Las mujeres cristianas a lo largo de los siglos nos han servido como una «nube de testigos», y sus historias de fe siguen siendo relevantes hoy. Estas ocho mujeres ejemplificaron la bondad, la verdad y la belleza en medio de las dificultades, las dudas y el sufrimiento, y encontraron la fortaleza para hacerlo a través de la oración. Sus prácticas de oración pueden brindar nueva vida y significado a nuestra comunicación con Dios.
Vibia Perpetua: amor valiente
Perpetua (c. 182-203) creció en una familia romana de Cartago cuando Túnez estaba bajo el Imperio romano. En el culto del Imperio era ilegal cambiar su fe por el cristianismo. Sin embargo, en el momento de su arresto, Perpetua era una catecúmena devota, es decir, una joven creyente que estaba realizando la formación previa al bautismo. Como parte de su instrucción formal en las enseñanzas cristianas, es posible que hubiera leído De oratione [Sobre la oración] de su contemporáneo Tertuliano, teólogo norafricano que hacía énfasis en depositar la esperanza en Dios. Después de varios días de arresto domiciliario con sus compañeros, Perpetua fue bautizada. Poco después, ella y otros catecúmenos fueron llevados a prisión. Pasión de las santas Perpetua y Felicidad, uno de los textos cristianos más antiguos, describe cómo Perpetua y su compañera de prisiones, Felicidad, «derramaron sus oraciones ante el Señor» en los días que precedieron a su ejecución. A la edad de veintidós años, Perpetua murió como mártir al ser arrollada por un toro salvaje y asesinada a espada en un teatro romano lleno de espectadores. El mismo texto registra el clamor de Perpetua en el momento de su muerte: «Permanezcan en la fe y ámense unos a otros». Durante siglos, las comunidades cristianas de Cartago leyeron sus escritos cada año y se sintieron animados por el sacrificio de su amor.
Para Perpetua, la oración era un acto de amor valiente, un modo de amar a los demás como una madre cuidaría de su hijo. Mientras estaba en la oscura y abarrotada prisión esperando su ejecución, tuvo que enfrentarse al miedo y a la ansiedad, a sus lazos familiares y, especialmente, a su cariño por su hijo aún lactante. En Perpetua’s Passion [La pasión de Perpetua], Joyce Salisbury explica que, incluso estando encarcelada, Perpetua cuidó de los demás a través de sus oraciones, «reclamando un nuevo rol maternal después de haber renunciado al antiguo». La vida interior de oración de Perpetua también transformó su horrible muerte en un extraordinario testimonio externo del sufrimiento de Cristo y de la comunidad cristiana. La oración llevó a Perpetua por las puertas de la vida.
Casiana: misericordia ilimitada
Casiana (c. 805-c. 865) fue la primera compositora de himnos litúrgicos en Bizancio. Nacida en una familia aristocrática en Constantinopla (hoy Estambul), Casiana estudió las Escrituras y los textos griegos clásicos. Vivió durante el primer periodo iconoclasta, durante el cual se destruyeron deliberadamente imágenes cristianas. Casiana era una iconófila que creía que los íconos ayudaban a la oración y eran ventanas para el misterio divino de Dios. Debido a esta creencia, recibió azotes. Junto a otras legas y monjas devotas, Casiana visitaba regularmente a los exiliados y reconfortaba a los que sufrían. Más tarde se convirtió en abadesa de un convento y cultivó una vida dedicada a la caridad.
Para Casiana, la oración nos conecta con la misericordia ilimitada de Dios. Como la poeta inspirada y excepcional que era, oraba a través de la música. Más de 800 de sus himnos y de versos no litúrgicos han sobrevivido. Su obra más conocida, el Himno de Casiana, está basado en Lucas 7:36-50. En este himno, Casiana nos invita a participar en la desesperación de la mujer que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas y lo ungió con perfume. Los versos dicen: «Acepta la fuente de mis lágrimas… sin medida es tu misericordia». La oración expone la pena de nuestros corazones a la misericordia de Dios. En Holy Mothers of Orthodoxy [Santas madres de la ortodoxia] Eva Catafygiotu Topping estudia el himno de Casiana: «Las oraciones [de la mujer pecadora], que comienzan con un grito de desespero y culpa, terminan con una declaración de fe y esperanza. El himno, que comienza con la imagen de un alma perdida, termina con la imagen de un alma redimida por la infinita misericordia amorosa de Dios». La oración no es solo nuestro esfuerzo humano por acercarnos a Dios: también es la manera que Dios tiene de extender sus manos hacia nosotros.
Santa Teresa de Jesús: un huerto floreciente
Santa Teresa de Jesús, o Teresa de Ávila (1515-1582) fue una monja carmelita española mística e importante teóloga. Teresa creció en una familia cristiana y estudió en una escuela monacal agustiniana. En su autobiografía, El libro de la vida de Santa Teresa de Jesús, ella describe su vanidad de adolescente y cómo las buenas amistades reavivaron el fuego de su virtud. A la edad de veinte años entró en un convento. Sus muchas lecturas y su devoción la impulsaron a imitar a Cristo. Entre 1563 y 1568, Teresa solamente oró y escribió en reclusión. Pasó a fundar conventos y monasterios y reformó la orden carmelita tanto para monjas como para monjes. A pesar de enfrentar oposición de los líderes religiosos debido a sus reformas, Teresa sintió el consuelo y la paz de Dios. En su libro Camino de perfección, nos insta a imaginar al Dios amoroso a nuestro lado como un amigo.
Si nuestras vidas son como huertos, el ejemplo de Teresa nos recuerda que la oración es como el agua y el sol que alimentan nuestro crecimiento. Teresa anima a los creyentes a emular a Dios, quien es el jardinero que cultiva los jardines de nuestra vida: «Hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se marchiten, sino que vengan a echar flores que den de sí olor fragante para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a gozarse entre estas virtudes». La analogía del jardín de Teresa nos recuerda cuando Jesús le pidió a la mujer samaritana en el pozo que sacara agua para darle de beber. No solo somos recipientes del agua de vida de Dios: somos llamados a ser participantes activos. En la oración, nos recuerda Teresa, somos jardineros junto con Dios, participando de nuestro propio crecimiento espiritual.
Candida Xu: servicio compasivo
Candida Xu (1607-1680) fue una de las cristianas más importantes durante la era de las dinastías Ming y Qing en China. Ella es el ejemplo del modo en que la oración alimenta nuestras expresiones de fe. Candida aprendió las oraciones diarias de niña de parte de su devota madre cristiana. De adulta, Candida continuó con una práctica similar con su propia familia, reuniendo a su marido, sus hijos y sus sirvientes para las oraciones vespertinas y leyendo libros devocionales. Después de quedarse viuda a los cuarenta y seis años, continuó sirviendo a Dios durante los siguientes veintisiete años a través de obras de caridad, que incluyeron el apoyo económico de muchos misioneros jesuitas, la construcción de iglesias, la impresión de textos cristianos y de arte sagrado, y la protección de personas con discapacidad.
La oración, para Candida, hacía que su vida se arraigara más en Dios y la empujaba a servir a los demás con compasión. Su confesor (consejero espiritual), el misionero jesuita flamenco Philip Coupley, escribió su biografía Histoire d’une Dame Chrétienne de la Chine [Historia de una dama cristiana en China), y describió cómo las obras piadosas de Candida surgieron de su persistente fe. “A Model for All Christian Women”: Candida Xu, a Chinese Christian Woman of the Seventeenth Century [‘Un modelo para todas las mujeres cristianas’: Candida Xu, una mujer cristiana del siglo XVII] del investigador Gail King, describe cómo «[Candida] comenzaba cada día con media hora de oración ante el crucifijo de la capilla de su casa». King enfatiza que Candida era «una mujer cuya fe era el principal motivo para sus acciones». Las oraciones individuales y colectivas de Candida motivaron su dedicación y su obra por amor a los enfermos y los pobres.
Ignacia del Espíritu Santo: confianza atrevida
Ignacia del Espíritu Santo (c. 1663-1748) creció enfrentándose a la segregación racial y al prejuicio. Hija de un chino cristiano y de una filipina, fue bautizada el 4 de marzo de 1663 en el Parián de Chinos (el mercado chino) de Binondo, Manila. Durante esta época a los chinos se les segregaba del resto de la población [en Filipinas]. Cuando Ignacia cumplió los veintiún años, en vez de casarse buscó la guía de un sacerdote. Estudió los Ejercicios Espirituales y, tras un tiempo de oración y discernimiento, decidió seguir su llamado religioso. Bajo la colonización española de aquel momento, las estructuras eclesiásticas se negaban a admitir a gente nativa en la vocación religiosa, así que Ignacia vivió en una casa detrás de la sede central de los jesuitas.
En momentos de dificultad o incertidumbre, la oración nos permite confiar en Dios con valentía. Para Ignacia, la oración era una lámpara a sus pies. Su vida de devoción, oración y trabajo pronto inspiró a otras legas filipinas a escuchar sus enseñanzas y a vivir con ella. Ignacia y su compañía de mujeres fueron luego conocidas como las beatas (mujeres religiosas). Desarrollaron ritmos de oración, a menudo orando hasta altas horas de la noche. Superaron la discriminación y la pobreza al apoyarse unas a otras a través de las limosnas y el trabajo manual. A diferencia de la exclusión que Ignacia experimentó frecuentemente en su vida, ella admitió a chicas y a mujeres de todas las etnias en su comunidad religiosa. Su vida estuvo llena de pruebas, pero aun así Ignacia confió totalmente en Dios y llevó sus cargas ante él. La atrevida confianza de Ignacia le permitió convertirse en un instrumento de la paz y la verdad usado por Dios.
Julia Foote: una mesa abierta
Julia Foote (1823-1901) fue la primera mujer ordenada como diaconisa en la Iglesia Episcopal Metodista Africana Sion. Predicó como una evangelista de la santidad durante más de cincuenta años. En su autobiografía, A Brand Plucked from the Fire [Un tizón arrebatado del incendio], Julia narra su vida al haber crecido en Nueva York como hija libre de antiguos esclavos negros. Como no le permitían ir a la escuela debido a la discriminación racial, Julia tuvo la gran alegría de aprender el alfabeto de su padre. Aprendió el Padre Nuestro a los ocho años. «Ninguna lengua puede explicar la alegría que llenó mi pobre corazón cuando pude repetir “Padre Nuestro que estás en los cielos”».
Durante su vida de casada experimentó un fuerte llamado a predicar, pero recibió el rechazo de su familia y de la Iglesia Metodista Africana debido a que era mujer. Tras la muerte de su marido, Julia se convirtió en una evangelista itinerante en la iglesia AME Sion. Ministró junto a blancos y negros, y dirigió reuniones de oración de casa en casa. Julia defendió fielmente a las mujeres y a los afroamericanos. Aunque ella no tenía hijos, enfatizó la importancia de enseñar a los niños a orar. Ella dijo: «Nunca somos demasiado jóvenes para orar, ni demasiado ignorantes, ni demasiado pecaminosos». Sus palabras nos recuerdan acerca de la inclusividad de la mesa de Dios, abierta a todos los que estén dispuestos a acercarse.
Lilias Trotter: belleza sublime
Cuando las palabras se quedan cortas, el arte visual puede ser un modo misterioso y bello de expresar una oración. Lilias Trotter (1853-1928), una misionera británica en Argelia, oraba a través de sus acuarelas. Influida por un grupo de santidad metodista llamado el Movimiento de Vida Superior, Lilias cruzó las barreras sociales y alcanzó a los marginados en su Londres nativo. Tenía el hábito de pasar tiempo en oración, leyendo las Escrituras y escuchando a Dios en la naturaleza, donde sentía que Dios «habla… a través de todas las cosas vivientes». De joven era una artista con talento, y llamó la atención de un influyente crítico de arte que la animó a dedicarse a la pintura de forma exclusiva. Sin embargo, ella fue dedicando cada vez más tiempo al ministerio. Al final abandonó su sueño de convertirse en artista profesional y decidió ser misionera. Rechazada por la Misión del Norte de África debido a sus problemas de salud, ella y otras dos mujeres se aventuraron por cuenta propia a ir a Argelia. Más tarde, Lilias trabajó allí como misionera durante más de cuarenta años y adaptó el evangelio a la cultura argelina.
Finalmente, Lilias volvió a tomar el pincel, revelando y expresando su amor por Dios, por la tierra, por las personas y por las lecciones de vida que la creación de Dios le había enseñado. En el documental Many Beautiful Things [Muchas cosas hermosas] las pinturas de Lilia abren nuestros ojos para percibir la belleza sublime de Dios. El arte de Lilia, su ministerio y sus hábitos de oración nos orientan a aprender de la creación y a caminar en la belleza con nuestro Creador.
Alice Kahokuoluna: aire fresco
Para Alice Kahokuoluna (1888-1957) la oración era el aliento de la vida cristiana. Criada en una familia cristiana, se convirtió en la primera pastora hawaiana ordenada por la Asociación Evangélica de Hawái. Ministró fielmente a las iglesias y, tras la muerte de su esposo, cuidó de los que tenían lepra en Molokai, Hawái. Allí se le llegó a conocer como «Madre Alice».
En Strengthening the Spiritual Life [Fortaleciendo la vida espiritual] de Nels Ferré, Alice habla acerca de aprender de las prácticas hawaianas de oración: largos momentos de meditación y preparación. Observó el modo en que los pueblos originarios «soplaban vida» en sus oraciones. En vez de orar con prisas, Alice se tomaba tiempo para sentarse con Dios. Ella soplaba mucha vida en sus oraciones mientras cumplía con las demandas y la carga emocional de ser cuidadora durante 31 años. El ejemplo de Alice nos invita a estar plenamente presentes y tomarnos el tiempo necesario cuando nos comunicamos con Dios. Cuando descansamos en la presencia de Dios sin prisas, Dios sopla vida en nuestras oraciones y en nosotros.
Susangeline Patrick es profesora adjunta de Cristianismo mundial en el Seminario Teológico Nazareno de Kansas City, Misuri, y miembro del NAIITS (un seminario centrado en abordar temas teológicos desde perspectivas indígenas).
Traducción por Noa Alarcón
Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel