Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Antes de tener hijos, pensaba que las mujeres embarazadas se veían adorables. Sus rostros radiaban; sus estómagos complementaban vestimentas de maternidad a la moda. Yo soñaba con un día lucir un embarazo, como si fuera el accesorio de última moda.
Después me embaracé, y no me sentía nada atractiva. Simplemente me sentía enorme.
Por naturaleza delgada, mi peso de adulta nunca fluctuó mucho. Me enorgullecía en pensar positivamente de mi apariencia física, pero el embarazo dio a conocer que la auto estima puede muy fácilmente desaparecer. Tan pronto como mi peso comenzó a subir, mi seguridad se vino al suelo.
Mi cuerpo desde entonces se ha engrandecido y contraído para hacer lugar para dos bebés. Cada vez que me embarazaba, me gozaba en el milagro de una pequeña vida creciendo dentro de mí, maravillada de los delicados movimientos que se convirtieron en pataleos y dar de vueltas. Pero cada embarazo también puso a prueba mis ideas sobre la belleza y el cuerpo. En una cultura donde reina el tener un cuerpo esbelto, donde el “embarazo esbelto” es una aspiración, y donde Hollywood promociona los impresionantes cuerpos que las actrices lucen después de haber dado a luz, es fácil para la mujer ver su aumento de peso y la gordura de su estómago como problemas, aún durante el embarazo.
Cuando me embaracé por primera vez, me entristecí por los cambios que mi cuerpo estaba experimentando. Mi cuerpo llevará por siempre las huellas y cicatrices de traer vida a este mundo. Pero he venido a realizar que esas cicatrices me ponen en buena compañía.
Durante la temporada de Semana Santa, los cristianos de todo el mundo celebramos la muerte y resurrección de nuestro Salvador, Jesucristo. En el viernes santo, recordamos su crucifixión.
El domingo de resurrección, nos gozamos en su victoria sobre la sepultura. Aún así, todavía no celebramos la restauración física total de Jesús. Aún después de que se levantó de entre los muertos, Jesús llevó las heridas de su ejecución, mostrándoselas públicamente a sus discípulos (Juan 20).
La resurrección física es uno de los grandes misterios de nuestra fe. Los pasajes de las Escrituras como 1 Corintios 15 y 2 Corintios 5 nos prometen que recibiremos “cuerpos celestiales.” Apocalipsis 21:4 nos asegura que seremos libres de dolor. No sabemos mucho más allá de eso, lo que hace de las cicatrices de Jesús huellas interesantes de su vida terrenal. ¿Por qué razón permanecieron sus heridas aún después de su resurrección?
El famoso predicador del siglo 19, Charles Spurgeon se dispuso a entender la razón por la cual las heridas de Cristo permanecieron. Él escribió:
Amados, estas heridas son para Jesús lo mismo que son para nosotros; son sus adornos, sus joyas reales, su justa vestimenta. Él no se interesa por el esplendor y la pompa de los reyes. La corona de espinas es su diadema.
Spurgeon continúa y dice que las heridas de Cristo son también sus trofeos.
Los trofeos de su amor. ¿Nunca ha visto usted a un soldado con una herida en la frente o en una mejilla? Todo soldado le dirá que las heridas de combate no son un desfiguramiento—son su honor. Dice Spurgeon, “si recibiera una herida en el momento de retirada, en la espalda, sería mi vergüenza, pero si recibiera una herida en la victoria, entonces es honroso ser herido.”
Aquí Spurgeon introduce una nueva manera de ver las heridas. Aunque algunas cicatrices nos recuerdan el dolor o pesar, otras cicatrices adquieren una clase de belleza. Las cicatrices de Jesús nos dieron vida y libertad. Son de las cicatrices mencionadas al último. Como dice Isaías 53:5, “por sus heridas fuimos nosotros curados.”
Después de haber dado a luz a mi primer hijo, experimenté esta nueva manera de ver mis cicatrices. Mi esposo me sorprendió cuando me confesó que, después de haber dado a luz, yo le atraía más que nunca. Mis caderas se habían ensanchado y mi estómago se había suavizado, pero que los cambios en mi cuerpo eran los adornos y trofeos por haber tenido a sus hijos. Para él, mis cicatrices eran hermosas.
El punto de vista de mi esposo me recordó que el cuerpo después del embarazo no es algo de lo que las mujeres deben estar avergonzadas. Más bien, es señal del grandísimo amor de la resurrección de Cristo. Por lo tanto, las cicatrices de Jesús nos pueden enseñar la manera correcta de ver los cuerpos femeninos, un testimonio importante en una cultura como la nuestra. En vez de tratar de pasar por alto o arreglar los cambios del embarazo, los cristianos pueden celebrar la belleza de un cuerpo que por su sacrificio físico trajo una nueva vida a este mundo.
Las cicatrices de Jesús también nos recuerdan que Dios puede redimir todas las heridas, sin importar la causa. Sean tus cicatrices el resultado de algo bueno o algo terrible, Dios puede tomar tus aflicciones y convertirlas en vida.
Yo todavía estoy aprendiendo a abrigar esta manera de pensar. En vez de luchar por el cuerpo ideal después del embarazo, espero poder gloriarme en el cuerpo que dio vida a mis hijos. Después de todo, estas cicatrices y marcas hacen eco a una belleza mucho más grande, la de Aquel que puso su vida para que nosotros tuviéramos vida eterna.
Sharon Hodde Miller es esposa, madre, escritora, y oradora. Ella escribe en el blog SheWorships.com y envía mensajes en Tweeter @SHoddeMiller.