernantes.

Pero nuestra lectura de la época difería mucho. Nuestro discernimiento fue que el texto relevante para esos tiempos no era Romanos 13, como pensaban la mayoría de los evangélicos, sino Apocalipsis 13. Hay momentos en que el estado deja de ser un siervo y en su lugar asume las proporciones de una bestia (Apocalipsis 13:5-8), y por eso hay que resistirlo.

Nuestra lectura tanto de la época como del texto relevante triunfó.

Después de la Revolución del Poder Popular de 1986, algunos líderes de la iglesia comenzaron a preguntar: ¿Cómo es que ISACC parece tener el dedo en el pulso de dónde está nuestra gente, pero no lo hemos notado?

Para que no perdamos nuestras señales históricas, debemos formar una masa crítica de líderes de pensamiento jóvenes que puedan leer los signos de los tiempos con precisión, y aplicar creativamente las Escrituras al analizar y confrontar los temas candentes de nuestros días.

Discipular naciones

En segundo lugar, se nos dice que discipulemos naciones, no solo individuos. Debemos crear nuevos sistemas que afirmen la vida dentro de nuestras culturas.

Esto no se logra principalmente mediante la construcción de estructuras alternativas bautizadas como «cristianas», ni con medios de comunicación «cristianos» o escuelas «cristianas», sino penetrando en nuestras culturas y en las instituciones existentes. Afirmamos o hacemos crítica de nuestras costumbres y tradiciones, y las volvemos a Cristo y los valores del reino.

La gran protesta que levantamos contra Marcos puede haber ocurrido hace 37 años, pero seguimos luchando con bestias igualmente siniestras en nuestros días.

Por ejemplo, hay un resurgimiento del autoritarismo en muchos países donde se suponía que se había restaurado la democracia. Persiste el culto al caudillo o al hombre fuerte mítico.

Parte de la explicación es la falta de congruencia entre los valores operativos de la cultura y las estructuras de gobierno establecidas. Como lo expresa el sociólogo guatemalteco Bernardo Arévalo: «Tenemos el hardware de la democracia, pero el software del autoritarismo».

El cambio necesita un software de valores que respalde el hardware de las estructuras e instituciones que implementemos.

Crear patrones culturales de apoyo que hagan que nuestros sistemas funcionen requiere discipular a toda una nación. El proceso comienza —pero no termina— con la transformación interna de los individuos. Tal cambio se traducirá en las «buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica» (Efesios 2:10), y que más tarde irradiarán a la sociedad en general.

El historiador y misionólogo Andrew Walls, al rastrear el salto del cristianismo desde el judaísmo hasta que penetró en la cultura y las formas de pensamiento griegas, explica cómo la Biblia involucra culturas y transforma el tejido social de las naciones:

La Palabra debe pasar a todas esas formas distintivas de pensamiento, esas redes de parentesco, esas formas especiales de hacer las cosas, que dan a una nación su sentido de comunidad, su coherencia, su identidad. [La Palabra] tiene que viajar a través de los procesos mentales y morales compartidos de una comunidad.

Al llevar la Palabra al ámbito público, liberamos a las personas de lo que Pablo llama «las fortalezas» de la mente (2 Corintios 10:4). Las fortalezas, en la forma que Pablo usa el término, no son principalmente territorios de poderes espirituales, sino la red de mentiras que habitan en nuestras mentes, que moldean la conciencia de una sociedad y que mantienen nuestras culturas en esclavitud.

Testificar implica destruir las barreras intelectuales que se oponen a la fe en Cristo. Y significa difundir la Palabra y llevar «cautivo todo pensamiento para que obedezca a Cristo» (2 Corintios 10:5).

Desafortunadamente, hemos reducido nuestro testimonio a pronunciar formulaciones evangélicas preenvasadas que asumimos funcionarán de una cultura a otra y que realmente no conectan con los corazones y las mentes de nuestra gente. También es desafortunado que aquellos de nosotros que somos receptores de teologías desarrolladas en Occidente hayamos tendido a pasar por alto la naturaleza cultural y encarnacional de nuestro testimonio.

Una obra transformadora

Hoy en día, la pobreza masiva ha provocado la erosión de los valores del pueblo filipino. La presión económica hace que nuestros burócratas entreguen su integridad y que nuestros trabajadores en el extranjero se conviertan en contrabandistas y transportistas de drogas en lugares remotos. En tagalo lo llamamos kapit sa patalim, y se refiere a cómo las personas se atreven a asir con fuerza la hoja de un cuchillo afilado, incluso si les corta las manos, solo para obtener oportunidades de sobrevivencia.

Pero el cambio puede ocurrir y extenderse a través de las estructuras que organizan nuestra vida común. Así sucedió con la iglesia primitiva, la cual a través de su práctica y testimonio bajo persecución, consiguió romper las barreras de clase, raza y género para finalmente desgarrar el tejido social de la civilización greco-romana, una sociedad que había nacido sobre las espaldas de la esclavitud.

La batalla por el alma de un pueblo comienza con la mente. La gente sigue al «príncipe de la potestad del aire» hasta que la Palabra se abre paso. Y a medida que el evangelio penetra y transforma nuestros modelos mentales de cómo funciona el mundo, las comunidades pueden avanzar hacia nuevos patrones culturales.

Melba Padilla Maggay es escritora y antropóloga social. Se desempeña como presidenta de Micah Global y anteriormente fue presidenta del Instituto de Estudios sobre la Iglesia y la Cultura Asiáticas (ISACC, por sus siglas en inglés).

Speaking Out es la columna de opinión de los invitados de Christianity Today y (a diferencia de un editorial) no necesariamente representa la opinión de la publicación.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Vengan pastores, cansados y cargados

Aprendamos a caminar bajo el peso de los muchos «sombreros» del ministerio.

Christianity Today November 21, 2023
Ilustración por Daniel Liévano

Después de años de trabajar como maestra, mi esposa Lisa, regresó a la escuela de posgrado para convertirse en terapeuta. Nuestra iglesia había abogado durante mucho tiempo por el apoyo a la salud mental y manteníamos una lista de referencias para los feligreses que necesitaran consejería profesional. Incluso habíamos desarrollado una beca generosa para ayudar con el pago de honorarios por consulta. Entonces, cuando Lisa estableció su nuevo consultorio, me entusiasmó recomendarle a varios de nuestros feligreses.

Lisa rápidamente se opuso a ser incluida en nuestra lista de referencias. «Seguramente no podré atender a la mayoría de las personas de nuestra iglesia. No usaré más de un sombrero con ninguno de ellos. No es ético».

Me sorprendió, pero me explicó: «No puedo ser la esposa del pastor y a la vez ser consejera [profesional], o compañera de adoración y terapeuta».

Los estudiantes de consejería profesional estudian la ética de las relaciones duales. Se les enseña a usar solo un «sombrero» relacional con un cliente y a tener mucho cuidado en las interacciones fuera de sus sesiones, incluso en las redes sociales. En las raras ocasiones en que un terapeuta debe usar dos sombreros con un cliente, el consejero está capacitado para prestar especial atención a cómo las otras interacciones influyen en la relación terapéutica.

La advertencia de Lisa aclaró algo con lo que yo había estado batallando durante años. Los pastores usan muchos «sombreros» relacionales con los feligreses. Es una realidad inevitable de la vocación. La mayoría de las otras vocaciones requieren una sola relación única: visitamos al médico para obtener ayuda médica, al mecánico para reparar el automóvil, al terapeuta o consejero para obtener ayuda emocional. Pero debido a que el ministerio de la iglesia tiene múltiples niveles, los pastores deben cumplir múltiples roles para ser efectivos. Esta complejidad relacional es un desafío único en el ministerio.

Un peso agotador

A veces, estos roles y relaciones superpuestos son molestos, pero relativamente inocuos, como cuando yo llego a la fiesta de un miembro de la congregación. La risa se detiene y alguien dice: «Bueno, iba a contar ese chiste, pero el pastor está aquí». En momentos como este, los pastores se dan cuenta de lo difícil que es para algunos feligreses verlos como seres humanos. Por el contrario, imaginan un letrero sobre nuestras cabezas que dice: «Oficial enviado por Dios para vigilar tu libertad condicional».

Imagina a una pastora el día de Navidad. Ella organiza la cena de Navidad con algunos amigos, pensando que su sombrero de pastora está colgado en el armario. Entonces su amiga dice: «Oye, aprovechando que estás aquí… no cantamos suficientes villancicos durante el servicio de Nochebuena. Y no soy la única que opina esto; varios otros comparten mi opinión. Solo pensé que querrías saberlo».

Detén ese pensamiento allí mientras saco mi sombrero de pastora, el que casi nunca me quito, piensa ella. El que está manchado por una intensa temporada de cuidado pastoral que culminó en un maratón de Nochebuena de 13 horas. Además, recuérdame por favor prenderle fuego al sombrero de «amigos con miembros de la iglesia» de una vez por todas.

Este cambio rápido de sombreros puede ser más que inocuo: puede agotar a los pastores. Se espera que los pastores tengan un conjunto de habilidades inusualmente amplio, y algunas de las capacidades requeridas se contradicen activamente entre sí. Es común que un pastor organice una reunión de la junta de líderes, prepare un presupuesto, hable con un miembro del personal de la iglesia sobre sus metas y el desarrollo profesional, organice un funeral y se siente a hablar con alguien que entró a la iglesia pidiendo dinero, todo en el mismo día.

Siento este agotamiento con mayor profundidad cuando termino de predicar un sermón y paso inmediatamente a escuchar a los feligreses contarme sus penas después del servicio. Mi cuerpo todavía siente la adrenalina y la vulnerabilidad de la predicación, y mis pensamientos giran rápidamente sobre lo que dije y cómo podría haberlo dicho mejor. Pero antes de que tenga tiempo de concentrarme, alguien está pidiendo oración porque recientemente recibió un diagnóstico de cáncer, o por interminables problemas con un hijo adulto. Mi sombrero de predicador es rápidamente reemplazado por mi sombrero de guía espiritual.

Y no es solo el cambio de sombrero lo que dificulta las cosas. En algunas relaciones pastorales, tenemos que usar múltiples sombreros superpuestos. La presidenta del consejo de ancianos es una maravillosa persona, y es un placer servir con ella. Pero nuestra relación es complicada porque ella es mi jefa y yo soy su pastor. Me enorgullece llamarla a ella y a su esposo mis amigos, pero estas dinámicas enredadas complican las cosas para todos.

En la obra de William Shakespeare Enrique IV, Parte 2, el personaje principal dice: «Inquieta yace la cabeza que lleva una corona». No tengo experiencia de primera mano con coronas, pero ¿serán tan pesadas y difíciles de manejar como una pila de 20 sombreros?

¿Qué vamos a hacer con todas estas relaciones superpuestas y conflictivas? Como pastores, no tenemos la opción de evitar las relaciones duales como lo hacen los terapeutas. ¿Podemos mitigar el peso y el cansancio que conlleva esta vocación polifacética?

Amistades ministeriales: sombreros superpuestos

La mayoría de los sombreros del ministerio se pueden clasificar en dos pilas generales, los que usamos según nuestras capacidades y los que usamos según las expectativas. La pila de las capacidades podría incluir sombreros como consejero, predicador, experto en la Biblia, visionario, gerente de personal, reclutador, director espiritual y recaudador de fondos. La gran variedad de habilidades requeridas es suficiente para dejarnos molidos.

Sin embargo, en mi experiencia, los sombreros de la pila de capacidades no son los más pesados. Los sombreros que generan más ansiedad y conflicto son los que uso debido a las expectativas que tengo sobre mí mismo o que otros tienen de mí. Espero ser un predicador estrella, un servicio de atención abierto las 24 horas del día y un experto en cosas que nunca he hecho antes, como una campaña importante. Otros pueden verme como un partidario político, como una proyección de su disfunción o como el departamento de quejas.

Pero hay un sombrero con el que todos los pastores deben lidiar que desafía la categorización, el de amigo.

¿Pueden los pastores tener amistades verdaderas y vivificantes dentro de sus congregaciones? Cada célula dentro de mí quiere responder: «¡Sí, por supuesto!». Pero en lugar de eso debo decir: «Depende. Procede con precaución».

¿A cuántos miembros de la congregación sus amigos los critican regularmente por su desempeño laboral? La gente no se queda después de un servicio cuestionando las calificaciones de la ingeniería civil de Pedro o debatiendo las habilidades de Daniela como agente de seguros. Pero todos se sienten bastante cómodos analizando el último sermón del pastor o la decisión de liderazgo que tomó.

Luego, por supuesto, hay personas que necesitan estar cerca del pastor de una manera poco saludable. Una vez, un nuevo miembro de la iglesia me dijo: «Solo me quedo en una iglesia si el pastor y yo somos amigos cercanos». ¡Qué cosa! Yo ya tenía suficiente tiempo en el ministerio como para saber que la mejor respuesta para esto era dejar que se decepcionara de mí tan pronto como pudiera. «Si tu única lente para involucrarte en la iglesia es tu amistad conmigo, entonces dudo que te involucres mucho. Espero que puedas encontrar el camino a una iglesia en la que simplemente puedas crecer y servir». Se quedó unos meses y luego se mudó a la siguiente iglesia, en busca del amigo influyente que tanto necesitaba.

Además, los pastores pueden olvidar que no importa qué sombrero se pongan en un momento dado, incluido el sombrero de amigo, la mayoría de las personas aún verán el sombrero de pastor asomándose por debajo. Hace años, estaba realizando una campaña importante y le pedí a una pareja casada que consideraba buenos amigos que se ofrecieran como voluntarios en el equipo de planificación. Después de unos días de silencio, el esposo finalmente respondió que ellos no podrían ayudar. Pero accidentalmente también reenvió la correspondencia entre él y su esposa discutiendo mi solicitud. Uno de los correos electrónicos de su esposa decía: «La última vez yo le dije que no, ahora es tu turno».

Esa correspondencia privada me ayudó a ver que mis amigos de la iglesia también enfrentan un desafío en el manejo de mis múltiples roles relacionales. Cuando pienso en amigos de la iglesia que critican mis sermones, puedo caer en la autocompasión. Pero me ayuda a considerar la perspectiva de mis amigos: ¡Después de todo, soy el único en el grupo de amigos que se sube a un escenario para llevar a cabo un monólogo con ellos todas las semanas!

Sí, los pastores pueden disfrutar de amistades dentro de la iglesia. Pero los pastores sabios recuerdan que incluso sus amigos más cercanos dentro de la iglesia están navegando en una relación dual con ellos. Y para la mayoría de los feligreses, podría ser mejor seguir siendo una persona amigable que un amigo.

El remedio más simple para la complejidad de las amistades ministeriales es invertir en relaciones de un solo sombrero fuera de la iglesia. El pastor y autor Glenn Packiam habla de que un pastor tiene la necesidad de una serie de relaciones que requieran un solo sombrero, y que todas desempeñen diferentes roles en la vida del pastor. Packiam compara esto con el grupo central de La Comunidad del Anillo de J. R. R. Tolkien. Frodo tenía un verdadero amigo en Sam, un sabio juicioso en Gandalf, un sanador en Elrond, etc. Estoy seguro de que todos hemos escuchado sobre las alarmantes estadísticas de soledad y agotamiento en el ministerio. Desafortunadamente, a menudo los pastores todavía descuidan la inversión adecuada en estas relaciones necesarias de un solo rol.

En mi asesoramiento a otros pastores, los insto a hacer un inventario rápido de sus relaciones de un solo sombrero. ¿Cuántas tienen? ¿Qué papel juega cada relación? Y ¿cuánto tiempo invierten en cada una? Mi propia vida pastoral se ha visto poderosamente aliviada por mi inversión intencional en estas relaciones de un solo rol fuera de mi iglesia. Me han dado una nueva habilidad para cultivar relaciones más sanas dentro de mi iglesia.

Suposiciones erróneas y expectativas exageradas

Dedico gran parte de mi tiempo capacitando a otros pastores para que aprendan a notar, nombrar y disipar la ansiedad crónica. Este tipo de ansiedad se diferencia de otras formas como el trauma o el duelo porque surge de suposiciones, expectativas y creencias falsas. Tenemos suposiciones erróneas sobre nosotros mismos y expectativas poco razonables sobre nuestros niveles esperados de competencia vocacional, los cuales conducen a creencias insostenibles que generan ansiedad crónica. Desafortunadamente, las suposiciones y expectativas no son asuntos privados. De buena gana las colocamos los unos sobre los otros. La ansiedad crónica es la única forma de ansiedad que es contagiosa.

Por ejemplo, un joven pastor me dijo recientemente que después de uno de sus sermones, una nueva familia vino a conocerlo. Se acababan de mudar a la ciudad y estaban ansiosos por encontrar una iglesia como la anterior. «Nuestro último pastor fue el mejor predicador que jamás hayamos escuchado», dijeron. «Nadie exponía las Escrituras como él lo hacía».

Su expectativa, aunque inocente, infectó las suposiciones de este pastor acerca de sí mismo como un joven plantador de iglesias. Si este joven pastor no tiene cuidado, esta infección de ansiedad crónica formará la falsa creencia de que tiene que predicar de cierta manera para mantener feliz a la gente. Él apilará sombreros sobre su cabeza que Dios jamás le dijo que se pusiera.

La expectativa en sí no es mala: se nos debe exigir un estándar alto y las personas deben esperar ciertas cosas de nosotros. Pero la continua presión vocacional de los pastores se magnifica cuando la gente coloca sobre ellos expectativas irrazonables e inalcanzables. Algunas personas piensan que saben cómo dirigir una iglesia simplemente porque asisten a una. Otros tienen la creencia subconsciente de que Dios está de su lado sin importar la opinión que expresen. Sus expectativas pueden infectar las nuestras y generar un estrés tremendo.

Pocas cosas provocan tanta ansiedad como las cosas que nos exigimos a nosotros mismos. Algunos pastores creen que siempre deben hacer todo perfectamente bien todo el tiempo. Otros sienten que siempre deben estar ahí para aquellos que sufren, sin importar el daño a su propio bienestar. Algunos están motivados por complacer a las personas: ningún crítico puede expresar una opinión negativa sin que estos pastores intenten ganarse al detractor. Y aún otros esperan que cada sermón que predican sea el mejor que hayan dado. Ninguno de estos sombreros de expectativas pertenece al ropero del pastor: simplemente no encajan.

Como pastores, haríamos bien en practicar el difícil arte de la diferenciación del yo: notando cuando estamos viviendo bajo expectativas internas y externas insostenibles, y definiendo claramente una capacidad y alcance de tamaño humano para nosotros mismos. Debemos aprender a tamizar nuestras propias falsas expectativas y creencias. Debemos tirar los sombreros que no pertenecen a nuestras cabezas y cambiar el tamaño de los que nos quedan hasta debajo de las cejas.

Pastor, ¿esperas más de ti mismo que lo que Dios espera de ti? He encontrado que una pregunta simple es útil para traer alivio a esto: ¿Qué pasaría si yo fuera tan ________ conmigo mismo como lo es Dios?

Por ejemplo, ¿qué pasaría si fuera tan amable conmigo mismo como lo es Dios? Esta pregunta me ayuda a ver que el «evangelio» en mi interior es siempre más duro que las Buenas Nuevas de Jesús.

Aprender a vivir como pastores de tamaño humano no es algo natural para nosotros. A menudo usamos el versículo que dice «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13) como una licencia para el autoabuso y el agotamiento. Pero el pastoreo es lo suficientemente complejo sin que agreguemos más sombreros al montón que ya tenemos.

Las bendiciones dinámicas del ministerio pastoral

Nosotros, los pastores, nunca tendremos relaciones de un solo sombrero con nuestros feligreses, ni deberíamos intentarlo. Pero sí podemos mitigar el peso de los múltiples sombreros aprendiendo a reconocerlos, prestando atención al cambio rápido de uno a otro, cultivando relaciones de un solo sombrero fuera de nuestra iglesia, e identificando y rechazando expectativas poco realistas.

Podemos envidiar a los consejeros y terapeutas con sus vocaciones concisas y relaciones de un solo rol, no obstante, el ministerio pastoral es un llamado asombroso. Ninguna otra vocación nos abre tan plenamente a la maravilla y el misterio de Dios, y a la sagrada tarea del cuidado del alma. Nos pagan por estudiar las Escrituras, disfrutar de Dios frente a la gente, atender a las almas de nuestros feligreses a lo largo de los años, visualizar tangiblemente el reino de Dios llevado a cabo localmente y hacer algo por los lugares más quebrantados de la sociedad.

Muchas personas en mi congregación han compartido su dolor, arrepentimiento, duda y pecado conmigo, pero también comparten su sanación, alegría, esperanza y hambre espiritual. Usar múltiples sombreros puede ser agotador, pero no conozco otra vocación que experimente la vida abundante como la de un pastor. Es una vocación compleja, maravillosa, agotadora, estimulante y santa.

Steve Cuss sirve en el equipo pastoral de Discovery Christian Church en Colorado. Sus libros incluyen Managing Leadership Anxiety: Yours and Theirs y The Expectation Gap: The Tiny, Vast Space between Our Beliefs and Experience of God.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Él no nos dejará heridos

La difícil tarea de la fe encarnada.

Christianity Today November 21, 2023
Phil Schorr

Se abrirán entonces los ojos de los ciegos
y se destaparán los oídos de los sordos;
saltará el cojo como un ciervo,
y gritará de alegría la lengua del mudo.
Porque brotarán aguas en el desierto
y torrentes en el sequedal.
La arena ardiente se convertirá en estanque,
la tierra sedienta en manantiales burbujeantes.
Las guaridas donde se tendían los chacales
serán morada de juncos y papiros.

– Isaías 35:5-7

No es fácil habitar nuestro cuerpo y confiar en la obra del Espíritu al mismo tiempo. La enfermedad, la discapacidad y el abuso forman parte de nuestra realidad, y se apoderan urgentemente de nuestra atención. A menudo, nuestra mente se llena de pensamientos vertiginosos, obsesionados con nosotros mismos, y nuestros propios males monopolizan nuestra atención.

Queremos alivio: un lugar donde nuestras almas resecas encuentren agua; donde podamos superar las limitaciones de nuestros cuerpos. Clamamos por rescate y pedimos venganza por las injusticias que han sufrido nuestros cuerpos. Esperamos ver a Cristo en manantiales brotantes, pero nos distraemos con la arena ardiente bajo nuestros pies.

El profeta Isaías reveló la promesa de Dios en el lenguaje de la sanidad. Sí, el Mesías traerá la paz espiritual, pero no pasará por alto los cuerpos heridos de los redimidos. Él nos guiará a Sion con alabanza y nos conducirá al brillante amanecer de nuestra esperanza. Él no nos dejará heridos.

Aunque conocemos la promesa, somos propensos a errar, siguiendo nuestro propio camino de incredulidad. La redención de Cristo toma a menudo una forma distinta de la que imaginábamos, y nosotros, como Juan el Bautista, nos preguntamos si hemos de esperar a otro rey. ¿Acaso pusimos nuestra esperanza en la persona equivocada? ¿Tal vez no es quien creíamos que era? Anhelamos que llegue nuestro rescate, y que traiga consigo un cambio tangible a nuestra realidad. La respuesta de Jesús a la pregunta de Juan va en esos términos: «Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen alguna enfermedad en su piel son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas noticias» (Mateo 11:4-5).

Él es la salvación que profetizó Isaías. La sanidad que sale de su mano atestigua su divinidad. Israel esperaba la venida de un Salvador que sanaría los quebrantos tanto físicos como espirituales. Esa esperanza se hizo realidad en el nacimiento de un niño. Sus milagros durante su estancia en la tierra fueron los primeros signos de esa tan esperada sanidad. Y, sin embargo, seguimos esperándolo, desgarrados y frágiles.

En lugar de dejar que nuestra debilidad desaliente nuestra devoción, levantamos los ojos llenos de expectativa hacia Aquel que puede salvar. Esta temporada, haremos eco de las esperanzas del antiguo Israel cuando cantemos: «Oh ven, oh ven, Emmanuel». Llegará un momento en que la totalidad de esta profecía será nuestra realidad. Caminaremos por el camino santo con los redimidos. El gozo y la alegría eternos estarán sobre nuestras cabezas, y todo dolor saldrá huyendo.

Hasta que eso suceda, recordamos al niño nacido en Belén, que vino a abrirle los ojos a los ciegos y a anunciar las Buenas Nuevas a los pobres, y que volverá para reunir y salvar al pueblo de Dios. Él traerá la retribución divina por los agravios y la sanidad de nuestras heridas, y entonces seremos restaurados. «Digan a los de corazón temeroso: “Sean fuertes, no tengan miedo. Su Dios vendrá…”» (Isaías 35:4).

Reflexiona



1. Las palabras proféticas de Isaías y el ministerio de sanidad de Jesús, ¿cómo nos reconfortan y nos dan esperanza en nuestras propias luchas contra limitaciones físicas, enfermedades o injusticias?

2. ¿Cómo podemos animarnos unos a otros a permanecer firmes y fuertes en la fe, a pesar de las pruebas y los desafíos que afrontamos?

Beca Bruder es jefa de redacción de la revista Comment.

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La visita a la sinagoga que lo cambió todo

Cómo la llegada de Jesús alivia nuestra ansiosa espera.

Christianity Today November 21, 2023
Phil Schorr

«El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido
para anunciar buenas noticias a los pobres.
Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos
y dar vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos,
a pregonar el año del favor del Señor».

Luego enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga lo miraban detenidamente y él comenzó a hablarles: «Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes».

– Lucas 4:18-21

No hace mucho, una de mis amigas llevó a mi hija al centro comercial junto con su familia. Yo estaba agradecida por una mañana de trabajo sin interrupciones, y estaba a punto de ir a recogerla cuando oí sonar el teléfono de mi esposo. Era el marido de mi amiga: «Hubo un tiroteo en el centro comercial. Ya hablé con mi esposa: ella y las niñas están bien, pero las tienen retenidas en el local y aún no las dejan salir».

Llegué al centro comercial en un tiempo récord y, mareada por la urgencia, enfrenté la espera más dura de mi vida. Esperé a recibir noticias de la policía; esperé para poder hablar con mi amiga y saber qué había pasado. Esperé a tener a mi hija en mis brazos; esperé para poder inspeccionar sus heridas; esperé para poder aliviar sus miedos y los míos.

El miedo urgente resuena en tantas cosas que nos rodean, ya sea directamente, en la vida de nuestros seres queridos, o en el torrente de información sobre guerras, enfermedades, corrupción y violencia. La necesidad es urgente, pero ¿dónde está nuestra esperanza? Mientras lucho por mantener a raya la desesperanza, imagino cómo se habría sentido la antigua comunidad judía mientras esperaba su liberación y la llegada del Mesías. Habían transcurrido 400 años desde la última vez que escucharon un mensaje de Dios, y estaban sometidos a una opresión abrumadora y a un cautiverio aplastante. Debieron de preguntarse si Dios se había olvidado de ellos y si realmente llegaría un Salvador.

Y entonces, un día, un hombre llamado Jesús entró en la sinagoga y se levantó para leer del rollo del profeta Isaías:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor». (Lucas 4:18-19)

No obstante, Jesús aún no había terminado. No se limitó a recordarles acerca de un futuro que podían esperar. En lugar de eso, hizo una proclamación asombrosa que los habría dejado boquiabiertos: «Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes» (v. 21).

Jesús hizo el anuncio oficial de que Él estaba marcando el inicio del reino de Dios. Cuando lo seguimos, ya no caminamos con desesperanza a causa de las malas noticias de nuestro mundo. En cambio, miramos a Jesús sentado en su trono. Podemos confiar en su promesa de redención, incluso cuando nos enfrentamos a circunstancias horribles en nuestras propias vidas, como el día que esperé a mi hija en el centro comercial.

Cuando por fin vi su rostro y pude abrazarla, sentí un alivio y un gozo sin precedentes. Me recordó que Dios no ha terminado. Que este no es el final. El Rey está aquí, y el jubileo eterno está cerca.

Reflexiona



1. ¿En qué medida esta historia de urgencia y temor coincide con tus propias experiencias de espera, anhelo de liberación y esperanza en situaciones difíciles?

2. Cuando Jesús proclamó el cumplimiento del anuncio mesiánico de Isaías, declaró que el reino de Dios había llegado. Como seguidores de Jesús, ¿de qué manera esta proclamación nos capacita para enfrentar los retos y la oscuridad de nuestro mundo con esperanza y acción?

Kristel Acevedo es autora, profesora de la Biblia y directora de formación espiritual en Transformation Church, en las afueras de Charlotte, Carolina del Norte.

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Una cita imprevista

El significado presente de la paciente certeza de Simeón.

Christianity Today November 21, 2023
Phil Schorr

Ahora bien, en Jerusalén había un hombre llamado Simeón, que era justo y devoto, y aguardaba con esperanza la consolación de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor.

– Lucas 2:25-26

¿Cuándo fue tu última experiencia en una sala de espera? La mía fue hace un par de semanas en el consultorio del médico. El espacio era luminoso, cálido y confortable. Después de registrarse, uno podía leer una pila de revistas, ver un programa en la televisión de pantalla plana, navegar por las redes sociales, o simplemente mirar por la ventana para pasar el tiempo. Pero la espera era obligatoria. Nadie en la sala pudo evitarla, y el retraso fue seguramente más largo de lo que cualquiera de nosotros hubiera deseado. Hay algo en nosotros que quiere que la vida transcurra según lo previsto: nuestro horario.

A menudo, nuestra espera está ligada a una cita que hemos concertado. Hemos acordado ver a tal persona a una hora determinada. Pero si pasa la hora acordada, esperamos; y cuanto más esperamos, más nos agitamos.

¿Qué pasaría si supieras que tienes una especie de cita con la persona más poderosa del universo, pero no estuviera fijada en un calendario? ¿Y si te dijeran que vas a tener una audiencia con el Rey de Reyes, pero no te dieran ni fecha ni hora, sino solo la pista de que sería en algún momento antes de tu muerte? Justo eso es lo que le ocurrió a Simeón.

«Ahora bien, en Jerusalén había un hombre llamado Simeón, que era justo y devoto, y aguardaba con esperanza la consolación de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor» (Lucas 2:25-26).

¿Qué tal esa experiencia en la sala de espera? Imagínate despertar cada día preguntándote: ¿será hoy? Sin duda, la promesa revelada por el Espíritu Santo fue memorable y convincente. Pero seguro que hubo momentos en los que Simeón sintió el peso de esperar a Aquel que sería la única fuente de salvación para la humanidad. ¿Cómo hizo para perseverar a través de la agitación que supone conocer el final de la historia, pero tener que vivir en la incertidumbre del intermedio?

Solo puedo concluir que la devoción de Simeón estaba arraigada en la persona que le presentó el plan, más que en el plan en sí. Tal vez no se atrevía a opinar sobre el calendario o los detalles; tal vez era capaz de considerarlos de dominio exclusivo de la soberanía divina. Simeón estaba gozosamente satisfecho de ver cómo se desarrollaba todo ante sus ojos, confiado en que el que había prometido haría exactamente lo que había dicho, en el momento perfecto y para el bien de «todos los que con amor hayan esperado su venida» (2 Timoteo 4:8).

Qué regalo es poder ver en este tiempo la llegada de la salvación de Dios a través de los ojos de Simeón. Quiero esperar bien, como él, lleno de seguridad de que el Rey volverá tal como prometió. Él siempre llega a tiempo a sus citas. Y ese día, partiremos en paz y nos uniremos a una gran nube de testigos, cara a cara con nuestra salvación (Apocalipsis 22:1-5).

Reflexiona



1. Se nos invita a considerar un tipo diferente de espera: la anticipación de una audiencia con el Rey de Reyes. ¿De qué manera este cambio de perspectiva profundiza tu comprensión de la espera del tiempo de Dios y de sus promesas para tu vida?

2. La devoción de Simeón estaba arraigada en la Persona que tenía el plan, en lugar de centrarse únicamente en el plan en sí. ¿Cómo puedes aplicar este principio en tu propia vida? ¿De qué manera te brinda confianza confiar en la soberanía de Dios?

Monty Waldron está casado y tiene cuatro hijos. Fundó la iglesia Fellowship Bible Church en el año 2000.

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Culture

Un amor implacable

Cuando el miedo nos invade, Dios persigue nuestro corazón.

Christianity Today November 21, 2023
Phil Schorr

El Señor se dirigió a Acaz de nuevo: —Pide que el Señor tu Dios te dé una señal, ya sea en lo profundo del abismo o en lo más alto del cielo.

Pero Acaz respondió: —No voy a pedir nada. ¡No pondré a prueba al Señor!

Entonces Isaías dijo: «¡Escuchen ahora ustedes, los de la dinastía de David! ¿No les basta con agotar la paciencia de los hombres, que hacen lo mismo con mi Dios? Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo y lo llamará Emanuel.

– Isaías 7:10-14

Todos los días le recuerdo a mi hijo cuánto lo amo. Hace unos meses había notado que estaba preocupado y triste. Como muchos niños de su edad, estaba agobiado por las noticias de tiroteos en las escuelas, disturbios, la pandemia y las tensiones políticas. Para ser sincera, yo también tenía mucho miedo. Pero le recordaba a menudo: «Kingston, eres amado. Estamos a salvo. Dios está con nosotros en medio de todo esto, aunque no puedas sentirlo». A mi hijo, como a muchos de nosotros, le cuesta creerlo. Hay pesadumbre en el mundo. ¿Dónde está la esperanza?

En Isaías 7:10-14, encontramos al rey Acaz asustado en medio de inminentes peligros y luchas políticas. Los enemigos se acercaban a la nación de Judá, y en el corazón rebelde de Acaz surge la necesidad de buscar rescate y alivio en otra parte. El rey conocía la ley de Dios, sin embargo, no confiaba en ella. Mientras Dios buscaba ofrecer seguridad, Acaz se dejó gobernar por la idolatría, hasta el punto de sacrificar a su propio hijo (2 Reyes 16). Dios dejó claro lo que esto significaría para Judá: si Acaz no escuchaba sus instrucciones y actuaba en consecuencia, la destrucción sería inevitable (Isaías 10–11).

Dios persiguió implacablemente al rey de Judá no solo porque deseaba que Acaz se arrepintiera, sino porque deseaba la salvación de todo su pueblo. Con el mismo fin, Dios nos persigue a nosotros a través de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Los ojos de Acaz estaban distraídos por lo temporal, mientras que la perspectiva eterna llamaba a su puerta. Pero así como la gracia de Dios continúa en nuestra infidelidad, incluso cuando Acaz rechazó el poder y la presencia de Dios, Isaías le dio una señal: «Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo y lo llamará Emanuel» (Isaías 7:14).

Con el nacimiento de Jesús llegó una gran salvación. La esperanza ya está aquí (Mateo 1:20-22). Dios está con nosotros, en medio de nuestra confusión y de las condiciones a menudo amenazantes de nuestro mundo. Él bajó del cielo para ofrecernos esperanza eterna en nuestras aflicciones momentáneas. Nos pide que escuchemos y creamos, y nos ayuda a hacerlo en nuestra debilidad e incredulidad.

Cuando mi hijo tenía miedo, yo era implacable al perseguir su corazón, del mismo modo que Dios persigue el nuestro. Necesitaba que mi hijo supiera que el miedo no tenía que gobernarnos, sino la esperanza en Cristo. En una época en la que muchos de nosotros sabemos que la duda y el miedo son reales, el amor de Jesús por su pueblo abunda implacablemente. Él es el rescate pagado por la vida de muchos y nos promete: «Como madre que consuela a su hijo, así yo los consolaré a ustedes» (Isaías 66:13). Él es nuestra gran señal: un Rey que nos regala la vida a cambio de su muerte. En este día, no endurezcas tu corazón como Acaz; antes bien, ten certeza de que el poder de Dios está en ti, que su presencia te acompaña, y que su promesa te cubre.

Reflexiona



1. ¿De qué manera la historia del rey Acaz demuestra que Dios persigue los corazones de su pueblo en su deseo de salvarlos?

2. ¿De qué manera podemos encontrar esperanza y consuelo en la seguridad de que Dios está con nosotros, incluso en medio del miedo y la confusión?

Alexandra Hoover es esposa, madre de tres hijos, conferencista, líder ministerial y autora del éxito de ventas Eyes Up: How to Trust God’s Heart by Tracing His Hand.

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La profecía de un gobernante perfecto

Promesas extraordinarias sobre el poder perfecto.

Christianity Today November 21, 2023
Phil Schorr

«Vienen días», afirma el Señor,
«en que de la simiente de David haré surgir un Renuevo justo;
él reinará con sabiduría en la tierra,
y practicará el derecho y la justicia.
En esos días Judá será salvo,
Israel morará seguro.
Y este es el nombre que se le dará:
“El Señor es nuestra justicia”.

– Jeremías 23:5-6

Jeremías fue un profeta en un tiempo en que el pueblo estaba pasando por una agitación política. Durante años, Judá había sido gobernada por reyes malvados, hombres cuyos reinados se caracterizaban por la codicia, la idolatría y la injusticia. En lugar de preocuparse por el pueblo, lo oprimían. Jeremías los invitó a recordar el pacto con Dios y a pastorear a su pueblo. Llamó a los reyes a no imitar a las naciones de su entorno, sino a mostrarles cómo adorar al único Dios verdadero. Sin embargo, ellos ignoraron las advertencias de Jeremías. Una y otra vez, los reyes prefirieron el pecado y rechazaron a Dios, y el pueblo sufrió las consecuencias.

En medio de esta época de caos, Dios no se quedó callado. A través de Jeremías, denunció la insuficiencia y el fracaso del liderazgo de Judá. Sus palabras lanzaron acusaciones incriminatorias contra aquellos que tenían autoridad temporal y meramente derivada del Soberano. Los reyes habían olvidado que eran administradores designados para cuidar de un pueblo que pertenecía a Dios.

Entonces, en Jeremías 23:5-6, el profeta compartió una promesa sorprendente. Dios no iba a acabar con la teocracia de Judá. Iba a perfeccionarla. De la línea familiar de David, Dios levantaría un «Renuevo justo», un heredero legítimo al trono. Este Rey haría lo que los reyes de Judá no podían hacer: liderar de una manera que reflejara perfectamente la justicia y la rectitud de Dios. Bajo su gobierno, el pueblo prosperaría y Dios recibiría adoración. Este rey salvaría al pueblo de su opresión.

Pero este rey no sería otro rey humano. Este rey sería Dios Hijo, Jesús.

Con palabras llenas de esperanza, el profeta le recordó al pueblo que Dios no se había olvidado de ellos. No había hecho la vista gorda ante su sufrimiento. Por el contrario, estaba preparando el camino para que su sufrimiento terminara. Por amor, Dios Padre enviaría a Dios Hijo al mundo para salvarlo de la raíz del problema que asolaba tanto a Judá como a sus reyes: el pecado.

Bajo el reinado de Jesús, el pecado ya no existirá. Él corregirá lo que está mal, castigará el mal y traerá igualdad para todos. La humanidad será tratada con justicia, y reflejará la rectitud y la justicia de Dios. Jesús restaurará el shalom que el pecado ha interrumpido y que intenta destruir.

En todo el mundo, muchas personas conocen el peso de la agitación política cuando son gobernadas por dirigentes que eligen la codicia, la idolatría y la injusticia en lugar del cuidado de la creación de Dios. Sin embargo, del mismo modo que Dios vio el dolor de Judá, ve también el nuestro, y la esperanza del Mesías prometido es también nuestra esperanza. Mientras celebramos la primera venida de Jesús, esperamos ansiosamente su regreso. Anhelamos decir: «El Señor es nuestra justicia». Necesitamos a Jesús.

Reflexiona



1. Al reflexionar sobre los fracasos de los reyes humanos de Judá, ¿qué se nos revela sobre la importancia de un liderazgo que refleje la justicia y la rectitud de Dios? ¿De qué manera podemos aplicar este principio en nuestras propias vidas y esferas de influencia?

2. ¿De qué manera el reinado de Jesús como «Renuevo justo» trae consigo la restauración del

shalom

y la derrota del pecado?

Elizabeth Woodson es profesora de Biblia, teóloga, autora y fundadora de The Woodson Institute, una organización que equipa a los creyentes para entender y crecer en su fe.

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No había cometido suicidio, pero sí estaba espiritualmente muerto

Cuando en la prisión identificaron al hombre equivocado, el error fue poderosamente revelador.

Christianity Today November 20, 2023
Margaret Ferrec

Me despertaron los ruidos apresurados de los oficiales penitenciarios mientras entraban corriendo al pabellón de celdas, con sus llaveros chocando entre sí, sus radios de mano a todo volumen y sus fuertes voces interrogando a los reclusos. Estaban tratando de determinar si alguno de nosotros se había burlado o había acosado a José tanto como para llevarlo al suicidio, lo cual era un hecho bastante común en la prisión de Rikers Island en la ciudad de Nueva York.

Realmente no sabía mucho sobre José. De hecho, ni siquiera estoy seguro de que ese fuera su verdadero nombre. Sin embargo, sí sabía que llevaba mi apellido (Vega) y que dormía en la celda frente a la mía.

No podía dejar de pensar en cómo podría haberse quitado la vida. Un recluso dijo que se había colgado del techo. Otro especuló que tal vez había atado las sábanas a la cama y que había usado su peso para asfixiarse tirándose al suelo. De cualquier manera, los hechos habían sucedido y no había manera de revertirlos.

A pesar de lo trágica que fue la muerte de José, de alguna manera me llevó al camino para convertirme al cristianismo. Por extraño que parezca, esto ocurrió en gran parte debido a una confusión por parte del personal de la prisión, quienes me identificaron erróneamente como el prisionero de apellido Vega que se había suicidado. La prisión envió un capellán a la casa de mi familia para llevar la mala noticia. En medio de la confusión que prevaleció mientras la prisión Rikers Island permaneció cerrada después del incidente, mis familiares no supieron la verdad sino hasta varios días después. Para ellos, estaba muerto.

Hay algo poderosamente simbólico en el hecho de que estaba «muerto» pero aún no enterrado. Al echar la vista atrás a ese momento de mi vida, creo que Dios estaba comenzando a mostrarme que aunque estaba físicamente vivo, espiritualmente estaba sin vida. Él estaba comenzando a mostrarme que la verdadera vida solo se encuentra al morir a uno mismo.

Nací en una familia humilde y crecí en el oscuro barrio del centro de la ciudad de Nueva York conocido como Hell’s Kitchen. Era el mayor de cuatro hermanos, y desde chico demostré tanto amor como talento por el béisbol. Mi familia imaginó que algún día yo jugaría para los Yankees de Nueva York.

Pero mi educación careció de estructura y disciplina, y me dieron demasiada libertad a muy corta edad. También luchaba con una baja autoestima y una gran necesidad de aceptación. En comparación con otros chicos de mi vecindario yo era de estatura baja y no era nada amenazante físicamente, por lo que constantemente batallaba con sentimientos de inseguridad e insuficiencia. Para superar estas emociones y asegurar mi lugar entre la «multitud», tomé una serie de decisiones destructivas (que involucraron alcohol, drogas y promiscuidad) que arruinaron mis sueños de jugar béisbol profesional.

Comencé a beber alcohol a los 11 años. A los 13 comencé a fumar marihuana, y pronto pasé a consumir drogas fuertes como cocaína y heroína, mismas que rápidamente se convirtieron en una terrible adicción. Disfrutaba la adrenalina que recibía en el momento, pero odiaba cómo me sentía después de que los efectos desaparecían. La única manera de escapar del dolor, la vergüenza y la culpa que las drogan creaban era recurrir a ellas en busca de alivio, lo que me atrapó en un círculo vicioso.

Vender drogas para mantener mi hábito se convirtió en una puerta giratoria de entrada y salida a la prisión. Cada vez que ingresaba, me ponía a hacer planes para no regresar. Pero como dijo una vez el boxeador Mike Tyson: «Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe un puñetazo en la boca». No estaba haciendo el trabajo reflexivo y honesto necesario para poder cambiar de rumbo.

Una vez libre, buscaba un empleo provisional en tiendas minoristas como mensajero o repartidor, en el telemercadeo o realizando otros trabajos temporales. En una temporada, incluso conseguí un empleo en un hospital en Syracuse que proveía un ingreso bueno y estable. Pero siempre terminaba renunciando o siendo despedido. Las cosas materiales no tenían la capacidad de cambiar un corazón descarriado.

Después de varios periodos en prisión, llegó un rayo de esperanza llamado Michelle, quien entró en mi vecindario con un estilo y una gracia propios. Sentí que ella era diferente de las otras chicas. Me dije a mí mismo: «Ella tiene que ser mía». Nos hicimos amigos y finalmente comenzamos una relación.

Pero pronto Michelle se mostró frustrada por mis adicciones y acciones persistentemente destructivas. Estaba embarazada de mi hijo, pero ambos sabíamos que yo no estaba preparado para las responsabilidades de la paternidad. En su desesperanza, Michelle se volvió hacia Dios y comenzó a asistir a una iglesia. Ella había sido criada en una familia religiosa estricta que fomentaba el buen comportamiento pero no una relación con un Dios amoroso y misericordioso. Al encontrar el aliento de sus compañeros de fe, oró por mi salvación y por mi liberación de la vida degradante que llevaba. Y me sugirió que buscara ayuda en un programa cristiano de recuperación de adicciones.

Al mirar al pasado, puedo ver cómo Dios me estaba persiguiendo incluso antes de que conociera a Michelle. Estaba el capellán de la prisión que a menudo me animaba a leer la Biblia. Estaba el recluso que me habló acerca de Dios y me invitó a asistir a los servicios en The Brooklyn Tabernacle, una iglesia a la que él había asistido.

También comencé a sentir un profundo remordimiento y vergüenza por el dolor que había causado a los miembros de mi familia, especialmente a mis padres. Sentía que tenía que resarcir el daño de alguna manera. Entonces comencé a asistir a los servicios de la capilla de la prisión. Al principio, era simplemente algo para romper la monotonía de la vida en prisión, pero al poco tiempo comencé a esperar los servicios con ansias. Siempre me conmovía hasta las lágrimas cuando cantábamos la canción «Señor, prepárame para ser un santuario».

A partir de ahí comencé a leer la Palabra de Dios y gradualmente se apoderó de mi corazón. Algunos de los pasajes a los que me aferré durante este tiempo fueron los Salmos 27 y 91, así como Gálatas 5:1-13, que habla de la libertad en Cristo y de ser libres del «yugo de esclavitud» (v. 1). Mi seminario fue el Espíritu Santo mismo, buscándome en mi celda de prisión, donde podía pasar horas leyendo y orando sin aburrirme.

En todo momento, la misericordia y el amor de Dios por mí eran evidentes. Dios también puso mentores en mi camino que me enseñaron cómo caminar con Dios y obedecer su Palabra. Esto incluyó a un grupo de hombres que se reunían regularmente para estudiar la Biblia y fortalecer su relación con Dios. Siguiendo su ejemplo, decidí entregar mi vida a Cristo.

Me tomó algún tiempo ver a Jesús no solo como mi Salvador, sino también como mi Señor. Como nuevo cristiano, necesitaba absorber mejor la sabiduría de Proverbios 3:5-7, que nos invita a someternos a Dios en todos nuestros caminos, a no apoyarnos en nuestra «propia inteligencia» y a no ser sabios en nuestra «propia opinión». Cuando salí de la prisión para siempre en 1996, supe que Cristo me había hecho de nuevo, de adentro hacia afuera.

Arriba: Biblia personal de Héctor Vega. Abajo: El edificio de Nueva York donde se reúne la iglesia que Vega pastorea.Margaret Ferrec
Arriba: Biblia personal de Héctor Vega. Abajo: El edificio de Nueva York donde se reúne la iglesia que Vega pastorea.

Desde entonces, Dios ha abierto puertas que nunca hubiera creído posibles. He disfrutado de una carrera exitosa como ejecutivo de seguros. Me he desempeñado como director ejecutivo de Goodwill Rescue Mission, un refugio para personas sin hogar que incluye un programa de recuperación de adicciones con sede en Newark, Nueva Jersey. Y desde 2009, he pastoreado East Harlem Fellowship en la ciudad de Nueva York.

Mientras tanto, he estado casado con Michelle durante 30 años, durante los cuales hemos criado a cuatro hijos. He viajado a cinco de los siete continentes en viajes misioneros, predicando el mensaje de que en Cristo hay esperanza para superar cada crisis que enfrentamos en esta vida.

¡Nada es imposible para el Dios Todopoderoso! Cuando el mundo me etiquetó como adicto y criminal de carrera, su amor y misericordia me abrumaron, testificando que fui hecho a su imagen y digno de ser presentado como un trofeo de su gracia.

Héctor Vega es el autor de Arrested by Grace: The True Story of Death and Resurrection from the Streets of New York City, mismo que ha enviado a cientos de prisiones en todo Estados Unidos.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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