Church Life

El asombro de la Navidad nos invita a acercarnos

La encarnación de la Navidad puede cambiar nuestra perspectiva.

Christianity Today November 30, 2024
Illustración por Sandra Rilova

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Lee Marcos 10:13–16

Mis suegros viven en un terreno de tres acres al oeste de Nueva York. Detrás de su casa corre un arroyo en el que mi esposa y sus hermanos recuerdan haber jugado de niños. Sus risas resuenan ahora con las carcajadas de nuestros hijos. Hileras de árboles de hoja perenne bordean la propiedad, envolviendo los altibajos y los matices de la vida familiar. Una noche de invierno, mientras paseaba entre la nieve amontonada sobre las ramas y sobre el camino, mi mente vagó hacia una visión de la «era venidera». Mientras millones de copos de nieve caían a mi alrededor, con su expresión única de la sabiduría creadora de Dios, volví a sentir asombro.

La palabra del latín inspirare, fuente de la palabra inspiración, se traduce literalmente como «soplar». En la pausa entre nuestras respiraciones, de vez en cuando somos llevados a un lugar de inspiración donde podemos observar lo que antes estaba oculto para nosotros y, ahí, nuestros ojos vislumbran algo nuevo que un día será revelado.

Al ver las cosas a través de los ojos de los niños, es evidente que la inspiración y el asombro son parte de la postura original del alma humana. Como dice Jesús: «Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él» (Marcos 10:15). El poeta Dylan Thomas lo expresó de esta manera: «Niños mirando las estrellas con asombro / Ese es el objetivo y el fin» [traducción propia]. Como adultos maduros y comedidos, a menudo nos encontramos descuidando el asombro cotidiano y conservándolo como una respuesta más propia ante lo más grandioso y palaciego. Al compartimentar nuestra vida cotidiana, podemos perder fácilmente ese sentido de humildad y disponibilidad que les permite a los niños relacionarse con el mundo que los rodea con asombro. Si no tenemos cuidado, nuestro orgullo, pragmatismo y autodependencia pueden despojarnos de la esencia que nos hace más humanos, haciendo que cerremos los ojos a las maravillas que los niños ven con tanta facilidad.

La historia de la encarnación de Dios nos invita a adoptar una actitud de asombro como la de un niño. En medio de las presuposiciones acerca de un nacimiento propio de un rey, Cristo nace en circunstancias poco memorables. Al igual que los que esperaban al Mesías en aquella época, nuestros ojos modernos habrían pasado por alto Belén en favor de Jerusalén. Habríamos ignorado a los pastores de las laderas de la misma manera en que ignoramos a los mendigos de las calles, buscando en su lugar la esperada grandeza de la gloria. Sin embargo, cuando llegamos a la escena del niño acostado en el pesebre, encontramos el epítome del asombro. Dios redirige nuestra mirada hacia lo humilde y maravilloso, saliendo al encuentro de la humanidad de la manera más mundana. La Encarnación nos recuerda que, cuando nos detenemos, nuestra capacidad de asombro ya no depende de la magnitud, sino que está disponible en la monotonía.

Cuando nos reunimos con nuestros seres queridos y comienza la temporada de las luces y las velas, las campanas de trineo y la natividad, es bueno contemplar lo elemental, contemplar con asombro una noche clara, deleitarse con el sabor de los pasteles recién horneados, reír al son de los niños jugando y abrir la puerta de la fe infantil que solo el asombro puede abrir. No solo encontramos a Cristo allí, sino que lo encontramos invitándonos a compartir su manera de ver el mundo que ha creado.

Isaac Gay es un artista, líder de alabanza y escritor que navega en el cruce de la creatividad, la espiritualidad y el pensamiento contemporáneo.

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