Theology

Así es como algunos cristianos abrazan el nihilismo de Nietzsche

Editor in Chief

Una de las tentaciones más grandes de la iglesia moderna es tener una cristología sin Jesús y una autoridad bíblica desprovista de la Palabra.

Jesus on the cross fading into shadow
Christianity Today May 1, 2025
Ilustración de Christianity Today / Fuente de imágenes: Unsplash

Este artículo es una adaptación del boletín de Russell Moore. Suscríbete aquí.

«Resulta que cuando se mezclan el narcisismo y el nihilismo, se crea un ácido que corroe todos los sistemas de creencias con los que entra en contacto». Este es el análisis que mi amigo David Brooks ofrece en The Atlantic sobre el estado de un movimiento al que él mismo se adscribió en su día: el conservadurismo estadounidense.

Brooks señala que, a pesar del mensaje de «el pueblo contra las élites», prácticamente todos los líderes nacionales que ha visto celebrar la crueldad y el vicio son personas adineradas, graduadas de universidades de la Ivy League. Los apoda «nihilistas de Vineyard Vines». Brooks argumenta que esto ya sería lo suficientemente malo si se tratara solo de una cuestión política, pero el nihilismo, sostiene, también ha «carcomido el cristianismo».

Muchos de estos nihilistas, escribe Brooks, «se identifican ostentosamente como cristianos, pero no hablan mucho de Jesús; llevan cruces en el pecho, pero en el corazón llevan a Nietzsche o, para ser más precisos, la versión de Nietzsche de un estudiante de segundo año de secundaria.

»Para Nietzsche, todas esas piedades cristianas sobre la justicia, la paz, el amor y la civilidad son restricciones que los débiles erigen para castrar a los fuertes», continúa Brooks. «Desde este punto de vista, el nietzscheanismo es una moral para los ganadores. Adora las virtudes paganas: el poder, el coraje, la gloria, la voluntad y la autoafirmación», así como la dominación sobre «esos sentimentalistas enfermos que practican la compasión».

En lo que respecta al cristianismo, al menos un pensador vio venir la llegada del nihilismo, y lo hizo hace cuarenta años.

En su libro de 1986 La seducción del cristianismo, el filósofo francés Jacques Ellul advirtió que el cristianismo estaba avanzando hacia el nihilismo —literalmente, no creer en nada— en etapas reconocibles.

El cristianismo se mueve hacia el nihilismo, argumentaba Ellul, cuando vemos «la transformación de un movimiento vivo y relacional convertirse en una situación definida y consumada». Ellul decía que este tipo de «congelación» de una religión relacional para convertirse en un artefacto ya había sido anticipada en el mismo Nuevo Testamento.

«Este fue el error de los discípulos cuando vieron la transfiguración y propusieron levantar enramadas para poder permanecer en la luz inefable en compañía de Moisés y Elías», escribió Ellul. «Es el error de intentar solidificar en un sistema limitado, exhaustivo y explicable aquello que es en realidad un movimiento imprevisible hacia algún resultado».

Cuando leí este pasaje por primera vez hace muchos años, no estaba de acuerdo con la valoración de Ellul. Y en muchos sentidos, sigo sin estarlo.

A primera vista, Ellul parece estar haciendo la aguda distinción entre «doctrina» y «experiencia» que fue característica de gran parte del liberalismo protestante de los siglos XIX y XX. Como estudioso atento de Karl Barth, Ellul sabía que un cristianismo experiencial desprovisto de una Palabra objetiva conducía a su propio tipo de nihilismo: la «teología natural», que evolucionó hacia la religión Volk vinculada a la sangre y el suelo alemanes y que condujo, en última instancia, a los campos de concentración.

Y si lo que Ellul entiende por «congelación» es la transformación de la revelación viva y relacional de Cristo en un compromiso con una autoridad canónica y textual que se sitúa fuera y por encima de la persona y la Iglesia, yo diría que esta «congelación» no es la fuente de nuestro nihilismo actual. En todo caso, es exactamente lo contrario.

Muchos de los que instan a los evangélicos a «ser realistas» —y, por lo tanto, a superar la mentalidad «perdedora» del Sermón de la Montaña— hablan en voz alta sobre la autoridad de la Biblia, pero curiosamente dicen muy poco sobre las palabras reales de la Biblia.

De hecho, muchos de los que más se regocijan en potenciar el tipo de nietzscheanismo que describe Brooks están mucho más familiarizados con la ley natural que con el texto bíblico, con una «cosmovisión» abstracta del texto que con el texto real en sí mismo, con su narrativa, su poesía y sus llamados al sacrificio, así como con sus sistemas doctrinales y sus amonestaciones morales.

Si se me ocurre una característica definitoria que podría haber visto venir, y que debería haber visto, sería la de aquellos que aman la cristología pero no a Jesús, la autoridad bíblica pero no la Biblia, y el conservadurismo pero no aquello que hay que conservar.

De hecho, esa es la etapa que Ellul vio con mayor clarividencia desde lejos: lo que él llama «disociación». Escribió: «[Esta] rompe el vínculo entre la Palabra y quien la pronuncia, entre la persona y la proclamación (por ejemplo, el hecho de que la palabra de Jesús es verdadera solo porque es Él quien la pronuncia)».

Ellul argumentaba que esto ocurre siempre que, en contra del Nuevo Testamento, se articula una «moralidad ‘cristiana’ independiente de la fe» y de la conversión. Escribió que la tentación perenne de la Iglesia es emprender un esfuerzo «por alcanzar una conducta objetiva sin referencia a la vida espiritual, sin el conocimiento de Dios en Jesucristo». En ese sentido, la vieja canción tiene razón: «No hay nada más frío que las cenizas después de que el fuego se ha extinguido».

Como lo expresó Flannery O’Connor:

Nuestra respuesta a la vida es diferente si solo se nos ha enseñado una definición de la fe, que si hemos temblado junto con Abraham al sostener el cuchillo sobre Isaac. Ambos tipos de conocimiento son necesarios, pero en los últimos cuatro o cinco siglos, en la Iglesia hemos puesto demasiado énfasis en lo abstracto y, en consecuencia, hemos empobrecido nuestra imaginación y nuestra capacidad de visión profética.

El cristianismo es más que «una relación personal con Jesús». Eso es cierto. Pero ciertamente no puede ser menos que eso.

Cuando las personas creadas para estar en comunión con Dios a través de Cristo, en una comunión viva, sustituyen eso por «la experiencia de lo numinoso» de forma genérica, terminan con un moralismo muerto.

Sin embargo, cuando sustituyen esa fe viva por un conjunto de requisitos doctrinales cada vez más restrictivos o «proposiciones de cosmovisión», terminan satisfaciendo la necesidad de vitalidad con lo que parece más vivo en ese momento. Y en nuestro momento, eso es la política.

La política viene lista con su propia versión del avivamiento, con muchos herejes que perseguir y muchos límites que vigilar, todo ello con la ventaja añadida de que no es necesario crucificar realmente la carne y permite celebrar los fines «utilitarios» de lo que Jesús dijo que conducía a la muerte.

La iglesia estadounidense no ha cedido totalmente, ni siquiera en su mayor parte, al nihilismo (eso creo y por eso oro). Pero, como Dios le advirtió a Caín, «el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo» (Génesis 4:7, NBLA).

Sin embargo, la hora es tardía. Las enramadas están aquí en la cima de la montaña, pero ¿dónde está Moisés? ¿Dónde está Elías? ¿Dónde está la gloria? Para encontrarla de nuevo, debemos escuchar la voz que una vez tronó desde la nube: «Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él. ¡Escúchenlo!» (Mateo 17:5, NVI).

Una iglesia que se aparta del nihilismo estará desorientada, así como Pedro, Santiago y Juan al escuchar la voz. Pero el resultado final será el mismo: «Cuando alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús» (v. 8).

Muchos de nuestros clichés evangélicos han demostrado ser más ciertos de lo que creíamos. «Jesús más nada es igual a todo», decía el adagio del púlpito. Es cierto: Jesús más nada es igual a todo. Sin embargo, Jesús más el nihilismo es imposible. Debemos amar a uno y odiar al otro.

Russell Moore es editor jefe de Christianity Today, donde dirige el Proyecto de Teología Pública.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Novedades

La Generación Z no necesita una versión ligera del evangelio

El mensaje sobre la santidad y la gracia de Cristo puede satisfacer nuestro deseo de autenticidad y estabilidad.

El trabajo saca el amor a la luz

Vivir en la comunidad cristiana Bruderhof me enseñó a honrar a Dios y al prójimo a través de mis tareas cotidianas, incluso en una granja infértil.

Cuando la identidad se convierte en idolatría

Una teología que gira en torno a nuestra identidad grupal no es fiel a Cristo.

No más domingos en el sofá

Durante la pandemia de COVID nos acostumbramos a quedarnos en casa. Sin embargo, es responsabilidad del pueblo de Dios exaltar el nombre de Cristo y aprender la Palabra de Dios, unidos.

News

Los contrabandistas de Dios del siglo XXI

El presidente de Puertas Abiertas, Ryan Brown, relata cómo ha cambiado el ministerio entre la iglesia perseguida.

News

Falleció James Dobson, líder que enseñó a los evangélicos a enfocarse en la familia

El psicólogo infantil respondió a cientos de miles de preguntas sobre la crianza de los hijos e instó a los cristianos a luchar en la «guerra civil de valores» de los Estados Unidos.

Apple PodcastsDown ArrowDown ArrowDown Arrowarrow_left_altLeft ArrowLeft ArrowRight ArrowRight ArrowRight Arrowarrow_up_altUp ArrowUp ArrowAvailable at Amazoncaret-downCloseCloseEmailEmailExpandExpandExternalExternalFacebookfacebook-squareGiftGiftGooglegoogleGoogle KeephamburgerInstagraminstagram-squareLinkLinklinkedin-squareListenListenListenChristianity TodayCT Creative Studio Logologo_orgMegaphoneMenuMenupausePinterestPlayPlayPocketPodcastRSSRSSSaveSaveSaveSearchSearchsearchSpotifyStitcherTelegramTable of ContentsTable of Contentstwitter-squareWhatsAppXYouTubeYouTube