¿Estabas ahí cuando crucificaron a mi Señor?

No hay respuestas fáciles a las profundas preguntas de esta canción espiritual.

Christianity Today April 17, 2025
Ilustración de Cassandra Bauman / Ediciones de CT

Estoy parada en la casa principal de una plantación en Nashville. Es una estructura impresionante. Grandes pilares blancos. Un porche largo y ancho luce salpicado con mecedoras de madera, todas ellas llenas ahora de turistas como nosotros, personas que esperan por un guía para recorrer los terrenos y escuchar las historias de la vida cotidiana de la operación masiva del negocio que un día fue propiedad de una familia que tenía esclavos: 5400 acres que un día estuvieron a cargo de 136 hombres, mujeres y niños negros esclavizados.

Dentro de la gran casa, la mano de un turista se levanta, seguida de una pregunta fatigosa. «Pero, ¿no eran buenos algunos dueños de esclavos?». La habitación se vuelve silenciosa. Acerco a mis nietos pequeños. Pero el turista insiste: «¿No cuidaban bien a sus esclavos? Después de todo, habían invertido en ellos».

He escuchado tales preguntas antes —tal vez todos las hemos escuchado—. Aun así, reprimo un gemido. Tal vez para sentirse mejor, algunos todavía ceden al impulso común de apartar la mirada del horror, de higienizar la historia. De disminuir la realidad del mal.

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Pero, ¿estabas allí?

Preguntas penetrantes

Esta Semana Santa, probablemente en muchas de nuestras iglesias nos uniremos al mismo canto sordo de una de las canciones más audazmente convincentes del cristianismo. La mayoría de nosotros podemos cantarla, con sus preguntas penetrantes, sin una pizca de contexto o reflexión histórica. Tristemente, algunos pueden cantar también, sin reflexionar profundamente sobre las realidades viscerales de la Cruz.

Sin embargo, es en la Cruz —si nos atrevemos a mirar— cuando vemos a Jesús realmente buscando que estemos allí plenamente. A excepción de su madre, María, y algunas otras mujeres fuertes y fieles (que se quedaron durante toda su terrible experiencia), Cristo llega al momento más crucial de la historia acompañado solo por unos burlones soldados romanos y dos ladrones convictos.

Apenas unos días antes, fue aclamado por las multitudes, quienes tendieron sus mantos en el camino o cortaron ramas de palma de los árboles y las colocaron delante de Él, gritando: «¡Hosanna al Hijo de David!» (Mateo 21:8-9). Pero en su crucifixión, Jesús enfrentaría la crueldad como un marginado avergonzado, en un momento en el que incluso sus discípulos huyeron.

Qué ironía, entonces, que, para recordar su pasión y sufrimiento, cantemos alegremente una canción nacida de los dolores más repugnantes de la esclavitud, olvidando tantas veces lo que pregunta profundamente (tanto sobre Jesús como sobre quienes cantaron la canción por primera vez) cuando susurra: «¿Estabas tú allí?».

Es una pregunta penetrante, fácil de eludir debido a la inquietante y terrible belleza de la canción. Cuando era niña, en mi humilde iglesia negra, nos apoyábamos en sus acordes menores con nuestros propios cuerpos: las personas echaban la cabeza hacia atrás, sollozando los suplicantes gemidos de la canción.

No tenía que ser Viernes Santo, ni siquiera una fecha cercana a la Pascua. Después de un sermón conmovedor o tal vez durante el llamado al altar, un predicador determinado, o algún hombre o mujer que estuviera sentado en cualquier banco de la iglesia, podría ponerse de pie y comenzar a cantar. ¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?

Cuando era niña, escuchaba la pregunta, pero no entendía lo que estaba preguntando. Nadie emprendió una investigación, ni siquiera en mi iglesia negra. Como a muchos de nosotros, me encantaba la música. En algún momento de mi infancia, me di cuenta de que era música negra y, por lo tanto, para mí, una niña negra que crecía durante los insultos agotadores de la temporada de Jim Crow, la música significaba algo importante, incluso cuando no trataba de relacionar el qué ni el porqué.

Para entonces, a los 12 años, había entregado mi vida a Cristo. Había escuchado predicaciones para personas negras todos los domingos de mi vida, había celebrado una docena de Pascuas, había escuchado los sermones de las Últimas Siete Palabras la misma cantidad de veces, había participado en obras de teatro de Pascua y había estado de pie frente a toscas cruces de madera en los salones de la iglesia cuando me tocaba actuar como una de las mujeres ante la cruz.

¿Pero estaba yo allí cuando lo crucificaron? ¿Entendía todo lo que significó su sacrificio? Ni hablar de apreciar todo lo que la icónica canción espiritual negra, con su repetido estribillo de preguntas, significa para cualquier creyente.

Lo que la canción pregunta debería traer convicción, de hecho, hasta los más profundos recovecos de nuestras almas.

El doble mensaje

Al igual que con muchas melodías de esclavos, la canción presenta un doble mensaje oculto; en este caso, un descarado desafío a la institución de la esclavitud, particularmente hacia aquellos que poseen y venden humanos como propiedad. Por lo tanto, pregunta: Si estuviste allí para este Jesús del que predicas todo el día, ¿por qué me encadenas? ¿Por qué azotas y violas a mi hermana, madre e hija? ¿Por qué desgarras a mi familia? ¿Por qué me haces trabajar sin piedad? ¿Por qué me alimentas con desperdicios? ¿Por qué insistes en que soy bruto e inhumano? ¿Por qué me niegas el derecho a leer, escribir y estudiar? ¿Por qué vives en tu hermosa casa con alfombras y tapetes, pero me alojas en una choza con piso de tierra? ¿Y luego me pides que cante sobre el Salvador que dices amar?

Si no puedes responder, es porque no estabas allí. No estabas allí cuando crucificaron a «mi» Señor.

Da escalofríos, de hecho, considerar la hipocresía que la canción confronta. Por lo tanto, no es tan diferente de lo que Cristo mismo les dijo a los hipócritas de su época. De hecho, la mentira que vives, como dijo Jesús a los maestros de la ley, es tan abominable, dice esta canción, que me hace temblar.

Por lo tanto, no hay lugar para sentarse cómodamente a cantar esta canción. Independientemente de nuestros puntos de vista sobre la injusticia u otras fuentes de dolor, la canción no ofrece un respiro. Se trata del sufrimiento. Y para la mayoría, nuestra relación con el sufrimiento puede ser tibia y vacilante. ¿Sufrir como Cristo? ¿Alguno de nosotros elige deliberadamente tal dolor?

Elegir recordar

Para obtener respuestas, tuve que leer a eruditos que han desarrollado la perspicacia teológica, la sabiduría y las agallas para entrar en la realidad tanto de la crucifixión de Cristo como de esta canción que elegimos para celebrarla. El teólogo David Bjorlin, ministro de la Iglesia del Pacto Evangélico, escribe con precisión y valentía sobre la anamnesis de «Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor» (en referencia a la palabra griega que significa «recordar») desafiando a quienes cantan la canción a «recordar el pasado hasta el presente, para traer estos eventos históricos al presente y hacerlos parte de nuestra historia».

Pero en lugar de recordar, algunos retroceden. Vivimos en un mundo regido no por la anamnesis, sino por una amnesia deliberada. Los esfuerzos a lo largo de la historia por ignorar el pasado, por enterrar la historia racial, incluso por prohibir hablar o enseñar sobre ella aún encienden el triste apoyo de algunos corazones que niegan y que temen.

Ver estos desarrollos le da una nueva urgencia al mandato del Aposento Alto del Señor de no alejarse del dolor, sino recordarlo: recordarlo a Él, celebrar lo que su pasión, sufrimiento y muerte nos ofrece diariamente. Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí» (Lucas 22:19).

De manera similar, la canción «Estabas allí cuando crucificaron a mí Señor», como dice Bjorlin, «tiene la intención de traer los eventos pasados ​​del sufrimiento y la muerte de Cristo al presente y transformarnos frente a su luz». De lo contrario, lo olvidamos con demasiada facilidad. Del mismo modo, preferimos no escuchar la pregunta fulminante del propio poeta Langston Hughes: debido a que en una vida negra puede estar llena de risas y «desbordada con canciones», ¿no llegamos a creer que el alma no ha sufrido después de soportar el dolor «tanto tiempo»?

O tal vez preferimos no pensar en absoluto en el sufrimiento, ni el de Cristo, ni el de los esclavos que cantaban lamentos espirituales. A lo largo de los años, la letra de la canción se ha modificado, aparentemente para adaptarse a ciertas sensibilidades raciales. Así, algunas iglesias cantan: «¿Estabas allí cuando lo clavaron en la cruz?». Otros, más atrevidos, cantan: «¿Dónde estabas cuando lo clavaron al madero?». Una referencia innegable al linchamiento, esa frase parece dar una señal exacta de cómo un cantante interpreta esta canción que surgió del horror y la carga comunal de la esclavitud. Esas palabras también sugieren un solaz o una conexión con el sufrimiento de Jesús, y nos brinda un misterioso consuelo a nosotros los creyentes en nuestro propio sufrimiento.

Aun así, ¿eran «buenos» algunos dueños de esclavos? Para aquellos que aún se hacen la pregunta (aquellos que todavía buscan excepciones individuales a un sistema institucionalizado), Frederick Douglass no escatimó molestias al describir a los «traficantes de carne» de su época, conduciendo a sus víctimas por docenas, encadenados, generalmente en la oscuridad de la noche, llorando. De sus «huellas sangrantes», cuerpos golpeados y lazos familiares desgarrados.

¿Pero estabas allí? La canción nos invita a no cantarla sin responder, negándose a dejarnos olvidar lo que pasó y lo que aún sucede en los lugares donde hay dolor. Por lo tanto, podemos temblar mientras la cantamos, en gratitud al Cristo que murió por cada uno de los azotados, muertos de hambre, mutilados y deshumanizados, y por aquellos que aún enfrentan la injusticia, cerca y lejos, esperando que respondamos.

¿Pero estabas allí? ¿Era yo? Si no, la pasión de nuestro humilde Señor requiere que entendamos esto: Él murió por todos nosotros.

Patricia Raybon es una escritora que explora la intersección de la fe y los temas raciales. Sus libros incluyen All That Is Secret y su obra de no ficción My First White Friend.

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