Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Lo primero que aprendemos sobre Dios de la Biblia es que Él tiene voz. Sin embargo la mayoría no la oye. Leemos la Biblia y oramos, pero nuestras conversaciones parecen ser unilaterales. Parece que nosotros somos los que hablamos. ¿Qué debemos hacer de esto?
En su libro The Listening Life: Embracing Attentiveness in a World of Distraction (InterVarsity), Adam McHugh quiere que sepamos que nuestro Dios es también un Dios que oye. No deberíamos confundir el silencio divino por desinterés. “El escuchar comienza cuando aprendemos que nuestro Padre celestial nos escucha,” escribe McHugh. “El modelo de la vida humana puede ser escuchar primero, pero con el Señor, nosotros siempre somos escuchados antes de nosotros escuchar.” El aparente silencio de Dios no es señal de su ausencia. Significa que tenemos su completa atención.
Lo mismo debería ser con nuestro trato los unos con los otros. “Este libro,” explica McHugh, “está fundando en la suposición de que todos nosotros no somos buenos oyentes.” Como ministro presbiteriano ordenado, McHugh a menudo ha servido como capellán de hospicio para enfermos terminales. Cuando se le presentaban ocasiones para escuchar, en lugar de eso, él aprovechaba la oportunidad para hablar: “yo consideraba los momentos de dolor, crisis, o sentimientos intensos como oportunidades para impartir mi punto de vista, rescatar a alguien de sus flaquezas, corregir pensamientos distorsionados, evaporar el dolor.
McHugh finalmente se dio cuenta que este hábito estaba subestimando la perspectiva del paciente. Es más, sus esfuerzos para arreglar a otros con sus palabras eran un intento desesperado de mantener los sentimientos a distancia: “A veces yo trataba de disuadirlos del sentimiento, a veces yo trataba de desviarlo a través del humor, a veces ofrecía un rápido consuelo como ‘No se preocupe, estoy seguro que todo saldrá bien,’ y en otras veces, trataba de sacarles los sentimientos a través de la oración. Yo era un exorcista de sentimientos.”
Luego, el supervisor de McHugh modeló una forma distinta de escuchar durante su período de prácticas como capellán. “Ella me escuchó tan intensamente que yo me sentía incómodo hablar de mí mismo por tanto tiempo,” él escribe: “Yo trataba de voltear la conversación, pero ella sabía redirigirla a mí.” La experiencia fue transformativa. McHugh experimentó una nueva forma de paz y un nuevo nivel de energía por el ministerio. Él aprendió a escuchar. En su libro The Listening Life aprendemos cómo escuchar a Dios, a las Sagradas Escrituras, a la creación, y a otros.
Usted puede pensar que escuchar es fácil. Después de todo, ¿qué requiere además de silencio? Pero el verdaderamente escuchar demanda mucho más. Para muchos, escuchar es meramente el espacio de silencio entre los comentarios, cuando esperamos que la otra persona deje de hablar. Bajo la apariencia de silencio estamos ocupados en formar una respuesta. Pero el verdadero escuchar es un hecho de servicio. McHugh caracteriza el escuchar como una práctica de presencia y un hecho de humildad y entrega. Es un hecho de hospitalidad y una forma de imitar a Cristo.
McHugh es un escritor interesante con un talento de metáfora y analogía. Esto ocasionalmente conduce a la exageración. “Me preocupa,” él escribe, “que restringir la comunicación de Dios a palabras escritas en papiro hace miles de años puede llevar nuestra fe a estar tan polvorienta como algunas de nuestras Biblias.” Él añade: “El darle a la Biblia un lugar de estima no puede significar amordazar la palabra personal de Dios que Él continúa hablando a la iglesia.”
¿Implica esto un canon más allá del canon? McHugh describe a las Escrituras como un “diapasón,” que sintoniza nuestros oídos a oír la voz de Dios. ¿Debería el “sonar como” la Biblia ser la prueba principal de lo que cuenta como la voz de Dios?” O ¿Debería la “voz de Dios” estar de acuerdo con lo que ya se ha escrito? Nuestras interacciones con Dios no son como con las de carne y sangre. Jesús le pone rostro a lo divino. Pero en nuestra experiencia presente, no es un rostro literal. Diferente a los primeros discípulos, nosotros no oímos su voz o sentimos su contacto. Nosotros leemos sus palabras.
Cuando McHugh se refiere a la voz de Dios, está hablando sobre esas impresiones internas que parecen venir de Él: la vocecita tranquila que “nos sorprende como un latido en la obscuridad.” Esta voz no es arbitraria o esporádica. Ciertamente, McHugh cree que nosotros nos podemos disciplinar para oírla: “El Espíritu Santo, al final resulta que, no es un malhadado anfitrión de programa de entrevistas charlando sobre todo bajo el sol, esperando que algunas personas se sintonicen a la frecuencia correcta. En lugar de eso, la palabra de Dios viene más a menudo a cierto tipo de persona que busca vivir cierto tipo de vida.”
El sentido del oído es el primer sentido que desarrollamos y el último que se va en la muerte. Pero el escuchar no es una habilidad natural. La Biblia es clara sobre este punto. No escuchamos a Dios automáticamente, o a otros, o aun a nosotros mismos. El libro de McHugh pude cambiar la forma en que dirigimos nuestras conversaciones cotidianas. Hasta puede cambiar su vida. Usted debería escuchar.
John Koessler es director del departamento de estudios pastorales en el Moody Bible Institute. Es autor del libro próximo a publicarse, The Radical Pursuit of Rest: Escaping the Productivity Trap (InterVarsity Press).