El 23 de septiembre, Mustafá montó a su familia de cinco miembros en una pequeña motocicleta y condujo siete horas desde Tiro hasta un pueblo de las montañas libanesas, pasando lentamente las filas de vehículos. Algunos de esos vehículos, como los seis miembros de la familia de su hermano Hussein, no llegarían a su destino sino hasta dos días después.
El recorrido normalmente dura dos horas.
Mustafá, y miles como él, huían frenéticamente de las bombas israelíes dirigidas contra Hezbolá, la milicia chií señalada por el gobierno estadounidense como organización terrorista. Hasta ese momento, él y su hermano habían sido trabajadores agrícolas en una granja a las afueras de la ciudad, y vivían en un apartamento austero de dos habitaciones proporcionado por sus empleadores.
CT accedió a no revelar su apellido por motivos de seguridad. Mustafá es cristiano y originario de Afrin, la zona kurda del noroeste de Siria. Al preguntarle si compartía la fe de su hermano, Hussein respondió: «Todavía no».
Su país de origen no reconoce a los conversos del islam. Y aunque Líbano es la única nación árabe que concede la libertad de conversión, Tiro es una ciudad chií socialmente conservadora bajo el dominio político de Hezbolá.
Este era el segundo desplazamiento de Mustafá. En 2013, él y su hermano huyeron de la guerra civil siria. Pero en los últimos cinco años, cuando los índices de pobreza se triplicaron en Líbano, los musulmanes suníes nominales encontraron el apoyo de un ministerio cristiano local que ofrecía ayuda.
Hace dieciocho meses, Mustafá profesó su fe en Cristo.
«Sigo a Jesús», dijo. «Él me salvó».
Cuando Israel comenzó su invasión terrestre del Líbano, emitió órdenes de evacuación tanto a los pueblos musulmanes como a los cristianos del sur. Pero la gran mayoría de los desplazados proceden de zonas chiíes sospechosas de albergar depósitos de armas y túneles subterráneos, donde los chiíes residentes pueden alinearse o no con la ideología islamista de Hezbolá.
Según una encuesta realizada a principios de 2024, aunque el 78 % de los chiíes veían positivamente el papel de la milicia en los asuntos regionales, solo el 39 % afirmaba sentirse más cercano a Hezbolá entre los partidos políticos libaneses, frente al 37 % de los chiíes que no se sentían cercanos a ninguno.
Solo el 6 % de los cristianos tenía «mucha confianza» en la milicia chiíta.
Dentro de estas realidades, los cristianos están ansiosos por ayudar; sin embargo, deben hacerlo con cautela. La fe evangélica y la solidaridad nacional exigen hospitalidad. La vigilancia sectaria fomenta la desconfianza. Y la campaña de bombardeos de Israel les hace temer que tan solo acoger a los desplazados les convertirá en objetivo.
De cualquier manera, muchos están ayudando.
Mustafá y Hussein encontraron cobijo en una vivienda ofrecida por una iglesia evangélica en el pueblo mixto de musulmanes y cristianos donde buscaron refugio. Una alfombra de plástico cubría la mitad del suelo de cemento de su parcela privada, con colchones delgados apoyados contra las paredes. Mantas y almohadas esparcidas por todas partes evidenciaban el sueño irregular de sus hijos.
«Este es nuestro mensaje: mostrar amor en acción mientras llevamos a la gente a Cristo», dijo el pastor de esta iglesia. (CT le concede el anonimato debido a la situación política incierta en Líbano). «Mientras reciben, les enseñamos a dar».
Su congregación acoge actualmente a unas 100 personas, desplazadas de sus hogares en el sur y en el valle libanés de Bekaa. Más de la mitad proceden de la vecina Siria; el resto son principalmente chiíes libaneses. El pastor dice que el 60 % del total son creyentes en Jesús. Otros, como Hussein, son familiares suyos o musulmanes ya estrechamente vinculados a las iglesias de su zona de origen.
Todos colaboraron en la preparación de 500 bocadillos de atún para su distribución local.
Más que palabras
El actual conflicto de Hezbolá con Israel comenzó el 8 de octubre del año pasado, un día después de que Hamás invadiera y matara a unos 1200 israelíes, tomando 250 rehenes. La milicia libanesa inició lo que denominó un «frente de apoyo» a Hamás, lanzando misiles que provocaron la huida de 80 000 israelíes que vivían en pueblos cercanos a la frontera.
Un número similar de libaneses huyeron también de las represalias israelíes, y durante once meses las dos partes habían mantenido su intercambio de misiles relativamente limitado, con el objetivo de evitar un conflicto mayor que podría llegar a convertirse en un conflicto regional que incluyera a Irán, que respalda tanto a Hamás como a Hezbolá como fuerzas sustitutas.
Ese statu quo se mantuvo a pesar de la muerte de 12 niños drusos que fueron alcanzados por un misil de Hezbolá en los Altos del Golán, y del aumento de los ataques de Israel contra líderes de milicias dentro de Líbano, Siria e Irán. Las negociaciones dirigidas por Estados Unidos para reducir o detener los combates no lograron vencer la insistencia de Hezbolá en un alto al fuego simultáneo en Gaza. Y el 17 de septiembre, Israel incluyó el regreso de los ciudadanos del norte a sus hogares como uno de sus objetivos oficiales de guerra.
Horas más tarde, un ataque de buscapersonas explosivos y, al día siguiente, de walkie-talkies (el cual despertó amplias sospechas de haber sido realizado por Israel, a pesar de su desmentido oficial) mató a decenas e hirió a miles de miembros de la milicia y personal médico afiliado en Líbano y Siria. Seis días después, comenzó la campaña de bombardeos. Al respecto, se reportó que funcionarios israelíes declararon que su política era «desescalar mediante la escalada».
Líbano calcula que los combates han desplazado a 1.2 de sus 6 millones de habitantes. Más de 950 escuelas públicas, almacenes y otras instalaciones sirven ahora de refugio. El 90 % de los desplazados, casi la mitad de los cuales son niños, no pueden satisfacer sus necesidades básicas.
El pastor anónimo mencionado anteriormente, quien vive en una aldea en las montañas, consiguió permiso del ayuntamiento dirigido por musulmanes para prestar ayuda junto con varios otros grupos de rescate en coordinación con un ministerio local dirigido por un líder de la iglesia.
Un coordinador local de los esfuerzos de rescate y ayuda, miembro de la comunidad heterodoxa musulmana drusa, dijo que «la iglesia [cristiana] es la número uno» al brindar ayuda, mientras que otros grupos «dicen que están ayudando, pero en su mayoría son solo palabras».
Pero con las aulas de todo el país llenas de familias que buscan refugio, lamenta que sus tres hijos no tengan dónde ir a la escuela.
El conflicto previo entre Israel y Hezbolá que tuvo lugar en 2006 obligó a 900 000 personas a abandonar sus hogares. Entonces, iglesias y ciudadanos de todas las sectas se unieron para ayudar; sin embargo, hoy los recursos son mucho menores.
Muchos se resisten a alquilar sus propiedades a los chiíes desplazados, ya que temen que los solicitantes de refugio no puedan —o no quieran— seguir pagando. La hiperinflación y la devaluación de la moneda (que ha alcanzado el 98 %) han hecho que muchos libaneses tengan dificultades incluso para cubrir sus necesidades más básicas. El estancamiento político ha mantenido a la nación sin presidente durante dos años, mientras el primer ministro trabaja en calidad de interino.
¿A quién culpar?
Muchos culpan a Hezbolá.
«Estoy en contra de los chiíes en materia política, pero en humanidad no podemos negarnos a ayudarles», afirma el coordinador de asistencia druso. «Sufrimos por Siria; sufrimos por Irán. Quizá estamos esperando que Estados Unidos nos ayude».
Diplomáticos estadounidenses y franceses intentaron negociar un alto el fuego de tres semanas en Líbano, y el ministro de Asuntos Exteriores libanés declaró que el líder de Hezbolá, Hasán Nasralá, había aceptado. Días después, un ataque aéreo israelí con bombas antibúnker arrasó cuatro edificios de apartamentos residenciales y mató a Nasralá en su cuartel subterráneo. Funcionarios estadounidenses negaron tener conocimiento de la aprobación de Nasralá.
Al parecer, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, aceptó negociar un alto el fuego, pero luego dio marcha atrás. Israel declaró que su guerra es contra Hezbolá, no contra Líbano. Netanyahu, dirigiéndose a los libaneses, habló de su campaña contra Hamás.
«Tienen la oportunidad de salvar Líbano antes de que caiga en el abismo de una larga guerra que conducirá a la destrucción y al sufrimiento como el que vemos en Gaza», declaró. «Liberen a su país de Hezbolá para que esta guerra pueda terminar».
Líbano apoya oficialmente desde hace tiempo la aplicación de la resolución 1701 de la ONU, adoptada para poner fin a la guerra de 2006. Ese llamado exige el desarme de todas las milicias y que Hezbolá se retraiga más allá del río Litani, a unas 18 millas al norte de la frontera israelí. Sin embargo, los esfuerzos libaneses de 2008 por desmantelar la red privada de comunicaciones de la milicia fracasaron después de que Hezbolá hiciera una demostración de sus fuerzas armadas en Beirut.
Se dice que Estados Unidos está presionando ahora para que los políticos libaneses elijan a un presidente que, según un acuerdo no escrito pero de 80 años de antigüedad, debe ser un cristiano maronita. Los miembros del parlamento libanés, divididos a partes iguales entre musulmanes y cristianos, son quienes eligen al jefe de estado.
Los cristianos, por su parte, están divididos en dos partidos políticos principales y otros más pequeños, algunos de los cuales se han aliado con Hezbolá como entidad política para conseguir el apoyo del electorado chií. Antes de la escalada israelí, destacados políticos chiíes bloquearon repetidamente la finalización del proceso de votación para elegir al presidente cristiano, insistiendo en un candidato afín a la causa de Hezbolá.
Sin embargo, los líderes de los dos principales partidos cristianos tienen ambiciones presidenciales y por eso no han colaborado coherentemente para representar a su comunidad.
«Culpo a los líderes cristianos: trabajan por sus propios intereses, no por los intereses de nuestro país», afirmó el pastor de la aldea de montaña. «Si le abres la puerta a otros, no puedes culparlos cuando te lo quitan».
En 2000, Hezbolá se ganó el favor social generalizado, incluso de muchos cristianos, tras haber obligado a Israel a poner fin a sus 18 años de ocupación del sur del Líbano, cuyo objetivo inicial era imponer una zona de seguridad contra las incursiones de militantes palestinos. Desde entonces, la milicia dilapidó el apoyo que tenía de los musulmanes suníes al entrar en la guerra civil de Siria en favor de Bashar al Assad y haberlo confirmado públicamente en 2013. Los cristianos de a pie se unieron a muchos en el desencanto cuando Hezbolá se puso del lado de los líderes sectarios contra la revolución popular de 2019, dando paso a los últimos cinco años de declive económico.
El apoyo de la milicia a Hamás provocó que la gente colocara carteles de «No queremos la guerra» por todo Beirut.
Una oferta de amor cristiano
«Estamos enojados. Sin ninguna consulta con el gobierno, Hezbolá arrastró a Líbano a la guerra», declaró Joseph Kassab, presidente del Consejo Supremo de la Comunidad Evangélica de Siria y Líbano, quien afirmó que ninguna paz duradera puede llegar a través de la violencia. «Muchos cristianos sienten que Israel no tiene restricciones en la guerra, y la milicia se equivocó al provocar a su enemigo».
Sin embargo, soplan vientos de cambio, dijo Jihad Haddad, pastor de la iglesia La vid verdadera de Zahle, ciudad cristiana del valle de la Bekaa, mientras modificaba un proverbio chino: Algunos construyen muros para resistir el viento, pero los molinos de viento servirían mejor al ministerio. Como los cristianos no tienen voz política en el conflicto actual, él dirige sus esfuerzos a apoyar a los desplazados.
Su iglesia se ha establecido como un centro de ayuda, y ya había distribuido 2000 paquetes de alimentos un mes antes de la actual escalada. Gran parte de esos alimentos fueron cultivados en sus propias tierras. Para atender a los muchos que ahora se refugian en las escuelas, la iglesia ha adaptado los paquetes para que proporcionen nutrición sin necesidad de cocinar. Los desplazados también sufren escasez de mantas, pero el almacén de la iglesia ya está vacío.
Haddad mira al horizonte y ve un avivamiento, pero no será fácil. Líbano, dice, está atrapado entre el «martillo» de Israel y el «yunque» de Hezbolá. Han caído misiles a una milla de su casa y, en la otra dirección, a una milla de la iglesia.
Voltear a ver a Gaza crea un miedo que conmueve muchas emociones.
«Somos muy cautelosos a la hora de acoger a familias que no conocemos», afirma Haddad. «Donde Israel encuentra militantes, ahí bombardea».
La gente de Zahle, dijo, comprueba cuidadosamente si los chiíes que buscan refugio están afiliados a Hezbolá. La vid verdadera ha proporcionado refugio en apartamentos de la iglesia a 17 familias vinculadas a la congregación, ya que los creyentes y otras personas buscan —y esperan encontrar— seguridad en un lugar cristiano. Pero Haddad también teme que si la iglesia se viera desbordada por la necesidad de alojar a todos los que buscan refugio, no podría prestar servicios a todos.
La ayuda de las iglesias de todas las denominaciones ha dejado una muy buena impresión.
«Si no hubiera cristianos en el Líbano, nos habrían devorado», declaró Mohamed al-Hajj Hassan, un jeque chií conocido por su oposición a Hezbolá, en un video ampliamente compartido de su entrevista televisiva. «Ellos son los que nos protegieron y ayudaron a los que deambulan por las calles. Ellos son los que acogieron a nuestras mujeres y niños».
Los cristianos podrían haberse puesto del lado de Israel, afirmó. «Los chiíes debemos ahora… reexaminar nuestra conciencia y pensar si tal vez le hemos hecho daño a nuestros socios en el país».
Esta expresión de aprecio, sin embargo, no facilita que los evangélicos abran las puertas de sus instituciones, dijo Nabil Costa, director de la Asociación de Escuelas Evangélicas de Líbano. Sus 35 escuelas atienden a 20 000 alumnos, una mezcla de cristianos y musulmanes. El gobierno libanés obligó a una escuela adventista del séptimo día situada en un barrio chií del centro de Beirut a proporcionar refugio a los desplazados.
Costa dijo que los evangélicos estarán dispuestos a abrir sus escuelas una vez que el gobierno decida que todas las instalaciones escolares privadas son necesarias para ayudar. Esto puede incluir la discusión de cómo cooperar con el ministerio de educación para proporcionar instrucción suplementaria a los niños de las escuelas públicas forzados a abandonar sus aulas.
La guerra ha desplazado al 40 % de los 1.25 millones de estudiantes del Líbano.
Costa también dirige Thimar, la organización bautista local de servicios sociales que supervisa la Escuela Bautista de Beirut, que negoció con el gobierno transformar su campus en un centro de distribución para los desplazados. Situada a cinco kilómetros al norte de la densamente poblada zona de Dahiyeh en Beirut, donde Nasrallah fue asesinado, las inmediaciones de la escuela no están actualmente bajo amenaza por los ataques aéreos israelíes. Pero en medio del feroz eco de los bombardeos regulares, la escuela bautista ayuda a siete instituciones cercanas, públicas y privadas, que acogen a los desplazados, proporcionándoles 700 comidas diarias. Se proporciona ayuda adicional a las iglesias de las montañas.
«No tenemos derecho a rechazar refugiados», dijo Costa. Pero también lanzó una advertencia al gobierno: «No se aprovechen de nuestro amor cristiano».
Abrir el corazón a los necesitados
Algunos, incluso entre los propios desplazados, ofrecen amor libremente.
El lunes 23 de septiembre, Laya Yamout se despertó a las 6:30 de la mañana con el sonido de los ataques aéreos israelíes. Yamout, enfermera de Horizons International, también trabaja como voluntaria en la Iglesia de Tiro, fundada por su padre, quien falleció hace 14 años. Ya había restringido sus movimientos en la comunidad cuando los ataques de precisión con drones se dirigieron contra militantes de Hezbolá que iban en moto. Es mejor que no te pillen detrás de uno de ellos, dice, por si fallan.
Pero este ataque se sentía diferente. Cuatro horas más tarde, Yamout estaba visitando a un paciente anciano con demencia cuando se produjo otra explosión cerca de allí. Corrió a casa, hizo las maletas y condujo 55 millas hacia el norte, a Beirut, con su perro al lado. Los 50 miembros de su congregación —casi todos ellos de origen musulmán que soncreyentes en Jesús— acabaron por dispersarse y refugiarse en escuelas, iglesias o en casas de familiares. Uno de ellos regresó a Irak.
Yamout se quedó con un amigo en un barrio cristiano de la capital.
«Sinceramente, es más seguro», dijo. «No quiero tener que huir otra vez».
A la mañana siguiente, Yamout se levantó para trabajar como voluntaria en una clínica vinculada a una gran iglesia kurda de Beirut. El miércoles, volvió a Tiro junto con otras dos personas, con la esperanza de trabajar como voluntaria en la Cruz Roja.
Después de haber tardado siete horas en llegar a Beirut dos días antes, tardó poco más de una hora en volver a casa mientras conducía entre escenas «apocalípticas» de coches parados abandonados a un lado de la carretera y media docena de edificios en llamas a derecha e izquierda.
Casi de inmediato, se dio la vuelta. Tiro parecía una ciudad fantasma, sin agua, electricidad ni cobertura de telefonía. Las calles estaban vacías, excepto por los militantes de Hezbolá, pero ella no se sintió intimidada.
Su padre había sido encarcelado dos veces por su labor evangelizadora, y la propiedad de su iglesia había sufrido repetidos actos de vandalismo. Pero con los años, dijo Yamout, la Iglesia de Tiro se ganó el respeto de su comunidad a regañadientes, y la calle en la que está se hizo popularmente conocida como la «calle de la iglesia».
Sin embargo, no era seguro permanecer allí. Dos creyentes durmieron en la playa por miedo a que sus apartamentos fueran alcanzados. Yamout llenó una furgoneta de 15 plazas para regresar a la capital con las familias de la iglesia que no habían podido encontrar antes un medio de transporte seguro.
El jueves, estaba de vuelta atendiendo pacientes en una clínica en una ciudad cristiana a 80 kilómetros al norte de Beirut que ha recibido a muchas personas desplazadas del valle de Bekaa. Cada día atendía a un promedio de 150 personas.
«Este es el momento de abrir nuestros corazones», dijo Yamout. «Puede que nunca volvamos a tener esta oportunidad».
Líbano tiene contenido cristiano de radio y televisión e iglesias en todo el país, pero muchos pueblos libaneses se autoaíslan de otras comunidades. Los chiíes del sur, que conocen a pocos cristianos, se refugian ahora en zonas cristianas. Están profundamente traumatizados, dice Yamout, pero sonríen cuando ella les dice que también es de Tiro y se toma tiempo para escuchar sus historias.
En cada escuela, Yamout trabaja con la iglesia local para hacer un seguimiento de los que se muestran abiertos al Evangelio. Aboga por la cautela a la hora de ofrecer hospitalidad, ya que es probable que se cuelen algunos milicianos. Pero aunque la mayoría están luchando ahora contra la invasión terrestre israelí en la frontera, los creyentes pueden mostrar su amor a las esposas e hijos de los militantes. Junto a ellos hay miles de chiíes libaneses, ajenos a Hezbolá, que se encuentran con cristianos por primera vez.
Mientras tanto, en la iglesia del pueblo de montaña donde se refugian Mustafá, Hussein y otros cristianos que «aún no lo son», ellos y sus familias comen alrededor de largas mesas de plástico colocadas en el estacionamiento de la iglesia. Mustafá espera volver a Tiro, pero no a su ciudad natal en Siria: sería demasiado peligroso. A pesar de las incertidumbres de una residencia temporal indefinida, se siente en paz en el Líbano.
«No sabemos qué hacer ahora», dice. «Solo Dios lo sabe, y confiamos en Él».