Durante muchos años, la migración fue invisible para mí y, al mismo tiempo, estaba en todas partes. En retrospectiva, me parece imposible que no me diera cuenta de ello mientras viví en el centro de Texas por más de una década. No fue sino hasta que salí de Texas para dar clases en Florida que me di cuenta de lo mucho que no había visto.
En Florida, mis alumnos eran de Venezuela y de la República Dominicana, y nuestros vecinos eran de Senegal, Líbano y Haití. Mi familia y yo vivimos en Florida en 2015, cuando el mundo era testigo de cómo miles y miles de personas huían de los conflictos en Oriente Medio. En esa época, la migración pasó a formar parte de mi mundo para siempre.
Al regresar a Texas en 2016, me di cuenta de que la migración es uno de los temas sociales más importantes para los cristianos. Pone de relieve no solo lo que significa amar a nuestro prójimo, sino también lo que significa hacer justicia a todos nuestros vecinos. Une la historia, la filosofía, la ciencia política y la teología. Nos obliga a reunir conocimientos de psicología, economía, negocios y ética. Entrelaza nuestra política, nuestra fe y nuestra cultura, y demanda que demos mejores respuestas que las que yo, por lo menos, estoy acostumbrado a dar.
La migración confunde nuestro pensamiento porque confunde todas estas categorías. El reto para los cristianos que buscan abordarla siendo fieles a Dios es resistir la tentación de simplificar en exceso, de imaginar que podemos descifrar lo que no podemos.
El libro Migrant God: A Christian Vision for Immigrant Justice [Dios migrante: una visión cristiana de la justicia para los inmigrantes], de Isaac Samuel Villegas, entra en esta difícil conversación no como una propuesta política, sino como un testimonio. Menciono esto al principio porque el testimonio es un punto de partida teológicamente significativo. Como cristianos, gran parte de nuestra fe se basa en dar testimonio —de Jesús (Juan 5:36), de sus apóstoles (1 Corintios 1:6) y de otros cristianos—, y solo después, en establecer cómo debemos vivir nuestras vidas. Los testimonios nos invitan a encontrarnos con la realidad.
El testimonio de Villegas comienza con preguntas sobre las muertes que han tenido lugar en la frontera sur de Estados Unidos. A partir de 1994, se puso en marcha un enfoque denominado «Prevención a través de la disuasión», que buscaba poner mayor vigilancia en los cruces migratorios más populares a fin de empujar a los migrantes hacia zonas de cruce más peligrosas de la frontera entre Estados Unidos y México. Esta política ha provocado la muerte de cientos de migrantes.
Al redirigir a los migrantes a terrenos más peligrosos, explica Villegas, la política pretendía disuadir a los migrantes: el cruce sería tan difícil, especialmente en condiciones climáticas extremas, que tal vez simplemente no vendrían. Pero han seguido viniendo, y algunos mueren en el camino. A menudo, cuando se descubren los restos de los migrantes, sus cuerpos son irreconocibles y no pueden ser devueltos a sus seres queridos. Así, cuando un grupo se reunió en el muro fronterizo de Arizona para celebrar una vigilia en memoria de los desaparecidos y presuntamente muertos, Villegas se unió a ellos para dar testimonio de sus nombres.
Al comenzar con este relato sobre el testimonio de la muerte de los migrantes, Villegas establece el tono del resto del libro. Empezamos a comprender la migración prestando atención a quienes migran.
Cada capítulo del libro se basa en este enfoque, construido menos en teorías abstractas que en nombres y lugares. El efecto es profundamente humanizador, ya que da cuerpo a un debate a menudo inhumano en el que migrantes sin rostro y ciudadanos desconocidos que viven en zonas fronterizas quedan marginados a ambos lados de procedimientos legales y complicados debates.
Pero el libro Migrant God también se basa en las Escrituras, ya que Villegas relata las historias de los migrantes como si estuvieran inmersos en historias bíblicas. Describe las comidas de arroz y frijoles con los indocumentados como espejos de la Última Cena, y los recuerdos de seres queridos perdidos en la frontera se hacen eco de las liturgias cristianas. Los lamentos públicos por la pérdida de seres queridos al otro lado de la frontera reflejan los lamentos de los Salmos, y las protestas contra las familias divididas se hacen eco del clamor de los profetas para que Dios actúe. Villegas toma palabras y acciones que, normalmente podrían parecer meramente políticas y las enmarca como profundamente teopolíticas. Nos invita a ver a Dios obrando en el mundo.
En el corazón del relato de Villegas hay un llamado a recordar el cuidado de Dios y su historia entre los migrantes. Es este tema el que le permite a Villegas ver el mundo de las Escrituras cobrar vida en testimonios contemporáneos. Como escribe en la conclusión:
Creemos que nuestros vecinos —independientemente de su ciudadanía, de su documentación de residencia o de si viven a este lado o al otro de la frontera— están bajo el cuidado de Dios. La Biblia nos recuerda que Dios se ha unido a las caravanas en el desierto. El Espíritu de Dios habita con las personas que se desplazan. Un Dios migrante para la vida migrante.
Además de las historias de la vida de los migrantes en Estados Unidos, Villegas escribe sobre los migrantes de las Escrituras: Israel en su viaje por el desierto, la Sagrada Familia huyendo de Herodes. Estas historias conocidas no se utilizan como armas, sino como provocaciones a fin de invitar al lector a relacionarlas con los testimonios actuales.
En esta evocación de las Escrituras, en esta visión del presente a través del prisma del pasado, la obra de Villegas alcanza su máxima potencia. Nos recuerda que la migración no es un asunto nuevo, ni es necesariamente una crisis. A través de relatos personales, reitera que los migrantes no son irracionales ni erráticos, que nadie abandona su país de origen sin una razón y que vivir en una tierra extranjera conlleva grandes dificultades. Aunque podamos pasar por alto este aspecto en medio de la retórica de la «invasión», la migración siempre tiene que ver con seres humanos que abandonan sus antiguos hogares e intentan construir otros nuevos.
No obstante, Villegas deja sin explorar algunos aspectos de la migración. El cuidado de Dios por los migrantes también busca encontrarles un hogar y hacer posible que la migración termine. Villegas no establece esta conexión, dejando sin examinar lo que dice la Escritura sobre la pertenencia, sobre la construcción de un hogar más allá de las fronteras y sobre el papel que desempeñan las fronteras en la creación de nuestros hogares.
Planteo la cuestión de poner fin a la migración no para cuestionar los testimonios que ofrece Villegas, sino para sugerir que hay otra dimensión en estas historias: que la presencia de Dios entre los migrantes tiene como fin último el final de su viaje.
Empezar con este fin en mente nos ayuda a ver más claramente por qué la muerte es una afrenta y qué anhelan los migrantes en sus lamentos. Pero también nos invita a considerar el testimonio de los migrantes junto con otro grupo de testimonios: los testimonios de aquellos entre quienes vivirán los migrantes. Comenzar con la misericordia es apropiado, pero avanzar hacia la justicia nos invita a considerar los testimonios de personas de buena fe que tal vez quieran acoger a los migrantes, pero tienen preguntas y preocupaciones sinceras.
Villegas afirma explícitamente que no está tratando de cambiar la opinión de nadie sobre la política migratoria o la ética de la inmigración. Su objetivo es dar un rostro humano a una cuestión que a menudo queda oscurecida por la política. Sin embargo, en ocasiones, el libro se aleja de esta premisa y se adentra en el análisis, teorizando sobre la policía, la naturaleza de las fronteras y la violencia que sufren los migrantes. Creo que esto es inevitable: comenzar con el testimonio nos lleva a plantearnos más preguntas sobre la dinámica que subyace a esas historias. Es natural pensar en cómo podríamos remediar el sufrimiento del que Villegas testifica.
Sin embargo, independientemente de las objeciones que podamos tener sobre el lugar que ocupa el testimonio en la toma de decisiones sobre cuestiones políticas y morales difíciles, la obra de Villegas destaca por no perder nunca de vista a los propios migrantes. Se trata de un hábito que debe imitarse ampliamente si queremos debates más constructivos sobre cómo responder de forma humana y compasiva a la inmigración, si queremos hacer justicia a quienes buscan una nueva vida en otros lugares y a quienes ya están allí.
Los migrantes son testigos de una vida que muchos de nosotros no conocemos. Esto no quiere decir que sus testimonios no deban ser objeto de escrutinio o que esos testimonios generen conclusiones políticas incuestionables. Pero sí quiere decir que los migrantes no pueden ser reducidos a obstáculos, ni a objetos de lástima o miedo. Migrant God ofrece a los lectores una visión clara y bíblica del cuidado de Dios por los migrantes, poniendo ante nosotros historias y rostros que con demasiada frecuencia se pierden en los debates, son maltratados por las leyes y menospreciados en la política.
Myles Werntz es autor de From Isolation to Community: A Renewed Vision for Christian Life Together (Del aislamiento a la comunidad: una visión renovada de la vida cristiana en comunidad). Escribe en Taking Off and Landing y enseña en la Universidad Cristiana de Abilene.