Ajith Fernando: Cómo los líderes de las iglesias pueden servir a la familia de Dios sin descuidar las suyas propias

¡‘Es un gran acto de malabarismo, y no pienso que nadie en el mundo esté perfectamente equilibrado!’

Christianity Today June 23, 2016

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Muy a menudo, los líderes de las iglesias estadounidenses salen en las noticias por fallarles a sus cónyuges, hijos, y congregaciones. Otros se rinden bajo el estrés de dirigir a una iglesia junto con el de criar a una familia. Como líder de muchos años de Juventud para Cristo Ajith Fernando demuestra en The Family Life of a Christian Leader (Crossway), que estos problemas no ocurren sólo en el Occidente. Por varios años, Fernando se ha dedicado a aconsejar y fungir como mentor para los líderes de las iglesias y sus familias en su natal Sri Lanka. Megan Hill, autora de Praying Together: The Priority and Privilege Of Prayer in Our Homes, Communities, and Churches, conversó con Fernando sobre la importancia de que las familias del ministerio expresen amor, cultiven la hermosura, y tengan diversión.

¿Cómo la vida familiar de los líderes cristianos es distinta a la de otros cristianos?

Los líderes de la iglesia enfrentan un desafío especial de compromiso. Tienen que preguntarse a sí mismos, “¿Estoy lo suficientemente comprometido para soportar la tensión de ser buen padre o madre a la vez que también cuido de otras personas?”

El vivir para otras personas puede ser muy difícil para los hijos y los cónyuges. Los líderes de las iglesias a menudo enfrentan expectativas irrealistas. ¡Es un gran acto de malabarismo, y no creo que nadie en el mundo esté perfectamente equilibrado! Como todos los que trabajan por largas horas, estamos cansados cuando llegamos a casa, y no tenemos ganas de mostrar un amor vivo y sacrificial. Sin embargo ese es el lugar más importante para mostrar amor.

La oración es lo más importante que hago. Si no paso tiempo a solas con Dios, no tendré la fuerza para hacer el ministerio y cuidar de mi familia. Sin la oración, ya me hubiera agotado desde hace mucho.

Es común escuchar sobre el resentimiento en las familias ministeriales. ¿Cómo pueden los líderes cristianos ayudar a sus familias a amar a la iglesia?

En Sri Lanka, la gente tiene ciertas expectativas de los hijos de los líderes de la iglesia. Señalan, “¡Oh, tú eres hijo de pastor! Deberías saber la respuesta.” Más mi esposa y yo jamás les dijimos a nuestros hijos que deberían hacer algo porque eran hijos de ministros. Deben orar, no porque sean hijos de obreros cristianos, sino porque la oración es buena para uno.

Tratamos de asegurarnos que nuestros hijos estuvieran felices de que estuviéramos en el ministerio. Si yo no podía hacer algo o a asistir a alguna actividad de mis hijos, siempre expresé tristeza. Nunca dije, “No puedo asistir a causa de la obra de Dios.” Eso hace a los hijos enojarse con Dios. Cuando eran niños, nunca hablamos sobre los conflictos y problemas en el ministerio.

Uno de mis catedráticos en el seminario, Robert Coleman, me dijo, “Pase lo que pase, asegúrate que tu esposa sea feliz.” Los hijos pasan la mayoría del tiempo con su madre, y si tu esposa resiente el ministerio, los hijos culparán al ministerio por la infelicidad de su hogar. ¿Y quién es responsable de que el padre esté en el ministerio? Dios. Consecuentemente, pensarán que la infelicidad es culpa de Dios.

¿Por qué anima usted a las familias en el ministerio a hacer hogares hermosos?

En nuestra cultura, mucha gente no se viste apropiadamente en casa. No hacen el esfuerzo de ser amables en casa. Como obrero entre la juventud, escucho a padres que dicen, “Mi hijo participa en su ministerio, pero en casa es muy irrespetuoso.” Fuera del hogar tenemos que actuar—aparentar ser amables. Más en casa no necesariamente tenemos que hacerlo. Realmente necesitamos trabajar para hacer un hogar hermoso, para que nuestro testimonio sea consistente.

La vida en una familia en el ministerio puede ser difícil, ¿Cómo trata usted eso?

Nos tomamos en serio la diversión. Creemos que Dios nos brinda la capacidad de divertirnos en formas que le honran. El placer es un aspecto importante en la vida del niño, y algunas veces eso me forzó a hacer cosas que no tenía ganas de hacer. Preferiría más leer un libro que jugar con mi hijo, pero el críquet es popular en Sri Lanka, y mi hijo me pedía que jugara. Y yo sabía, como padre, que debía jugar con mi hijo. Mi teología me obligaba a hacerlo, y nunca me he arrepentido.

¿Cómo podemos ayudar a los líderes cristianos a evitar ser noticia a causa de fracasos morales como el abuso y el adulterio?

Los pastores necesitan a alguien para asegurarse que la vida familiar es agradable y que son felices en el ministerio. Yo estoy en una iglesia metodista que con frecuencia cambia de ministros, y algunas veces finalmente me convierto en el mentor de mi pastor. Existe tanta soledad entre los líderes cristianos, y necesitamos brindarles amistad y afirmación.

Pero también los líderes necesitan transparencia espiritual. Como alguien que viaja a menudo, yo no sé dónde estaría sino tuviera mi vida monitoreada por mis hermanos a quienes he escogido rendirles cuentas. ¡La tentación está muy accesible en estos tiempos! Los pecados graves no se cometen repentinamente, sino normalmente después de un largo proceso de transigencia. Si hay confesión y sanación al momento que surge el problema, los peligrosos pasos que siguen de un callejón sin salida se pueden evitar.

El regalo de mi ansiedad

Cómo el miedo persistente me ha mantenido anclada en Dios.

Christianity Today June 23, 2016
Evgeny Kuklev / iStock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Mi primer recuerdo es uno de miedo. Cuando tenía cuatro o cinco años, sola en mi habitación, de repente me sobrecogió la certeza de que algo malo iba a pasar. Alcé la vista hacia los moños rosas que mi mamá había pintado en las paredes, mi estómago estaba hecho nudo. La convicción de que el futuro no sería amigable se hizo manifiesta en mi cuerpo. Era el principio de una relación de toda la vida con el miedo.

“Los sentimientos son excelentes siervos, pero son terribles amos,” escribió Dallas Willard. Esto es parte de lo que Cristo nos está diciendo cuando nos manda, “No tengan miedo” (Mateo 14:27). La amonestación de no tener miedo es el mandato repetido con más frecuencia en la Biblia. Es lo que rutinariamente nos atrae como si fuera un silogismo genial: Jesús dijo “no tengan miedo”; los cristianos obedecen a Jesús; por lo tanto, yo no tengo miedo. Dios lo dijo; yo lo creo; y punto.

Si eso fuera así de sencillo. El miedo en la forma de ansiedad (debido a trastorno de ansiedad generalizada, que es lo que tengo) es un compañero constante. El miedo persistente, irracional sobre el futuro es la mejor definición que he escuchado con respecto a la ansiedad, y se une a mí diariamente como una pelota pesada en el estómago o como un colibrí aleteando en mi garganta. Nada de lo que pueda hacer me trae alivio instantáneo. “Sé conmigo,” le pido a Dios, aunque Él ya está conmigo, y soy yo quien necesita estar con Él.

Sin embargo, a pesar de la presencia no invitada del miedo, he llegado a pensar en él como un regalo. El miedo mismo no es un regalo que quiero, pero es parte del tipo de persona que soy en mi propia fisiología, y trato como puedo, más no puedo deshacerme de él. Tan difícil como ha sido—los ataques de pánico, la impotencia, el aislamiento—cada episodio de ansiedad me ha acercado más al Dios que es un Gran Consolador. Si yo pudiera chasquear los dedos y deshacerme de la ansiedad, no lo haría.

Aquí estoy

Al igual que mucha gente para quien la ansiedad es un pasajero indeseado, principalmente le tengo miedo al futuro. “¿Estará bien todo?” y “¿Qué si no lo está?” son preguntas exactas que representan la mayoría de mis pensamientos raros, como: Esta turbulencia no tan sólo es el resultado de un avión chocando con pozos de aire; implica muerte inminente. Mi carrera como escritora se basa en la suerte y terminará pronto una vez que se revele que soy una impostora. A menudo me siento sola con mi miedo, por lo que el compartir nuestros temores con alguien más es uno de los vínculos más grandes de la raza humana. La realización, “¿Usted también? Pensé que yo era la única,” puede crear las bases para una intimidad profunda en un tiempo donde hablar sobre los platos sucios en su fregadero en una publicación de blog muy a menudo cuenta como vulnerabilidad.

Cuando era niña, mis padres platicaban de sus propios temores relacionados a Dios. Si no lo hubieran dicho, en forma natural y a distintos tiempos, no estoy segura de que aún sería cristiana. Para un padre, el miedo era de que Dios no fuera real—que el mundo fuera moralmente neutral y que todos los argumentos ateístas estuvieran correctos. Para el otro, el miedo no era sobre la existencia de Dios sino sobre Su bondad. Ambos tocaron mis fibras sensibles; la noción de no entender completamente a Dios repercutía como el fin inconcluso de una sinfonía. Más que certeza, lo que yo quería como cristiana joven era presencia —la presencia de Dios y de las personas que me amaban y que crearon un ambiente donde era aceptable tener miedo y duda.

Mis propios temores no eran sobre la existencia ni la bondad de Dios, sino sobre su cercanía. El sentido de que Él estaba muy lejos vino a ser el lente a través del que leía la Biblia, y creó una rebelión en contra de la forma de pensar bastante individualista que enfatiza una “relación personal con Dios.” Yo tengo una relación personal con Dios, pero me pregunto cómo reconciliar eso con el conocimiento que Dios posiblemente está más preocupado con la guerra en Siria y con los niños muriendo de malnutrición que con mis planes diarios o mi confort. No obstante, leemos en Isaías que Dios le contesta a su pueblo, con un “Aquí estoy.” Jamás ha habido un tiempo cuando la humanidad haya clamado a Dios y que Dios no estuviera allí, Cristo mismo sabe lo que es la ausencia del Padre. La práctica normal de oración me recuerda que necesito entrar en la presencia de Dios incluso cuando siento que Dios no está cerca, y que mis emociones no siempre son las mejores indicadoras de la realidad.

Un hilo fino

Una vez que los identificamos, nuestros temores pueden acercarnos más a Dios. El miedo a menudo es un gran motivador para actuar; el miedo a un futuro malo nos ayuda a intervenir de manera que alineará el momento presente con más plenitud con nuestra visión de lo bueno. Escuchamos a los políticos hablar con respecto al mundo que desean dejar para sus nietos porque tienen miedo que, si no se controla, la corrupción y la codicia llevarán las cosas a la ruina.

Eso también trabaja a nivel individual. El miedo puede ser el hilo fino de una invitación a la oración. La atención al miedo ha hecho que algunos pasajes de la Escritura tengan más significado incluso al Salmo 23:

Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta.

“No temo peligro alguno,” yo oro, aunque sí temo al peligro, y tengo mucho miedo. Aun así elevo esas palabras para hacerlas mías, a su tiempo.

El miedo en sí no es bueno, más no todos los regalos son buenos al principio. En My God and I, el finado teólogo Lewis B. Smedes escribió sobre ser un anciano agradecido: “Todo lo que necesitamos para estar agradecidos es la percepción de reconocer un real regalo cuando lo recibamos. Un regalo no es tan sólo algo que no nos cuesta.” Esto también es verdad cuando hablamos sobre el sufrimiento; algunas veces debemos sufrir por lo que parece ser el “nada” del dolor para que sea transformado en el “algo” del crecimiento. De la manera en que la enfermedad o la crisis pueden ser funciones que limitan, así el miedo limita el área en la que me puedo enfocar. Mido mi atención en cucharadas en vez de platos, y lo que por lo regular termina pasando es que el miedo me hace más consciente de mi necesidad de Dios que devoro cucharada tras cucharada del Él. El miedo es una miopía útil.

La palabra confort en el pasado se refería principalmente a un consuelo emocional, no a ponerse cómodo con una cobija de plumas. Es la raíz del latín confortare; se puede ver la palabra fort y nos podemos imaginar por qué el salmista llamó a Dios su “fortaleza.” Los que estamos familiarizados con el miedo sabemos que necesitamos un lugar a dónde ir con nuestros problemas. Necesitamos una fortaleza. Cuando me siento excepcionalmente ansiosa, a menudo manejo los 30 minutos de mi casa a Half Moon Bay, un pueblo al sur de San Francisco con extensas playas. Las olas son grandes y turbulentas y chocan con la costa justo en frente de grandes acantilados, y me siento en las rocas y las miro arrollarse. Es un cliché sentirse pequeño en el océano, pero es difícil no hacerlo.

El tipo de confort que encuentro en el bravo océano es, creo, semejante al miedo que Dios me permite experimentar. Tanto las olas como mi ansiedad vienen en oposición directa a mi capacidad de hacer algo con respecto a ellas. Tanto las olas como mi ansiedad cambiarán a su tiempo y a menudo impredeciblemente, más su presencia es una constante que ignoro a mi propio riesgo. Al igual que el surfista puede solamente mejorar si conoce las olas y su forma, yo puedo crecer sólo si le presto atención a mi miedo y lo pongo en su sitio correcto, no como mi amo sino más bien como mi servo.

Esto no es algo que hago una vez y sigo mi alegre camino. El miedo a menudo aún me controla, y paso gran parte de mi vida luchando con Dios por ello. Más ahora, cuando tengo miedo, pienso sobre las muchas invitaciones de Cristo a no tener miedo. Me pregunto, ¿De qué tengo miedo? El Dios de los refugiados sirios y de los niños malnutridos me ama muchísimo y personalmente, y saca a relucir la empatía y compasión en mi ansiedad. Ese es el regalo que me ha dado.

Laura Turner es escritora y radica en San Francisco.

Justicia y un corazón para los huérfanos en la aldea global

Hoy en día, hay más de 150 millones de huérfanos en el mundo.

Christianity Today May 26, 2016
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Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

¿Qué tiene que ver la Justicia con el corazón de Dios hacia los que no tienen padre en la Aldea Global?

La respuesta puede enseñarnos cómo imitar al corazón de Dios hacia los niños vulnerables, los huérfanos y las familias en dificultad.

En las últimas palabras de Moisés tenemos un asiento de primera fila en el corazón de Dios, que nos permite una mejor comprensión de su amor por los niños, los pobres y los que carecen de padre. El capítulo 24 del Deuteronomio (versículos 17-22) registra las instrucciones dadas por Moisés en sus últimas palabras, con respecto a los huérfanos, las viudas y los extranjeros. Él hace un llamado a la Justicia, un llamado a la Generosidad, y un llamado a la Redención.

Uno de los mensajes fundamentales de Moisés fue una súplica, una petición a los que iban a entrar en la Tierra Prometida para defender la justicia y no permitir que se violara, especialmente en el caso de los huérfanos, las viudas y los extranjeros. Moisés enseñó que un ciudadano de la Tierra Prometida debe tener una actitud social y humana hacia los más débiles económicamente hablando. Moisés estaba preocupado por los pobres, los desfavorecidos, los siervos, los esclavos fugitivos, los residentes extranjeros, los huérfanos, las viudas y los criminales convictos. Estaba preocupado porque los extranjeros no tenían derechos en un tribunal de justicia; los huérfanos no tendrían un padre que los defendiera en los tribunales; y porque la reputación de las viudas estaría en entredicho si su manto externo no era devuelto a la caída del sol. Moisés les recuerda su esclavitud en Egipto. Alude a la historia de José y al trato injusto por parte de sus propios hermanos y de la esposa de Putifar. ¿Ustedes recuerdan la traición de los hermanos de José, que le ocasionó ser vendido como esclavo? ¿Recuerdan cómo fue falsamente acusado por la esposa de Putifar e injustamente arrojado en la prisión por segunda ocasión? Moisés deseaba que los hijos de los esclavos al entrar a la Tierra Prometida recordaran su origen, con el fin de que ellos tuvieran cuidado de no repetir lo que les hicieron. En otras palabras, Él quería que el dolor de su pasado sirviera como un impulso hacia su futuro. Moisés dice “no olvides la injusticia, el abuso, el maltrato y el dolor de tu pasado para que cuando esté bien apagado, cuando te conviertas en un hombre libre, cuando llegues a la tierra de la prosperidad, demandes apasionadamente la justicia para los extranjeros, los huérfanos y las viudas.” Tal vez ustedes han sufrido algún tipo de dolor, maltrato, injusticia y, quizás, incluso, algún tipo de abuso. Es posible que hayan padecido tanto insultos como lesiones. Ustedes pueden haber sido despreciados, ridiculizados y burlados. Moisés nos recuerda que apelar a la justicia significa tomar el dolor de nuestro pasado para beneficiar a otros en el futuro. La verdad es que encontramos nuestra propia curación cuando perdonamos a quienes nos han herido y prevenimos el abuso y la injusticia destinados a otros.

La aldea global incluye a los niños vulnerables y a los huérfanos que viven en la comunidad de ustedes, en el condado de ustedes, en el estado de ustedes, a través de nuestra nación, en nuestras fronteras y en otros países. Hoy en día, hay más de 150 millones de huérfanos en el mundo. Muchos de ellos son verdaderos huérfanos con ambos padres fallecidos, otros son huérfanos de uno solo de los padres y viven con el que está vivo, pero que es incapaz de cuidar de ellos, y algunos son huérfanos sociales, cuyos padres los quieren, pero no les pueden proveer en sus necesidades. En los Estados Unidos nos referimos a estos niños como niños vulnerables, vulnerables al abuso, al abandono y a la negligencia. CAFO, la Alianza Cristiana para huérfanos (cafo.org), dirigido por Jedd Medefind, es un movimiento excepcional que atrae nuestro interés para servir a niños huérfanos y vulnerables.

El Dr. Robert Buckner Cooke nació en Madison, Tennessee y respondió a un llamado a la vocación ministerial a la edad de 17 años. Ese mismo año comenzó como pastor en su primera iglesia, y un tiempo después, se trasladó a Albany, Kentucky, donde fue pastor en la Iglesia Bautista de Albany. En 1859 se trasladó a París, Texas, en respuesta a un llamado para servir en la Primera Iglesia Bautista allí, en 1861. Cuando cruzó la frontera deTexas, un hombre conocido como general Sam Houston hacía campaña como candidato a la gobernatura. Buckner llegó a Texas al principio de la Guerra Civil en EE.UU. Durante los siguientes veinte años R. C. Buckner serviría en esa iglesia, donde inició una imprenta llamada el Mensajero Religioso y escribió sobre la difícil situación de los niños cuyos padres fueron a luchar en la Guerra Civil y que nunca regresaron. En 1877 el Dr. Buckner vendió la imprenta, pero no sin antes publicar una invitación a los diáconos y líderes de todo Texas para asistir a la convención del diáconado en su iglesia, la Primera Iglesia Bautista de París, Texas. Su objetivo era incrementar el interés para el cuidado de los huérfanos en todo el estado.

Buckner fue atrapado por esta visión del corazón de Dios por los huérfanos de la que nos habla Santiago en 1:27 "La religión verdadera y perfecta de Dios, nuestro Padre, consiste en esto: Visitar a los huérfanos y a las viudas que necesitan ayuda, y guardarse de la corrupción de este mundo." Buckner enfocó la mirada en el cuidado de los huérfanos al preguntar a los diáconos reunidos, “Hermanos, ¿qué pasaría si ustedes murieran y su hijo se quedara solo? ¿Cómo les gustaría que otros respondieran?"

Antes de la reunión en la iglesia, el Dr. Buckner se reunió con algunos líderes fuera del edificio, debajo de un viejo roble, y dijo: "Para conseguir que esto empiece, yo pongo un dólar en el sombrero". Más de veintisiete dólares fueron colocados en el sombrero y llevados dentro de la iglesia. Ellos juntaron doscientos dólares ese día, luego dos mil dólares dos años más tarde, y en 1879 inició el Hogar del Huérfano Buckner en Dallas, Texas.

Buckner estuvo influenciado por los escritos de Santiago, el medio hermano de Jesús. A su vez a Santiago lo influyó la vida y el ministerio de Jesús, su medio hermano. Jesús atrajo la visión del Profeta Isaías a su ministerio tal como se señala en el primer sermón de Jesús en la sinagoga de su ciudad natal de Nazaret (Lucas 4: 14-30). Este primer sermón esboza la visión de Jesús para el ministerio: Dar la buena nueva a los pobres, devolver la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y a los cautivos y para proclamar el año de gracia del Señor.

Yo Escribí acerca del corazón de Dios para los huérfanos en el libro La Agenda de Jesús: Conviértase en un agente de la Redención. Ustedes pueden conocer más sobre este volumen en www.jesusagenda.org

Más de 137 años después de que el primer dólar se colocó en el sombrero, Buckner Internacional continúa proporcionando hogares temporales y adopciones, programas de familias de transición, servicios de preservación de la familia y de cuidado a los ancianos. Usted puede saber más acerca de lo que hacemos en buckner.org. Nuestra misión es hacer brillar la esperanza en la vida de los niños vulnerables, sus familias y los adultos mayores.

Los invito a unirse a nosotros en la búsqueda del corazón de Dios para ayudar a los huérfanos en la Aldea Global.

Albert L. Reyes, DMin, PhD, Presidente y CEO de Buckner Internacional, un ministerio de servicio social internacional centrado en la transformación de las vidas de los niños vulnerables, sus familias y las personas mayores, con sede en Dallas, Texas.

Ayudando a los estudiantes minoritarios que tengan éxito en el salón de clase

Preguntas y Respuestas con Katrina Boone

Christianity Today May 26, 2016
mdgovpics / Flickr

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Andrea Ramírez, Directora Ejecutiva de la Coalición de Fe y Educación para la NHCLC, recientemente le pregunto a Katrina Boone como las Iglesias y los padres pueden ayudar y apoyar a estudiantes minoritarios para que sean exitosos. Como una maestra de Ingles en la escuela secundaria y como Afro-Americana quien asistió a escuelas públicas, Katrina ofreció una perspectiva única y practica. Actualmente sirve como Directora de Teacher Outreach para la organización, Collaborative for Student Success.

Katrina, ¿que desafíos experimentaste como una estudiante afro-americana siendo criada en un ámbito de pobreza?

Como niña, pase mucho tiempo sintiéndome confundida y sin estabilidad. Mis hermanos y yo crecimos con el tipo de pobreza que venía y se iba como olas. En veces se pagaban las facturas, nuestras pancitas estaban llenas y teníamos cable para ver televisión. Pero en veces, no comíamos, no teníamos calefacción durante los inviernos. Ese tipo de imprevisibilidad me siguió a la escuela. Batalle social y emocionalmente y constantemente dudaba si mi maestra y los otros estudiantes verdaderamente me querían. No sabiendo de donde vendría mi próximo alimento o si tuviera un lugar seguro y calientito para dormir fue una carga que lleve conmigo a todo lugar.

La estructura de la escuela me confundía también. Me gustaba aprender, y era buen estudiante. Pero nunca me sentí en paz en el salón. Me sentía estresada y aislada. Sabía que era más pobre que mucho de los otros estudiantes, olía mal y estaba sucia, era color café en un mar de blanco. Me sentía que la escuela era un juego en el cual yo era muy buena, pero también me sentía que el juego estaba amañado contra otros estudiantes pobres o café. Deberíamos de haber estado enfocados en aprender, pero estábamos distraídos por el gruñir de nuestros estómagos vacios. Cuando batallábamos para controlar nuestras emociones, nos retiraban de la oportunidad para aprender. La escuela era un juego el cual me preocupaba que no debería de estar jugando, y como maestra, me he encontrado con muchos otros estudiantes que se han sentido de esa misma manera.

Llegaste a no solo graduarte de la escuela secundaria, pero del colegio – y obtuviste una Maestría. ¿Quien te ayudo poder imaginar tal futuro? ¿Como te apoyaron durante el proceso?

Me acuerdo, a una edad temprana, me dijeron que iría al colegio. Nunca se sintió como una opción, y estoy agradecida por ello. Mis hermanos y yo pasamos mucho tiempo en una iglesia pequeña, en el lugar donde vivíamos, y allí había una familia llamada, Thompson, que hablo esa verdad a mi vida. La Señora Thompson platicaba a fondo conmigo acerca de los libros que estaba leyendo y de las materias sobre las cuales yo quisiera aprender en el colegio y al ella hacer esto, me hizo sentir que el aprender, en la escuela y en la iglesia, era algo lo cual debería valorar.

La manera en la cual esta familia Thompson amo a mis hermanos y a mí, como hicieron el esfuerzo para hacernos sentir que pertenecíamos a la iglesia tal como cualquier otro, era algo radical para mi, a comparación de cómo me sentía en mi casa, y en la escuela. Y en mis conversaciones con la Señora Thompson fue la primera vez que realice que el “aprender en la escuela” podía vivir fuera del salón de clase y ser parte de otras áreas de mi vida.

Como dije anteriormente, batalle para conectar con mis compañeros cuando joven, pero mientras crecía, tuve varias maestras que me hicieron sentir como la Señora Thompson, me hicieron sentir valorada debido a mis experiencias vividas, no a pesar de ellas. No ignoraron que era pobre, que era diferente a mis compañeros. Encontraron maneras de hacer esto parte de mi vida académica. Me enseñaron sobre Rosa Parks y Zora Neale Hurston. Me ayudaron superar los desafíos de aprendizaje mientras reusaban bajar los estándares que tenían para todos los estudiantes. Reusaron amarme hacia el fracaso – sabían que la mejor manera de ayudarme ser exitosa, era empujarme más allá de lo que la sociedad creía que podía lograr.

Ya que fuiste maestra, ¿encontraste que estudiantes de color y estudiantes pobres todavía enfrentaban los mismos desafíos?

Desafortunadamente, creo que estudiantes de color y los que viven en pobreza si enfrentan muchos de los mismos desafíos que yo enfrente. Nuestro sistema escolar tradicionalmente ha esperado menos del estudiante de color y pobre, en veces desde una perspectiva de racismo, y en veces desde un lugar de amor.

He sido testigo de maestras amar a estudiantes hacia el fracaso, pensando, “el nunca podrá leer este libro” o “estos niños no pueden hacer ese tipo de matemática.” Con frecuencia, esto viene de un lugar de cariño, erróneo. Maestros no quieren ver a estudiantes fracasar, particularmente cuando saben que ya han tenido demasiado fracaso en su vida. El problema es que tener bajas expectativas para los perjudicados los desventaja aun más. Los estudiantes confían en sus maestras. Cuando maestros le enseñan a los estudiantes, a través de sus acciones, que no creen en ellos, los maestros perpetuán lo que los estudiantes minoritarios y pobres ya piensan de sí mismos – que son inferiores, y destinados para fracasar.

La buena noticia es que va de la otra manera también. Cuando maestros tienen expectativas altas para los alumnos, no importando el color de la piel, su código postal, o el ingreso de la familia, puede perpetuar otras creencias que los estudiantes tienen de sí mismos – que quizás si pueden enfrentar obstáculos – que la escuela no es un juego, pero un lugar donde pertenecen y donde pueden lograr éxito.

¿Como pueden los padres hispanos apoyar a los estudiantes mientras maestros y escuelas elevan las expectativas?

Lo más importante que padres pueden hacer es armarse de conocimiento de donde actualmente están sus hijos; académica, social, y emocionalmente. La organización de no lucro,

Be a Learning Hero tiene una herramienta increíble llamada Readiness Roadmap que puede ayudar a los padres entender lo que sus hijos deberían de estar aprendiendo en la escuela y identificar las áreas fuertes y de flaqueza en el ámbito académico y de carácter de sus estudiantes, aprender más de la salud emocional y la felicidad y planificaciones para el colegio.

Teniendo la experiencia de maestra de salón de clase, creo que es importante tener una relación autentica con la maestra de sus hijos. Eso empieza con las conferencias de padres-maestros, pero va más allá de eso también. Pide ayuda para entender el crecimiento de tu hijo en las áreas académicas y emocionales. Pregunta cómo puedes ayudar a tu hijo aprender en casa también. Comunícate de maneras amables con tu maestra, como a través de correo electrónico, para preguntar si pudieras ser de ayuda como voluntaria en el salón.

La vida del salón de clase y la escuela puede sentirse como de dos-dimensiones cuando solo esta poblado por maestros y estudiantes, pero como padre, puedes darle esa tercera dimensión, y hacer de esa escuela un lugar más avivado y atractivo para ambos el maestro y tu hijo/a.

¿Qué has encontrado es lo que más ayuda a un estudiante pobre y minoritario en mejorar el proceso educativo?

Como humanos, aprendemos cuando nos estiramos mas allá de lo que percibíamos estaba dentro de nuestra habilidad. No podemos crecer si vamos solo a donde ya hemos estado. Si en verdad queremos que cada alumno de color o pobre aprenda, tenemos que crear maneras de darles un profundo apoyo, mientras los empujamos más allá de lo que ya han logrado. Tenemos que esperar lo mismo de ellos, de lo que esperamos de todos los otros estudiantes. Estándares altos, desafiarlos con experiencias académicas y apoyo intencional son las únicas maneras que los estudiantes pueden aprender.

Cambiando la educación para estudiantes que sistémicamente han sido subestimados y desatendidos durante cientos de años no puede suceder con atajos, tampoco

Necesitan oportunidades constantes para perseguir el conocimiento y entendimiento conceptual de la matemática, para desarrollar la resistencia y el conocimiento del mundo a través de la lectura de textos complejos. También necesitan maestros que se vean como ellos, que tienen experiencias de vida similares a la de ellos. Mas importante, necesitan adultos en casa y en sus comunidades que están equipados para apoyarlos y ayudarles crecer académica, social, y emocionalmente.

¿Como pueden las iglesias apoyar el éxito educacional?

El año pasado leí un artículo sobre la brecha de oportunidad que sigue expandiéndose entre niños ricos y pobres, y con mucha elocuencia articularon uno de los problemas mayores enfrentando estudiantes pobres y de minoridad. Con frecuencia, no tienen pastores, mentores o entrenadores que puedan ayudarles con los golpes que la vida nos tira a todos. Como cristianos podemos ayudar de esta manera – siendo mentores y pastorear a los niños que no tienen presencia de adultos fuertes en sus vidas.

Las Iglesias también pueden ayudar y meterse en la brecha para estudiantes pobres organizando Escuelas de Verano que le dan oportunidades a los niños para practicar y reforzar lo que han aprendido durante el año. El año pasado, iglesias en Louisville, KY, donde vivo, se unieron para combatir el “decaer del verano” recibiendo entrenamiento del sistema público escolar. Ese entrenamiento les ayudo diseñar un programa de alto nivel que dio experiencia de aprendizaje para los estudiantes con los estándares rigorosos que usan las escuelas. No puedo pensar en una oportunidad mejor para amar niños, que proveer alimento y diversión para ellos, pero también ayudarles aprender de la Biblia a través de altos estándares.

Para concluir, me encanta Dra. Ramírez, como describe la educación como una oportunidad para adorar a Dios, una expresión externa que expresa nuestro compromiso interior de amar a Dios con toda nuestra mente, como nos indica Lucas 10:27. El Domingo de la Educación es un día de adoración cada año en el cual podemos dialogar como vamos apoyar a nuestros estudiantes en seguir el llamado de Dios de amarle con toda su mente. Desafortunadamente, hay muchos niños en cada comunidad que no tienen acceso a una educación de calidad, pero el Domingo de la Educación es una oportunidad de unirnos como iglesia y orar para pedir dirección de Dios para dirigirnos a eso.

Elevando los estándares

En la comunidad hispana, tenemos noticia buena y mala concerniente la educación.

Christianity Today May 26, 2016
Claire Cook44 / Flickr

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En el libro de Isaías, leemos, "porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él.” Isaías 59:19

Que bendición pensar que Dios mismo es quien levanta la bandera en contra del enemigo. La historia militar nos dice que no cualquiera fue escogido para ser guardián del estandarte, el que era escogido para llevar la bandera y así inspirar a los soldados durante la batalla. Incluso, en veces era el príncipe o comandante el que llevaba la bandera en la batalla.

La frase "guardián del estandarte" ahora quiere decir "una figura al frente de una causa o movimiento." En un sentir muy real, todos somos guardianes del estandarte para Cristo, levantando el estandarte para Su reino dondequiera que vayamos y en lo que hagamos. Lamentablemente, muchos estándares están desapareciendo en América hoy. Los estándares morales están desvaneciendo. Los estándares de matrimonio están desvaneciendo. Aún ciertos estándares de vestir son obsoletos en nuestra sociedad que continuamente está cambiando.

Para la Conferencia Nacional de Líderes Hispanos Cristianos (NHCLC), nuestro enfoque se dirige a estándares educacionales. En 1983, un reporte hoy en día famoso fue hecho público titulado Una Nación en Riesgo. Una de las frases más chocantes en ese reporte dijo "si un poder no amigable hubiese intentado imponer sobre América la educación mediocre que existe hoy en día, bien podría haber sido visto como un acto de guerra." Eso fue más de 30 años atrás. Uno pensaría que este reporte nos hubiera inspirado para retomar nuestras instituciones educacionales y elevar los estándares en América, pero no han mejorado.

América en un tiempo fue el guardián del estandarte para el mundo en el ámbito educacional. Éramos los primeros en el mundo en matemática y lectura, pero ya no. Hoy, estamos en el rango 31 en matemática, y estamos por debajo de la media mundial. Los estudiantes chinos fueron clasificados a dos niveles de grado arriba de estudiantes Americanos. Nuestra habilidad en lectura nos dejo en el lugar número 20. Así que, aunque hemos invertido billones de dólares para avanzar la educación en América, nuestros estándares no han mejorado.

En la comunidad hispana, tenemos noticia buena y mala concerniente la educación. La buena noticia es que más hispanos están asistiendo al colegio que en cualquier otro tiempo. Incluso, en 2012, por primera vez en la historia de Estados Unidos, un porcentaje mayor de hispanos fueron al colegio a comparación de estudiantes blancos (69% vs 67%). Además, las tasas de abandono escolar en los últimos 10 años han bajado por 50% (de 28% a 14%). La parte negativa, los estudiantes blancos terminan su licenciatura a un porcentaje de 50% más que los hispanos. Esta brecha de logró entre estudiantes blancos y hispanos en la escuela primaria todavía es grande – más de 20 puntos – en lectura y matemática. Es tiempo de unirnos y elevar los estándares para la educación.

Tristemente, no hemos tenido los mismos estándares para todos los salones en América. En muchas ciudades, las mejores escuelas se encuentran en las mejores vecindades, y muchos estudiantes con el código postal equivocado sufren las consecuencias de escuelas que están fallando. La equidad educativa es quizás el derecho civil más crítico de nuestro día.

Si América llega alcanzar su potencial total, serán los estudiantes educados hispanos que la llevaran allí – mientras que todos elevamos los estándares para la educación. Desde 1970, la población latina ha crecido de 9.1 millones a 53 millones en 2012. Se proyecta que crecerá a 129 millones para 2060, según el censo de los Estados Unidos. Su porción de la población, actualmente es 17% y se espera que llegara a 31% para el 2060. De aquí al 2020, el número anual de graduados hispanos de escuelas secundarias subirá a un 41% y los de origen de las islas del Pacífico asiático subirán un 30% mientras la de los blancos declinara 12% y el afro americano declinara 9%. El Presidente recientemente desafío a cada americano que se comprometiera a por lo menos un año de educación superior o una formación específica después de salir de la escuela secundaria. El Presidente también estableció un nuevo objetivo para la nación: que para el 2020, América tenga una vez más, la más alta proporción de graduados en el mundo. Esa meta se alcanzará solo si juntos elevamos los estándares para la educación y le ayudamos a nuestros estudiantes ser exitosos.

Este mundo frecuentemente intenta conformarnos a sus estándares, pero tenemos un llamado en Cristo. El apóstol Pablo escribe que no deberíamos conformarnos, sino "ser transformados por la renovación de nuestras mentes." El Señor otra vez recordándonos de la importancia de usar nuestras mentes, en esta ocasión para conocer la voluntad de Dios. Mientras cristianos hispanos son mejor educados, no nos conformaremos, pero transformaremos esta nación a través del poder de Dios. No nos conformaremos a los estándares del día, pero elevaremos los estándares de nuestras tradiciones de la fe. Se ha dicho que "la educación hace la gente fácil de liderar pero difícil de manejar, fácil de gobernar, pero imposible esclavizar." Mientras elevamos los estándares de educación, demandaremos más el uno del otro, incluyendo los representantes de nuestra nación. Nos esforzaremos para vivir según nuestros estándares duraderos, estándares que ayudarán asegurar "libertad y justicia para todos." Estándares que nos recordarán que el mayor mandamiento de todos es amar a Dios con la mente que El nos dio y usarlas para Su gloria.

Yo era adicta a las novelas de amor

Luego Dios me pidió que comenzara a escribirlas, para su gloria.

Christianity Today May 26, 2016
Elaina Burdo / Courtesy of Tyndale

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Yo supe desde niña que sería escritora. Me crié en un hogar cristiano en Pleasanton, un pequeño pueblo al este de San Francisco. Mi madre, una enfermera, escribía un diario; mi padre, mientras se recuperaba de un infarto, escribió dos libros de no ficción sobre el trabajo policial. Insegura de lo que yo escribiría, me fui a la universidad y me especialicé en inglés con énfasis en creación literaria y mi segunda especialidad fue periodismo.

Rick y yo nos casamos al poco tiempo de haber terminado la universidad. Mis suegros eran lectores voraces de ficción. Mis padres también leían, siempre no ficción, desde cómo construir una casa hasta camping y el cultivo de verduras. La mamá de Rick me dio novelas de misterio, y novelas de amor góticas, históricas y contemporáneas. Poco después de haberme casado con Rick, me hice adicta a las novelas de amor.

Solemos enmarcar la adicción como abuso de drogas, más sin embargo todo lo que consume nuestra atención y energía o sirve como escape puede ser adicción. La mía era las novelas de amor históricas sensuales. Aunque no tan explícitas como las que salen al mercado el día de hoy, las novelas de amor de los 1970 y 80 me dejaban “eufórica.” ¿Quién no quiere tener la experiencia de enamorarse vez tras vez? La industria editorial estaba experimentando un auge, y las tiendas de todo tipo tenían estantes llenos de novelas de amor.

Mientras Rick terminaba su servicio militar, yo trabajaba de secretaria y leía. Cuando obtuvo la salida temprana para regresar a la universidad, yo trabajaba y leía mientras él iba a clases y estudiaba. Cuando sufrí un aborto espontáneo, lidié con el sufrimiento a través de la lectura. Cuando me embaracé de nuevo, el médico y Rick me animaron a que me quedara en casa.

La lectura de las novelas de amor ya no me satisfacía, por lo tanto comencé a planear una combinación de mis géneros favoritos y escribí mi propia “novela gótica del oeste.” El mercado aún estaba en auge, así que mi primer libro fue rápidamente acogido.

El salir de un mundo de fantasía no fue fácil. Recuerdo los días cuando Rick llegaba a casa y me preguntaba, “¿Soy el tipo bueno o malo hoy?”

La lectura y escritura de novelas vinieron a ser una forma de sobrevivir mi conflicto interno, que yo sentía pero no entendía. Los primeros años de matrimonio no fueron fáciles para ninguno de los dos; la lectura y escritura de novelas de amor me impidieron analizar el por qué y de lidiar con los problemas. Algo faltaba, y no sabía dónde comenzar a buscar lo que estaba perdido.

Cuando a Rick le ofrecieron un trabajo en el sur de California, sugirió que yo fuera madre ama de casa y escritora de tiempo completo. Con mucho gusto acepté. Tuvimos dos hijos más—una hija y otro hijo—y nos mudamos de nuevo a otra casa más grande en un vecindario próspero. Nuestros hijos entraron al preescolar, luego al jardín de niños, lo cual me dio aún más tiempo para leer y escribir. El trabajo vino a ser una obsesión.

Me di cuenta de la gravedad de mi problema cuando Rick dijo, “Si tuvieras que elegir entre nuestros hijos y yo o escribir, elegirías escribir.” Ese comentario me dolió—y era horriblemente cierto. Pensé, ¿Qué me pasa que mis prioridades están tan torcidas?

Rick y yo habíamos estado asistiendo a una iglesia, pero sin embargo Jesucristo ya no estaba allí. No escuchábamos el evangelio predicado. Yo me había criado en una familia cristiana y suponía que eso me hacía cristiana. Rick nunca había asistido a la iglesia, y pronto lo eligieron presidente de la junta directiva. Lo que ambos vimos y escuchamos durante su servicio en la junta era suficiente para que saliéramos corriendo, no caminando, de la “iglesia.”

Satisfecha

Mientras tanto, nuestro matrimonio se estaba desintegrando. Pensábamos que al estar cerca de la familia nos ayudaría, pero la única manera de mudarnos al norte de California sería para que Rick comenzara su propia empresa. Así que vendimos nuestra casa y regalamos todo lo que no cabía en un camión de mudanzas chico. Rick se dirigió al norte y se mudó con sus padres mientras conseguía un despacho. Yo me quedé en el sur de California hasta que nuestros hijos terminaron el año escolar. Sólo había una vivienda de alquiler, y Rick la tomó. No tomó mucho para darnos cuenta que habíamos parado en medio de dos familias cristianas.

Un niño de ocho años nos estaba esperando para ayudarnos con la mudanza. Lo veíamos como una plaga; resultó ser un evangelista. “¡Tengo una iglesia para ustedes!” dijo. Ninguno de nosotros estábamos ansiosos de ir, pero con el estrés de comenzar una nueva empresa, la mudanza, y nuestro matrimonio que se estaba hundiendo, estaba lo suficiente desesperada para tratar cualquier cosa, aun una pequeña iglesia sin asociación a una jerarquía denominacional.

En ese primer servicio, varios miembros se presentaron conmigo. Hicieron que me sintiera parte de su familia. El pastor enseñó directo de la Biblia, incluso proveyó el contexto histórico y explicó cómo las Escrituras se aplican el día de hoy. Me deleité y lo absorbí totalmente. Traje a nuestros tres hijos. Rick no quería asistir, por lo tanto le pregunté al pastor que si estaría dispuesto a enseñar un estudio bíblico de hogar. Rick consintió en asistir. Fuimos bautizados el mismo día, y pronto nos encontramos en el programa de Dios de transformación.

La primera cosa que Dios hizo fue quitarme mi escritura. Frustrada, no sabía por qué el antiguo modo de escribir ya no funcionaba y por qué todo lo que escribía ahora se sentía vacío. Aún estaba leyendo novelas de amor, más ya no me satisfacían. Oré para que Dios me diera pasión por Su Palabra. Mi oración fue pronto contestada: las novelas de amor ahora me parecían aburridas, más las Sagradas Escrituras cobraron vida.

Cuando le entregué mi voluntad y vida a Jesús, encontré el amor que andaba buscando, ese amor que cambia el alma, que da vida, siempre fiel que todos anhelamos.

La carga más pesada

Justo cuando me sentía satisfecha, Dios sacudió mi vida de nuevo. Mientras estudiaba el libro de Oseas, me sentí impulsada a escribir otra novela, pero una que mostrara la diferencia entre lo que el mundo considera amor y el amor de Dios, incondicional, sacrificial, abrazador. El resultado fue Redeeming Love. El proceso de redacción me mantuvo cerca del Señor; dependía de Él para todo desde la trama (Oseas) hasta entender el carácter quebrantado de Ángel y el amor semejante al de Cristo de Michael Hosea.

Yo pensaba que el libro era un proyecto único para darle a conocer a la gente cómo mi vida y carrera habían cambiado. Pero preguntas sobre la fe continuaron surgiendo y con ellas, personajes para representar diversos puntos de vista. Así que traté una vez más, teniendo a Jesús en el centro de mi trabajo. La cuestión principal que me inquietaba en ese momento era: ¿Cómo comparto mi fe con mis familiares y amistades no salvos que no quieren escuchar sobre Jesús o leer la Biblia? Yo quería ese tipo de valor para testificar, así que escribí AVoice in the Wind, acerca de un cristiano que fue capturado después de la caída de Jerusalén que vivía con miedo y encontró una fe audaz.

Otras interrogantes generaron otras historias: ¿Cuántas veces perdonamos a los que buscan nuestra destrucción? (An Echo in the Darkness) ¿Cómo trato con el enojo y con la gente enojada? (As Sure as the Dawn) ¿Qué es la soberanía? (The Scarlet Thread).

Nunca me ha sido fácil confiar. Tomó tiempo para traer mis más profundos temores y dolor a Dios y ofrecerle mi carga de pecado más pesada—un aborto durante mis años universitarios. Hice estas preguntas con temblor y temor: ¿Realmente me has perdonado? Si así es, ¿por qué aún me siento destrozada? ¿Algún día seré completa otra vez? Lo que siguió fue un año de escribir más personal y doloroso aún. Mientras escribía The Atonement Child, pasé por un estudio bíblico sobre el post aborto en nuestro centro local de consejería durante el embarazo. Los guerreros de oración me rodearon. Dios me protegió durante el proceso de escribir en formas que jamás me podría haber imaginado. Soy perdonada. Soy libre.

El escribir es una búsqueda para encontrar y hacer frente a las perspectivas del Señor en toda área de la vida, pasada, presente, y futura. Se ha convertido en una forma de adoración, una forma de alabanza y para proclamar el evangelio. Rick siempre es el primero en leer todo lo que escribo. El Señor no tan sólo sanó nuestro matrimonio, sino que también reavivó el gozo en él. Comenzamos nuestro día con Jesús. El estudio bíblico al que nos unimos hace 30 años continúa hasta hoy. Ambos estamos apasionados y siempre adictos a Jesús.

Francine Rivers es autora más vendida en la lista del New York Times, cuyo libro Redeeming Love continúa siendo libro más vendido.

Sus hijos no necesitan una mega iglesia

Lo que los hijos aprenden sobre comunidad sin tener todos los lujos

Christianity Today May 26, 2016
Pamela Moore / iStock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Era un domingo por la mañana normal. Llegamos a la iglesia temprano para el estudio bíblico, y nuestros hijos—Penny, de 10 años de edad, William, 7, y Marilee, 5—corretearon hacia la planta baja para jugar. Aparecieron 45 minutos más tarde para servir como ujieres de la semana. A pesar del conflicto sobre a quién le tocó saludar y a quién le tocó repartir los programas, lograron saludar a todos los visitantes con un abrazo o de mano—A una “compañera de oración” de Penny de 70 años de edad, a una compañera de clase, a una niñera que los cuidó en el pasado, a la encargada de los bomberos voluntarios.

Durante el culto, William, vestido con saco y corbata, leía la Escritura con su papá. Cuando llegó la hora, colocó una pequeña silla roja detrás del púlpito y se paró derechito para leer en voz alta sobre la transfiguración de Jesús. En el carro, después de la iglesia, William dijo, “¡Tuve que dar las gracias como un millón de veces!” porque mucha gente había elogiado su lectura.

Nuestra iglesia tiene Escuela Dominical para niños desde el jardín de niños hasta el quinto año escolar. La mayoría de las mañanas tenemos de 6—8 niños y como 60 adultos en las bancas del piso de arriba. Yo solía pensar que lo pequeño de nuestra iglesia sería un obstáculo para el desarrollo espiritual de nuestros hijos. Nuestra iglesia anterior, multidenominacional contaba con más de 400 miembros, dos cultos, y aulas para la Escuela Dominical repletas. Cuando nos mudamos a un pueblo pequeño, pensaba que esta pequeña iglesia de ninguna manera podría ofrecer todo lo que esperábamos. Quizá podría enseñar a nuestros hijos sobre Jesús o podría conectarlos con la comunidad o mantenerlos emocionados sobre la adoración, sin embargo dudaba que pudiera proveer lo anterior mencionado sin la diversidad de programas y actividades acostumbradas. Incluso no estaba convencida que un lugar tan pequeño pudiera ayudar me a crecer.

Escuchamos mucho hoy sobre las mega iglesias—definidas como congregaciones que cuentan con 500 asistentes de promedio cada domingo. Estas iglesias sirven a la mayoría de los asistentes en los EE.UU. Aun así, de acuerdo al Hartford Institute for Religion Research, 177.000 iglesias—como el 60 por ciento de las congregaciones protestantes en EE.UU.—tienen menos de 100 asistentes por semana. El número medio de asistentes el domingo por la mañana es 75. Por lo tanto nuestra iglesia es la norma. Es fácil quejarse de la falta de programas y profesionalismo, el presupuesto limitado y un equipo de sonido que no funciona perfectamente, sin embargo yo me encuentro cada vez más agradecida por sus bendiciones.

El año pasado, un amigo nuestro falleció de repente en un accidente automovilístico. De sólo 59 años de edad, cada semana se sentaba en la banca atrás de la nuestra y se había dado de voluntario para ser el compañero de oración de William. Penny y William se interesaban tanto por él que insistieron en sentarse junto a mí durante el servicio de homenaje de dos horas. En una iglesia pequeña, las amistades abarcan generaciones por necesidad. No hay las suficientes personas para tener un ministerio especializado para los solteros, familias, y los ancianos. Esto significa que los niños, las personas de la tercera edad, y todos los demás están juntos en esto—en la vida y en la muerte, en la celebración y en la tristeza.

El año pasado, una amiga que asiste a una iglesia pequeña en otro pueblo comenzó a cuestionar la decisión de su familia de estar allí. “El grupo de jóvenes al otro lado del pueblo tiene mesas de futbolín y una banda de rock. Nosotros ni edificio tenemos,” dijo ella. Aunque yo también quiero que la iglesia atraiga a nuestros hijos, su comentario me ayudó a reconocer lo bien que las iglesias pequeñas preparan a nuestros hijos para el futuro. Para nuestros hijos, la iglesia incluye adoración, oración, lectura bíblica, y gente que los ama. Eso es todo. No lujos. No espectáculos o producciones. Sólo el frágil y deteriorado cuerpo participando en la obra sanadora de Cristo.

Nuestros niños no tan sólo han podido aprender sobre el amor de Dios hacia ellos sino también cómo amar. Se arremangaron la camisa durante el “domingo de limpieza” para borrar las huellas de las paredes y ordenar el clóset de las manualidades. Han distribuido boletines y leído la Escritura y ayudado con el llamado a la adoración. Han escrito notas de condolencias. Han orado a través del calendario de la iglesia. Han llegado a ser una parte integral de la obra en su totalidad.

Yo no puedo predecir lo que pasará cuando nuestros hijos cursen la preparatoria. Tal vez querrán dormir hasta tarde los domingos por la mañana. Tal vez desearán tener más compañeros—y más anonimato—de lo que pueden encontrar en nuestra iglesia. Tal vez el sermón se les hará aburrido, la música cansada, el café rancio. O tal vez las cosas que pensaba que eran las deficiencias de nuestra iglesia son realmente regalos. Tal vez regresen semana tras semana al lugar donde experimentan el sabor del Reino de Dios, un hogar que les envía a ser sal y luz en la tierra.

Amy Julia Becker es autora de Small Talk (Zondervan) y A Good and Perfect Gift (Bethany). Vive en el oeste de Connecticut con su esposo y sus tres hijos.

La ascensión de los hombres fuertes

A lo largo del espectro político, los futuros líderes prometen autoridad sin vulnerabilidad.

Christianity Today May 26, 2016
Alex Nabaum

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

“Conciudadanos estadounidenses, el estado de la nación está fuerte.” Así todo presidente por las últimas décadas ha declarado en su discurso anual al Congreso. Esto en el mejor de los tiempos es verdad a medias. Ya que un nuevo presidente será instalado en enero del 2017, posiblemente no habrá informe presidencial formal el próximo año. Es mejor, porque es difícil imaginarse a alguien decir seriamente que nuestra nación está fuerte.

Esta nos es la primera vez que Estados Unidos ha enfrentado tensiones internas abrumadoras y amenazas externas. Pero durante las primarias presidenciales este año, el miedo, la desesperación, e insatisfacción han atraído a los estadounidenses hacia los futuros líderes que prometen un cambio radical para restaurar la grandeza de nuestro país.

Sin embargo, la grandeza es sólo una parte de la salud real de las naciones. Todas las comunidades que realmente están floreciendo también aceptan la vulnerabilidad. Aceptan y aun buscan riesgos significativos por el bien del progreso. Los grandes líderes no tan sólo prometen fortaleza: sino también hacen un llamado a la gente a tomar riesgos.

No obstante alrededor del mundo hoy vemos el ascenso de líderes que ofrecen diversas formas de autoridad sin vulnerabilidad— fortaleza sin riesgos. Esta es la promesa de todo gobierno autoritario y todo dictador, y cada vez más es la moneda de las campañas políticas estadounidenses. Un candidato prometió construir un muro para impedir la entrada de inmigrantes ilegales de México—y hacer que México la pague. Otro prometió colegiatura gratuita en las universidades públicas—y hacer que “Wall Street” pague por ello.

Estas promesas tienen algunas cosas en común, y no tan sólo que son totalmente imposibles. Prometen mercancía sin precio, protección sin esfuerzo, y beneficios sin costos—cuando menos para gente como nosotros. Dependen en extraer el esfuerzo y el costo de otras personas—otras personas que son tratadas no como probables colaboradores sino más bien como enemigos permanentes.

También vemos un nivel de jactancia en la política estadounidense que no se ha visto desde los excesos jacksonianos del siglo 19—proclamando el poder propio y deleitándose en las debilidades de los demás. Las promesas irrealistas han sido igualadas por los alardes de mal gusto y desdén por los “fracasados.” La misma gente que presume de su poder también se queja incesantemente, revelando sus quejas contra las poderosas fuerzas formadas en su contra. Los líderes autoritarios presumen de su poder, los líderes manipuladores presumen su supuesta vulnerabilidad—y los líderes más tóxicos hacen ambas cosas al mismo tiempo.

Los cristianos en particular, deberían poder resistir la tentación de vitorear las propuestas de leyes superficiales poco consistentes, y a los políticos que son más superficiales aún. Debemos recuperar las dimensiones políticas radicales de la afirmación que “Jesús es Señor.” El decir que Jesús es Señor es establecer una medida a través de la cual todo uso de poder humano pueda ser juzgado—y en su debido tiempo, será juzgado.

Jesús nunca presumió de su poder. Después de sus milagros públicos a menudo buscó pasar momentos a solas—como cuando las multitudes, maravilladas por la provisión milagrosa de alimento, buscaron hacerle rey. Él eligió un título, “Hijo de Hombre,” que por todas sus matices mesiánicas le identificaron con una humanidad sencilla, no invulnerabilidad divina. Sabía que una confrontación fatal era inevitable, más nunca provocó quejas ni se dejó llevar por la lástima de sí mismo.

Ningún líder, ya sea religioso o político, vivirá siempre a la altura del estándar de liderazgo de Jesús. Más por esta misma razón, necesitamos líderes que eviten avivar lo peor en nosotros.

Los Estados Unidos algunas veces ha tenido ese tipo de líderes. John F. Kennedy hizo un llamado al país a “sobrellevar la carga de una larga lucha año tras año, ‘gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación.’ ” Abraham Lincoln, quizá el mejor presidente estadounidense, se negó a demonizar a sus adversarios aun cuando conducía una horrible guerra, “con malicia hacia nadie, con amor para todos, con firmeza en lo justo, según Dios nos da para ver lo justo.”

Nuestra verdadera vulnerabilidad no es el resultado de un grupo de enemigos que es fácil de especificar—y de eliminar. Es el resultado de vivir en un mundo que sería complejo y riesgoso aun si no fuera también atestado de quebrantamiento y maldad. Los grandes líderes resisten la tentación de crear una víctima expiatoria aun cuando enfrentan decisiones difíciles.

Hasta que los cristianos exijamos ese tipo de honestidad y valor de nuestros líderes, posiblemente continuaremos apoyando al peor tipo de ídolos estadounidenses.

Andy Crouch es director ejecutivo de CT. Su libro más reciente es Strong and Weak: Embracing a Life of Love, Risk and True Flourishing.

Por qué Dios nos permite permanecer débiles

Christianity Today May 26, 2016
oliveromg / Shutterstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Durante una conversación muy pasada la noche hace algunos años, mi esposo y yo nos dimos cuenta que en cualquier momento que nos comprometemos a alguna labor para el reino, parece ser que nos llega un golpe. Los días inmediatamente antes de un ministerio en particular están llenos de mini desastres. Los niños se enferman. El carro se descompone. El calentador del agua deja de trabajar. El insomnio de Jon se dispara. Nuestro presupuesto se ve afectado por un gasto inesperado. Mis dolores de estómago empiezan. Y todos los miembros de nuestra red de apoyo simultáneamente se encuentran fuera de la ciudad. En algunas ocasiones los desastres no son tan diminutos, y el dolor se amplifica.

Muchos de nuestros amigos describen este tipo de bombardeo como un ataque espiritual. Si es así, nos preguntábamos en voz alta esa noche, ¿Cuál es exactamente la finalidad del ataque? ¿Está el Malvado tratando de impedirnos que terminemos el ministerio que tenemos a la mano? Eso raramente funciona. ¿Quiere distraernos, para que no lo hagamos bien, o para que no permanezcamos en el Señor mientras lo hacemos? ¿O es la finalidad desanimarnos para que no digamos “si” a nada parecido nunca más?

Esa noche llegamos a la conclusión que si esta es la táctica de Satanás, que puede ser que sí funcione.

Existen muchas razones por las cuales el trabajo del reino con frecuencia se encuentra rodeado de dificultades personales. Pero esa semana el Señor hizo resaltar una razón en particular, y era la que yo más necesitaba ver.

Poco después de nuestra conversación de aquella noche, yo estaba leyendo 2 de Corintios 12. Parecía ser que el Señor me había enviado ese pasaje como por paloma mensajera. En este pasaje, Pablo describe no el propósito del Enemigo, sino el del Señor al permitir que las dificultades envuelvan el servicio del reino. Pablo descubre que Dios está permitiendo sus problemas con el fin de “impedir que me sintiera orgulloso” (v.7). Aunque el misterioso “aguijón” en la carne de Pablo puede ser la obra del Enemigo (Pablo lo llama un “mensajero de Satanás”), Dios le dio otro propósito. Dios lo está usando para sus fines, es decir para rescatar a Pablo de la arrogancia. Frecuentemente mi agotamiento en el ministerio ha tenido el mismo efecto que llena de humildad.

Pero las dificultades de Pablo tenían un doble propósito. No solo estaba Dios usándolas para obrar en Pablo, las está usando para obrar a través de Pablo. Jesús le dice: “basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.” (v. 9). Las dificultades de Pablo preparan el camino para que opere el poder de Dios, perfectamente, a través de su vida.

Así que, nuestros problemas personales pueden lograr dos cosas. Los problemas empequeñecen nuestro orgullo, y los problemas permiten que Dios presuma su fortaleza. En ambos casos, eso hace a un lado cualquier noción que podamos tener que servir a Dios tiene todo que ver con nosotros.

Por cierto, Pablo no fue el primero en descubrir estas verdades. El Antiguo Testamento está lleno de gente que vio a Dios obrar poderosamente en sus debilidades: Abraham el que no podía tener hijo, José el que fue traficado, Moisés el tartamudo, David el niño pastor—y la lista sigue.

Pero mi favorito es Gedeón el debilucho. Me identifico con su clara incredulidad frente a lo que Dios le pide que haga. Su historia, que aparece en Jueces capítulos 6-8, es quizás la ayuda visual más clara que demuestra la fortaleza de Dios en nuestras debilidades. El Nuevo Testamento habla de Gedeón como uno de aquellos cuya “debilidad se convirtió en fortaleza” (Hebreos 11:32-34). En su historia, veo ambos papeles de la debilidad en juego: la debilidad crea espacio para el poder de Dios, y la debilidad frena nuestra arrogancia.

Nuestra debilidad: el escenario de Dios

De la misma manera que Pablo describe sus dificultades como un aguijón en la carne, Gedeón también vivía en medio de israelitas que sufrían lo que el Antiguo Testamento denomina como espinas en los costados (Jueces 33:55; Jueces 2:3). La espina de ellos era acoso de los cananeos. Cuando nos encontramos con Gedeón, su pueblo se encuentra desesperado después de siete años de saqueo de sus cosechas por parte de los cananeos.

La historia de Gedeón empieza en un lagar donde estaba trillando trigo para esconderlo del enemigo. El ángel del Señor se le aparece y le dice, “¡Guerrero valiente, el Señor está contigo! ¿De verdad? Este “guerrero valiente” en particular se está escondiendo—no exactamente un acto valiente. La respuesta de Gedeón es sorprendentemente franca: “Ah Señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto?” (Jueces 6:13, cursiva del autor). Con frecuencia esta es nuestra primera pregunta también. ¿Cómo pueden la presencia de Dios y mis dificultades ocupar el mismo espacio?

Gedeón lucha por reconciliar las acciones de Dios en el pasado con su aparente silencio en el presente: “¿Y dónde están todos los milagros que nos contaron nuestros antepasados? ¿Acaso no dijeron: “El Señor nos sacó de Egipto”? Pero ahora el Señor nos ha abandonado y nos entregó en manos de los madianitas” (v. 13). En esta parte de la historia, descubrimos que Gedeón está hablando con Dios: “Y mirándole Jehová, le dijo: ‘Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?’” (v. 14).

La pregunta del Señor—“¿No te envío yo?”—hace eco a la pregunta que Gedeón le acaba de hacer: “¿Acaso no dijeron: “El Señor nos sacó de Egipto”? Ambas preguntas empiezan con la misma palabra hebrea, halo’. Es una palabra que se usa para introducir una pregunta cuando el interlocutor asume que la respuesta va a ser “sí.” Así que esencialmente lo que Gedeón dice cuando pregunta “¿acaso no nos sacó el Señor de Egipto”? ¡Sí, sí lo hizo! Y el Señor contesta, “¿No soy yo quien te envía?” La respuesta es muy obvia. ¡Sí, soy yo! Estoy interviniendo. No te he abandonado.

Pero Gedeón no está convencido. Le contesta, “Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre.” La pregunta de Gedeón es una respuesta directa a la comisión del Señor: “Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel.” Dios le dice que vaya en su fuerza y Gedeón le responde, “¿con qué?” En otras palabras, “¿Con qué fuerza? Soy el hombre más débil en el clan más débil. ¿De qué fuerza exactamente estás hablando?”

El señor simplemente le contesta, “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.” (v. 16). En otras palabras, el Señor dice: No te midas a ti mismo, Gedeón. Mídeme a mí. Toma lo que sea que tengas, marcha con la poca fuerza que tengas, y preséntate al campo de batalla. Yo estaré allí.

Gedeón sigue navegando su incertidumbre sobre las instrucciones de Dios. Decide obedecer a Dios y destruir los altares a Baal, pero lo hace en medio de la noche, para que nadie sepa que fue él. Luego pronuncia su famosa oración del “vellón” para asegurarse por segunda y tercera vez que Dios hará lo que ha prometido. Pero al final, Gedeón obedece. Reúne un ejército y se prepara para luchar contra los medianitas. Dios usa el candidato que menos se hubiera esperado—el más débil de los débiles—para lograr el rescate de su pueblo.

La primera parte de la historia de Gedeón nos enseña a mirar con cautela nuestra inseguridad. Aprendemos a desconfiar de la voz que nos dice que somos insuficientes para la tarea que Dios nos ha dado. Cuando sentimos que no tenemos ninguna fuerza, cuando estamos convencidos de que no tenemos nada más que dar, recordamos que vale la pena simplemente schlep (usando un buen término prestado yiddish que significa ir de acá para allá) a ir a donde sea que Dios nos está enviando. Sí Él está con nosotros, eso será fuerza suficiente. Si empezamos a medirnos a nosotros mismos, el peligro es que no nos moveremos, no nos arriesgaremos, o no iremos. Haremos un cálculo, y llegaremos a la conclusión que la tarea es demasiado grande, y nos quedaremos en casa. Gedeón nos recuerda en lugar de hacer eso, que midamos a Dios. Si Él está con nosotros, no importa cuán poca fuerza tengamos cuando salgamos.

Me recuerdo de una noche en que mi esposo y yo íbamos en camino a una cena con una pareja que habíamos conocido a través de Craiglist. Aunque los encontramos de personalidades algo dificultosas, parecían tener hambre espiritual, y queríamos presentarles la Palabra de Dios. Pero acabábamos de salir de una de muchas estadías en el hospital con nuestro hijo recién nacido y estábamos totalmente exhaustos.

En el carro, nos recordamos el uno al otro que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo. Si no podíamos hacer nada más que arrastrar esos templos al lugar de necesidad, el simple hecho de hacer eso le daría la oportunidad a Dios de hacer algo poderoso a través nuestro si así él lo quería. Si hubiéramos medido nuestros recursos esa noche, nos hubiéramos quedado en casa.

Nuestra debilidad: Mata orgullo

Mientras que Gedeón estaba muy consciente de su propia debilidad, Israel no era tan humilde. La siguiente parte de la historia de Gedeón nos muestra cómo Dios usó la disminución para empequeñecer el orgullo. Gedeón recluta un ejército de 32,000. Mientras tanto se nos dice, “Y los madianitas, los amalecitas y los hijos del oriente estaban tendidos en el valle como langostas en multitud, y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar en multitud” (Jueces 7:12).

Pero el Señor le dice a Gedeón, “El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado.” ¿Gedeón tiene demasiada gente? ¡No puedes ni contar los camellos del lado enemigo! Pero Gedeón escucha al Señor y aplica dos pruebas tornasol sucesivas a sus soldados. En dos olas, envía a 31,000—más del 90 por ciento—de ellos a casa.

¿Por qué razón está Dios reduciendo dramáticamente los recursos de Gedeón en víspera a la lucha? ¿Por qué está separando las fuerzas de Israel? Para que Israel no presuma. O, en las palabras de Pablo, para impedirles que se vuelvan orgullosos. De esta manera, cuando Gedeón se enfrente a los camellos que son como la arena del mar con solo 300 hombres, no habrá duda la fortaleza de quien está en exhibición.

Y vaya exhibición que se deja ver. Esta pequeña banda de guerreros israelitas llega al margen del campamento de los madianitas, suena sus trompetas, descubre sus antorchas, grita, y luego simplemente observa mientras los soldados medianitas se atacan entre sí y empiezan a huir. Esta victoria, “el día de los madianitas” se convierte en el ejemplo singular de la habilidad de Dios para vencer cuando su pueblo está en desparejo y los rescata (Sa. 83:9; Is. 9:4; 10:26).

Si la conversación de Gedeón con el ángel nos enseña a dudar de nuestras propias inseguridades, la reducción de su ejército nos enseña a tener cuidado con nuestro orgullo. Exceso de confianza parece ser un asunto muy importante para Dios. Algo que se debe evitar a todo costo. Pone en serio peligro nuestras almas. Observe todo lo que Dios está dispuesto a hacer para ayudar a su pueblo a evitarlo. Se reduce el ejército de Gedeón. Se permite que el “aguijón” de Pablo persista. Dios permite retos dramáticos en nuestras vidas, una reducción significativa de nuestros recursos, para así salvarnos de la arrogancia.

Esto es bondad. Nuestra arrogancia y el espíritu crítico que le acompaña estorban la obra de Dios en nosotros y a través de nosotros. El orgullo es pecado, y nos puede matar. Cuando enfrentamos temporadas de cansancio, debilidad, ola tras ola de desgaste, podemos asumir que Dios está obrando. En las palabras de un letrero que vi recientemente frente a una iglesia: “Cuando te has desgastado hasta llegar a nada, Dios está por hacer algo.”

El orgullo de la inseguridad

Al ver la historia de Gedeón, descubrimos que tanto la inseguridad como la arrogancia son dos formas del orgullo en el sentido de que las dos exhiben el pecado de pensar que todo tiene que ver con nosotros (que somos el centro del drama). La inseguridad dice, “todo tiene que ver conmigo, y porque soy débil, voy a perder la batalla del día.” La arrogancia dice, “Todo tiene que ver conmigo, y porque soy fuerte, voy a ganar la batalla del día.” Pero la humildad dice, “No tiene nada que ver conmigo en lo más mínimo; mi única esperanza es que Dios es fuerte.” La fortaleza de Dios es todo lo que importa. Y él nos ha dicho, al igual que a Gedeón: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días” (Mat. 28:20). Tenemos mayor razón para creerle, porque hemos visto “a Dios con nosotros,” Emanuel, que vino en forma de hombre. Jesús nos ha mostrado en su mejor manera como se deja ver el poder de Dios en nuestra debilidad. No hay mejor ayuda visual que la debilidad y el poder de la cruz.

En los últimos años, la experiencia de que todo parece estarse derrumbando alrededor de nuestro ministerio solamente se ha acelerado en mi vida. Con el bolsillo lleno de títulos de universidades prestigiosas del Ivy League y con el deseo de servir a la iglesia, he pasado la mayor parte de la última década navegando como padre de un hijo con necesidades especiales, luchando contra un enfermedad de mi sistema de autoinmunidad, y viviendo con un presupuesto muy limitado en medio del llamado de mi esposo a ir al seminario y a plantar nuevas iglesias. Muchas de mis horas las paso haciendo cosas que nunca fueron parte del plan, cosas que pueden (en mis peores días) parecer como una pérdida de tiempo. Me identifico con Gedeón, viendo como los recursos con los que contaba se van disipando frente a mis ojos. Con frecuencia me siento como que estoy parada frente a un valle mirando fijamente una playa llena de camellos y yo con solo 300 soldados de infantería a mi disposición.

Aunque siento pesar por las pérdidas inherentes en estas dificultades, también veo cómo Dios les puede estar dando un nuevo propósito para mi bien. La debilidad está haciendo su doble trabajo en mí. El Señor está limando las asperezas de la arrogancia que amenaza mi vida. Y lo he visto mostrar su poder en medio de mi agotamiento. Parafraseando a Pablo, estoy aprendiendo a estar bien operando en una capacidad disminuida, a operar con limitaciones serias, porque cuando estoy en mi lugar más bajo, la obra de Dios a través de mí está a su mayor rendimiento. Mi debilidad le da a Dios la oportunidad de hacer acto de presencia y de presumir.

Sarah Lebhar Hall es profesora adjunta de estudios bíblicos en Gordon-Conwell Theological Seminary y Trinity School for Ministry.

Embarazada y en misión en territorio zika: ¿Me quedo o me voy?

El brote llegó a Honduras durante el tercer trimestre de mi tan esperado embarazo

Christianity Today April 28, 2016
Lucy Hewett

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Meses antes de mi boda, mi prometido comenzó una empresa fabricadora de juguetes para crear trabajos en Honduras. Nos mudamos a Tegucigalpa como marido y mujer en el 2010, comenzando nuestra vida juntos en un país con el índice más alto de asesinatos.

Obviamente, pasamos por alto la etapa de la luna de miel. Además del impacto de un nuevo país, idioma, y cultura, enfrenté la violenta realidad de la vida en la capital de Honduras.

Los índices de robo, violación, y asesinato subieron a niveles inimaginables en Los Ángeles, donde vivíamos antes de nuestra mudanza.

Desde el 2010, la empresa tomó vuelo, y nos hemos acostumbrado en la vida de Centro América. Pero la transición nunca me fue fácil. Traté distintos trabajos y ministerios, incapaz de encontrar el perfecto para mí. Batallamos para concebir, y los doctores tanto en Honduras como en EE.UU. no podían adivinar por qué éramos infértiles.

El verano pasado, dejamos los tratamientos para darles a mi cuerpo y corazón un descanso. Y luego, en agosto, me embaracé.

Hace años decidimos que si alguna vez concebíamos, nos quedaríamos en Tegucigalpa para el parto. A pesar de la revuelta política y los temores de salud, incluso el brote de virus transmitidos por mosquitos portadores como el dengue y la chikunguña, creíamos que aquí es donde Dios nos había llamado. Cuando por primera vez escuchamos del virus zika propagarse a lo largo de Honduras y en otras partes de Centroamérica a principios del 2016—como a la mitad de mi embarazo—decidimos no titubear.

Sin embargo el zika rápidamente demostró ser diferente. Además de síntomas como fiebre, sarpullido, y artralgia, se cree que el virus representa graves amenazas para los niños aún no nacidos aunque los investigadores todavía están buscando esta conexión. Las mujeres embarazadas que contraen el zika peligran dar a luz bebés con microcefalia, un defecto que causa que la cabeza y el cerebro sean anormales. No hay inoculación para detener el virus, y los expertos no saben si el peligro está limitado a cierto período durante el embarazo o continúa después del nacimiento. Algunos funcionarios del país han aconsejado a las mujeres a que traten de demorar el embarazo hasta por dos años; muchos pacientes del zika aún no tienen síntomas o se dan cuenta que han sido infectados.

A principio del año, Chris y yo comenzamos a usar guantes largos, pantalones, calcetines, zapatos cerrados, y repelente para mosquitos cada vez que salíamos de la casa. Nuestro doctor midió la cabeza de nuestro hijo en cada ultrasonido.

Durante una sola semana en enero, vimos el número de casos del zika en Honduras subir de 300 a 1,000. Para febrero, eran mucho más que 3,500. Nuestras amistades y familia nos llamaban preocupados: ¿Vendrás a casa? ¿Qué tal si te infectas y tu hijo contrae daño cerebral?

Hace años, decidimos que Honduras sería donde criaríamos a nuestros hijos e invertiríamos en los empleados de la empresa de mi esposo. El partir a causa del zika no sería como cancelar unas vacaciones caribeñas o posponer un viaje misionero de dos semanas. Eso transformaría nuestras vidas.

Hemos pasado los últimos seis años desarrollando no tan sólo una empresa sino también una comunidad de gente para trabajar al lado y alcanzarlos con el evangelio. En los últimos meses, finalmente he encontrado ímpetu con un estudio bíblico para mujeres en la fábrica y tengo planes de comenzar a ofrecer alimentos y educación (o clases) a nuestros empleados. Me parece erróneo salir ahora, especialmente cuando conocemos a otras mujeres embarazadas que enfrentan los mismos riesgos, y que no pueden escoger el salir.

Sabemos lo que muchos hondureños se suponen sobre los norteamericanos: que todos somos ricos, que no estamos aquí por largo tiempo, que podemos irnos cuando nos sea de beneficio. Cuando nuestras amistades nos ruegan regresar a casa, nosotros a su vez pensamos en nuestro equipo y lo que nuestra salida indicaría. La última cosa que queremos demostrar es que nuestra fe depende de nuestras circunstancias.

Antes bien, estos seis años en Honduras me han enseñado lo contrario. En los Estados Unidos, absorbimos la creencia de que Dios nos posiciona para confort, y seguridad. Aquí, estoy aprendiendo que la voluntad de Dios a menudo choca con nuestras preferencias personales. Cuando me mudé a Tegucigalpa, Dios inmediatamente me ajustó a través de incomodidades e inconveniencias. Batallando para aprender español, navegando una nueva ciudad, y observando el crimen me enseñó más sobre quién es Dios y lo que Él quiere para mí y para nuestro matrimonio. Recuerdo esto cuando soy tentada a pensar que puedo controlar el destino de mi familia si opto por el camino seguro.

En estos días a menudo pienso en el misionero del siglo veinte William Borden. Antes de morir de meningitis cerebral a la edad de 25 años, dejó un futuro en la empresa de su familia para compartir el evangelio en la China. A pesar de las amenazas de su padre, nunca regresó a una vida de confort. Vivió bajo el dicho, “Sin reservas, sin retroceso, sin remordimientos.” Nosotros también queremos vivir sin remordimientos.

En cambio, habiendo esperado tanto por la bendición de ser padres, Chris y yo sentimos intensamente el peso de esa responsabilidad. El regresar a los Estados Unidos casi elimina la posibilidad de que yo me infecte con el virus del Zika. Sin embargo trae otros desafíos. Yo dejaría nuestra iglesia y comunidad. Tendría que buscar un nuevo médico y comenzar una nueva serie de clases de preparación para el parto. Aunque Chris me visitaría siempre que le fuere posible, yo iría sola a las citas del médico y a las clases de preparación para el parto. Tal movimiento sería especialmente muy estresante en la etapa en que cada libro de consejos para nuevas madres y otras madres dicen que uno se esté quieta y descanse.

He luchado con Dios sobre cuál opción es motivada por confianza y fidelidad. Finalmente, mi esposo y yo humildemente nos dimos cuenta de todas las cosas que no podemos controlar en nuestras vidas y en la de nuestro bebé. Basamos nuestra decisión en la más grande prioridad que Dios nos ha dado en este momento. Justo ahora, nuestro llamado a ser padres fieles sustituye nuestro llamado a Honduras.

Una vez más, estoy sacrificando la familiaridad y rutina—esta vez por el bien de nuestro bebé.

Confío en que Dios le concederá a nuestro hijo la oportunidad de una vida saludable. Al mismo tiempo, confío en que Dios dirija nuestro equipo en Honduras mientras estamos lejos. Confío en que ninguna de estas cosas depende de nosotros, sino en el Dios en quien se le pueden confiar todas las cosas. El entregarnos completamente significa que Dios puede pedir cualquier cosa de nosotros—ya sea el quedarnos ahí o el salir.

Una vez más, me encuentro preparando dos maletas para viajar a otro país por un tiempo indefinido. Más esta vez, regresar a “casa” a los Estados Unidos es en realidad salir de casa.

Cindy Haughey fue estudiante universitaria en Taylor University y tiene una maestría de Trinity Evangelical Divinity School. Además de trabajar en la empresa de juguetes Tegu, es escritora, oradora, y viajera del mundo.

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