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Las cárceles de El Salvador están más llenas que nunca, pero el ministerio en las prisiones sufre graves limitaciones

Las organizaciones cristianas encuentran dificultades para acercarse a los presos en un país donde 1 de cada 56 personas está en la cárcel.

Reclusos esperan mientras 2000 detenidos son trasladados al Centro de Confinamiento del Terrorismo en El Salvador.

Reclusos esperan mientras 2000 detenidos son trasladados al Centro de Confinamiento del Terrorismo en El Salvador.

Christianity Today July 16, 2024
Handout / Getty

En poco más de dos años, el gobierno de El Salvador ha enviado a prisión a 80 000 personas. Ahora, con más de 111 000 personas encarceladas, el país tiene el mayor porcentaje de personas detrás de las rejas en todo el mundo, equivalente a un preso por cada 56 habitantes.

La situación actual se deriva de una política de tolerancia cero hacia las bandas que en su día proliferaron en el país. Las pandillas salvadoreñas son consideradas organizaciones criminales trasnacionales y son vistas como las responsables de llevar las tasas de asesinatos a niveles solo vistos durante la guerra civil de 1979-1992.

En marzo de 2022, el presidente Nayib Bukele decretó un régimen de excepción que suspendió un número significativo de derechos civiles a fin de facilitar la detención y el procesamiento de presuntos miembros de las bandas. Aunque la administración dijo inicialmente que el decreto duraría un mes, desde entonces ha sido renovado 27 veces por el congreso salvadoreño, por lo que lleva vigente casi dos años y medio.

El ministerio cristiano en las prisiones nunca ha tenido una presencia significativa en El Salvador. Pero para los pocos que sirven en estos espacios, el régimen de excepción ha supuesto tanto una oportunidad como una serie de problemas.

Por un lado, dicen los líderes, existe una oportunidad real para que un número considerable de reclusos encuentre una vida nueva a través del Evangelio. «La mayoría de ellos saben que necesitan una transformación física, pero la evangelización puede mostrarles que también necesitan una transformación espiritual», afirma Raúl Orellana, líder un ministerio regional que ha servido en las prisiones de El Salvador desde 2008.

Por otro lado, por diversas razones han sido pocos los cristianos que han mostrado interés en el ministerio en las prisiones, que se ha vuelto más difícil a medida que el gobierno ha aumentado las restricciones para las visitas de civiles a las cárceles.

Todos los centros de detención del país, excepto la penitenciaría de máxima seguridad, históricamente han estado abiertos a los ministros. «El gobierno está muy abierto a las iglesias cristianas evangélicas que quieren predicar en las cárceles», afirma Orellana; no obstante, la actual política de mano dura contra las pandillas también ha dificultado el acceso para las iglesias y los pastores.

Hace unos doce años, los pastores podían pasar las tardes sentados junto a los reclusos, brindándoles consejo y compartiendo con ellos el Evangelio. Cuando solía visitar las prisiones entonces, recuerda Orellena, sabía de la disponibilidad de drogas y dispositivos electrónicos para los reclusos, y a veces veía visitantes sospechosos.

En la actualidad, la mayor supervisión de las prisiones por parte del gobierno ha aumentado también las restricciones a la evangelización de los reclusos. Muchas prisiones han prohibido las interacciones cara a cara entre pastores y reclusos. Los pastores ahora solo pueden dirigirse a grupos de reclusos durante un máximo de una hora.

«Entiendo el punto de vista de las autoridades», afirma Orellena. «Los reclusos tenían el control total y no debería haber sido así. Hoy, las autoridades tienen el control».

Antes de 2022, en algunas prisiones, varios ministerios venían a predicar todas las semanas. Hoy, las autoridades penitenciarias permiten la entrada de grupos cristianos una vez a la semana en un horario establecido, con algunas excepciones para eventos evangelísticos. Por ejemplo, para el Día de la Madre de este año, Kenton Moody, un misionero estadounidense que dirige el centro de rehabilitación para menores infractores Vida Libre, organizó una gran fiesta en la cárcel de mujeres de Santa Ana.

El ministerio ofreció refrescos, pan dulce y Biblias a diez mil personas. Aunque las autoridades solo permitieron la asistencia de 2800 mujeres, al final del servicio, 295 levantaron la mano en respuesta a ese llamado a la conversión.

Problemas con las bandas y el gobierno

Aunque líderes como Orellena y Moody afirman haber visto a Dios obrando en las cárceles salvadoreñas, también afirman que muchos cristianos se muestran reacios a participar en el ministerio de prisiones por temor a encontrarse con delincuentes peligrosos. Durante años, amplias zonas del país vivieron bajo la violencia y el derramamiento de sangre causados por bandas como la Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18 (conocida también como 18).

Históricamente, el país ha tenido una de las tasas de homicidio más altas del mundo; en su punto más alto, en 1995, se reportaron 139 asesinatos por cada 100 000 habitantes. Desde principios de la década de 2000, la MS-13 y la 18 comenzaron a librar una larga batalla por el territorio, dejando un enorme saldo de muertos. En 2015, las pandillas decretaron la prohibición de todas las rutas de autobús en la capital, San Salvador, y tan solo el primer día de la prohibición, cinco conductores de autobús fueron asesinados. En 2016, algunos estimaron que los grupos habían extorsionado alrededor del 70 por ciento de todos los negocios del país. Las tasas de extorsión eran tan altas que en última instancia provocaron un aumento de los precios al consumidor.

Como resultado de los cambios en la ley y la aplicación del régimen de excepción, las cifras oficiales muestran una disminución del 70 por ciento en la tasa de homicidios en 2023, en comparación con 2022. El gobierno ha editado el código legal para equiparar formalmente a las asociaciones criminales locales con los grupos terroristas, y una nueva ley ha tipificado como delito el uso de tatuajes, las pintadas callejeras con grafiti y cualquier otra marca que se asemeje a los símbolos usados por las bandas locales.

Pero la disminución de las tasas de homicidio también ha tenido un costo. Human Rights Watch ha descrito los cambios como una política de «podemos detener a quien queramos», que permite detenciones basadas en el aspecto físico y el origen social de los detenidos, en llamadas anónimas o incluso en publicaciones en las redes sociales.

En este entorno, casi cualquier persona que tenga alguna relación con un miembro de una banda corre el riesgo de ser detenida y enviada a prisión. Esto incluye a exmiembros de bandas que han cumplido su condena y han vuelto a la vida civil, algunos de los cuales incluso se han convertido al cristianismo. Incluso los pastores que sirven entre los miembros actuales de las bandas pueden ser vistos como colaboradores o simpatizantes de las bandas, y corren el riesgo de ser encarcelados.

«Mi trabajo con los reclusos y exreclusos solía ser peligroso a causa de las bandas. Ahora es peligroso a causa del gobierno», afirma Moody. «Pueden meternos en la cárcel en cualquier momento por supuestamente ayudar a las bandas».

Las iglesias locales temen arriesgarse a tener problemas tanto con las bandas como con el gobierno si ejercen su ministerio en la cárcel, afirmó. «Los pastores nos dicen “qué maravilloso es lo que están haciendo” y “que Dios los bendiga”, pero no participan».

Una continua labor de testimonio

En Centroamérica, el crecimiento numérico de los evangélicos ha superado al de los católicos. En El Salvador, casi un tercio (30.9 %) de la población ahora se identifica como evangélica.

El porcentaje de evangélicos es mayor en los estratos más pobres de la sociedad, que son precisamente los mismos estratos de los que salen quienes se unen a las bandas y acaban en el sistema penitenciario, afirmó en entrevista Stephen Offutt, autor de Blood Entanglements.

Entre el 50 % y el 70 % de los reclusos de las cárceles salvadoreñas proceden de familias evangélicas. «Me atrevería a decir que todos los que están en la cárcel han oído hablar de Jesucristo», dice Orellana, pero añade que el número de verdaderos conversos es probablemente pequeño.

Para los pandilleros cansados de la violencia, el cristianismo ofrece una vía de escape.

«Las bandas le permiten a la gente salir si muestran una conversión real», dice Offutt. No es tan sencillo como declararse cristiano y ser libre. «Los miembros de las bandas que supuestamente se convierten al cristianismo son vigilados porque también hay conversiones falsas y pastores falsos que intentan manipular a las bandas».

Bajo el régimen de excepción, algunos pandilleros genuinamente convertidos están siendo arrastrados de vuelta a prisión. De alguna manera, esto está abriendo una puerta para que el evangelio llegue a donde la iglesia institucional no puede llegar.

«Un discípulo en prisión puede llevar el evangelio a muchos otros», dice Lucas Suriano, coordinador para América Latina de Prison Alliance, un ministerio con sede en Carolina del Norte que crea programas de discipulado y distribuye Biblias y literatura cristiana a reclusos de todo el mundo.

Aunque nadie ve lo que ocurre dentro de prisiones como el Centro de Confinamiento del Terrorismo, el centro de detención de máxima seguridad con capacidad para 40 000 personas que el presidente Bukele inauguró el año pasado, Offutt está seguro de que Dios sigue obrando allí.

«Hace algunos años», cuenta, «tenía un amigo pastor cuya casa estaba a la sombra de una prisión en El Salvador. Los domingos por la noche, podíamos oír canciones cristianas procedentes de la prisión».

«La gente intenta dar testimonio del Evangelio de la mejor manera posible. Están encontrando maneras de rendir culto allí; me resultaría inconcebible que no esté ocurriendo».

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