La iglesia libre puede servir a la iglesia en prisión

Detrás de la Epístola a los Filipenses vemos a Pablo en prisión. Eso debería alentarnos a cuidar mejor de los encarcelados.

Ilustración por Brian Stauffer

Christianity Today September 8, 2024

Para entender la carta de Pablo a los Filipenses, es importante comenzar en la prisión.

Después de todo, allí estaba Pablo cuando la escribió. «Encadenado por causa de Cristo», como dice él, anhelando reunirse con sus fieles amigos en Filipos (Filipenses 1:8,13). Leer Filipenses como la carta de un prisionero encarna la teología de Pablo: una teología arraigada en la vasta manera en que experimentó la presencia de Cristo en medio de la degradación y el sufrimiento.

También da vida a la historia detrás de la carta: la historia de Pablo, sí, pero también la historia de los creyentes filipenses que estuvieron ahí para apoyar a su apóstol encarcelado. Hoy, la iglesia estadounidense vive en medio de una epidemia de encarcelamiento, y la historia de Pablo y los filipenses constituye una invitación a construir relaciones de solidaridad a través de los muros de la prisión.

Con su carta desde la prisión, Pablo se sitúa al comienzo de una larga lista de famosos que escribieron cartas mientras estaban encarcelados, desde el líder cristiano Ignacio del siglo II, hasta el profeta del siglo XX Martin Luther King Jr. del siglo XX. Sin embargo, los prisioneros comunes también escribían cartas y lo siguen haciendo hoy, y algunas de estas antiguas cartas desde la prisión aún sobreviven.

A primera vista, se parecen mucho a las copias más antiguas de Filipenses que se conservan: solo trozos de papiro desgastados por el tiempo. Pero cuando miramos más de cerca, ofrecen notables atisbos de las circunstancias precarias en las que escribieron los prisioneros como Pablo.

Tomemos, por ejemplo, la breve carta escrita por un hombre olvidado llamado Faneisis. Faneisis, un trabajador migrante en la bulliciosa ciudad de Alejandría, Egipto, se había metido en serios problemas y un importante funcionario de finanzas lo había enviado a prisión. Cualquiera que fuera su delito, fue a parar a la cárcel, indefenso y lejos de casa. Después de tres largos días, empezó a desesperarse.

«No se olviden de mí, que me estoy consumiendo en la cárcel». Esta línea recorre antiguas cartas de prisión como un estribillo desesperado. La prisión es difícil de soportar en cualquier contexto. En el mundo grecorromano, podría ser mortal. Las fuentes antiguas hablaban de calor insoportable o frío glacial, oscuridad, suciedad, enfermedades y hedor. Y, sobre todo, el hambre.

Porque si las comidas que se proporcionan hoy a los encarcelados rara vez son apetitosas o nutritivas, los prisioneros de la antigüedad no recibían nada, o bien, las raciones más mínimas. Esto los dejaba completamente dependientes de familiares y amigos para cubrir sus necesidades mientras estaban encarcelados.

Faneisis había intentado avisar a su familia acerca de su condición. Pero vivían muy lejos, sobre el Nilo. ¿Quién sabe cuánto tardarían en enviar ayuda? Entonces escribió una carta a su jefe y de alguna manera encontró a un mensajero dispuesto a llevarla.

«¿Serías tan amable de enviarme a alguien?», escribe, «ya que no tengo a nadie en la ciudad, y podrías enviarme una capa o algo de dinero, lo que quieras, para ayudarme hasta que uno de mis familiares zarpe?» (traducción propia).

El dinero compraría comida. Pero ¿por qué una capa? Para muchos prisioneros, una capa servía no solo como ropa sino como única cobertura y comodidad mientras dormían en el duro suelo. Pablo también pidió una capa mientras estaba en prisión, probablemente por la misma razón (2 Timoteo 4:13).

Pablo, al igual que Faneisis, se encontró dependiendo de otros para satisfacer sus necesidades básicas. Él también tuvo que esperar a sus seres queridos lejanos, sin estar nunca seguro de cuándo o incluso si llegara alguna ayuda (Filipenses 4:10). Un regalo de comida o dinero, una visita alentadora, una capa para abrigarlo, todo esto podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte, la esperanza y la desesperación, darse por vencido o salir adelante.

En Filipenses, Pablo tiene una palabra para describir la ayuda que sus compañeros creyentes le brindaban mientras estaba en prisión. Él lo refiere como los que «han participado en el evangelio» (1:5). El término griego que Pablo usa aquí para «participación» es koinonia, y aparece en varias formas a lo largo de su breve carta. La palabra implica compartir, asociación, compañerismo y compromiso.

Más específicamente, menciona la solidaridad cristiana de los filipenses con él frente al sufrimiento y las dificultades. Unidos en una relación caracterizada por compartir y el cuidado mutuo, Pablo y los filipenses se ofrecen mutuamente apoyo emocional, estímulo espiritual y ayuda material concreta.

Esta relación de mutualidad, este dar y recibir dones en el Señor, creo que es la invitación de Dios para la iglesia de nuestra época. Aceptarlo significa dejar atrás el miedo, el odio e incluso la compasión y abrazar a los que están en prisión como amados hermanos en Cristo.

Podemos reconstruir la historia a partir de las pistas de la carta de Pablo. La última vez que los filipenses vieron a Pablo, él se dirigía hacia el oeste, a Tesalónica, dejando atrás en Filipos un grupo de creyentes recién formado (Filipenses 4:15). También huía de una intensa oposición. Como más tarde les recordó a los creyentes en Tesalónica, había llegado allí todavía magullado por el violento maltrato que había sufrido en Filipos (1 Tesalonicenses 2:2).

Los filipenses fácilmente podrían haberle dado la espalda a Pablo, manteniendo la distancia para evitar correr el riesgo de tener problemas ellos mismos. Sin embargo, decidieron hacer lo contrario y reunieron una ofrenda. No eran ricos. De hecho, luchaban por sobrevivir por sí mismos (2 Corintios 8:1-5). Pero de sus escasos recursos, la iglesia de Filipos reunió lo que pudo y envió una delegación a Tesalónica para ayudar a Pablo a establecerse en una nueva ciudad.

Unos meses después, hicieron lo mismo (Filipenses 4:16). Y luego, cuando Pablo pasó de Tesalónica a Corinto, le enviaron ayuda una vez más (2 Corintios 11:9).

«Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes», comienza Pablo su carta. «En todas mis oraciones por todos ustedes siempre oro con alegría, porque han participado [koinonía] en el evangelio desde el primer día hasta ahora» (Filipenses 1:3-5). Con sus actos de generoso apoyo, los filipenses se convirtieron no solo en receptores de las buenas nuevas de Dios, sino también en socios comprometidos con ellas. Orar por ellos levantó el ánimo de Pablo.

Y luego, Pablo terminó en prisión. No sabemos en qué ciudad se encontraba. La tradición cristiana más antigua lo sitúa en Roma. Más recientemente, los eruditos han sugerido un lugar más cercano a Filipos: Éfeso, tal vez, o Corinto. De cualquier manera, al igual que Faneisis, se encontró encerrado y lejos de casa, dependiendo del apoyo de otros para su supervivencia.

El aula donde más aprendo estos días es en el área de educación de una prisión estatal. Al igual que muchos profesores de seminario en todo el país, he estado impartiendo un curso en prisión a un grupo mixto de estudiantes: algunos pueden regresar a casa después de clase; otros no. Nuestras conversaciones, en conjunto, me hacen pensar de manera diferente sobre la asociación de los filipenses con Pablo en la obra del evangelio, su solidaridad con él en medio de la injusticia y las dificultades. Me hacen pensar nuevamente en lo que Pablo quiso decir con koinonía.

Para muchos de mis alumnos, encontrarse aislados de sus familiares y amigos es una de las cosas más dolorosas de estar en prisión. Las familias se reúnen para las vacaciones, los niños cumplen años, los sobrinos y sobrinas se gradúan de la escuela secundaria y, en prisión, es solo un día más de la misma vieja rutina. No es fácil sentirse conectado. Como la mayoría de las prisiones estadounidenses, en la que doy clases se construyó en una zona rural. Esto dificulta las visitas de los familiares, especialmente para aquellos que dependen del transporte público. No todas sus relaciones sobreviven.

Pablo también encontró doloroso su aislamiento en prisión. No estaba del todo solo. Timoteo estaba allí, encerrado con él o, más probablemente, visitándolo con frecuencia (Filipenses 1:1; 2:19-22). Otros creyentes iban cuando podían (4:21-22).

A diferencia de las prisiones modernas, las cárceles romanas solían construirse en la plaza principal de la ciudad, con paredes que a menudo contaban con pequeñas ranuras que permitían que los visitantes se comunicaran con los que estaban dentro o pasar comida a sus celdas subterráneas.

Entonces, Pablo no estaba completamente aislado. Aun así, extrañaba a sus amigos de Filipos. «Dios es testigo de cuánto los quiero a todos», escribe (Filipenses 1:8). Estaba ansioso por escuchar nuevas noticias de ellos (2:19). Si salía de la cárcel, quería ir a visitarlos (1:26; 2:24).

Imagínese el gozo que lo invadió cuando levantó la vista y vio el rostro familiar de Epafrodito, su querido amigo de Filipos, a quien los filipenses habían enviado para apoyarlo. E imaginemos el asombro de Pablo cuando, sabiendo lo pobres que eran, vio el regalo que había traído Epafrodito (4:10, 15-18).

¡Sus fieles amigos de Filipos lo habían vuelto a hacer! Pablo escribe, usando dos veces más una forma del término koinonia, y dice que «participaban» de sus cadenas al compartir su angustia (1:7; 4:14).

«Acuérdense de los presos», insta el escritor de Hebreos, «como si ustedes fueran sus compañeros de cárcel» (13:3). Con sus actos de costosa solidaridad, Epafrodito y los filipenses modelan cómo cumplir este mandato profundamente desafiante. Compartiendo el amor y el anhelo de Pablo, su tristeza y su alegría, le brindaron consuelo y compañía junto con ayuda material concreta.

Con casi dos millones de personas encarceladas en Estados Unidos (un depósito de cuerpos humanos a una escala sin precedentes), el ejemplo de los filipenses nunca ha sido más relevante. ¿Qué podría significar para la iglesia que vive afuera de los muros de la prisión unirse en solidaridad con los que están adentro, asociándose juntos en la obra de un evangelio que libere a los cautivos?

En las últimas semanas de nuestro curso de seminario, los estudiantes trabajaron en grupos para analizar un texto antiguo y presentar a la clase lo que revelaba sobre la justicia entonces y ahora. Un grupo decidió trabajar en un discurso de Libanio de Antioquía, un renombrado maestro e intelectual del siglo IV.

Libanio nunca había estado en prisión; no obstante, había sido testigo del encarcelamiento de un amigo cercano después de perder el favor del gobernador romano. La tortura y degradación que sufrió este amigo parecen haber causado una impresión duradera en Libanio. Más de dos décadas después, escribió un discurso viral dirigido al emperador romano Teodosio en el que describía con vívidos detalles la crueldad y la injusticia sufridas por quienes se encontraban en la prisión de Antioquía.

A diferencia del amigo de Libanio, la mayoría de estos prisioneros eran personas de menor estatus en su mundo. Él escribe:

Este es el destino de los pobres a manos de los ricos y cómo la clase política trata a los trabajadores comunes y corrientes. ¿Le gustaría que mencione a los pandilleros también? Claro, hay algunos que son culpables. Pero luego, todos los que alguna vez estuvieron con ellos también son arrestados, incluso aquellos que no saben nada sobre el crimen. Mientras todas estas personas viven encadenadas, los poderosos disfrutan de sus vidas y se olvidan por completo de ellas. (traducción propia)

Mis alumnos no tardaron mucho en comenzar a establecer conexiones entre el sistema de justicia penal en el mundo de Libanio y el nuestro. Ellos, como los estudiantes encarcelados, pudieron darse cuenta con solo mirar alrededor de la prisión que hoy también son principalmente los pobres y los marginados los que terminan en la cárcel o en la prisión, especialmente las personas de color de bajos recursos. Con el uso generalizado de la opción a la fianza en efectivo, los defensores públicos sobrecargados de trabajo y las tácticas coercitivas que presionan a los acusados para que acepten acuerdos de declaración de culpabilidad, a menudo parece que se manipula al sistema.

La presentación que ofrecieron estos estudiantes fue una colaboración notable, una adaptación hip-hop de una antigua oración griega. Aquí estaban mis alumnos, blancos y negros, hombres y mujeres, rimando juntos sobre la justicia y la igualdad mientras uno de ellos marcaba el ritmo. Fue divertido, pero también tremendamente serio, una expresión de creatividad alegre que también fue una denuncia seria y profética de un sistema de justicia penal que, con demasiada frecuencia, se muestra indiferente al carácter sagrado de la vida humana.

Visitar a los que están en prisión a menudo se describe como una forma de caridad. Pero esto era algo mayor. Mientras observaba lo que estos estudiantes habían creado, recordé nuevamente la koinonía de los filipenses con Pablo: su solidaridad en su sufrimiento y su participación en su alegría.

Al escuchar con atención las historias de sus compañeros encarcelados, mis alumnos no encarcelados presenciaron con ojos nuevos el mensaje liberador del evangelio. Se habían convertido, de una manera pequeña pero significativa, en compañeros del sufrimiento de sus compañeros encarcelados, expresando juntos su pena y su dolor. Y, sin embargo, la sala estalló en risas y alegría al imaginar un mundo donde todo el pueblo de Dios sea libre.

Filipenses es una carta sobre una iglesia generosa y comprometida que hace todo lo posible para cuidar a un amigo encarcelado. También es una carta sobre un hombre encarcelado que comparte con la iglesia exterior lo que está aprendiendo sobre el evangelio mientras está encadenado.

En un pasaje que forma el eje teológico de la carta de Pablo (posiblemente un himno cristiano antiguo que él adaptó) Pablo relata la encarnación de Jesús, su crucifixión y luego su glorificación por Dios (2:1-11).

Pablo enfatiza que en lugar de proteger su naturaleza divina, Jesús se unió en solidaridad con los humanos al compartir nuestra más profunda y dolorosa vulnerabilidad. Tomó forma humana y «se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!». Al igual que Pablo y muchos otros en nuestras propias prisiones, Jesús sufrió la degradación de un castigo violento sancionado por el estado. Él sabe lo que se siente.

La carta de Pablo desde la prisión es una invitación para que la iglesia de hoy cultive relaciones de solidaridad arriesgada que sirvan de puente entre los que están dentro y los que están fuera de la prisión. Invita a los creyentes libres a trabajar junto con los hijos encarcelados de Dios para desmantelar los muros que nuestro miedo ha construido y a recibir humildemente sus dones de fe y perspicacia. Al hacerlo, seguiremos el ejemplo, no solo de Epafrodito y los filipenses, sino también del mismo Jesús.

Ryan Schellenberg es profesor asociado de Nuevo Testamento en Methodist Theological School y autor de Abject Joy: Pablo, Prison, and the Art of Making Do.

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