Ideas

Las Naciones Unidas como campo de misión

Lo que he aprendido en mi trabajo como representante de una organización cristiana ante diplomáticos de 193 países.

Christianity Today October 25, 2024

Muestro mi tarjeta de acceso a las Naciones Unidas (ONU) al oficial de policía, y él me hace señas para que pase la barrera de seguridad. Cuando cruzo la plaza, veo francotiradores con rifles en el tejado y oigo una decena de idiomas diferentes. Hay limusinas negras por todas partes mientras presidentes y primeros ministros convergen en Nueva York, preparando sus discursos para la Asamblea General de la ONU, que comenzó a principios de septiembre.

Hace cinco años me convertí en representante del Comité Central Menonita (CCM) ante la ONU y tuve acceso por primera vez a esta comunidad de políticos, defensores de derechos humanos y activistas de todo el mundo. He observado las ineficiencias de esta burocracia, sus dificultades para actuar de manera categórica y decisiva. He visto muchas presiones internas a favor de políticas a las que me opongo fundamentalmente por mis convicciones cristianas. 

Sin embargo, a través de mi papel en el CCM, también me he dado cuenta de que mi lugar de trabajo es un campo de misión donde todos los días tengo oportunidades de dar testimonio como discípulo de Cristo ante el mundo del poder político. Por ejemplo, conozco a una embajadora en el Consejo de Seguridad de la ONU que nos dijo a un pequeño grupo de agencias cristianas que la inspiramos a ser fiel a su propia fe cristiana mientras se enfrentaba a los desafíos de la violencia en Israel y Palestina.

He visto al embajador de Albania ante la ONU, quien, mientras cumplía funciones en el Consejo de Seguridad, le dijo a un grupo de 40 estudiantes universitarios cristianos que [para él] su vocación era seguir exponiendo las mentiras de Rusia al mundo sobre su invasión militar de Ucrania, y que documentar la verdad tendrá importancia algún día. Muchas veces me he detenido frente a la estatua dedicada a Michael «MJ» Sharp en el edificio de la ONU, quien trabajó para CCM y más tarde prestó sus servicios en la ONU. Después de pasar años trabajando con mentores locales en el Congo, MJ y su colega de la ONU, Zaida Catalán, de nacionalidad sueca, ambos fueron emboscados y ejecutados por un grupo armado en la República Democrática del Congo (RDC), mientras que su intérprete y tres conductores de motocicleta siguen desaparecidos.

Más de 6000 organizaciones no gubernamentales (ONG) han solicitado y obtenido el estatus consultivo de la ONU, lo que les permite relacionarse oficialmente con diplomáticos y personal de la ONU, entrar en el complejo y participar en las actividades de la organización. A través de Cáritas, la Iglesia católica también tiene una representación, al igual que las iglesias anglicana, metodista y presbiteriana. Pero de las agencias evangélicas internacionales estadounidenses más destacadas, tales como Compassion International, Hope International, International Justice Mission, Samaritan’s Purse y World Relief, solo World Vision tiene una oficina dedicada en la ONU y una participación diaria en Nueva York como la que tiene el CCM.

Pero, ¿qué pasaría si los seguidores de Cristo consideraran a esta comunidad de 5000 miembros del personal diplomático y 8000 empleados de la ONU como un grupo no alcanzado por el evangelio? ¿Qué pasaría si se dieran cuenta de que influir en el poder político en estos pasillos tiene un gran impacto al obtener compasión y justicia para las personas a las que tantos cristianos sirven a diario en ministerios internacionales? ¿Qué pasaría si entabláramos amistad con estos oficiales que, aunque provienen de diversas naciones y creencias, actúan con valentía, y permitiéramos que nos inspiraran?

Una voz poco común ante el poder político

En varios de los 45 países en los que el CCM tiene ministerios de ayuda, desarrollo y pacificación, ha quedado muy claro que el poder político a menudo se interpone en el camino de nuestra misión.

El golpe militar de 2021 en Birmania (Myanmar) llevó a muchos de nuestros socios cristianos locales a huir para salvar sus vidas y a seguir ayudando a otros mientras ellos mismos se encontraban desplazados. Cuando las bandas de Haití tomaron el control tras el colapso del gobierno, se hizo casi imposible avanzar con los programas de salud y agricultura. La guerra en Siria, que comenzó hace trece años, destruyó el país, creó millones de refugiados y perjudicó drásticamente las vidas y el trabajo de nuestras iglesias asociadas. 

Para los ministerios cristianos que trabajan en todo el mundo, son los socios locales, aquellos viven en esos lugares de sufrimiento y esperanza, los que saben lo que está ocurriendo en tiempo real sobre el campo y los que tienen el conocimiento para buscar soluciones. Ese conocimiento encarnado puede resultar valioso y persuasivo en la ONU.

Tras el golpe militar de Birmania, desde el CCM y en colaboración con un organismo de la ONU, proporcionamos un canal seguro de la ONU para que un socio documentara un informe de primera mano sobre un ataque con armas químicas contra civiles. En reuniones con diplomáticos estadounidenses, dimos testimonio de cómo la prohibición de viajar a la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) que Estados Unidos impuso en 2017 a personas de organismos humanitarios detuvo el trabajo que habíamos realizado durante 25 años en ese país. En colaboración con otros organismos, convencimos a Estados Unidos para que concediera exenciones de viaje que permitieran a los equipos entrar en Corea del Norte y garantizar que los alimentos y los kits de agua potable llegaran a los hospitales infantiles.

En una reunión con un embajador de una influyente nación europea, mi colega Victoria Alexander, de 26 años, contó cómo nuestros socios ubicados en Gaza se enfrentaban a importantes obstáculos para hacer llegar alimentos y suministros domésticos a las familias, incluso cuando ellos mismos también huían de las bombas y sufrían la pérdida de sus seres queridos. Victoria también contó cómo nuestro personal estadounidense en Jerusalén se vio obligado a salir del país cuando el gobierno israelí suspendió la renovación de visados para los trabajadores humanitarios.

«La información es la moneda de cambio de la ONU», me dijo un diplomático cristiano de un país occidental. «Los grupos cristianos tienen una conexión y una confianza con la comunidad y las iglesias locales que incluso muchos diplomáticos de élite de esos países no tienen. Eso da credibilidad a [estas] organizaciones».

Aprender a mantener una participación política saludable

En su libro Christianity in the Twentieth Century, el historiador Brian Stanley sostiene que los fracasos de las iglesias a la hora de pronunciarse públicamente en Alemania durante el ascenso del nazismo y en Ruanda antes del genocidio de 1994 nos recuerdan que «un discurso profético eficaz depende de un equilibrio paradójico entre mantener el acceso a las fuentes del poder político y preservar una distancia suficiente respecto a esas fuentes de tal manera que permita salvaguardar la independencia moral».

Lamentablemente, la tentación, ya sea de controlar o de alejarse del poder político, es algo con lo que los cristianos seguimos luchando. Sin embargo, dado que los grupos cristianos no tienen representantes políticos en la ONU y que los diplomáticos de la ONU no tienen ninguna obligación de escucharnos, estar en la ONU ayuda a los cristianos a aprender a ser una minoría cuyo poder moral está en la persuasión y la construcción de relaciones. No participamos para adquirir mayor poder, sino para dar testimonio de los valores del reino de Dios. Además, una audiencia de todas las naciones nos obliga a pensar y hablar más allá de los intereses de una sola nación, basándonos en nuestras relaciones con los indefensos y los olvidados de todo el mundo.

En una época en la que la política a menudo se expresa con gritos y enojo, una vía para una participación saludable es la persuasión apacible. Esta primavera, cuando un grupo de colegas visitó nuestra oficina de la ONU en Nueva York, nos reunimos con un diplomático estadounidense. Durante el almuerzo, le hablé de los desafíos a los que se enfrentaba el CCM en Gaza y en la península de Corea, y del daño que, en nuestra opinión, estaban causando ciertas políticas estadounidenses a los habitantes de esos lugares. Me escuchó pacientemente. Una vez que el diplomático se marchó, Clair Good, una obrera de desarrollo que trabajó con el CCM en Kenia y la República Democrática del Congo, dijo: «Chris, le planteaste algunas cosas difíciles, pero durante un almuerzo muy agradable y mostrando interés por él como persona. Eso nos ayudó a ver cómo las relaciones de respeto importan en nuestro trabajo cuando participamos en el mundo político».

Otros momentos exigen hablar públicamente de formas inesperadas. La primavera pasada, el CCM y otros grupos llevamos carteles que decían «una peregrinación de duelo por todos los traumas, la pérdida de vidas y el sufrimiento en Palestina-Israel», y caminamos en silencio 25 vueltas alrededor de las manzanas que rodean la ONU para representar las 25 millas de la franja de Gaza. El año pasado, en el septuagésimo aniversario del armisticio de la guerra de Corea, 50 diplomáticos de la ONU asistieron a nuestro servicio por la memoria y la paz. Si no hubiera sido por ese acto, organizado por el CCM y otros grupos religiosos, ningún acto de la ONU habría conmemorado los 70 años de división del pueblo coreano, y que sigue hasta el día de hoy.

Aquel mismo diplomático cristiano de una nación occidental me dijo que las negociaciones en la ONU son largas y frustrantes, y que los avances son lentos. «Pero yo aporto una visión cristiana de que todo el mundo es bienvenido a la mesa », dijo. «Y escucho a los que están en una situación peor, así como a las personas con las que discrepo profundamente».

Todos los años celebramos un seminario sobre la ONU para universitarios cristianos de Canadá y Estados Unidos. A pesar de nuestros mejores intentos de ser honestos sobre los límites y fracasos de la ONU, los estudiantes salen dando testimonio de una mayor esperanza y contando acerca de embajadores y diplomáticos que conocieron y que elevan la vocación política.

Crecer en la pacificación bíblica

Como popularizó la serie de libros Dejados atrás, muchos evangélicos estadounidenses han expresado históricamente una profunda sospecha de un «gobierno mundial único» que sea una amenaza secular para la independencia nacional, la libertad religiosa y el gobierno de Cristo. En ocasiones, la ONU se presenta como el centro de esa amenaza.

Pero ten la seguridad de que la mayoría de los días, marcados por las amargas batallas del Consejo de Seguridad entre Estados Unidos y China, las Naciones Unidas es más bien «Naciones Divididas». Los socios del CCM en la República Democrática del Congo y Birmania me han recordado a menudo que en sus países a la ONU se la conoce como «Unidos para Nada». Y como me dijo el diplomático cristiano de la nación occidental: «La ONU es una institución enorme. Esta enorme burocracia tiende a pensar que el dinero puede resolver los problemas. Aquí no hay suficiente examen de conciencia sobre los fracasos de la ONU, desde Haití a Afganistán».

No debería causarnos sorpresa que lo bueno, lo malo y lo feo de nuestro mundo esté plenamente representado en Nueva York, ni que la ONU tenga un poder limitado, pues aquí está toda la humanidad, creada a imagen de Dios y, al mismo tiempo, alejada de Él, caída y frágil. Sí, aquí hay valor moral y excelencia. También hay despilfarro, timidez y funcionarios poderosos que demoran, mienten, obstruyen y abusan.

Sin embargo, esta turbulencia moral es una razón más para que los discípulos de Cristo estén presentes.

«Es la única sala del mundo en la que ves a ucranianos hablando con rusos, israelíes con palestinos, estadounidenses con iraníes», dijo la diplomática neoyorquina, que no puede ser nombrada a causa de la sensibilidad de su trabajo. Los titulares se refieren a los temas en los que las naciones no están de acuerdo. «Pero aquí no podemos evitarnos los unos a los otros», afirmó. «Tenemos que sentarnos, escucharnos unos a otros y dejar a un lado nuestras diferencias para encontrar áreas en las que sí estamos de acuerdo, desde el agua potable hasta la inteligencia artificial. Tengo el WhatsApp de los diplomáticos de otros países con los que no nos llevamos bien. Incluso cuando no estamos de acuerdo, nos mandamos mensajes».

En una época en la que evitamos cada vez más a aquellos con los que no estamos de acuerdo, y nos encerramos en silos eclesiásticos y vecinales de «gente como nosotros», estar cara a cara a diario tanto con amigos como con enemigos en estas calles y pasillos de la ONU puede generar frustración y enfado. Pero este contexto puede convertirse en un lugar para cultivar las virtudes de la pacificación bíblica.

El teólogo Stanley Hauerwas cree que la ONU es una comunidad de conversación necesaria de la que los cristianos no deberían querer prescindir. 

«La ONU no va a evitar la guerra, pero proporciona un lugar para retrasar las guerras, y eso no debe descartarse», me dijo. «Es bueno contar con diplomáticos que se comprometan a hacer que la guerra sea menos probable y luego terminen frustrados cuando no funciona. Pero esa frustración es una fuente de energía que ojalá dé resultados al cabo de un tiempo. Porque la paz lleva tiempo y hay que aprender a tener paciencia. Porque uno tiene que escuchar incluso a los que desprecia».

Hasta los confines de la tierra

Cuando salgo de la Asamblea General de la ONU y paso frente a las 193 banderas del exterior, me acerco al edificio del Church Center donde trabajo, y veo la obra de arte en la capilla, que acoge semanalmente servicios de culto cristianos, abiertos a todos. La obra, empotrada en la pared del edificio, es en parte escultura y en parte vidrio. Se llama Man’s Search for Peace [El hombre en busca de la paz] y muestra formas humanas alrededor de un gran ojo que mira tanto al interior del santuario como a la ONU, al otro lado de la calle. En mi opinión, ese ojo representa el ojo del Señor.

Cada vez que paso frente a mi trabajo, esta pieza de arte me recuerda que nuestro Dios vivo, el Señor de todas las naciones, vigila tanto a las potencias que hablan al otro lado de la calle como a la iglesia, y nos insta a testificar entre las potencias acerca del Señor que «hace justicia al pobre y defiende el derecho de los necesitados» (Salmo 140:12).

En el libro de los Hechos, Jesús envió a sus discípulos hasta «los confines de la tierra» (Hechos 1:8). En el presente, miembros de todas esas partes del mundo se reúnen en la ONU cada día. Un día regresan a casa, dispersándose por todas las naciones. Dentro de esas manzanas de Nueva York, el testimonio cristiano puede alcanzar al mundo entero.

Chris Rice es director de la Oficina para las Naciones Unidas del Comité Central Menonita en Nueva York, y anteriormente fue director cofundador del Centro para la Reconciliación de Duke Divinity School. Su último libro es From Pandemic to Renewal: Practices for a World Shaken by Crisis (InterVarsity Press).

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