Una mañana de septiembre de 2022, Jay Kim llegó al estacionamiento de su iglesia en Chicago y vio un grupo de personas desconocidas paradas cerca del borde de la propiedad. Cuando salió de su auto, dos mujeres del grupo se le acercaron y le hablaron en español.
Kim, pastor de alcance comunitario de la iglesia CityLine Bible Church en Niles, Illinois, entendió poco de lo que decían. Eran nuevos en Chicago. Vivían temporalmente en un Holiday Inn a un par de kilómetros de allí. Kim invitó a las mujeres a entrar en la iglesia para hablar con otro pastor, Eddie Rivera, que hablaba español y podía ayudar a averiguar qué querían.
Resultó que lo que querían era trabajo. Les explicaron a Kim y a Rivera que venían de Venezuela. Habían viajado por Centroamérica y México hasta llegar a Texas, donde les habían robado todo lo que tenían, excepto la ropa. Habían llegado a Chicago en autobús el día anterior. Entendían que el gobierno —aunque no sabían exactamente a quién se referían— les estaba dando alojamiento en un hotel. Quizás por unos días o quizás por unas semanas. Después de eso, por lo que sabían, podrían acabar en la calle.
«Llevaban una hora, caminando, buscando trabajo», dijo Kim. «Estaban desesperados».
Kim y Rivera hicieron lo que muchos pastores habrían hecho: reunieron alimentos de la despensa de CityLine y ropa de su almacén de donaciones. Lo metieron todo en un vehículo y Kim llevó a las familias de vuelta al Holiday Inn.
Dos días más tarde, un viernes por la mañana, aparecieron otros cinco hombres en la iglesia. Ellos también se alojaban en el mismo hotel. Cuando Kim los llevó de vuelta, se enteró de que el hotel alojaba a unos cien migrantes, en su mayoría venezolanos. Antes de marcharse, Kim les dijo a los hombres que invitaran a sus amigos a la iglesia. Les dijo que la iglesia podía recoger a cualquiera que necesitara transporte.
Era el tipo de acto casi impulsivo que el pastor principal de CityLine, Mohan Zachariah, fomentaba: asumir riesgos significativos y ver qué pasa. «Si el Señor nos trae algo, vamos a dar un paso adelante», les había dicho Zachariah. A veces, para que una iglesia crezca, hay que darle la bienvenida a un extraño en un estacionamiento.
Los pastores de CityLine y otros líderes en el ministerio en Chicago dicen que cuando abrieron sus puertas a los migrantes que llegaron a la ciudad durante esa temporada, se produjo algo parecido a un avivamiento.
Pero casi tres años después, otros extraños, en el estacionamiento de otra iglesia, arrojaron una luz diferente sobre aquellos primeros días de alcance. En junio de este año, los líderes de CityLine estaban viendo las noticias sobre las protestas en Los Ángeles contra los esfuerzos de deportación del gobierno de Trump. Ahí vieron cómo agentes federales enmascarados arrestaban a un hombre en una aparente redada de inmigración al exterior de una iglesia en el área de Los Ángeles. Los pastores les pidieron a los agentes que abandonaran la propiedad de la iglesia y, según el relato, uno de ellos sacó un arma. Otro gritó: «Todo el país es nuestra propiedad».
Ahora, dos semanas después de que el presidente Donald Trump le ordenara a los agentes de inmigración intensificar los esfuerzos de deportación en Chicago y otras ciudades importantes, pastores como Kim se preguntan: ¿Podrá el avivamiento sobrevivir a lo que se avecina?
«Creen que pueden ir a cualquier parte y llevarse a cualquier persona», dijo Kim. «Nadie puede detenerlos».
Si el Señor inundó Chicago con migrantes, lo hizo a manos tanto de republicanos como de demócratas.
A principios de 2022, decenas de miles de migrantes, en su mayoría procedentes de Venezuela, cruzaban la frontera con Texas, se entregaban a las autoridades y comenzaban el largo proceso de solicitud de asilo. Ante el colapso de los centros de detención federales, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza liberó a la mayoría de los migrantes en las calles.
El gobernador de Texas, Greg Abbott, republicano, ordenó a los empleados estatales que tomaran a los migrantes de las ciudades fronterizas, los subieran a autobuses y vuelos, y los enviaran a un puñado de ciudades gobernadas por demócratas. Durante los dos años siguientes, más de 2600 autobuses transportaron a casi 120 000 migrantes fuera del estado. Al menos 41 000 fueron a Nueva York. Más de 17 000 fueron a Denver.
Los críticos progresistas se lanzaron al ataque, pero por lo general pasaron por alto un programa similar, aunque más pequeño, creado por el alcalde de El Paso, Texas, Oscar Leeser, demócrata, que también trasladó en autobús a miles de venezolanos hacia el norte.
Los autobuses transportaron a más de 33 000 migrantes a Chicago. (El recuento oficial de la ciudad incluye las llegadas en avión y con ellas supera los 50 000). La afluencia agotó los recursos y puso a prueba la compasión, sobre la cual Abbott había presumido que era el objetivo explícito de su programa de reubicación. Los migrantes dormían en tiendas de campaña, en el suelo de las comisarías, en los pasillos vacíos del Aeropuerto Internacional O’Hare y en los autobuses urbanos. Los esfuerzos de la ciudad para brindarles ayuda provocaron protestas de algunos residentes de larga data.
Sin embargo, cuando los pastores de CityLine se toparon con los migrantes en el hotel, lo tomaron como una respuesta a sus oraciones.
En el verano de 2022, Kim comenzó a escuchar historias sobre ministerios y agencias de servicios sociales que se apresuraban para ayudar a las oleadas de recién llegados. Oró por los migrantes y preguntó cómo CityLine podría involucrarse. «Nadie tenía respuestas», dijo Kim. «En ese momento, era un caos».
Así que esperó. Y entonces, en septiembre, los migrantes acudieron a él.
Chicago alojó a hombres y mujeres solteros en varios refugios para migrantes. Pero, al igual que otros destinos del éxodo de Texas, Chicago, junto con el estado de Illinois, contrató hoteles de toda la región para alojar a las familias. Uno de esos hoteles era el Holiday Inn de Skokie, cerca de la iglesia CityLine.
A primera hora del domingo por la mañana, después de que Kim y Rivera visitaran el hotel por primera vez, encontraron a unos 30 migrantes esperando para el servicio religioso de las 9 de la mañana. Hombres, mujeres y niños habían caminado durante 40 minutos para llegar a la iglesia. La iglesia envió furgonetas al hotel para recoger a más personas y, al comienzo del servicio de las 11:15, el grupo había ascendido a 50 personas.
Nadie sabía muy bien qué hacer. La iglesia dispuso sillas en una sala separada del santuario principal y transmitió el servicio religioso en una pantalla mientras Rivera intentaba interpretar. Pero traducir la música de alabanza era difícil. Así que los pastores buscaron a un guitarrista bilingüe entre los miembros de la congregación. ¿Podría tocar algunas canciones en español allí mismo?
Para el segundo servicio, la sala estaba abarrotada. Rivera improvisó un sermón. Esa fue la primera vez que predicó en español.
Durante el mes siguiente, el número de migrantes que acudían a la iglesia casi se duplicó cada semana. Más de 100 personas asistieron a la segunda predicación dominical de Rivera. Alrededor de 220 acudieron el tercer domingo. Pronto, la asistencia al servicio improvisado en español de la iglesia alcanzó los 300 fieles. Según la iglesia, decenas de migrantes se convirtieron al cristianismo.
«De cero a trescientos. Eso es mucho», dijo Rivera.
CityLine no es una iglesia pequeña: tiene un promedio de 1400 asistentes a la semana. Aun así, el nacimiento de una nueva congregación prácticamente de la noche a la mañana puso a la iglesia en apuros. Lanzó un servicio completo por la tarde en español, con una lista de predicadores invitados. Durante muchas semanas proporcionó el almuerzo después del servicio, a veces con un servicio de catering, a veces preparado por los miembros de la iglesia. Compró dos camionetas más para el servicio de transporte que ahora ofrecía entre la iglesia y el Holiday Inn.
Los pastores hicieron un llamado a todos los miembros de la iglesia para que se ofrecieran como voluntarios: «Les decíamos: “No es necesario que hablen español”», dijo Rivera. Más de cien personas se ofrecieron. Cuidaban a los niños migrantes en el ministerio infantil. Llevaban a los migrantes en sus propios coches, comunicándose con el traductor de Google. Ayudaron a abrir CityLine Closet, en donde clasificaban la ropa donada, y proporcionaron alimentos para el banco de alimentos de la iglesia.
Kim sabía que la gente acude al servicio de culto con motivos diversos, y que gran parte del crecimiento explosivo se debió a la necesidad básica de supervivencia de los migrantes. «Gran parte de esto es la desesperación de muchas familias que han oído hablar de lo que hacemos —la comida, la ropa— y por eso intentan asistir», dijo.
De todos modos, dijo Kim, «creo firmemente que Dios los envió». Si eso era cierto, ¿qué otra opción tenía sino recibirlos?
«Esto simplemente nos cayó del cielo», dijo Rivera. «Fue el Espíritu Santo quien dijo: “Aquí tienen: un ministerio en español. Averigüen cómo hacerlo”».

Lely podría no haber llegado nunca a CityLine, porque tenía pensado tomar un autobús a Nueva York. A principios del otoño de 2022, Lely cruzó el lecho seco del río Grande y entró en El Paso con su esposo y sus tres hijos pequeños. Era la culminación de una huida de Venezuela que duró años, en la que escaparon de las privaciones en su tierra natal, hicieron una pausa en Ecuador, y luego siguieron un camino muy transitado que comenzó a pie en una selva sofocante y terminó, finalmente, en una fría celda de detención en una instalación de la Patrulla Fronteriza.
Tras su liberación, un pastor local le dijo a la familia que había autobuses que ofrecían viajes gratuitos a Nueva York y Chicago. Inmediatamente, pusieron sus miras en Nueva York, pero otros migrantes les advirtieron que no lo hicieran. La ciudad es inmensa. Los precios son una locura. Demasiada gente ya había ido allí. Les aconsejaron ir a Chicago.
Lely, hija de un pastor que pidió que no usáramos su nombre real, no sabía casi nada de Chicago. Había visto en las películas que tenía zonas peligrosas. Pero mientras la familia esperaba en fila en un edificio donde los migrantes elegían su destino, Lely se encontró de pie ante una mesa para inscribirse en un autobús con destino a Chicago. Su familia tomó unos bocadillos y esperó en un auditorio inmenso entre gente cansada sentada en interminables filas de sillas. Entonces alguien gritó que el próximo autobús salía hacia Chicago. «Nos subimos a ese autobús, hacia lo desconocido», dijo Lely en español.
Subirse a un autobús con destino a Chicago era como tirar los dados. Algunos días, los autobuses salían de Texas cada pocas horas, esparciendo a los migrantes como semillas en cualquier suburbio con una estación de tren: Hinsdale. Woodstock. Joliet. Los gobiernos de los condados aprobaron ordenanzas que prohibían a los autobuses no autorizados descargar dentro de sus límites; no obstante, las compañías de autobuses a veces las ignoraban.
El viaje duró 18 horas. Lely y su esposo no tenían dinero ni para comprar galletas para sus hijos. Pero en las paradas de descanso a lo largo del camino, aparecieron desconocidos que les preguntaron si tenían hambre y les dieron pizzas y dulces.
Cuando el autobús se detuvo definitivamente, dejó a la familia frente a un hotel en el centro de Chicago, en medio de una selva de vidrio y hormigón. Les dijeron que esperaran afuera, y Lely solo podía pensar en el frío. «Horrible», dijo. «No tenía ni idea de dónde estábamos». Alguien se detuvo en otro vehículo y los acompañó a una clínica para que un médico examinara a los niños. Luego, la familia fue llevada a un refugio del Ejército de Salvación en la zona sur, donde dormirían hasta que su extraña nueva ciudad les diera otras instrucciones.
Para reducir llegadas confusas como estas, las autoridades de Chicago designaron una zona de aterrizaje para migrantes: un grupo de tiendas de campaña en un estacionamiento junto a la autopista interestatal 90, donde las puertas de los autobuses se abrían para dar entrada al bullicio de la ciudad. El lugar se convirtió en la zona cero de la crisis migratoria de Chicago, y Andre Gordillo pronto se encontró en el centro de la misma.
Gordillo dirige la labor de ayuda a los migrantes en New Life Centers, un ministerio de servicios sociales afiliado a la iglesia New Life Church. Él y su personal, junto con cientos de voluntarios, memorizaron frases para facilitar la conversación en inglés y español, y saludaban a los pasajeros a medida que bajaban de los autobuses. El personal dirigía a los migrantes a diversas tiendas improvisadas, dijo Gordillo. «Les vamos a dar de comer y un abrigo. Y en la segunda tienda, mientras se comen un plátano y se ponen unos calcetines, esta es la realidad en Chicago: podemos ayudarlos de esta manera, pero no podemos ayudaros de aquella otra».
New Life Centers se convirtió rápidamente en uno de los principales socios de Chicago en el proceso de los migrantes. La organización ha alojado a muchos de ellos en sus dos refugios, con capacidad para 1700 personas en total. El equipo de Gordillo ha ayudado a trasladar a más de 5000 familias de los refugios a hoteles y apartamentos, y ha almacenado y entregado muebles donados por toda la ciudad. «Somos casi como Amazon», dijo Gordillo. A finales de 2023, «llegamos a hacer 75 mudanzas al día».
Gordillo ha visto una y otra vez cómo las familias migrantes llegan finalmente a su destino en Chicago solo para darse cuenta de que su lucha apenas ha comenzado. El trauma llega después de darle las gracias a alguien por los muebles y cerrar la puerta con llave.
«Tienen hambre, no solo física, sino también espiritual», dijo. Quieren «establecerse, empezar de nuevo, echar raíces, integrarse en la comunidad».
Lely y su familia pasaron dos noches en las instalaciones del Ejército de Salvación. Luego, alguien les dijo que los asignarían a un hotel en un lugar llamado Skokie. Un Holiday Inn. Lely estaba atónita por todo: un viaje gratuito por todo el país en un autobús con aire acondicionado, extraños que les compraban comida y un hotel gratuito que incluso tenía piscina. Había oído hablar de venezolanos que pasaban hambre en las calles estadounidenses o vivían en refugios durante un mes, y se había preparado para lo peor. «Yo jamás me imaginé que iban a pasar tantas cosas buenas», dijo.
Pero Lely sentía que en cualquier momento el mundo podía derrumbarse a su alrededor. Seguían sin dinero ni comida. Ninguno de los otros venezolanos del hotel sabía cuánto tiempo les permitirían quedarse allí. Casi tan pronto como llegó la familia de Lely, su esposo comenzó a recorrer el vecindario y a llamar a las puertas de los restaurantes, pidiendo trabajo. El Holiday Inn les proporcionó algunas comidas —cereales, huevos, salchichas para el desayuno, verduras para microondas— pero pronto hicieron que Lely se sintiera mal. Perdió peso.
La familia también sentía la soledad. Estaban constantemente vigilados y la tensión aumentaba entre los venezolanos y los demás clientes del hotel. En las reseñas de internet, los huéspedes se quejaban de que «se estaba vacunando abiertamente a inmigrantes ilegales en la zona principal del Bar Louie’s», haciendo referencia al restaurante del hotel. Otro huésped escribió en TripAdvisor: «Mi familia se sintió muy incómoda».
El esposo de Lely tuvo una suerte inusual: logró encontrar trabajo en pocos días, limpiando unas horas a la semana en un restaurante frente al hotel. Con sus primeros ingresos en meses, Lely compró una plancha para poder cocinar arepas: por fin algo casero.
Después de casi un mes en el hotel, uno de los otros venezolanos regresó después de dar un paseo por el barrio y compartió una noticia: había una iglesia evangélica cerca. Ofrecían transporte para ir al culto los domingos. Y ofrecían comida.

Cuando Lely y su familia visitaron por primera vez la iglesia CityLine en el otoño de 2022, el ministerio en español apenas tenía dos semanas de vida, y ya era una vorágine de actividad. La familia se encontraba entre los más de cien migrantes del Holiday Inn que se apiñaban en una sala separada del santuario principal de la iglesia, mientras los pastores improvisaban música y un predicador sin experiencia pronunciaba un sermón.
Después del culto, el grupo compartía una comida. La familia de Lely regresó la semana siguiente y la otra, y la congregación creció. A medida que los venezolanos del hotel comenzaron a encontrar trabajo y a ampliar su radio de acción, conocieron a otros migrantes en la ciudad y los invitaron a otras iglesias.
Los líderes de CityLine trasladaron el servicio en español a espacios cada vez más grandes del edificio y, finalmente, al santuario principal. Para la primavera de 2023, la iglesia había contratado a un pastor dedicado a la congregación de inmigrantes. Lely y su esposo se unieron al ministerio de adoración. Era una sensación familiar: Lely solía cantar en su iglesia en Venezuela.
CityLine se encontró de frente con la oleada de migrantes en Chicago. Los voluntarios entregaban comidas a los migrantes que dormían en las comisarías. Los pastores se pusieron en contacto con los refugios de la zona. El ministerio de ropa de la iglesia prestaba trajes formales a los hombres para las audiencias en los tribunales de inmigración y las entrevistas de trabajo. Consejeros capacitados de la iglesia visitaban el Holiday Inn para ofrecer terapia a los migrantes que habían sido agredidos sexualmente y a las parejas con problemas matrimoniales.
«La iglesia creció exponencialmente porque dejó de tratarse de nosotros», dijo Lely. «Empezaron a buscar gente por toda la ciudad».
A principios de 2023, el estado de Illinois comenzó a ofrecer estipendios para ayudar a los migrantes a salir de los hoteles y mudarse a apartamentos. Cuando las familias del Holiday Inn comenzaron a mudarse, CityLine puso en marcha otro ministerio. Al igual que los New Life Centers (Centros Nueva Vida) del centro de la ciudad, la iglesia reclutó voluntarios para recoger muebles de una organización sin ánimo de lucro local y amueblar los apartamentos de los migrantes.
Los amigos de CityLine ayudaron a la familia de Lely a alquilar un lugar cerca de la iglesia y a mudarse. Les ayudaron con el papeleo. En Estados Unidos todo es burocracia, dijo Lely. «Tantas cosas legales, papeles, aquello, lo otro para allá, pa ca, esto, así… reglas, reglas, reglas», dijo. «Te puede llegar a abrumar».
La «cosa legal» más importante que CityLine hizo posible: Lely y su esposo se casaron allí el año pasado. Habían vivido juntos durante años mientras viajaban por Centro y Sudamérica, casados ante los ojos de Dios, pero no ante la ley. Es una situación común para los migrantes: ningún gobierno les concede la residencia legal, por lo que ningún gobierno les permite casarse legalmente. Pero en Estados Unidos, tras solicitar asilo, Lely y su pareja pudieron finalmente presentar la documentación necesaria para casarse.
En una ceremonia al aire libre celebrada el pasado mes de septiembre, ante más de 100 personas sentadas en el césped de la iglesia, Lely lució un vestido prestado, facilitado por la iglesia. Besó al padre de sus hijos por primera vez como su esposa legítima. «La boda más esperada», dijo.
La iglesia, dijo Lely, se convirtió en su familia extendida, su conexión con prácticamente todo lo que hay más allá del pequeño mundo de su apartamento, a pesar de las barreras en la comunicación. «Hay muchas personas que hablan inglés solamente, pero que sé que me quieren mucho y que su cariño hacia mí es real», dijo Lely. «Nos han ganado el corazón. Nos han ayudado en absolutamente todo».
A pesar de toda la vitalidad que el ministerio para migrantes de CityLine infundió en la iglesia, «nos ha cambiado», dijo Zachariah, el pastor principal. También tuvo un costo. A veces parecía demasiado, y los miembros del personal querían renunciar. El proyecto molestó a algunos en la iglesia conservadora, una congregación independiente que alguna vez formó parte de Harvest Bible Chapel.
Un miembro de la iglesia, cuya familia ya se ha ido, le escribió correos electrónicos a Zachariah criticando el ministerio como un «experimento de justicia social». En su respuesta, Zachariah escribió: «Por experimento de “justicia social” o “evangelio social”, ¿te refieres a que cuidamos de las personas necesitadas que llegan a nuestra puerta pidiendo ayuda? Porque seguiremos haciendo eso».
Zachariah ha dicho desde el púlpito que Estados Unidos es una tierra de leyes, que hay que cumplir la ley y que las leyes de inmigración existen por una razón. Al mismo tiempo, Zachariah dijo que los migrantes han visto a muchas personas morir durante su viaje hasta aquí. Algunos fueron robados y violados. «Se podría decir: “Bueno, no deberían haber venido. Deberían haberse quedado en casa”», dijo. «Se podría decir todo eso. Pero cuando están aquí, es muy cruel decirle eso a alguien que está pasando apuros».

Las dificultades de Lely no terminaron cuando la familia finalmente se instaló en un apartamento. Incluso después de comprar un coche y de que su esposo probara suerte en varios trabajos, entre ellos el de repartidor, pasaron por lo que ella llama «momentos de desierto». «Te preguntas: “¿Y ahora quién podrá defenderme? Solo Dios me puede ayudar aquí”».
En 2023, tuvieron un accidente de coche y perdieron el seguro. El esposo de Lely no podía trabajar. Los desalojaron de su apartamento por no pagar el alquiler y les costó mucho encontrar otro propietario dispuesto a aceptarlos, dada su falta de historial crediticio. Entonces, Lely descubrió que estaba embarazada de su cuarto hijo.
Si no fuera por la iglesia, dijo, ese periodo podría haber sido su fin.
«Hay algo que está muy arraigado en este país», dijo Lely. Ve personas que parecen poseer todos los bienes materiales, pero que aún así han caído en la depresión y el vacío. «O sea, si tú aquí no empiezas a buscar de Dios de una manera fuerte, si tú no te sujetas de Dios, como si tú no buscas de Dios, esa ola te envuelve».
Este año, mientras la administración Trump tiene a los venezolanos en la mira para su deportación y ha renovado su promesa de tratar con mano dura a la comunidad inmigrante de Chicago, Lely ha sentido en ocasiones que esa ola se acerca. Por un lado, es innegable que ha pasado por buenos tiempos que le han traído mucho gozo y ha visto cómo Estados Unidos fue una bendición muy evidente: un lugar donde su esposo podía trabajar legalmente mientras estaban en espera de ser aprobados para recibir asilo. Un lugar que les permitió casarse. Un lugar donde, después de tantos años de vagar, ella finalmente podría tener un sentido de pertenencia.
«Luego llega este gobierno y te hace ver todo al revés», dijo Lely. «No pertenecés aquí. No te queremos».
Ha visto restaurantes vaciarse y familias quedarse en casa en lugar de ir a la iglesia. Ha oído a su pastor decir que aseguran las puertas durante el servicio religioso. La asistencia al servicio en español no es lo que solía ser, y ahora ronda los 50 fieles. La familia de Lely es prácticamente la única del grupo original del Holiday Inn que sigue asistiendo. La gente va y viene por diversas razones, dice Lely, y no siempre te dicen si el miedo los ha alejado. Pero la energía no es la que un día fue.
Ahora, Lely piensa en hipótesis antes inimaginables, en cómo su familia podría sobrevivir si tuvieran que regresar a Venezuela, con su economía destrozada. Su esposo trabaja en dos turnos diferentes como conserje, sale de casa casi todas las mañanas a las 5:30 y regresa alrededor de las 11:30 de la noche. «Estamos en modo ahorro. En modo alerta. En modo quieto», dice. «Es mejor no tener tiempo libre, pero tener dinero».
Recientemente, Lely estaba hablando con una amiga que le citó 2 Timoteo, recordándole que Dios no le ha dado un espíritu de temor, sino de poder, amor y dominio propio. Lely ha tratado de aferrarse a eso. Le ayuda a bloquear las imágenes que surgen en su mente en las que su esposo es arrestado y ella se queda sola con cuatro hijos. Las imágenes en las que una voz en un comercial del gobierno le dice que abandone el país ahora o será perseguida.
«Es lo que quieren», dijo. «Aterrorizarte».
Más cerca del centro de Chicago, la iglesia de Andre Gordillo también está tratando de contener el miedo. Gordillo es feligrés de la iglesia New Life Church, en el barrio Little Village de Chicago, también conocido como «La Villita». Al igual que CityLine, la congregación vio vidas transformadas después de acoger a los migrantes que llegaban en autobuses desde Texas.
«En los últimos dos años, hemos bautizado a más personas que en los últimos veinte», dijo Paco Amador, pastor de la iglesia Little Village. Ha orado con personas que decidieron poner su fe en Jesús. Ha oficiado una gran cantidad de bodas. Su iglesia ha establecido estudios bíblicos y pequeñas congregaciones en varias comunidades que antes tenían pocos latinos. «Yo diría que es un avivamiento, o al menos la chispa de un avivamiento».
Mientras el presidente ha prometido repetidamente la mayor deportación masiva de la historia, Amador a veces se ha quedado despierto por la noche, preguntándose si esto será el fin del milagro que Dios ha estado haciendo en su comunidad. «Si estas deportaciones masivas se llevan a cabo, acabarían casi diezmando el avivamiento», afirma.
A principios de febrero, por primera vez en 15 años, la iglesia cerró sus puertas durante el servicio de culto y colocó en la entrada a unos ujieres que parecían «menos latinos y más blancos», según Amador. En las últimas dos semanas, incluso antes de que el presidente Trump prometiera nuevamente centrarse en Chicago para hacer cumplir las leyes de inmigración, circularon historias sobre una creciente represión en la ciudad. Los agentes han detenido cada vez más a personas en controles rutinarios del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y en audiencias judiciales.
Amador dijo que su equipo pastoral se debate constantemente entre cancelar las actividades de la iglesia o actuar como si nada hubiera cambiado. «Hay una sensación de miedo constante», dijo Amador. «Muchas personas han decidido quedarse en casa definitivamente».
Claudia Vázquez es una de ellas. Vázquez, que ha vivido en Chicago durante 30 años, dirige un negocio de limpieza y catering que le brinda empleo a seis mujeres y cocina tacos para los eventos de verano de New Life. Este año, canceló los once contratos que tenía para reuniones al aire libre. Los parques y los espacios públicos son demasiado peligrosos. Les dijo a sus empleadas: «Es más importante que estén seguras. Quédense en casa con su familia».
Vázquez y su madre anciana no asistieron al servicio al aire libre que la iglesia preparó para el Día del Padre de la iglesia, que tradicionalmente se celebra en un parque cerca del barrio. Al ver las fotos del evento, notó que faltaban varias otras familias entre la pequeña multitud.
La mañana del servicio, en una oficina federal a poco más de 10 km al oeste de donde se celebraba el culto, al menos dos padres de familia fueron detenidos por el ICE después de recibir mensajes de texto que les decían que acudieran a la oficina para un registro rutinario.
«No veo cómo esto puede hacer que [este país] sea grande», dijo Amador.
Andy Olsen es redactor jefe de Christianity Today.
Con información adicional de Laura Finch en Chicago.