Las botellas de plástico son quizás lo más parecido a una decoración en la casa de tres habitaciones de Magdalena Reyes Valderrama, en el noreste de México. Tiene un reloj que cuelga de una de las paredes rosadas del pasillo. Un televisor descansa sobre un mantel decorado con naranjas. La ropa, que el calor de 38 °C secó hace varias horas, sigue colgada en los tendederos y, de vez en cuando, se agita con la brisa.
Una frágil silla de plástico por aquí, un calcetín tirado por allá. Un cartel electoral que te invita a votar por la actual presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, sirve de cortina. Cuando Reyes está nerviosa, busca el paño más cercano: la camiseta de su nieto. La dobla y la utiliza para golpearse la espinilla derecha. A veces, la utiliza para secarse las lágrimas.
Últimamente, la vida no ha ido como ella esperaba.
Reyes, que ahora tiene 73 años, conoció a su esposo, un joven que tocaba el acordeón, cuando era adolescente. Tuvieron siete hijos y se divirtieron mucho asistiendo a una fiesta tras otra, bodas y fiestas de quince años. Ella asistió a la escuela por un breve periodo cuando era niña, pero su esposo mantenía a la familia. Nunca la golpeó, dice. Luego murió de cáncer de pulmón en 2017, un año antes de su 50.º aniversario de boda.
Su muerte llevó a Reyes a trabajar por primera vez por un tiempo. Ahora, sobrevive con una pensión de 3000 pesos (158 dólares estadounidenses) al mes. Es dueña de su casa, pero el dinero se le va rápido. La electricidad para los tres ventiladores de la casa le cuesta 350 pesos al mes. Sus compras (aceite, sal, huevos, tomates, cebollas, arroz) le cuestan al menos 500 pesos al mes, por lo que come dos veces al día en el programa de comidas del gobierno para personas mayores.
¿Qué más le gustaría poder comprar? Reyes hace una pausa y mira hacia otro lado. Toma la camiseta doblada y se seca los ojos con ella. Carne. Filete. Kentucky (el famoso pollo de Kentucky Fried Chicken).
Cuando cocina, el gas para calentar la comida le cuesta entre 200 y 300 pesos. No puede pagar el gas para calentar el agua del baño, así que utiliza un calentador de agua sumergible, una pieza de metal de unos 30 centímetros que se calienta cuando se enchufa. El calor derrite el mango y el cable eléctrico, por lo que ha tenido que comprar tres de estos aparatos en el último año, a 150 pesos cada uno.
También debe considerar el costo del agua, lo que explica por qué hay botellas de plástico en el alféizar de la ventana del vestíbulo y otras 22 botellas en una repisa de cemento. Estas, junto con dos grandes tanques de metal, un puñado de cubetas (cubos) y un tanque de 750 litros situado debajo de una estatua de María, componen el equipo de Reyes en su incansable búsqueda para asegurarse de que su familia de siete personas tenga suficiente agua.
A las 7 de la mañana de los lunes, martes y miércoles, empieza a abrir los grifos y a llenar todos los recipientes que encuentra. En el mejor de los casos, esto bastará para saciar la sed, asegurar duchas para toda la familia, desinfectar la casa, y lavar los platos y la ropa durante el resto de la semana. Reyes, junto con los otros 390 000 habitantes de Ciudad Victoria, una ciudad situada a poco más de 300 metros sobre el nivel del mar y enclavada entre dos cadenas montañosas, saben que no pueden contar con que el agua estará siempre disponible.
Ciudad Victoria es la capital de Tamaulipas, el estado en la esquina noreste de México, situado justo debajo de la frontera con Texas. También es el único estado del norte que no sufre sequía, al menos este año. Entre 2021 y 2024, las autoridades locales racionaron el agua para los hogares e hicieron cortes para los cultivos, medidas que provocaron protestas entre los residentes y dejaron a las empresas con dificultades operativas.
Hace un año, el 80 % del estado de Tamaulipas se enfrentaba a la escasez de agua. Luego, la tormenta tropical Alberto regó la zona, lo que ahora se hace evidente en la explosión de plantas frondosas, arbustos y árboles. Sin embargo, la exuberante flora oculta una cruda realidad. La presa Vicente Guerrero, situada a unos 40 kilómetros de la ciudad y que suministra el 70 % del agua de la ciudad, se encuentra a un 60 % de su capacidad.
Padilla, un pueblo de 13 000 habitantes, se encuentra junto a la presa. En la década de 1970, el gobierno inundó la ubicación original de Padilla y trasladó su infraestructura a varios kilómetros de distancia. El pastor bautista local Juan López López dice que la comunidad es tan evangélica que, cuando el gobierno construyó la iglesia del pueblo durante la reconstrucción, erigió una iglesia evangélica, no una parroquia católica.
Los residentes de Padilla dependen de pozos locales para obtener agua, pero también necesitan la presa. La casa de López tiene agua todos los días, pero no a todas horas. Junto a su casa hay una barca multicolor. Cuando hay agua en la presa, López utiliza su barca para pescar. Ahora, con la presa con un déficit de cientos de miles de galones de agua y con el aumento en el número de peces carnívoros, su sustento se ha visto afectado. «Con la misericordia de Dios», dice López, «estamos viviendo en los últimos tiempos».
Además de Tamaulipas, los estados del interior del norte de México están sufriendo una sequía extrema y las reservas de agua del país se encuentran en mínimos históricos. Los animales mueren de sed. Los agricultores de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León, los otros estados que comparten frontera con Estados Unidos, están considerando darse por vencidos.
Sus homólogos tejanos también están preocupados y la política ha tomado el control de la situación. Estados Unidos ha demandado a su vecino del sur que cumpla un tratado por el cual México «debe enviar 1.75 millones de acres-pies (2.158 millones de metros cúbicos) de agua del Río Grande a Estados Unidos cada cinco años». Eso equivale a más de 570 000 millones de galones. México ha dicho que no puede cumplir con las entregas debido a la sequía. En el ciclo de cinco años que concluye en octubre, México ha enviado hasta ahora menos del 30 % del agua requerida.
En abril, el presidente estadounidense, Donald Trump, amenazó con imponer sanciones a México, argumentando que «México ha estado robando el agua de los agricultores de Texas». Pero la gobernadora de Chihuahua, María Eugenia Campos, dijo: «No podemos dar lo que no tenemos. Nadie está obligado a hacer lo imposible».
Otros dicen que México podría hacer más ante una «crisis previsible» que ha persistido desde hace años. En 2002, unos 100 agricultores estadounidenses bloquearon con tractores un puente en la frontera para demandar que México pagara una deuda histórica de agua a Estados Unidos. México no ha abordado sus retos hídricos, como lo han hecho países como Australia, que tiene un gran territorio árido. En parte debido al costo, México solo cuenta con cuatro plantas desalinizadoras. (No obstante, el año pasado, Tamaulipas alquiló algunas plantas desalinizadoras de Dubái).
México «no aprovecha suficientemente la reutilización de las aguas residuales, que pueden utilizarse para recargar los acuíferos, para el uso en instalaciones industriales, para el riego agrícola o para uso urbano», informó en 2023 el sitio web Global Issues. Numerosas plantas de reutilización de agua son ineficientes o tienen instalaciones en mal estado, lo que significa que el país tiene menos agua para usar.
Además, los agricultores mexicanos han aumentado el tamaño de sus campos agrícolas, mientras dependen de una infraestructura de riego obsoleta e ineficiente. «Creo que todos nosotros, los que nos dedicamos a la agricultura, somos conscientes de que estamos desperdiciando mucha agua», dijo Fidel Hidalgo Tarano, un agricultor, a PBS News, pero «un sistema de riego por aspersión o de microirrigación… cuesta mucho dinero».
México respondió finalmente a los comentarios de Trump, y aceptó enviar agua en los próximos seis meses, una promesa que, si se cumple, supondría casi más agua de la que el país ha suministrado a Estados Unidos en los últimos cuatro años. En enero, el Gobierno de Tamaulipas anunció un plan de 200 millones de dólares para «modernizar y mejorar» 200 kilómetros de canales de riego. Actualmente, un acueducto para Ciudad Victoria se encuentra en fase de licitación.
Mientras tanto, el ministerio sin fines de lucro The Bucket Ministry ha distribuido filtros de agua a cerca de 10 000 residentes de Ciudad Victoria. La familia de Reyes utiliza uno. Como los botellones de cuatro galones (14 litros) de agua filtrada cuestan 17 pesos, los miembros de la familia solían beber agua directamente del grifo, incluso cuando les provocaba dolores de cabeza o diarrea.
Los filtros de agua a veces abren las puertas para establecer conexiones con la iglesia. Dos líderes del ministerio que asisten a la iglesia evangélica Amor Viviente ayudaron a Reyes a ajustar correctamente su filtro. Más tarde se sentaron a orar con ella durante una hora y hablaron sobre su difunto esposo y su madre, también fallecida. Ella dejó caer la camiseta de su nieto y abrió la palma de su mano para aceptar una pequeña semilla que simboliza el génesis de la fe.
Otros residentes de Ciudad Victoria creen que la situación simplemente está fuera de su control. Uno de ellos, Daniel Franco, no tiene título de propiedad del terreno en el que vive con sus familiares. No tienen agua corriente y llenan sus tanques de 450, 200 y 100 metros cúbicos (un metro cúbico equivale a 264 galones) y dos tanques más pequeños con agua de un camión de la ciudad. Pero el camión solo viene cada dos meses, sin avisar cuando vendrá exactamente.