Un día, un estudiante se me acercó después de clase con una pregunta urgente. El curso trataba sobre la doctrina de la iglesia, y habíamos pasado varias semanas hablando sobre Abraham, Israel y la ley de Moisés. Hacía algunos años, la familia de mi estudiante había abandonado una congregación tradicional para fundar una pequeña iglesia que se reunía en una casa y que buscaba parecerse más a las comunidades cristianas del libro de los Hechos. Y aunque eran gentiles, habían comenzado a observar las costumbres judías y a celebrar las fiestas ordenadas por Moisés, incluida la Pascua.
Mi alumno me preguntó con sinceridad: «¿Nos equivocamos?». Esta pequeña iglesia intentaba seguir la advertencia de Santiago de «ser hacedores de la palabra», siguiendo «la ley perfecta, la ley de la libertad» (Santiago 1:22-25, NBLA en todo el texto). Y su lógica era impecable: la Torá (la ley de Moisés) es la Palabra de Dios para el pueblo de Dios. Los gentiles bautizados son miembros del pueblo de Dios y, por lo tanto, deben obedecer estos mandamientos.
La pregunta no es trivial, ni es poco común en la vida cristiana moderna. Probablemente estés familiarizado con creyentes que tocan un shofar en público, las comidas de Seder para la Pascua y la circuncisión de los niños varones. Pero por muy comunes y bien intencionadas que sean, quiero explicar por qué le dije a mi alumno que, sí, su iglesia estaba equivocada, o al menos mal orientada. El Nuevo Testamento habla con claridad sobre la cuestión de la observancia de la ley de Moisés por parte de los gentiles. Y su respuesta al respecto es un rotundo no.
Los apóstoles dejan claro que los gentiles, es decir, los no judíos, las personas que no descienden biológicamente de Abraham, Isaac y Jacob, no necesitan convertirse al judaísmo para seguir a Cristo. De hecho, Pablo va más allá, especialmente en su carta a los Gálatas, donde una iglesia joven estaba convencida de que Dios exigía la circuncisión y el cumplimiento de la ley para la salvación de los gentiles. Allí escribe que si los gentiles se circuncidan, «Cristo de nada les aprovechará» (Gálatas 5:2-4). Cualquiera que diga lo contrario, afirma, está predicando «otro evangelio», uno que es «anatema» o «maldito» (Gálatas 1:7-9).
Sin embargo, a pesar de ello, entiendo por qué la pregunta sigue vigente. El tema era sin duda importante para la iglesia primitiva: podría decirse que provocó la primera crisis teológica a la que se enfrentaron los apóstoles, y todos los documentos del Nuevo Testamento reflejan este debate. La pregunta podría formularse desde dos perspectivas diferentes. Los creyentes judíos preguntaban: «¿Sobre qué base pueden unirse a nosotros los gentiles?». Una vez incluidos, los creyentes gentiles preguntaban: «¿De qué manera la autoridad de la Torá aplica sobre nosotros?».
La pregunta no era aislada, sino que suscitaba muchas otras: la unidad y la justicia de Dios, el sacrificio de Cristo, la autoridad de las Escrituras, la elección de Abraham, la vocación de los judíos, el alcance de la salvación, el don del Espíritu Santo, el propósito de la fe y la eficacia del bautismo. Dadas sus implicaciones, todo dependía de obtener la respuesta correcta a esta pregunta.
El Nuevo Testamento está escrito casi en su totalidad desde la primera perspectiva (¿Sobre qué base pueden unirse a nosotros los gentiles?). Esto presenta un dilema para una iglesia que durante mucho tiempo ha sido mayoritariamente gentil: ¿Cómo debemos interpretar los textos escritos por judíos a gentiles que se unían a un movimiento religioso y mayoritariamente étnico judío? Las preguntas que ellos respondían difieren sutilmente de las preguntas que enfrentamos hoy.
Sin embargo, debemos comenzar con sus debates. Muy pronto los apóstoles se dieron cuenta de que los gentiles estaban ansiosos por unirse a la fe. Fue necesaria la intervención del Espíritu Santo para que los apóstoles pudieran ver que esa era la voluntad de Dios (Hechos 10:1-11:18; Gálatas 2:11-21). Pero finalmente no pudieron negar que los gentiles estaban recibiendo la fe, el bautismo y el don del Espíritu Santo. Cristo mismo estaba acogiendo a los gentiles en su familia, la familia de Abraham.
¿Qué significa convertirse en hijo de Abraham? Para los creyentes judíos, la respuesta en Génesis vino de Dios en términos inequívocos: «Este es mi pacto con ustedes y tu descendencia después de ti y que ustedes guardarán: Todo varón de entre ustedes será circuncidado», y cualquier varón que no sea circuncidado «ha quebrantado mi pacto» (Génesis 17:10-14). No se podía pedir un mandato más claro.
Este es el argumento bíblico que los piadosos creyentes judíos presentaron a los apóstoles para que lo consideraran. Estos creyentes no eran xenófobos ni racistas, como a veces se les tilda. Simplemente querían que los gentiles se unieran a la familia en los términos que Dios había establecido. Según su entendimiento de las Escrituras, eso significaba la circuncisión. Y la circuncisión, a su vez, significaba seguir toda la ley, porque es la señal del pacto y la puerta de entrada a todas sus obligaciones. Pablo coincidió con esto: «Todo hombre que recibe la circuncisión… está obligado a guardar toda la ley» (Gálatas 5:3).
No era descabellado que los cristianos judíos fieles supusieran que este mandato de larga data seguiría siendo el mismo para los gentiles conversos. Después de todo, ¡el mandato de Dios a Abraham incluía incluso circuncidar a los extranjeros que se unieran a su casa! (Génesis 17:12-13). Así que los creyentes judíos aplicaron las Escrituras a la nueva situación de los gentiles bautizados: «Si no se circuncidan conforme al rito de Moisés, no pueden ser salvos… Es necesario circuncidarlos y mandarles que guarden la ley de Moisés» (Hechos 15:1, 5).
Me parece que muchos creyentes de hoy son como los primeros cristianos gentiles, dispuestos a hacerlo todo como nuevos miembros de la familia de Abraham. Esta era precisamente la actitud que animaba a la pequeña iglesia de mi alumno. Leían los primeros capítulos de Hechos y querían imitar a la iglesia primitiva. ¡Un impulso digno! Pero lo que no hicieron —y lo que creo que muchos creyentes gentiles no hacen— es seguir el hilo del debate a lo largo del resto del libro.
Los apóstoles abordaron la cuestión de los gentiles y la ley con la mayor seriedad. En Hechos 15, los vemos reunirse en Jerusalén con los ancianos de la iglesia para considerar el asunto (v. 6). Pedro dio testimonio de la obra del Espíritu en gentiles como Cornelio, cuya historia se relata cinco capítulos antes (vv. 7-11). Bernabé y Pablo dieron testimonio de «las señales y prodigios que Dios había hecho entre los gentiles por medio de ellos» (v. 12). Y finalmente, Santiago se levantó para dar el veredicto (vv. 13-21).
La respuesta del concilio fue inequívoca: no, los gentiles no necesitan ser circuncidados para seguir a Jesús; no, los gentiles no necesitan observar la ley para unirse a la iglesia; no, la salvación no es imposible sin la Torá. La gracia de Dios es suficiente para todos, y la fe en Cristo está disponible para todos.
Como escribiría más tarde Pablo: «Porque todos los que fueron bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, entonces son descendencia de Abraham, herederos según la promesa» (Gálatas 3:27-29).
Santiago anunció el fallo y Pablo proporcionó las razones. Jesús es el Mesías de Israel. Como descendiente de Abraham, Él es aquel en quien se cumplen todas las promesas de Dios (Gálatas 3:14-18; 2 Corintios 1:20). El amor de Dios llega a su punto culminante en Él; la gracia y la verdad son carne y sangre en el hijo de María (Juan 1:17). Tener a Jesús, entonces, es tenerlo todo: a Dios como Padre celestial, a Abraham como padre humano y todas las promesas que Dios le hizo a Abraham: bendición, familia, elección, pacto, herencia y posteridad. En una palabra, vida.
Tengamos en cuenta que Pedro, Santiago y Pablo conservan los supuestos fundamentales del partido que estaba a favor de la Torá en la iglesia de Judea. La redención no se encuentra fuera de Abraham, ni del pacto que Dios estableció con él, ni del pueblo de Dios en su conjunto. Como afirmó Jesús: «La salvación viene de los judíos» (Juan 4:22).
Sin embargo, a través de Jesús, los gentiles son adoptados como hijos de Abraham, al igual que los judíos y los gentiles son adoptados como hijos de Dios (Romanos 3:9-8:25; Gálatas 3:6-5:1; Efesios 2:11-22). La intención de Dios siempre fue bendecir a las familias de la tierra (los gentiles) a través de la única familia de Abraham (los judíos). Cristo «es nuestra paz, y de ambos pueblos hizo uno», reconciliando a judíos y gentiles «en un cuerpo por medio de la cruz,», para que «por medio de Cristo los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu» (Efesios 2:14, 16, 18).
En este sentido, el partido que estaba a favor de la Torá tenía razón: Jesús no es una forma de evitar a Abraham ni a su familia. Jesús es una forma —la forma— de unirse a ellos. Él no vino para «poner fin a la ley o a los profetas», sino para cumplirlos (Mateo 5:17-18). Como Pablo describe con gran detalle en el libro de Romanos, Dios es fiel simultáneamente a Abraham, a sus descendientes biológicos y a sus hijos adoptivos.
Sin embargo, el veredicto de los apóstoles en el concilio de Jerusalén abre nuevas preguntas para la interpretación actual. Ni la circuncisión ni la observancia de la Torá son condiciones para recibir la salvación en Cristo, eso está claro. Pero entonces, ¿qué pasa con la ley de Moisés? ¿Cuál es su papel en la fe, el discipulado y la iglesia? ¿Cómo deben leerla los cristianos como la Palabra del Señor a su pueblo y para su pueblo?
El punto de partida para presentar este argumento debe ser donde el Nuevo Testamento es más claro: los gentiles no están llamados a guardar la ley de Moisés. No deben seguir la dieta kosher, celebrar las fiestas judías ni circuncidar a sus hijos como signo ritual de observancia de la Torá. Hacerlo es espiritualmente arriesgado, ya que sugiere —tal como Pablo advirtió a los gálatas— que Cristo por sí solo no es suficiente para la salvación, o que Dios es incapaz o no está dispuesto a acoger a los gentiles como tales.
Esta es la inseguridad del hermano menor o, mejor dicho, del hermano adoptivo. Sin embargo, Pablo reitera una y otra vez a los cristianos gentiles que Cristo es suficiente. La observancia de la Torá no es el «siguiente nivel» de madurez espiritual o devoción.
Al confesar nuestra fe en Cristo, lo recibimos en el bautismo, donde su Espíritu escribe su ley en nuestros corazones, y salimos de las aguas como hijos de Dios y de Abraham. La circuncisión no añade nada a esto, ni nada más: «Porque ni la circuncisión es nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación» (Gálatas 6:15). «Por tanto, que nadie se constituya en juez de ustedes con respecto a comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de reposo, cosas que solo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo» (Colosenses 2:16-17).
Sin duda, los cristianos gentiles que usan el shofar o celebran la cena de Pascua no afirman que Dios exige estas cosas para la salvación. Sin embargo, muchos creen que la observancia de la Torá, si bien no es obligatoria para los cristianos gentiles, es sin embargo espiritualmente sabia y edificante. Esto me parece difícil de conciliar con la clara enseñanza de Gálatas sobre los gentiles y la ley.
Otros simplemente quieren entrar en contacto con las raíces judías de la fe cristiana. A riesgo de aguar una fiesta bienintencionada, permítanme poner un signo de interrogación junto a esta práctica. Las cenas de Seder, por ejemplo, no son un ritual antiguo extinguido hace mucho tiempo; las familias judías de hoy en día las celebran cada año. Que los cristianos gentiles prueben un rito judío que su propia fe no les obliga a observar puede que no sea «otro evangelio», pero se corre el peligro de caer en una especie de cosplay (o juego de disfraces) etnorreligioso.
No hace falta decir que no afirmo que las iglesias no deban enseñar o aprender sobre la Pascua, ya sea en las Escrituras o en la práctica judía contemporánea, tal vez en amistad con vecinos judíos. Pero los cristianos gentiles que sienten curiosidad por la Pascua deben recordar que tienen su propia cena pascual: la Cena del Señor. Esta es la cena conmemorativa de la iglesia del nuevo pacto forjado por la sangre de Cristo. Como escribió Pablo a los gentiles de Corinto: «Porque aun Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado. Por tanto, celebremos la fiesta» (1 Corintios 5:7-8).
En cuanto a la autoridad de la Torá para los cristianos de hoy, sigue siendo la Palabra de Dios para su pueblo. Para los gentiles, es una narración que revela la creación del mundo por parte de Dios, su llamado a un pueblo y su liberación de la esclavitud en Egipto. Además, revela su voluntad para este pueblo como una nación distinta de otras naciones, incluyendo la guía para el gobierno real, los sacrificios rituales y el comportamiento moral.
La tradición cristiana ha tendido a decir que los dos primeros tipos de instrucciones eran específicos del reino davídico del antiguo Israel y de su sacerdocio levítico centrado en el templo de Jerusalén. Ahora que se han cumplido en el sacerdote-rey Jesús, tienen mucho que enseñarnos, pero no son vinculantes como lo siguen siendo, por ejemplo, los Diez Mandamientos. Esto también se deriva del veredicto de Hechos 15.
Lo complicado es lo que la Iglesia debe pensar sobre el estatus de algunos de estos mandamientos para los cristianos judíos. Pedro y Santiago, en el libro de los Hechos, parecen presuponer la autoridad continuada de la ley para los judíos mesiánicos, e incluso Pablo, en Romanos y Gálatas, parece dar por sentado que la Iglesia incluirá a los circuncidados y a los incircuncisos de forma perpetua, al igual que siempre incluirá tanto a hombres como a mujeres. Los apóstoles no preveían fácilmente un día en el que la gran mayoría del cuerpo de Cristo fueran gentiles y hubieran pasado siglos después de su resurrección.
Formo parte de la minoría de teólogos cristianos que creen que algunas partes de la Torá ceremonial siguen siendo vinculantes para todos los judíos, incluidos los creyentes bautizados. No es salvífico para los judíos mesiánicos, al igual que la ley moral no es salvífica para los gentiles, pero creo que es vinculante de todos modos.
No puedo presentar el argumento completo en este breve artículo, pero permíteme mostrarte por qué es importante. La visión impulsora de Pablo era que los judíos y los gentiles se unieran y se reconciliaran en Cristo sin que los judíos se convirtieran en gentiles ni los gentiles se convirtieran en judíos. Llegó a comprender que ese era el plan de Dios desde el principio. Por el poder del Espíritu, esta unidad es en sí misma un testimonio de la gloria incomparable del Padre (ver Efesios 1:3-23) y un anticipo de las innumerables multitudes del Apocalipsis, que provienen tanto de las doce tribus de Israel (7:1-8) como de «todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas» (v. 9). Lo que comparten es el amor por el Cordero de Dios.
Pablo anticipó esta unidad final cuando, unos veinticinco años después de la resurrección, escribió a los creyentes judíos y gentiles de Roma que luchaban por compartir una vida en común. Después de un denso argumento, resume las Buenas Nuevas para ustedes: «Cristo se hizo servidor de la circuncisión para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia» (Romanos 15:8-9).
Esta frase lo dice todo y, al hacerlo, captura el propósito de Pablo al escribirles: «para que unánimes, a una voz, glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (v. 6). En resumen, el Señor quiere oír a judíos y gentiles cantar en voz alta con una sola voz. De esta polifonía de la alabanza se tratan todos los caminos y obras de Dios en el mundo. Ningún creyente debe envidiar la parte de otro. Cuando el resultado es la armonía en la diferencia, entonces sabemos que estamos en el camino correcto. Cuando la parte de alguien se silencia, entonces sabemos que algo ha salido mal.
Brad East es profesor asociado de Teología en la Universidad Cristiana de Abilene. Es autor de cuatro libros, entre ellos The Church: A Guide to the People of God y Letters to a Future Saint.