Theology

Tal vez hemos malinterpretado lo que significa ser un cristiano radical

La mayoría de los cristianos no somos monjes, misioneros ni mártires. Somos poco impresionantes, pero hemos sido salvados por la escandalosa gracia de Dios.

A mom and son gardening.
Christianity Today October 11, 2025
Dorothea Lange / Unsplash

El año pasado, participé en una serie de pódcasts cristianos para dar a conocer un par de libros nuevos que había escrito. La mayoría de estas conversaciones fueron similares, pero una terminó con un intercambio que nos tomó a ambos por sorpresa.

El entrevistador me preguntó si había cambiado mi opinión sobre alguna cuestión teológica importante. Entendí que lo que me preguntaba era qué le diría a mi yo teológico más joven. A lo que respondí: «No hay que ser radical para ser cristiano».

Después de soltar mi respuesta, tuve que preguntarme a mí mismo qué quería decir. No me refería al vigor perenne, la energía sincera y la ingenuidad inocente de la juventud; tampoco me refería a los movimientos de renovación o avivamiento, ni a las amonestaciones proféticas de los ancianos que estos suelen generar. La tendencia «radical» a la que me refería es un fenómeno más específico, que supongo que es familiar para muchos cristianos de mi edad, especialmente en occidente.

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Cuando estábamos en la escuela secundaria y en la universidad, ser «radical» por Jesús se presentaba como el objetivo de cualquier cristiano serio. Por lo que puedo reconstruir, el concepto estaba formado por cuatro partes.

En primer lugar, sostenía que las enseñanzas de Jesús son el corazón del evangelio. Si quieres saber lo que significa ser cristiano, no busques en el Antiguo Testamento ni en los apóstoles. Busca en cambio en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y en las letras rojas que contienen.

En segundo lugar, el evangelio radical sostenía que las enseñanzas de Jesús no son lo que has oído en la iglesia. En realidad, a Jesús ni siquiera le interesa la iglesia de manera especial, salvo como un espacio donde las personas comprometidas con vivir sus enseñanzas se reúnen para apoyarse mutuamente. Si creciste en la iglesia, lo más probable es que las enseñanzas de Jesús hayan sido minimizadas, silenciadas o suavizadas para evitar que sus aristas afiladas hicieran daño.

En tercer lugar, las enseñanzas radicales de Jesús están necesariamente en contradicción con el estilo de vida occidental. Como mínimo, el «estilo de vida occidental» incluía una mezcla de individualismo, consumismo, secularismo y nacionalismo. Pero también podía incluir elementos de una vida adulta promedio: matrimonio, hijos, un trabajo gratificante, una hipoteca, un barrio seguro, una educación decente, ahorros en el banco y vacaciones pagadas. Ser radical por Jesús significaba sacrificar todo esto por él. Podías seguir a Jesús o el estilo de vida occidental, pero no ambos.

Por último, la alternativa radical a este estilo de vida promedio es el que se lee en la historia de la Iglesia: las vidas de los santos, los monjes, los misioneros y los mártires. San Francisco vendiendo todas sus posesiones. Dorothy Day fundando el Movimiento Obrero Católico. Martin Luther King Jr. marchando en Washington y en Selma. Dietrich Bonhoeffer ejecutado en un campo de concentración nazi.

El ejemplo vivo más destacado era Shane Claiborne. Su libro de 2006, The Irresistible Revolution, detallaba cómo él había ayudado a establecer una comunidad cristiana intencional en un barrio pobre de Filadelfia. Claiborne había pasado un tiempo en Calcuta con la Madre Teresa y en Bagdad con un equipo de pacificación durante el bombardeo liderado por Estados Unidos. Esto es lo que significa seguir a Jesús, concluyeron los aspirantes a radicales (fuera o no ese el mensaje que Claiborne pretendía transmitir). Los cristianos comunes y corrientes tenían que despertar.

Los creyentes jóvenes, impresionables y precoces como yo nos tomamos ese mensaje muy en serio. Aprendí que hay cristianos y hay cristianos, es decir, hay personas que profesan el cristianismo y hay personas cuyas vidas manifiestan su fe.

Y en este entendimiento de lo que significa ser radical, yo quería ser de los segundos. Quería ser un pacifista empobrecido y miembro de una comunidad intencional. Estaba convencido de que eso es lo que exigía una lectura sencilla de los Evangelios y, desde luego, no quería ser un oyente que no practicaba las enseñanzas de Jesús (Santiago 1:22-25). Como Jesús advierte al final del Sermón del Monte: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino solo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 7:21, NVI).

Así que pasé los veranos haciendo trabajo misionero en el extranjero. Hice prácticas en un refugio para personas sin hogar. Busqué formas de dar, de sacrificarme y de sufrir. Recién casados —¡claramente ya una concesión con el mundo y la carne!—, mi esposa y yo vivíamos en un viejo y feo apartamento de una habitación a las afueras de Atlanta. Un día, mientras conducíamos por un barrio más rico, mi esposa se preguntó en voz alta qué tipo de casa compraríamos algún día cuando tuviéramos hijos y trabajos de verdad. Oh, oh, —le respondí, con sombría gravedad espiritual—. Le dije que yo sería feliz viviendo en ese apartamento por el resto de mi vida.

Inmediatamente, ella me dijo que podría quedarme a vivir allí, siempre y cuando también me hiciera feliz vivir solo.

Me gustaría poder decir que este fue un llamado de atención para mí, pero mi seria piedad tardó mucho tiempo en desinflarse. Ahora, como profesor en una universidad cristiana, esposo y padre de cuatro hijos, con una hipoteca y un salario y, sí, vacaciones pagadas, no me queda más que sonreír cuando observo actitudes de una piedad similar en mis alumnos. En gran parte es buena, llena de dulce sinceridad y digna de nada más que honor y aliento. En parte es simplemente una fase del desarrollo: hay que vivirla. No hay que eludirla, porque el camino no es rodearla, sino pasar por ella.

Sin embargo, hay algo en el atractivo de lo radical que merece ser cuestionado. ¿Por qué el camino radical fue una propuesta tan atractiva para mí y lo ha sido para tantos otros? ¿Por qué movimientos similares, bien intencionados pero equivocados, a veces salen mal?

El atractivo básico es bastante obvio: los adolescentes de clase media y media-alta perciben que pueden aspirar a algo más allá de la domesticidad de sus padres. ¿Acaso Jesús vino a la tierra y murió en la cruz para que los que viven en los suburbios pudieran tener piscinas y tablas de charcutería? Es poco probable. Seguramente hay más.

El impulso de ser radical también influyó en el leve conspiracionismo de gran parte de la religiosidad occidental: Jesús predicó la paz, pero Constantino bautizó la espada. Pablo proclamó el martirio, pero Agustín justificó la guerra. Pedro distribuyó sus posesiones entre todos los necesitados, pero el papa se glorió en su deslumbrante pompa dorada.

Desde este punto de vista, la Iglesia es una institución corrupta o, en el mejor de los casos, meramente humana, indigna de nuestra confianza. Si las enseñanzas originales de Jesús han sido rechazadas o corrompidas por la «religión organizada», entonces debemos alejarnos de la congregación local y volvernos hacia Jesús solos y de manera individual, o más precisamente, hay que volverse hacia el Jesús que tú encuentras personalmente en los Evangelios.

Hay aquí un instinto que es innegablemente acertado. Las enseñanzas de Jesús son realmente difíciles, tanto de escuchar como de poner en práctica. La iglesia está realmente llena de pecadores imperfectos que fracasan rotundamente en vivir según el camino de Cristo. Los cristianos son realmente, en palabras del teólogo Nicholas Healy, «insatisfactorios». La salvación que Dios nos ofrece en el evangelio no tiene que ver realmente con posesiones terrenales, bendiciones y felicidad. Y realmente hay aspectos del estilo de vida occidental que son contrarios a la vida y las enseñanzas de Jesús.

En este sentido, el mensaje radical es correcto: dondequiera que las iglesias hayan corrompido la fe y seguido a otros dioses —Mammón, Marte o cualquier ídolo mundano— el llamado a volver a Jesús no solo es apropiado, sino urgente. Volvamos al Señor, sin importar el costo. «¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio» (Apocalipsis 2:5, NVI).

Sin embargo, en la práctica, el mensaje del evangelio radical llega a una conclusión imprecisa (aunque no se admita como tal): casi nadie en la tierra es un cristiano «auténtico». Casi ningún grupo de creyentes es una iglesia «auténtica». Las personas que se sientan en los bancos y predican desde los púlpitos simplemente no son lo suficientemente serias ni están lo suficientemente comprometidas. (En realidad, la conclusión suele ser comparativa: no tan acérrimas en comparación conmigo, el radical que las juzga).

En lugar de aceptar esta sombría implicación, me gustaría proponer una alternativa: sí, los radicales son creyentes fieles. Pero su forma de seguir a Cristo no es la única vía para la vida cristiana. De hecho, esa definición de radical está tan lejos de la norma para la mayoría de los creyentes en la mayoría de los tiempos y lugares que propongo que eliminemos radical de nuestro vocabulario cristiano.

Sucede que esa idea no es nueva. Durante siglos, los cristianos no se exhortaban unos a otros a ser «radicales». El uso de la palabra, especialmente como término de aprobación, se disparó durante los últimos 50 años. Muchos cristianos no se dan cuenta de que entre las fuentes de este uso se encuentran la política reaccionaria y de extrema izquierda, aunque ha migrado hacia un uso mayoritario e incluso centrista desde la década de 1970. En la iglesia estadounidense, sospecho que se podría rastrear el movimiento de la palabra desde la izquierda en el ámbito político y los contextos anabaptistas a través de la influencia de teólogos como John Howard Yoder y Stanley Hauerwas a finales del siglo pasado.

Pero sea cual sea la genealogía del término, deberíamos abandonarlo por dos razones. Una es que, al utilizarlo de forma imprecisa y frecuente, lo hemos vaciado de su significado. En este uso, cualquier cosa puede ser radical, siempre que realmente lo creas. Pero si puede ser radical preparar esa tabla de quesos o escuchar a Bach, votar por un determinado candidato o comprar un cuadro de un artista cristiano, entonces la palabra se ha ido de vacaciones. De repente, ser radical ha vuelto el estilo de vida promedio que los jóvenes cristianos sinceros intentábamos evitar en primer lugar.

Como la mayoría de los cristianos, conozco a algunos discípulos de Jesús verdaderamente radicales. Pienso, por ejemplo, en un viejo amigo que lleva dos décadas trabajando en una gran ciudad estadounidense para aliviar la difícil situación de las personas sin hogar. Si reserváramos el término «radical» para personas como él, yo no pondría ninguna objeción. Pero si eso no es así, es mejor prescindir del término por completo.

La segunda razón es que la mayoría de los cristianos no son, ni verdaderos radicales como mi amigo, ni radicales autoproclamados como los que he criticado. La gran mayoría de los cristianos, en todas partes y en todo momento, son gente promedio.

No impresionan. No satisfacen. Apenas sobreviven. No pretenden ser santos ni héroes. Han logrado bastante si van a la iglesia los domingos y oran antes de las comidas y antes de acostarse. Creen en Dios, confiesan sus pecados y buscan la gracia de Jesús. Y, si somos sinceros, tal vez eso es todo.

La mayoría de los cristianos no son el joven rico que se alejó de Jesús entristecido (Mateo 19:22), ni Simón de Cirene, que llevó la cruz de Jesús (Marcos 15:21). Se parecen más bien al otro Simón, llamado Pedro, que se negó a llevar la cruz y negó incluso conocer a Jesús. Son Tomás, que no creyó hasta que vio al Señor resucitado con sus propios ojos. Son el padre anónimo de Marcos 9, que clamó a Jesús: «Creo; ¡ayúdame en mi falta de fe!» (v. 24).

En palabras de Pablo, la mayoría de los cristianos llevan «una vida tranquila y sosegada», y son afortunados si se caracteriza por «toda piedad y dignidad» (1 Timoteo 2:2, NBLA). A menudo son fracasados, desastrosos y desertores, gente común y corriente que se las arregla como puede. No son héroes. Son todos los que han invocado el nombre del Señor y, tal como él prometió, han sido salvados (Romanos 10:13; Joel 2:32).

El cristianismo podría ser más impresionante si todos fuéramos verdaderos radicales. Pero sería una fe para héroes, sin lugar para los pecadores. Dejaría de ser las Buenas Nuevas para los desolados y desamparados. Sería un mensaje para unos pocos, no para todo el mundo (1 Juan 2:2). Sería una fe menor tanto en cantidad como en calidad.

Mi yo más joven estaba entusiasmado por ser radical como Jesús. Eso era bueno y correcto. Pero lo que no veía era el peso del pecado en el mundo y, con él, la muerte, el sufrimiento, la aflicción, la tristeza y el dolor. Lo que no veía era el alcance de la gracia, el evangelio y la iglesia. No entendía que aquí se ofrecía una liberación lo suficientemente profunda, una sanación lo suficientemente fuerte y un perdón lo suficientemente amplio como para abarcar todo lo que la humanidad caída necesita.

El cristianismo no está reservado para los radicales. El Señor no ayuda a quienes se ayudan a sí mismos. Por milagro, ayuda a los que están completamente indefensos, de los cuales yo soy el principal. Esas son realmente las Buenas Nuevas. También es un gran escándalo. Y ese es el punto.

Brad East es profesor asociado de teología en la Universidad Cristiana de Abilene. Es autor de cuatro libros, entre ellos The Church: A Guide to the People of God y Letters to a Future Saint.

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