Pastors

Pastor, no tienes que sufrir en silencio

Un pastor comparte su historia sobre la depresión y el colapso, así como el poder sanador de Cristo, la comunidad y la valentía.

CT Pastors April 28, 2025
© rob dobi / Getty Images

Hace unos años, me encontré en una situación que nunca hubiera imaginado: abrumado por la ansiedad, sumido en la depresión y desmoronándome en silencio bajo el peso de todo lo que estaba cargando sobre mis hombros.

Como pastor, sentía la presión constante de liderar bien, predicar con claridad, tomar decisiones acertadas y cuidar de los demás, y de hacer todo eso manteniendo una apariencia externa de fortaleza y estabilidad espiritual. Pero, bajo la superficie, me estaba derrumbando.

El ministerio puede parecer una tarea implacable. Nos enfrentamos al peso aplastante de nuestras propias expectativas, por no hablar de las expectativas —a menudo poco realistas— de aquellos a quienes servimos. A esto se suman los efectos en cadena de los retos posteriores al COVID-19, el aumento de la guerra espiritual y la creciente polarización de nuestra cultura, por lo que no es de extrañar que muchos de nosotros estemos cansados, desanimados y sufriendo en silencio.

Durante mucho tiempo, creí que estaba solo en esto. Pero ahora sé que no es así.

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De hecho, un estudio de Barna de 2023 reveló que «casi uno de cada cinco pastores protestantes en los Estados Unidos que ocupan puestos como pastor principal (18 %) [dijo] que había considerado la autolesión o el suicidio en el último año». Si imaginamos una población de 30 000 pastores principales, eso significa que 5400 de ellos han luchado seriamente con pensamientos de autolesión o suicidio, tan solo en el último año. Esa cifra debería obligarnos a hacer una pausa. 

Hay una crisis entre los pastores y los líderes de ministerio, y muchos de nosotros la estamos atravesando solos, en silencio, agobiados por la vergüenza, el miedo y la falsa creencia de que buscar ayuda es una muestra de debilidad.

Sin embargo, no tiene por qué ser así.

De la conversión al llamado

Cuando tenía 25 años, llegué a la fe en Cristo por medio de un estudio bíblico para empresarios al que me invitó un amigo. El Espíritu Santo cambió mi vida de una manera profunda. Sentí una nueva libertad del peso de las expectativas de los demás y de las mías propias. Sin embargo, aunque la salvación es inmediata, la santificación es un proceso que dura toda la vida. Incluso después de entregar mi vida a Cristo, continué luchando con la inseguridad y la necesidad de demostrar mi valía.

Después de cinco años en el mundo de los negocios, me inscribí en el seminario y comencé a servir en el ministerio vocacional a tiempo completo. Eso fue hace casi 30 años. He visto a Dios obrar de innumerables maneras, pero también he aprendido lo fácil que es, incluso como pastor, descuidar lo que ocurre bajo la superficie.

Las primeras grietas

Me resulta difícil precisar mi primer encuentro con la depresión. Cuando miro atrás, puedo ver señales que se remontan a la escuela secundaria. Crecí en un hogar amoroso, pero siempre me sentí más querido cuando me felicitaban por mis buenos resultados en los estudios y en el tenis. En algún momento, me creí la mentira de que mi valor dependía de mi rendimiento. Me esforcé por tener éxito en todos los ámbitos, con la esperanza de que eso me hiciera digno de ser amado, no solo por mi familia, sino por todos los que me rodeaban.

Poco después del seminario, me uní al personal de la iglesia Perimeter Church. Fue en aquellos primeros días cuando encontré un «bache» en el camino. Matt, mi jefe en aquel momento, se dio cuenta y me recomendó que buscara ayuda profesional. Seguí su consejo y me recetaron medicación. Durante muchos años, esto me ayudó a equilibrar mis luchas contra la depresión y la ansiedad. Sin embargo, las mentiras que creía sobre mi identidad, mi valía y mi valor seguían provocándome desánimo y vergüenza.

A principios de 2020, ese «bache» inicial dio paso a una espiral de depresión y ansiedad mucho más profunda que todo lo que había experimentado antes. Formaba parte del equipo directivo de Perimeter y lideraba un movimiento de iglesias en toda Atlanta. Cuanto más profunda era mi depresión, más creíbles se volvían las mentiras: 

«El movimiento no va bien y es culpa mía».

«Se supone que yo, como miembro sénior del equipo directivo ejecutivo de Perimeter, debería tener todo bajo control».

«¿Qué pensaría la gente de mí si supiera lo que realmente me está sucediendo?».

Empecé a compartir acerca de mi lucha con Matt, ya que nuestra relación se había hecho muy cercana a lo largo de más de 30 años de amistad. Un día, mientras almorzábamos sentados a la mesa, me miró y me dijo: «Estás pasando por un mal momento». Sabía que tenía razón.

Si Matt no me hubiera confrontado con amor, no sé cuánto tiempo más habría pasado sin buscar ayuda. En ese momento, tomó su teléfono y llamó a un terapeuta consejero que ambos conocíamos. Concertó una cita para que los tres nos reuniéramos esa misma tarde. Para mí, decir «realmente necesito ayuda» fue un pequeño paso de fe.

Tres días después, entré en una de nuestras reuniones de liderazgo ejecutivo en Perimeter acompañado por mi consejero y algunas notas preparadas. En mi mente, no estaba seguro de poder expresarme con coherencia. Confesé que necesitaba ayuda y que no podía seguir adelante sin un descanso. Admití que estaba funcionando a menos del 20 % de mi capacidad, y que estaba exhausto, desconcentrado y emocionalmente agotado. Me costaba tomar decisiones. Me quedaba mirando los correos electrónicos en la pantalla, incapaz de responder. A veces, ni siquiera podía expresarme con frases completas. Estaba sufriendo un colapso mental. Sería el primero de dos episodios en los años subsiguientes. En cada episodio, tuve que dejar de trabajar durante más de dos meses.

El punto de inflexión

Tenía miedo —y de verdad creía— que mi situación no mejoraría. Tenía miedo de perder mi trabajo y, lo que es más importante, temía no poder ser el esposo y el padre que había sido y que necesitaba ser.  

Con el tiempo, me he dado cuenta de que todos experimentamos ansiedad y depresión en mayor o menor medida. Algunos tienen experiencias más profundas como la mía. Pero si ese es tu caso, quiero que sepas que no estás solo.

El inicio de la sanidad

Cada vez que cuento mi historia, a menudo me preguntan: «¿Cómo te recuperaste?». Normalmente respondo con dos partes. Creo que la depresión y la ansiedad graves son problemas tanto físicos como espirituales. Somos unidades psicosomáticas —cuerpo y alma— y la Caída afecta a cada parte de nuestro ser, incluida nuestra composición física y química. En el aspecto físico, noté que los medicamentos que me recetaron tuvieron efectos positivos. No digo que la medicación sea para todo el mundo, pero para algunos puede ser de mucha ayuda.

No obstante, mi depresión y ansiedad también eran problemas espirituales: soy muy orgulloso, tengo inseguridades, y en ocasiones he basado mi identidad en cosas que revelan mi idolatría a obtener buenos resultados y la aprobación de los demás. Sin embargo, cuando confieso mi pecado y descanso en el poder transformador de la Palabra de Dios y de mi comunidad, puedo encontrar la victoria en el aspecto espiritual del problema. No entiendo completamente cómo todos los problemas físicos y espirituales se conectan para llevarme a donde he estado, pero Dios sí lo entiende. Todo esto es parte de su obra santificadora en mi vida. 

Durante mis dos colapsos, la sanación comenzó cuando volví a comprender el increíble amor de Jesús por mí. Él me encontró en los abismos más profundos de mi historia, en los lugares donde más vergüenza sentía, y me recordó que mi valía y mi valor no dependen de mi rendimiento ni de lo que los demás piensen de mí. ¡Todo se trata de Jesús! Lo que más necesitaba era saber que Él estaba conmigo en los momentos difíciles. Él me ama a través de mi familia y mis amigos, quienes han estado conmigo en mis momentos de mayor vulnerabilidad y me han amado en mis peores momentos.

Un versículo que sigue siendo mi ancla es 2 Corintios 12:9: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (NVI). Las debilidades no son desventajas. Es a través de nuestras debilidades que el Señor realiza algunas de sus obras más profundas en nosotros y a través de nosotros. 

Jesús me mostró que no estaba solo y que no tenía que sufrir solo. A través del evangelio y el poder del Espíritu Santo, me dio dos cosas que marcaron la diferencia: valentía y comunidad.

Valentía

No estás solo en esta batalla. No hace falta leer muchas biografías para descubrir que muchos líderes cristianos y pastores han luchado contra la depresión y la ansiedad: Martín Lutero, la madre Teresa, Charles Spurgeon y Martin Luther King Jr., por nombrar solo algunos. No debemos sentir vergüenza, y no hay condenación por atravesar estas luchas (Romanos 8:1).

El enemigo susurra:

«Debido a esta lucha, no eres digno de ser pastor».

«Si tu fe fuera más fuerte, no estarías pasando por esto».

«¿Cómo puedes dirigir esta iglesia o este ministerio si apenas puedes mantenerte en pie?».

Estas mentiras amplifican nuestros miedos y nos aíslan. Pero cuando comprendemos verdaderamente que nuestra identidad está en Cristo, se rompe el ciclo de la vergüenza. Cristo nos asegura que nuestras luchas no nos hacen menos pastores, menos líderes, menos cristianos, menos padres o menos cónyuges.

Sufrir en silencio no es la solución. Sé valiente y comparte con vulnerabilidad lo que estás atravesando a un amigo de confianza, un terapeuta u otro pastor. Comparte acerca de tu lucha contra la depresión, la ansiedad o lo que sea que estés pasando. Contárselo a alguien es fundamental. Por favor, no te quedes sufriendo en silencio. Encontrar aunque sea una persona de confianza que te acompañe puede convertirse en el punto de inflexión en tu camino para una recuperación y sanación completas.

Comunidad

Nos necesitamos unos a otros. No creo que hubiera superado estos episodios si no fuera por la comunidad que Dios puso a mi alrededor. Yo la llamo mi «equipo» y está formada por: 

  • Mi familia: mi esposa, Leigh Ann, y nuestros hijos. Leigh Ann ha sido un apoyo increíble y constante durante estos momentos. Ella asumió su parte de la carga, interviniendo para liderar y tomar decisiones en momentos en los que yo simplemente no podía. Ella también sufrió de formas que la mayoría de la gente nunca vio.
  • Profesionales:
    • Un terapeuta consejero: necesitaba alguien con quien hablar y un lugar seguro para procesar los pensamientos negativos y poco saludables que abrumaban mi mente. 
    • Un psiquiatra: como mencioné anteriormente, no todas las personas que padecen depresión o ansiedad necesitan medicación, pero algunas sí. Sé que yo la necesito porque he visto la gran diferencia que supone para mí. No acudí a un psiquiatra hasta mi primer colapso, y ojalá lo hubiera hecho mucho antes. La medicación puede ayudarnos a combatir los síntomas físicos mientras seguimos luchando en el frente espiritual y mental.
  • Mi iglesia y los líderes de mi iglesia: estoy increíblemente agradecido de formar parte de una iglesia y de un equipo de liderazgo que respondieron con gracia y compasión durante estos momentos difíciles. Estuvieron dispuestos a hacer sacrificios por mí y les estoy profundamente agradecido. Sé que no todos los pastores tienen ese tipo de apoyo, pero así como el Señor proveyó para mí, también puede proveer para ti, aunque sea de una manera diferente.
  • Un grupo de hermanos: este puede ser el ingrediente que falta para muchos. Yo tengo a mi «único», Matt, que ha pasado innumerables horas conmigo durante estos momentos. También tengo otros «grupos de hermanos», amigos de muchos años de diferentes etapas de mi vida, así como un grupo de pastores con los que me reúno regularmente desde hace años. Nos llamamos «hermanos». A lo largo de los años, nos hemos elegido unos a otros por encima de nuestras diferencias, apoyándonos en los momentos difíciles con vulnerabilidad y caminando juntos en el evangelio. Hemos atravesado todo tipo de crisis juntos a lo largo de los años. Un grupo de hermanos no se forma en un día, pero puede empezar con que tú te acerques a un amigo o un pastor.

No tienes que enfrentar esta batalla solo, así que no sufras en silencio. Con la fuerza de Dios, sé valiente. Comparte la verdad sobre lo que estás viviendo y comienza a construir una comunidad a tu alrededor. Servimos a un Dios amoroso y todopoderoso que es generoso para proveer. Puede que Él obre de manera diferente a como obró en mi caso, pero el resultado puede ser igual de real. Después de todo, servimos al mismo Rey fiel.

Otros pasos prácticos

Si estás pasando por dificultades, no tienes que atravesarlas solo. Estos son algunos pasos a seguir para ser sanado y buscar apoyo:

1. Acércate a un compañero pastor.

A veces, todo lo que se necesita es un amigo de confianza para tomar el camino correcto. Empieza con alguien que ya conozcas, como un pastor local o un líder de ministerio.

2. Busca un terapeuta cristiano o un psiquiatra.

No te desanimes si te lleva tiempo encontrar a la persona adecuada. Sigue adelante. Vale la pena el esfuerzo.

  • Referencias locales: pregunta a otros pastores, miembros de la iglesia o redes denominacionales.
  • Opción en línea: en Estados Unidos, Global Counseling Network es un grupo de consejeros certificados que ofrece consejería cristiana en línea para pastores.

3. Busca centros de retiro para pastores.

Hay espacios diseñados para que descanses y te recuperes. Pídele a tu consejero o a otras personas que conozcas que te recomienden algunos lugares de confianza.

Dondequiera que empieces, da un paso. No tienes que hacerlo todo a la vez, solo debes comenzar con algo específico. Confío en que el mismo Dios que me sostuvo será fiel para encontrarte y ayudarte a ti también.

Chip Sweney forma parte del equipo de liderazgo ejecutivo de Perimeter Church, donde ha sido pastor durante casi treinta años. También es director ejecutivo de la iniciativa Greater Atlanta Transformation, que dirige los esfuerzos de  alcance de la iglesia Perimeter en toda el área metropolitana de Atlanta.

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