Lucian Mustata stands against a post-Communist architectural concrete building.
Testimony

El Padre de los huérfanos cantó un cántico nuevo sobre mí

Después de haber sido abandonado al nacer, crecí en un orfanato en Rumania. Hoy dirijo el festival de música cristiana más grande de Europa del Este.

Christianity Today September 24, 2025
Fotografía de Ioana Moldovan para Christianity Today.

Nací en Rumania en 1989, apenas nueve meses antes de que terminara la dictadura comunista de Nicolae Ceaușescu y el mundo conociera los horrores de los orfanatos rumanos. Se estima que entre 1966 y 1989, 20 000 niños murieron en esas infames instalaciones a causa de la negligencia [enlaces en inglés].

Pasé mis primeros cuatro años en uno de esos orfanatos. No recuerdo mucho, pero lo poco que recuerdo está saturado de terror.

Confinado en la habitación donde ponían a los niños con discapacidades, todos los días me decían que era tonto y me maltrataban físicamente. A veces, los otros niños me robaban la ración diaria de comida y me dejaban con hambre. Recuerdo que los gritos y el llanto eran interminables. 

Todavía tengo cicatrices físicas y emocionales de aquellos días oscuros.

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En 1993, la organización SOS Children’s Villages, con sede en Austria, creó un nuevo orfanato privado en Bucarest. Fui elegido como uno de los niños que serían trasladados allí. Mientras que en mi primer orfanato había 50 niños a cargo de un solo miembro del personal, el complejo de SOS contaba con 15 casas, solo tenía 7 niños por casa, y una mujer que servía como madre en cada una.

Mi vida cotidiana mejoró drásticamente, pero aún había muchas dificultades. Por un lado, las madres contratadas nunca permanecían por mucho tiempo. En un solo año, podíamos tener dos o tres cuidadoras diferentes, que se marchaban a causa del agotamiento o por cambios en sus vidas profesionales. Para nosotros, los niños, esas madres de los dormitorios eran las personas más importantes de nuestras vidas, y cada vez que se iban, solo se endurecían aún más nuestros corazones.

Rumania es un país profundamente ortodoxo, así que mis primeras experiencias con el cristianismo fueron los servicios dominicales y la clase de religión en la escuela, a la que todos teníamos que asistir. No recuerdo haber leído nunca las Escrituras por mi cuenta, pero aprendí a hablar con Dios sobre mi vida y a buscarlo en mi desesperación; sin embargo, no aprendí a llamarlo Padre sino hasta mucho más tarde.

Todos los huérfanos queríamos saber más sobre nuestras familias y nuestro doloroso pasado. Así que, cuando cumplí 12 años, le pedí a mi trabajadora social que me revelara los detalles de mi familia.

Me enteré de que tenía dos medios hermanos mayores, uno de los cuales había sido adoptado y vivía en Estados Unidos. Nuestra madre tenía la capacidad mental de una niña de seis años debido a una grave lesión cerebral que sufrió en la infancia. Yo nací como resultado de una violación y ella me abandonó al nacer. Así fue como un médico me encontró y me llevó al orfanato gestionado por el gobierno. Nadie había averiguado nunca quién era mi padre biológico.

Por difícil que fuera conocer mi pasado, mi historia no era inusual entre los que crecieron conmigo. Aun así, conocer mi pasado solo ahondó mi sensación de aislamiento y soledad.

Pasó el tiempo hasta que cumplí 18 años: el año en que me expulsaron y me lanzaron al mundo, solo.

Durante la víspera de Navidad después de salir del orfanato, caminaba por Bucarest con la esperanza de escuchar algunos villancicos. Esperaba que tal vez, aunque fuera por un momento, pudiera sentirme un poco menos solo y saborear un poco el espíritu navideño.

Mientras caminaba por la ciudad, alguien me entregó un folleto que promocionaba justo lo que estaba buscando: un concierto gratuito de villancicos. No tenía ni idea de que lo organizaba una iglesia bautista. No sabía mucho al respecto, pero decidí ir de todos modos.

Desde el momento en que entré en el edificio, sentí que algo era diferente. Había mucha gente, así que, cuando comenzó la música, tuve que quedarme en la escalera para escuchar. Había crecido con sonidos sombríos en palabras antiguas. Pero dentro de la iglesia aquella noche, Dios cantó un cántico nuevo sobre mí: un cántico que inundó mi corazón como un diluvio.

Cuando terminaron los villancicos, el pastor dio un mensaje de diez minutos sobre el significado de la festividad. Habló sobre el Hijo encarnado de Dios y sobre cómo las famosas celebraciones navideñas de Bucarest eran simples apariencias vacías: celebraciones sin Aquel a quien celebrábamos.

El mensaje del pastor resonó profundamente en mí mientras el Espíritu Santo se movía en mi alma. La historia de mi vida daba testimonio de la vulnerabilidad de ser un niño en un mundo cruel. Sin embargo, fue precisamente a ese mundo al que vino el niño Jesús.

Después de ese concierto de Nochebuena, comencé a asistir a la iglesia con regularidad, sentándome en la última fila del servicio para 400 personas. Cada semana, sentía que una nueva herida sanaba a medida que la Palabra de Dios comenzaba a transformar mi vida. Ya no reaccionaba con ira si alguien me ofendía. Sentía el verdadero aliento y amor de un Padre cuyo corazón se inclina especialmente hacia los huérfanos.

Así que seguí yendo, semana tras semana, y poco a poco entregué mi vida a Cristo.

Sin embargo, ser huérfano en Rumania significaba llevar la marca de la vergüenza, que me señalaba como alguien no apto para pertenecer a la sociedad. Sabía que recibir una educación era esencial para poder encontrar un trabajo y mantenerme. No quería convertirme en otra estadística, en un huérfano más que sucumbió a la pobreza o incluso al suicidio. Pero no tenía dinero para pagar la universidad.

En ausencia de un padre terrenal, mi Padre celestial comenzó a proveer para mí. Aprobé el examen de ingreso a la universidad y fui aceptado en la carrera de Tecnología de la Información en la Universidad de Estudios Económicos de Bucarest; sin embargo, me preguntaba cómo podría asumir los costos.

Sin que yo lo supiera, Dios estaba moviendo el corazón de una mujer de la junta de admisiones para que pagara mis estudios. Durante tres noches consecutivas, ella sintió que Dios la estaba llamando a apoyarme, a pesar de que solo me había visto durante cinco minutos en la entrevista de admisión. Dos días antes de la fecha límite de pago, me llamó para decirme que ella y su esposo habían decidido cubrir todos los costos financieros de mis estudios.

Después de completar dos maestrías y trabajar para el Banco Mundial, lancé mi propia empresa de tecnologías de la información y mercadotecnia digital, y me asocié con muchas marcas de renombre, incluida la casa real de Rumania y el Ministerio de Educación. La prensa local comenzó a llamarme el «Mark Zuckerberg de Rumania».

Pero las provisiones de Dios no fueron solo materiales. Un verano, me inscribí en un campamento organizado por mi iglesia. Debido a un descuido, me dejaron fuera de la lista de asignación de transporte, un desafortunado incidente que casi me impide ir.

Uno de los pastores, Boingeanu Cornel, se dio cuenta de lo que había pasado y amablemente me ofreció un asiento en su coche para el viaje de tres horas. Ese viaje marcó el comienzo de una hermosa y duradera amistad. Hoy en día, se ha convertido en un padre para mí.

Seguir a Jesús no significa que necesariamente tendremos éxito en esta vida, y el evangelio no promete riqueza ni salud. Pero después de experimentar tantos años de abandono y dolor, el cuidado providencial de Dios en mi vida fue, y sigue siendo, motivo de gran alabanza. Aprendí que tengo un buen Padre que se preocupa por mí incluso en las cosas más cotidianas.

A medida que crecía en la fe, quería encontrar formas de servir al Dios que me amaba. Empecé a ver cómo la oscuridad de mi infancia había excavado en mí un pozo aún más grande de compasión por los demás, y sentía un profundo deseo de ser testificar acerca de Cristo. En mi corazón, realmente sentía dolor por aquellos que no conocían a Jesús, especialmente los jóvenes, y empecé a orar para que Dios me diera una forma de compartir su amor.

La semilla que se plantó en mi corazón en aquel servicio de Nochebuena se ha convertido en la visión del festival de música cristiana HeartBeats, el más grande de su tipo en Europa del Este. Durante los últimos tres años, gracias a un milagro de Dios, HeartBeats ha crecido más allá de Rumania, llegando a Corea, Kenia y Brasil, con más de 500 000 asistentes en persona y muchos más uniéndose a través de la transmisión en vivo en 2024.

Y lo más importante, a través de HeartBeats, miles de jóvenes de todo el mundo han encontrado la salvación en Jesucristo al adorar y conocer a nuestro Padre, tal y como yo lo hice en un concierto de Nochebuena en Bucarest.

Llegué a la casa de mi Padre destrozado y vacío. Llegué sin nada que perder y todo por ganar por su causa. Y Él me lo dio todo.

Lucian Mustata es el fundador y director ejecutivo del Festival HeartBeats y de la empresa de desarrollo web Lucian & Partners.

Sara Kyoungah White es editora de Christianity Today.

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