Pastors

Soy un predicador

Un tributo a un llamamiento insensato y glorioso

Leadership Journal July 10, 2014

Les ofrezco este escrito con la siguiente advertencia: No creo que todo lo que escribí es verdadero en su totalidad. Bueno, al menos la parte donde digo que no conozco ninguna otra identidad sino la de predicador. Soy primero, y lo que es más importante, un hijo amado de Dios, y esa identidad es definitivamente mucho más profunda que cualquier cosa relacionada con mi llamamiento. Pero no es eso lo que siempre siento.

Ofrezco esto en tributo a todos los hombres y las mujeres valientes que aguantan el peso de nuestro llamado. Espero que comunique algo de la ambigüedad, belleza, y tensión envueltas en decir “sí” cuando Dios te llama al púlpito.

Por medio de la locura de la predicación, Dios ha escogido demostrar el poder del evangelio. Desde Pedro el día del Pentecostés hasta Martin Luther King predicando en Memphis, Tennessee, la predicación sigue cambiando al mundo. Nunca se olvide de eso, y siga predicando por todos los medios posibles. Predique con valor, predique con vulnerabilidad. Predique mensajes sangrientos y de alto riesgo; predique porque vale la pena.

—Jonathan

Soy un predicador.

Digo esto como una confesión, con la esperanza de que usted me ofrezca el sacramento de la reconciliación. Porque puedo pretender ser muchas otras cosas, pero la honestidad demanda que diga la verdad sobre esto si vamos a ser amigos. Además, la única otra persona de quien usted debe sospechar más que de un predicador, es de un predicador que pretende ser algo más que un predicador.

Como predicadores jugamos diferentes papeles y usamos diferentes “disfraces.” Soñamos. Y nuestros sueños no llegan con la extravagancia de la imaginación de un niño, sino con la locura peculiar de hombres y mujeres adultos jugando con muñecas de papel. Jugamos a ser jefes ejecutivos, o estrellas roqueros, o entrenadores de la vida, o líderes y lideresas intelectuales y civiles, o políticos. Predicadores con vestimenta rara, predicadores en un circo de fenómenos, pase por aquí y mire a la mujer con barba. Puede que sea chistoso al principio, como las tarjetas de cumpleaños o los calendarios con animales vestidos como personas. Excepto que después de mirar fijamente por un buen tiempo, uno se pregunta … de veras visten a su perro como un profesor todos los días. Pretendemos algunos días, ansiosos de que nos vean como algo distinto a un predicador.

Se entiende el por qué pretendemos ser algo distinto de lo que somos, porque (diciéndolo con mucha diplomacia), los predicadores tienen limitaciones. Se nos compara a poetas, pero generalmente nos falta la precisión con el idioma del poeta, usando torpemente palabras con fuerza bruta con más frecuencia que no. Algunas veces nos llaman profetas, pero generalmente no somos tan valientes como ellos, especialmente ya que nuestro sostén depende de aquellos a quienes les estamos profetizando. No somos exactamente artistas, porque nos falta la originalidad de esa profesión. La labor del predicador no es pintar cosas nuevas sino repetir cosas antiguas. Si fuésemos artistas ninguno de nosotros sería Rembrandt; estaríamos dibujando caricaturas en el mercado por $10 por retrato.

Nosotros barajeamos una baraja de palabras que se nos ha dado, con la esperanza de que vamos a jugar la carta correcta en el momento correcto. No somos realmente útiles para la sociedad, definitivamente no en la manera en que los ingenieros, los doctores y los maestros son útiles para la sociedad.

Soy un predicador. Eso quiere decir que no fui yo quien decidió hacer lo que hago. Amo a Dios, y en este momento puedo decir eso sin titubear, pero no predico porque amo a Dios más que toda la demás gente. Y definitivamente no predico porque puedo presumir una santidad extraordinaria. Los predicadores son personas quienes han sido reclamados por un llamado de santidad, han sido herrados. La gente habla de un llamamiento, una voz interior, un susurro callado, una paz especial—”un llamamiento” que cae sobre ti como el rocío de la mañana. Lo que frecuentemente no se dice es que ese llamamiento te atrapa como un pulpo—eres el Capitán Nemo en manos de una criatura marina 20,000 leguas bajo el mar. (Cierto que no todos los predicadores experimentan su llamamiento de esta manera, donde al mismo tiempo que te encuentras esposado por algo también te encuentras liberado de algo más. Sólo los predicadores interesantes.)

Soy otras cosas, aparte de ser un predicador. Aunque no creo que ninguno de nosotros podemos ver hasta lo profundo de nosotros mismos, lo mejor que puedo ver, soy un predicador hasta lo más profundo de mi ser. Quisiera decir que yo sé que soy un hijo amado de Dios primero, y predicar a los demás que ser conocido como el amado de Dios debe ser lo primero y lo más verdadero de nuestra identidad, el fundamento sobre el cual se debe edificar todo lo demás que somos. Pero tengo que marcar esta como otra área donde lo que vivo no llega al nivel de lo que predico, porque la realidad de que soy un predicador parece ser tan parte de la medula de lo que soy como cualquier otra cosa. Está el amor de Dios y está el ser amado por Dios, y trato de vivir desde allí. Pero, ¿es posible ser un predicador, consciente de que todo ese hablar del amor y de la gracia es tan potente como dice ser, y no ser un producto de terror también? ¿No sólo cautivado por el amor de Dios, sino también espantado—con la boca abierta—mirando con horror una zarza ardiente por allí? ¿En lo profundo de su ser, indudablemente más temeroso de no hablar por Dios que de hablar por Dios?

Todo mundo habla de los límites que debes poner en el ministerio, y que dejes un margen para poder hacer lo que se necesita hacer, y que tengas un sentido de identidad que va más allá de lo que haces para Dios en el ministerio, y todo eso está muy bien y muy bien dicho. Pero para el predicador, al menos para mí, siempre tengo esta sospecha latente que algo de eso es simplemente palabrería de psicólogo de seminario. De esta cosa estoy seguro: Yo experimento muchas cosas en mi vida—amigos y pasatiempos e intereses y canciones y cuentos que van mucho más allá del acto de la predicación. Pero Dios sabe que las experimento todas como las experimentaría un predicador. Me río como predicador, lloro como predicador, mi corazón se conmueve como predicador. Todo esto lo hago como lo haría un predicador, no porque eso es lo que aspiro ser, sino porque eso es lo que verdaderamente soy.

Soy un predicador, un predicador quien detesta el sonido de su propia voz—excepto en aquellos días en que estoy enamorado de mi voz, y ninguna de las dos cosas es particularmente buena. Vivo bajo el peso de las palabras. Llevo palabras en las bolsas, palabras en mi mochila, palabras en mi corazón. Palabras, siempre las palabras. Palabras como patéticas armas en un mundo donde hay pistolas de venta en Wal-Mart, palabras como medicina en un mundo cuando parece ser que todo lo que necesitamos es una receta médica para lo que sea que nos duela. Cargando con mis palabras a lugares donde son imprácticas y a lugares done las palabras son ineptas. Distribuyendo palabras que causan que algunos me miren con ese temor supersticioso con que se mira a un chamán, a un hechicero, o al curandero del pueblo que tiene todas las respuestas—palabras que hacen que la gente te vea como el idiota del pueblo, un hombre fuera de su época, un hombre que no marcha al compás del resto del mundo.

Y yo sé que las palabras no siempre pueden ser la respuesta … pero que algunas veces pueden serlo; y que palabras pueden crear galaxias y que palabras pueden incinerar ciudades. Toda esta maldición y esperanza a mi disposición, todo este poder absurdo—viviendo bajo el peso de las palabras. Como quisiera poder vivir a la altura de la grandeza de las palabras, poder tener un alma lo suficiente grande y una vida lo suficiente noble para ser digno de dichas palabras. Pero para ahora, ¿se ha dado cuenta usted que soy un predicador? No hay nada más grande que las palabras, son las estrellas que alumbran la noche. ¿No es Cristo mismo llamado el Verbo de Dios? Solo Cristo puede soportar el peso de tantas palabras, sólo él puede exceder las expectativas que las palabras crean y sobrepasar la realidad de lo que las palabras significan.

No he podido vivir a la altura de las palabras, crear las palabras, hacer mías las palabras. Las contemplo, farfullo con ellas. Las consumo, me ahogo con ellas, las vomito. Soy un predicador.

Las palabras son todo lo que tengo, las palabras van a tener que ser suficiente.

Jonathan Martin es el pastor principal de la iglesia Renovatus: A Church for People Under Renovation en Charlotte, NC. El es el autor de Prototype (Tyndale House, 2013).

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Pastors

¿Cuál es la idea genial?

Cultivar ideas y pensar profundamente pueden ser actos espirituales de amor.

Leadership Journal July 10, 2014

Te reto a intentar lo siguiente: cierra tus ojos, y en los próximos 30 segundos no pienses en ningún elefante rosa. Recuerda, no debes pensar en ningún elefante rosa.

En sus marcas, listos, fuera.

¿Qué tanto duraste? ¿Qué te dice esto acerca de la forma en la que nuestra mente funciona?

Algunas de las influencias más poderosas de nuestra vida no son visibles, son en ocasiones pequeñas e hipotéticas. Ideas. Llenan nuestra mente y motivan nuestras acciones. Dan forma a nuestra manera de ver la realidad y—lo que es igual de importante—a las nuevas realidades posibles.

Las ideas están también en el núcleo de la influencia espiritual. Son realidades poderosas que se mueven de forma invisible entre una persona y otra. Estas cambian y se desarrollan. Es casi como si tuvieran vida propia. Quien es líder debería preguntarse siempre “¿Cuáles son las mejores ideas que puedo pasar a otros? ¿Existe alguna idea genial con la que Dios me ha influenciado y que debe ser la idea genial que pase a otros?

Sembrando la idea seminal

Cuando recordamos a los grandes líderes del pasado, vienen a nuestra memoria sus logros, pero de la misma forma recordamos una idea genial que tuvieron -idea seminal- que domino sus vidas y los llevo a lograr grandes cosas. Una idea seminal (de la palabra semilla en latin) es algo que es tan convincente que logra tener una fuerte influencia en otros. La idea seminal germina y crece, y después lleva fruto. Da vida. La idea seminal esparce su propia semilla en lugares ocultos. Se infiltra. Incluso se puede sublevar. Tiene el potencial de prevalecer.

La idea seminal de Martin Luther King Jr. fue que a todas las personas se les merece el mismo respeto, porque a todos les ha sido dada por Dios la misma dignidad. Abraham Lincoln vivió convencido por la idea seminal de que la unión de los estados no debía quebrantarse. Winston Churchill abogó por la idea seminal de que la tiranía no debía de ser tolerada bajo ninguna circunstancia.

Agustín de Hipona fue un obispo y teólogo del siglo cuarto que fue después conocido como el “doctor de la gracia” porque se afirmó en contra de la justificación por obras, doctrina que estaba apoderándose de muchas de las iglesias de su tiempo. Agustín no pensó en sí mismo como el creador de esa idea, sino como alguien que pasó a otros un principio fundamental del evangelio del Nuevo Testamento. Once siglos más tarde, Martin Lutero dio voz a la misma idea seminal, poniendo el énfasis en el regalo gratuito de una relación justa con Dios a través de Cristo.

En tiempos más cercanos, Billy Graham predicó a millones de personas, depositando la misma idea seminal: el amor reconciliador de Dios en Cristo está disponible para todos. John Stott viajo alrededor del mundo plantando la idea seminal de que es la fiel enseñanza bíblica la que preserva una fe Cristiana ortodoxa. Robert Pierce fundó una organización humanitaria llamada Visión Mundial (World Vision) basado en la idea seminal de que la fe Cristiana requiere una respuesta práctica a los sufrimientos físicos de las personas que habitamos la tierra.

¿Ha colocado Dios una convicción central, una idea seminal en ti que deba ser la base y la fuerza de tu influencia en la vida de otros? Algunos líderes conocen cuál es su idea seminal. Otros están buscándola. Por supuesto, Dios puede dar a cualquier persona más de una idea genial o un ideal. Pero para fines prácticos, los líderes deben descubrir cómo enfocarse en lo que deben de hacer. Y si hay en ti una idea convincente—una pasión que enciende, un dolor, una convicción que direcciona, una imagen de un mundo mejor que no puedes sacar de tu cabeza—entonces quizás esa sea la idea seminal a la que Dios te ha llamado a perseguir.

Creando espacio para el crecimiento de las ideas

Así llegamos a las preguntas ¿cómo lograr avanzar en aumentar la capacidad de meditar en las ideas de nuestro liderazgo, sin importar cuál sea nuestro entorno? Y ¿cómo promovemos la integridad intelectual y el crecimiento entre las personas con las que colaboramos? ¿Cómo descubrimos y apoyamos la mejor idea seminal posible? Las respuestas no dependen de tener un alto coeficiente intelectual, sino de saber elegir y de tener disciplina.

1. Tómate el tiempo para pensar las cosas.

Dale un ritmo adecuado al proceso de toma de decisión. Nadie quisiera llegar a viejo y decirse a sí mismo ¿en que estaba pensando?—y no tener una buena respuesta. En ocasiones debemos desacelerar las cosas. Toma un tiempo apropiado para dialogar, deliberar, investigar, buscar precedentes en lo que otros líderes han hecho, estudiar la Escritura, y orar. Necesitamos ser decisivos, pero también debemos de ser deliberativos.

2. Lee regularmente. Lee ampliamente. Y lee otra vez.

Hay un universo de ideas disponibles para nosotros, y hay dos métodos distintos para llegar a esas ideas. Un método es ir a buscar una solución cuando tienes un problema. Por ejemplo, el líder que busca un libro para resolver conflictos en el trabajo cuando un colapso parece inminente. Pero un mejor enfoque es cuando de manera continua almacenamos ideas a través de exponernos al conocimiento y las ideas que nos brinda la disciplina de una lectura regular y de contenido de calidad. Es como invertir en ladrillos y cemento para proyectos que aún no hemos concebido.

En una ocasión, un hombre abrió una carta que recibió de uno de los más grandes líderes que había en su tiempo, John Wesley. ¿Que tenía que decirle a él el líder de los metodistas? El hombre—quien era un pastor—debe haberse conmocionado al ser confrontado por Wesley por tener un ministerio superficial basado en una manera de pensar superficial.

No recuerdo haber conocido antes un predicador que leyera tan poco. Y quizás, al descuidar la lectura, le ha perdido el sabor. Por eso su talento para la predicación no aumenta. Sigue siendo igual que hace siete años. Es animada, pero no profunda; hay poca variedad; no hay brújula para su pensamiento. Solo la lectura puede suplir esto, con meditación y oración diaria….¡Oh empiece! Determine que una parte de su día sea para el ejercicio privado de estas disciplinas. Puede ser que adquiera el sabor que no tiene: lo que es tedioso al comenzar, se convertirá después en algo placentero… Haga justicia a su alma; dele el tiempo y los medios para crecer. No se sujete más a estar hambriento.”

Si no tiene un hambre natural por aprender, empiece con algo pequeño. Fije el patrón de leer 15 minutos al día, y gradualmente vaya aumentando el tiempo. Quizas pueda tratar de escuchar libros en audio, lo que le permite hacer más de una cosa y puede agarrar un ritmo que le permita tomarse su tiempo para pensar sobre lo que esta aprendiendo.

3. Expande tu aprendizaje.

Debemos asegurarnos de que no estamos viviendo en una isla de la lectura. Todos tenemos nuestros géneros literarios y autores favoritos. Pero pensar de forma profunda, va de la mano con pensar de forma expandida. Por ejemplo, todos los líderes nos beneficiamos de las lecciones de la historia. Aquellas obras cuyo contenido y validez ha pasado la prueba del tiempo, suelen ser más útiles que el último libro de moda. Somos tentados continuamente por las promesas de una nueva solución secreta. En un campo técnico puede ser necesario estar en la punta de lanza de las más recientes innovaciones, pero en el liderazgo espiritual necesitamos encontrar y asimilar los principios y prácticas que han sido desarrolladas por personas asombrosas, inteligentes, sabias y dedicadas—sin importar si se trata de una obra de este año, de hace una década o de varios siglos atrás.

4. Ten un diálogo con tus colegas.

Hoy le llamamos trabajar en redes—es un gran concepto que enfatiza el estar conectado y relacionado con otros. Las grandes ideas que descubramos serán incrementadas y mejoradas muchas veces si las compartimos con otros. Es a través del dialogo que llegamos a comprender todas las facetas que una verdadera idea genial tiene, y las ideas menores se encuentran una a otra y emergen con poderosa fuerza.

Hay otra motivación para desarrollar ideas y pensar de forma profunda. A fin de cuentas, el pensar es un acto de amor. Debemos darles la suficiente importancia a las personas que servimos, para entonces hacer el trabajo de investigar, examinar, comparar, contemplar, dialogar y probar los mejores pensamientos que fluyen diariamente en nosotros como un río. Pensar también es un acto de amor hacia Dios: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” (Mateo 22:37).

Cuando pensamos profundamente acerca de nuestros valores y decisiones en el liderazgo, honramos y amamos a Dios, y eso puede ser el testimonio más importante que las personas vean en nosotros.

Extraído del libro “Spiritual Influence: The Hidden Power Behind Leadership” (Zondervan, 2012).

Mel Lawrenz es uno de los ministros de la iglesia Elmbrook en Brookfield, Wisconsin, donde sirvió como pastor principal por 10 años.

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Pastors

Bienvenidos

La influencia hispana crece en la fe y en la vida nacional

Leadership Journal July 10, 2014

Los hispanos emergen como el mayor grupo minoritario en los Estados Unidos, su influencia en la fe y en la vida nacional está creciendo rápidamente.

Un nuevo informe elaborado por el grupo Barna Research señala que el 84% de los hispanos se describen a sí mismos como cristianos. Un tercio de los hispanos en los EEUU se identifica como cristianos que practican su fe, de acuerdo a la definición de la fe evangélica.

Más tradicionales que otros grupos en Estados Unidos hoy, especialmente en el área de la vida familiar, un 69% de los hispanos encuestados dice que es mejor para los hijos si los padres están casados. Dos tercios prohibirían el divorcio excepto por infidelidad o abuso.

De acuerdo a la encuesta de Barna, el 68% de los hispanos se identifica como católico y el 16% como protestante. Un 61% de todos los hispanos dice haber hecho un compromiso personal con Jesucristo que sigue siendo importante en su vida el día de hoy. Las expresiones carismáticas son importantes en las prácticas de la fe: Un 36% de los hispanos católicos se identifica como carismático, así como un 56% de los hispanos protestantes.

Aunque los hispanos dicen que la iglesia es importante en la vida de sus hijos y nietos, esa influencia es relativa: El 21% dice que la Iglesia "hace muy bien su labor" al tratar de influenciar a los jóvenes, pero está muy debajo de otras influencias: La familia (66%), los amigos (62 %) los educadores (43%) y las pandillas (42%).

Las estadísticas son claras: Nosotros podemos esperar con anticipación un incremento en la influencia hispana y latina en las iglesias y en los vecindarios a través del siglo 21.

Con información del grupo de investigación Barna Research, "Hispanic America Report 2012"

Entre los hispanos

87% tiene su propia Biblia

49% dicen que los dones carismáticos están activos en el mundo de hoy

40% asistieron a un servicio de adoración la última semana

38% dicen que la fe ha transformado sus vidas grandemente

"La fe y la familia son los principales bloques de contrucción de los Hispano-americanos. Dado el rápido crecimiento de los hispanos en Estados Unidos, es tiempo de dar más atención a este importante segmento del paisaje Norteamericano."
—Rev. Samuel Rodríguez, presidente del National Hispanic Christian Leadership Conference

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Conozca a un pastor fracasado que ministra a otros pastores fracasados

J. R. Briggs se dirige a los líderes de la iglesia que no colman las expectativas.

Christianity Today June 27, 2014
Courtesy of J. R. Briggs

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Como predicador joven y dinámico en una iglesia grande, J. R. Briggs sintió que Dios le estaba llamando para empezar y plantar una iglesia. Gradualmente, la nueva iglesia creció, pero eventualmente su crecimiento se estancó. La decepción le guió a instituir la Epic Fail Pastors Conference [Conferencia de pastores épicamente fracasados]—"una reunión para pastores y líderes en busca de entender cómo Dios trabaja a través del fracaso"—y a escribir Fail: Finding Hope and Grace in the Midst of Ministry Failure [Fracaso: Encontrando esperanza y gracia en medio de un ministerio fracasado] (InterVarsity Press). Briggs habló con Drew Dyck, editor administrador de Leadership Journal, acerca de redefinir la noción del éxito en el ministerio.

¿Qué le atrajo a un tema que la mayoría de la gente preferiría evitar?

Empezó mientras asistía a conferencias de pastores. En estas conferencias aparecían como oradores pastores reconocidos de iglesias grandes, pero a los pastores promedio nunca los invitaban a compartir sus experiencias. Estos eventos eran todo sobre el éxito y cómo obtener buenos resultados. Yo estaba en medio de una temporada dolorosa en el ministerio. Necesitaba algo que no me desanimara ni añadiera a mi vértigo espiritual. Quería hablar honestamente. Necesitaba una reunión de Alcohólicos Anónimos para pastores, pero no había tal cosa.

Muchos pastores, ex-pastores y líderes cristianos estaban desesperados por ese tipo de fórum. Yo no estaba tratando de crear una conferencia. Simplemente deseaba un espacio donde nadie estuviera asustado por los defectos de otros pecadores, aun si esos pecadores eran también líderes en el ministerio.

¿Nuestros problemas con el fracaso vienen de nociones defectuosas sobre el éxito?

No me gusta usar la palabra éxito cuando hablamos acerca del ministerio. Preferiría mejor usar palabras como salud, fidelidad y obediencia. Nuestra cultura está obsesionada con el éxito, y la iglesia no está inmune. Los pastores están inundados de tentaciones para ir en pos de las cosas equivocadas. Tenemos que mirar cuidadosamente cómo se define el fracaso y el éxito en el ministerio—y luego medir dicha defición frente a las Escrituras. Eugene Peterson escribió: "la realidad bíblica es que no hay iglesias exitosas. En lugar de eso, hay comunidades de pecadores … dentro de esas comunidades de pecadores, a uno de los pecadores le llaman pastor."

¿Qué diría a los pastores que se sienten como fracasados?

Principalmente sólo los escucho. Los pastores raramente tienen alguien que realmente los escuche en tiempos de gran dolor. Eventualmente puedo animarlos a que apliquen a su propia vida la gracia que ellos predican. Les recuerdo que nuestro valor no está atado a lo que puedo hacer o qué tan bien lo hago. Seguido les recuerdo (y a mí mismo) que Jesús no nos dirá: "bien hecho, buen siervo y exitoso." También les animo a que acampen en los Salmos. He encontrado que orar los Salmos es algo increíblemente sanador.

¿Qué tan transparentes deben ser los pastores sobre sus fracasos?

Balancear sabiduría y valor es crucial. Los líderes deben, sabiamente y con valentía, modelar la transparencia delante de aquellos a los que hemos sido llamados a servir. Henri Nouwen escribió que los pastores son las personas que menos se confiesan en la iglesia. Pocos pastores tienen relaciones cercanas donde ellos pueden tener conversaciones honestas, donde nada está prohibido.

Se ha dicho que si predicas desde la perspectiva de tus debilidades, nunca te faltará material. Y aún más importante, la gracia, no el pastor, toma el lugar central en el escenario. En lugar de que la gente diga: "ese predicador es muy gracioso" o "ese líder es tan carismático," empezarán a decir cosas como, "¡Guau! Dios es un Dios de gracia" y "¡El amor de Dios es tan extravagante!"

Para muchos, un fracaso significa el fin del ministerio. Otros se reponen y son más eficaces. ¿Qué hace la diferencia?

Mi amigo Stephen Burrell hizo su disertación en el fracaso del ministerio amoral. Hizo cientos de entrevistas con pastores que fracasaron en alguna forma que no involucraba faltas morales. Mientras que todos manejamos los fracasos de diferente manera, Burrell notó ciertos patrones entre aquellos que respondieron de una manera saludable.

Algunos hábitos no nos sorprenden: estos ministros tenían sistemas de apoyo y mentores, y buscaban a Dios a través de la oración, de momentos a solas, y de la lectura de las Escrituras. Pero hubo tres factores sorprendentes. Primero, la mayoría no se recuperaron inmediatamente. Se tomaron el tiempo para llorar y sanar. Segundo, desarrollaron relaciones significativas con personas no-cristianas antes de reconectarse con la comunidad cristiana. Estas amistades parecen ayudar en el proceso de sanidad. Finalmente, podían mirar atrás a cierto momento significativo cuando sintieron fuertemente el Espíritu Santo obrando. Estas experiencias les permitieron perdonar, dejar la amargura, y empezar a tener esperanza.

Richard Rohr habla sobre "la autoridad de aquellos que han sufrido." ¿Crea el fracaso mejores ministros?

Los pastores con heridas profundas tienden a ser más compasivos y tiernos de corazón. El fracaso es una clara invitación a formas más profundas de la gracia. Puede hacernos mejores ministros, pero sólo si podemos manejarlo con gracia y verdad. Nuestra respuesta importa. Parte del rol del pastor es manejar el dolor fielmente a la luz de la cruz.

Fui salva en la práctica abierta de la Cena del Señor

El hecho de tener la alternativa de tomar la Cena del Señor me dejó ver muy claro que yo tenía hambre de Cristo.

Christianity Today June 27, 2014
Christopher Capozziello

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Cuando yo era niña, mi padre, un judío secular, me pagaba un dólar por cada volumen de la enciclopedia que leyera. Me compraba kits electrónicos con los que jugábamos por horas durante el fin de semana. Mi madre era luterana no practicante, quien me enseñó cómo encontrar buenas ofertas en las tiendas. En una ocasión, en tiempo de exámenes finales, me dijo que guardara los libros porque yo estaba patrocinando una cena esa noche. "Nunca te acordarás del grado final, pero nunca se te olvidará si sirves jamón que tiene mal sabor."

Nuestro hogar era amoroso, ruidoso y divertido, pero a través de todo corría una cierta corriente subterránea de ansiedad. Siempre estábamos en bancarrota, mis padres solían estar desilusionados el uno del otro, y el mundo parecía más alarmante de lo que las circunstancias parecían ameritar.

El mensaje de mi juventud era claro e insistente: trabaja, juega y haz el amor con ganas, y permanece en control en todo momento, porque algo siniestro está por tirarte al suelo. Seguí ese consejo hasta la edad adulta. Fui a una gran universidad, encontré el trabajo perfecto, y escogí a un esposo maravilloso. Las almas más débiles quizás necesitaban un dios, pero yo no necesitaba muleta tal. Mi ansiedad me mantendría siempre alerta para poder orquestar la vida perfecta.

Esa perspectiva fue anulada cuando Scott, mi esposo, a los cinco años de matrimonio, murió de complicaciones durante una operación rutinaria. Diez días después, di a luz a nuestra primer hija, Sarah, quien nació muerta.

Ven a la mesa

Durante el siguiente año, me convertí al cristianismo, me hice miembro de una tradición cuyo carácter e intelecto débiles siempre menosprecié. No sucedió nada milagroso—no hubo momentos determinantes, ni deslumbrantes visiones, ni argumentos irrefutables. Pero lentamente, imperceptiblemente al principio, fui atraída a la vida de la fe.

Tampoco hubo claridad desde el principio en cuanto a cuál fe sería. Visité psíquicos, pensadores de la nueva era, y asistí a clases de meditación. Hasta intenté orar a un dios que no pensaba que existía. Mis incursiones en el camino de la fe eran intentos por encontrar el sentido de lo que me había pasado y, en cierto sentido, controlar un mundo en el que yo tenía mucho menos control de lo que pensaba.

Luego empecé a leer el Evangelio de Juan con un amigo. Tony era el único cristiano que yo conocía que no trató de explicar superficialmente la pérdida de mi esposo y de mi bebé. Después de muchos debates en los que me trató de convencer de la divinidad de Jesús, un día me dijo que si sólo leía la Biblia, Dios haría la obra de convencerme. Así que todos los sábados por la mañana leíamos juntos la Biblia por teléfono. Me sentí atraída al texto, a pesar de que no había nada en él que proveyera evidencia de su autenticidad.

Me gustaba especialmente la historia de Lázaro. A diferencia de las filosofías orientales que sostienen que el sufrimiento es el resultado de estar muy apegados, esta historia era de un hombre—Jesús—que sin pena se encontraba muy apegado a una familia. Un hombre que se comportó como si la muerte no fuese algo natural. Como si todo estuviese quebrado, y que la única respuesta era llorar y gemir. Me enamoré de ese hombre.

Después de leer la Biblia con Tony por meses, él me empezó a fastidiar con que buscara una iglesia. Busqué en la red "iglesias liberales en Nueva Jersey" y visité la más cercana. Ellos practicaban "compañerismo de mesa abierta." Yo no sabía lo que eso significaba, pero cuando vi que todo mundo se levantó y pasó a tomar la Cena del Señor, no quise quedarme sentada sola en mi banca.

Para cuando me di cuenta que todo mundo se había puesto de pie para participar en la Cena, tenía una decisión que hacer: ¿Quería seguir intentando hacerle frente a la vida sola, tratando desesperadamente de mantener todos los platos girando en el aire al mismo tiempo? ¿O quería admitir que Jesús había ofrecido su propia vida para que yo no tuviera que enfrentar la vida sola? ¿Admitir que yo tenía poco control pero que era amada infinitamente?

Cuando se me presentó la oportunidad de tomar la Cena del Señor, me di cuenta con claridad que eso era lo que yo deseaba. Después de meses de leer la Biblia, de tratar de encontrar lo que buscaba en otros lugares fuera de la iglesia, tuve que admitir lo que por tanto tiempo había luchado por resistir: tenía hambre de Jesús. Por el Jesús que convivió con las prostitutas, que lloró cuando su amigo murió, y que dijo ser el Camino, la Verdad, y la Vida. Al final, toda mi búsqueda por algo en qué poner mi fe no me llevó a una decisión en que razoné escoger a Jesús por sobre otros dioses. En lugar de eso, Dios se ofreció a sí mismo en la forma de Jesús. No tuve que encontrarlo, ni explicarlo, ni pensar si tenía sentido; sólo tuve que decir que sí.

Después de esa primera vez que tomé la Cena del Señor, regresé a estudiar sobre el dolor por la pérdida de un hijo. Conocí a un hombre maravilloso y me casé con él; tuvimos dos hijos bellos. Hace tres años, me convertí en madre de una adolescente cuya madre falleció, una adolescente que tiene la misma edad que hubiera tenido mi hija.

Después de casarme, trabajé dos años con estudiantes de escuela secundaria cuyos padres habían muerto. Facilité un grupo de apoyo para padres cuyos cónyuges habían fallecido, y enseñé una clase en la Universidad de Harvard sobre el dolor de perder a un ser querido. Frecuentemente descubro que soy un depósito de historias de pérdida, que me cuentan en voz baja en fiestas y en tiendas de abarrotes.

Trato de escuchar de lo profundo de mi ser cuando las personas me comparten sus historias, moviendo la cabeza en señal de que entiendo lo agudo de su dolor. Sobrellevo sus historias, y al hacer eso, les recuerdo que no están solos.

Además de este sentido de solidaridad, les ofrezco mis oraciones. Mientras trato de entender la magnitud de lo que me cuentan, oro. A veces oro para que Dios me dé palabras de sanidad. Frecuente oro para que Dios me dé la gracia para guardar silencio y no decir nada.

Cuando estoy con alguien cuyas pérdidas me recuerdan a Job, oro que mi fe pueda aguantar otra experiencia más de lo que parece sin sentido e inaguantable. Trato de recordar que, a pesar de mi inhabilidad para discernir lo contrario, los caminos de Dios nunca son sin sentido.

Armar los pedazos

Después de que murieron Scott y Sarah, una mujer en Massachusetts llamada Liz se paró frente a su iglesia semana tras semana y les pidió que oraran por mí. Liz vivía con mi amiga Ora, y Ora le había contado de mí. Un hombre llamado Jeff fue a la iglesia de Liz. También él oró con la congregación pidiéndole a Dios que cuidara de mi cuerpo y de mi corazón.

Liz se mudó a Inglaterra, y no pude conocerla o saber de sus esfuerzos por pedir oración por mí. Años después, ella le preguntó a Ora cómo estaba yo. Ora le contó que yo había conocido un buen hombre, un capellán en Harvard. Le mencionó el nombre de Jeff. Liz, sin poder creerlo le preguntó: "¿Jeff Barneson?" Liz le contó a Ora sobre las veces que ella había pedido oración por mí, y se descubrió que Jeff había estado orando por mí al mismo tiempo. Ora nos llamó para contarnos, y estábamos sorprendidos por que, sin saberlo, Jeff, mi esposo, había estado orando por mi aún antes de conocerme.

Una tarde hace seis años, después de terminar de contarle esta historia a mi amiga Kathy, dijo, "¡Yo también!"

¿Tú también qué?

"Yo también estaba orando por ti. Liz estaba en mi grupo de oración. Llegó a nuestra reunión tan consternada por tu historia que nos pidió que oráramos por ti. Oramos por semanas, y luego me olvidé de la historia. Cuando te conocí, ni me cruzó por la mente que tú eras la misma mujer. Por cierto, Jean y Julia también estaban en la iglesia en ese entonces, así que ellas también estaban orando por ti."

Pasé el resto del día llorando. Jean, Julie y Kathy son tres de las cinco mujeres en mi grupo de oración. Saber que Jeff había estado orando por mi antes de conocernos siempre me tocó en una manera especial. Pero saber que mis hermanas espirituales también habían orado por mí, me dejó conmovida.

Al acomodar todas las piezas, lloré y lloré, me parecía inimaginable la gracia de todo lo que había pasado. En 1977, cuando yo era una viuda agnóstica que vivía en Nueva Jersey, un grupo de cristianos en Massachusetts había estado orando por mí. Y mientras que mis intentos personales por encontrar una fe nunca han podido explicar mi conversión, esto sí. Había entrado al reino gracias a las oraciones.

En estos días me quedo maravillada de lo poco que podemos controlar, lo fea que puede ser la vida, y de la belleza que nos busca en medio de todo el horror. Ahora, cuando me siento al lado de alguien quebrantado y dolido, oro para que el amor de Dios haga lo que yo no puedo hacer: vendar los lugares donde hay heridas, dejando que las cicatrices den testimonio del poder de las dos cosas—la pérdida y el amor.

Tara Edelschick es bloguera en Patheos y maestra en casa, ella vive con su esposo y sus tres hijos en Cambridge, Massachusetts.

Las bendiciones espirituales de buscar momentos a solas

Un pasaje del libro ‘A Beautiful Disaster: Finding Hope in the Midst of Brokenness.’ [Un bello desastre: Encontrando esperanza en medio del quebranto.]

Christianity Today June 27, 2014
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Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Hay un silencio que nosotros escogemos. Nuestros retiros al interior de nuestra celda de silencio y a solas callan la contaminación de ruido en nuestra vida de tal manera que por fin podamos estar quietos. Lo suficiente quietos para poder escuchar los susurros de Dios. Lo suficiente quietos para sentir los vientos del Espíritu Santo volando a través de nuestra vida y observar los efectos de los vientos del Espíritu alrededor nuestro. Nos vamos al retiro con la esperanza del deleite, con la esperanza de poder saborear lo bueno, lo verdadero, lo bello.

Nuestros ojos se ajustan. Adquirimos visión nocturna de tal manera que, aún en las noches más oscuras, podemos eventualmente ver la gloria y la fidelidad de Dios. Podemos ver con claridad las bellas verdades escondidas por el caos de una vida diaria sobreocupada y desintegrada.

Nuestra vida escondida—la manera en que vivimos en la oscuridad—es lo que le da forma a nuestro carácter. En este peregrinaje intencional en el desierto, el yo—maltratado, amoratado, y magullado—puede por fin desdoblarse de su posición fetal. Este es un espacio donde nos estiramos para revigorizar las partes de nosotros mismos que se habían atrofiado. Es donde sanan las fracturas producto del estrés de nuestra vida. Es aquí donde nuestro pie se afirma y recobramos nuestra fuerza. Aquí podemos finalmente respirar libremente mientras en silencio buscamos entendimiento. Esta celda es simultáneamente un hospital para el alma y entrenamiento para la santidad.

Nuestro peregrinaje intencional no es solamente una forma de auto cuidado, sino también una forma de cuidado comunal. Demuestra nuestro profundo cuidado por los demás. Si verdaderamente amamos a los demás o buscamos amar a los demás, nos alejaremos de ellos por un tiempo, confiando que nuestro tiempo a solas con Dios nos hará más sensibles a sus necesidades y preocupaciones. Las experiencias solitarias con Dios forman en nosotros el tipo de carácter que aborrece pecar contra el prójimo. Es allí donde encontramos la motivación para hacer el bien a los demás, incluso a nuestros enemigos.

Sin tiempo a solas, no podemos comprender lo esclavizados que estamos. Muchos de nosotros nos encontramos encadenados a la opinión de los demás. Somos adictos al halago y a la afirmación y nos aniquila la crítica. Vanamente, nos ocupamos en manejar las impresiones que otros tienen de nosotros. Nos agotamos en nuestro esfuerzo por llegar a ser alguien delante de sus ojos.

Simplemente no podemos vivir toda nuestra vida a la vista de los demás—en la multitud. Nuestra vida no es un peep show. Sin la disciplina del silencio y la soledad, actuamos para la muchedumbre, siempre interpretando; sin embargo, nunca muy seguros de quiénes verdaderamente somos. Nos volvemos títeres colgando de hilos, fácilmente manipulados por las circunstancias y los endebles caprichos de los demás. El silencio y el estar a solas nos sangran estas adicciones venenosas y las sacan de nuestra vida. En ese lugar de silencio y soledad, nos resguardamos en la oscuridad. Solo estamos Dios y nosotros. No tenemos qué impresionar a nadie. Somos lo que somos. Desnudos. Con nuestra vulnerabilidad expuesta. Este espacio de silencio nos ofrece la oportunidad de mirarnos a nosotros mismos cuidadosa y honestamente. Nos obligamos a renunciar a la búsqueda de aprobación de los demás. Eventualmente, la inquietud interna se acalla.

Marlena Graves, A Beautiful Disaster, [Un bello desastre], Brazos Press, una división de Baker Publishing Group, © 2014. Usado con permiso de la casa publicadora. www.bakerpublishinggroup.com

Alec Hill: Dentro de mi esclavitud

Cómo la parábola más preocupante de Jesús finalmente tuvo sentido para mí.

Christianity Today June 27, 2014
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Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Las Escrituras contienen más de 40 parábolas de Jesús. Algunas son tan bien conocidas que se usan como nombres de hospitales (El buen pastor) y de leyes (El buen samaritano). Otras siguen confundiendo a los oyentes del día de hoy tanto como confundieron a aquellos que primero las escucharon. Y una de las parábolas está casi olvidada—al menos en el mundo occidental. Recientemente la compartí con cinco líderes ministeriales en EE.UU. En los 130 años que colectivamente han servido en el ministerio, ninguno de ellos habían dado una plática sobre dicha parábola o escuchado un sermón sobre ella.

Comparé la respuesta de ellos a la respuesta de un amigo Nigeriano, quien me dijo que la parábola es una de sus enseñanzas favoritas de Jesús. Así que, ¿por qué es que la parábola tiene un sonido atractivo en Nigeria, pero tiene un tono discordante en los Estados Unidos?

La parábola—que se encuentra sólo en el Evangelio de Lucas—fue presentada (relativamente tarde en el ministerio de Jesús) a sus seguidores más cercanos. Pertenece a una serie de enseñanzas sobre el discipulado:

Supongamos que uno de ustedes tiene un siervo que ha estado arando el campo o cuidando las ovejas. Cuando el siervo regresa del campo, ¿acaso se le dice: "Ven en seguida a sentarte a la mesa"? ¿No se le diría más bien: "Prepárame la comida y cámbiate de ropa para atenderme mientras yo ceno; después tú podrás cenar"? ¿Acaso se le darían las gracias al siervo por haber hecho lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, deben decir: "Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber." (17:7-10, NVI)

El argumento es sencillo. Un hogar pequeño contrata un doulos—la palabra en griego que significa "esclavo" de acuerdo a cómo funcionaba la esclavitud doméstica en los tiempos greco-romanos. Un jornalero que todo sabe hacer, ha estado arando el campo y cuidando de las ovejas durante el primer turno, y cocinando y limpiando la casa durante el segundo.

El argumento gira sobre dos preguntas: Una, ¿invitará el señor de la casa al esclavo a que se siente y coma? Y dos, ¿Le dará el señor las gracias al esclavo por su labor? A primera vista, pareciera que la respuesta a las dos preguntas debiera ser sí. El esclavo ha trabajado duro todo el día. Se merece un descanso. Por cuestión de buenos modales, el señor debe expresar su aprecio por la labor del esclavo.

Pero, hablando bíblicamente, la respuesta correcta a las dos preguntas es no.

Toma tu yugo

Thomas Jefferson en una ocasión le aplicó las tijeras a la Biblia con el fin de eliminar los pasajes que ofendían sus sensibilidades producto de la época de la ilustración. En un espíritu similar, si se me diera la opción, yo consideraría eliminar Lucas 17:7-10. A través de la mitad del siglo diecinueve, muchos Norteamericanos e Ingleses—propietarios de esclavos, ministros, y oficiales del gobierno—usaron este pasaje de las Escrituras y otros parecidos para defender la institución de la esclavitud. Hoy, al seguir testificando los tristes efectos del racismo institucional e historias como 12 años de esclavo, que nos recuerdan las brutalidades de antaño, por instinto leemos estas parábolas y las vemos como injustas y crueles.

Debemos recordar, sin embargo, que las parábolas son diseñadas para enseñar un número limitado de lecciones muy concretas, no para que se aplique cada detalle de la parábola. Y aunque los personajes en las parábolas de Jesús algunas veces practican una conducta cuestionable, Jesús no está acogiendo dicha conducta. Ni tampoco está dando el visto bueno a la esclavitud, una práctica diametralmente opuesta a su primer sermón documentado (Lucas 4:16-21) y a sus enseñanzas posteriores.

No importa, yo prefiero otra parábola similar en Lucas 12. Allí, el señor regresa a casa, encuentra a sus esclavos alertas, se pone un delantal, y les sirve. Yo he escuchado predicaciones sobre este texto muchas veces de púlpitos en EE.UU. Así que, si yo inicialmente reacciono adversamente a la parábola en Lucas 17, ¿por qué me siento al mismo tiempo atraído a ella? ¿Por qué regreso a ella vez tras vez?

Porque toca directamente mis deficiencias. Por temperamento, soy de los que les gusta complacer a la gente, y soy susceptible al narcicismo. Combinadas, estas dos características producen un discipulado diluído.

Para contrarrestar la noción de que soy el centro del universo, por los últimos ocho años he empezado mi tiempo devocional cada mañana con las mismas cuatro palabras: Yo soy tu esclavo.

Conforme he seguido la metáfora del "discípulo-como-esclavo," se me ha abierto una rica veta de las Escrituras. Jesús la usó mucho: "Toma tu yugo"; "ningún esclavo puede servir a dos señores"; "si yo, tu señor, te he lavado los pies. . . vayan y hagan lo mismo"; y "un esclavo no es mayor que su señor."

En su libro A Better Freedom [Una mejor libertad], autor y cantante Michael Card señala que casi la mitad de las parábolas de Jesús involucran esclavos o personajes parecidos a los esclavos. También observa que el título favorito de Pablo al hablar de Jesús es "Señor" (kyrios), y "esclavo" (doulos) para referirse a sí mismo.

El uso de la imagen del esclavo se extendió hasta la iglesia primitiva. En el segundo siglo, Ignacio empezó varias de sus cartas, "Saludo al obispo, al presbítero, y a mis compañeros esclavos."

¿Pero, no es cierto que Jesús llamó a sus seguidores "amigos" (Juan 15:15)? ¿Y acaso no les animó a que llamaran a Dios "Abba" (Mat. 6:9)? Muy cierto que sí lo hizo. Pero la imagen familiar no es la única imagen descriptiva de la relación divino-humana que Jesús usa.

Imagínese un coro con cuatro secciones en el cual las sopranos cantan sobre el Creador todopoderoso, las contraltos sobre el Padre celestial, los tenores, sobre el Amigo encarnado, y los bajos sobre un divino Señor. Las voces juntas crean un coro balanceado. Cada una de ellas es verdad. Cada una de ellas se necesita. Mientras que los creyentes en el Occidente se deleitan en las voces de las sopranos ("Creador"), contraltos ("Padre'), y tenores ("Amigo"), permanecemos, por lo general, sordos a las voces de los bajos ("Señor"). Es por eso que nos perdemos la belleza y la verdad de Lucas 17.

Quizás también objetamos por lo que Pablo enseña en Gálatas: En Cristo, no hay "ni esclavo ni libre" (3:28). ¿Acaso este texto no debilita o mina la lógica de la parábola?

Al leer con mayor cuidado, sin embargo, vemos que Pablo se refiere a las relaciones humanas, no a las relaciones divino-humanas. Mientras que las anteriores son maravillosamente igualitarias, nunca debemos importar un espíritu igualitario a nuestra relación con Dios. Él es el Señor del universo; nosotros no. Él es trascendental; nosotros no. Él es perfecto; nosotros no.

Rendido

Si leemos la parábola de Jesús en sus propios términos, destilaremos tres percepciones sobre cómo seguirle.

Primero, debemos ceder control. Sumisión, obediencia y dependencia son algo central a la visión del discipulado de la parábola. Habiendo crecido con una dieta de nuestros derechos y lo que creemos merecernos, inconscientemente, esperamos que Dios nos complazca todas nuestras necesidades. Pero Dios no nos debe nada. Nosotros le debemos todo.

Porque nuestro señor es todopoderoso, podemos apoyarnos en su fortaleza. Y porque él es toda bondad, podemos confiar en que cuidará de nosotros. Nuestra esclavitud es verdaderamente nuestra libertad.

Afortunadamente, nuestro señor celestial no se parece en nada al señor humano de la parábola. Mientras que este último es egoísta, el primero es "humilde" y "tierno de corazón," quien da "descanso" a nuestra alma. Su "yugo es fácil" y su "carga ligera" (Mateo 11:29-30).

Es aquí donde existe una gran paradoja al igual que la clave para la parábola. Porque nuestro señor es todopoderoso, podemos apoyarnos en su fortaleza. Y porque él es toda bondad, podemos confiar en que cuidará de nosotros. Nuestra esclavitud es verdaderamente nuestra libertad.

Cada tres años, InterVarsity Christian Fellowship patrocina Urbana, una conferencia mayor de misiones en St. Louis. Mientras 16,000 estudiantes universitarios se amontonaban dentro del estadio de futbol americano del equipo de los Rams en Urbana 2009, los líderes descubrieron que la línea principal de agua afuera del estadio se había reventado. Nos dijeron que podían tardarse hasta diez horas para hacer las reparaciones—o tres días. Si pasaba lo último, el jefe de los bomberos iba a ordenar que concluyéramos la conferencia inmediatamente.

Por cuatro largas horas, el veredicto estaba en la balanza. Con mi tipo de personalidad, lo que acostumbro hacer en casos así es ponerme en un estado de pánico. Pero para mi sorpresa, permanecí calmado. ¿Por qué? Porque había estado aprendiendo que el ser esclavo de un señor todopoderoso y bueno tiene sus privilegios. Yo ya había cumplido con todas mis responsabilidades, hecho todo lo que debía hacer. Y mi señor estaba en control.

Otra historia de las conferencias de Urbana: En 1967, una estudiante de nombre Libby asistió con su novio, Tom. Durante el tiempo de invitación al final, los dos entregaron sus vidas al Señor. Por 30 años, Tom y Libby Little sirvieron en Afganistán, proveyendo cuidado de la vista al pueblo de Kabul, a través de lo que parecían guerras y conflictos interminables.

En agosto 2010, poco después de dirigir una campaña médica en una aldea de un valle remoto en el noroeste de Afganistán, Tom y su equipo médico fueron emboscados y asesinados. Al recibir la Medalla Presidencial de la Libertad, Libby dijo, "Aunque Tom fue asesinado en 2010, él ya había entregado su vida a los buenos propósitos de Dios mucho antes en 1967." Por cuatro décadas, Tom se había sometido a su divino señor.

Segundo, debemos hacer lo que es nuestra responsabilidad. En algunos casos, tal como cuidar a un padre anciano o a un hijo, necesitamos ser fielmente persistentes. Mi mamá, una madre soltera que apenas ganaba $5,000 al año, se sacrificaba por sus tres hijos, mandándonos a cada uno de nosotros a la misma escuela preparatoria donde asistía Bill Gates.

En otros casos, la responsabilidad se nos deposita encima. Cuando Martin Luther King Jr. tenía 26 años, sus colegas en el ministerio le rogaron que guiara el boicot de autobuses en Birmingham, Alabama. A las altas horas de la noche, alguien le llamó amenazándole con tirar una bomba a su casa y matarle a él, a su esposa, y a su pequeña hija.

Mientras King oraba hasta pasada la media noche, escuchó: "Martin Luther, levántate y lucha por lo recto. Levántate y lucha por la justicia. Levántate y lucha por la verdad. Y he aquí, yo estaré contigo, hasta el fin del mundo." Dijo, "escuché la voz de Jesús diciendo que debía seguir la lucha."

King se fue a la cama tranquilo, sin preocuparse más por la muerte. Esa noche cambió su vida. Esa noche aceptó su responsabilidad. Sin importar lo que le costara a él o a su familia, él iba a ser fiel a su llamado.

Durante la ocupación nazi de Francia en 1940-45, la pequeña aldea hugonota (protestante) de Le Chabon aceptó una muy dificultosa responsabilidad. Según lo cuenta Philip Hallie en Lest Innocent Blood Be Shed [A menos que se derrame vida inocente], la aldea de 3,000 agricultores y artesanos arriesgaron sus vidas para ayudar a 5,000 niños judíos a escapar a la cercana Suiza. Cuando les preguntaron por qué habían arriesgado tanto para salvar a niños que no conocían, su respuesta fue simple: No podían quedarse con los brazos cruzados y ver morir a los inocentes. Era la responsabilidad que Dios les había dado—resistir el mal y hacer el bien.

Los discípulos que se ven a sí mismos como esclavos hacen lo que su señor les ordena. No es nuestro lugar cuestionar el costo, lo inconveniente, o el riesgo. Al contrario, nuestro lugar es escuchar al Señor, delinear lo que nos manda, y hacerlo. Sin entrenamiento teológico o títulos de estudio de post grado, los habitantes de Le Chambon entendieron esto y actuaron como corresponde.

Tercero, recordamos que servimos a un solo señor. A los 26 años, Ken Elzinga se unió a la facultad de la Universidad de Virginia. Después de que un colega con planta permanente le advirtió que el ser demasiado explícito en la expresión de su fe le iba a hacer daño a su carrera, Elzinga quedó atónito al ver un póster con su foto que se había colocado en un lugar prominente de la universidad. Un ministro estudiantil había colocado el póster promocionando una plática que había acordado dar.

Un recién convertido, Elzinga se preocupó. ¿Pensarían menos de él los otros profesores colegas? Experimentó una noche oscura del alma, regresó a la universidad y quitó secretamente el folleto.

Pero el día siguiente, Elzinga regresó el folleto a su lugar. Después de horas de escudriñar su corazón, llegó a la conclusión de que su vida no era cuestión de ambiciones profesionales sino ser un discípulo fiel, y que mantener en secreto su fe no era una opción.

Cuatro décadas más tarde, Elzinga ha sido reconocido múltiples veces como el profesor del año y sigue siendo un orador muy solicitado. Él sería el primero en decir que servir a un solo señor ha sido liberador. ¿Por qué? Porque complacer a un público de uno nos hace menos ansiosos, menos sensibles a la crítica, y más valientes. Porque al hacer eso, nos sentimos más seguros y competimos menos por nuestro honor.

Consultando al Señor

¿Cómo ha formado mi vida la parábola olvidada de Lucas 17? Como presidente de un ministerio grande, he enfrentado desacuerdos sobre algunas de mis decisiones. También he sentido el dolor punzante de la crítica de los intelectuales porque nos adherimos a los valores bíblicos de la verdad, la santidad, y la exclusividad de Cristo. Y quizás, lo más doloroso, he sufrido por las palabras de cristianos que ponen sus quejas en el internet (blogueros).

He sido liberado, sin embargo, cuando recuerdo que sirvo a un solo señor. Cuando me critican, primero me pregunto si mi señor está contento con lo que estoy haciendo. Después de lo que suele ser un tiempo incómodo de auto reflexión—sacar una biga de su propio ojo no es cosa placentera—puedo actuar con confianza.

Cuando servimos al divino Señor, somos liberados de tener que colmar las expectativas de otros. Para personas como yo, que les encanta agradar a los demás, esto es un regalo. Cuando pensamos de nosotros mismos como esclavos de un solo señor, le podemos servir a él y a los demás con fe y gozo. Y en el preciso momento en que nosotros los cristianos en los Estados Unidos de Norteamérica nos sentimos confinados por el costo de ceder el control y abandonar lo que pensamos que nos merecemos, en ese momento nos encontramos lo más libres que se puede estar.

Alec Hill es presidente de InterVarsity Christian Fellowship.

Llamados a ser cristianos que no están de moda

Cuando no le tememos a nadie sino a Dios, estamos libres para servirle verdaderamente.

Christianity Today June 23, 2014
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Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Las vacas le dan la espalda al viento. Bueno, al menos todas la vacas que yo conozco. Lentamente, torpemente, eventualmente toda esa carne de res se acomodará paralelamente a la brisa.

La gente no es muy diferente. Nos alineamos cuidadosamente en manadas, confortados por el aliento caliente, de los demás, que sentimos en el cuello y las orejas. Luego resollamos y jadeamos y les soplamos a los distraídos que están volteados en la dirección equivocada.

¿Existe algo más convincente para nosotros que el profundo respiro sincronizado de la muchedumbre, especialmente cuando se combina con un levantar de cejas desdeñoso y un doblón de labios indignado. Este es el espíritu del tiempo, el zeitgeist, dentro y fuera de la iglesia, y te pondrá a juicio hasta que te conformes a él y te unas en comunión. Es ponerte en vergüenza porque no estás de moda, y te hará retorcer y que te dé la comezón de tú también darle la espalda al viento, de pararte igual que todas las otras vacas.

Los pioneros y los lanzadores de visión son los que empiezan el movimiento, motivados por el dinero, poder o beneficio personal, al igual que una búsqueda genuina de la santidad y la rectitud. Fijan su respirar, sus palabras, su comunicación, y su sentido de moda de acuerdo a eso.

Pero para el resto de nosotros, el mayor factor en nuestro proceso de tomar decisiones es simplemente conformidad. Damos la vuelta para seguir a la muchedumbre porque queremos que pare la incomodidad. Queremos que todos dejen de mirarnos así. Queremos sentir el viento de la opinión a nuestras espaldas.

¿Cómo fue que gente que en todo fueron inteligentes siguieron la corriente Nazi, la invasión de Polonia, la exterminación de los judíos? Podemos asumir quizás que eran malos, que les lavaron el cerebro, o un poco de las dos cosas, y en parte tenemos la razón. ¿Pero cuándo fue la última vez que eludió una respuesta debido al respirar caliente de aquellos a su derredor? ¿Cuándo fue la última vez que usted escogió sus palabras basándose más en la política de la situación que en la verdad?

El poder del zeitgeist ayudó a impulsar las agonías de la esclavitud basada en la raza, y el zeitgeist lo tiró en un baño de sangre. El zeitgeist nos dio el racismo institucionalizado, y cuando por fin se aplicó suficiente vergüenza, el zeitgeist lo eliminó (al menos oficialmente). El zeitgeist puso a los medas y los persas a orar a Darío, y echó a Daniel al foso de los leones (Dan. 6). El zeitgeist puede despertar el fervor por una guerra pagana; y puede colgar la cabeza cobardemente cuando se enfrenta a un verdadero reto.

El zeitgeist es un señor caprichoso, porque el zeitgeist somos nosotros.

Con razón una de las primeras cosas que tenía que hacer un profeta era ponerse en vergüenza. Juan el Bautista se vestía con cabello de camello y comía insectos. Isaías tuvo que caminar desnudo por años. Ezequiel tuvo que cocinar su comida sobre estiércol. Elías comió solo alimento que le trajeron los cuervos—asquerosos pájaros de carroña. Lo primero que le dijo Dios a Oseas fue que se casara con una prostituta.

Los profetas tienen que ser valientes, inmunes a las presiones de reyes o muchedumbres, alineados solamente con el aliento de Dios.

Estamos necesitados de profetas el día de hoy. Los cristianos están desparramados, pero el viento del mundo está fuerte y unificado.

La verdad y la gloria final pueden estar en las manos de nuestro Hacedor, pero las llaves de la vergüenza terrenal están en las manos de la muchedumbre. Los profetas deben estar inmunes a los azotes en Facebook y en Twitter. Deben enfrentarse sin ningún temor ante amigos, comités y estadios llenos de los sacerdotes de Baal. Los esfuerzos por avergonzar al profeta por no estar de moda no deben calarle. El mundo está ocupado poniendo presión sobre "asuntos sociales," y los cristianos están ocupados doblegándose a la derecha y a la izquierda, tratando de aceptar un fresquecito dogma cultural simplemente para ser aceptados.

Muchos de nosotros preferimos conformidad con la muchedumbre de hoy que representar exitosamente los amores y los odios de nuestro Padre. Pero su aliento mueve el mar del norte y sostiene las montañas. Sus palabras maduran campos de grano y a los bebés que todavía están en el caliente vientre maternal. Que se nos conceda correr sólo paralelamente a su brisa.

Todas nuestras posiciones—especialmente en controversia—deben fluir de una exégesis honesta, no del estado de ánimo en el café del barrio. Y todos podemos beneficiarnos de un poco de vergüenza. Cuando llegue la presión candente necesitamos estar inmunes. Si Dios lo desea, debemos estar dispuestos a vestirnos con cabellos de camello mientras cocinamos, en la fosa de los leones y sobre estiércol, langostas y migajas que tiran los cuervos después de habernos casado con una prostituta.

La vergüenza es fácil de encontrar. Lo único que tenemos que hacer es dejar de escondernos. Ya tenemos amigos que de verdad están muy fuera de moda. Moisés. Pablo. Cristo mismo. Disfrútelos. Deje que le caigan bien. En público. Ofenda al zeitgeist. Vuélvase inmune.

Cuando demos la vuelta, debemos hacerlo por la verdad, nunca por la muchedumbre—no cuando va corriendo a las carpas de avivamiento, ni tampoco cuando va corriendo a las guillotinas.

N. D. Wilson es un escritor reconocido, observador de hormigas, y un padre que es fácil de distraer con cinco hijos. Su último libro es Death by Living.

Más allá de Buda hasta el Amado

La manera en que llegué a ser el primer creyente en Cristo en mi familia

Christianity Today June 11, 2014
Foto por Alexander Garcia

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Clic … clic … clic. Podía escuchar a mis padres en el otro cuarto usando un contador manual mientras recitaban las mantras. En un día en nuestro hogar, el conteo podía llegar hasta los 1,000 clics, o el equivalente de 2 horas de meditación. Recitaban sus cantos repetitivos con el fin de aclarar sus mentes y purificarse, buscando la iluminación perfecta de acuerdo al camino de Buda.

Cada mañana, despertaba al aroma de incienso. En un cuarto diseñado para la meditación se ofrecían pastel de naranja y piña frente a las estatuas de Buda. Nuestro hogar era como un templo. En cada pared colgaba un retrato de Buda, sumando más de 30 dioses en nuestra casa. Una estatua del "Gran Maestro," reverenciado como el Buda viviente, se encontraba en el centro de nuestro hogar. Mis padres frecuentemente hablaban sobre la disciplina, la sabiduría, y el entrenar la mente según las Cuatro Nobles Verdades.

Quizás usted se imagina que nuestro hogar se encuentra anidado en alguna calle en Tailandia o en China, sin embargo, la historia de mi vida empieza en Lawrence, Kansas, hogar del famoso equipo universitario de basketball de los Jayhawks. Mi padre era profesor de ciencia y mi madre trabajaba en casa cuidándonos a mis dos hermanas y a mí. La influencia de lo que llaman el Premio Guggenheim—un padre ganador y una "madre tigre" mantuvo la presión para sacar los mejores grados. Los tres no negociables en mi búsqueda por la aprobación de mis padres lo componían: los logros, la ambición, y el avance académico.

Mi linaje familiar taiwanés incluye generaciones de budistas, por lo tanto, la religión estaba destinada a formar una parte integral de la formación de mi identidad propia. Sin embargo, fuera de mi hogar nuestros vecinos seguían una fe completamente diferente a la mía. Mientras practicaba el violín los domingos por la mañana, mi atención vagaba a los sonidos de carros que se estacionaban afuera. Las familias, vestidas en sus mejores vestuarios, salían y caminaban a una de las muchas iglesias cerca de mi casa. Los miraba y luego regresaba a mi ensayo de violín. De alguna manera viví 18 años de mi vida sin escuchar nunca las Buenas Nuevas de Jesús.

Irradiando amor

A mediados de los años noventa llegué a la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign (UIUC) con los ojos bien abiertos, deseoso de empaparme de todo lo que la vida universitaria tuviera que ofrecer. Había escogido UIUC por su programa de ingeniería y por su cercanía a mi casa, además de su diversidad y de sus organizaciones estudiantiles muy activas. En Lawrence, regularmente me recordaban que yo era parte de una minoría étnica. En la universidad, por primera vez en mi vida, me encontré no con una persona, ni dos, sino con toda una multitud de gente que se parecía a mí, que se había criado en una manera similar a la mía y sabía lo que era ser bicultural en una cultura mayoritaria anglosajona.

Mi dormitorio estaba lleno de cristianos apasionados con Dios: los estudiantes de la Comunidad Cristiana InterVarsity (IVCF) compartían un lazo estrecho entre ellos y parecían irradiar amor. Ellos fueron los primeros cristianos asiáticos que conocí. Se preocupaban por cosas que eran importantes para mí—como vivir con propósito y tener compasión por una causa más allá de uno mismo. Al vivir con ellos me di cuenta que el budismo de mi infancia no estaba en mi corazón.

Durante mi segundo año universitario me entró la curiosidad sobre el cristianismo y le pedí a un amigo si podía acompañarlo a las reuniones estudiantiles de IVCF. Allí escuché por primera vez las promesas de Dios en cantos de adoración y pude ver a hombres y mujeres adorando a Dios. Pronto me uní a un grupo que se llamaba "Grupos que Investigan a Dios" y empecé a estudiar mi primera Biblia, comenzando con el Evangelio de Juan. Me maravilló la autoridad con la que Jesús hablaba; parecía como si las palabras saltaran de la página, hablándome a mí directamente.

Antes de poder depositar mi fe en Jesús, necesitaba saber que había una base racional de las verdades fundamentales del cristianismo. A principios de ese verano asistí a un retiro espiritual patrocinado por IVCF donde participé en una serie de estudios de apologética. Escuché explicaciones bien fundamentadas sobre la inspiración de las Escrituras, el problema del mal, y la singularidad del evangelio. Después de que se hizo la defensa satisfactoria de las doctrinas, el líder de mi grupo me sugirió que enfocara mi investigación en la persona de Jesús, para que de esa manera no dejara que mis investigaciones filosóficas sin fin me distrajeran del personaje principal de las Escrituras. La demostración de justicia y compasión de Cristo en la cruz tenía un sentido perfecto, y mis reservas se disiparon. Y contrario a la manera en que los medios pintan al cristianismo (como un fe estrecha, loca, y dada a poner en juicio a todo mundo), descubrí que el cristianismo era la cosmovisión más estimulante con la que yo me había encontrado.

En octubre de 1997, durante mi penúltimo año, decidí tomarme un descanso de mis estudios. Empecé a leer el folleto escrito por John Stott "Llegar a ser cristiano," que había traído de una reunión de IVCF. Mientras lo leía me vino una convicción de mi pecado y de mi necesidad de ser perdonado. Manejé a una área forestal esa noche, me arrodillé sobre el césped bajo las estrellas, y le entregué mi vida a Cristo. Había sido criado en medio de un mar de dioses, sin embargo nunca tuve ninguna relación con ninguno de ellos. Ese día, tuve la experiencia de conocer al Dios viviente, Emanuel: "Dios con nosotros." Una paz me inundó mientras contemplaba los cielos. Esa noche me convertí en el primer creyente en Cristo en nuestro linaje familiar.

Honrar a mis padres

El folleto de Stott había sellado mi conversión al presentar el evangelio en una manera profunda y sencilla. Pero más de una docena de creyentes me habían guiado hasta ese punto. Había escuchado el evangelio tanto a través del mensaje como de los mensajeros, quienes encarnaban la Palabra de Dios en sus vidas. Algunos de estos creyentes tenían un estilo intelectual y podían contestar mis preguntas más difíciles. Otros compartieron conmigo la marca que Jesús había hecho en sus vidas. Unos cuantos de ellos me invitaban con regularidad a participar en eventos cristianos. Dios envió a su único Hijo como mensaje y mensajero. De la misma manera, la comunidad de IVCF sirvió de mensaje y mensajero, unida en un mismo testimonio fiel.

Por meses oré sobre cómo decirle a mis padres lo que había ocurrido. Cuando fui a casa durante las vacaciones de invierno, me senté en la sala para leer Following Jesus Without Dishonoring Your Parents [Siguiendo a Jesús sin deshonrar a tus padres]. Mi padre estaba sorprendido por lo que había escogido para leer, pero también complacido del buen título del libro (escrito por un equipo de ministros Asiático Americanos que incluyen a Peter Cha y a Greg Jao). Cuando me preguntó la razón por qué estaba leyendo ese libro, le dije que me había convertido en un creyente en Cristo.

Esa misma noche, mi padre, siempre muy estudioso, se llevó mi Biblia a su oficina y pasó horas leyéndola para aprender de mi nueva fe. Como mis padres son de una cultura colectivista, siguieron insistiendo que la religión de nuestra familia era el budismo. Mi madre reconocía a Jesús como un hombre humilde y de buen carácter, pero decía que él era sólo uno de muchos dioses. Tanto mi padre como mi madre guardaban la esperanza de que volvería a mi buen juicio y regresaría a la fe budista.

Conforme el pasar de los años, la presencia de Dios en mi corazón fue profundizándose y empecé a discernir un llamado al ministerio. Mis padres me dijeron que si seguía adelante con este plan, me cortarían de la familia. Al sentir la falta de unidad en mi hogar, decidí permanecer en casa y cuidar de mi padre quien para entonces estaba luchando con una enfermedad del corazón. Mi presencia y mi devoción forjaron un respeto mutuo y ayudaron a preservar nuestra relación. Dentro del tiempo del Señor, mi familia se fue ablandando en cuanto a mi esperanza de ser pastor. Mis padres siguen compartiendo conmigo sus experiencias budistas y yo sigo compartiendo con ellos mi fe. Mi madre ora a Jesús regularmente pidiéndole que me bendiga y me proteja.

El día de hoy sirvo como miembro del equipo ministerial de una iglesia que se reúne en lugares múltiples en los suburbios de Chicago. Ayudo a equipar miembros para ser embajadores de justicia y misericordia dentro de un radio de diez millas alrededor de la iglesia. Tuve la oportunidad de haber experimentado el amor de Dios y ahora tengo el privilegio de pastorear a personas para que vivan el evangelio. Hubo varias curvas y vueltas en el camino para lograr llegar hasta aquí. Pero cada estación de mi vida es en respuesta al amor de Dios, no un luchar por alcanzar y obtener. Aquel que empezó una buena obra en mí la terminará. A través del poder de la resurrección de Cristo, mi búsqueda de afirmación producto de mi cultura fundamentada en la vergüenza ha sido transformada y redimida por gracia. Soy obra de Dios, aprobado y sin nada de que avergonzarme (2 Ti. 2:15).

Alexander Chu es el pastor de alcance de la Iglesia Christ Church en Lake Forest y Highland Park, Illinois. Es un candidato al doctorado de Trinity Evangelical Divinity School.

Los que se abstenían del alcohol que nunca conocí

Los cristianos activistas de generaciones anteriores estaban comprometidos radicalmente con el bienestar común.

Christianity Today June 5, 2014
F&A Archive / Art Resource

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Tengo un amigo que fabrica cerveza artesanal para Jesús.

Está comprometido con las cosas simples y locales, a comer y beber lentamente. Inspirado por Shane Claiborne y Wendell Berry, le puso por nombre a su compañía (si le podemos llamar compañía a un par de amigos haciendo cerveza en el garaje) Mad Farmers Ale [Cerveza Campesinos Furiosos] en honor al famoso poema de Berry Manifiesto: The Mad Farmer Liberation Front [Manifesto: El Frente de Liberación del Campesino Furioso].

Mi amigo ve su compromiso con vivir una vida simple y con el pobre, con hacer cosas con sus propias manos, como algo central a lo que Cristo espera que él sea. Y la cerveza es simplemente un aspecto de seguir las enseñanzas que Berry dio en su introducción:

Ama al Señor.
Ama al Señor. Trabaja sin sueldo.
Toma todo lo que tienes y sé pobre.
Ama a alguien que no lo merece.
… Sé como la zorra
que deja más huellas de lo necesario.
Algunas en dirección contraria.
Practica la resurrección.

Mi amigo encuentra afinidad entre sus compañeros evangélicos. Empezando con el crecimiento de pláticas teológicas en los bares, y la política relajada para administradores y profesores de instituciones cristianas—la más reciente en el venerable Instituto Bíblico Moody—y terminando con la evidencia verbal de jóvenes en sus 20's, una cosa queda en claro: ha habido, como lo dijo el New York Times al reportar lo que sucedió en Moody, un viro cultural en cuanto a los evangélicos y el alcohol.

No sé si mi amigo alguna vez ha considerado que generaciones de antepasados evangélicos veían el no tomar cerveza como algo central a lo que Cristo deseaba que ellos fuesen. Lo que sí sé es que para muchos de sus colegas de su generación la palabra templanza [temperance] trae consigo reglamentos legalistas ("no tomes, no fumes, no mastiques tabaco, ni te juntes con muchachas que lo hagan") y un vago recuerdo de haber aprendido que el movimiento de "prohibición" fue una cosa bastante mala: Tugurios, fabricación ilegal de bebidas alcohólicas, Al Capone.

Pero el movimiento pro-sobriedad tiene una historia mucho más antigua—y mucho más sorprendente.

Por sobre todas las cosas, moderación

Érase una vez, hace mucho, mucho, tiempo, Platón. En La república, libro que escribió hace más de 2,400 años, el filósofo griego habló sobre las virtudes necesarias para vivir bien en un orden social debidamente constituido. Dichas virtudes eran la prudencia, la justicia, la templanza, y la fortaleza—o en términos más conocidos el día de hoy, la sabiduría, la justicia, la moderación y el valor. Su lista vino a conocerse como las "cuatro virtudes cardinales." Los pensadores cristianos tomaron estas virtudes y agregaron las virtudes específicamente cristianas de la fe, la esperanza, y el amor.

La verdad es que la templanza—definida como abstinencia total, no sólo moderación—era una causa progresista en el EU del siglo diecinueve, y fundamentada en lo que se entendía como la mejor ciencia disponible.

Por siglos, la palabra templanza significó moderación para el típico cristiano. Quería decir experimentar el alimento, la bebida, y otros placeres en la proporción correcta en relación a las experiencias de la vida de uno mismo, y estar consciente del efecto interno de toda conducta externa. En algunos casos incluía conducta ascética tal como abstenerse de alimento, bebida, o sexo—ya sea por un periodo de tiempo (en la Edad Media, "no tenga relaciones sexuales por tres días antes de participar en la Comunión o Cena del Señor) o para ciertas personas (en aquellos tiempos y ahora también, "si eres monje no puedes ser dueño de ninguna propiedad").

Los metodistas más tarde calificarían la templanza como "una virtud singularmente cristiana, de la que se disfruta en el Espíritu Santo. Implica una subordinación de todas las emociones, pasiones, y apetitos al control de la razón y la conciencia." El catecismo católico todavía la define como "la virtud moral que modera la atracción de los placeres y provee el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos dentro de los límites de lo que es honorable.

Por supuesto, no siempre se practicaba la moderación. En muchos tiempos y lugares se honraba más quebrantar la moderación que observarla. Y puede ser que en algunas ocasiones aconsejara prácticas que nos parecen extrañas a nosotros (a ver, ¿qué dijeron sobre el sexo y la Cena del Señor?). Pero en su mejor perfil, la tradición cristiana declaró la sabiduría de que todas las cosas creadas son buenas, pero que todas las cosas creadas deben ser consumidas en una manera equilibrada.

En el siglo diecinueve, la templanza tomó un significado más limitado para muchos evangélicos y unos pocos católicos. Varios factores llevaron a esa limitación. Desde que las colonias norteamericanas fueron colonizadas, los norteamericanos por lo general tomaban mucho. Pero después de 1800, las cosas cambiaron. El siglo vio una creciente popularidad del whisky (otras bebidas sufrieron a causa del bloqueo de la era revolucionaria) y cerveza lager o rubia (que trajeron los inmigrantes alemanes). Agréguele a eso la disrupción social ocasionada por la industrialización. La nación cambió de pequeños pueblos donde todo mundo cuidaba del borracho del barrio y donde las cosas se fabricaban lentamente con herramientas de mano a zonas urbanas donde uno podía tomar en perfecto anonimato y donde se requería completa sobriedad para poder operar maquinaria pesada. Al mismo tiempo, empezaron a aparecer un número creciente de licorerías a través de los centros urbanos. Todos estos factores llevaron a un consenso de que la mejor manera de practicar la templanza en lo que tenía que ver con el alcohol era abstenerse completamente.

Tres ideas equivocadas

Hay una serie de ideas equivocadas en lo que tiene que ver con el movimiento de templanza del siglo diecinueve. La primera, que los mismos activistas pro-templanza compartían, es la idea de que el movimiento no funcionó. Lo cierto es que sí funcionó. El consumo de bebidas alcohólicas en Estados Unidos disminuyó drásticamente en los años 1830s cuando el movimiento pro-templanza despegó. Los norteamericanos estaban tomando 7.1 galones de alcohol puro por persona por año. (Esto sería el equivalente de tomarse 36 botellas de vino en un año.) Para 1835, el consumo había bajado a 5.9 galones; para 1840, 3.1. Para 1910, un poco antes de que empezara la prohibición, el consumo había bajado a 2.6 galones; después de la prohibición había bajado a 1.2, o seis botellas de vino por año. Después de todo el desgaste moral que trajo el siglo veinte, desde las bailarinas de los 1920s hasta el movimiento anticultural, para el año 2000, el norteamericano promedio bebía menos de un galón de alcohol puro al año. Eso sería más de seis galones menos de lo que bebían sus antepasados 200 años atrás.

La segunda idea equivocada—perpetuada por años por historiadores tanto como por gente común—es la idea de que la templanza fue un movimiento reaccionario, retrógrado dirigido por personas reaccionarias y retrógradas para imponer una moralidad anticuada. En los 1960s, un respetado historiador norteamericano describió a los activistas pro-templanza como los descendientes directos de aquellos que protestaron en los 1950s en contra de "fluoración, el comunismo doméstico, el currículo escolar, y las Naciones Unidas." Otros historiadores argumentaban que todo fue un complot económico con el fin de que los obreros pudieran trabajar eficientemente con maquinaria pesada. Un escritor señaló que el cambio de moderación a abstinencia fue ir de "una defensa de una virtud cristiana" a "una insistencia en un tabú social." Un adiós a las preocupaciones teológicas, y un bienvenido al opio de las multitudes.

La verdad es que la templanza—definida como abstinencia total, no sólo moderación—era una causa progresista en el EU del siglo diecinueve, y fundamentada en lo que se entendía como la mejor ciencia disponible. Varios experimentos famosos (incluyendo uno en que el médico William Beaumont miraba dentro del estómago de un paciente a través del espacio creado por una herida que todavía permanecía abierta y analizaba varias bebidas y comidas) dejaron en claro que la cerveza y el vino no eran una alternativa enteramente saludable a las bebidas destiladas. Los médicos en los 1800s estaban mejorando su habilidad para describir con exactitud los efectos físicos y mentales del abuso del alcohol. La Iglesia Metodista Episcopal podía argumentar a atentos oyentes, después de citar la definición de moderación arriba mencionada, que "tanto la ciencia como la experiencia humana se unen a las Sagradas Escrituras en condenar todas las bebidas alcohólicas como bebidas que no son ni útiles ni saludables."

No importa lo que pensemos de la ciencia o la exégesis del movimiento de templanza, el movimiento también gozó de aliados políticos progresivos. Antes de la guerra civil, la templanza y la abolición de la esclavitud estaban ligadas estrechamente; por ejemplo, los miembros sureños de la Iglesia Metodista Episcopal se pusieron nerviosos, cuando se suscitó un debate sobre el tema en 1844, sobre restaurar a las leyes de la iglesia algunas de las prohibiciones de conducta originales de John Wesley porque Wesley había prohibido la esclavitud a la par de la venta de licor. Después de que se fundó la Iglesia Wesleyana Metodista en 1843 en protesta porque la iglesia principal estaba cediendo a los intereses de la clase media, los wesleyanos protestaron en contra de la esclavitud, patrocinaron la famosa convención a favor de los derechos de la mujer en Seneca Falls, participaron en la primera ordenación de una mujer en la historia en el hemisferio occidental—y lucharon a favor de la templanza.

Las denominaciones de santidad que surgieron después (metodistas libres, nazarenos, y los más famosos, el ejército de salvación) siguieron el mismo ejemplo de los wesleyanos. Los del ejército de la salvación dieron el mismo rango a hombres y mujeres en el ejército y practicaron ministerios urbanos con los pobres a gran escala; también predicaron abstinencia total mientras laboraban en los bares salvando a los destituídos.

Muchos de los defensores de la templanza también promovían el derecho a voto de la mujer. Después de todo, las mujeres tenían mejores posibilidades que los hombres de votar a favor de cerrar los bares que estaban destruyendo sus hogares. Carrie Nation y su hacha de mano puede ser la imagen más famosa, pero la cruzada femenil de 1873-74—que llevó a la fundación del Woman's Christian Temperance Union (WCTU) [Unión Cristiana de Mujeres pro-Templanza] es una mejor representación del movimiento, con su multitud de manifestantes con sus brazos unidos frente a las puertas de los bares. Un historiador del WCTU más tarde describió la cruzada en Ohio:

Caminando de dos en dos, los más bajos primero, los más altos detrás, cantaban más o menos confiadamente, "Dad a los vientos tus temores," esas palabras alentadoras de protección divina ahora tan conocidas por los miembros de WCTU como el himno de la cruzada. Todos los días visitaban los bares y las farmacias donde se vendía licor. Oraban en pisos llenos de aserrín, o si se les negaba la entrada, se arrodillaban sobre el pavimento cubierto de nieve frente a las puertas, hasta que todos los vendedores de licor capitulaban.

El movimiento a favor de la templanza fue parcialmente responsable de introducir los bebederos públicos como una alternativa gratis al alcohol.

La tercer idea equivocada sobre el movimiento de templanza—y de muchos de los temas asociados al estilo de vida, desde el promover el vestido modesto hasta evitar el baile y las producciones teatrales—es que esos asuntos de estilo de vida surgieron del deseo de impedir que los cristianos se divirtieran. Claro que gran parte de la literatura del día sugiere que los líderes del movimiento de templanza estaban preocupados de las pasiones descontroladas—ya fuese por el alcohol, el tabaco, el vestido extravagante, el teatro, o el sexo opuesto. Pero esa preocupación estaba enraizada, al menos parcialmente, en el lugar a donde las pasiones descontroladas pueden llevar a la persona—es decir, a una vida de pobreza en la clase baja.

Conforme los jóvenes se mudaban a las ciudades para trabajar, desaparecían en la "cultura deportiva" urbana que se distinguía por el acceso al licor y a prostitutas. La línea entre trabajar en el teatro y trabajar en el comercio sexual a veces se volvía borroso. Aún el deseo de usar la mejor moda podía dejarlos en la bancarrota; las iglesias aconsejaban vestido sencillo recordándole a los miembros el mucho más dinero que podían dar a los pobres si no se lo gastaban comprando sombreros de última moda.

Uno de los escritores del movimiento creía que referirse a Jesús como un bebedor de vino era ponerlo también en el mismo lado de los "que golpean a sus esposas y los que golpean a sus hijos" y "siete de cada ocho crímenes que se cometen en el mundo civilizado." En el mejor de los casos, los defensores de la templanza trabajaron al lado de los pobres, recordándoles a sus colegas que lo que algunos tomadores moderados, muy seguros en sus redes protectoras de la clase media, creían que podían manejar bien, había otros más débiles de voluntad—o redes protectoras más débiles—que no lo iban a poder hacer. Los metodistas escribieron en 1868 en disciplina: "Les rogamos a todos los que se ven tentados por la moda de la sociedad mundana, o por apetito personal, a que se abstengan de esta apariencia y realidad de maldad…. Nuestras riquezas traerán consigo la más fuerte maldición del cielo si se vuelve una fuente de corrupción a través de cualquier complicidad con pecados popular."

En memoria

Muchas cosas se combinaron para ocultar estas historias de los herederos evangélicos del WCTU y del Ejército de Salvación. Para empezar, la prohibición puede haber reducido el consumo del alcohol, pero fracasó como experimento social. La rebelión en contra del movimiento pro-templanza, especialmente entre la élite intelectual, hizo eco por décadas. En los 1920s, un eminente historiador describió a los miembros del movimiento como personas que estaban del lado del "filisteismo, dura restricción, odio hacia la belleza, fanatismo de rostro duro, hipocresía suprema, palabrería, demonología, enemistad al arte verdadero, tiranía intelectual, jugo de uva, sermones espeluznantes, persecución religiosa, malhumor, mal genio, tacañería, intolerancia, soberbia, grandilocuencia." No es muy difícil encontrar miembros de la élite intelectual—tanto cristianos como los que no lo son—que dirían lo mismo el día de hoy.

Además, a algunos cristianos se les olvidó de donde vinieron las reglas sobre su estilo de vida. Renunciar a tomar o fumar o usar joyas o ir al cine permanecieron como marcas distintivas de la identidad evangélica en contextos donde la conexión entre estos comportamientos y el ministerio entre los pobres y los marginados había desaparecido desde mucho antes.

Cuando se levantó una nueva generación de evangélicos que estaban preocupados por la relación entre la santidad y lo que comemos y bebemos, y que quieren vivir sus vidas sintonizadas al manifesto poético de Berry, no sabían que sus antepasados pro-templanza ya habían viajado por ese camino antes que ellos. Conforme los cristianos evangélicos del día de hoy se apropian de la libertad para fabricar cerveza para Jesús, quizás les pueda ayudar si recuerdan que la libertad no es licencia—y que hay más de una manera de practicar la resurrección.

Jennifer Woodruff Tait es gerente editorial de Christian History y autora de The poison Challice: Eucharistic Grape Juice and Common-Sense Realism in Victorian Methodism (University of Alabama Press). La investigación en el seminario de estudios wesleyanos de verano de Asbury Seminary contribuyó a este artículo.

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