La mañana después del Domingo de Ramos, una misteriosa procesión de figuras vestidas de rojo entra en la plaza principal de Texistepeque, un pequeño pueblo en el noroeste de El Salvador. Los talcigüines (del náhuatl «diabólico») que acaban de asistir a la misa de las 8 de la mañana en la iglesia católica de San Esteban, salen con látigos de cuero en mano, y golpean a quien se cruza en su camino.
Muchos visitantes curiosos están ansiosos por sentir el escozor.
Cada año, turistas de toda la región acuden para participar en la tradición local de Semana Santa. Algunos creen que cada latigazo de los talcigüines borra un pecado de su lista de malas acciones. Otros acuden solo como observadores de esta práctica inusual que se remonta al menos a 1850, y que se ha venido transformando a través del tiempo como una mezcla de catolicismo romano, el relato de Mateo 4 sobre la tentación de Jesús por parte de Satanás y la cultura indígena local de los pipiles.
César Velásquez espera que estos turistas visiten su tienda de recuerdos, donde vende gafas, llaveros y calendarios. En 2022, el diseñador local creó una colección especial de tazas de talcigüin, con la esperanza de recuperar parte del dinero que perdió después de que el gobierno cancelara el evento en 2020 y 2021 debido al COVID-19.
Ese año, a los clientes les gustó su trabajo, sin embargo, los miembros de su iglesia de la denominación de las Asambleas de Dios no estuvieron de acuerdo. Acusaron a Velásquez de adorar al diablo y de apoyar a la iglesia católica. Cuando se encontraba con otros miembros de la iglesia en la calle, algunos miraban para otro lado. Estas reacciones, junto con lo que él llama el «legalismo y conservadurismo excesivos» de los evangélicos locales, lo llevaron a dejar su iglesia por otra que se encuentra a 19 kilómetros de distancia.
«Los evangélicos de Texistepeque ni siquiera quieren salir de sus casas para que la gente no piense que están participando en la fiesta», dijo.
Pero al vivir en este pequeño pueblo, Velásquez siente que para obtener ingresos no tiene más remedio que participar en el evento más grande del año de la ciudad. Su diseño más reciente representa una silueta de la iglesia de San Esteban junto a una figura roja.
Muchos de los evangélicos que boicotean el festival son conversos del catolicismo que no aprueban la fantasiosa recreación de un pasaje serio de las Escrituras.
El evento comienza cuando los actores que interpretan a los talcigüines y a Jesús asisten a misa. Cuando termina el servicio y los talcigüines salen a azotar a la gente, Jesús entra en escena, sosteniendo una pequeña cruz y tocando una campanilla. A lo largo de la mañana, Jesús camina por la plaza mientras, uno a uno, los talcigüines bailan frente a él y simulan golpes en una pelea coreografiada. Finalmente, cada talcigüín se acuesta, derrotado. Jesús pisa a cada uno de ellos y sigue caminando.
Alrededor de las 11 a. m., todos los talcigüines derrotados se acuestan en fila frente a la iglesia. Jesús, sereno pero triunfante, camina sobre cada uno de ellos, símbolo del triunfo del bien sobre el mal, y entra en la iglesia de San Esteban. La multitud aplaude.
Los historiadores consideran que esta fiesta salvadoreña es una reliquia de las pantomimas que los sacerdotes católicos utilizaban para evangelizar a las poblaciones indígenas y creen que los hábitos de los franciscanos inspiraron el atuendo de los talcigüines.
Durante años, todo el pueblo participaba en el festival. Pero a medida que el país se volvió más evangélico, muchos ya no querían estar asociados con nada que se sintiera como un respaldo al catolicismo romano o a las prácticas indígenas. (Actualmente, el 44 % de los salvadoreños se identifican como católicos, mientras que los evangélicos constituyen el 39 %).
Nacido en Guatemala, Maynor Beltetón vive en El Salvador desde hace 25 años y es pastor de la Iglesia Macedonia, en Texistepeque. A pesar de vivir en la ciudad, el profesor del Instituto Bíblico Castillo del Rey nunca ha visto en persona la fiesta de los talcigüines y anima a los cristianos a no asistir.
«Esta no es una dramatización inofensiva», dijo. «Tiene un origen, una finalidad y un significado teológico que son incompatibles con el cristianismo evangélico».
Resaltar el papel de los demonios y promover la idea de que recibir un latigazo puede borrar uno de nuestros pecados socava el papel de Jesús en la salvación, argumenta Beltetón, citando 1 Corintios 10:21, que dice: «No pueden beber de la copa del Señor y también de la copa de los demonios; no pueden participar de la mesa del Señor y también de la mesa de los demonios». También cree que el festival da una importancia indebida al diablo y confunde a los nuevos creyentes sobre lo que es y lo que no es el Evangelio.
«Aunque incluya la figura de Cristo, su propósito no es exaltar a Cristo y su obra redentora», dijo.
Ronald Peñate, quien fue pastor de una pequeña congregación de Texistepeque en 2017, describió el evento como «solo una dramatización».
Peñate considera que la demonización de la fiesta es símbolo de un conservadurismo que hace que la iglesia se centre solo en sí misma y que no le permite crecer. No obstante, su postura lo puso en desacuerdo con los miembros de su iglesia, quienes pidieron a los líderes de la denominación de las Asambleas de Dios que lo destituyeran después de solo tres meses en el cargo. Peñate obedeció y ahora es pastor de una iglesia en otra ciudad cercana.
Peñate quería animar a su antigua congregación a ver el evento de los talcigüines como una oportunidad para la evangelización y una oportunidad para involucrar a los que no son de la ciudad.
Mientras tanto, aunque la Iglesia Macedonia está a solo cinco manzanas de la iglesia de San Esteban y del parque de la ciudad que alberga la mayor parte del festival, Beltetón no tiene planes de visitar el parque durante la Semana Santa.
«Te van a azotar», dijo. «No tienes tiempo de predicar ni de mostrar la verdadera victoria de Cristo».