En la actualidad, Estados Unidos acoge a unos 48 millones de inmigrantes, pero los medios de comunicación que están de acuerdo con una política de inmigración más restrictiva solo informan sobre una pequeña parte de ellos. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].
Fox News es un buen ejemplo de ello. Noche tras noche, el canal de cable centra sus noticias en torno a un tipo de inmigrante en particular. «El ICE detiene a un “fugitivo extranjero” buscado en México acusado de violación». «Hombre, presuntamente migrante ilegal, acusado de asesinar a su pareja anciana». «Hombre jamaicano ilegalmente en EE. UU. detenido en Florida por delitos sexuales con adolescente». «El ICE detiene a otro venezolano, presunto miembro de la banda Tren de Aragua». «Migrante, pandillero del TDA le rompe el brazo a un agente».
¿Son reales todos esos titulares de la cadena de noticias Fox? Probablemente. En un país de 340 millones, es fácil encontrar una manzana podrida. Pero «solo los hechos» no significa «todos los hechos». Y aunque es difícil saber con seguridad y exactitud la tasa nacional de delitos cometidos por inmigrantes debido a que los informes de 49 estados son incompletos, los registros de Texas sobre condenas por homicidio de 2013 a 2022 indican que «los inmigrantes ilegales tenían un 26.2 % menos de probabilidades de ser condenados por homicidio que los estadounidenses nacidos en el país».
Un estudio del Departamento de Justicia federal durante el primer mandato de Trump concluyó de forma similar que los inmigrantes indocumentados en Texas «tenían tasas de delincuencia sustancialmente más bajas que los ciudadanos nacidos en el país y los inmigrantes legales en toda una lista de delitos graves». Según el estudio, los ciudadanos nacidos en Estados Unidos tenían más del doble de probabilidades que los inmigrantes indocumentados de ser detenidos por delitos violentos o relacionados con drogas, y más del cuádruple de probabilidades de ser detenidos por delitos contra la propiedad.
Mi interés aquí no se centra solo en esos hechos, sino también en las responsabilidades del periodista y del cristiano.
El periodismo no es un arte neutral. Los reporteros y periodistas aprenden a presentar historias con interés humano, y gran parte de lo que comunican a su público depende de qué seres humanos les parecen más interesantes y qué historias les resultan más apasionantes. Una historia de crímenes consigue más clics que una historia sobre inmigrantes que van a la iglesia, no obstante, las historias más silenciosas y apacibles son mucho más frecuentes. Las historias sobre delincuentes reciben más atención que las centradas en la inmensa mayoría de los inmigrantes que trabajan duro y mantienen a sus familias.
Este riesgo no es exclusivo para los periodistas que están de acuerdo con las políticas de inmigración restrictivas. Para los que queremos dar la bienvenida a los inmigrantes a Estados Unidos, la tentación opuesta es escribir solo sobre inmigrantes ejemplares puestos en apuros por funcionarios corruptos o desalmados, ignorando los efectos negativos más difusos y mundanos de la inmigración a gran escala: tal vez escuelas y hospitales abarrotados, o el aumento en el costo de los alquileres debido a la mayor demanda local, o conflictos culturales en las iglesias locales. Estas historias silenciosas también merecen ser contadas.
En algunos casos, más preocupante que el periodismo que se opone a la inmigración es la teología y la antropología que lo sustentan. Hebreos 13:2 es claro: «No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (NVI). El versículo se refiere a Génesis 18, donde Abraham saludó y dio de comer a tres extraños, y luego se dio cuenta de que eran ángeles. El versículo es paralelo a muchos otros mandatos bíblicos sobre la hospitalidad.
A algunas personas no les gusta la idea de ser hospitalarios con los extraños y sugieren que debemos amar solo a nuestro prójimo más cercano como a nosotros mismos. Pero Jesús señala en Mateo 5: «Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles?» (vv. 46-47). No tenemos instrucciones específicas sobre cómo aplicar este principio a escala nacional en un país secular, pero la idea central es clara: ¡Trabajen en ello!
Independientemente de cómo lo resolvamos, los cristianos en especial debemos mirar por encima de los estridentes y engañosos mensajes antiinmigración que vemos en algunos medios de comunicación, e incluso en algunas publicaciones cristianas. Presenta el versículo de Hebreos de forma inversa y obtendrás la implicación de los noticiarios de Fox: No practiquen la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron demonios. Esos titulares de Fox distorsionan tanto los hechos actuales como la verdad bíblica.
Si no prestamos atención, este testamento retrógrado puede llevar incluso a los cristianos a deshumanizar a los inmigrantes en una retórica errónea, por muy correcta que sea la causa de la reforma política. En el número de diciembre de American Reformer, por ejemplo, Ben Crenshaw, doctorante por Hillsdale College, critica a los cristianos que «afirman que la imagen de Dios en el hombre y la dignidad humana requieren una política compasiva y acogedora hacia los inmigrantes» y otros necesitados. Afirma que «los evangélicos estadounidenses y los cristianos conservadores a los que se les ha enseñado que el amor cristiano y la semejanza a Cristo exigen dar la bienvenida a todos los inmigrantes, sin importar su situación legal o ilegal», son un «gran obstáculo para una política de inmigración eficaz».
En su intento por desengañarnos de esa idea, Crenshaw escribe en su penúltimo párrafo que ser hechos a imagen de Dios (imago Dei) no significa que los seres humanos «posean una dignidad bruta e innata que confiere valor a todo lo que hacen o llegan a ser, y que posteriormente exige que los individuos y los gobiernos los traten con respeto». Por el contrario, afirma, «lo más frecuente es que los hombres se degraden y opten por llegar a ser bestiales o vegetativos. En estos casos, deben ser tratados como tales».
Esas afirmaciones abren la puerta de par en par a vernos a nosotros mismos como justos y a los demás como infrahumanos, y a tratarlos en consecuencia. Crenshaw se apresura a añadir en su último párrafo: «Esto no significa que todos los inmigrantes ilegales sean bestias o plantas que puedan desecharse sin pensarlo dos veces». ¿No todos? ¿El 75 %? ¿El 50 %? ¿El 25 %? ¿El 10 %?
Todos pecamos y merecemos estar en el montón de los descartados, pero Cristo murió por nosotros. A primera vista, tendemos a descartar a las personas que no pertenecen a nuestros círculos, pero Cristo nos instruye para que lo pensemos de nuevo, y luego mostremos amor y hospitalidad.
Marvin Olasky es editor ejecutivo de noticias y periodismo global en Christianity Today.