Yo era adicta a las novelas de amor

Luego Dios me pidió que comenzara a escribirlas, para su gloria.

Christianity Today May 26, 2016
Elaina Burdo / Courtesy of Tyndale

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Yo supe desde niña que sería escritora. Me crié en un hogar cristiano en Pleasanton, un pequeño pueblo al este de San Francisco. Mi madre, una enfermera, escribía un diario; mi padre, mientras se recuperaba de un infarto, escribió dos libros de no ficción sobre el trabajo policial. Insegura de lo que yo escribiría, me fui a la universidad y me especialicé en inglés con énfasis en creación literaria y mi segunda especialidad fue periodismo.

Rick y yo nos casamos al poco tiempo de haber terminado la universidad. Mis suegros eran lectores voraces de ficción. Mis padres también leían, siempre no ficción, desde cómo construir una casa hasta camping y el cultivo de verduras. La mamá de Rick me dio novelas de misterio, y novelas de amor góticas, históricas y contemporáneas. Poco después de haberme casado con Rick, me hice adicta a las novelas de amor.

Solemos enmarcar la adicción como abuso de drogas, más sin embargo todo lo que consume nuestra atención y energía o sirve como escape puede ser adicción. La mía era las novelas de amor históricas sensuales. Aunque no tan explícitas como las que salen al mercado el día de hoy, las novelas de amor de los 1970 y 80 me dejaban “eufórica.” ¿Quién no quiere tener la experiencia de enamorarse vez tras vez? La industria editorial estaba experimentando un auge, y las tiendas de todo tipo tenían estantes llenos de novelas de amor.

Mientras Rick terminaba su servicio militar, yo trabajaba de secretaria y leía. Cuando obtuvo la salida temprana para regresar a la universidad, yo trabajaba y leía mientras él iba a clases y estudiaba. Cuando sufrí un aborto espontáneo, lidié con el sufrimiento a través de la lectura. Cuando me embaracé de nuevo, el médico y Rick me animaron a que me quedara en casa.

La lectura de las novelas de amor ya no me satisfacía, por lo tanto comencé a planear una combinación de mis géneros favoritos y escribí mi propia “novela gótica del oeste.” El mercado aún estaba en auge, así que mi primer libro fue rápidamente acogido.

El salir de un mundo de fantasía no fue fácil. Recuerdo los días cuando Rick llegaba a casa y me preguntaba, “¿Soy el tipo bueno o malo hoy?”

La lectura y escritura de novelas vinieron a ser una forma de sobrevivir mi conflicto interno, que yo sentía pero no entendía. Los primeros años de matrimonio no fueron fáciles para ninguno de los dos; la lectura y escritura de novelas de amor me impidieron analizar el por qué y de lidiar con los problemas. Algo faltaba, y no sabía dónde comenzar a buscar lo que estaba perdido.

Cuando a Rick le ofrecieron un trabajo en el sur de California, sugirió que yo fuera madre ama de casa y escritora de tiempo completo. Con mucho gusto acepté. Tuvimos dos hijos más—una hija y otro hijo—y nos mudamos de nuevo a otra casa más grande en un vecindario próspero. Nuestros hijos entraron al preescolar, luego al jardín de niños, lo cual me dio aún más tiempo para leer y escribir. El trabajo vino a ser una obsesión.

Me di cuenta de la gravedad de mi problema cuando Rick dijo, “Si tuvieras que elegir entre nuestros hijos y yo o escribir, elegirías escribir.” Ese comentario me dolió—y era horriblemente cierto. Pensé, ¿Qué me pasa que mis prioridades están tan torcidas?

Rick y yo habíamos estado asistiendo a una iglesia, pero sin embargo Jesucristo ya no estaba allí. No escuchábamos el evangelio predicado. Yo me había criado en una familia cristiana y suponía que eso me hacía cristiana. Rick nunca había asistido a la iglesia, y pronto lo eligieron presidente de la junta directiva. Lo que ambos vimos y escuchamos durante su servicio en la junta era suficiente para que saliéramos corriendo, no caminando, de la “iglesia.”

Satisfecha

Mientras tanto, nuestro matrimonio se estaba desintegrando. Pensábamos que al estar cerca de la familia nos ayudaría, pero la única manera de mudarnos al norte de California sería para que Rick comenzara su propia empresa. Así que vendimos nuestra casa y regalamos todo lo que no cabía en un camión de mudanzas chico. Rick se dirigió al norte y se mudó con sus padres mientras conseguía un despacho. Yo me quedé en el sur de California hasta que nuestros hijos terminaron el año escolar. Sólo había una vivienda de alquiler, y Rick la tomó. No tomó mucho para darnos cuenta que habíamos parado en medio de dos familias cristianas.

Un niño de ocho años nos estaba esperando para ayudarnos con la mudanza. Lo veíamos como una plaga; resultó ser un evangelista. “¡Tengo una iglesia para ustedes!” dijo. Ninguno de nosotros estábamos ansiosos de ir, pero con el estrés de comenzar una nueva empresa, la mudanza, y nuestro matrimonio que se estaba hundiendo, estaba lo suficiente desesperada para tratar cualquier cosa, aun una pequeña iglesia sin asociación a una jerarquía denominacional.

En ese primer servicio, varios miembros se presentaron conmigo. Hicieron que me sintiera parte de su familia. El pastor enseñó directo de la Biblia, incluso proveyó el contexto histórico y explicó cómo las Escrituras se aplican el día de hoy. Me deleité y lo absorbí totalmente. Traje a nuestros tres hijos. Rick no quería asistir, por lo tanto le pregunté al pastor que si estaría dispuesto a enseñar un estudio bíblico de hogar. Rick consintió en asistir. Fuimos bautizados el mismo día, y pronto nos encontramos en el programa de Dios de transformación.

La primera cosa que Dios hizo fue quitarme mi escritura. Frustrada, no sabía por qué el antiguo modo de escribir ya no funcionaba y por qué todo lo que escribía ahora se sentía vacío. Aún estaba leyendo novelas de amor, más ya no me satisfacían. Oré para que Dios me diera pasión por Su Palabra. Mi oración fue pronto contestada: las novelas de amor ahora me parecían aburridas, más las Sagradas Escrituras cobraron vida.

Cuando le entregué mi voluntad y vida a Jesús, encontré el amor que andaba buscando, ese amor que cambia el alma, que da vida, siempre fiel que todos anhelamos.

La carga más pesada

Justo cuando me sentía satisfecha, Dios sacudió mi vida de nuevo. Mientras estudiaba el libro de Oseas, me sentí impulsada a escribir otra novela, pero una que mostrara la diferencia entre lo que el mundo considera amor y el amor de Dios, incondicional, sacrificial, abrazador. El resultado fue Redeeming Love. El proceso de redacción me mantuvo cerca del Señor; dependía de Él para todo desde la trama (Oseas) hasta entender el carácter quebrantado de Ángel y el amor semejante al de Cristo de Michael Hosea.

Yo pensaba que el libro era un proyecto único para darle a conocer a la gente cómo mi vida y carrera habían cambiado. Pero preguntas sobre la fe continuaron surgiendo y con ellas, personajes para representar diversos puntos de vista. Así que traté una vez más, teniendo a Jesús en el centro de mi trabajo. La cuestión principal que me inquietaba en ese momento era: ¿Cómo comparto mi fe con mis familiares y amistades no salvos que no quieren escuchar sobre Jesús o leer la Biblia? Yo quería ese tipo de valor para testificar, así que escribí AVoice in the Wind, acerca de un cristiano que fue capturado después de la caída de Jerusalén que vivía con miedo y encontró una fe audaz.

Otras interrogantes generaron otras historias: ¿Cuántas veces perdonamos a los que buscan nuestra destrucción? (An Echo in the Darkness) ¿Cómo trato con el enojo y con la gente enojada? (As Sure as the Dawn) ¿Qué es la soberanía? (The Scarlet Thread).

Nunca me ha sido fácil confiar. Tomó tiempo para traer mis más profundos temores y dolor a Dios y ofrecerle mi carga de pecado más pesada—un aborto durante mis años universitarios. Hice estas preguntas con temblor y temor: ¿Realmente me has perdonado? Si así es, ¿por qué aún me siento destrozada? ¿Algún día seré completa otra vez? Lo que siguió fue un año de escribir más personal y doloroso aún. Mientras escribía The Atonement Child, pasé por un estudio bíblico sobre el post aborto en nuestro centro local de consejería durante el embarazo. Los guerreros de oración me rodearon. Dios me protegió durante el proceso de escribir en formas que jamás me podría haber imaginado. Soy perdonada. Soy libre.

El escribir es una búsqueda para encontrar y hacer frente a las perspectivas del Señor en toda área de la vida, pasada, presente, y futura. Se ha convertido en una forma de adoración, una forma de alabanza y para proclamar el evangelio. Rick siempre es el primero en leer todo lo que escribo. El Señor no tan sólo sanó nuestro matrimonio, sino que también reavivó el gozo en él. Comenzamos nuestro día con Jesús. El estudio bíblico al que nos unimos hace 30 años continúa hasta hoy. Ambos estamos apasionados y siempre adictos a Jesús.

Francine Rivers es autora más vendida en la lista del New York Times, cuyo libro Redeeming Love continúa siendo libro más vendido.

Sus hijos no necesitan una mega iglesia

Lo que los hijos aprenden sobre comunidad sin tener todos los lujos

Christianity Today May 26, 2016
Pamela Moore / iStock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Era un domingo por la mañana normal. Llegamos a la iglesia temprano para el estudio bíblico, y nuestros hijos—Penny, de 10 años de edad, William, 7, y Marilee, 5—corretearon hacia la planta baja para jugar. Aparecieron 45 minutos más tarde para servir como ujieres de la semana. A pesar del conflicto sobre a quién le tocó saludar y a quién le tocó repartir los programas, lograron saludar a todos los visitantes con un abrazo o de mano—A una “compañera de oración” de Penny de 70 años de edad, a una compañera de clase, a una niñera que los cuidó en el pasado, a la encargada de los bomberos voluntarios.

Durante el culto, William, vestido con saco y corbata, leía la Escritura con su papá. Cuando llegó la hora, colocó una pequeña silla roja detrás del púlpito y se paró derechito para leer en voz alta sobre la transfiguración de Jesús. En el carro, después de la iglesia, William dijo, “¡Tuve que dar las gracias como un millón de veces!” porque mucha gente había elogiado su lectura.

Nuestra iglesia tiene Escuela Dominical para niños desde el jardín de niños hasta el quinto año escolar. La mayoría de las mañanas tenemos de 6—8 niños y como 60 adultos en las bancas del piso de arriba. Yo solía pensar que lo pequeño de nuestra iglesia sería un obstáculo para el desarrollo espiritual de nuestros hijos. Nuestra iglesia anterior, multidenominacional contaba con más de 400 miembros, dos cultos, y aulas para la Escuela Dominical repletas. Cuando nos mudamos a un pueblo pequeño, pensaba que esta pequeña iglesia de ninguna manera podría ofrecer todo lo que esperábamos. Quizá podría enseñar a nuestros hijos sobre Jesús o podría conectarlos con la comunidad o mantenerlos emocionados sobre la adoración, sin embargo dudaba que pudiera proveer lo anterior mencionado sin la diversidad de programas y actividades acostumbradas. Incluso no estaba convencida que un lugar tan pequeño pudiera ayudar me a crecer.

Escuchamos mucho hoy sobre las mega iglesias—definidas como congregaciones que cuentan con 500 asistentes de promedio cada domingo. Estas iglesias sirven a la mayoría de los asistentes en los EE.UU. Aun así, de acuerdo al Hartford Institute for Religion Research, 177.000 iglesias—como el 60 por ciento de las congregaciones protestantes en EE.UU.—tienen menos de 100 asistentes por semana. El número medio de asistentes el domingo por la mañana es 75. Por lo tanto nuestra iglesia es la norma. Es fácil quejarse de la falta de programas y profesionalismo, el presupuesto limitado y un equipo de sonido que no funciona perfectamente, sin embargo yo me encuentro cada vez más agradecida por sus bendiciones.

El año pasado, un amigo nuestro falleció de repente en un accidente automovilístico. De sólo 59 años de edad, cada semana se sentaba en la banca atrás de la nuestra y se había dado de voluntario para ser el compañero de oración de William. Penny y William se interesaban tanto por él que insistieron en sentarse junto a mí durante el servicio de homenaje de dos horas. En una iglesia pequeña, las amistades abarcan generaciones por necesidad. No hay las suficientes personas para tener un ministerio especializado para los solteros, familias, y los ancianos. Esto significa que los niños, las personas de la tercera edad, y todos los demás están juntos en esto—en la vida y en la muerte, en la celebración y en la tristeza.

El año pasado, una amiga que asiste a una iglesia pequeña en otro pueblo comenzó a cuestionar la decisión de su familia de estar allí. “El grupo de jóvenes al otro lado del pueblo tiene mesas de futbolín y una banda de rock. Nosotros ni edificio tenemos,” dijo ella. Aunque yo también quiero que la iglesia atraiga a nuestros hijos, su comentario me ayudó a reconocer lo bien que las iglesias pequeñas preparan a nuestros hijos para el futuro. Para nuestros hijos, la iglesia incluye adoración, oración, lectura bíblica, y gente que los ama. Eso es todo. No lujos. No espectáculos o producciones. Sólo el frágil y deteriorado cuerpo participando en la obra sanadora de Cristo.

Nuestros niños no tan sólo han podido aprender sobre el amor de Dios hacia ellos sino también cómo amar. Se arremangaron la camisa durante el “domingo de limpieza” para borrar las huellas de las paredes y ordenar el clóset de las manualidades. Han distribuido boletines y leído la Escritura y ayudado con el llamado a la adoración. Han escrito notas de condolencias. Han orado a través del calendario de la iglesia. Han llegado a ser una parte integral de la obra en su totalidad.

Yo no puedo predecir lo que pasará cuando nuestros hijos cursen la preparatoria. Tal vez querrán dormir hasta tarde los domingos por la mañana. Tal vez desearán tener más compañeros—y más anonimato—de lo que pueden encontrar en nuestra iglesia. Tal vez el sermón se les hará aburrido, la música cansada, el café rancio. O tal vez las cosas que pensaba que eran las deficiencias de nuestra iglesia son realmente regalos. Tal vez regresen semana tras semana al lugar donde experimentan el sabor del Reino de Dios, un hogar que les envía a ser sal y luz en la tierra.

Amy Julia Becker es autora de Small Talk (Zondervan) y A Good and Perfect Gift (Bethany). Vive en el oeste de Connecticut con su esposo y sus tres hijos.

La ascensión de los hombres fuertes

A lo largo del espectro político, los futuros líderes prometen autoridad sin vulnerabilidad.

Christianity Today May 26, 2016
Alex Nabaum

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

“Conciudadanos estadounidenses, el estado de la nación está fuerte.” Así todo presidente por las últimas décadas ha declarado en su discurso anual al Congreso. Esto en el mejor de los tiempos es verdad a medias. Ya que un nuevo presidente será instalado en enero del 2017, posiblemente no habrá informe presidencial formal el próximo año. Es mejor, porque es difícil imaginarse a alguien decir seriamente que nuestra nación está fuerte.

Esta nos es la primera vez que Estados Unidos ha enfrentado tensiones internas abrumadoras y amenazas externas. Pero durante las primarias presidenciales este año, el miedo, la desesperación, e insatisfacción han atraído a los estadounidenses hacia los futuros líderes que prometen un cambio radical para restaurar la grandeza de nuestro país.

Sin embargo, la grandeza es sólo una parte de la salud real de las naciones. Todas las comunidades que realmente están floreciendo también aceptan la vulnerabilidad. Aceptan y aun buscan riesgos significativos por el bien del progreso. Los grandes líderes no tan sólo prometen fortaleza: sino también hacen un llamado a la gente a tomar riesgos.

No obstante alrededor del mundo hoy vemos el ascenso de líderes que ofrecen diversas formas de autoridad sin vulnerabilidad— fortaleza sin riesgos. Esta es la promesa de todo gobierno autoritario y todo dictador, y cada vez más es la moneda de las campañas políticas estadounidenses. Un candidato prometió construir un muro para impedir la entrada de inmigrantes ilegales de México—y hacer que México la pague. Otro prometió colegiatura gratuita en las universidades públicas—y hacer que “Wall Street” pague por ello.

Estas promesas tienen algunas cosas en común, y no tan sólo que son totalmente imposibles. Prometen mercancía sin precio, protección sin esfuerzo, y beneficios sin costos—cuando menos para gente como nosotros. Dependen en extraer el esfuerzo y el costo de otras personas—otras personas que son tratadas no como probables colaboradores sino más bien como enemigos permanentes.

También vemos un nivel de jactancia en la política estadounidense que no se ha visto desde los excesos jacksonianos del siglo 19—proclamando el poder propio y deleitándose en las debilidades de los demás. Las promesas irrealistas han sido igualadas por los alardes de mal gusto y desdén por los “fracasados.” La misma gente que presume de su poder también se queja incesantemente, revelando sus quejas contra las poderosas fuerzas formadas en su contra. Los líderes autoritarios presumen de su poder, los líderes manipuladores presumen su supuesta vulnerabilidad—y los líderes más tóxicos hacen ambas cosas al mismo tiempo.

Los cristianos en particular, deberían poder resistir la tentación de vitorear las propuestas de leyes superficiales poco consistentes, y a los políticos que son más superficiales aún. Debemos recuperar las dimensiones políticas radicales de la afirmación que “Jesús es Señor.” El decir que Jesús es Señor es establecer una medida a través de la cual todo uso de poder humano pueda ser juzgado—y en su debido tiempo, será juzgado.

Jesús nunca presumió de su poder. Después de sus milagros públicos a menudo buscó pasar momentos a solas—como cuando las multitudes, maravilladas por la provisión milagrosa de alimento, buscaron hacerle rey. Él eligió un título, “Hijo de Hombre,” que por todas sus matices mesiánicas le identificaron con una humanidad sencilla, no invulnerabilidad divina. Sabía que una confrontación fatal era inevitable, más nunca provocó quejas ni se dejó llevar por la lástima de sí mismo.

Ningún líder, ya sea religioso o político, vivirá siempre a la altura del estándar de liderazgo de Jesús. Más por esta misma razón, necesitamos líderes que eviten avivar lo peor en nosotros.

Los Estados Unidos algunas veces ha tenido ese tipo de líderes. John F. Kennedy hizo un llamado al país a “sobrellevar la carga de una larga lucha año tras año, ‘gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación.’ ” Abraham Lincoln, quizá el mejor presidente estadounidense, se negó a demonizar a sus adversarios aun cuando conducía una horrible guerra, “con malicia hacia nadie, con amor para todos, con firmeza en lo justo, según Dios nos da para ver lo justo.”

Nuestra verdadera vulnerabilidad no es el resultado de un grupo de enemigos que es fácil de especificar—y de eliminar. Es el resultado de vivir en un mundo que sería complejo y riesgoso aun si no fuera también atestado de quebrantamiento y maldad. Los grandes líderes resisten la tentación de crear una víctima expiatoria aun cuando enfrentan decisiones difíciles.

Hasta que los cristianos exijamos ese tipo de honestidad y valor de nuestros líderes, posiblemente continuaremos apoyando al peor tipo de ídolos estadounidenses.

Andy Crouch es director ejecutivo de CT. Su libro más reciente es Strong and Weak: Embracing a Life of Love, Risk and True Flourishing.

Por qué Dios nos permite permanecer débiles

Christianity Today May 26, 2016
oliveromg / Shutterstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Durante una conversación muy pasada la noche hace algunos años, mi esposo y yo nos dimos cuenta que en cualquier momento que nos comprometemos a alguna labor para el reino, parece ser que nos llega un golpe. Los días inmediatamente antes de un ministerio en particular están llenos de mini desastres. Los niños se enferman. El carro se descompone. El calentador del agua deja de trabajar. El insomnio de Jon se dispara. Nuestro presupuesto se ve afectado por un gasto inesperado. Mis dolores de estómago empiezan. Y todos los miembros de nuestra red de apoyo simultáneamente se encuentran fuera de la ciudad. En algunas ocasiones los desastres no son tan diminutos, y el dolor se amplifica.

Muchos de nuestros amigos describen este tipo de bombardeo como un ataque espiritual. Si es así, nos preguntábamos en voz alta esa noche, ¿Cuál es exactamente la finalidad del ataque? ¿Está el Malvado tratando de impedirnos que terminemos el ministerio que tenemos a la mano? Eso raramente funciona. ¿Quiere distraernos, para que no lo hagamos bien, o para que no permanezcamos en el Señor mientras lo hacemos? ¿O es la finalidad desanimarnos para que no digamos “si” a nada parecido nunca más?

Esa noche llegamos a la conclusión que si esta es la táctica de Satanás, que puede ser que sí funcione.

Existen muchas razones por las cuales el trabajo del reino con frecuencia se encuentra rodeado de dificultades personales. Pero esa semana el Señor hizo resaltar una razón en particular, y era la que yo más necesitaba ver.

Poco después de nuestra conversación de aquella noche, yo estaba leyendo 2 de Corintios 12. Parecía ser que el Señor me había enviado ese pasaje como por paloma mensajera. En este pasaje, Pablo describe no el propósito del Enemigo, sino el del Señor al permitir que las dificultades envuelvan el servicio del reino. Pablo descubre que Dios está permitiendo sus problemas con el fin de “impedir que me sintiera orgulloso” (v.7). Aunque el misterioso “aguijón” en la carne de Pablo puede ser la obra del Enemigo (Pablo lo llama un “mensajero de Satanás”), Dios le dio otro propósito. Dios lo está usando para sus fines, es decir para rescatar a Pablo de la arrogancia. Frecuentemente mi agotamiento en el ministerio ha tenido el mismo efecto que llena de humildad.

Pero las dificultades de Pablo tenían un doble propósito. No solo estaba Dios usándolas para obrar en Pablo, las está usando para obrar a través de Pablo. Jesús le dice: “basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.” (v. 9). Las dificultades de Pablo preparan el camino para que opere el poder de Dios, perfectamente, a través de su vida.

Así que, nuestros problemas personales pueden lograr dos cosas. Los problemas empequeñecen nuestro orgullo, y los problemas permiten que Dios presuma su fortaleza. En ambos casos, eso hace a un lado cualquier noción que podamos tener que servir a Dios tiene todo que ver con nosotros.

Por cierto, Pablo no fue el primero en descubrir estas verdades. El Antiguo Testamento está lleno de gente que vio a Dios obrar poderosamente en sus debilidades: Abraham el que no podía tener hijo, José el que fue traficado, Moisés el tartamudo, David el niño pastor—y la lista sigue.

Pero mi favorito es Gedeón el debilucho. Me identifico con su clara incredulidad frente a lo que Dios le pide que haga. Su historia, que aparece en Jueces capítulos 6-8, es quizás la ayuda visual más clara que demuestra la fortaleza de Dios en nuestras debilidades. El Nuevo Testamento habla de Gedeón como uno de aquellos cuya “debilidad se convirtió en fortaleza” (Hebreos 11:32-34). En su historia, veo ambos papeles de la debilidad en juego: la debilidad crea espacio para el poder de Dios, y la debilidad frena nuestra arrogancia.

Nuestra debilidad: el escenario de Dios

De la misma manera que Pablo describe sus dificultades como un aguijón en la carne, Gedeón también vivía en medio de israelitas que sufrían lo que el Antiguo Testamento denomina como espinas en los costados (Jueces 33:55; Jueces 2:3). La espina de ellos era acoso de los cananeos. Cuando nos encontramos con Gedeón, su pueblo se encuentra desesperado después de siete años de saqueo de sus cosechas por parte de los cananeos.

La historia de Gedeón empieza en un lagar donde estaba trillando trigo para esconderlo del enemigo. El ángel del Señor se le aparece y le dice, “¡Guerrero valiente, el Señor está contigo! ¿De verdad? Este “guerrero valiente” en particular se está escondiendo—no exactamente un acto valiente. La respuesta de Gedeón es sorprendentemente franca: “Ah Señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto?” (Jueces 6:13, cursiva del autor). Con frecuencia esta es nuestra primera pregunta también. ¿Cómo pueden la presencia de Dios y mis dificultades ocupar el mismo espacio?

Gedeón lucha por reconciliar las acciones de Dios en el pasado con su aparente silencio en el presente: “¿Y dónde están todos los milagros que nos contaron nuestros antepasados? ¿Acaso no dijeron: “El Señor nos sacó de Egipto”? Pero ahora el Señor nos ha abandonado y nos entregó en manos de los madianitas” (v. 13). En esta parte de la historia, descubrimos que Gedeón está hablando con Dios: “Y mirándole Jehová, le dijo: ‘Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?’” (v. 14).

La pregunta del Señor—“¿No te envío yo?”—hace eco a la pregunta que Gedeón le acaba de hacer: “¿Acaso no dijeron: “El Señor nos sacó de Egipto”? Ambas preguntas empiezan con la misma palabra hebrea, halo’. Es una palabra que se usa para introducir una pregunta cuando el interlocutor asume que la respuesta va a ser “sí.” Así que esencialmente lo que Gedeón dice cuando pregunta “¿acaso no nos sacó el Señor de Egipto”? ¡Sí, sí lo hizo! Y el Señor contesta, “¿No soy yo quien te envía?” La respuesta es muy obvia. ¡Sí, soy yo! Estoy interviniendo. No te he abandonado.

Pero Gedeón no está convencido. Le contesta, “Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre.” La pregunta de Gedeón es una respuesta directa a la comisión del Señor: “Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel.” Dios le dice que vaya en su fuerza y Gedeón le responde, “¿con qué?” En otras palabras, “¿Con qué fuerza? Soy el hombre más débil en el clan más débil. ¿De qué fuerza exactamente estás hablando?”

El señor simplemente le contesta, “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.” (v. 16). En otras palabras, el Señor dice: No te midas a ti mismo, Gedeón. Mídeme a mí. Toma lo que sea que tengas, marcha con la poca fuerza que tengas, y preséntate al campo de batalla. Yo estaré allí.

Gedeón sigue navegando su incertidumbre sobre las instrucciones de Dios. Decide obedecer a Dios y destruir los altares a Baal, pero lo hace en medio de la noche, para que nadie sepa que fue él. Luego pronuncia su famosa oración del “vellón” para asegurarse por segunda y tercera vez que Dios hará lo que ha prometido. Pero al final, Gedeón obedece. Reúne un ejército y se prepara para luchar contra los medianitas. Dios usa el candidato que menos se hubiera esperado—el más débil de los débiles—para lograr el rescate de su pueblo.

La primera parte de la historia de Gedeón nos enseña a mirar con cautela nuestra inseguridad. Aprendemos a desconfiar de la voz que nos dice que somos insuficientes para la tarea que Dios nos ha dado. Cuando sentimos que no tenemos ninguna fuerza, cuando estamos convencidos de que no tenemos nada más que dar, recordamos que vale la pena simplemente schlep (usando un buen término prestado yiddish que significa ir de acá para allá) a ir a donde sea que Dios nos está enviando. Sí Él está con nosotros, eso será fuerza suficiente. Si empezamos a medirnos a nosotros mismos, el peligro es que no nos moveremos, no nos arriesgaremos, o no iremos. Haremos un cálculo, y llegaremos a la conclusión que la tarea es demasiado grande, y nos quedaremos en casa. Gedeón nos recuerda en lugar de hacer eso, que midamos a Dios. Si Él está con nosotros, no importa cuán poca fuerza tengamos cuando salgamos.

Me recuerdo de una noche en que mi esposo y yo íbamos en camino a una cena con una pareja que habíamos conocido a través de Craiglist. Aunque los encontramos de personalidades algo dificultosas, parecían tener hambre espiritual, y queríamos presentarles la Palabra de Dios. Pero acabábamos de salir de una de muchas estadías en el hospital con nuestro hijo recién nacido y estábamos totalmente exhaustos.

En el carro, nos recordamos el uno al otro que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo. Si no podíamos hacer nada más que arrastrar esos templos al lugar de necesidad, el simple hecho de hacer eso le daría la oportunidad a Dios de hacer algo poderoso a través nuestro si así él lo quería. Si hubiéramos medido nuestros recursos esa noche, nos hubiéramos quedado en casa.

Nuestra debilidad: Mata orgullo

Mientras que Gedeón estaba muy consciente de su propia debilidad, Israel no era tan humilde. La siguiente parte de la historia de Gedeón nos muestra cómo Dios usó la disminución para empequeñecer el orgullo. Gedeón recluta un ejército de 32,000. Mientras tanto se nos dice, “Y los madianitas, los amalecitas y los hijos del oriente estaban tendidos en el valle como langostas en multitud, y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar en multitud” (Jueces 7:12).

Pero el Señor le dice a Gedeón, “El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado.” ¿Gedeón tiene demasiada gente? ¡No puedes ni contar los camellos del lado enemigo! Pero Gedeón escucha al Señor y aplica dos pruebas tornasol sucesivas a sus soldados. En dos olas, envía a 31,000—más del 90 por ciento—de ellos a casa.

¿Por qué razón está Dios reduciendo dramáticamente los recursos de Gedeón en víspera a la lucha? ¿Por qué está separando las fuerzas de Israel? Para que Israel no presuma. O, en las palabras de Pablo, para impedirles que se vuelvan orgullosos. De esta manera, cuando Gedeón se enfrente a los camellos que son como la arena del mar con solo 300 hombres, no habrá duda la fortaleza de quien está en exhibición.

Y vaya exhibición que se deja ver. Esta pequeña banda de guerreros israelitas llega al margen del campamento de los madianitas, suena sus trompetas, descubre sus antorchas, grita, y luego simplemente observa mientras los soldados medianitas se atacan entre sí y empiezan a huir. Esta victoria, “el día de los madianitas” se convierte en el ejemplo singular de la habilidad de Dios para vencer cuando su pueblo está en desparejo y los rescata (Sa. 83:9; Is. 9:4; 10:26).

Si la conversación de Gedeón con el ángel nos enseña a dudar de nuestras propias inseguridades, la reducción de su ejército nos enseña a tener cuidado con nuestro orgullo. Exceso de confianza parece ser un asunto muy importante para Dios. Algo que se debe evitar a todo costo. Pone en serio peligro nuestras almas. Observe todo lo que Dios está dispuesto a hacer para ayudar a su pueblo a evitarlo. Se reduce el ejército de Gedeón. Se permite que el “aguijón” de Pablo persista. Dios permite retos dramáticos en nuestras vidas, una reducción significativa de nuestros recursos, para así salvarnos de la arrogancia.

Esto es bondad. Nuestra arrogancia y el espíritu crítico que le acompaña estorban la obra de Dios en nosotros y a través de nosotros. El orgullo es pecado, y nos puede matar. Cuando enfrentamos temporadas de cansancio, debilidad, ola tras ola de desgaste, podemos asumir que Dios está obrando. En las palabras de un letrero que vi recientemente frente a una iglesia: “Cuando te has desgastado hasta llegar a nada, Dios está por hacer algo.”

El orgullo de la inseguridad

Al ver la historia de Gedeón, descubrimos que tanto la inseguridad como la arrogancia son dos formas del orgullo en el sentido de que las dos exhiben el pecado de pensar que todo tiene que ver con nosotros (que somos el centro del drama). La inseguridad dice, “todo tiene que ver conmigo, y porque soy débil, voy a perder la batalla del día.” La arrogancia dice, “Todo tiene que ver conmigo, y porque soy fuerte, voy a ganar la batalla del día.” Pero la humildad dice, “No tiene nada que ver conmigo en lo más mínimo; mi única esperanza es que Dios es fuerte.” La fortaleza de Dios es todo lo que importa. Y él nos ha dicho, al igual que a Gedeón: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días” (Mat. 28:20). Tenemos mayor razón para creerle, porque hemos visto “a Dios con nosotros,” Emanuel, que vino en forma de hombre. Jesús nos ha mostrado en su mejor manera como se deja ver el poder de Dios en nuestra debilidad. No hay mejor ayuda visual que la debilidad y el poder de la cruz.

En los últimos años, la experiencia de que todo parece estarse derrumbando alrededor de nuestro ministerio solamente se ha acelerado en mi vida. Con el bolsillo lleno de títulos de universidades prestigiosas del Ivy League y con el deseo de servir a la iglesia, he pasado la mayor parte de la última década navegando como padre de un hijo con necesidades especiales, luchando contra un enfermedad de mi sistema de autoinmunidad, y viviendo con un presupuesto muy limitado en medio del llamado de mi esposo a ir al seminario y a plantar nuevas iglesias. Muchas de mis horas las paso haciendo cosas que nunca fueron parte del plan, cosas que pueden (en mis peores días) parecer como una pérdida de tiempo. Me identifico con Gedeón, viendo como los recursos con los que contaba se van disipando frente a mis ojos. Con frecuencia me siento como que estoy parada frente a un valle mirando fijamente una playa llena de camellos y yo con solo 300 soldados de infantería a mi disposición.

Aunque siento pesar por las pérdidas inherentes en estas dificultades, también veo cómo Dios les puede estar dando un nuevo propósito para mi bien. La debilidad está haciendo su doble trabajo en mí. El Señor está limando las asperezas de la arrogancia que amenaza mi vida. Y lo he visto mostrar su poder en medio de mi agotamiento. Parafraseando a Pablo, estoy aprendiendo a estar bien operando en una capacidad disminuida, a operar con limitaciones serias, porque cuando estoy en mi lugar más bajo, la obra de Dios a través de mí está a su mayor rendimiento. Mi debilidad le da a Dios la oportunidad de hacer acto de presencia y de presumir.

Sarah Lebhar Hall es profesora adjunta de estudios bíblicos en Gordon-Conwell Theological Seminary y Trinity School for Ministry.

Embarazada y en misión en territorio zika: ¿Me quedo o me voy?

El brote llegó a Honduras durante el tercer trimestre de mi tan esperado embarazo

Christianity Today April 28, 2016
Lucy Hewett

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Meses antes de mi boda, mi prometido comenzó una empresa fabricadora de juguetes para crear trabajos en Honduras. Nos mudamos a Tegucigalpa como marido y mujer en el 2010, comenzando nuestra vida juntos en un país con el índice más alto de asesinatos.

Obviamente, pasamos por alto la etapa de la luna de miel. Además del impacto de un nuevo país, idioma, y cultura, enfrenté la violenta realidad de la vida en la capital de Honduras.

Los índices de robo, violación, y asesinato subieron a niveles inimaginables en Los Ángeles, donde vivíamos antes de nuestra mudanza.

Desde el 2010, la empresa tomó vuelo, y nos hemos acostumbrado en la vida de Centro América. Pero la transición nunca me fue fácil. Traté distintos trabajos y ministerios, incapaz de encontrar el perfecto para mí. Batallamos para concebir, y los doctores tanto en Honduras como en EE.UU. no podían adivinar por qué éramos infértiles.

El verano pasado, dejamos los tratamientos para darles a mi cuerpo y corazón un descanso. Y luego, en agosto, me embaracé.

Hace años decidimos que si alguna vez concebíamos, nos quedaríamos en Tegucigalpa para el parto. A pesar de la revuelta política y los temores de salud, incluso el brote de virus transmitidos por mosquitos portadores como el dengue y la chikunguña, creíamos que aquí es donde Dios nos había llamado. Cuando por primera vez escuchamos del virus zika propagarse a lo largo de Honduras y en otras partes de Centroamérica a principios del 2016—como a la mitad de mi embarazo—decidimos no titubear.

Sin embargo el zika rápidamente demostró ser diferente. Además de síntomas como fiebre, sarpullido, y artralgia, se cree que el virus representa graves amenazas para los niños aún no nacidos aunque los investigadores todavía están buscando esta conexión. Las mujeres embarazadas que contraen el zika peligran dar a luz bebés con microcefalia, un defecto que causa que la cabeza y el cerebro sean anormales. No hay inoculación para detener el virus, y los expertos no saben si el peligro está limitado a cierto período durante el embarazo o continúa después del nacimiento. Algunos funcionarios del país han aconsejado a las mujeres a que traten de demorar el embarazo hasta por dos años; muchos pacientes del zika aún no tienen síntomas o se dan cuenta que han sido infectados.

A principio del año, Chris y yo comenzamos a usar guantes largos, pantalones, calcetines, zapatos cerrados, y repelente para mosquitos cada vez que salíamos de la casa. Nuestro doctor midió la cabeza de nuestro hijo en cada ultrasonido.

Durante una sola semana en enero, vimos el número de casos del zika en Honduras subir de 300 a 1,000. Para febrero, eran mucho más que 3,500. Nuestras amistades y familia nos llamaban preocupados: ¿Vendrás a casa? ¿Qué tal si te infectas y tu hijo contrae daño cerebral?

Hace años, decidimos que Honduras sería donde criaríamos a nuestros hijos e invertiríamos en los empleados de la empresa de mi esposo. El partir a causa del zika no sería como cancelar unas vacaciones caribeñas o posponer un viaje misionero de dos semanas. Eso transformaría nuestras vidas.

Hemos pasado los últimos seis años desarrollando no tan sólo una empresa sino también una comunidad de gente para trabajar al lado y alcanzarlos con el evangelio. En los últimos meses, finalmente he encontrado ímpetu con un estudio bíblico para mujeres en la fábrica y tengo planes de comenzar a ofrecer alimentos y educación (o clases) a nuestros empleados. Me parece erróneo salir ahora, especialmente cuando conocemos a otras mujeres embarazadas que enfrentan los mismos riesgos, y que no pueden escoger el salir.

Sabemos lo que muchos hondureños se suponen sobre los norteamericanos: que todos somos ricos, que no estamos aquí por largo tiempo, que podemos irnos cuando nos sea de beneficio. Cuando nuestras amistades nos ruegan regresar a casa, nosotros a su vez pensamos en nuestro equipo y lo que nuestra salida indicaría. La última cosa que queremos demostrar es que nuestra fe depende de nuestras circunstancias.

Antes bien, estos seis años en Honduras me han enseñado lo contrario. En los Estados Unidos, absorbimos la creencia de que Dios nos posiciona para confort, y seguridad. Aquí, estoy aprendiendo que la voluntad de Dios a menudo choca con nuestras preferencias personales. Cuando me mudé a Tegucigalpa, Dios inmediatamente me ajustó a través de incomodidades e inconveniencias. Batallando para aprender español, navegando una nueva ciudad, y observando el crimen me enseñó más sobre quién es Dios y lo que Él quiere para mí y para nuestro matrimonio. Recuerdo esto cuando soy tentada a pensar que puedo controlar el destino de mi familia si opto por el camino seguro.

En estos días a menudo pienso en el misionero del siglo veinte William Borden. Antes de morir de meningitis cerebral a la edad de 25 años, dejó un futuro en la empresa de su familia para compartir el evangelio en la China. A pesar de las amenazas de su padre, nunca regresó a una vida de confort. Vivió bajo el dicho, “Sin reservas, sin retroceso, sin remordimientos.” Nosotros también queremos vivir sin remordimientos.

En cambio, habiendo esperado tanto por la bendición de ser padres, Chris y yo sentimos intensamente el peso de esa responsabilidad. El regresar a los Estados Unidos casi elimina la posibilidad de que yo me infecte con el virus del Zika. Sin embargo trae otros desafíos. Yo dejaría nuestra iglesia y comunidad. Tendría que buscar un nuevo médico y comenzar una nueva serie de clases de preparación para el parto. Aunque Chris me visitaría siempre que le fuere posible, yo iría sola a las citas del médico y a las clases de preparación para el parto. Tal movimiento sería especialmente muy estresante en la etapa en que cada libro de consejos para nuevas madres y otras madres dicen que uno se esté quieta y descanse.

He luchado con Dios sobre cuál opción es motivada por confianza y fidelidad. Finalmente, mi esposo y yo humildemente nos dimos cuenta de todas las cosas que no podemos controlar en nuestras vidas y en la de nuestro bebé. Basamos nuestra decisión en la más grande prioridad que Dios nos ha dado en este momento. Justo ahora, nuestro llamado a ser padres fieles sustituye nuestro llamado a Honduras.

Una vez más, estoy sacrificando la familiaridad y rutina—esta vez por el bien de nuestro bebé.

Confío en que Dios le concederá a nuestro hijo la oportunidad de una vida saludable. Al mismo tiempo, confío en que Dios dirija nuestro equipo en Honduras mientras estamos lejos. Confío en que ninguna de estas cosas depende de nosotros, sino en el Dios en quien se le pueden confiar todas las cosas. El entregarnos completamente significa que Dios puede pedir cualquier cosa de nosotros—ya sea el quedarnos ahí o el salir.

Una vez más, me encuentro preparando dos maletas para viajar a otro país por un tiempo indefinido. Más esta vez, regresar a “casa” a los Estados Unidos es en realidad salir de casa.

Cindy Haughey fue estudiante universitaria en Taylor University y tiene una maestría de Trinity Evangelical Divinity School. Además de trabajar en la empresa de juguetes Tegu, es escritora, oradora, y viajera del mundo.

Por qué seguimos necesitando a Kierkegaard

Los evangélicos no deben olvidarse de su misión de hacer la fe más “difícil.”

Christianity Today April 28, 2016
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Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Hace años, Christianity Today publicó una caricatura ilustrando a Francis Schaeffer frente a las puertas del cielo. Al revisar el Libro de la Vida, Pedro le dice, “Déjeme ver Dr. Francis. Creo que a Tomás Aquino le gustaría hablar con usted.”

El teólogo medieval Católico no fue el único luminar Cristiano que se vio en conflicto con Schaeffer. Søren Kierkegaard fue otro de los blancos populares. ¿Quién se puede olvidar del ataque de Schaeffer de que la noción del “brinco de fe” del danés melancólico aceleró el “escape de la razón” de la civilización Occidental y nos hundió en la “línea de la desesperación”? Debido a esta y otras caricaturas similares, los evangélicos con frecuencia han visto a Kierkegaard con sospecha.

Afortunadamente, el libro escrito por Mark Tietjen Kierkegaard: A Christian Missionary to Christians (IVP Academic) [Kierkegaard: Un misionero Cristiano a los Cristianos] debe poder corregir el récord, en primer lugar sobre lo que Kierkegaard quiso decir con el concepto del “brinco.” Muchos eruditos Cristianos han elogiado a Kierkegaard como un aliado ortodoxo. Pero Tietjen, capellán en Stony Brook School en Nueva York, va más allá. Al escribir para aquellos que no saben la jerga filosófica o teológica, muestra cómo el cúmulo de su obra da testimonio al hecho de que el Cristianismo nominal no es Cristianismo en lo más mínimo.

Para hacer a un lado la basura, Tietjen primero presenta un vistazo de la vida y el pensamiento de Kierkegaard. Escondido en esta defensa de las credenciales teológicas de Kierkegaard se encuentra una buena explicación de por qué los Cristianos no deben sospechar de la filosofía. El retrato que surge es de un pensador Cristiano riguroso laborando dentro de la tradición Luterana Reformada: un heredero auténtico de Lutero en su mejor momento, y un precursor de héroes que vendrían después como Bonhoeffer. En particular, Kierkegaard preparó el camino para analizar cómo la iglesia toma parte en el “abaratar del Cristianismo.”

Tietjen útilmente explica que la misión de Kierkegaard fue hacer el Cristianismo más “difícil” para los Cristianos. En el Dinamarca del siglo diecinueve, nos dice, “las declaraciones del Cristianismo se deterioraron hasta llegar a ser nada más que la simple doctrina que uno tiene que memorizar para ser confirmado. En lugar de maravillarnos frente a la gran paradoja de que Dios se hizo humano para salvarnos de nuestros pecados, el Cristianismo como una institución cultural meramente asumió esa creencia, encontrándola trivial y fácil de creer.” Pero Kierkegaard advirtió que el Cristianismo no puede ser “tan simple como el subirnos los calcetines.” En todos sus escritos, Kierkegard buscó mostrar que la fe en Jesús demanda pasión y dedicación absolutas, no un mero asentimiento a una “cosmovisión Cristiana.”

El resto del libro evalúa cómo Kerkegaard buscó inquietar a los Cristianos nominales lo suficiente para que ellos consideraran el evangelio. Como lo sugiere el subtítulo del libro de Tietjen, Kierkegaard se vio a sí mismo como un misionero al Cristianismo cultural. El libro provee comentario amplio sobre la perspectiva alta que Kierkegaard tenía de Cristo, su perspectiva relativamente baja sobre la naturaleza humana, y su perspectiva singular sobre el testimonio Cristiano, y su convicción de que la fe es más que recibir una letanía de doctrinas.

Las secciones más potentes de Tietjen tratan el ataque de Kierkegaard contra el Cristianismo y sus líderes. Al predicar una versión cognitiva o cerebral de Cristo, los pastores contemporáneos de Kierkegaard convencían a los oyentes a que admiraran a Cristo y aun a que creyesen en él como el Hijo de Dios. Pero como Kierkegaard aclaró, Jesús no vino para ser admirado, sino a ganar seguidores, para ser imitado” (1 Co. 11:1). Como contestó Kierkegaard en Práctica en el Cristianismo, “La predicación ha sido abolida,” con los líderes de la iglesia reducidos a hacer “observaciones” teológicas interesantes” que no cambian la vida de la gente.

Históricamente, los evangélicos se han enfocado casi obsesivamente en la apologética y la precisión doctrinal. Esas no son cosas malas, diría Kierkegaard. Pero no son la esencia del Cristianismo. Ser puro de corazón significa arrepentirnos de nuestros pecados, reorientando nuestra voluntad a obedecer a Jesús, y a sufrir voluntariamente en nombre de él. Todavía necesitamos un “misionero a los Cristianos,” y Tietjen nos reconecta con alguien que llena la descripción del cargo tan bien como siempre.

Gregory Alan Thornbury es presidente de The King’s College en la ciudad de Nueva York. Es el autor de Recovering Classic Evangelicalism: Applying the Wisdom and Vision of Carl F. H. Henry (Crossway) [Recobrar el pensar evangélico clásico: Aplicar la sabiduría y visión de Carl F. H. Henry].

Por qué el color de piel de Jesús sí importa

Que Él era una minoría étnica forma la manera en que ministramos hoy.

Christianity Today April 28, 2016
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Después de una de mis conferencias recientes, una estudiante de una universidad cristiana se me acercó y me preguntó si la gente de color se siente incómoda por el hecho de que Jesús es blanco. Le respondí, “Jesús no es blanco. El Jesús de la historia probablemente se parecía más a mí, una mujer negra, que a usted, una mujer blanca.”

No me sorprendí de la suposición de este estudiante de que Jesús era de descendencia europea, o de la certeza con que lo afirmó. Cuando estoy en el ámbito cristiano en EE.UU., me encuentro con esta suposición tan a menudo que he llegado a creer que esa es la suposición natural con respecto a la apariencia de Jesús. Efectivamente, el Jesús blanco está por doquier: una estatua de 30 pies de altura del Salvador de piel blanca está en el centro del campus de Biola University; la mayoría de las tarjetas navideñas presentan a un Jesús blanco; y la reciente miniserie The Bible en el History Channel de manera dramática presentaron a un Jesús blanco a más de 100 millones de televidentes. En casi todo el mundo occidental, Jesús es blanco.

Aunque Cristo el Señor trasciende el color de piel y las divisiones raciales, el Jesús blanco tiene consecuencias reales. Con toda probabilidad, si usted cierra sus ojos y se imagina a Jesús, usted se imaginará a un hombre blanco. Involuntaria o inconscientemente, muchos de nosotros hemos sido discípulos de un Jesús blanco. No tan sólo nuestra imagen de un Jesús blanco es inexacta, sino también puede impedir nuestra habilidad de honrar la imagen de Dios en las personas que no son blancas.

Jesús de Nazaret probablemente era de piel más oscura de la que nos imaginamos, no distinta a la piel aceitunada que es común entre la personas del Medio Oriente el día de hoy. El erudito bíblico de Princeton, James Charlesworth llega incluso a decir que Jesús era “con más probabilidad de piel café oscuro y bronceado.” Las más antiguas ilustraciones de un Jesús adulto lo mostraban de “aspecto oriental” y de piel café. Sin embargo para el sexto siglo, algunos artistas bizantinos comenzaron a pintar a Jesús con piel blanca, barba, y cabello con el partido en medio. Esta imagen llegó a ser el estándar.

En el tiempo colonial, la Europa occidental en la mayor parte exportó su imagen de un Cristo blanco al mundo entero, y un Jesús blanco a menudo formó la manera en que los cristianos entendieron el ministerio de Jesús y su misión. Algunos cristianos del siglo 19, deseosos de justificar las crueldades de la esclavitud, hicieron todo lo posible para presentar a Jesús como blanco. Al negar su verdadera identidad como persona de piel oscura, miembro de una minoría oprimida, los dueños de esclavos podían justificar mejor la jerarquía de amo-esclavo y olvidar el ministerio de Jesús de poner en libertad a los oprimidos (Lucas 4:8).

Como judío, Jesús era una minoría étnica en el Imperio Romano. Los judíos fueron marginados por los romanos, griegos, y otros grupos no judíos en muchas ciudades imperiales. Cuando niño, Jesús era el blanco del infanticidio aprobado por los gobernantes, huyó de Egipto como refugiado, y se enfrentó a la explotación de los cobradores de impuestos romanos. Durante su vida, Él supo el dolor de ser miembro de una etnia cuya cultura, religión y experiencias eran marginadas por los que estaban en el poder.

Porque Jesús pertenecía a una minoría étnica, estamos obligados a reevaluar quién fue Jesús y con quiénes se identificaba al cumplir su misión. Cuando la gente que estaba en la periferia se juntaba, Jesús estaba entre ellos—no tan sólo porque les ministraba sino porque Él era uno de ellos. Como una minoría étnica, Jesús no simplemente se interesaba por la gente que eran víctimas de la violencia aprobada por Roma, sino que Él también fue víctima de dicha violencia. Jesús no tan sólo se interesa por los refugiados, sino que Él también fue un refugiado. Jesús no simplemente se interesa por los pobres, sino que Él mismo era pobre. Para Jesús, el ministerio significaba conocer por sí mismo el dolor de los más marginados por la sociedad.

Para poder seguir a Jesús en su misión hoy, a menudo debemos escoger un amor que se basa en la solidaridad. Muchos cristianos bien intencionados ministran a lo largo de la brecha social pero los blancos pueden ministrarle a la gente de color sin realmente verlos como sus iguales, y gente de altos ingresos puede servir a gente de bajos ingresos y saber poco de su vida cotidiana. La identidad étnica de Jesús y su posición social requieren que no tan sólo ministremos los marginados, sino que también debemos apoyarlos como Jesús los apoya.

Esto incluye ver las perspectivas culturales y costumbres no europeas como válidas y valiosas, escuchando a la gente marginada, y demostrando con nuestras palabras y hechos que tanto la liberación espiritual como la social son esenciales para el evangelio.

Pero primero, los que aún perciben a un Cristo blanco deben preguntarse si pueden adorar a un Jesús de piel oscura y si lo harán.

Christena Cleveland es profesora adjunta de la práctica de la reconciliación en la School of Divinity de Duke University.

El sonido de la reconciliación

El primer paso para tratar con los conflictos sociales es escuchar—verdaderamente escuchar.

Christianity Today April 28, 2016
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En un viaje reciente a Israel, un grupo de líderes evangélicos de EE.UU. escucharon a personas israelitas y palestinas. Los israelitas se quejaron de que su historia no era escuchada en los Estados Unidos, mientras tanto los palestinos se quejaban de que los medios de comunicación de EE.UU. no presentaban ninguna historia aparte de la de los israelitas. Me acordé de la verdad a menudo repetida que los conflictos no tan sólo son sobre la justicia sino también, y quizá más importantemente, sobre la historia de grupos opuestos. Los puntos importantes para el contexto de EE.UU. eran obvios. Experimentamos diariamente historias opuestas de musulmanes, negros, hispanos, asiáticos, blancos, protestantes, evangélicos, los pro elección, pro vida, homosexuales, heterosexuales, hombres, mujeres, la crema y nata, los pobres—para mencionar sólo algunos.

Considere dos historias opuestas en vecindarios urbanos. Para simplificar demasiado: En gran parte de la comunidad negra, el curso de la historia se centra en los policías blancos enfocándose racialmente en hombres jóvenes negros, acosando, golpeando y asesinando sin consecuencias. Aun así los agentes del orden público cuentan la historia de que enfrentan presiones enormes en su búsqueda de mantener la paz en los vecindarios atrapados en las drogas y las guerras de pandillas.

Nuestras historias tienen diversos propósitos. En una reveladora entrada de blog, John Hagel, copresidente de Deloitte Center for Edge Innovation, dice, “Como seres humanos, nos resistimos a la atomización y fragmentación; anhelamos conectarnos y construir sobre los esfuerzos de otros. También buscamos significado, propósito, e identidad. . . algo que las historias, y poco más, están diseñados para proveer.” En otras palabras, las historias definen el conflicto, nombran los antagonistas, y especifican la resolución.

Las historias son, por supuesto, parciales. Raramente mienten sobre los hechos, sin embargo son selectivos en su uso. En la historia completa de la raza americana, los blancos pueden elocuentemente hablar en exceso sobre la genialidad de la Constitución no obstante apenas prestar atención al Three-Fifths Compromise que relegó a los esclavos a un estatus infrahumano. Muchos norteamericanos negros ahora dan voz a la tragedia que mucho del éxito de los EE.UU. fue desarrollado en los hombros de los esclavos, sin embargo siguen rechazando la democracia americana como nada más que una agresión sistemática a cuerpos negros, desde el primer día hasta el presente.

La verdad no está en algún lugar en el centro, como estamos acostumbrados a decir, sino en ambos lados. El experimento americano es un logro extraordinario de gobierno, derechos humanos, y libertad de expresión—y está lleno de hipocresía y racismo.

No obstante es difícil tomar en serio las historias de otros. Tememos que si lo hacemos, saboteamos el valor de nuestra propia historia. Por consiguiente, los intentos de negar las historias de alguien más, normalmente a través de calificar a la otra persona como “racista” o “conflictiva” o “marxista” o “islamofóbica”, eficazmente terminan la conversación.

También es difícil tomar en serio nuestra propia culpabilidad. Si lo admitimos, tratamos de mitigarlo: “Sí, muchos jóvenes negros son violentos, pero es el racismo sistemático que los hace de ese modo.” “Sí, muchos policías son excesivamente crueles, pero es la presión de tratar con criminales sin ley que provoca fuerza excesiva.” Al final, muchas historias son auto justificante y maniqueístas: nos imaginamos al mundo como dividido entre el bien y el mal, y le damos gracias a Dios que no somos como los otros malos.

La fe cristiana tiene recursos para tratar con la deficiencia de nuestras historias. Los cristianos admitimos que la imago Dei también contiene un corazón que es terriblemente malvado (Jer. 17). El mal no simplemente opera a través de sistemas sino también a través del corazón humano (Solzhenitsyn). Y aún más importante, podemos admitir nuestra culpabilidad y entablar una conversación con el que también es culpable porque ambos estamos bajo la Cruz, quien juzga la injusticia y perdona al injusto, todo en el camino para rectificar el mal.

También sabemos que somos llamados a poner nuestras identidades sociales y políticas, por más importantes que sean, a los pies de la Cruz, para que sean juzgadas y redimidas.

Prácticamente hablando, esto significa que debemos verdaderamente escuchar las historias de los demás. No tenemos derecho de esperar que ellos nos escuchen si nosotros no nos tomamos la molestia de escucharlos. Entonces significa que nos hablamos el uno al otro con valor y honestidad. En ese diálogo, descubriremos tanto la verdad como la deficiencia de nuestras narrativas, conforme surge una nueva narrativa.

Esto no es una fantasía sino una afirmación de la nueva realidad que Cristo ya ha creado. Cuando entramos en un diálogo como este, no estamos realmente creando una nueva narrativa, sino descubriendo la narrativa preeminente de Jesucristo (Ef. 1:9-10): “Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad . . . que de antemano estableció en Cristo, . . . reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra.”

Mark Galli es editor de Christianity Today.

La desigualdad en la educación demanda una respuesta cristiana

Esto es urgente. Vidas enteras dependen de ello.

Christianity Today April 28, 2016
Elizabeth Albert / Flickr

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Miles de norteamericanos van a la iglesia el domingo sin darse cuenta de que millones de niños norteamericanos no reciben una buena educación. Nos preocupa nuestra salud espiritual y la educación de nuestros hijos y se nos olvida que una vida espiritual Cristocéntrica está fundada en el amor a Dios y al prójimo.

Simple y sencillamente, los Estados Unidos no proveen una educación de calidad consistente a las personas que viven en pobreza o en áreas de bajos recursos. Las estadísticas “indican una cosa segura”, dice Rassoul Dastmozd, presidente del Saint Paul College en Minnesota, “hay una gran disparidad en la educación”, y “la mayor parte de esta deriva de la pobreza”.

Los niños que crecen en la pobreza o en hogares de bajos recursos enfrentan un sinnúmero de retos en la educación, los cuales nada tienen que ver con la calidad de sus escuelas.

“Las familias que viven en pobreza enfrentan desventajas que pueden entorpecer el desarrollo de sus hijos en muchas maneras,” de acuerdo al resumen de The Future of Children (El futuro de los niños, en español) de la obra de Greg Duncan, Katherine Magnuson, y Elizabeth Votruba-Drzal. “En la medida que las familias que viven en pobreza enfrentan dificultades económicas y tienen que vérselas con viviendas de calidad inferior, vecindarios inseguros, y educación inadecuada, experimentan más estrés en su diario vivir que las familias más pudientes, con la consiguiente serie de consecuencias sicológicas y de desarrollo.

Un sistema de educación pública de calidad buscaría mitigar esas desventajas, pero eso por el momento no está ocurriendo. “Mientras algunos norteamericanos jóvenes—la mayoría blancos y pudientes—reciben una educación de primera clase, aquellos que asisten a escuelas en vecindarios muy pobres obtienen una educación parecida a la educación de escuelas en naciones en desarrollo,” de acuerdo a un reporte del 2013 report de la Comisión para la Igualdad y Excelencia del Departamento de Educación.

Los niveles salariales explican en parte la disparidad educativa, pero la raza y la etnicidad son factores que juegan también un papel. El U.S. News & World Report señaló el año pasado que la educación en los Estados Unidos permanece “separatista y desigual”.

En promedio, las escuelas que sirven mayormente a poblaciones minoritarias tienen maestros con menos experiencia, con salarios más bajos, los cuales muy seguramente no tienen certificación. Un reporte del Center for American Progress (Centro para el Progreso Americano, en español) descubrió que a un aumento del 10 por ciento en los estudiantes de color en una escuela corresponde una disminución de $75 en gasto por estudiante.

Las disparidades en los cursos que se ofrecen significa que los estudiantes de color tienen menos oportunidades de experimentar desafíos a través de cursos más difíciles—el tipo de cursos requeridos para prepararse para una educación universitaria de cuatro años o una carrera bien pagada….

Esta desigualdad no es solamente alarmante a nivel personal; tiene implicaciones más amplias a nivel social y nacional. “Con la tasa más alta de pobreza en el mundo desarrollado, intensificada por la inadecuada educación que reciben muchos niños en escuelas de bajos recursos, los Estados Unidos están amenazando su propio futuro,” declaró la Comisión para la Igualdad y Excelencia.

Hay una disparidad en la prosperidad y las expectativas para el futuro bienestar económico en los Estados Unidos que parece no tener muchas importancia para muchos cristianos cuyos hijos tienen acceso a recursos educativos superiores. Algunos padres cristianos con salarios adecuados, confiables y consistentes trabajan duro para proveer toda oportunidad para sus hijos, pero parecería que les importan poco los hijos de los menos privilegiados.

Es simplemente difícil imaginar que Jesús tuviera una actitud igualmente insensible. Es difícil imaginarlo porque las Escrituras lo describen como alguien profundamente preocupado por la suerte del pobre y el necesitado.

La mayoría de los cristianos informados sabe lo que Jesús dijo al respecto de ministrar a los “más pequeños de estos” –a aquellos que tienen hambre, sed, que son extranjeros, que están desnudos, enfermos o en prisión (Mateo 25:31-46). Lo que parece más difícil de entender es que el ministrar a aquellos en necesidad nos cuesta a aquellos de nosotros que no estamos en necesidad, así como le costó al buen samaritano de las Escrituras.

Los niños de hoy que sufren pobreza y discriminación a menudo encajan en las primeras cinco categorías de Mateo 25. Si no hacemos nada para ayudarlos en sus necesidades actuales, existe la posibilidad de que muchos de ellos terminen también en la sexta categoría: en la prisión.

Esto es urgente. Vidas enteras dependen de ello.

Mis hijos son adultos ya, pero cuando eran chicos siempre respondía de inmediato cuando algo amenazaba su futuro. Por amor a ellos trabajé duro a fin de beneficiarlos. Nuestros hijos son nuestra primera, mas no nuestra única responsabilidad.

Los niños de hoy que sufren pobreza y discriminación necesitan ayuda de individuos, iglesias, escuelas y el gobierno. Las personas y las iglesias están mejor equipadas para encarar algunos de los problemas mencionados –las preocupaciones del diario vivir y los retos sicológicos que las personas enfrentan. Las escuelas y el gobierno están mejor equipados para otros –viviendas de calidad inferior, vecindarios inseguros y escuelas inadecuadas.

Esta situación requiere un esfuerzo amplio y concertado. Es un gran reto, pero los Estados Unidos no han dejado que la grandeza de un reto los desanime—el haber mandado a un hombre a la luna y el haber vencido a los países del Eje en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo.

La conocida historia de la estrella de mar viene a la mente. Mientras el hombre devolvía al vasto océano algunas de las muchas estrellas de mar, no permitió que su incapacidad de salvar a todas las estrellas de mar le impidiera salvar a las pocas que pudo.

Uno de mis vecinos, ya jubilado, sigue trabajando por honorarios para una escuela pública del distrito local. Chris decidió trabajar específicamente con niños “en peligro” enseñándoles matemáticas. Él es un buen samaritano contemporáneo; está “salvando” a cuantos niños le sea posible salvar.

Necesitamos más gente como Chris y más iglesias, distritos escolares y organismos gubernamentales a fin de derribar este obstáculo. El futuro depende de ello, y aquellos de nosotros que buscamos seguir a Jesús tenemos la oportunidad de tener un impacto en la eternidad futura de algunos de los niños que ayudamos.

Ferrell Foster es el Director de Ética y Justicia de la Comisión de Vida Cristiana.

Traducido por Elsa Romero, de la Universidad Bautista de las Américas en San Antonio.

Un año nuevo, Un nuevo Llamado a la Equidad en la Educación

Para más que solo los niños en nuestra propia casa

Christianity Today April 28, 2016
jrandallc / Flickr

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Mi hija dice que soy un comercial para el aprendizaje de toda la vida. Quizás tiene razón. No solo les enseñe a la mayoría de mis hijos en casa (después fueron a una escuela cristiana y publica) pero hoy en día como abuela, estoy trabajando hacia un EdD en Liderazgo Educativo. Hay mucho que aprender, y al iniciar el 2016, estoy comprometida a amar a Dios con toda mi mente.

La educación es importante para mi familia (un valor que nos dio mi mama), pero esto no quiere decir que ha sido fácil. Me enfrente a desafíos a una temprana edad en la escuela elementar, porque el inglés es mi segundo idioma. Por la gracia de Dios, pude aprender conceptos, el desarrollo del idioma junto con coloquialismos y terminar siendo la primera generación de mi familia en graduarse del colegio. El Señor me ayudo para ganarle a las estadísticas y considerar como podemos ayudar a otros para que hagan lo mismo, y no hay nada mejor que un año nuevo para reforzar ese deseo.

Hemos entrado 16 años al nuevo siglo, pero todavía familias hispanas ven como en una parte de la ciudad hay acceso a mejores oportunidades de educación (incluyendo la preparación para colegio) – vemos claramente como las oportunidades de educación varean de un código postal al otro. No todas las familias tienen la oportunidad de considerar enseñarles a sus hijos en casa o enviarlos a una escuela privada. Por esto, tenemos que comprometernos a no solo asegurar que nuestros propios hijos tengan equidad en la educación, pero que todo niño lo tenga, incluyendo los que asisten a las escuelas públicas.

Una equidad en la educación para todo niño se trata de justicia Bíblica, y nuestras iglesias son el lugar apropiado para donde empezar. Animo a todo líder eclesiástico y miembro que consideren como pueden apoyar la equidad educativa para todos los estudiantes de su comunidad. Puede empezar preguntándose lo siguiente:

¿Cuales escuelas necesitan apoyo y que nos involucremos? ¿Cómo puedes expresar el amor de Cristo a estudiantes que están luchando y a sus familias? ¿Que necesitan las familias en tu vecindario e iglesia para ayudarle a sus estudiantes lograr el éxito?

Al iniciar este año, un paso sencillo que puedes tomar en hacer la educación un tema para discusión en tu iglesia es registrarte para el domingo de la Educación. Miles de iglesias participan en el Domingo de la Educación el primer domingo de septiembre, y esto inicia una discusión de todo el año sobre el valor de amar a Dios con toda nuestra mente. Conversaciones y actividades fluyen naturalmente todo el año; la tutoría de estudiantes, ayudando a padres entender el valor de las reuniones con las maestras, ofrecer recursos para becas escolares y llevar a estudiantes a los planteles de universidades y colegios para una gira. Simplemente en preguntarnos como podemos apoyar a estudiantes iniciara el proceso de mejorar el resultado educativo en nuestras comunidades.

Su congregación puede creativamente apoyar la educación en el 2016 en muchas maneras. Anteriormente, nuestra iglesia local ofreció un ministerio semanal llamado “Aprendiendo como Aprender”. Estudiantes de la iglesia y la comunidad recibieron puntos prácticos para estudiar, ayuda con tarea, e información básica de modales de voluntarios. Esta instrucción suplementar de herramientas del salón de clase fue complementada por una introducción básica de modales, por ejemplo, modales para cenar en la mesa y la manera correcta de introducirse uno con otra persona. Enfocándose de una manera holística al entrenamiento, animando, y celebrando el avance de los estudiantes los ayudo y vemos la evidencia en los frutos hoy al mirar el desarrollo de estas lecciones para toda la vida en ellos.

Hay tanto que nuestras iglesias y nosotros como individuos y creyentes, podemos hacer para impactar a estudiantes positivamente este año. Podemos asegurarnos que todo estudiante tenga la oportunidad de aprender, y alcanzar el potencial que Dios ha puesto en cada uno, y que sean equipados para estar preparados para el colegio. Juntos, podemos elevar los estándares para todos los niños en nuestras comunidades para que alcancen su potencial en Dios – este año y todos los años venideros.

Leticia Reyes está en la fase de su disertación para su doctorado en el Liderazgo en la Educación en Dallas Baptist University. Es una orgullosa abuela de ocho.

Información para el Domingo de la Educación : www.faithandeducation.com

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