Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Las Escrituras contienen más de 40 parábolas de Jesús. Algunas son tan bien conocidas que se usan como nombres de hospitales (El buen pastor) y de leyes (El buen samaritano). Otras siguen confundiendo a los oyentes del día de hoy tanto como confundieron a aquellos que primero las escucharon. Y una de las parábolas está casi olvidada—al menos en el mundo occidental. Recientemente la compartí con cinco líderes ministeriales en EE.UU. En los 130 años que colectivamente han servido en el ministerio, ninguno de ellos habían dado una plática sobre dicha parábola o escuchado un sermón sobre ella.
Comparé la respuesta de ellos a la respuesta de un amigo Nigeriano, quien me dijo que la parábola es una de sus enseñanzas favoritas de Jesús. Así que, ¿por qué es que la parábola tiene un sonido atractivo en Nigeria, pero tiene un tono discordante en los Estados Unidos?
La parábola—que se encuentra sólo en el Evangelio de Lucas—fue presentada (relativamente tarde en el ministerio de Jesús) a sus seguidores más cercanos. Pertenece a una serie de enseñanzas sobre el discipulado:
Supongamos que uno de ustedes tiene un siervo que ha estado arando el campo o cuidando las ovejas. Cuando el siervo regresa del campo, ¿acaso se le dice: "Ven en seguida a sentarte a la mesa"? ¿No se le diría más bien: "Prepárame la comida y cámbiate de ropa para atenderme mientras yo ceno; después tú podrás cenar"? ¿Acaso se le darían las gracias al siervo por haber hecho lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, deben decir: "Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber." (17:7-10, NVI)
El argumento es sencillo. Un hogar pequeño contrata un doulos—la palabra en griego que significa "esclavo" de acuerdo a cómo funcionaba la esclavitud doméstica en los tiempos greco-romanos. Un jornalero que todo sabe hacer, ha estado arando el campo y cuidando de las ovejas durante el primer turno, y cocinando y limpiando la casa durante el segundo.
El argumento gira sobre dos preguntas: Una, ¿invitará el señor de la casa al esclavo a que se siente y coma? Y dos, ¿Le dará el señor las gracias al esclavo por su labor? A primera vista, pareciera que la respuesta a las dos preguntas debiera ser sí. El esclavo ha trabajado duro todo el día. Se merece un descanso. Por cuestión de buenos modales, el señor debe expresar su aprecio por la labor del esclavo.
Pero, hablando bíblicamente, la respuesta correcta a las dos preguntas es no.
Toma tu yugo
Thomas Jefferson en una ocasión le aplicó las tijeras a la Biblia con el fin de eliminar los pasajes que ofendían sus sensibilidades producto de la época de la ilustración. En un espíritu similar, si se me diera la opción, yo consideraría eliminar Lucas 17:7-10. A través de la mitad del siglo diecinueve, muchos Norteamericanos e Ingleses—propietarios de esclavos, ministros, y oficiales del gobierno—usaron este pasaje de las Escrituras y otros parecidos para defender la institución de la esclavitud. Hoy, al seguir testificando los tristes efectos del racismo institucional e historias como 12 años de esclavo, que nos recuerdan las brutalidades de antaño, por instinto leemos estas parábolas y las vemos como injustas y crueles.
Debemos recordar, sin embargo, que las parábolas son diseñadas para enseñar un número limitado de lecciones muy concretas, no para que se aplique cada detalle de la parábola. Y aunque los personajes en las parábolas de Jesús algunas veces practican una conducta cuestionable, Jesús no está acogiendo dicha conducta. Ni tampoco está dando el visto bueno a la esclavitud, una práctica diametralmente opuesta a su primer sermón documentado (Lucas 4:16-21) y a sus enseñanzas posteriores.
No importa, yo prefiero otra parábola similar en Lucas 12. Allí, el señor regresa a casa, encuentra a sus esclavos alertas, se pone un delantal, y les sirve. Yo he escuchado predicaciones sobre este texto muchas veces de púlpitos en EE.UU. Así que, si yo inicialmente reacciono adversamente a la parábola en Lucas 17, ¿por qué me siento al mismo tiempo atraído a ella? ¿Por qué regreso a ella vez tras vez?
Porque toca directamente mis deficiencias. Por temperamento, soy de los que les gusta complacer a la gente, y soy susceptible al narcicismo. Combinadas, estas dos características producen un discipulado diluído.
Para contrarrestar la noción de que soy el centro del universo, por los últimos ocho años he empezado mi tiempo devocional cada mañana con las mismas cuatro palabras: Yo soy tu esclavo.
Conforme he seguido la metáfora del "discípulo-como-esclavo," se me ha abierto una rica veta de las Escrituras. Jesús la usó mucho: "Toma tu yugo"; "ningún esclavo puede servir a dos señores"; "si yo, tu señor, te he lavado los pies. . . vayan y hagan lo mismo"; y "un esclavo no es mayor que su señor."
En su libro A Better Freedom [Una mejor libertad], autor y cantante Michael Card señala que casi la mitad de las parábolas de Jesús involucran esclavos o personajes parecidos a los esclavos. También observa que el título favorito de Pablo al hablar de Jesús es "Señor" (kyrios), y "esclavo" (doulos) para referirse a sí mismo.
El uso de la imagen del esclavo se extendió hasta la iglesia primitiva. En el segundo siglo, Ignacio empezó varias de sus cartas, "Saludo al obispo, al presbítero, y a mis compañeros esclavos."
¿Pero, no es cierto que Jesús llamó a sus seguidores "amigos" (Juan 15:15)? ¿Y acaso no les animó a que llamaran a Dios "Abba" (Mat. 6:9)? Muy cierto que sí lo hizo. Pero la imagen familiar no es la única imagen descriptiva de la relación divino-humana que Jesús usa.
Imagínese un coro con cuatro secciones en el cual las sopranos cantan sobre el Creador todopoderoso, las contraltos sobre el Padre celestial, los tenores, sobre el Amigo encarnado, y los bajos sobre un divino Señor. Las voces juntas crean un coro balanceado. Cada una de ellas es verdad. Cada una de ellas se necesita. Mientras que los creyentes en el Occidente se deleitan en las voces de las sopranos ("Creador"), contraltos ("Padre'), y tenores ("Amigo"), permanecemos, por lo general, sordos a las voces de los bajos ("Señor"). Es por eso que nos perdemos la belleza y la verdad de Lucas 17.
Quizás también objetamos por lo que Pablo enseña en Gálatas: En Cristo, no hay "ni esclavo ni libre" (3:28). ¿Acaso este texto no debilita o mina la lógica de la parábola?
Al leer con mayor cuidado, sin embargo, vemos que Pablo se refiere a las relaciones humanas, no a las relaciones divino-humanas. Mientras que las anteriores son maravillosamente igualitarias, nunca debemos importar un espíritu igualitario a nuestra relación con Dios. Él es el Señor del universo; nosotros no. Él es trascendental; nosotros no. Él es perfecto; nosotros no.
Rendido
Si leemos la parábola de Jesús en sus propios términos, destilaremos tres percepciones sobre cómo seguirle.
Primero, debemos ceder control. Sumisión, obediencia y dependencia son algo central a la visión del discipulado de la parábola. Habiendo crecido con una dieta de nuestros derechos y lo que creemos merecernos, inconscientemente, esperamos que Dios nos complazca todas nuestras necesidades. Pero Dios no nos debe nada. Nosotros le debemos todo.
Porque nuestro señor es todopoderoso, podemos apoyarnos en su fortaleza. Y porque él es toda bondad, podemos confiar en que cuidará de nosotros. Nuestra esclavitud es verdaderamente nuestra libertad.
Afortunadamente, nuestro señor celestial no se parece en nada al señor humano de la parábola. Mientras que este último es egoísta, el primero es "humilde" y "tierno de corazón," quien da "descanso" a nuestra alma. Su "yugo es fácil" y su "carga ligera" (Mateo 11:29-30).
Es aquí donde existe una gran paradoja al igual que la clave para la parábola. Porque nuestro señor es todopoderoso, podemos apoyarnos en su fortaleza. Y porque él es toda bondad, podemos confiar en que cuidará de nosotros. Nuestra esclavitud es verdaderamente nuestra libertad.
Cada tres años, InterVarsity Christian Fellowship patrocina Urbana, una conferencia mayor de misiones en St. Louis. Mientras 16,000 estudiantes universitarios se amontonaban dentro del estadio de futbol americano del equipo de los Rams en Urbana 2009, los líderes descubrieron que la línea principal de agua afuera del estadio se había reventado. Nos dijeron que podían tardarse hasta diez horas para hacer las reparaciones—o tres días. Si pasaba lo último, el jefe de los bomberos iba a ordenar que concluyéramos la conferencia inmediatamente.
Por cuatro largas horas, el veredicto estaba en la balanza. Con mi tipo de personalidad, lo que acostumbro hacer en casos así es ponerme en un estado de pánico. Pero para mi sorpresa, permanecí calmado. ¿Por qué? Porque había estado aprendiendo que el ser esclavo de un señor todopoderoso y bueno tiene sus privilegios. Yo ya había cumplido con todas mis responsabilidades, hecho todo lo que debía hacer. Y mi señor estaba en control.
Otra historia de las conferencias de Urbana: En 1967, una estudiante de nombre Libby asistió con su novio, Tom. Durante el tiempo de invitación al final, los dos entregaron sus vidas al Señor. Por 30 años, Tom y Libby Little sirvieron en Afganistán, proveyendo cuidado de la vista al pueblo de Kabul, a través de lo que parecían guerras y conflictos interminables.
En agosto 2010, poco después de dirigir una campaña médica en una aldea de un valle remoto en el noroeste de Afganistán, Tom y su equipo médico fueron emboscados y asesinados. Al recibir la Medalla Presidencial de la Libertad, Libby dijo, "Aunque Tom fue asesinado en 2010, él ya había entregado su vida a los buenos propósitos de Dios mucho antes en 1967." Por cuatro décadas, Tom se había sometido a su divino señor.
Segundo, debemos hacer lo que es nuestra responsabilidad. En algunos casos, tal como cuidar a un padre anciano o a un hijo, necesitamos ser fielmente persistentes. Mi mamá, una madre soltera que apenas ganaba $5,000 al año, se sacrificaba por sus tres hijos, mandándonos a cada uno de nosotros a la misma escuela preparatoria donde asistía Bill Gates.
En otros casos, la responsabilidad se nos deposita encima. Cuando Martin Luther King Jr. tenía 26 años, sus colegas en el ministerio le rogaron que guiara el boicot de autobuses en Birmingham, Alabama. A las altas horas de la noche, alguien le llamó amenazándole con tirar una bomba a su casa y matarle a él, a su esposa, y a su pequeña hija.
Mientras King oraba hasta pasada la media noche, escuchó: "Martin Luther, levántate y lucha por lo recto. Levántate y lucha por la justicia. Levántate y lucha por la verdad. Y he aquí, yo estaré contigo, hasta el fin del mundo." Dijo, "escuché la voz de Jesús diciendo que debía seguir la lucha."
King se fue a la cama tranquilo, sin preocuparse más por la muerte. Esa noche cambió su vida. Esa noche aceptó su responsabilidad. Sin importar lo que le costara a él o a su familia, él iba a ser fiel a su llamado.
Durante la ocupación nazi de Francia en 1940-45, la pequeña aldea hugonota (protestante) de Le Chabon aceptó una muy dificultosa responsabilidad. Según lo cuenta Philip Hallie en Lest Innocent Blood Be Shed [A menos que se derrame vida inocente], la aldea de 3,000 agricultores y artesanos arriesgaron sus vidas para ayudar a 5,000 niños judíos a escapar a la cercana Suiza. Cuando les preguntaron por qué habían arriesgado tanto para salvar a niños que no conocían, su respuesta fue simple: No podían quedarse con los brazos cruzados y ver morir a los inocentes. Era la responsabilidad que Dios les había dado—resistir el mal y hacer el bien.
Los discípulos que se ven a sí mismos como esclavos hacen lo que su señor les ordena. No es nuestro lugar cuestionar el costo, lo inconveniente, o el riesgo. Al contrario, nuestro lugar es escuchar al Señor, delinear lo que nos manda, y hacerlo. Sin entrenamiento teológico o títulos de estudio de post grado, los habitantes de Le Chambon entendieron esto y actuaron como corresponde.
Tercero, recordamos que servimos a un solo señor. A los 26 años, Ken Elzinga se unió a la facultad de la Universidad de Virginia. Después de que un colega con planta permanente le advirtió que el ser demasiado explícito en la expresión de su fe le iba a hacer daño a su carrera, Elzinga quedó atónito al ver un póster con su foto que se había colocado en un lugar prominente de la universidad. Un ministro estudiantil había colocado el póster promocionando una plática que había acordado dar.
Un recién convertido, Elzinga se preocupó. ¿Pensarían menos de él los otros profesores colegas? Experimentó una noche oscura del alma, regresó a la universidad y quitó secretamente el folleto.
Pero el día siguiente, Elzinga regresó el folleto a su lugar. Después de horas de escudriñar su corazón, llegó a la conclusión de que su vida no era cuestión de ambiciones profesionales sino ser un discípulo fiel, y que mantener en secreto su fe no era una opción.
Cuatro décadas más tarde, Elzinga ha sido reconocido múltiples veces como el profesor del año y sigue siendo un orador muy solicitado. Él sería el primero en decir que servir a un solo señor ha sido liberador. ¿Por qué? Porque complacer a un público de uno nos hace menos ansiosos, menos sensibles a la crítica, y más valientes. Porque al hacer eso, nos sentimos más seguros y competimos menos por nuestro honor.
Consultando al Señor
¿Cómo ha formado mi vida la parábola olvidada de Lucas 17? Como presidente de un ministerio grande, he enfrentado desacuerdos sobre algunas de mis decisiones. También he sentido el dolor punzante de la crítica de los intelectuales porque nos adherimos a los valores bíblicos de la verdad, la santidad, y la exclusividad de Cristo. Y quizás, lo más doloroso, he sufrido por las palabras de cristianos que ponen sus quejas en el internet (blogueros).
He sido liberado, sin embargo, cuando recuerdo que sirvo a un solo señor. Cuando me critican, primero me pregunto si mi señor está contento con lo que estoy haciendo. Después de lo que suele ser un tiempo incómodo de auto reflexión—sacar una biga de su propio ojo no es cosa placentera—puedo actuar con confianza.
Cuando servimos al divino Señor, somos liberados de tener que colmar las expectativas de otros. Para personas como yo, que les encanta agradar a los demás, esto es un regalo. Cuando pensamos de nosotros mismos como esclavos de un solo señor, le podemos servir a él y a los demás con fe y gozo. Y en el preciso momento en que nosotros los cristianos en los Estados Unidos de Norteamérica nos sentimos confinados por el costo de ceder el control y abandonar lo que pensamos que nos merecemos, en ese momento nos encontramos lo más libres que se puede estar.
Alec Hill es presidente de InterVarsity Christian Fellowship.