Al pasar por la esquina de la mesa del comedor, oí a uno de mis hijos leer en voz alta El león, la bruja y el ropero, de C. S. Lewis. Me detuve y escuché, sabiendo lo mucho que significaban para mí los libros de Narnia. Estaba en medio de una frase, leyendo rápido y a punto de pasar al siguiente párrafo. Me acerqué a él y le dije: «Detente. Vuelve a leerlo. Es la frase más importante del libro».
No sé si siempre diré que es la frase más importante del libro, porque podría argumentar que hay al menos una docena de opciones. Pero diría que es la frase más importante para nosotros en este momento. Incitado por la Bruja Blanca y su gusto por los dulces turcos, Edmund había traicionado a sus hermanos, y después de todo un relato que llevaba al lector a despreciar al mocoso traidor, Aslan, el león legítimo gobernante de Narnia, aparece y lleva a Edmund, avergonzado y derrotado, de vuelta con los demás.
«Aquí está su hermano», dijo, «y no hay necesidad de hablarle sobre lo que ha pasado».
Cuando un joven cristiano en dificultades viene a verme, rara vez es porque quiera burlarse de la santidad de la ética bíblica, como podría haber ocurrido al principio de mi ministerio. Ahora, estos torturados jóvenes están realmente tratando de hacer lo mejor que pueden para caminar con Cristo: confesando sus pecados, luchando contra la tentación y buscando vivir la vida que Jesús querría que vivan.
Estos jóvenes cristianos a menudo asumen que los «verdaderos» discípulos pueden llevar un registro de su progreso en la santidad como se pueden contar las calorías en una aplicación para bajar de peso. En cambio, descubren que (como nos pasa a todos) cuanto más profundizan en el discipulado, más se dan cuenta de que su pecado es mucho peor de lo que pensaban. Muchos piensan que Dios está enojado con ellos, listo para decirles cuando se acerquen al trono de la gracia: «Vaya, vaya, mira quién se arrastra…».
El corazón puede creer y la boca puede confesar cosas que el sistema nervioso aún no siente. A veces, esa parte de nosotros, a pesar de todo lo que aprendemos los domingos, entra en pánico y quiere comportarse lo suficientemente bien como para merecer el amor de Dios. Esto puede hacer que Juan 3:16 se sienta como un narrador de un anuncio que dice en voz alta: «De tal manera amó Dios al mundo», mientras que en voz baja dice rápidamente: «Queda prohibido su uso para fines ajenos a los establecidos. Aplican restricciones».
Estos cristianos entonces dejan de orar, y a veces incluso detienen su alabanza y adoración hasta que logren «poner su vida en orden». Y, al igual que la adicción a la bebida, las drogas o los dulces turcos, la solución que creen encontrar solo empeora su problema. Muchos de ellos están abatidos, no solo por sus tropiezos actuales, sino también por la culpa de su pasado: las cosas que han hecho, las personas a las que han herido o las palabras que han dicho.
La imagen que Lewis presenta en la escena de Edmund da justo en el centro del problema. En primer lugar, Aslan habla con Edmund en voz baja, lejos de la multitud. Lewis escribe: «No es necesario decirte (y nadie lo oyó) lo que Aslan le dijo, pero fue una conversación que Edmund nunca olvidó».
Las palabras aquí se hacen eco de las palabras de Jesús después de la Resurrección en el jardín que se encontraba fuera de la tumba. Cuando Pedro todavía estaba angustiado por haber negado y abandonado a Jesús, el Señor le dijo a María Magdalena: «Ve a mis hermanos y diles: “Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes”» (Juan 20:17, NVI). Incluso después de su momento más bajo y fallido, Jesús no se avergonzó de llamarlos hermanos, de recordarles que Dios también era su Padre y que Él seguía siendo su Dios (Hebreos 2:11).
«Aquí está su hermano, y no hay necesidad de hablarle sobre lo que ha pasado». Si pudiéramos sentir el peso de esa gloria —de quién lo dice y por qué lo dice—, veríamos todo el mundo iluminado con las Buenas Nuevas. Aslan es un personaje ficticio, por supuesto, pero hay un León de Judá real, y tal vez quiera recordarnos una verdad que hemos olvidado, quizás justo cuando más la necesitamos.
Russell Moore es editor jefe de Christianity Today, donde dirige el Proyecto de Teología Pública.