Samuel Escobar, pastor y teólogo peruano cuya pasión por la justicia social y la evangelización dio lugar a un nuevo enfoque en la misionología, falleció a los 90 años el 29 de abril en Valencia, España.
En 1970, Escobar y los teólogos latinoamericanos René Padilla, Orlando Costas y Pedro Arana acuñaron el término «misión integral» para referirse a una visión teológica que considera la evangelización y la justicia social como componentes inseparables de la vida cristiana. Consideraban que este principio era una forma de aplicar la fe evangélica a las injusticias que veían, destacando que el cuidado de los pobres se encuentra en el centro del mensaje de Jesús.
En el Congreso de Lausana de 1974, Escobar pronunció un discurso ante más de 2000 líderes cristianos de 150 países, en el que defendió que la Iglesia tenía la responsabilidad de abordar el tema de la pobreza y las privaciones que afectaban a sus miembros más vulnerables.
«El camino de Cristo es el del servicio», dijo en un discurso en el que citó Mateo 20:27 («Y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás») y Juan 20:21 («Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes»).
Escobar nació en Arequipa, una ciudad del sur de Perú, en 1934. Sus padres se convirtieron al protestantismo poco antes de que él naciera en un tiempo en el que el país era casi totalmente católico. El padre de Escobar era policía y, cuando él y su esposa se separaron, su hijo se fue a vivir con ella. Escobar asistió a una escuela primaria dirigida por misioneros y más tarde fue uno de los dos únicos protestantes entre los 500 alumnos de su escuela secundaria pública en Arequipa.
Escobar, un joven que «devoraba libros y escribía poemas», ingresó en 1951 a la Facultad de Letras y Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima. Ese mismo año, el misionero bautista del sur estadounidense M. David Oates bautizó a Escobar en la Iglesia Bautista Ebenezer de Miraflores, en Lima. Más tarde, de 1979 a 1984, Escobar fue pastor de la misma iglesia. En 1958, se casó con Lily Artola, a quien había conocido en la iglesia.
Tras graduarse del programa de Pedagogía en 1957, Escobar comenzó a trabajar como secretario itinerante para Latinoamérica en IFES. Como parte de su labor, Escobar se dedicó a entablar conversaciones con jóvenes que habían sido fuertemente influenciados por la ideología de izquierda que se había extendido por Latinoamérica desde la Revolución Rusa de 1917, y que había cobrado especial fuerza tras la Revolución Cubana de 1959.
«El marxismo era una ideología poderosa en los campus, y la pobreza extrema, las dictaduras militares y la opresión de los pobres hacían que su mensaje fuera relevante», escribió.
Escobar visitaba a menudo las universidades latinoamericanas, donde daba conferencias sobre evangelización y misiones antes de abrir un espacio para preguntas.
«Los marxistas venían, no solo para refutarme, sino también para aprovechar la ocasión para proclamar su mensaje», dijo. «Los estudiantes evangélicos se sorprendían de que fuera posible debatir con los marxistas y presentar el Evangelio como una alternativa válida».
En 1967, Escobar publicó Diálogo entre Cristo y Marx, una recopilación de estas conferencias. En una campaña evangelística más tarde ese año, los organizadores del evento distribuyeron diez mil copias entre los asistentes.
A pesar del hambre de diálogo, «en el ambiente evangélico en el que crecí en Perú en la década de 1950, la marca distintiva de un evangélico auténtico era que no creía en el diálogo ni lo practicaba», escribió Escobar.
Sin embargo, Escobar «estudió mucho y se preparó para conversar con los estudiantes marxistas de una manera que conectara con ellos, con una preocupación tanto social como evangelizadora», afirmó el teólogo brasileño Valdir Steuernagel, quien conoció a Escobar cuando era estudiante en Argentina en 1972.
«Entablar un diálogo con otros sobre el camino que los llevó a Cristo puede ser un primer paso valioso para comprender cómo podemos ser una ayuda, y no un obstáculo, en el camino de muchos otros a quienes Cristo quiere alcanzar», escribió Escobar más tarde en su libro Evangelizar hoy.
Mientras Escobar se relacionaba con los estudiantes, su país se encontraba en medio de un cambio significativo. Perú atravesaba un período de inestabilidad política, con golpes de Estado en 1962 y 1968.
El país también se encontraba en medio de un importante proceso de migración interna. En 1950, el 59 % de todos los peruanos vivía en la cordillera de los Andes (hoy en día, la misma cantidad de la población vive en la costa), en tierras que en su mayoría eran propiedad de una pequeña élite. Cansados de la pobreza y la opresión, muchos campesinos comenzaron a trasladarse a las ciudades costeras, donde sufrían en barrios marginales, soportando la explotación de la que habían intentado escapar.
Al ser testigos de esto, Escobar y sus homólogos latinoamericanos —Padilla, Costas y Arana— desarrollaron la teología de la misión integral a fin de aplicar su fe evangélica frente a las injusticias que veían. (Los cuatro hombres también fundaron la Fraternidad Teológica Latinoamericana, una organización que sigue promoviendo la teología latinoamericana contextualizada). Esta nueva ideología también tomó inspiración de la teología de la liberación que el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez había desarrollado como una respuesta católica al sufrimiento que había observado [enlace en español].
En sus discursos en Lausana en 1974, Padilla y Escobar presentaron a la iglesia mundial su convicción de que la evangelización y la acción social iban de la mano. En respuesta, muchos líderes eclesiásticos conservadores tildaron la misión integral de marxista o izquierdista. Harold Lindsell, uno de los miembros fundadores del Seminario Teológico Fuller, escribió en Christianity Today que «Escobar parecía decir que el socialismo es preferible al capitalismo y que muchos latinoamericanos abrazan el marxismo por su énfasis en la justicia».
Escobar nunca se adhirió al marxismo. Sin embargo, su decisión de enseñar a sus alumnos cristianos a combatir las ideas marxistas con la Biblia y la teología perturbó a sus colegas de IFES, que no entendían por qué estaba abierto al diálogo con estos grupos.
Escobar también se dio cuenta de que su pasión por los debates políticos no resonaba en todo el mundo y que la ola de marxismo entre los estudiantes no duraría para siempre. Mientras daba una conferencia en México en 1973, Escobar escuchó a un estudiante decir que su generación había rechazado cambiar el mundo mediante fórmulas marxistas y que, en cambio, estaba recurriendo a los alucinógenos. «¿Qué tiene Cristo que decir al respecto?», preguntó. Sorprendido, Escobar compartió la promesa de Jesús de una vida abundante y le explicó la futilidad de la experiencia religiosa sin una fe en Cristo.
Escobar se mantuvo en sintonía con su contexto local, independientemente de su ubicación geográfica. Hacia el final de su vida, Escobar se mudó a España. Después de observar el declive de la iglesia católica y el auge del posmodernismo, aplaudió cuando un ministerio local publicó una edición ilustrada del Libro de Eclesiastés como herramienta evangelística.
«Un cambio de metodología no será suficiente. Lo que se requiere es un cambio de espíritu que consiste en recuperar las prioridades de la persona de Jesús mismo», escribió en 1999 en Tiempo de misión: América Latina y la misión cristiana hoy. Los títulos de algunas de sus obras comunicaban su creencia en la necesidad constante de cambio, entre ellos el libro Evangelizar hoy (1995), el artículo «Qué significa ser evangélico hoy» (1982) y su artículo en inglés «Mission Fields on the Move» (2016).
«Durante el siglo XX, la palabra “misionero” en Perú se reservaba para los cristianos británicos o estadounidenses de cabello rubio y ojos azules que habían cruzado el mar para llevar el evangelio a la misteriosa tierra de los incas», escribió en 2003 en A Time for Mission: The Challenge for Global Christianity (Tiempo de misión: el desafío para el cristianismo global). «Hoy en día hay un número creciente de mestizos peruanos —latinoamericanos de ojos oscuros, piel morena y raza mixta— enviados como misioneros a las vastas tierras altas y selvas del Perú, así como a Europa, África y Asia».
Escobar siempre buscaba «respuestas a las realidades políticas, económicas y sociales de su contexto», afirmó Ruth Padilla DeBorst, teóloga e hija de René Padilla, amigo íntimo de Escobar.
Sin embargo, las ideas de Escobar sobre la misión integral siguen suscitando debates y dando forma al trabajo actual de Lausana.
«Demostró que nuestra fe no es una fe que se aleja, que se esconde o que se niega a hablar», dijo Steuernagel. «Al contrario, aprovechó cada oportunidad para compartir su testimonio. Y lo hizo con gracia y firmeza, algo tan importante en estos tiempos polarizados y llenos de ira».
Escobar fue presidente honorario de IFES y presidente de la Sociedad Americana de Misiología, y vivió en Perú, Argentina, Brasil, Canadá, Estados Unidos y España. En Canadá, fue director general de InterVarsity Christian Fellowship para ese país. En Estados Unidos, enseñó en el Calvin College de 1983 a 1985 y en el Eastern Baptist Theological Seminary de Filadelfia, como sucesor de su viejo amigo Costas, desde 1985 hasta 2005.
En 2001, el brazo misionero de las Iglesias Bautistas Estadounidenses le pidió a Escobar que ayudara a la denominación local en España a desarrollar su programa de educación teológica. Durante los cuatro años siguientes, dividió su tiempo entre el Eastern Seminary de Filadelfia, y Valencia, donde también vivía su hija Lily.
En 2004, a su esposa Lily le diagnosticaron Alzheimer, y Escobar y su hija se convirtieron en sus principales cuidadores hasta que ella falleció en 2015. A Escobar le sobreviven su hija Lily, su hijo Alejandro y tres nietos.
Su funeral se llevará a cabo el viernes 2 de mayo en la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Valencia, donde Escobar era miembro.