Liberar a Cuba: Por qué sigue siendo una gran idea

El llamado del Presidente Obama a normalizar las relaciones ofrece una oportunidad—que solo viene una vez en una generación—para que las iglesias cubanas y americanas fortalezcan sus lazos.

Christianity Today March 16, 2015
Markus Henttonen / cultura / Corbis

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

El evangelio llegó oficialmente a Cuba en 1511, cuando el conquistador español Velázquez estableció la Iglesia Católica en la isla caribeña. Pero desde entonces, el mensaje del evangelio ha sido atropellado conforme el genocidio, la esclavitud en las plantaciones, la guerra, y las penurias han afligido al pueblo cubano.

Desde 1960, el dictador Fidel Castro, de 88 años de edad, y su hermano-sucesor Raúl, de 83, han mantenido a Cuba en sus brutales garras. Bajo Castro, el 99 por ciento de los cubanos pueden leer y escribir para cuando cumplen los 15 años, y el hambre es algo raro. Estos son grandes avances sociales. Pero la libertad para adorar a Dios como uno desea ha sido algo que ha estado sujeto a un control extremo estatal. Cuba es un estado policial—donde la policía mantiene un control opresivo.

En 2012, los Estados Unidos otorgaron asilo político a Carlos Lamelas, un pastor pentecostal que se vio en medio de conflicto con el régimen de Castro. En su conversación reciente con CT, Lamelas proveyó un vistazo de lo que la vida es para muchos pastores: vigilancia constante. Tentaciones patrocinadas por el gobierno a través de vendedores del mercado negro y de ofertas de sexo ilícito. Pornografía que esconden dentro de la Biblia del púlpito. Control sobre publicaciones de Biblias. Azotes severos y palizas. Incapaces de poder tentar a Lamelas, la policía lo acusó falsamente de tráfico de personas: “Me sacaron de la casa, prácticamente me secuestraron una mañana.”

La organización Christian Solidarity Worldwide comenta que las violaciones a la libertad de culto han ido aumentando desde el 2011. Pero nuevas posibilidades de un cambio positivo parecen posibles, a pesar de que el embargo de EU sigue en efecto. El llamado del Presidente Obama para normalizar las relaciones, por mucho tiempo congeladas por una política de grupo de los tiempos de la guerra fría, ofrece una oportunidad—que solo viene una vez en una generación—para que las iglesias cubanas y americanas fortalezcan sus lazos. El evangelio, no la política, es nuestra agenda compartida. Bajo la nueva política estadounidense, “actividad religiosa” es una de las 12 razones explícitamente permitidas para que los estadounidenses puedan viajar a cuba bajo lo que se denomina una licencia general. (Esto es una mejora de la dificultosa licencia específica, que exigía aprobación caso por caso.)

Una nota de precaución

¿Cómo se verá el éxito ministerial conforme se relajan las restricciones de viaje y un régimen represivo se vuelve más abierto a las influencias externas? La respuesta de la iglesia de EE.UU. a la caída de la Unión Soviética en 1991 es una historia que sugiere precaución—fue una experiencia de pasos en falso, en algunas ocasiones de fracaso abierto, y de éxito tentativo. Este no es el lugar donde volver a contar los altibajos de esa campaña por esparcir el evangelio a través de Rusia en colaboración con el sistema educativo estatal. ¿Pero, por qué no aprender de los errores de los demás?

Una lección clave de la era post-soviética es la necesidad de trabajar respetuosamente al lado de la comunidad Cristiana histórica. En Cuba, la población Cristiana es predominantemente católica. Los protestantes son mayormente pentecostales o carismáticos. Los evangélicos estadounidenses, recién llegados a la tarea de alcance en la isla, harán bien en hermanarse con misiones que ya están trabajando activamente en Cuba y deben evitar llegar ya con un plan de cinco años en la mano impreso en inglés.

A los Cristianos que van rumbo a Cuba les irá mejor si llegan a La Habana buscando aprender tanto como ayudar. Veamos las cifras. En Cuba, el movimiento evangélico (incluyendo los pentecostales) está creciendo a un 3 por ciento por año. Los metodistas están creciendo a un 10 por ciento. El gobierno trata de reprimir el crecimiento de la iglesia fijando límites severos en construcción de templos. (El año pasado, el gobierno aprobó el primer permiso desde la revolución para construir un templo.) Pero los sabios pastores han virado a favor de una estrategia de iglesias en los hogares que ha trabajado magníficamente entre el pueblo. Las antiguas catedrales están vacías, pero las nuevas iglesias en los hogares están llenas.

El Cristianismo cubano tiene sus problemas. Falta de confianza, sospechas, y desacuerdos afligen a las iglesias locales y a las asociaciones nacionales. Delatores o informantes están por todos lados. Pero los líderes Cristianos también tienen aspiraciones. En 2009, los pastores le dijeron a CT de su sueño doble de una Cuba para Cristo y de cumplir su papel en la Gran Comisión. “La Gran Comisión es nuestra responsabilidad tanto como lo es de las iglesias en América,” le dijo a CT un líder evangélico del centro de Cuba.

Los Cristianos cubanos tienen la esperanza de que la iglesia americana y la global se puedan hermanar como socios iguales. Los Cristianos que visitan Cuba pueden abrigar esta visión de Cuba como nación que envía misioneros. “No podemos ver a Cuba distinto de cómo vemos a los Estados Unidos, Francia, o Rusia,” dijo Lamelas. “Todos nosotros le pertenecemos a Dios. Es la iglesia de Cristo Jesús.”

La iglesia cubana necesita más que relaciones completamente normales con el Tío Sam. También necesita libertad. “Cuba Libre” sigue siendo un grito de batalla válido, pero tiene que lograrse por fe.

Las prisiones de Cuba están llenas de disidentes políticos. Libertad para cada persona en Cristo al igual que libertad de un régimen coercitivo son pasiones dignas de seguir en Cuba.

Timothy C. Morgan es editor principal de periodismo global de Christianity Today. Sígalo en Twitter @tmorgan815.

Unidad de la iglesia al estilo casero

Sanar el cuerpo fracturado de Cristo no es para que lo resuelvan solamente los teólogos.

Christianity Today March 13, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Escena 1: El escenario es la iglesia bautista a la que yo acostumbraba asistir. Entré inmediatamente antes de que empezara el servicio, listo para notar todas las patentes deficiencias que causaron que abandonara la tradición Bautista un par de años atrás. Ahora soy anglicano, y como muchos en mi recién descubierta tribu, mi gran vicio es creer que yo he acaparado los ricos tesoros de la historia Cristiana. Espero hacer una mueca de pena cuando abra el boletín y vea que no habrá Cena del Señor hoy. Espero gemir al escuchar el lenguaje sencillo y al ver la ausencia de oraciones formales.

Más tarde, al estar sentado con mis muy queridos amigos quienes todavía son miembros de esa iglesia, experimento algo enteramente diferente. Para mi sorpresa, estoy muy consciente de mi solidaridad con estos creyentes levanta manos. Conozco todas sus faltas con ese tipo de intimidad que se alcanza solamente a través de una larga familiaridad, pero, en medio de todo, recuerdo que compartimos un mismo bautismo. Y nada—ni siquiera un cambio durante mi media edad en afiliación de iglesia—puede cancelar ese lazo bautismal que es más fuerte que la más gruesa cadena de ancla.

Escena 2: El escenario es una iglesia anglicana, donde ahora adoro. Sentado a mi lado está mi amigo católico Ron. Nos arrodillamos al mismo tiempo y oramos al unísono. Recitamos el mismo credo en voz alta—“Creo en Dios, el Padre Todopoderoso . . . y en Cristo Jesús, su único Hijo, nuestro Señor”—y recitamos la misma oración de confesión.

Cuando llega el momento de tomar la Cena del Señor, camino hacia el sacerdote y acomodo mis manos para recibir el pan. Ron se para en el altar al lado mío. Cruza sus brazos sobre su pecho para indicar que no va a recibir el pan y el vino, en obediencia a las enseñanzas de la iglesia que impide que los católicos tomen la Cena del Señor con otras tradiciones hasta el día en que se logre una unidad teológica.

Mi sacerdote ora una bendición a favor de Ron mientras acerco la copa a mis labios. Juntos caminamos de regreso a nuestra banca y nos arrodillamos a orar. Ron está a mi lado, codo a codo, inclinado a mi lado. Creo que lo escucho repetir las palabras que yo estoy susurrando: “Padre, te pido por aquellos que creen, para que todos seamos uno.”

Escena 3: Un poco tiempo más tarde, Ron me invita a misa. Le digo que sí, alegremente. Conozco casi toda la liturgia: sigue los mismos patrones Cristianos que el servicio anglicano. Ron abre el libro rojo que contiene las oraciones y los himnos, y me señala los lugares correctos. Cantamos juntos con fuerza, haciendo buen uso de la fortaleza aprendida durante nuestra niñez cantando himnos en la iglesia bautista. Y otra vez nos arrodillamos al mismo tiempo y oramos las mismas palabras.

De la misma manera que lo hizo Ron en mi iglesia, me acerco al sacerdote con mis brazos cruzados. El sacerdote hace una oración a mi favor pero no me ofrece ni el pan ni el vino, puesto que no soy miembro de la iglesia católica y no me he confesado con el sacerdote. Camino de regreso a mi banca sabiendo que Ron y yo hemos sido bautizados en el nombre del mismo Dios Trino. Y también sé que me siento triste, impresionado nuevamente por la inmensidad del golfo que nos impide comer alrededor de la misma mesa.

Mientras esperamos a que Dios sane el fracturado cuerpo de Cristo, algunos de mis amigos y yo estamos buscando maneras concretas para expresar nuestra confianza que Dios un día hará exactamente eso.

¿Qué es lo que estas escenas tienen en común? Entre otras cosas, esto: Mientras esperamos a que Dios sane el fracturado cuerpo de Cristo, algunos de mis amigos y yo estamos buscando maneras concretas para expresar nuestra confianza que Dios un día hará exactamente eso. El apóstol Pablo visualiza el momento en que la iglesia “con un solo corazón y a una sola voz glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 15:6 NVI). En pequeñas maneras, que a veces parecen ineficaces, mis amigos y yo buscamos experimentar una probadita de ese momento. Estamos tratando de seguir el consejo del erudito bautista Steven Harmon:

Si estás bien fundamentado en la tradición de una denominación y sigues activamente involucrado en la adoración, la tarea, y el testimonio de una iglesia específica que pertenece a dicha tradición, no existe substituto para aprender sobre otra denominación que intencional y regularmente participar en su adoración y apropiar sus prácticas de devoción personal.

Nosotros, como creyentes individuales, no podemos solucionar los problemas de cómo todos los creyentes bautizados pueden un día compartir la misma Cena del Señor. No podemos asumir que adorar juntos de vez en cuando sane las diferencias y divisiones reales entre las denominaciones. Lo que sí podemos hacer es decir con nuestros cuerpos que, a pesar de las divisiones, nosotros pertenecemos juntos, arrodillados uno al lado del otro, tomando de los dones que el Espíritu nos ha distribuido.

Wesley Hill enseña Nuevo Testamento en Trinity School for Ministry en Ambridge, Pennsylvania, y está escribiendo un libro sobre la amistad.

Lo que las Escrituras y el jazz tienen en común

Resolviendo dos asuntos difíciles sobre la inspiración de la Biblia.

Christianity Today February 16, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Desde el primer siglo, los Cristianos han declarado que la Biblia es inspirada por Dios. Hoy en día, usamos la palabra inspirada para casi cualquier logro creativo—un poema, una canción, un discurso, aún un touchdown. Aunque usamos la palabra para cosas que pensamos que son sobresalientes, los Cristianos tradicionalmente la usan para describir la autoridad divina de la Biblia.

Uno de los textos bíblicos clásicos para hablar de la inspiración de las Escrituras es segunda de Timoteo 3:16: “Toda la escritura es inspirada por Dios.” Aquí Pablo usa la palabra griega theopneustos, un compuesto de theos (Dios) y pneō (soplo o respiro). En otras palabras, los hombres escribieron los libros, pero fueron inspirados, en-Espíritu, con el soplo, de Dios. Las palabras son humanas, pero el aliento es divino.

Pablo lo vio de esa manera, al igual que Pedro (2 de Pedro 1:21) y los Profetas, quienes con frecuencia decían cosas como “la palabra de Dios vino a mí.” Así fue que Cristo vio la naturaleza de las Escrituras también. La semana antes de su crucifixión, Jesús le preguntó a los fariseos: “¿De quién es hijo el Mesías?”

“Fácil,” respondieron, “de David.”

“Bien, pero David, por el Espíritu, llama al Mesías ‘Señor.’ ¿Cómo puede ser el Mesías su hijo?”

Silencio. Nadie podía contestarle. Desde ese día, se nos dice, ninguno se atrevía a hacerle más preguntas a Jesús (Mt. 22:41-46).

Note la manera en que Jesús habla del autor de los Salmos: “David, por el Espíritu.” Esto, con mayor claridad que cualquier otra cosa en los Evangelios, muestra cómo Jesús entendió la inspiración de las Escrituras y la relación entre los autores humanos y divinos. El texto es tanto divino como humano en su totalidad. No es cómo si David estuviera hablando dando simplemente su propio punto de vista. Pero no es un dictado divino tampoco, como si Dios proclamara las palabras y David servilmente las copiase, o como si Dios hubiera escrito las palabras en el cielo. En lugar de eso, es inspiración: Dios obrando a través del ser humano. “David, por el Espíritu.”

Dios es el músico; Isaías, Pablo, y Pedro son los diferentes instrumentos que Dios toca, cada uno con su sonido muy único.

Esto pudiera parecer extraño, especialmente si estamos impuestos a pensar sobre el origen de la Biblia como algo humano o divino. Pero si consideramos el lenguaje de inspiración—aliento, viento, Espíritu—entonces abundan las ilustraciones útiles. Dios es el viento; David es la vela. Dios es el aire; Moisés el globo. Dios es el músico; Isaías, Pablo, y Pedro son los diferentes instrumentos que Dios toca, cada uno con su sonido muy único.

Nadie que hubiera escuchado a Louis Armstrong tocando en un club de jazz hubiera preguntado si era Louis o su trompeta quien estaba produciendo esa música. El aliento y la tonada venían de Armstrong, pero la trompeta era el instrumento a través del cual fluía su aliento para que pudiera volverse audible. De la misma manera, los autores bíblicos son instrumentos de revelación—una trompeta aquí y un oboe allá—cada uno produciendo su propio sonido. Pero el músico, el diestro artista quien los llena de su aliento y se asegura que se toca la tonada correcta, es el Espíritu Santo.

Aunque es una analogía imperfecta, resuelve varios asuntos dificultosos con respecto a la inspiración de la Biblia. Primero, nos ayuda a ver que los aspectos divinos y humanos no se cancelan el uno al otro de la misma manera que el talento musical de Armstrong no cancelaban el papel que jugaba su trompeta. Y no es como que el papel de la trompeta aumenta conforme el papel del músico disminuye. Ni tampoco es el sonido 50 por ciento el músico, 50 por ciento el instrumento. Lejos de ser así. Entre más inspiración recibe la trompeta, más fuerte y más singular se vuelve la trompeta en su calidad única de trompeta. No es 50/50, sino 100/100.

En segundo lugar, nos ayuda a entender algunos de los “choques” en las Escrituras. No importa lo que usted les llame—tensiones, contradicciones, paradojas, dificultades—ciertos textos en las Escrituras, sin duda, parecen jalar en direcciones diferentes: Pablo y Santiago, Lucas y Juan, Samuel y Crónicas. Algunos intérpretes piensan que la disonancia comprueba que no hubo inspiración divina: Si el mismo Dios inspiró todos estos textos, entonces todos ellos deberían sonar igual y nunca chocar el uno con el otro.

No necesariamente. Imagínese que está escuchando a un talentoso músico de jazz quien puede tocar varios instrumentos y grabarlos en diferentes niveles. Los instrumentos no sólo producen sonidos diferentes sino que también tocan notas que no concuerdan, en ocasiones por un buen tiempo, y que no se resuelve el conflicto sino más tarde en la pieza. Si usted nunca ha escuchado jazz antes, puede pensar que el músico es incompetente cuando escucha una nota C-aguda que choca con una D. Pero cuando usted confía en que la instrumentalista sabe lo que está haciendo, usted podrá gozar de la pieza. Usted asume que la instrumentalista quería que usted escuchara ambas notas, reconocerá el choque de notas por lo que es, y confiará que se resolverá al final.

Esa es la manera en que yo leo la Biblia. Es difícil pero bella, inquietante pero coherente, Con el aliento de Dios y gloriosa. Y todo hace resaltar la excelencia de aquel cuyo aliento llena sus páginas. Es inspirada y verdad, como el jazz.

Andrew Wilson es un anciano en la iglesia Kings Church en Eastbourne, Inglaterra, y autor del muy reciente libro Unbreakable [Inquebrantable].

Cómo casi perdí la Biblia

De no haber sido por el primer editor de CT, lo más probable me hubiera ido por el mismo camino que el estudioso liberal Bart Ehrman.

Christianity Today January 14, 2015
Foto por Brad Guice

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Nací en el Hospital Comunitario Evangélico en Lewisburg, Pennsylvania—hecho que causó que un amigo un día me dijera, “Naciste evangélico, te criaste evangélico, y cuando te mueras, te vas a morir evangélico.” Mi padre, John Forrest Thornbury, era el modelo del pastor de pueblo, sirviendo por 44 años como pastor de la Iglesia Bautista Winfield, una congregación histórica en la tradición Bautista Americana.

El medio ambiente en el que me crié prefiguraron lo que llegaría a ser la pasión de mi vida: la relación entre la fe Cristiana y la educación superior. Lewisburg es el hogar de la Universidad Bucknell, una universidad privada élite cuyos graduados incluyen a dos luminarios evangélicos: Tim Keller, pastor de la Iglesia Presbiteriana Redeemer de la ciudad de Nueva York, y Makoto Fujimura, aclamado pintor contemporáneo. Hace algunos años, Tim me dijo que en algunas ocasiones había asistido a la iglesia de mi padre durante sus años de estudiante en Bucknell.

Fundado por una asociación Bautista, Bucknell originalmente existía con el fin de extender la causa de Cristo. En correspondencia a las iglesias hermanas a través de Pennsylvania, los líderes de la asociación explicaron que, a través de Bucknell, buscaban “poder ver . . . la causa de Dios, el honor y la gloria del reino del Redentor promovido en todos nuestros ámbitos, y esparciéndose a lo ancho y largo hasta que los reinos de este mundo se conviertan en los reinos de nuestro Señor y su Cristo.” Bucknell inició sus primeras clases en el sótano de la Primera Iglesia Bautista ese otoño de 1846.

La reputación de la escuela brillaba en sobremanera en nuestra comunidad, pero como muchas otras universidades estadounidenses sobresalientes, poco a poco abandonaron su posición ortodoxa. El día de hoy, se le hará dificultoso encontrar en la página de internet de Bucknell alguna referencia a sus orígenes como una institución Cristiana. Conforme fui creciendo, quizás inconscientemente, estuve al tanto de este hecho: La fe es algo que se puede perder.

Sin embargo, gracias a mi padre, escuché el evangelio predicado fielmente cada domingo. Mi madre me cocinaba huevos y tocino cada mañana y me leía pasajes de los escritos de Jonathan Edwards, Matthew Henry, y del ministro escocés Robert Murray M’Cheyne. Pero John y Reta Thornbury no eran fundamentalistas. Mi padre escribió biografías del evangelista Asahel Nettleton y del misionero David Brainerd, pero también mantenía la casa suplida con discos de Elvis, Johnny Cash, Jerry Reed, y Marty Robbins. Y nunca llegó a casa después de haber pasado por la librería sin traerme revistas de cómic.

Hice mi decisión de fe y fui bautizado a la edad de 9 años. Mi padre había estado nervioso en cuanto a bautizarme, diciendo que yo debía ser zarandeado por el mundo antes de ser bautizado. Recuerdo haber usado a Edwards como apoyo para su posición, quien dijo que la conversión de los niños es algo raro. Él tenía razón. Desde el lado que lo mirara uno, yo parecía ser un buen joven Cristiano. Hasta prediqué mi primer sermón a la edad de 14 años frente a una convención estatal de la escuela dominical, pero era algo que no debía haber hecho.

Después de la preparatoria, asistí a una universidad Cristiana. Durante el primer semestre de mi primer año, me matriculé para un curso con un profesor brillante, articulado, y recién graduado de un doctorado en filosofía de Oxford. El libro de texto para nuestro curso de introducción a la Biblia era: Jesús: Una nueva visión, de Marcus J. Borg, un prominente miembro de la facultad del Jesus Seminar. El proyecto de investigación intentaba descubrir “el Jesús histórico” alejado de los compromisos de credos o enseñanzas de la iglesia.

En dicho volumen, Borg explica calculadoramente que Jesús nunca dijo ser el Hijo de Dios y nunca pensó en sí mismo como Salvador. Aprendimos que la Biblia es un pastiche (o mezcolanza) de tradiciones y fuentes, que fueron armadas principalmente a fines del segundo siglo. Nuestra tarea como intérpretes de la Biblia era desenredar lo que era “auténticamente Jesús” de la mitología y la tradición de la iglesia.

En un curso subsecuente sobre los Evangelios Sinópticos, leímos las obras de Robert. W. Funk, el fundador del Jesus Seminar. Aprendimos como hacer crítica de forma y de redacción de la Biblia, un método de estudio que asume que al autor del texto bíblico lo motiva una agenda teológica en lugar de reportar lo que había presenciado. Nosotros simplemente “sabíamos” que el libro que teníamos en nuestras manos (la Biblia) no tenía una conexión directa con los apóstoles cuyos nombres se asociaban con los Evangelios y las Epístolas.

Para mí, esta dosis de crítica “alta” fue casi letal. Cualquier sentido que la Biblia había sido inspirada divinamente y era confiable, o que los credos Cristianos tenían seriedad metafísica, empezaron a parecer algo improbable. Lo más que yo podía afirmar en ese momento era que, de alguna manera mística, quizás Jesús era el Cristo, hablando existencialmente. Me estaba acercando a algo parecido a lo que le pasó al estudioso del Nuevo Testamento Bart Ehrman en su historia de la pérdida de su fe.

La defensa del filósofo

Cuando le dije a mi padre lo que estaba pensando, se alarmó. Me recomendó diferentes obras de apologética que defendían la autoridad bíblica. Hice esos libros a un lado. Recuerde que esta era una época antes de que personajes como Craig Blomberg, N.T. Wright, y Luke Timothy Johnson ganaran notoriedad entre los evangélicos y escribieran sus obras sobre la confiabilidad histórica de las Escrituras.

Luego mi papá tuvo una idea genial. Él sabía que yo estaba enamorado de la filosofía moderna. Así que un día cuando llamé a casa, me dijo, “Hay un teólogo evangélico que quizás te interese. Su doctorado (PHD) es en filosofía. El cree que la Biblia es inerrante. Se llama Carl F.H. Henry. Encuentra los volúmenes de Dios, revelación y autoridad en tu biblioteca y léelos antes de decidir abandonar la fe.”

Poco después, bajé las largas escaleras de la biblioteca universitaria, me senté en el piso entre los estantes, y agarré la copia de Dios, revelación, y autoridad. Fue mi propio tolle lege—“¡toma y lee!”—momento de crisis. Las primeras líneas del primer capítulo resonaron en mis oídos:

Ningún hecho de la vida occidental contemporánea es más evidente que la creciente desconfianza de la verdad final y su implacable cuestionamiento de cualquier palabra segura.

Ese era yo. Seguí leyendo por días enteros sin parar. Lloraba y seguía en mi búsqueda, y una fe genuina empezó a florecer.

Henry me ayudó a asegurar mi fe porque hizo más que simplemente responder a cada una de las interrogantes que levantaban aquellos que, usando la crítica alta, cuestionaban la confiabilidad histórica de la Biblia. Henry hizo eso, pero fue un paso más allá: Él trajo seriedad filosófica a su libro Dios, revelación, y autoridad. Su enfoque fue amplio. Abordó el tema de la epistemología—como podemos conocer la verdad, lo cual era mi preocupación primordial como estudiante universitario de filosofía. Había estado a un pelo de perder mi fe. Pero porque Henry era un filósofo que defendía la autoridad bíblica, me sentí alentado.

Había estado a un pelo de perder mi fe. Pero porque Henry era un filósofo que defendía la autoridad bíblica, me sentí alentado.

Hablando humanamente, de no haber sido por el primer editor de Christianity Today, aquel teólogo con el cerebro titánico y la pluma de periodista, pude haberme ido por el otro camino. Henry me mostró cómo ser tanto un estudioso como un seguidor de Jesús. Desde ese momento en mis días universitarios, hice un pacto con Dios de ayudar a las personas como aquella versión mía de dieciocho años de edad—personas que están al borde de abandonar la iglesia y están en busca de tan solo una buena razón para quedarse.

Casi una década después de mi noche oscura del alma, Paul House, C. Ben Mitchell, Richard Bailey, y yo le escribimos a Henry a su casa de jubilación en Watertown, Wisconsin, con el fin de expresarle nuestra gratitud colectiva y nuestra deuda a su labor. Nos contestó, y nos invitó a que lo visitáramos a él y a su esposa, Helga. Nuestro tiempo juntos inició una maravillosa temporada de visitas, correspondencia, y ánimo mutuo.

Carl combinaba el cerebro y el corazón. Le importaban tanto la piedad como la precisión doctrinal. En una ocasión, durante un seminario doctoral, un estudiante le preguntó al más sobresaliente pensador evangélico del siglo veinte: “¿Cuál es la mayor pregunta que se está haciendo en la teología contemporánea?”

Carl respondió sin titubear: “La misma pregunta que los apóstoles le hicieron a su generación: ‘¿Han conocido al Señor resucitado?’ ”

Esa respuesta valiente, realista me remontó a aquel día en la biblioteca y a los libros que me ayudaron a asegurar mi fe en el Señor resucitado. Y todos estos años después, está mucho más claro que nunca: Carl. F. H. Henry todavía está haciendo las preguntas correctas.

Gregory Alan Thornbury es presidente de la universidad The King’s College y el autor de Recovering Classic Evangelicalism: Applying the Wisdom and Vision of Carl F. H. Henry [Recuperar el pensamiento evangélico clásico: Aplicar la sabiduría y la visión de Carl F. H. Henry] (Crossway).

Haga nuevos amigos, envíe textos a los viejos

La tecnología hace más que un buen trabajo en sostener nuestras relaciones distantes.

Christianity Today January 6, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Más de un millón de jóvenes americanos con educación universitaria cruzan las líneas estatales cada año según una nueva investigación que reportó The New York Times. Yo pertenezco a esa generación móvil, y cada cambio de residencia me obliga a decir adiós a mis compañeros de la infancia, de la universidad, de mis estudios de postgrado, y demás.

Estoy agradecida de tener varios amigos que considero almas gemelas—a quienes puedo llamar a cualquier hora y con quienes puedo hablar sobre cualquier cosa, quienes me escuchan con cuidado, se preocupan profundamente por mí, y oran por mí sin cesar.

Todos y cada uno de estos amigos viven fuera del estado donde yo vivo.

Gracias a los teléfonos celulares y al acceso constante por línea, esa distancia no importa tanto como quizás haya importado antes. Los amigos se envían mensajes urgentes de peticiones de oración y proveen información de último momento. A través de medios sociales, podemos mantenernos al día sobre los aspectos comunes de nuestra vida diaria respectiva.

Cuando los psicólogos y antropólogos investigan como la tecnología moderna afecta nuestras relaciones, con frecuencia mencionan la gran cantidad de “amigos”—la persona promedio en Facebook tiene 338. Y miran a las maneras en que los medios sociales ayudan a crear una red creciente de conexiones y conocidos superficiales.

Sin embargo, para personas como yo, los medios sociales nos permiten mantener a ciertas personas como parte de nuestro círculo cercano a pesar de la distancia, de esta manera desviando nuestras energías lejos de nuevos conocidos en persona. En una paradoja de los tiempos, la tecnología ha ayudado a esta generación a mantener cerca emocionalmente a los amigos que viven a distancia mientras que se mantienen emocionalmente distanciados de los amigos que viven cerca. Podemos mantener a los amigos que hicimos en la universidad y durante los estudios de postgrado cuando nos mudamos a diferentes lugares en busca de empleo. Aunque quizás hacemos nuevos amigos localmente, la tecnológica nos permite regresar para apoyarnos en los viejos amigos cuando surge una crisis. Un rápido texto o un pequeño reporte de últimos acontecimientos frecuentemente toman el lugar del trato cara a cara y en persona.

Un aumento en la movilidad también causa que muchos de mis colegas vacilen en cuanto a darle prioridad a la amistad con los vecinos y amigos de la localidad. ¿Quién sabe cuándo nos mudaremos otra vez? Es más fácil mantener la relación con las personas con las que ya tenemos años de relación, llevándolos con nosotros a donde quiera que nos mudemos.

Sin embargo, lo que la tecnología nos presenta es una oferta de Fausto. Aunque ganamos la habilidad para mantenernos cerca de amigos que están a gran distancia de nosotros por medio de textos, correos electrónicos, y medios sociales—una forma de comunicación mucho más inmediata que las cartas y el teléfono en que dependían generaciones anteriores—podemos fácilmente perdernos de otras formas de comunidad.

En sus mejores momentos, la iglesia local es la comunidad donde podemos ser conocidos plenamente y amados plenamente. Pero si los creyentes jóvenes ya estamos recibiendo nuestro apoyo emocional y espiritual de amigos que viven lejos, vamos a buscar menos el apoyo de nuestras hermanas y hermanos en Cristo de la iglesia local. Algunos de nosotros optamos por darnos a “conocer solo un poco,” una cara conocida en los cultos y los estudios de grupo. Pero quizás no nos ofrecemos para estar presentes cuando los otros miembros de la iglesia nos necesitan.

El llamado a comprometerse con la comunidad local no es sólo por el bien del prójimo, sino también por nuestro propio bien—particularmente en esta edad digital. Gozamos de un acercamiento singular y nos sentimos responsables hacia aquellos que nos ven en persona con regularidad. En estas relaciones, he descubierto un lazo aún más auténtico: No puedo escoger retirarme negándome a regresar una llamada o texto. Tengo que enfrentar mis faltas, a la vista de la otra persona, y en este contexto, he experimentado verdadera gracia también.

Yo sé que Dios me llama a comprometerme al lugar donde él me ha plantado ahora—para poder él usar a mis amigos que viven lejos y cerca para revelar mi corazón y mostrarme su gracia. Dios le dijo a los israelitas exiliados en Babilonia que construyeran casas, plantaran huertos, que se casaran y tuvieran hijos, y que buscaran el bienestar de la ciudad a donde él los había enviado (Jer. 29).

Estas actividades fomentan el florecer de nuestras comunidades al mismo tiempo que nos fuerzan a hacer conexiones con las personas que viven a nuestro derredor. Dios usa relaciones así para fomentar el crecimiento espiritual, aun en aquellos lugares donde nos sentimos como exiliados.

Tristemente, el horario ocupado de muchos cristianos jóvenes no se presta para ritmos de una vida diaria compartida donde pueda surgir un compañerismo de corazón a corazón. Esa es la razón por la cual, en algunas ocasiones, la tecnología es una bendición, al permitirnos mantener amistades perdurables a pesar de las millas que nos separan. Pero cuando eso hacemos, no nos perdamos de lo que Dios tiene para nosotros aquí y ahora. Si hacemos un esfuerzo por hacer nuestra parte y estar presentes donde vivimos, quizás nos sorprendamos al encontrar almas gemelas en la puerta vecina.

Liuan Chen Huska es una escritora que le fascina el cambio social y cultural. Vive en el área de Chicago.

Por qué no es suficiente con solo saber de Jesús

El día en que leyendo Filipenses me reveló un conocimiento más profundo.

Christianity Today January 6, 2015
Lettering by Jill De Haan

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Hace tres años, CT lanzó el Proyecto Evangelio Global, una iniciativa multimedia explorando las verdades fundamentales del Cristianismo. En la revista, enmarcamos las doctrinas en términos de cómo surgen del pensar sobre las tres personas de la Trinidad—el primer año, doctrinas relacionadas con Jesús, el segundo con el Padre, el tercero con el Espíritu Santo. El proyecto continúa en línea, explorando enseñanzas que se conectan con el Padre Nuestro y los Diez Mandamientos. Mientras tanto, hemos iniciado un nuevo emprendimiento en la revista impresa: “Re-Palabra.” Esto nos permitirá incluir más exposición bíblica en nuestras páginas con artículos que combinan narrativa personal y comentario por maestros y eruditos respetados. Esta serie no solamente desempacará las riquezas de las Sagradas Escrituras, sino también mostrar como la verdad bíblica renueva nuestras vidas. —los editores

En una bella mañana en mayo del 1973, mi vida Cristiana dio un giro decisivo. Me había convertido al Cristianismo 18 meses antes, durante el otoño de 1971. Había sido un ateo agresivo, completamente convencido de la cosmovisión atea. Sin embargo, en mi primer semestre en la Universidad de Oxford, me di cuenta que el Cristianismo era superior intelectualmente a mi anterior ateísmo. El Cristianismo simplemente daba un sentido a la vida en una manera que el ateísmo no lo hacía.

Alrededor de un año de mi vida como Cristiano, las cosas no iban muy bien. Me inclinaba a pensar sobre la fe como un set de ideas solamente. Seguro, yo amaba a Dios con toda mi mente. ¿Pero qué de mi corazón? ¿Y qué de mi imaginación? Sentía que me encontraba parado frente a la puerta de algo enormemente rico y satisfaciente, pero yo solo lo veía a la distancia, inseguro de si algún día iba a poder arrebatarlo. Cómo Moisés en el Monte Nebo, estaba captando un destello de algo que parecía estar fuera de mi alcance. Yo sabía que tenía que liberarme del racionalismo frío de mi temprana fe. ¿Pero, cómo?

Fue por eso que salí temprano aquel día, en bicicleta, a Wyntham Woods, a unas cuantas millas del centro de la ciudad de Oxford. Encontré un lugar para sentarme en una loma donde podía ver las famosas “torres de ensueño” de Oxford. Habiéndole pedido a Dios que me ayudara a poner mi vida en orden, abrí mi Biblia y empecé a leer la carta de Pablo a los Filipenses. Uno de mis amigos me había dicho cómo le había ayudado en su fe haberse sentado a leer todo el libro completo sin parar. Decidí hacer lo mismo fuera de la ciudad, en el campo, donde no había distracciones.

Ese día descubrí dos temas que han transformado mi vida como Cristiano. Ambos temas vinieron a mí mientras leía Filipenses 3, saboreando cada frase, tratando de identificar y digerir cada perla de sabiduría.

Alas de fe

El primer descubrimiento vino mientras contemplaba la declaración de Pablo, “todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (v. 8 NVI). Después de leer y releer esas palabras, empecé a darme cuenta de la verdadera naturaleza de mi problema: Mi fe había afectado mi mente pero había dejado el resto sin tocar. Hasta ese momento, había pensado sobre el crecimiento espiritual en términos de acumulación de conocimiento. Así que había leído comentarios bíblicos y libros sobre teología sistemática. Pero eso no había profundizado la calidad de mi fe. Yo era como la persona que ha leído libros sobre Francia pero nunca ha visitado el país. O como alguien que ha leído sobre enamorarse pero nunca lo ha experimentado.

Todo lo que leí en la sección introductoria contribuyó a mi visión transformada de la vida Cristiana. Sin embargo, ese versículo por sí solo parecía resumirlo todo tan bien.

El contexto del versículo 8 es muy significativo. Pablo explica como su peregrinaje personal lo califica como un judío con distinción: “Si cualquier otro cree tener motivos para confiar en esfuerzos humanos, yo más” (v. 4). Pablo no estaba siendo irónico. Estaba haciendo una lista de sus muchos logros antes de llegar al punto: Dichos logros palidecen en comparación a la maravilla, el gozo, y el privilegio de conocer a Cristo. “Todo aquello que para mí era ganancia,” él dice, “ahora lo considero pérdida por causa de Cristo” (v. 7). A la luz de Cristo, vemos las cosas tal como son verdaderamente. Lo que pensábamos que era oro se desmorona en polvo.

Pablo explicó que sus logros pueden en realidad estorbar lo que verdaderamente importa: Conocer a Cristo. Las buenas cosas pueden ser una barrera a lo que es lo mejor. No creo que la palabra revaluación era parte del vocabulario de aquellos tiempos, pero eso era lo que estaba proponiendo Pablo—una revisión radical de lo que yo entendía sobre lo que verdaderamente importa en la vida.

Las palabras de Pablo me forzaron a reconsiderar mi sistema de valores. Dejo en claro que lo que importaba no era lo que yo lograra, sino lo que Cristo lograra dentro y a través de mí. Nuestro estatus es otorgado a través de Cristo, no se obtiene a través de las obras de la ley. Pablo sabía que conocer a Cristo eclipsaba y superaba toda y cada una de las cosas que él había conocido y valorado anteriormente.

¿Podía yo decir lo mismo? ¿Conocer a Cristo superaba todo lo demás que yo amaba y valoraba? ¿O era Cristo simplemente uno de mis intereses entre muchos?

Lo que me habló con mayor poder esa mañana fue la distinción que hizo Pablo entre saber de Cristo Jesus y conocer a Cristo Jesús. Muchos lectores, sin duda, sentirán que esto es algo muy obvio. Pero todo mundo tiene que descubrirlo en algún momento, y ese día capté la importancia de la “espiritualidad” para alimentar mi relación con Dios. Y el gran “himno de Cristo” (Fi. 2:5-11) me ayudó a ver mi necesidad de poner mi enfoque en la vida y la muerte de Cristo, en lugar de acercarme a él a través de un marco impersonal de ideas abstractas. Como resultado de esto, himnos como el de Isaac Watts “Al contemplar la excelsa cruz”—que yo había percibido como emotividad sentimental—tomaron un nuevo significado ahora que podía compartir y entrar en la experiencia de adorar a Cristo.

Empecé a pensar de mi fe como algo que era agarrado y sostenido por Cristo, y ajusté todo aspecto de mi vida respectivamente—mi mente, corazón, imaginación, y manos. Hice una conexión—quizás una conexión ingenua, pero que me habló en una manera profunda—con la poderosa imagen de Cristo tocando a la puerta de la iglesia en Laodicea, pidiendo entrar (Ap. 3:20). Cuando me convertí, había invitado a Cristo a que viniera a mi mente, pero allí se había quedado. Me di cuenta que yo tenía que permitir que cada “cuarto” de mi vida fuera llenado por la presencia de Cristo—presencia dadora de vida y que cambia la vida.

Por supuesto, nunca perdí de vista defender racionalmente la fe. Como ateo que había descubierto el Cristianismo, naturalmente me veía a mi mismo como un apologista—alguien que estaba dispuesto y que era capaz de responder a los retos contra la fe presentados por la cultura. Sin embargo seguí progresando en mi entendimiento de lo que significaba tener fe en Cristo. Empecé a leer a C.S. Lewis en 1974, y encontré en él alguien que reafirmaba lo razonable de la fe mientras que al mismo tiempo mostraba sus dimensiones ricamente imaginativas. También empecé a leer el clásico de Thomas à Kempis, Imitación de Cristo, acogiendo su reto a modelar mi vida alrededor del Cristo crucificado. Hasta entonces había visto el sermón del culto como el corazón del servicio de la iglesia; empecé a darme cuenta como la adoración nutría y enriquecía mi fe. Ya no tenía que trabajar más en mi fe activamente. Parecía ser como si mi fe hubiese desarrollado una vida y fortaleza propia, sosteniéndome. La frase, “alas de fe” repentinamente tuvo significado.

¿Por qué la iglesia?

Sin embargo, mi lectura de Filipenses me ayudó a contestar otra pregunta que me había estado inquietando: ¿Para qué se necesita la iglesia? Las congregaciones en Oxford a las que yo había asistido proveían un platillo raquítico—sermones enfocados en animarnos a leer nuestras Biblias y a confiar en Dios. Por lo tanto, yo pensé que podía obtener más leyendo libros o platicando con mis amigos que asistiendo a la iglesia. Ignoraba la vitalidad de la comunidad Cristiana. No había leído la famosa máxima de Cipriano de Cártago: “No puede tener a Dios como su Padre aquel que no tiene a la iglesia como su madre.” Si la hubiera leído, me hubiera desconcertado. La iglesia, desde mi perspectiva, jugaba meramente un papel social y educativo.

Por lo tanto me sorprendieron las palabras de Pablo en Filipenses 3:20: “nuestra ciudadanía está en los cielos.” Cuando asistí a una presentación en Oxford sobre el sistema colonial romano, fallé en conectarlo a este pasaje, que usa el término griego politeuma, que aquí se traduce como “ciudadanía.” Una lluvia de pensamientos brotaron en mi mente cuando empecé a conectar todo.

La iglesia es un “puesto de avanzada” del cielo en la tierra, lo que los romanos llamaban una colonia—que no se debe confundir con el término común en inglés colony [que se refiere a un lugar que se ha colonizado]. Filipo era en sí una colonia romana en ese entonces, un “puesto de avanzada” de Roma en la provincia alejada de Macedonia. Los lectores de Pablo fácilmente se hubieran podido relacionar con esa imagen que se pintaba. Los ciudadanos Romanos que residían en Filipo tenían el derecho de volver a casa a la metrópolis después de haber servido en la colonia. Para Pablo, uno de los beneficios de conocer a Cristo era ser un ciudadano de los cielos. Los cristianos viven en la tierra ahora, donde hay mucho que lograr para el reino de Dios. Pero nosotros somos ciudadanos de los cielos, y ese es nuestro verdadero hogar.

La iglesia es una comunidad de creyentes, un “puesto de avanzada” del cielo en la tierra, un lugar en el que mora “el espíritu de gracia” (Za. 12:10). De la misma manera que los romanos en Filipo hablaban el idioma de Roma y obedecían sus leyes, nosotros también obedecemos las costumbres y los valores de los cielos. Como cristianos, vivimos en dos mundos y debemos aprender a navegar ambos mientras que a final de cuentas somos fieles a nuestra patria.

Empecé a ver a la iglesia como un lugar que ayuda a los cristianos a navegar al mismo tiempo los dos mundos de la fe—donde estamos ahora y donde estaremos al final.

Esto me ayudó a finalmente entender lo que es una comunidad cristiana. Empecé a ver a la iglesia como un lugar que ayuda a los cristianos a navegar al mismo tiempo los dos mundos de la fe—donde estamos ahora y donde estaremos al final. Es como un oasis en el desierto, equipándonos para trabajar y servir en el mundo al mismo tiempo que promovemos y protegemos nuestra singularidad como cristianos.

Empecé a darme cuenta que la iglesia era un anticipo del cielo, imperfecta pero importante, cuya adoración y valores eran una parte integral de mi fe. La iglesia era una comunidad congregada alrededor de la lectura pública de la Palabra de Dios, su interpretación y aplicación a través de la predicación, y su representación en adoración y oración.

Muchos lectores acertadamente notaran que esto—mis pensamientos iniciales, les recuerdo—fallan en hacer justicia a la naturaleza completa de la iglesia. Pero ese no es el punto. Conforme fui creciendo en mi fe, leí obras como Vida juntos, de Dietrich Bonhoeffer, que me ayudaron a desarrollar una visión más rica y completa de la comunidad cristiana. Pero el leer Filipenses desató una serie de pensamientos que me ayudaron a resolver un problema serio que yo estaba enfrentando. No importa que tan imperfectos o inadecuados esos pensamientos de mayo de 1973 puedan haber sido, me encaminaron por la senda que me llevó a la ordenación en la Iglesia de Inglaterra, de tal manera que yo pudiera ministrar dentro del tipo de comunidad que en otro tiempo consideré irrelevante. Aunque mi responsabilidad primordial es enseñar en la Universidad de Oxford, me complace mucho poder ministrar entre las congregaciones en las aldeas en Cotswolds, cerca de mi hogar.

Quizás la lección más importante de mis reflexiones iniciales de hace 40 años fue cómo la Biblia puede hablarnos en tiempos de necesidad, transición, y discernimiento. Me encontraba en una encrucijada. Al igual que muchos otros antes que yo, descubrí que acudir a la Biblia con preguntas honestas y reales—y con la disposición para cambiar—abrió nuevas posibilidades de crecimiento. Sé que no seré el último en hacer ese descubrimiento.

Alister McGrath es Profesor Andreas Idreos de Ciencia y Religión en Oxford University, presidente del Centro Oxford de Apologética Cristiana, y autor recientemente de C. S. Lewis—A Life. Eccentric Genius, Reluctant Prophet [C. S. Lewis—Una vida. Genio excéntrico, profeta reticente] (Tyndale).

Cuidando las ovejas “robadas” en el floreciente cinturón bíblico de América Latina

Los católicos pueden estar convirtiéndose rápidamente al protestantismo, pero las creencias y la madurez pueden variar.

Christianity Today January 6, 2015

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Durante la mayor parte del siglo pasado, casi todos (más del 90%) los latinoamericanos eran católicos. Pero décadas de desgaste han dado lugar a un registro de 1 en 5 latinos que ahora se identifican como protestantes.

Guatemala, Honduras y Nicaragua lideran el camino, donde los protestantes constituyen 4 de cada 10 habitantes de cada nación. Pero los protestantes en esos 3 países divergen en muchas medidas de lo que es una creencia y práctica ortodoxa, de acuerdo con un estudio detallado de 19 países y territorios de América Latina por el Centro de Investigación Pew.

Los protestantes de Guatemala están discutiblemente entre los más maduros. De los 19 grupos encuestados, ellos tienen la mayor probabilidad de evangelizar semanalmente (53%), de creer que sólo Cristo lleva a la vida eterna (74%), y de exhibir un alto compromiso (75% oran diariamente, asisten a servicios semanalmente, y consideran la fe algo muy importante). Incluso los de su Generación del Milenio o Generación Y (aquellos que nacieron entre 1980 y 2000 aproximadamente) son los más religiosos (71% son altamente comprometidos).

Los protestantes en Nicaragua y Honduras son más variados. Sólo 1 de cada 3 comparten su fe cada semana. Cerca de 6 de cada 10 están muy comprometidos a asistir a la iglesia y a orar. En cuanto al acceso exclusivo del cristianismo a la vida eterna, sólo dos tercios de los hondureños y la mitad de los nicaragüenses están de acuerdo. Y sólo el 45 por ciento de la Generación del Milenio de Nicaragua está muy comprometido con su fe.

Además, los protestantes de Honduras se encuentran entre los más sincretistas de América Latina, con el 42 por ciento que exhibe medio a alto compromiso con las creencias y prácticas indígenas (una cifra que es superior a la de los católicos en la mayoría de los países de América Latina). Los protestantes nicaragüenses mostraron niveles elevados similares (35%), pero sólo el 24 por ciento de los guatemaltecos protestantes son igualmente sincréticos.

La demografía no explica las diferencias. En cuanto al sincretismo, por ejemplo, sólo el 7 por ciento de los hondureños son indígenas, mientras que más del 40 por ciento de los guatemaltecos lo son. Si las raíces indígenas llevaron al sincretismo, esos porcentajes serían revertidos para cada país.

La educación no resuelve el rompecabezas tampoco. Los guatemaltecos ocupan el tercer lugar entre los protestantes latinoamericanos con más bajos niveles de educación; sólo el 25 por ciento tienen educación secundaria. Pero justo detrás están los hondureños (30%) y nicaragüenses (33%).

El aspecto misionero también falla en explicar las diferencias. Aproximadamente 1 de cada 3 protestantes en Honduras y Nicaragua dice que su iglesia mantiene estrechos lazos con las iglesias de Estados Unidos. Sin embargo, sólo el 22 por ciento de los guatemaltecos dice lo mismo.

Queda una posible explicación: un crecimiento rápido versus uno lento. En 1996, una cuarta parte de los guatemaltecos se identificaba como protestante. Pero Honduras y Nicaragua no vieron un crecimiento protestante constante hasta 1997 y 1999, respectivamente, según la encuestadora chilena Latinobarómetro. Honduras cruzó la marca de 25 por ciento en 2 años, en 1999; Nicaragua lo hizo en 2003.

Kurt Ver Beek, director del Programa de Honduras de Calvin College, cuestiona la idea de que los protestantes hondureños practican una fe menos madura que sus contrapartes guatemaltecos. Él cree que las diferencias encontradas por Pew tienen más que ver con los diferentes énfasis de las más antiguas y más grandes denominaciones protestantes y sus medios de comunicación.

“Puede solamente ser que esos temas se han predicados con mayor firmeza [en Guatemala],” dijo Ver Beek, señalando que muchas iglesias hondureñas ponen un mayor énfasis en no fumar, beber o bailar.

Guatemala tiene más mega iglesias que los otros países, dice Todd Hartch, autor de El renacimiento del Cristianismo latinoamericano. “Cuando las iglesias llegan a este tamaño, pueden tener escuelas, conferencias, estaciones de radio y programas de televisión.”

Pero el tamaño y la familiaridad traen responsabilidades también. “En cierto sentido, la ‘madurez’ [en Guatemala], ha traído consigo la pérdida de la energía de la juventud,” dijo Daniel Carroll Rodas del Seminario de Denver. Le preocupa que los escándalos recientes de pastores pudieran descarrilar el testimonio público. “El respeto moral . . . claramente no está allí como antes.”

Puede ser que los protestantes no puedan seguir exitosamente “robando ovejas” de los católicos, dice Ver Beek, ya que los líderes católicos ahora se involucran más con los jóvenes, reclutan liderazgo más local, y ofrecen estudios más profundos de la Biblia y alcance a la comunidad.

“El crecimiento extremo en las iglesias protestantes ha empujado a la Iglesia Católica a volverse, en última instancia, más activa,” dijo. “Cosas buenas y emocionantes están sucediendo.”

Amnistía no es una mala palabra

Los cristianos, mejor que nadie, debemos saber esto.

Christianity Today January 6, 2015
Foto por iStock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Incluso antes de que el presidente Obama anunciara su orden ejecutiva de este otoño para integrar unos 5 millones de inmigrantes ilegales a nuestra vida política, los ataques de “¡Amnistía” sonaron alto y claro.

Al igual que “El caso en contra de la Amnistía de Obama,” que el senador John Cornyn argumentó por la prensa en el National Review días antes. Después, los ataques sonaron todavía con mayor fuerza: “El Congreso no ha aprobado una ley de inmigración,” anunció la Fundación Heritage, “pero eso no ha impedido al presidente Obama emitir directivas que otorgan amnistía a los inmigrantes ilegales.”

La palabra ha sido tan tóxica que, grupos pro-reforma como la Mesa Evangélica de Inmigración (una coalición cristiana que incluye Visión Mundial, la Asociación Nacional de Evangélicos, y el Consejo de Colegios y Universidades Cristianas) evitan el término como al virus del Ébola. Incluso el presidente se distanció de esta terminología, diciendo que el dar status legal y permisos de trabajo a cerca de 5 millones de inmigrantes “ciertamente no es amnistía, no importa cuántas veces los críticos lo digan.”

¿Por qué muchos de nosotros estamos asustados de la amnistía—que se define como “un perdón general para los delitos, especialmente los delitos políticos, contra un gobierno”—para los inmigrantes ilegales?

Los opositores de la reciente orden de Obama lamentan una falta de respeto al “estado de derecho.” Como lo expresó el Secretario de Estado de Kansas—un fiel bautista y ferviente opositor de la reforma migratoria—“Yo creo en las reglas y la equidad . . . . Nosotros podemos argumentar sobre esto de un millón de formas, pero en realidad, ¿qué más hay que decir?” El argumento sigue: si nosotros perdonamos a los inmigrantes ilegales, la ley y el orden se deterioraran, y millones de inmigrantes más cruzarán nuestras fronteras, obstaculizando nuestra economía.

Otros cristianos se preocupan por la tiranía. Marcos Tooley, presidente del Instituto sobre Religión y Democracia, se refirió a otro líder evangélico, diciendo, “el presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur, Albert Mohler, ha criticado la orden ejecutiva de Amnistia del presidente Obama para millones de inmigrantes ilegales como un ‘peligro para la separación de poderes’ lo cual ‘debe ser inconstitucional.’” El argumento de Tooley concluye: Si el Presidente se sale con la suya en esto, ya no tendremos el estado de derecho, sino el estado de un solo hombre.

La Amnistía ha sido concedida pocas veces en la historia norteamericana—con resultados más benignos de lo que algunos podrían imaginar. La primera amnistía fue otorgada por el presidente George Washington, en 1795, a los participantes en la Rebelión del Whisky a cambio de sus firmas en un juramento de lealtad a los Estados Unidos. Tres años después de la Guerra Civil, el presidente Andrew Johnson proclamó una amnistía incondicional a todos los confederados.

Del mismo modo, en 1977, el presidente Jimmy Carter emitió una amplia amnistía a los que se habían negado a servir en las fuerzas armadas durante la guerra en Vietnam. Carter argumentó que sus crímenes fueron perdonados. Este hecho puso en claro la finalidad de una amnistía: no borrar un acto criminal o consentirlo, sino simplemente facilitar la reconciliación política.

Aquí está el punto clave: los opositores de estos indultos ejecutivos pasados defendieron vigorosamente sus argumentos en contra de ellos, pero en ninguno de los casos condujeron dichos edictos al caos jurídico (a más rebelión o a más evasión al servicio militar)—o a la tiranía.

Si era políticamente conveniente o efectivo para el presidente Obama emitir su última orden ejecutiva; si se debe esperar algo (y cuánto) de los inmigrantes ilegales en el camino a la ciudadanía; cómo controlar las fronteras y dónde—todas estas cuestiones políticas detalladas las tienen que trabajar cuidadosamente los legisladores y los ciudadanos interesados. Pero una cosa de la que no debemos huir—los cristianos especialmente—es de cualquier acción a la que se le acusa de ofrecer “amnistía.”

¿Cómo podemos nosotros, mejor que nadie, insistir en algo tan inflexible como “el estado de derecho” cuando, de hecho, cargamos con la cupla todos los días de quebrantar las leyes más justas e inflexibles? ¿Cómo podemos nosotros, mejor que nadie, oponernos a la reconciliación de los inmigrantes ilegales con nuestro orden político y social cuando, ilegales ante Dios nosotros mismos, se nos ha concedido la amnistía del pecado en un acto gratuito de Gracia—sin condiciones? ¿Cómo podemos nosotros, mejor que nadie, rechazar una opción preferencial por la amnistía, siendo que “[Dios] nos perdonó todos nuestros pecados, habiendo cancelado la carga de nuestra deuda legal, que había contra nosotros, y no nos condenó; él la ha quitado, clavándola en la cruz “ (Colosenses 2: 13-14)?

Para que quede claro: no se puede traducir una rica verdad teológica—no importa cuán espléndida sea—y aplicarla directamente de tal manera que se convierta en una politica pública. Vivimos en un mundo caído, y sí, es cierto que necesitamos la ley y el orden para que la sociedad funcione. Pero toda sociedad necesita más que la ley y el orden. Cualquier sociedad que deveras valga la pena necesita practicar la misericordia. Porque al final, la ley básica del universo es la misericordia.

Nosotros, mejor que nadie, debemos saber esto.

Marcos Galli es editor de la revista Christianity Today.

Lo siento, Tertuliano

Investigaciones recientes ponen a prueba el famoso dicho sobre la iglesia perseguida.

Christianity Today December 4, 2014

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

“La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia.” En 1988 el cantante y escritor de música cristiana Steve Green hizo de este dicho el coro de uno de sus cantos “The Faithful,” [Los fieles] como un poema en honor a los cristianos perseguidos. ¿Pero es cierto ese dicho?

En Cartago, África del Norte, el teólogo de la iglesia primitiva Tertuliano argumentó que la persecución verdaderamente fortalece a la iglesia; mientras los mártires valientemente mueren por la fe, los espectadores se convierten. Alrededor de 1,800 años más tarde, las restricciones en contra de la religión son mayores que nunca. De acuerdo al centro de investigaciones Pew Research Center, el 74 por ciento de la población mundial vive en un país donde las hostilidades que involucran la religión son bastante elevadas, y el 64 por ciento viven en lugares donde las restricciones gubernamentales de la religión son altas. ¿Explica esto el por qué el Cristianismo está creciendo a nivel mundial al mismo tiempo en que se vive esto?

No necesariamente, dice el experto en misiones Justin Long, quien recientemente comparó los datos más recientes de Pew sobre las restricciones a la libertad religiosa con los datos de crecimiento cristiano (vea la gráfica). Su conclusión: No hay una correlación “fuerte” entre el crecimiento de la iglesia ni con la persecución gubernamental ni tampoco con la persecución social. Sin embargo, el Cristianismo “tiende levemente” a cambiar más rápidamente (crecer o disminuir) cuando las restricciones gubernamentales son elevadas, y permanece relativamente estable cuando dicha presión es leve.

La historia ofrece “un record verdaderamente mixto,” dice William Inboden, un erudito afiliado con el proyecto de libertad religiosa de Georgetown University. “Aunque Cristo dio la Gran Comisión antes de su Ascensión, casi necesita que se desate la persecución inicial [en Hechos] para esparcir el evangelio,” dijo Inboden. Pero dentro de los siguientes 1,000 años, las hasta entonces “principalmente tierras cristianas” del Medio Oriente y del Norte de África se convirtieron predominantemente en tierras musulmanas, menciona. Y hoy, el remanente de comunidades cristianas en esas tierras “está siendo llevado a la extinción.”

Una de las razones por las que las cifras y la historia no están muy claras: El crecimiento y el decline de la iglesia no se debe sólo a las conversiones, dijo Albert Hickman del centro del estudio del cristianismo global de la universidad Gordon-Conwell. La migración, el nacimiento, y la muerte también cuentan. Dichos factores están en juego en la lista que hace Long de los países que presumen tanto de un nivel alto de persecución como de crecimiento: Siria, que hospeda a miles de refugiados de Iraq; Irán, dónde crecientes números de musulmanes se han convertido al cristianismo; y Afganistán, dónde de acuerdo a Hickman, más de dos terceras partes del crecimiento cristiano se debe a una alta tasa de nacimientos.

Long piensa que inicialmente la persecución hace daño a las iglesias porque interrumpe las redes y causa emigración. Pero dado que “en tiempos de persecución, la gente escoge lo que va a creer y refina su fe,” dijo, la persecución puede impulsar el crecimiento de la iglesia en cuanto termine el sufrimiento.

“Es el interrogante del huevo-y-la-gallina,” dice Todd Nettleton, vocero de Voice of the Martyrs [Voz de los mártires]. “La iglesia crece, así que hay más cristianos para ser perseguidos, por lo tanto hay una mayor persecución. Así que la iglesia sigue creciendo por la manera en que la persecución purifica la iglesia.”

Stuart George Hall, un historiador de la Universidad de St. Andrews, menciona que en la cita original de Tertuliano no se menciona a la iglesia. En lugar de eso, Tertuliano argumenta que los mártires han “hecho más para ganar a la gente a soportar pacientemente el dolor y la muerte que el trabajo de filósofos admirables cómo Cicerón,” dijo Hall. “Su sangre no es tanto la semilla de la iglesia como la semilla de vivir y morir virtuosamente.”

La persecución por si sola quizás no traiga crecimiento, pero frecuentemente trae unidad, dijo el vocero de Open Doors Emily Fuentes. “Usted ve iglesias de diferentes denominaciones trabajando juntas, haciendo a un lado diferencias para ayudar a los cristianos perseguidos en el área.”

Frank James, rector del Biblical Theological Seminary, dice que Tertuliano tenía la razón: El Cristianismo “creció exponencialmente” bajo la persecución romana. Pero puesto que el número de mártires lo más probable es menor de lo que imaginamos,” él piensa que el factor más significativo fue los actos compasivos de los cristianos, tales como rescatar a los bebés abandonados y cuidar de los enfermos y los ancianos. Aún el emperador romano Juliano comentó, “Los impíos galileos no sólo ayudan a sus propios pobres sino también a los nuestros.”

“El evangelio que perseveró en medio de la persecución fue un evangelio de palabra y de hecho,” dijo James. “Quizás los cristianos del día de hoy pueden aprender una o dos cosas de aquellos cristianos primitivos.”

El peso de Ferguson, ISIS, y Boko Haram

Cómo llevamos, gozosamente en algunas ocasiones, las cargas del 2014.

Christianity Today December 1, 2014
Eric Gill / Tate

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Es difícil probar que el 2014 ha sido peor que otros años, pero ciertamente así se siente. La guerra civil siria produjo otras 30,000 víctimas este año, llevando el total de muertos desde 2011 a más de un cuarto de millón. Más cerca de casa, la guerra de México en contra de las drogas se llevó otras 1,400 vidas, llevando el total de muertos a 150,000 desde 2006. Las cifras son igual de espantosas en Iraq, Sudán del Sur, y la República Democrática del Congo, para mencionar sólo unos cuantos lugares más.

Agréguele a esa cifra toda la gente que ha sido desplazada en dichos conflictos. En el 2013, la población mundial de refugiados superó los 50 millones, y en el 2014 siguió aumentando. Eso no incluye la gente que ha sido desplazada dentro de cada país, que las Naciones Unidas calculan que son otros 33 millones de habitantes.

El terrorismo parece haber tomado la delantera también. Un ejemplo horrible: En abril Boko Haram secuestró a 276 niñas en el estado de Bordo, Nigeria, con la intención de venderlas como esclavas. Y luego está ISIS, cuyas atrocidades contra civiles se han vuelto legendarias, matando y decapitando a aquellos que no comparten sus creencias.

Y en los últimos pocos meses, el nombre Ferguson se ha convertido en un símbolo resonante de continua confusión racial, injusticia, y dolor.

La tentación a desesperarse o a negar siempre está con nosotros. Sin embargo, es precisamente en esos momentos que recordamos la razón por la cual escogemos, en algunas ocasiones gozosamente, dejarnos sentir en todo su peso los sufrimientos del mundo.

Completados por el sufrimiento

Nuestros tiempos no son diferentes de los tiempos cuando nació nuestro Salvador del mundo. Durante el Sitio y la Batalla de Alesia en el año 52 A.C., el ejército de Julio César sufrió una baja de 13,000 soldados, y los galos, entre 50,000 y 90,000. El año 79 D.C., alrededor de 16,000 murieron a causa de la erupción del monte Vesubio. Y además existían las enfermedades incurables, que resultaban en un promedio de duración de la vida de alrededor de 30 años.

Uno de los errores que entendiblemente hacemos es el pensar que Jesús vino a aliviar el sufrimiento. Claro que, al final, “Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor” (Ap. 21:4). Pero por el momento, sin embargo, una gran parte de la vida Cristiana tiene que ver con aprender a sobrellevar el dolor del mundo.

¿Pero por qué? El poder compartir en el sufrimiento de alguien más verdaderamente trae cierta medida de consuelo a los que sufren. Pero no elimina el sufrimiento. Pablo dice que se trata más bien de cumplir con la ley de Cristo. En otra parte dice algo todavía más sorprendente: somos llamados a completar el sufrimiento de Cristo (Col. 1:24).

Pablo no dice que la muerte de Cristo falló en ganar la redención. Eso “consumado es,” después de todo (Juan 19:30). Pero aún no hemos terminado con nuestra participación en su sufrimiento, “llegar a ser semejante a él en su muerte” (Fil. 3:10).

Con frecuencia decimos que llegar a ser semejantes a Cristo significa vivir vidas santas y amar a nuestro prójimo. Sí y sí. Significa conocer el gozo de la salvación y la intimidad con el Padre. Sí y sí. Pero también significa hacer lo que Dios hizo en Cristo: entrar al sufrimiento del mundo. Cristo lleva el sufrimiento del mundo para redimirlo. Nosotros llevamos el sufrimiento del mundo como un acto de amor que completa nuestra redención. Es decir, llevar las cargas de los demás es el medio por el cual Dios nos santifica. Nosotros “completamos” esos sufrimientos cuando el sufrimiento nos amolda a la imagen de Cristo. El sufrimiento encuentra su meta cuando llegamos a ser semejantes a Cristo en su disposición para llevar las cargas.

Cuando Jesús se paró frente a la tumba de Lázaro, él lloró (Juan 11:35). El día de hoy, podemos pararnos con Jesús mientras contemplamos la tumba que es el mundo. Ser semejante a Cristo en momentos así significa llorar. No lloramos sin esperanza, porque sabemos que Jesús, igual que lo hizo con Lázaro, traerá nueva vida. Sin embargo, parte de lo que significa crecer hasta la estatura completa de Cristo es enfrentar el sufrimiento y aprender cómo llorar.

Durante esta temporada de Navidad, entonces, podemos meditar en ese mundo tan sufriente por el que Cristo murió. No tenemos que negar el sufrimiento o desesperarnos por su causa. Es cierto, tomar unos momentos para contemplarlo—llevar esta carga—es doloroso, pero un yugo ligero y fácil cuando estamos atados a Cristo (Mat. 11:30). Entonces, la carga que llevamos se une a su carga, y cuando se unen así, nos amolda a la semejanza de Cristo. Eso por consiguiente hace algo maravilloso para el mundo: entre más somos amoldados así, más moveremos montañas y piedras frente a las tumbas con el fin de traer el ungüento sanador de Cristo a un mundo con heridas abiertas.

Mark Galli es editor de Christianity Today.

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