Theology

Satanás no merece tanto crédito

Columnist

No toda la oposición proviene del diablo.

A mirror with devil horns on it.
Christianity Today March 28, 2025
Ilustración de Elizabeth Kaye / Fuente de imágenes: Getty

Era uno de esos días en los que necesitaba que cada minuto saliera según lo planeado. Así que, por supuesto, mi perra se escapó del patio y no podíamos encontrarla. Tras dos horas de total frenesí, conseguí ponerla a salvo detrás de la cerca. Yo, por mi parte, tenía un hombro torcido y la pantalla del teléfono rota por la caída que sufrí mientras intentaba localizarla.

En mi cabeza, repetía constantemente las amables palabras que una mujer me había enviado por correo electrónico a principios de esa semana: «¿Cómo puedo orar por ti? Estoy segura de que alguien como tú es objetivo del enemigo con regularidad».

Alguien como yo. Admito que, mientras yacía en la acera, sosteniendo mi teléfono destrozado y mirando fijamente las ramas de los árboles, la frase «Hoy no, Satanás» había pasado por mi mente. ¿Se trataba de un ataque del enemigo?

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En los últimos años, he observado que cada vez más cristianos mencionan la obra del enemigo en sus conversaciones. Suele ser algo como:

El enemigo quiere impedir que hagas la voluntad de Dios.

El enemigo no quiere que vivas en abundancia.

El enemigo quiere derribarte. ¡Mantente firme!

Cuando evocamos instintivamente al enemigo, transmitimos el mensaje de que cada momento y cada lucha momentánea se enmarcan en una gran batalla cósmica contra un adversario invisible en el reino espiritual.

Tales batallas suenan fascinantes y épicas. Suenan mucho más emocionantes que la idea de un esfuerzo diario por dominar nuestra necesidad de aprobación o por negar nuestros propios deseos perversos. Es posible que por eso nos apresuremos a atribuir a Satanás lo que, con mayor precisión, deberíamos atribuir a nuestra naturaleza pecaminosa o al hecho de que vivimos en un mundo caído.

Sin duda, la Biblia nos dice que el reino espiritual es real y que nuestro adversario el diablo ronda buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8). Sin embargo, las Escrituras no nombran un solo enemigo, sino tres: el diablo, el mundo y la carne (1 Juan 2:15-16, Efesios 2:1-3).

En la batalla por la santidad, los tres miembros de esta trinidad impía merecen nuestra atención. Si dedicamos nuestra atención a uno solo, es casi seguro que sucumbiremos inconscientemente a los otros.

Y el énfasis importa. Los cristianos siempre debemos leer y aplicar las Escrituras preservando los énfasis que establecen. ¿Cuál de estos tres enemigos menciona la Biblia con más frecuencia?

Las Epístolas del Nuevo Testamento mencionan varias veces los ataques de «Satanás», «el diablo», «el maligno» y «el enemigo», pero el amor al mundo, los deseos carnales y los pecados de la carne aparecen por todas partes: los encontramos expuestos en listas, contrapuestos con la piedad y en constantes advertencias. 

Las Escrituras describen al mundo como nuestro enemigo cuando deseamos hacer de este mundo nuestro hogar, es decir, cuando anhelamos acumular tesoros aquí, darnos placeres aquí y buscar la aprobación humana aquí, en lugar de abrazar la gratificación tardía de una recompensa celestial. Es la tentación de hacerse uno con el mundo o de brillar gloriosamente aquí en la tierra.

La idea de la carne como nuestro enemigo incluye cualquier deseo de darnos simplemente un capricho que nos haga sentir bien, sin tener en cuenta cómo puede afectar ese capricho a nuestro prójimo o subvertir nuestra adoración a Dios. Algunas de sus expresiones más comunes en la Biblia son la inmoralidad sexual, la avaricia, la envidia, los celos, la gula, la malicia, los chismes y la calumnia.

En cierto sentido, estos tres enemigos están interrelacionados. Toda tentación encuentra su historia de origen en la primera mentira de la serpiente en el Jardín. La Biblia dice que Satanás puede tentarnos a pecar y a perseguir a la Iglesia. Sin embargo, cuando la gente presenta peticiones de oración que describen estar «bajo ataque» [del enemigo] suelen referirse más bien a frustraciones normales, y no a tentaciones o verdaderas persecuciones como las descritas en los libros de Hechos o Apocalipsis.

Casi cualquier circunstancia incómoda —ya sea un accidente vehicular, la cancelación de un vuelo, un malestar físico o recibir una alerta de fraude del banco— puede hacernos especular con la posibilidad de que el mismísimo Satanás esté intentando descarrilar nuestro día. En la medida en que estos sucesos pueden tentarnos a pecar, quizá eso sea verdad.

Curiosamente, cuando la vida transcurre sin sobresaltos, no nos sentimos atacados. Tendemos a pensar (a pesar de que las Escrituras indican claramente lo contrario) que una vida sin frustraciones indica que estamos en el centro de la voluntad de Dios. Pero quizá nada suponga una mayor tentación para la autosuficiencia y para sentir que hemos alcanzado la justicia por nuestras propias fuerzas que una vida libre de retos y llena de éxitos. Una vida así conlleva su propia y potente forma de seducción.

Hay un dicho: «Nunca atribuyas a la malicia lo que puede atribuirse a la incompetencia». Significa que tendemos a suponer que cualquier amenaza o peligro conlleva más organización y maquinación de la que realmente existe.

Dado el énfasis que el Nuevo Testamento pone en las fuentes carnales y mundanas de tentación en comparación con las sobrenaturales, haríamos bien en adoptar la sabiduría de no atribuir nunca a Satanás lo que podemos atribuir a nuestros propios miedos, pecados de omisión o simples características normales de la vida en un mundo caído.

¿Me impide Satanás terminar mi trabajo, o es más bien mi falta de autocontrol? ¿Está Satanás saboteando mi matrimonio, o es mi egoísmo? ¿Está Satanás suscitando disensiones en mi iglesia, o es que Juan no se está comportando de la mejor manera posible en las reuniones? ¿Estoy sufriendo un ataque espiritual, o se trata solo de las frustraciones normales de la vida poniendo presión sobre mis propias tendencias pecaminosas?

Es posible que una presencia demoniaca me esté siguiendo, tentándome a caer en la mundanalidad o en la indulgencia carnal. Pero también puede ser simplemente que esté pasando por una tentación como la que describe Santiago: «cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen» (1:14, NVI).

Tengamos cuidado de no dar falso testimonio contra el diablo, porque eso le encantaría. Le encanta la falsa atribución. Le encantaría oírnos orar contra sus maquinaciones y ver que nos olvidamos de renunciar a la mundanidad o de confesar nuestros pecados. Le encantaría oírnos orar una fórmula para atar al enemigo en el nombre de Jesús y desechar el asunto en cuestión sin pensar siquiera en buscar la santidad personal.

Tengamos cuidado al recordar que el diablo es solo uno de los tres enemigos que debemos tener en cuenta, y que ni siquiera está cerca de ser el protagonista en el Nuevo Testamento. En base en el énfasis relativamente pequeño que ahí recibe, parece justo concluir que la cruz de Cristo ha cumplido, de hecho, su promesa de neutralizar gran parte de la amenaza espiritual que el enemigo supone para el creyente en la vida cotidiana.

Durante siglos, los cristianos reconocieron en su catequesis el poder de la Cruz y la impotencia de Satanás. En su primera pregunta, el Catecismo de Heidelberg de 1563 enseñaba al cristiano a recitar: «Él ha pagado plenamente todos mis pecados con su preciosa sangre, y me ha liberado de la tiranía del diablo. También vela por mí, de tal modo que ni un solo cabello puede caer de mi cabeza sin la voluntad de mi Padre que está en los cielos; de hecho, todas las cosas obran conjuntamente para mi salvación».

¿Creo hoy, como mis antepasados espirituales, que he sido liberada de la tiranía del diablo? Porque si es así, me levantaré de la acera, quitaré los fragmentos de cristal de la pantalla de mi teléfono, confesaré que he dicho una mala palabra, reconoceré que podría haber organizado mi agenda con mayor holgura y pediré paciencia para seguir adelante con el resto de mi día. Asumiré la responsabilidad de mi propio papel en un día que no salió como yo esperaba.

Puede que el esfuerzo diario hacia la santidad no sea tan cinematográfico como una batalla espiritual épica, pero es innegablemente eficaz en su labor lenta y transformadora.

Respondí al amable correo electrónico de aquella mujer con toda la sinceridad que pude: Ahora mismo mi enemigo soy yo misma. Y sí, apreciaría mucho tus oraciones. La semana que viene, el enemigo puede ser buscar la aprobación del mundo o incluso un ataque espiritual. Pero la mayoría de las veces, solo soy yo la que se interpone en mi propio camino, y necesito de nuevo el pan diario de la gracia de Dios.

El mundo es nuestro enemigo porque nos ofrece una falsa promesa de una buena vida. La carne es nuestra enemiga porque aún en ocasiones sucumbimos a sus hábitos pecaminosos, aunque estemos creciendo en nuestra santificación. El Diablo es nuestro enemigo porque la mentira de que podemos gobernar nuestras propias vidas sigue siendo tan atractiva como lo era en el Jardín. Pero nosotros somos los que hemos recibido las Buenas Nuevas.

Las Buenas Nuevas son que este mundo está pasando y que Cristo lo ha vencido. Las Buenas Nuevas son que nuestros deseos pecaminosos pueden morir cada día por el poder del Espíritu Santo (Colosenses 3:5). Y las Buenas Nuevas son que el diablo, ya derrotado en la Cruz, huye cuando lo resistimos. No hace falta una batalla épica. Nunca subestimes ser fiel diariamente en las cosas pequeñas.

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