Brydon Eastman se enfrentaba a un dilema ético. Como matemático aplicado en OpenAI, se preguntaba qué hacer: callarse y proteger su trabajo, o alzar la voz y arriesgarse a perder su puesto en una empresa líder en tecnología de inteligencia artificial.
Eastman, de 33 años, comenzó a trabajar en OpenAI en 2022, unas semanas antes del debut de su famoso chatbot ChatGPT. La oficina de San Francisco donde trabajaba tenía salas para siestas, una forma en que la empresa, como muchas otras en Silicon Valley, animaba a los empleados a trabajar largas horas. Esas horas se habían alargado desde que Eastman aceptó el trabajo y ChatGPT se disparó en popularidad e influencia.
Sintiéndose abrumado, Eastman entró en una sala de siesta y apagó las luces. Oró durante una hora y media. Al final de ese tiempo, dijo, sintió que Dios le había dado claridad: valía la pena afrontar el problema. Publicó sus pensamientos en la plataforma de comunicación de su lugar de trabajo, Slack, para que toda la empresa los viera. Le preocupaba que lo despidieran. Pensaba: Probablemente esto me costará mi participación en la empresa. Probablemente me costará mucho dinero. Pero es lo correcto.
Echando la vista atrás, dijo: «Esto es seguir a Jesús». La confrontación «hizo que algunas personas cambiaran algunas decisiones», dijo. «Al final, todo salió bien». Eastman dejó recientemente OpenAI para fundar una nueva empresa, Thinking Machines, que le permite trabajar en proyectos con los que se siente más «filosóficamente alineado».
Cualquier trabajo puede presentar dilemas éticos, pero los jóvenes ingenieros cristianos que trabajan en IA se encuentran en el centro de una oleada sin precedentes de innovación tecnológica que está alterando la forma en que las computadoras y los seres humanos interactúan. Los avances en la Inteligencia Artificial (IA) también han provocado una rápida aceleración de la inversión en tecnología, una «fiebre del oro», como lo describió un analista de inversiones.
En entrevistas con CT, ingenieros de entre 20 y 30 años compartieron cómo se ven arrastrados por la corriente de los avances en IA, luchando por agarrarse a las ramas para no hundirse.
Planifican experimentos matemáticos, se inclinan sobre sus computadoras escribiendo códigos, gestionan «etiquetadores de datos» —personas que anotan y categorizan los datos utilizados por los modelos de IA— y reaccionan en tiempo real a la explosión de nuevas investigaciones.
Al crear máquinas que reducen el trabajo de otros seres humanos, estos ingenieros trabajan cada vez más horas y a menudo no sienten que tengan tiempo para orar por los problemas importantes que surgen. También dicen que carecen de mentores cristianos que les ayuden a navegar por las turbulentas aguas de la IA.
La industria se ha disparado desde el debut de ChatGPT. Nvidia, un fabricante de chips utilizado por empresas de IA, vio cómo su valor de mercado se disparó hasta los 3 billones de dólares el año pasado, lo que la convirtió en una de las empresas más grandes del mundo. Luego, DeepSeek, recién llegada de China, sacudió el mercado a principios de 2025 cuando presentó un modelo más barato y eficiente que los de empresas tecnológicas estadounidenses como OpenAI.
A medida que la IA avanza cada vez más rápido, los ingenieros a menudo se sienten impotentes e incapaces de frenarla. «Incluso si estuviera 100 % convencido de que, como especie, no deberíamos desarrollar la IA, como individuo, no hay forma de que yo pudiera detenerla», dijo Eastman. «Llevamos cientos de años trabajando en este invento».
Según Mike Langford, teólogo de la Universidad Seattle Pacific que estudia la intersección entre la teología y la tecnología, en el pasado, muchos avances tecnológicos progresaban lo suficientemente despacio como para que los seres humanos pudieran cultivar un discernimiento sobre ellos. Pero, la innovación en IA «ha ocurrido tan rápido que no hemos tenido tiempo de desarrollar sabiduría sobre cómo usarla».
En este nuevo salto tecnológico, los ingenieros cristianos de IA podrían crear herramientas buenas y éticas que moldeen nuestras vidas de formas que aún no imaginamos. Son excelentes matemáticos, programadores y pensadores creativos, y han llegado a puestos de trabajo en las principales empresas tecnológicas con un marco moral basado en su fe. Podrían ayudar a las empresas a dar prioridad a la privacidad de los datos, a programar algoritmos equitativos, y a tratar con justicia a las personas que trabajan detrás de los sistemas. Pero necesitan apoyo. Necesitan orientación. Necesitan descansar. Hay un aire de desesperación en Silicon Valley, ya que los ingenieros compiten por un pequeño número de puestos de trabajo mientras temen continuamente la próxima ronda de despidos, según dijeron fuentes a CT. Les preocupa que la burbuja de la IA pueda estallar en cualquier momento.
Cuando empezó a trabajar en ingeniería de IA hace unos años, David Kucher, de 26 años, dijo que «sentía que cada minuto tenías que demostrar tu valía». Percibía «expectativas cada vez mayores».
Eastman no se unió a la industria para participar en la fiebre del oro de la IA. Comenzó su carrera investigando cómo las matemáticas de la IA podían ayudar al tratamiento del cáncer. Tiene excelentes credenciales, incluido un «número finito de Erdős» de 3, lo que significa que está en tercera fila para publicar una investigación con el matemático Paul Erdős: un gran orgullo en la disciplina.
Pero Eastman no perseguiría una carrera en el área de investigación. El financiamiento para sus estudios posdoctorales se esfumó y OpenAI lo reclutó. Comenzó a entrenar máquinas. Un modelo de lenguaje grande que forma la base de, por ejemplo, ChatGPT, tarda meses en entrenarse. Eastman obtuvo un puesto en posentrenamiento, realizando experimentos matemáticos para demostrar que el modelo podía realizar tareas específicas.
Las personas en esta función refuerzan y refinan los modelos de lenguaje con más pruebas matemáticas y comentarios humanos, diciéndole al modelo qué respuestas son buenas o malas y mitigando las respuestas incoherentes, extrañas, sesgadas o simplemente malas. Eso significa que cuando le haces a ChatGPT una pregunta como: «¿Puedes darme el pronóstico del tiempo para Nueva York escrito en el estilo de un soneto de Shakespeare?», te da una respuesta (algo) coherente.
A medida que estos jóvenes ingenieros cristianos de IA crean herramientas poderosas, se enfrentan a las bromas y los comentarios difíciles de sus familiares: ¿Estás construyendo algo para destruir a la humanidad? ¿Algo que me quitará el trabajo? ¿Algo que será más grande que Dios?
Encontrar compañeros que comprendan las presiones únicas de trabajar en IA es fundamental. Eastman se mantiene en contacto con un mentor cristiano: Derek Schuurman, su profesor de informática en la Universidad Redeemer de Hamilton, Ontario, de donde es originario.
Haber estudiado en una pequeña universidad cristiana de artes liberales es poco habitual en el campo de la IA. La educación de Eastman le ayudó a comprender que «esta tecnología que estamos creando no es neutral», afirma. «Para mí es obvio, pero a veces sorprende a los ingenieros laicos o a los ingenieros cristianos formados en instituciones laicas… Estamos imbuyendo valores concretos en estos modelos».
Al no tener amigos cristianos en el campo de la IA, Eastman lee el libro de Schuurman A Christian Field Guide to Technology for Engineers and Designers (Una guía de campo cristiana en materia de tecnología para ingenieros y diseñadores). Schuurman, ahora profesor de la Universidad Calvin, escribió un capítulo en forma de serie de cartas imaginarias a un joven ingeniero. En él advierte contra el peligro de ignorar el descanso, enorgullecerse demasiado de los proyectos de alto perfil, anteponer el trabajo a los amigos y la familia, y caer en la autosuficiencia al recibir una alta remuneración. Esas tendencias no aparecen al comienzo de la carrera, dice, sino que se instalan de manera insidiosa:
No lo olvides… toda nuestra vida es una respuesta a Dios… Si el señorío de Cristo se extiende sobre toda la vida, entonces su señorío también debe extenderse a la ingeniería y la tecnología. En palabras del difunto profesor Lewis Smedes, estamos llamados a «salir al mundo y crear algunos modelos imperfectos del mundo bueno que está por venir».

Los ingenieros que hablaron con CT no creen que estén destruyendo a la humanidad, pero debido al ritmo de su trabajo, están navegando sus propias limitaciones humanas mientras experimentan el agotamiento, el aislamiento y la cultura empresarial despiadada. Aunque dicen que no sienten que sus colegas sean hostiles hacia su fe, tampoco encuentran a muchos otros cristianos en sus empresas.
Existen grupos afines: el ingeniero de Google DeepMind Richard Zhang creó un colectivo llamado Global Christians in AI, con unos 250 suscriptores. Conoce a otro investigador de DeepMind que espera iniciar un estudio bíblico en Google.
Pero al programador promedio no se le invita a estudios bíblicos en el trabajo. A pesar de los titulares sobre el nuevo interés de algunos ejecutivos de Silicon Valley por el cristianismo, los empleados sobre el terreno no sienten que estén viviendo una especie de avivamiento cristiano en sus oficinas. Todos quieren conocer a más cristianos en su campo, pero en muchos casos no los han encontrado. Uno de ellos sale a correr regularmente con su pastor, lo que le ayuda. Otros se reúnen con otros profesionales de la tecnología en la iglesia.
La fe «sigue siendo algo prohibido» en las empresas tecnológicas, y eso es preocupante con todas las cuestiones éticas que rodean a la inteligencia artificial, dijo Hunter Guy, cofundadora y directora ejecutiva de Study Aloud, una empresa de tecnología educativa. Ella ha sido mentora de profesionales del sector en la Iglesia Bautista Progresista de Chicago. Cuando no están de acuerdo con un proyecto o se sienten agotados, dijo Guy, los profesionales de la tecnología deben preguntarse: «¿Cuándo debo irme?». Parte de lo que permitirá a los cristianos hacer eso, añadió, es comprender que «el propósito no termina cuando termina tu trabajo. El llamado no termina cuando termina tu trabajo».
Algunos ingenieros cristianos de IA sienten el llamado de permanecer en el campo tanto tiempo como puedan. Kenya Andrews también es miembro de la Iglesia Bautista Progresista y es amiga de Guy. Como mujer negra, Andrews es una minoría en la ingeniería de IA. Cuando era pequeña, ella y su padre construyeron una computadora desde cero. Cuando era adolescente, la gente acudía a ella con sus preguntas sobre computadoras.
Andrews se convirtió en la primera persona de su familia en Georgia en graduarse en la universidad. Sus padres fueron los primeros de sus familias en graduarse de la escuela secundaria. Su abuelo paterno era aparcero, mientras que su abuela paterna era cocinera y empleada doméstica. Estaban decididos a que Andrews recibiera la mejor educación posible.
Andrews, de 30 años, ha superado con creces sus expectativas: recientemente completó un doctorado en informática en la Universidad de Illinois en Chicago.
Pero la presión de realizar investigaciones de alto nivel en aprendizaje automático la llevó a considerar abandonar su programa de doctorado para volver a su antiguo trabajo de ingeniería de software, que pronto le pareció más sencillo. Siguió adelante porque sintió un llamado de Dios. Tampoco quería decepcionar a su familia ni abandonar la investigación a la que sentía que podía contribuir de manera única.
Se dedicó a la IA para investigar la justicia en los algoritmos o, como ella misma dice, para construir máquinas que traten a los seres humanos como lo que realmente son. Los algoritmos lo determinan todo, desde el empleo y la libertad condicional hasta las opciones de atención médica y la elegibilidad para una hipoteca. Se están acumulando pruebas de que estos modelos se basan en datos históricos con sesgos contra las minorías raciales. Un ingeniero de una gran empresa puede no tener tiempo para pensar en cómo una elección aparentemente pequeña para un modelo algorítmico afectará a millones de personas; una investigadora como Andrews, en el ámbito académico, sí lo tiene.
Su tesis se centró en cómo los algoritmos extraen datos de los historiales médicos para tomar decisiones en materia de salud. «Creo que eso encaja muy bien con “ama a tu prójimo como a ti mismo”», afirma. «La Palabra habla mucho de la justicia… de personas que antes no tenían humanidad y a las que [Jesús] ahora les da humanidad». Y añade: «Todo lo que hago está impulsado por mi deseo de honrar a Cristo. Para mí no es algo separado».
Sin embargo, debido al clima político estadounidense, Andrews afirma que ha sido difícil encontrar apoyo para la investigación relacionada con la diversidad. A principios de este año, pensaba solicitar una beca de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés). Cuando volvió a la página web de los NIH dos semanas después, la beca ya no aparecía.
Al igual que la familia de Andrews, los padres de Michael Shi están encantados y orgullosos de que trabaje en IA en Silicon Valley. Pero para Shi, de 31 años, el trabajo en este campo de vanguardia ha sido agotador y estresante. «No ha sido un lugar saludable desde el punto de vista físico, emocional y espiritual», dijo.
Su propia ira en momentos de tensión le ha sorprendido. En un proyecto de alto perfil, la frustración entre él y su equipo se intensificó, lo que provocó múltiples explosiones. El proyecto se retrasó y él sentía que la calidad del trabajo estaba por debajo de las expectativas. Mientras tanto, diferentes personas del equipo competían por el poder.
Shi dijo que gritó y dijo cosas duras a sus compañeros de trabajo. Ese incidente le hizo dudar de su fe. Se preguntaba por qué se sentía tan enfadado. ¿No debería Dios haberlo transformado más a estas alturas? Un cristiano no debería reaccionar así, pensaba.

Siente que sus amigos de la iglesia no pueden entender realmente lo que está pasando en su lugar de trabajo. No conoce a otros cristianos en IA. «No había estado dando mucha gracia a los demás porque no me había dado espacio para recibir la gracia del Señor», dijo. «Estoy empezando a darme cuenta de que las expectativas que pongo en mí mismo o que los demás ponen en mí no son las mismas que las expectativas que Dios tiene para mí. En última instancia, Dios se complace con mi fidelidad».
Intenta salir a pasear, lo que le aclara la mente. Asiste a las clases de su pastor sobre las disciplinas espirituales. Pero sabe que está agotado.
Por otro lado, Zhang, de Google DeepMind, no quiere que los ingenieros cristianos se preocupen tanto por el agotamiento que dejen de trabajar duro. «La tensión radica en que hemos sido llamados a la excelencia», dijo. En otra empresa que conoce, los cristianos tienen fama de ser perezosos. «Es difícil encontrar el equilibrio».
Una gran parte del creciente agotamiento se debe a que el auge de la IA se produjo poco después de la pandemia de COVID-19, que, según los jóvenes ingenieros, los aisló y borró los límites entre su vida laboral y personal.
Kucher, el ingeniero de IA que entró en el sector hace unos años, comenzó sus estudios de posgrado semanas antes de que se desatara la pandemia. Se sentaba solo en una habitación frente a las clases por Zoom y las ecuaciones matemáticas en su computadora portátil. El trabajo no paraba y era difícil encontrar asesores expertos. Ahora, en una empresa recién creada, dice que cada vez hay más «semanas malas» en el trabajo. «El ritmo es absolutamente frenético».
Al igual que otros ingenieros cristianos, Kucher entró en el sector porque quería crear algo que ayudara a la gente: algo que la gente utilizara a diario. Parte de su trabajo de posgrado consistió en mejorar las imágenes médicas mediante el aprendizaje automático.
Dejó una empresa cuando se sintió desilusionado por el producto que ofrecía, enfocado exclusivamente en los beneficios económicos. Ahora trabaja en una empresa en la que siente que está construyendo algo mejor. Ha pasado un año y medio programando una aplicación de chat que puede recopilar instantáneamente análisis de datos que a un humano le habrían llevado una semana. Pero no hay descanso a la vista para él. «Duele que las cosas que priorizo, como el ejercicio o el voluntariado en la iglesia, se vean erosionadas poco a poco, dependiendo de la semana que tengamos en el trabajo», afirma.
A pesar de intentarlo, no ha encontrado un mentor cristiano en el campo de la IA.
Kucher se recuerda a sí mismo que su identidad no es su trabajo. Lucha por tener tiempo para descansar. «Soy un hijo de Dios», se dice a sí mismo. «Soy valioso y digno, y estoy haciendo lo mejor que puedo».
Emily Belz es redactora sénior de Christianity Today.