Ideas

Por qué jóvenes como yo conectamos con Charlie Kirk

Kirk no matizaba ni suavizaba sus posiciones para ampliar su atractivo, antes bien, las resaltaba.

Charlie Kirk debate con estudiantes en The Cambridge Union el 19 de mayo de 2025.

Charlie Kirk debate con estudiantes en The Cambridge Union el 19 de mayo de 2025.

Christianity Today September 19, 2025
Nordin Catic / Colaborador / Getty

Cuando Charlie Kirk fue asesinado, las imágenes se difundieron rápidamente: vigilias con velas en todo Estados Unidos. Se veían hombres jóvenes con camisetas tipo polo y cruces al cuello, hombro con hombro, inclinando la cabeza. La gente llevaba pancartas con mensajes como «Todos somos Charlie».

Para muchos en la prensa, Kirk era un provocador partidista: una personalidad mediática combativa. Pero el duelo de estas personas puso de relieve algo más difícil de ignorar. Demostró que para una generación de jóvenes, incluyéndome a mí, Kirk era más que un comentarista experto. Se había convertido en una figura relevante. Para los cristianos en particular, Kirk fue un ejemplo de lo que significa tener convicción acerca de opiniones sociales impopulares y hablar abiertamente sobre la fe en Jesucristo.

Incluso Gavin Newsom admitió la influencia de Kirk. Al gobernador progresista de California —conocido por sus agudos enfrentamientos con los conservadores en todo, desde el aborto hasta la libertad de expresión— se le escapó decir en una entrevista de 2025 que su hijo adolescente era fan de Kirk. Esto sorprendió a la gente. ¿Cómo podía el hijo de uno de los liberales más destacados del país admirar a la voz más polarizante de la derecha? [enlaces en inglés].

Pero, en realidad, no debería haber sido una sorpresa.

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Durante años, Kirk acaparó la atención. Sus videos se difundieron por TikTok y X, provocando discusiones en chats grupales y en los pasillos de las residencias universitarias. A principios de 2025, su cuenta personal de YouTube tenía más de 3 millones de seguidores, su pódcast se colaba regularmente entre los programas políticos más escuchados de Spotify y sus videos de TikTok acumulaban millones de visitas cada mes. Turning Point USA, la organización que fundó, tiene ahora representaciones en más de 3500 escuelas con más de 2000 grupos de estudiantes activos (y los informes reflejan un aumento en el número de afiliaciones tras su muerte).

No hacía falta ser partidario suyo para verlo. Muchos no lo eran. Pero prestabas atención porque él se hacía imposible de ignorar. En el momento de su muerte, no era solo un comentarista político. Era un símbolo cultural.

La pregunta que vale la pena hacerse es por qué. ¿Por qué tantos jóvenes —conservadores, contrarios o simplemente curiosos— prestaban atención cuando Kirk hablaba? La explicación fácil es la política. Los hombres de la generación Z tienden a ser más conservadores que las mujeres de la misma generación, y la brecha se está ampliando. Según el Pew Research Center, el 52 % de los hombres de la generación Z se inclinan hacia el lado republicano, en comparación con solo el 37 % de las mujeres de la misma generación. Pero las cifras por sí solas no explican la conexión. Creo que hay más.

Por un lado, Kirk encarnaba la libertad de expresión. Mi generación creció en un entorno en el que la libertad de expresión conllevaba un riesgo social real. Si decías algo incorrecto, hacías una pregunta inapropiada o invitabas al invitado equivocado, las consecuencias podían ser inmediatas. Ese ambiente generaba cautela. Pero también generaba un deseo de algo diferente, algo menos edulcorado. Un estudio de 2019 sobre los campus universitarios reveló que el 71 % de los hombres de la generación Z consideraba que proteger la libertad de expresión era más importante que fomentar la inclusión, en comparación con solo el 46 % de las mujeres de la misma generación. Esto quiere decir menos seguridad, más debate.

Kirk se apoyó firmemente en ese instinto. Su formato característico era sencillo: sentarse bajo una pancarta que decía «Demuéstrame que me equivoco» y dejar que el debate se desarrollara en público. Debatía sobre temas de raza, género, religión y política, a veces con dureza, a veces con descuido, pero siempre con franqueza. Los críticos calificaban sus opiniones de ofensivas, incluso peligrosas, especialmente sobre los atletas transgénero, la educación sexual progresista o la ortodoxia activista. Pero para muchos de nosotros, la indignación en sí misma solo confirmaba un problema más profundo: plantear ciertas cuestiones se consideraba tabú. Kirk se negó a seguir esas reglas. Dramatizó la libertad de expresión como un concurso de expresar ideas en vivo y, estuvieras de acuerdo con él o no, te obligaba a participar.

Kirk también encarnó la convicción. No matizaba ni suavizaba sus posiciones para ampliar su atractivo, antes bien, las resaltaba. El matrimonio tradicional. La defensa de la vida. Las raíces cristianas de Estados Unidos. El rechazo de la teoría crítica de la raza y la ideología de género. Estas no eran las posiciones de alguien que se preocupaba por las encuestas. Eran impopulares en muchos círculos, y él lo sabía, pero las mantuvo de todos modos. En una época en la que las figuras públicas cambian con cada titular, esa firmeza destacaba. Incluso aquellos que no estaban de acuerdo con él a menudo admitían el atractivo de la claridad. En una época de ambigüedad curada y posturas morales corporativas, era refrescante escuchar a alguien hablar con el corazón en la mano.

También ofrecía «agencia». El psicólogo social Jonathan Haidt ha descrito la agencia como un impulso fundamental, especialmente para los hombres jóvenes: la necesidad de sentir que pueden actuar en el mundo, no solo comentarlo. Esa necesidad se ha acentuado en una cultura en la que casi todas las conversaciones giran en torno a crisis globales demasiado grandes para que una sola persona las resuelva. El cambio climático, la injusticia sistémica, la política fallida… la magnitud de estos desafíos es paralizante. La constante exigencia de «arreglar el mundo» deja a muchos jóvenes agotados, convencidos de que fracasarán antes incluso de empezar.

El contramensaje de Kirk era un poco más factible: cásate, ten hijos, echa raíces en una iglesia. Asume la responsabilidad de algo cercano a ti, algo que perdure. En una época en la que muchos retrasan la edad adulta y tratan la responsabilidad como algo opcional, él llamó a los jóvenes a la permanencia.

Y en sus últimos años, Kirk basó su llamado en la fe, hablando más directamente de Cristo. Citaba las Escrituras en el escenario, no solo en iglesias, sino también en mítines políticos. Hablaba del pecado, la salvación, el juicio y la gracia. Le decía a las multitudes que el caos en Estados Unidos no se arreglaría ganando elecciones o cambiando la Corte Suprema, sino mediante el arrepentimiento y la renovación. Instó a los jóvenes no solo a votar, sino también a orar; no solo a formar familias, sino a afianzarlas en el evangelio.

En otra época, este tipo de discurso podría haber parecido un lastre: demasiado religioso, demasiado moralista, una distracción excesiva de los problemas «reales». Pero ahora no. A los hombres de la generación Z no les desanima la fe: a muchos les atrae. Quizás esto ayude a explicar en parte por qué el domingo después de su muerte hubo relatos de un aumento en la asistencia a la iglesia.

Estamos llegando a la mayoría de edad en un mundo saturado de contenido y hambriento de significado, un mundo que habla con fluidez sobre terapia, pero que duda en nombrar la verdad, la bondad o el pecado. En ese contexto, escuchar a alguien hablar de cosas eternas se siente diferente. Serio. Como alguien que realmente cree lo que dice.

Y tal vez eso es lo que más destacaba de Kirk. Hoy en día, muchos jóvenes están saturados de la ironía de internet, donde todo es objeto de burla, por lo que no hay que creer en nada. Es una postura que genera aislamiento, mantiene la vida en pausa y, en su forma más oscura, produce inestabilidad e incluso asesinos.

La división definitiva en Estados Unidos no es política ni demográfica: es existencial. La división entre un niño que se esconde en un tejado y un hombre que se planta en la plaza. La división entre ranas y padres, nihilistas y creyentes.

Independientemente de lo que pensaras de él —provocador, predicador, político—, Charlie Kirk creía. Creía en ideas que merecían ser debatidas, verdades por las que valía la pena luchar, un Salvador al que merecía la pena alabar. Y aunque su voz ha sido silenciada, el anhelo que nos hizo escucharlo no lo ha sido.

Charlie Kirk se ha ido, pero lo que mi generación anhela permanece.

Luke Simon es estratega de contenidos de la iglesia The Crossing en Columbia, Misuri, y estudiante del Máster en Divinidades en el Covenant Theological Seminary. Ha escrito sobre la generación Z, la tecnología, la masculinidad y la iglesia. Puedes seguirlo en X.

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