Antes de los Juegos Olímpicos de París 2024, Thomas Jolly parecía seguro de lo que había preparado para las largas ceremonias de inauguración y clausura. El director artístico no dio a conocer los detalles de las actuaciones que había estado planeando durante dos años, pero en los días previos a los Juegos reveló que anticipaba que el espectáculo sería «muy significativo para los artistas» que actuarían. [Los enlaces redirigen a contenidos en inglés].
Ahora, con la ceremonia inaugural a sus espaldas, a Jolly no le queda más remedio que defender su visión.
Un segmento ha suscitado especial controversia: un retablo de activistas LGBTQ, artistas drag y bailarines lascivos sobre el que muchos espectadores interpretaron que recreaba sutilmente La última cena de Leonardo da Vinci. «Mi deseo no es ser subversivo, ni burlarme, ni escandalizar», dijo Jolly en respuesta al alboroto. «Más que nada, quería enviar un mensaje de amor, un mensaje de inclusión, y en absoluto causar división». Y sin embargo, la escena ha causado división, recibida con desdén por quienes la vieron como una parodia burlona de Cristo y sus discípulos.
Hay una gran disparidad entre lo que Jolly afirma que fueron sus intenciones artísticas y la forma en que su arte fue percibida.
Yo, como artista y director artístico en Christianity Today, batallo constantemente con lo que las imágenes comunican. Cuando reviso las propuestas de nuestros artistas colaboradores, evalúo no solo la ejecución técnica de sus imágenes, sino también cómo nuestros lectores podrían interpretar su significado. En una libreta, escribo notas y esbozo ideas mientras busco la forma correcta de transmitir una idea sin palabras. ¿Debe ser evidente el simbolismo? ¿Esta escena merece matices y ambigüedad? ¿Cómo podría el uso del color o de las formas ofrecer una nueva perspectiva?
En todo mi trabajo creativo, tengo intenciones con respecto a lo que deseo transmitir. Y luego miro hacia el futuro, intentando anticipar cómo esas intenciones serán percibidas en realidad.
Todos los creadores están sujetos a su público, ya sea la forma en que el lector percibe una novela, el oyente escucha un disco o el visitante de un museo entiende y experimenta su obra. El arte no existe de forma aislada: siempre es comunitaria. Y eso es una bendición, no una maldición. En el momento en que contamos una historia, lanzamos una canción o representamos una obra de teatro, ya no es exclusivamente nuestra. Esta es la hermosa, maravillosa y arriesgada forma en que todo arte es una colaboración entre el artista y el resto del mundo.
Al defender la polémica actuación olímpica, Jolly explica que sus intenciones eran distintas de la ofensa que se llevaron algunos espectadores. En otras palabras, argumenta, no es culpa suya. El público ofendido no interpretó correctamente su arte.
Jolly sostiene que la escena no está inspirada en Da Vinci, sino en Le Festin des Dieux (El festín de los dioses), un cuadro de Jan van Bijlert que representa un banquete en el Monte Olimpo. Apolo, el dios del sol, está de frente al espectador; Dioniso, desnudo, come uvas en primer plano. Es bastante plausible que esta obra haya sido su verdadera inspiración.
Pero esa respuesta («No interpretaste correctamente mi arte») no absuelve al artista. Ese tipo de respuesta es perezosa y pretenciosa. Procede de un ego que asume que la perspectiva del artista es la única lectura adecuada de lo que se ha comunicado.
Al culpar al espectador de una interpretación errónea, el artista afirma que su intención prevalece sobre lo que su obra ha comunicado. Niega la realidad objetiva de cómo se sitúa su arte en el tiempo y el espacio, su contexto en la historia y la cultura.
Como dijo un historiador del arte y profesor emérito a The New York Times: «La idea de la figura central con un halo y un grupo de seguidores a ambos lados es tan típica de la iconografía de La última cena que leerla de otro modo sería un poco temerario».
Nuestras intenciones importan, pero no garantizan cómo reaccionarán los demás. Cuando Pablo advierte: «No den lugar a que se hable mal del bien que ustedes practican», no ordena a los romanos que se defiendan (Romanos 14:16). Les dice que cambien sus acciones, a fin de «no poner tropiezos ni obstáculos al hermano» (v. 13).
Nuestras intenciones no definen la realidad. Somos responsables de formar cuidadosamente nuestras creaciones. Y debemos ser lo bastante humildes para reconocer cuando no hemos acertado.
Los artistas son personas muy perspicaces. Como director artístico, Jolly debe haber considerado cuidadosamente las implicaciones de cada detalle de esta representación. No tener en cuenta las percepciones de 2000 millones de cristianos de todo el mundo fue, como mínimo, un descuido, y muy posiblemente una indiferencia intencionada.
A veces el arte debe ser escandalosa y provocadora. El arte debe llamar la atención y trastornar las suposiciones por buenas razones. Pero Jolly dice que ese no era su objetivo. Si pretendía comunicar inclusión, lo hizo por medio de la exclusión de cristianos y grupos religiosos que terminaron consternados por la representación. Al final, el mensaje que quería comunicar solo fue recibido de esa manera por una parte de los espectadores.
Así que los cristianos no se equivocan al sentirse ofendidos. Sin embargo, lo que hacemos con nuestra ofensa también importa.
Tanto si Jolly y los artistas en escena se arriesgaron, como si intencionalmente aprovecharon la oportunidad de escandalizar, es comprensible que los cristianos encuentren particularmente áspera una puesta en escena que recuerda a La última cena. Pero, más allá de las decisiones artísticas descuidadas, ¿debería sorprenderse la Iglesia por una afrenta como ésta, y eso por no mencionar la obscenidad del resto de la ceremonia inaugural?
En medio de un debate sobre la inmoralidad, Pablo le dice a la iglesia de Corinto que no pueden aislarse de la pecaminosidad de la sociedad secular. Tendrían que apartarse del mundo mismo para lograr tal inoculación (1 Corintios 5:10). Sí, deberían esforzarse por proteger la integridad del cuerpo de la iglesia, como deberíamos hacer nosotros también. Si hay alguien dentro de la iglesia que se niega a apartarse de su pecaminosidad, Pablo exhorta a los corintios a que no se relacionen con esa persona, a fin de mantener una norma moral dentro de su comunidad.
Pero esta no es la norma que Pablo espera de aquellos que están en el mundo y fuera de la Iglesia. Les recuerda a los corintios que solo a Dios le corresponde juzgar a «los de fuera», no a ellos, incluso en el contexto del pecado sexual más escandaloso (1 Corintios 5:13). Al parecer, la iglesia corintia se había distanciado del mundo, evitando cualquier interacción con los no creyentes de la ciudad de Corinto. Pero Pablo les dice que eso no está bien.
Este es el mismo patrón que llevó a los fariseos a cuestionar a Jesús por compartir la mesa con los recaudadores de impuestos (Mateo 9:10-13). ¿Compartiría Jesús la mesa con travestis, o con gente que podría ridiculizar a la Iglesia y sus símbolos sagrados? No debemos dudar de que lo habría hecho, ni de que nos llama a hacer lo mismo.
Tampoco deberíamos dudar de que Jesús llama a todos los pecadores al arrepentimiento. Su respuesta al pecado no fue rechazar o condenar, sino proclamar su perdón e invitar a la gente a seguirlo. Y esta sigue siendo su invitación para todos.
No debemos esperar que los no creyentes comprendan o respeten la solemnidad de una escena como la de la Última Cena. No debería sorprendernos la obscenidad de las representaciones en toda la ceremonia inaugural. Pero tampoco debemos permanecer indiferentes. Nuestra reacción debería ser de dolor y compasión. Nuestro mundo está caído. Nosotros también estamos caídos, y somos afortunados de haber escuchado y recibido la obra redentora de Jesús.
Y así, como un artista reflexivo que se debate sobre las implicaciones de su obra, debemos considerar lo que comunican nuestras acciones. ¿Cuál es nuestro mensaje? Cuando los cristianos condenamos y boicoteamos públicamente los Juegos Olímpicos en respuesta a la ceremonia de apertura, difícilmente transmitimos nuestra convicción de que Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores.
Y cuando Barbara Butch, la DJ en el centro de la actuación del retablo, recibe amenazas de muerte y acoso después de su actuación, nuestro silencio sobre la santidad de su vida, como alguien que también fue hecho a imagen de Dios, tiene mucho significado.
En vez de esto, ¿podríamos compartir la mesa? ¿Y quizás dar un paseo por los pasillos de un museo conversando acerca de lo que las obras en las paredes parecen comunicar? En ese precioso espacio compartido, podemos expresar cómo nuestra fe está en una esperanza que no nos avergüenza. No importa qué tanto seamos ridiculizados, nada supera el amor real que ha sido derramado en nuestros corazones por la gracia de Dios (Romanos 5:5).
Jared Boggess es el director de arte de CT.