Church Life

Cuando las iglesias se convierten en mafias

El reporte reciente de abusos de la SBC muestra que las iglesias a menudo priorizan la unidad tribal y su propia seguridad sobre la verdad.

Christianity Today June 21, 2022
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons / cyano66 / Getty

Este artículo fue adaptado del boletín de Russell Moore. Suscríbase aquí. [Los enlaces redirigen a contenido en inglés].

Si alguna vez quiere hacer algo lindo por mí, por favor no me envíe flores.

Si viera un ramo frente a mi puerta, muy probablemente tendría una respuesta suprarrenal refleja. Eso se debe a que por años, en el contexto de mi iglesia Bautista del Sur, se solía decir que había un líder en la denominación (que se creía una especie de líder partidista o incluso un obispo) que enviaba un ramo de flores con nada más que una tarjeta con su nombre a quienes habían hecho algo que no le parecía. Las flores significaban algo como «estás muerto para mí», «sé lo que hiciste» o algo parecido.

La primera vez que escuché esto, me detuve y pensé: «Espera, esto se parece a la mafia».

Debo aclarar que no sé cuántas personas recibieron las famosas flores. Cuando los jóvenes preguntaban al respecto, el líder se sonreía y miraba hacia otro lado. Tal vez la leyenda fue siempre más grande que la realidad. Pero la leyenda es más que suficiente para crear miedo e intimidación.

Y detrás de la leyenda está la realidad completa. Esa a la que el resto del mundo puede ahora echar un vistazo, después de que la publicación [enlace en español] de una investigación independiente describiera una cultura de encubrimiento, represalias y obstrucción por parte del Comité Ejecutivo de la Convención Bautista del Sur (SBC, por sus siglas en inglés) en materia de abuso sexual en la iglesia, así como de los supervivientes de abuso sexual, y los defensores y denunciantes que los apoyaron.

Desde entonces, muchas personas ajenas a la denominación que han estado viendo los procedimientos oficiales me han llamado o enviado mensajes describiendo, palabras más, palabras menos, lo escalofriante que encuentran la amabilidad sureña —con todos llamándose mutuamente «hermano fulanito»— dadas las circunstancias.

A algunas de ellas les pasé el tuit del periodista en materia de religión Bob Smietana [enlace en inglés]: «Para aquellos que son nuevos en cuanto a la política de la SBC. Hay muchas cosas detrás cuando las personas se llaman unos a otros “hermano”, cuando dicen que quieren “cambiar de dirección” o cuando le dicen a alguien “te aprecio”. De frente todo es “Dios te bendiga”, la Biblia y el manual de orden y comportamiento, pero por detrás, hay puñaladas traperas».

Puñaladas, sí. Y también ramos de flores.

No se trata solo de que una mafia de Mayberry pueda esconder tácticas habituales de obstrucción política detrás de la retórica melosa de «querido hermano» y cosas así, sino también de que este tipo de gente, muy a menudo, se aprovecha de que otros priorizan genuinamente la «unidad», la «cooperación» y el «amor filial».

Unos meses después de que salí de la denominación, un reportero me detuvo cuando estaba defendiendo a los bautistas del sur por algún motivo y me preguntó por qué lo hacía, a lo cual le respondí: «Porque los amo y el 90 % de ellos son gente increíble». Él me respondió: «Creo que las matemáticas no son tu fuerte». Tal vez haya habido algo de Síndrome de Estocolmo detrás de mis palabras, como él quiso dar a entender. Tal vez soy alguien que no puede permitirse pensar de otra manera.

Tal vez. Pero mi afirmación es verdadera, aunque quizá no sea del todo correcta matemáticamente hablando. Hay muchas buenas personas en sus bancas. La gran mayoría de ellos nunca hubieran imaginado que alguien usaría tácticas de la mafia en su nombre y sobretodo, nunca hubieran tolerado el maltrato de los supervivientes de abuso sexual en el nombre de Jesús.

Aún lo creo. Pero no importa si la gente no reconoce que detrás de bambalinas todo se maneja al estilo de la mafia, o si no entienden cómo funciona.

El primer medio por medio del cual opera es el miedo al exilio. Las flores en tu puerta —ya sean literales o metafóricas— no son una amenaza de asesinato. Son una amenaza de expulsión de la tribu, de marginar a alguien a tal punto que todos los que escuchen sientan la amenaza de exilio pendiendo sobre ellos.

Esto funciona de forma mucho más efectiva en las iglesias locales. Si un superviviente se revela como tal y habla de su experiencia, se le puede decir que está dividiendo a la congregación y entorpeciendo el testimonio de la iglesia. Quienes estén de su lado muy pronto serán llamados «generadores de controversia». A partir de allí, la gente encuentra otras maneras (más populares) de mostrarle a los demás que quienes buscan una reforma no son realmente «uno de nosotros».

Rob Downen, el periodista del Houston Chronicle que exhibió la crisis de abuso sexual en la SBC, detalló en un muy perspicaz hilo de Twitter el contexto de la crisis actual, incluyendo el uso de términos como «Teoría crítica de la raza» (CRT, por sus siglas en inglés) para demonizar a quienes son considerados muy «liberales».

De hecho, el sociólogo Ryan Burge demostró con las estadísticas de análisis de búsquedas de Google que CTR generó una controversia en la SBC dos años antes de que el concepto se visibilizara en las guerras culturales de los Estados Unidos. Hubiera sido más fácil encontrar a un hombre bautista del sur vegano en un desayuno de oración que a alguien que fuera bautista del sur y creyera en la teoría crítica de la raza. Pero es precisamente por eso que la táctica es tan efectiva.

Imaginen que en una congregación local, el hermano Tommy, uno de los diáconos, dice: «Escucha, Oh Israel, el Señor nuestro Dios, uno es». Un grupo de personas comienza a expresar su «preocupación» por el unitarismo del hermano Tommy. Ellos empiezan a compartir enlaces de wikipedia sobre qué es el unitarismo y cómo es una herejía que no llevará a nada bueno.

Incluso, puede que contraten a un ateo para decir que, efectivamente, el hermano Tommy es un unitario y eso no es compatible con la doctrina cristiana (tal vez fui muy lejos con esto último, pero dado que solo es una parábola, sigamos con ella).

El hermano Tommy está de acuerdo en que el unitarismo es una herejía; él es un firme creyente en la Trinidad. En su oración, él estaba citando un versículo de Deuteronomio 6, el cuál está en armonía total con la doctrina de la Trinidad. Cuando la iglesia comienza a decir que está preocupada por el unitarismo que está surgiendo en su iglesia, el hermano Tommy es tomado por sorpresa.

Él no está defendiendo el unitarianismo: él lo odia. Y eso no existe en esa iglesia. De hecho, él sabe que lo que sí está surgiendo es politeísmo. Pero si él trae a colación la Sociedad Politeísta que se ha venido reuniendo todos los miércoles, se le dice que «deje de ser divisivo».

Cuando él subraya el peligro de los postes de Asera que algunas personas quieren poner en el bazar de la iglesia, se le pide que deje de «traer división». Cuando él cita Deuteronomio 6 se le dice que se «olvide de la política y que se limite a predicar el evangelio». De esta manera, para acabar con el unitarismo (que nunca fue un problema real en esa iglesia en ese momento), el hermano Tommy tiene que explicar primero cómo es que Deuteronomio 6 no defiende el unitarianismo.

Entonces, las personas que pueden ver lo que hay detrás de todo esto —quienes han conocido al hermano Tommy por años y saben que no hay ningún unitario siquiera cerca de la iglesia— comienzan a hablar de cómo están «tomando una posición contra el unitarismo», con la esperanza de acallar a las multitudes y mantener una buena relación con los que están acusando a otros falsamente de unitarismo, porque, ¿qué más puede hacer uno?

Al final, el hermano Tommy es considerado demasiado «tóxico» como para tenerlo cerca, nadie está prestando ni un ápice de atención a la Sociedad Politeísta que acaba de colocar otra estatua de Zeus, y todavía no hay ni un solo unitario a la vista. Y tal vez algunas de las personas que creen en Deuteronomio —después de que se les haya dicho que ese libro defiende el «unitarismo»— podrían realmente convertirse en unitarios.

Es un laberinto de confusión. Si, además de todo eso, también les suceden cosas muy malas a personas vulnerables, bueno, ¿quién tiene tiempo para hablar de eso? Al menos los llamados «unitarios» han sido derrotados.

En un contexto eclesiástico, cualquier tipo de reforma sobre cuestiones reales puede resultar difícil porque esas cuestiones no pueden ser abordadas ni por los de dentro ni por los de fuera.

A los que se queden se les dirá —en especial si tienen un cargo en la iglesia— que no pueden mostrar deslealtad tratando de «destruirlo todo». Así que a menudo intentan el lento proceso de trabajar «a través del sistema», tratando de hacer todo de la «manera correcta» porque, si no lo hacen, eso —y no el abuso— se convertirá en el problema.

A menudo se encuentran con un obstáculo tras otro, viéndose obligados a luchar en otros quince frentes diferentes —a menudo en contra de cuestiones imaginarias o exageradas— para que luego los demás puedan decir: «Ves, siempre están intentando causar problemas».

Después de cada intento bloqueado, se les dirá: «Tengan paciencia. Confíen en el proceso. No queremos ninguna “opinión controversial” con respecto a este problema tan nuevo y repentino que descubrimos hace apenas veinte años». Detrás de todo eso habrá un llamado a la responsabilidad: «Ustedes son líderes de esta iglesia y no pueden fomentar la división. No podemos arreglar esto en el caos. Tienen que respetar a los otros líderes y superar esto».

Cuando no ocurre nada —y quienes piden la reforma sufren tantas puñaladas y obstáculos, acompañados a menudo de gaslighting, chantaje y guerra psicológica— puede que intenten hablar directo con la congregación, en los términos más educados, para anunciar que hay un problema. Y cuando la gente sigue ignorándolo, entonces tal vez se aventuren a decir explícitamente lo que han experimentado.

Pero saben que entonces el problema será la «manera» en que trataron el asunto. No deberían haberlo hecho así. Si lo dicen públicamente, se les dirá que están «destruyéndolo todo para hundir a todos junto con ellos». Si lo dicen en privado a los líderes, y otros se enteran, se les acusará de decirlo en privado sabiendo que al final se haría público.

En ese momento —después de que muchos de sus amigos y mentores finjan no conocer siquiera a los «alborotadores»— pueden concluir que simplemente no hay nada que puedan hacer. Y entonces, se irán.

Ahora, las personas que antes decían que sería inapropiado hablar porque tenían responsabilidades dentro de la iglesia, ahora les dicen que es inapropiado hablar porque están fuera. «Tú te fuiste; no tienes derecho a opinar sobre esto» o «Decir algo sobre esto sería como exclamar “te lo dije” y eso sería inapropiado». Esto puede ocurrir incluso después de que se demuestre que lo que han dicho es cierto.

Si esto le pasa a la gente con poder en una congregación, ¿cuánto peor será para quienes sufren los crímenes o los abusos, que no tienen ni voz ni poder? Uno de ellos podría ver lo que les ocurre a quienes intentan llamar la atención sobre la mafia que da poder al problema y concluir que nunca tendrá una oportunidad de salir victorioso. Incluso podría empezar a creer que los abusadores y sus protectores tienen razón y que él o ella es impío, satánico o «loco».

Y así, el mensaje que se proyecta al resto de la comunidad es: «No quieres ser ese tipo» o «No quieres ser como ella».

Este no es un problema exclusivo de los bautistas del sur. Puede ocurrir en cualquier iglesia, en cualquier congregación, en cualquier institución. En la vida de los bautistas del sur funciona bien porque ser bautista, es decir, pertenecer a los bautistas, es parte de lo que se nos enseñó desde que nacimos. Pero esto puede ocurrir en cualquier lugar.

El primer paso para conseguir algún tipo de justicia para cualquier persona es romper el poder del miedo al exilio. Y eso es difícil de hacer. Pero, con el tiempo, la gente empezará a distinguir la diferencia entre «convicción» y amenazas mafiosas, entre «resurgimiento» y política del poder, entre predicación y demagogia, entre cortesía y complicidad.

Hace casi 30 años, escuché varios buenos sermones de varias personas que hacían referencia a la advertencia de Elton Trueblood sobre una iglesia de «flores cortadas», en la que un ramo en un jarrón puede parecer vivo y encantador, pero cuando se separa de la raíz, solo tiene la apariencia de vida. Eso es cierto. Y no solo aplica a las personas que pierden su fe por el liberalismo, sino a quienes se alejan de Cristo por cualquier motivo. En cualquier contexto, las mafias, ya sean reales o metafóricas, solo funcionan si lo único que importa es la seguridad y el sentido de pertenencia.

Las flores solo pueden asustarte hasta que te das cuenta que han estado muertas todo el tiempo.

Russell Moore dirige el Proyecto de Public Theology de Christianity Today.

Traducción por Hilda Moreno Bonilla.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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