El Apocalipsis se interpreta a menudo fuera de contexto, con base en preocupaciones modernas y especulaciones llenas de temor sobre el final de los tiempos. Sin embargo, tras un viaje de estudios a Turquía y años de enseñar el Apocalipsis en mi iglesia local en Roma y en diversas conferencias, he llegado a darme cuenta de lo contextual que es este libro.
A lo largo de Apocalipsis, Juan de Patmos utiliza poderosas imágenes para exhortar a los primeros cristianos a resistirse a conformarse con el mundo romano y animarles a permanecer fieles a Jesús en un mundo de gobernantes y falsas deidades que compiten por su lealtad. El libro se dirige a los antiguos creyentes de siete ciudades que se enfrentaban a luchas similares a las que muchos cristianos experimentan hoy en día.
La mayoría de los eruditos datan el Apocalipsis en el reinado de Domiciano, quien emitió monedas con imágenes asociadas a su reinado. ¿Recuerdas cuando Jesús cogió una moneda y dijo: «Denle, pues, al césar lo que es del césar…» (Marcos 12:17, NVI)? Eso es porque los emperadores romanos a menudo estampaban sus rostros en las monedas para proyectar su propaganda política y religiosa.
Pero estos emperadores romanos no solo expresaban afirmaciones idolátricas. También utilizaban imágenes para afirmar su autoridad y subyugar al pueblo judío, muchos de los cuales habían abrazado a Jesús como su Mesías. Después de que la revuelta judía fuera aplastada en el año 70 d. C., el padre de Domiciano, Vespasiano, y más tarde su hermano Tito, emitieron monedas con imágenes humillantes de los judíos y de Judea.
El Arco de Tito en Roma narra la entrada triunfal de la familia en la ciudad, seguida de cautivos judíos y botines robados del templo de Jerusalén. Alrededor de 97 000 judíos fueron asesinados en diversas arenas, esclavizados o enviados a trabajar a las minas de Egipto (en cierto sentido, invirtiendo la liberación del Éxodo). A algunos de ellos incluso se les encargó que ayudaran a construir lo que se convertiría en la arena más grande y sangrienta de todas: el Coliseo.
¿Se imaginan la angustia de los primeros cristianos, muchos de los cuales eran judíos, durante esta época?
Con este telón de fondo, Juan utiliza imágenes para fortalecer a los creyentes en su sufrimiento. Muestra a Jesús sosteniendo las siete estrellas y caminando entre sus candelabros y describe criaturas aladas alrededor del trono del «Señor Dios Todopoderoso». Representa pergaminos, trompetas y copas como símbolos de la autoridad y el juicio de Dios, y ancianos que se despojan de sus coronas para cantar: «Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder» (Apocalipsis 4:11).
Cuando interpretamos el Apocalipsis en su contexto histórico, —siguiendo sus referencias bíblicas concretas y no nuestras especulaciones abstractas—, vemos que el poderoso objetivo que subyace a gran parte de la imaginería del libro era exaltar la supremacía de Jesús por encima de todos los demás rivales antiguos.
Sin embargo, las tentaciones y los retos a los que se enfrentaban las iglesias locales en estas antiguas ciudades no son muy diferentes de los que muchos cristianos afrontan hoy en día. Aunque hay muchos desafíos que todavía necesitan ser explorados, sin duda hay muchas lecciones que podemos aprender de los reproches de Jesús a estas siete iglesias.
Pérgamo y Tiatira: fidelidad a Dios en un mundo que exalta el poder
En el segundo capítulo del libro, la profecía de Juan registra a Jesús dirigiéndose a la iglesia de Pérgamo: «Sé dónde vives: allí donde Satanás tiene su trono» (2:13).
Podría tratarse de una referencia a alguno de los varios monumentos religiosos conocidos de la ciudad: el altar local a Zeus, un santuario dedicado a divinidades egipcias, varios templos dedicados a divinidades grecorromanas, el primer templo dedicado a César Augusto y al culto imperial, o todos ellos en conjunto.
Cuando Juan estaba escribiendo el libro de Apocalipsis, un hombre ya había sido martirizado en Pérgamo (v. 13). Dada la inmensa presión, es comprensible que algunos cristianos de la época optaran por una política de asimilación y por ceder ante la cultura circundante.
Sin embargo, Jesús sabía que un evangelio diluido era mucho más perjudicial para la iglesia que la persecución. El símbolo de la ciudad de Pérgamo era una espada, así que Jesús dijo: «Por lo tanto, ¡arrepiéntete! De otra manera, iré pronto a ti para pelear contra ellos con la espada de mi boca» (2:16).
Del mismo modo, la iglesia de Tiatira (de donde era Lidia, la anfitriona de la iglesia de Filipos) también luchaba contra las falsas enseñanzas que justificaban la inmoralidad sexual y el consumo de alimentos sacrificados a los ídolos. Así que Jesús se dirigió a esta congregación como «el Hijo de Dios, el que tiene ojos que resplandecen como llamas de fuego» (2:18).
En tu propio contexto, ¿de qué manera se entrecruzan la política y la religión? ¿Los políticos esperan una lealtad indebida de los cristianos? En donde vives, ¿algunas iglesias defienden ceder y caer en el sincretismo con los poderes humanos? ¿El hecho de que los cristianos cedan de esa manera reduce sus normas éticas hasta hacerlas inferiores a las de Jesús?
Si es así, tómate a pecho la amonestación de Jesús: «El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (2:29).
Esmirna y Filadelfia: sufrir bajo el cobijo de la redención
Esmirna era una ciudad portuaria con templos dedicados a la diosa Roma y al emperador Tiberio. También contaba con una numerosa población judía que estaba legalmente exenta del culto al emperador. Sin embargo, algunos miembros de la sinagoga de Esmirna sostenían que los primeros cristianos judíos ya no debían estar protegidos por esta exención y a menudo denunciaban a los cristianos ante las autoridades civiles por traición, a pesar de que creían en un mesías judío.
Debajo del mercado de Esmirna había un calabozo y celdas de detención. Imagínate cómo era la detención en ese lugar después de haber sido denunciado, e incluso traicionado, por tus propios parientes, amigos o por quienes decían compartir tu fe. Así que Jesús aseguró a la iglesia: «Conozco tus sufrimientos y tu pobreza. ¡Sin embargo, eres rico! Sé cómo te calumnian los que se autodenominan judíos y no lo son, pues solo son una sinagoga de Satanás» (2:9).
Jesús alentó de manera similar a los cristianos de Filadelfia, algunos de los cuales también estaban siendo encarcelados. Situada en una zona propensa a los terremotos, la ciudad fue destruida una y otra vez. Pero cuando la visité, pude ver lo que quedaba de un pilar del siglo VI. Me pareció una imagen conmovedora, pues Jesús les dijo a los cristianos acosados en una Filadelfia temblorosa: «Al que salga vencedor lo haré columna del templo de mi Dios y ya no saldrá jamás de allí» (3:12).
¿Qué te hace temblar y caer en la desesperanza? ¿Ha sido difícil últimamente perseverar en tu caminar con Cristo? ¿Te han desestabilizado los conflictos con otros creyentes? Si es así, escucha el reconocimiento de nuestro Señor: «Ya sé que tus fuerzas son pocas, pero has obedecido mi palabra y no has renegado de mi nombre» (3:8), y cómo te asegura con sus palabras: «Vengo pronto. Aférrate a lo que tienes, para que nadie te quite la corona» (3:11).
Éfeso y Sardis: mantener vivo el amor en ciudades de arduo trabajo
La sinagoga de Sardis (que adquirió su enorme tamaño actual en el siglo III) estaba situada en el centro, junto a unos baños romanos y un complejo deportivo. Por fuera, la iglesia de Sardis parecía prosperar. Sin embargo, Jesús la amonestó: «Conozco tus obras; tienes fama de estar vivo, pero en realidad estás muerto. ¡Despierta!» (3:1-2).
Jesús sabía que nuestra reputación no siempre coincide con el estado de nuestra alma, por lo que exhortó a Sardis: «recuerda lo que has recibido y oído; obedécelo y arrepiéntete» (3:3).
Éfeso también tenía un espíritu de trabajo, como demuestran su monumento dedicado a Nike, la diosa de la victoria, y sus antiguas monedas impresas con el símbolo de la ciudad: una abeja. Los efesios eran trabajadores y prósperos como las abejas. La ciudad contaba con una espaciosa ágora, un teatro con capacidad para 24 000 espectadores y un puerto que aportaba importantes riquezas a la ciudad.
También tenía un templo dedicado a Domiciano, un templo dedicado a Artemisa (considerado como una de las siete maravillas del mundo antiguo) y otros edificios majestuosos como la Biblioteca de Celso, donde todavía se puede encontrar un candelabro de menorá judío esbozado en uno de los escalones.
A menudo se citan las palabras de Jesús a la iglesia de Éfeso: «Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia… Has perseverado y sufrido por mi nombre sin desanimarte. Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor» (2:2-4). Los cristianos de Éfeso abundaban en el trabajo, pero descuidaban la mayor de las virtudes: el amor.
¿Has absorbido demasiado del espíritu de éxito y superación del contexto en el que vives? ¿Necesitas bajar el ritmo para recuperar tu vitalidad espiritual? ¿Coincide tu vitalidad exterior con el estado interior de tu alma?
Laodicea: depender de Dios en una cultura autosuficiente
Construida en la intersección de las principales rutas comerciales, Laodicea era un centro bancario y un exportador de finas prendas de vestir y alfombras. Los laodicenses caminaban por carreteras pavimentadas con mármol y erigieron templos impresionantes, un estadio para carreras de carros y dos teatros con capacidad para miles de personas.
Sin embargo, el espíritu de ingenio y autosuficiencia de Laodicea se había infiltrado en su iglesia. Las palabras de Jesús son pertinentes para muchos de ustedes que viven en contextos similares: «Dices: “Soy rico, me he enriquecido y no me hace falta nada”; pero no te das cuenta de cuán infeliz y miserable, pobre, ciego y desnudo eres tú» (3:17).
Aunque Laodicea era próspera, carecía del recurso más básico: una fuente local de agua. La cercana Colosas estaba situada junto a un río, y la vecina Hierápolis tenía una fuente termal que sigue activa hasta el día de hoy. Por lo tanto, los laodicenses dependían de estas dos ciudades para su suministro de agua. Los acueductos traían agua de Colosas y Hierápolis a Laodicea, lo que le permitió erigir grandes fuentes como la dedicada al emperador Trajano. Al tratarse de un recurso tan preciado, la ley de aguas de la ciudad (en el cartel de la imagen inferior) establecía normas estrictas para su uso público. ¿No resulta irónico que una ciudad sin suministro local de agua luciera con orgullo una enorme fuente?
Sin embargo, cuando llegaba a la ciudad, el agua fría y refrescante de Colosas se había vuelto tibia, y el agua caliente y medicinal de Hierápolis se había vuelto tibia. Para entonces, el agua mezclada de la ciudad había desarrollado un sabor tan fuerte y extraño que quienes la bebían se sentían tentados a escupirla.
En este contexto, Jesús amonestó a la iglesia de Laodicea: «Conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres ni frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca» (3:15-16).
Jesús deja claro que tanto el agua fría como la caliente están bien. ¿Por qué? Porque ambas están cerca de la fuente. El agua tibia, por el contrario, está lejos de su fuente. Aunque una vez fue caliente o fría, el agua tibia ha sido moldeada más por su entorno que por su fuente.
¿Te dejas moldear más por tu entorno que por tu Fuente? ¿Anhelas la validación externa más que la aprobación de Jesús? ¿Tu ingenio te tienta a depender de ti mismo y a alejarte de la dependencia de Dios?
A la iglesia de Laodicea, Jesús se presenta como el «Amén» y «el soberano de la creación de Dios». La palabra griega que ahí se traduce como «soberano» es arche, de la que proceden las palabras arquetipo y arquitectura. Del mismo modo, Cristo nos llama a centrarnos en él como nuestro único fundamento y afirmación.
El contexto histórico del Apocalipsis muestra la íntima relevancia del libro para muchas de las luchas a las que se enfrentan los creyentes hoy en día. Siempre tendremos la tentación de conformarnos o ceder a las influencias de nuestro entorno y sucumbir a la propaganda mundana. Es por esto que el recordatorio del Apocalipsis es tan necesario ahora como lo era entonces.
Como cualquier buen pastor debería hacer hoy, Juan desafía a los cristianos de todas las edades a permanecer fieles en la adoración a Jesús frente a cualquier otro rival terrenal.
René Breuel es autor de The Paradox of Hapiness y pastor fundador de Hopera, una iglesia de Roma. Tiene un máster en divinidad por el Regent College y otro en escritura creativa por la Universidad de Oxford.