Sentado junto a un estudiante angustiado por la guerra religiosa, un académico temeroso de Dios lamentaba el caos en Siria, la destrucción de Irak y las tensiones existenciales aparentemente permanentes en Tierra Santa.
«Qué gran fortuna sería si… todos los hombres de la tierra pudieran profesar una sola religión», dijo. «[Entonces] no habría más rencor ni mala voluntad entre los hombres, que se odian por la contradicción entre sus creencias».
La respuesta del académico, por desgracia, no considera la capacidad humana para el conflicto. Más allá de la sangrienta geopolítica, el islam, el cristianismo y el judaísmo se han dividido en sectas y facciones hasta el punto de matar a creyentes de su religión que comparten el mismo texto pero tienen creencias diferentes.
No obstante, para algunos, el «rencor y la mala voluntad» han servido como un impulso correctivo para unir las religiones a través del diálogo interreligioso. Y ese impulso no es nuevo. El académico temeroso de Dios es un personaje de un libro escrito en el siglo XIII por Ramon Llull, un ermitaño franciscano y uno de los primeros defensores de una iniciativa que aún hoy sigue siendo controvertida entre muchos creyentes. Contracultural incluso entonces, El libro del gentil y los tres sabios abordaba un mundo que carecía gravemente de un pluralismo religioso pacífico.
Cuando Llull publicó su libro en la década de 1270, los cruzados estaban fortificando castillos en Siria. La horda mongola había saqueado la Bagdad musulmana, solo para sufrir después una derrota en Palestina, en los campos de Galilea. Llull escribió desde lo que hoy es España, durante la Reconquista, una campaña militar que buscaba devolver la Península Ibérica a la cristiandad. El reino musulmán, al que llamaron Al-Ándalus y que pasó a conocerse como Andalucía, había sido relativamente tolerante con los cristianos y los judíos.
Llull vivió en la isla de Mallorca, donde se estableció su padre después de que Jaime I de Aragón declarara la victoria en 1229. En las décadas siguientes, los reyes cristianos de las tierras liberadas aumentaron las restricciones a los monoteístas no cristianos que residían en la zona desde la conquista islámica del siglo VIII. A algunos los convirtieron por la fuerza y, en pocos siglos, expulsaron a casi todos los musulmanes y judíos.
Llull, que escribía en latín, árabe y en su catalán natal, abogaba por convertir a los no cristianos mediante argumentos racionales, no con la espada. Aunque defendió la conquista cristiana de las tierras musulmanas, también fundó escuelas misioneras y viajó al norte de África, donde debatió con eruditos islámicos.
Algunos de sus contemporáneos intentaron hacer lo mismo. De hecho, la literatura sobre religión en la Edad Media, independientemente de la confesión, refleja un espíritu marcial que concluye con el triunfo decisivo de la fe de los autores.
En el siglo XII, por ejemplo, Petrus Alfonsi publicó Diálogos contra los judíos, en el que su interlocutor imaginario se convierte al cristianismo. Invirtiendo el papel del vencedor, Judá Halevi [Yehudah Halevi] escribió El Kuzari (también conocido con la transliteración El Cuzarí), en el que un rey regional abraza el judaísmo después de escuchar los argumentos del islam y el cristianismo. Un siglo más tarde, Salih ibn al-Husayn al-Ghaffari defendió el caso musulmán al escribir un libro titulado La vergüenza de los que han corrompido la Torá y el Evangelio.
Llull actuó de manera diferente. Aunque los estudiosos sostienen que el libro muestra un ligero sesgo hacia el cristianismo, presenta en términos sencillos el debate de cada uno de los tres sabios sobre su fe. Y cuando el filósofo elige su religión al final, los amigos le piden que no la revele. El libro termina sin dejar que el lector conozca el resultado, ya que el musulmán, el cristiano y el judío deseaban seguir disfrutando de su conversación.
Esta conclusión podría no ser del gusto de los evangélicos occidentales, que pueden temer que el movimiento interreligioso difumine las líneas de la doctrina y reste importancia a la singularidad de Jesús. Los personajes de Llull no lo hicieron. Algunos podrían preguntarse si el cristiano perdió una oportunidad de animar a los seguidores de religiones rivales a abrazar su fe, en lugar de limitarse a discutir sobre creencias.
Sin embargo, los cristianos evangélicos que viven en el mundo musulmán podrían argumentar que los personajes tomaron una decisión acertada para preservar la paz y la amistad en la consideración conjunta de Dios. Al fin y al cabo, dado que su comunidad suele representar menos del uno por ciento de la población, deben pensar en cómo relacionarse pacíficamente con el islam.
Hoy en día, estas realidades han impulsado a algunos a asociarse con otros cristianos para crear centros de diálogo interreligioso. Respetan a los musulmanes como ciudadanos, vecinos y compañeros temerosos de Dios, sin dejar de adherirse al Credo Niceno.
El año pasado, estos pioneros y sus homólogos musulmanes se reunieron en Estambul para poner en marcha la Red de Centros para las Relaciones Cristiano-Musulmanas (NCCMR, por sus siglas en inglés), una comunidad de 18 entidades que se extiende desde Nigeria hasta Indonesia. En algunos países, sus comunidades religiosas están en conflicto. En otros, personas de diferentes credos conviven en su mayor parte sin problemas.