Theology

Una palabra de aliento para un cristiano desanimado

Editor in Chief

El evangelio es real. Las historias son verdaderas. Jesús ha resucitado y salva. Aunque algunos manchen el nombre de Cristo, no debemos darnos por vencidos.

Jesus being resurrected
Christianity Today July 3, 2025
Ilustración de Christianity Today / Fuente de imágenes: Wikimedia Commons

Este artículo es una adaptación del boletín informativo de Russell Moore. Suscríbete aquí. [Enlaces en inglés].

«¿Puedes darme una razón por la que no debería renunciar por completo a la religión?».

Antes de que el joven terminara su pregunta, yo ya sabía lo básico de lo que él iba a decir, porque lo oigo todo el tiempo.

Este hombre no dudaba de la verdad de los credos ni de la inspiración de la Biblia. No quería ir a un club de striptease ni consumir cocaína. Quería desesperadamente una razón para mantenerse firme porque ama a Jesús y quiere seguirlo.

Sin embargo, estaba conmocionado por algunas de las cosas que ha visto —algo de crueldad, algo de nihilismo, algo de hipocresía— en nombre de Cristo, por parte de las mismas personas que le enseñaron el evangelio.

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No respondo a este tipo de preguntas de la misma manera. Un Iván Karamazov que concluye que la existencia del sufrimiento y el mal refuta la existencia de un Dios bueno necesita una conversación diferente a la de alguien que cree que la física explica todos los misterios del universo. Pero ninguno de estos era el caso aquí.

En cambio, estaba hablando con alguien que es un cristiano convencido, pero que está desanimado y desmoralizado por algunas cosas horribles y tontas que ha visto. Si ese es tu caso, o el de alguien a quien amas, aquí hay algunas cosas que creo que deberías considerar.

En primer lugar, es completamente normal y comprensible sentirse desconcertado. La iglesia está llamada a ser un signo de la verdad, la bondad y la belleza del reino. Se supone que es un cuerpo indivisible de la cabeza que es Jesucristo. Jesús dijo: «De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Juan 13:35, NVI). Hablando de la iglesia, Jesús oró: «Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad» (Juan 17:16-17).

Alguien que ha tenido padres negligentes o abusivos tiene todas las razones para lamentarse de no haber tenido lo que todo niño debería recibir como algo natural: padres que lo amen, lo protejan y lo guíen. Cuando esa persona afligida habla de ello, ¿quién, salvo el más retorcido, diría: «Mucha gente tiene malos padres, y mucha gente ha tenido peores, ¡así que supéralo!»? El primer paso para «superarlo» es, de hecho, darse cuenta de que las cosas no tenían por qué ser así.

Hay una forma de decir «la Iglesia siempre ha tenido hipócritas» (lo cual es cierto, por supuesto) que descarta la expectativa genuina de que la Iglesia busque la santidad. Es como escuchar a un asesino en serie encogerse de hombros y decir: «Todos somos pecadores: ¿quién de nosotros no tiene un esqueleto o dos bajo el suelo?». Ni Dios lo mande.

Dicho esto, en una conversación como esta, no me dirijo a «la Iglesia». Solo me dirijo a este cristiano, que se pregunta si está loco o es estúpido por seguir a Jesús después de todo lo que ha visto. Y, con todo mi ser, no creo que lo esté.

C. S. Lewis advirtió sobre la «pedantería cronológica», la sensación de que las épocas anteriores eran ignorantes y atrasadas, y que nosotros hemos progresado más allá de ellas. Creo que podría haber algo análogo a eso a lo que podríamos llamar «desánimo cronológico».

Imagina lo difícil que debió de ser creer en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob en la época en que Jeroboam estaba levantando altares a los becerros de oro en Betel y Dan (1 Reyes 12:25-33). Cuán difícil debió de ser creer en la carta del apóstol que te decía que la palabra de la cruz es el poder de Dios para la salvación, cuando todo lo que habías visto era a algunos de la iglesia corintia que se acostaban con sus madrastras (1 Corintios 5), a algunos que se peleaban por un lugar en la fila de la Cena del Señor (cap. 11) y a otros que discutían sobre si alguien debía hablar en lenguas (cap. 12-14).

Si hubieras sido cristiano en la Laodicea del siglo I, no habrías retransmitido en directo los servicios desde Filadelfia, y probablemente ni siquiera habrías viajado más de un kilómetro o dos desde el lugar donde vivías. Todo lo que habrías visto de la Iglesia es lo que el mismo Cristo ascendido dijo que le daba ganas de vomitar (Apocalipsis 3:16). Piensa en lo difícil que debía de ser ser un cristiano genuino y convencido cuando el nombre de Cristo era utilizado por la corrupta familia criminal de los Borgia o por los inquisidores asesinos.

Ahora, imagina que estás dando un consejo, no a esas estructuras, gobernantes y clérigos malvados, sino a un cristiano, en uno de esos periodos, cuyo corazón está «extrañamente conmovido» por las Escrituras, a pesar de todo lo que ha visto. ¿Le aconsejarías que renunciara al cristianismo y que lo dejara en manos de quienes lo están utilizando, solo porque ha nacido en una época de terrible corrupción y muerte?

Ahora supongamos que estás viviendo en una época así, de desobediencia y falta de vida. ¿Qué harías entonces? Si estás convencido, como yo, de que Jesús de Nazaret es quien dijo ser, el Hijo del Dios viviente, ¿por qué permitirías que alguien te quitara eso solo porque vives en el año 2025 en Norteamérica en lugar de en el año 125 en Antioquía o, digamos, en el 2065 en Malasia?

La crisis periódica de las estructuras eclesiásticas no pone en tela de juicio lo que Jesús nos dijo, sino que, de hecho, lo confirma. Jesús dijo a sus discípulos que el hecho religioso más estable que podían imaginar —el Templo— sería derribado (Mateo 24:1-2). Dijo que «la abominación desoladora de la que habló el profeta Daniel» estaría en el lugar santo (v. 15), es decir, en el mismo lugar de la autoridad y la misericordia de Dios. Jesús dijo a sus discípulos, y luego a través de ellos a nosotros: «pero procuren no alarmarse. Es necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin» (v. 6), y «se lo he dicho a ustedes de antemano» (v. 25).

Jesús dijo explícitamente que les decía esto a los discípulos de antemano porque tendrían dos tentaciones aparentemente opuestas: algunos se verían tentados a caer en las falsificaciones (v. 26) y otros se verían tentados a desanimarse (vv. 6-8). Sus palabras también están dirigidas a nosotros. Tú y yo probablemente, al menos en este caso, estamos más en la segunda zona de peligro que en la primera.

La pregunta fundamental no es si la iglesia en su conjunto, especialmente en Estados Unidos, se encuentra en una situación desesperada. Lo está. La pregunta es si la tumba está vacía. Si lo está, entonces podemos confiar en que Jesús puede vencer incluso el horrible uso indebido de su nombre por parte de aquellos que están confundidos o son simplemente rapaces.

Mucho se ha revelado en los últimos años, y se han mostrado los terribles frutos de algunas de las nociones teológicas y de «cosmovisión» que muchos de nosotros teníamos. Ver adónde conducen esas cosas debería llamarnos a reexaminar, a desechar lo que no se ajusta a las Escrituras y al camino de Cristo Jesús.

A principios del siglo XX, el joven Karl Barth era un típico protestante liberal europeo que veneraba a quienes le habían enseñado su teología. Sin embargo, al estallar la Primera Guerra Mundial, Barth se horrorizó al ver los nombres de sus propios profesores en una petición en apoyo al nacionalismo alemán del káiser, considerándolo una guerra cultural de la civilización cristiana contra la barbarie.

Barth escribió: «Todo un mundo de exégesis teológica, ética, dogmática y predicación, que hasta ese momento había aceptado como básicamente creíble, se vio sacudido hasta sus cimientos». Esto inició un proceso en el que se preguntó cómo la teología de Friedrich Schleiermacher y otros podía llevar a abrazar tal horror. Esa pregunta se haría aún más pronunciada cuando Barth vio cómo casi toda la Iglesia alemana se unió al nazismo.

Esto no quiere decir que el lugar en el que Barth terminó fuera necesariamente el correcto, pero sí que la conmoción de Barth en ese momento era claramente acertada. Independientemente de lo que se piense de dónde terminó, el camino que tomó —volver a las fuentes del Libro de Romanos y al resto de la Biblia— fue la respuesta adecuada a un «cristianismo» que había demostrado ser increíble.

Qué pena sería si él, Bonhoeffer y el resto de la pequeña minoría disidente de la atrocidad cristiana alemana le hubieran pasado a los cristianos alemanes el copyright de un evangelio que habían vaciado y sustituido por lo que Barth denominó acertadamente el «misticismo de la sangre» de los nazis.

Si descartamos el mal uso del nombre de Cristo como y decimos simplemente «así son las cosas», estamos pecando contra Dios y contra las generaciones que nos precedieron y las que nos seguirán. Si nos negamos a preguntarnos qué ideologías y teologías dan origen a la crueldad, el autoritarismo, el antinomianismo y el legalismo, también estamos eludiendo nuestro llamado.

Pero para aquellos de nosotros que estamos convencidos de que las mujeres en el sepulcro no mentían, que los discípulos murieron negándose a retractarse de lo que habían testificado acerca de aquel que «se presentó dándoles muchas pruebas convincentes de que estaba vivo» (Hechos 1:3), ¿por qué íbamos a alejarnos de eso? ¿Por qué íbamos a alejarnos de Jesús?

Sí, es cierto que te encuentras en una época difícil, un momento de prueba y tumulto para la iglesia. Quizás hubieras preferido vivir en otra época. Pero ahora estás aquí, con el mismo Cristo ascendido, el mismo Espíritu impredecible, el mismo Padre misericordioso y la misma nube de testigos que todas las demás generaciones.

Pablo le escribió a Timoteo que «esos malvados farsantes irán de mal en peor, engañando y siendo engañados» (2 Timoteo 3:13). Le dijo al joven pastor que luchara contra todo eso, que preservara el evangelio frente a aquellos que lo vacían de su significado.

Pablo continuó diciendo: «Pero tú permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de quiénes lo aprendiste. Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (vv. 14-15).

Es importante saber que no estás loco cuando ves cosas que deberían escandalizar a toda conciencia renacida, y que deberían romper todo corazón regenerado.

Pero en cuanto a ti, tu ancla se sostiene detrás del velo (ver Hebreos 6:19). Llora, sí; aflígete, enójate, trabaja por un cambio. Pero no te vuelvas cínico. No te desmoralices. No te rindas.

El evangelio es real. Las historias son verdaderas. Cristo ha resucitado y Jesús salva. Esa es razón suficiente para seguir en pie.

Russell Moore es editor jefe de Christianity Today y dirige su Proyecto de Teología Pública.

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