Esta es una reseña del libro Every Home a Foundation: Experiencing God Through Your Everyday Routines, de Phylicia Masonheimer.
Si, como yo, aún no tienes un robot brillante producido por Elon Musk, probablemente lavas tus platos, aspiras tus suelos y te enfrentas a tu Everest personal de ropa sucia. En su libro Every Home a Foundation: Experiencing God Through Your Everyday Routines (Cada hogar, un fundamento: experimentar a Dios a través de tus rutinas diarias), Phylicia Masonheimer ayuda a proyectar una visión mucho más grande de las interminables tareas que fácilmente pueden sepultarnos en la mundanidad, tales como limpiar la cocina o preparar la comida.
Tal y como lo describe Masonheimer, nuestro trabajo en el hogar no es simplemente una lista de tareas tediosas que nos impiden emprender proyectos de verdadera importancia eterna. Su libro nos invita a realizar las tareas domésticas como una práctica de mayordomía fiel, invitándonos a gobernarlas, en lugar de dejarnos gobernar por ellas.
Masonheimer es la fundadora y directora ejecutiva del ministerio Every Woman a Theologian. Presenta el pódcast Verity, así como una conferencia con el mismo nombre. Es autora de varias decenas de folletos sobre diversos temas, que van desde la cultura de la pureza hasta el fin de los tiempos, además de algunos libros completos. Vive con sus tres hijos y su esposo en una granja en la zona rural de Michigan.
Su libro Every Home a Foundation se divide en dos partes: «Una teología del hogar» establece el marco de cómo nuestros hogares dan forma a nuestras vidas como creyentes, mientras que «Una liturgia del hogar» explora los sistemas y estrategias de la vida en el hogar.
En las primeras páginas, Masonheimer cuenta su historia de cómo se convirtió en ama de casa después de una intensa década de viajes por motivos de trabajo. En medio del choque que supuso esta transición, se dio cuenta de que su identidad había estado ligada a su productividad. La vanidad, el deseo de reconocimiento y la influencia de las redes sociales le habían llevado a ver el hogar como un impedimento para una vida plena, en lugar de un camino hacia ella. «La idolatría del trabajo no puede coexistir con una teología sólida del hogar», escribe con franqueza.
La verdad que lo cambió todo fue una teología bíblica del hogar. Como la describe Masonheimer, esta teología «nos enseña que Dios desea los lugares en los que vivimos y tiene un propósito dentro de ellos… Es simplemente la perspectiva y el corazón de Dios sobre cómo sus hijos experimentan la vida en el hogar».
Masonheimer comienza su argumento en el lugar donde nació la idea del hogar: en el Jardín del Edén. Dios colocó a Adán y a Eva en el jardín para que lo gobernaran y lo cuidaran. Pero este hogar se vio mancillado por la Caída, y sus habitantes fueron expulsados de la presencia de Dios. Entonces, Dios llamó a Israel para que fuera su pueblo especial y viviera en comunión con Él. Pero una vez más, la desobediencia provocó el exilio.
Curiosamente, Masonheimer no menciona el tabernáculo ni el templo, donde Dios moraba de manera especial y se reunía con su pueblo. En cambio, escribe que la revelación del carácter de Dios «se comunicaba a las familias en sus hogares, no en los edificios de la iglesia, mientras vivían, trabajaban y adoraban juntos». Este comentario parece engañoso, ya que la revelación divina se produjo casi exclusivamente en asambleas reunidas, como en el caso de la entrega de la ley en el monte Sinaí, los rituales regulares de adoración en el templo y las declaraciones proféticas.
Masonheimer continúa trazando la historia del hogar «al final de la era medieval». Pero estas secciones omiten cualquier referencia a la Reforma, que dignificó las formas de trabajo aparentemente seculares, incluidas la labores del hogar, a través del concepto del sacerdocio de todos los creyentes.
A partir de aquí, Masonheimer pasa a las consecuencias de la Revolución Industrial. Este cambio social alteró los patrones de inversión entre generaciones en el arte especializado de cuidar el hogar y enseñó a las mujeres a buscar la emancipación a través del trabajo profesional. Con el tiempo, el arte de cuidar el hogar se redujo a la pesada tarea de alimentar y vestir seres humanos de la manera más eficiente posible. Hoy en día, a menudo lo vemos simplemente como un lugar para recargar energías antes de volver a la «vida real».
¿Cómo podemos restaurar la gloria del hogar en una cultura que a menudo lo menosprecia? Como Masonheimer se apresura a señalar, esto no sucederá simplemente subiéndose al carro de las «esposas tradicionales». La tarea crucial, argumenta, es volver a aprender la verdad de que nuestros hogares no son principalmente nuestros: Dios nos los ha confiado para que los utilicemos para la gloria de su reino.
«Al ver los ritmos de nuestro hogar como un acto de servicio», escribe Masonheimer, «salimos de nosotros mismos y vemos todo desde una perspectiva desinteresada. […] No solo estoy preparando la cena, sino que estoy dedicando mi tiempo a quienes necesitan comida. El trabajo del hogar es un acto de amor hacia nuestro prójimo más cercano: aquellos que viven dentro de nuestra casa». Por el contrario, el descontento [con estas actividades] muestra desconfianza en Dios y obstaculiza nuestra capacidad de cuidar el hogar que Él nos ha dado. «La mayordomía fomenta la diligencia, la paciencia y un corazón agradecido», escribe. «Amar el hogar que tienes es un acto abierto en contra el descontento».
Aquí, Masonheimer hace hincapié en algo importante: el hogar es la fuente de un ministerio eficaz. A través de él, ministramos no solo a quienes nos rodean, sino también a nosotros mismos. «Nos molesta su naturaleza repetitiva», admite.
Pero, ¿y si la repetición es precisamente lo que necesitamos? Despreciamos la suciedad, pero ¿y si esta abnegación es lo que moldea nuestro carácter? Odiamos que [el cuidado del hogar] sea invisible y poco popular, pero ¿y si el hecho mismo de que sea una actividad oculta nos enseña humildad?… Si todo trabajo es importante para Dios, y Dios mismo trabaja, se deduce que las tareas sencillas de nuestra vida cotidiana son importantes para Él.
Al afirmar esta verdad, Masonheimer contraataca uno de los subproductos de nuestra era secular moderna: la costumbre de separar a Dios y la religión de casi toda nuestra vida real. Esta mentalidad impregna muchos hogares cristianos, que pueden parecerse fácilmente a los seculares, salvo por la visita ocasional a la iglesia. Pero el Dios de la Biblia, como Creador y Redentor, no puede contenerse dentro de esos límites. Él nunca está ausente, ni siquiera en los detalles más pequeños de nuestras vidas.
Solo rechazando esta compartimentación artificial entre lo sagrado y lo ordinario, argumenta Masonheimer, podemos aprender a reconocer la presencia de Dios en el trabajo, a menudo aparentemente insatisfactorio, que sostiene nuestros hogares. Esto la lleva a recomendar «liturgias» domésticas que puedan restaurar el sentido de propósito y significado sagrados. La liturgia, tal y como ella la define, «es una acción física que conduce a la comunión con Dios», y «a través de las liturgias del hogar, experimentamos una intimidad más profunda con Dios porque estos actos cotidianos son una forma de adoración». Como ella misma destaca, «la liturgia no es algo encerrado en un edificio eclesiástico, sino el patrón, la trayectoria esperada de la vida cristiana».
Esto es claramente cierto en un sentido. Como afirmaron los reformadores, toda la vida se vive coram Deo, es decir, ante la presencia de Dios. Sin embargo, esta concepción de la liturgia también lleva a Masonheimer, en ocasiones, a restar importancia a la iglesia más de lo debido. En un momento dado, escribe que recuperar la dignidad de las tareas domésticas «no comienza en un edificio de la iglesia, sino con los ritmos de la fe en el hogar».
Repite esta yuxtaposición en otro lugar, diciendo que la disciplina espiritual «no comienza en un edificio de la iglesia ni en un grupo de estudio bíblico». En su deseo de extender la práctica cristiana más allá de los domingos y los edificios de la iglesia, Masonheimer corre el riesgo de atenuar la vibrante realidad de la iglesia misma.
Aunque está presente en todas partes, Dios elige reunirse con su pueblo de una manera única cuando nos reunimos en su nombre (Mateo 18:20). Lo más fundamental es que nuestro llamado proviene de nuestra identidad como pueblo apartado de Dios que se somete a la autoridad de su Palabra. Visto así, la identidad de cualquier familia cristiana brilla con más intensidad como parte del pueblo reunido de Dios, y no en contraste con él.
El objetivo del hogar cristiano es formar una nueva generación de adoradores. En esta visión, nuestros hogares son puestos de avanzada de este reino, pero solo la iglesia misma está construida con las piedras vivas de los siervos fieles. Cristo no es la piedra angular de «todo lo bello que construimos», como afirma Masonheimer, sino de la iglesia, que Dios está construyendo con creyentes comprados con su sangre (Hebreos 9:11-28).
Para ser justos, Masonheimer afirma claramente que la iglesia es un antídoto contra el individualismo occidental. Ella ofrece a los lectores un atractivo recorrido por el calendario eclesiástico, mostrando cómo las familias pueden marcar los días, las semanas y los meses celebrando la historia de la redención. Pero su apelación a la tradición de la iglesia, aunque bienvenida, puede oscurecer la centralidad del culto dominical regular al resaltar lo que ella llama «la naturaleza sagrada del tiempo».
El énfasis de Masonheimer en las rutinas domésticas lleva su argumento ocasionalmente por otros caminos cuestionables. Por poner un ejemplo, este énfasis puede elevar las cuestiones de la disciplina externa por encima de la postura de nuestros corazones.
Para Masonheimer, la palabra disciplina no es en absoluto una palabra difícil de asimilar. Al abrazarla y cultivarla, argumenta, establecemos algo hermoso y, por la gracia de Dios, eterno. Describe los hábitos regulares (las disciplinas) de estudio de la Biblia, meditación y oración como algo que aporta una vitalidad renovada a nuestro trabajo, nuestras relaciones y nuestra salud física.
«Cuando vivimos sin límites», escribe Masonheimer, «experimentamos constantemente las consecuencias no deseadas de nuestras acciones… Las personas indisciplinadas son las que más esclavitud experimentan: esclavitud al estrés, la sobrecarga, el miedo y el caos». Pero establecer tales límites y disciplinas no servirá de nada sin un cambio de corazón subyacente. De hecho, Jesús señaló la justicia propia, y no la falta de disciplina, como la posición espiritual más esclavizante (Lucas 18:9-14; Mateo 19:16-22; Lucas 5:31-32).
Un hogar desorganizado puede enmascarar un desorden más profundo, pero un hogar aparentemente organizado puede estar igualmente desordenado. Masonheimer escribe con habilidad a aquellos que no están acostumbrados a ejercer un dominio práctico en sus hogares. Sin embargo, la estructura y las rutinas pueden convertirse fácilmente en idolatría, especialmente para las personas orientadas a estructurar su vida en torno a las tareas.
El cristianismo no afirma que tener sistemas y rutinas mejores puedan resolver nuestro pecado, sino que solo Jesús y su perdón pueden efectuar una transformación duradera en nuestros corazones y hogares. Si nuestro objetivo es la fidelidad a Cristo, y no la productividad por nuestros propios medios, debemos evitar construir una estructura familiar simplemente para alimentar ídolos de control o éxito medible.
Sin embargo, más preocupante que el enfoque de Masonheimer sobre la disciplina en el hogar es su ocasional uso inapropiado de las Escrituras y los principios bíblicos. En un caso, reduce el cristianismo a Romanos 12:21 («No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien» [NVI]), con lo que pasa por alto la obra expiatoria de Jesús por el pecado. Del mismo modo, su lista de «valores duraderos de la fe cristiana», que incluye «compasión», «benevolencia», «generosidad», «perdón» y «hospitalidad», podría equipararse fácilmente a un moralismo simple.
Aunque la Biblia dignifica todo trabajo ordinario, Masonheimer a veces escribe de una manera que lo eleva mucho más allá de lo que justifican las Escrituras. «La vida familiar espiritualmente disciplinada es, en sí misma, libertad», escribe en un lugar. En otro, citando el Salmo 51:12 [«Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu de obediencia me sostenga»], afirma que «las tareas repetidas, cuando se entienden a través del prisma de un propósito sagrado, nos devuelven el gozo de nuestra salvación», una promesa escandalosa, dado que este pasaje se refiere a David suplicando a Dios el perdón divino tras su adulterio con Betsabé.
En un momento dado, Masonheimer reconoce que «limpiar la casa no es sacramental» en el sentido de mediar en la presencia de Dios. Sin embargo, en un pasaje posterior parece describir las tareas domésticas como un canal de revelación especial: «Estas tareas cotidianas no son un obstáculo, sino el camino para conocer verdaderamente el amor de Dios, descendido en forma humilde al “pesebre” de lo mundano».
Dios ha prometido que su Palabra no volverá vacía (Isaías 55:11). A lo que Masonheimer añade con audacia: «Tu esfuerzo por romper la cadena de ritmos domésticos malsanos y culturas familiares inseguras nunca volverá vacío, y Dios te animará en cada paso del camino». Sin embargo, Dios no da tal garantía a nuestras propias obras imperfectas, insistiendo en cambio en que «si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles» (Salmo 127:1).
Every Home a Foundation es profundamente personal. Masonheimer llena sus páginas con historias, recuerdos, poesía y ritmos familiares. El libro logra una mezcla perfecta entre paisaje, historia, comprensión y personalidad que hacen que la historia de su vida y su guía espiritual sean atractivas para muchos.
Sin embargo, en ocasiones, el libro puede caer con demasiada facilidad en la cultura moderna de los «influencers». El gran volumen de historias y detalles autobiográficos puede transmitir la primera parte de la instrucción de Pablo en 1 Corintios 11:1 («Imítenme»), mientras que resta importancia a la segunda («así como yo imito a Cristo»).
El hogar es importante para Dios, y debería serlo para nosotros. Masonheimer ha elaborado un argumento convincente en este sentido, aunque a veces resulte confuso. Every Home a Foundation ofrece una valiosa mirada a la vida de su autora, desde su propia perspectiva en un momento concreto. Sin embargo, al final del día, todos somos responsables de vivir las verdades de la Palabra de Dios en nuestras comunidades de creyentes. Con la ayuda de nuestros hermanos, podemos trazar surcos de fidelidad en los campos que Dios nos ha dado, en cuya presencia sagrada vivimos cada momento de nuestra vida cotidiana.
Simona Gorton es escritora y vive con su esposo y sus tres hijos en Harrisburg, Pensilvania. Es autora de Mothering Against Futility: Balancing Meaning and Mundanity in the Fear of the Lord.