Testimony

Yo quería morir por Alá. Ahora vivo para Jesús

Como musulmán militante, nunca esperé tener alguna relación con los cristianos. Mucho menos hacerme amigo de ellos.

Christianity Today November 20, 2024
Matt Williams

Nací y crecí en Arabia Saudita como parte de una familia musulmana devota. De pequeño, me veía a mí mismo como un devoto seguidor del islam, uno que aplicaba sus enseñanzas en cada aspecto de la vida. Creía que el islam era la única religión verdadera y que aquellos que no aceptaran a Alá como su Dios y a Mahoma como su mensajero estaban condenados al infierno.

No sentía más que desprecio por el cristianismo. Creía que los musulmanes eran superiores a todos los demás, que todos los no musulmanes eran infieles y que Jesús era un profeta enviado por Alá, no el divino hijo de Dios. En lo que mi respecta, Él nunca había sido crucificado, nunca había muerto en una cruz y nunca había resucitado. Creía que Él había ascendido al cielo, pero solo para salvarse de sus perseguidores antes de regresar al final de los tiempos para restaurar el islam como la verdadera religión de Alá. Crecí albergando un odio intenso por los cristianos, los judíos y todos aquellos que rechazaban el islam.

Cuando tenía doce años ya había memorizado la mitad del Corán y mi objetivo era memorizarlo todo: los 114 capítulos y los 6236 versos. A los quince años estaba preparado para morir en nombre de Alá, al igual que muchos jóvenes que estaban viajando a Afganistán para luchar contra la Unión Soviética junto a Osama Bin Laden. (En aquel momento él era un héroe para nosotros).

Si no hubiera sido por mi madre, que me rogó que me quedara, me habría unido a esa «guerra santa». Creía que las recompensas que aguardaban a los musulmanes que morían en nombre de Alá eran mayores que las que recibiría cualquier otro musulmán. Estaba seguro de que al sacrificar mi vida de esta manera llegaría al paraíso, con todos mis pecados perdonados.

Un contacto con cristianos

No obstante, conforme iba creciendo, las dudas comenzaron a crecer también. A medida que adquiría una mayor familiaridad con el lenguaje del Corán, comencé a ver dentro de él mensajes de odio; mensajes que no podía comprender y que no me gustaban en absoluto. Me preguntaba: ¿Cómo podría Dios odiar su propia creación simplemente porque no lo aceptan? En cierto nivel, pensaba que Dios debería estar por encima de esa clase de mezquina ansia de venganza. Pero compartir esos pensamientos y dudas con otros me habría causado montones de problemas y probablemente habría puesto en peligro mi seguridad, porque la pena por blasfemar contra Alá y abandonar el islam era la muerte. 

Después de terminar la universidad en mi país natal, fui a Estados Unidos a estudiar un posgrado en ingeniería. Pero tenía un dilema. El islam enseña a sus seguidores que no se hagan amigos de los cristianos, y en el mundo musulmán la gente realmente cree que Estados Unidos es una nación cristiana: en otras palabras, se cree que todos los nacidos en Estados Unidos son cristianos. (La categoría de cristiano nacido de nuevo como medida de la fe genuina me resultaba desconocida). 

En el verano de 1989 llegué a Estados Unidos lleno de miedo e incomodidad. Para poder recibir la mejor educación sabía que era imperativo asistir a una universidad estadounidense, pero me preocupaba porque sabía que eso significaba tener que interactuar con cristianos.

Después de vivir en una residencia universitaria durante casi un mes, comencé a sentir la necesidad de familiarizarme con la cultura estadounidense y mejorar mi inglés. En aquella época escuché de algo llamado el Programa de Amistad Internacional, que juntaba estudiantes como yo con voluntarios locales que les proporcionaban ayuda y hospitalidad. Me apunté al programa, sin saber que era un ministerio cristiano.

Casi dos semanas después una joven pareja del programa se puso en contacto conmigo y me indicó que ellos eran la familia asignada para trabajar conmigo. Y durante los siguientes siete meses, esta familia me mostró un amor que excedió en mucho mis expectativas: un amor que nunca había conocido entre los musulmanes.

En noviembre, esta familia me invitó a su casa para la cena de Acción de Gracias. Solo entonces me di cuenta de que eran una familia cristiana, porque me preguntaron si quería orar por los alimentos. Admito que en ese momento se me cayó el alma a los pies. Nunca me había dado cuenta de que los cristianos en realidad están llenos de amor y no de odio, como mi crianza musulmana me había hecho creer.

Esta familia nunca compartió el evangelio conmigo, pero me mostraron cómo era el evangelio. Y aquel día salí de su casa con muchas dudas acerca de mi fe y sus enseñanzas. Me propuse investigar sobre el cristianismo, esperando aprender más acerca de cómo Jesús podía provocar una diferencia tan profunda en la vida de alguien, ofreciendo una clase de paz y alegría que yo no había visto antes.

Ver la luz

Unos cuantos años después, tras obtener mi grado, me uní a una empresa local de ingeniería. Allí conocí a otro cristiano nacido de nuevo. Me impresionó su fe: su alegría, su paz y la luz que parecía brillar en él. Y cuando me invitó a su casa para una cena de Navidad, me di cuenta de que su esposa y sus hijos tenían las mismas cualidades. Eran igual que la familia que había conocido en la universidad.

Para este momento, no podía ocultar mucho más mi curiosidad. Le pregunté por qué él era tan diferente a todos los que le rodeaban. Me contó que era un cristiano nacido de nuevo y me compartió su testimonio. De nuevo, me sentí atrapado por el deseo de conocer más sobre Jesús. 

A partir de ese momento Dios permitió que pasara por numerosas pruebas y circunstancias adversas en mi vida, todo lo cual aumentó mi interés por el cristianismo. Y en mayo de 2001, yendo en contra de todo lo que mi fe musulmana me había enseñado, visité por primera vez una iglesia cristiana. Durante los seis meses siguientes, mientras la iglesia estudiaba el evangelio de Juan, descubrí quién era realmente Cristo.

En noviembre de 2001, sin sombra de duda, acepté a Cristo como mi Señor y Salvador. Pero al principio no fue fácil. En cuestión de meses perdí mi matrimonio debido a una infidelidad de mi esposa, y también perdí mi trabajo. Sentía como si Satanás estuviera intentando destruir mi fe activamente. Pero aquellos meses me enseñaron lecciones inestimables sobre cómo tener una relación personal con Jesús y aprender a depender de él en medio de cualquier circunstancia. Durante este tiempo, Dios reveló su asombrosa gloria para mí de maneras que no podía negar ni dudar.

Desde entonces, mi vida ha cambiado para siempre, y ya no soy el hombre que solía ser. Hoy lidero un ministerio global llamado CIRA International, que fundé por la gracia de Dios en 2010. Nuestra misión es alcanzar a los musulmanes para Cristo, formar a los creyentes con herramientas prácticas para compartir el evangelio de manera eficaz con los musulmanes, y discipular a los nuevos creyentes, especialmente a los que vienen de un trasfondo musulmán.  

Además de esto, doy clases y seminarios sobre el islam en varias iglesias, para que mis hermanos y hermanas en Cristo puedan aprender a ser mejores testigos con sus vecinos musulmanes. En mi iglesia local, dirijo un capítulo recién establecido del Programa de Amistad Internacional, el mismo ministerio que plantó las primeras semillas de la esperanza del evangelio en mí hace casi dieciséis años. 

Llegué a conocer a mi amado Jesús por medio de simples actos de amor. Y pido a Dios que use mis actos sencillos de amor para darle gloria al acercar a otras personas a una fe salvadora en Él.

Al Fadi da cursos de teología bíblica, negocios y religiones comparadas en la Universidad Cristiana de Arizona. 

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