Este artículo fue adaptado del boletín de Russell Moore. Suscríbete aquí [enlaces en inglés].
En estos días de turbulencia en las redes sociales y extremismo alimentado por troles, no es inusual que un político sea atacado digitalmente por ser demasiado débil y por «no ser realmente uno de nosotros» en una cantidad aparentemente infinita de temas.
Aun así, uno podría sorprenderse al ver al Senador Ted Cruz (republicano por el estado de Texas, quien no es conocido por repudiar a los extremistas de su base), ser etiquetado en varias plataformas de redes sociales como una persona suave, débil y transigente. Algunos incluso sugirieron que Cruz estaba rechazando la mismísima Palabra de Dios por su idea radicalmente «progresista» de que Uganda no debería criminalizar la homosexualidad y ejecutar a quienes la practican.
Normalmente, una controversia en las redes sociales es el más efímero de los seudoeventos. Las personas que quieren hacerse notar publican cosas impactantes e incluso ridículas («¡Oigan todos! No solo Target se ha vuelto woke [concienciado]; ¡boicoteemos también a Chick-fil-A!») para llamar la atención, sabiendo que serán denunciados y retuiteados, con lo que ampliarán su alcance. Piensan que el número de retuits y seguidores les darán de alguna manera la pertenencia y el significado que anhelan. A menudo, lo mejor es ignorar tales cosas en el espíritu de Proverbios 26:4, que dice: «No respondas al necio según su necedad, o tú mismo pasarás por necio» (NVI).
A veces, sin embargo, su tipo de troleo puede conducir a dos fines catastróficos que deberían preocupar a todos los que seguimos a Cristo: el asesinato injusto de seres humanos hechos a imagen de Dios y, al mismo tiempo, el falso testimonio sobre lo que el evangelio cristiano realmente es.
Un caso reciente es la ley firmada por el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, que no solo prohibe la homosexualidad, sino que también exige una «rehabilitación» tipo terapia de conversión para las personas homosexuales que son arrestadas, y además requiere una especie de cultura de vigilancia en la que los ciudadanos son penalmente responsables si no entregan a aquellos que saben que son homosexuales. Pero lo más escalofriante de todo es que la ley impondrá la pena de muerte en categorías consideradas como «homosexualidad agravada».
Por supuesto, los regímenes represivos violan los derechos humanos todo el tiempo y en todo el mundo, y existen grandes límites sobre lo que otras naciones pueden hacer al respecto. Pero en este caso, muchos se preguntan si el problema principal es que Uganda está sacando la Biblia de contexto.
Algunos de los que critican a Cruz, especialmente por su categorización de la ley de Uganda como «horrible» y «equivocada», argumentan que el problema del senador es realmente con Dios. Después de todo, dicen, ¿no señala la Biblia que «si alguien se acuesta con otro hombre como quien se acuesta con una mujer, comete un acto abominable y los dos serán condenados a muerte, de la cual ellos mismos serán responsables» (Levítico 20:13)?
Soy un cristiano evangélico comprometido con la inspiración verbal de la Biblia, lo que significa que creo que cada palabra de la misma es exactamente lo que Dios quiso que fuera, por el poder del Espíritu. También estoy comprometido con la inerrancia de las Escrituras; es decir, que la Palabra de Dios habla con la verdad. El punto de vista de Jesús sobre la Biblia resuelve esos puntos para mí: «la Escritura no puede ser quebrantada» (Juan 10:35).
También soy un cristiano que está de acuerdo con las enseñanzas tanto de las Escrituras como de la Iglesia (ortodoxa, católica y protestante, de los últimos dos mil años), acerca de que el matrimonio es un pacto de una sola carne entre un hombre y una mujer, y que la expresión sexual fuera de ese pacto está mal.
Y, sin embargo, mi rechazo a la violencia del estado de Uganda en esta ley no es a pesar de esos compromisos, sino precisamente a causa de ellos.
Uno no honra la autoridad de las Escrituras si oscurece su significado. Levítico 20 condena explícitamente casi todas las formas de inmoralidad sexual, tales como el sexo prematrimonial, el sexo extramatrimonial y casi cualquier otro tipo de expresión sexual fuera del matrimonio. Los pecados sexuales se mencionan junto con las prácticas ocultistas, la nigromancia y maldecir a los padres.
Por supuesto, esto es consistente con el resto del testimonio bíblico (independientemente de lo que uno piense de su autoridad). Sin embargo, las penas de muerte que vienen con esas violaciones se sitúan en un contexto muy específico en la historia de la redención. Dios reveló que el código civil teocrático, así como sus castigos, tenía un propósito: separar a su pueblo del resto de las naciones para prepararlos para entrar a heredar la tierra prometida (Levíticos 20:26).
Citar tales pasajes de la ley civil del antiguo pacto como un mandato para un estado civil fuera de ese pacto es una mala interpretación que no encaja con ninguna enseñanza histórica y apostólica del cristianismo. De hecho, ese tipo de razonamiento está en línea con aquellos que argumentan en contra de cualquier contenido ético de la fe cristiana al decir: «Sí, bueno, si la Biblia fuera cierta, entonces tampoco podríamos comer mariscos».
En el momento en que uno escucha esto, uno sabe que, o bien el argumentador no está al tanto de las distinciones entre el antiguo pacto y el nuevo pacto en las leyes ceremoniales y alimenticias (mismo que es un énfasis central en el Nuevo Testamento), o no está argumentando de buena fe. La misma lógica aplica a aquellos que dicen: «Bueno, los miembros de la iglesia en el Libro de los Hechos tenían sus posesiones en común» como argumento para el totalitarismo comunista impuesto por el estado de Lenin, Stalin o Mao.
En la iglesia del Nuevo Testamento, los apóstoles resolvieron la cuestión de la Ley en un Concilio en Jerusalén. No borraron, como algunos podrían argumentar, el contenido moral de la Ley del Antiguo Testamento. Por ejemplo, los cristianos, ya fueran judíos o gentiles, aún debían abstenerse de la inmoralidad sexual (Hechos 15:20). Pero la comunidad del nuevo pacto no hizo una reconstrucción del código del Antiguo Testamento respecto a las sanciones penales por violaciones de la santidad.
De hecho, tenemos ejemplo tras ejemplo en los que Jesús y los apóstoles enseñaron lo contrario. Creo que es Escritura auténtica el pasaje de Juan en el que Jesús detiene la lapidación de una mujer adúltera: «Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Juan 8:7). Sé que algunos cristianos creen que es una adición textual posterior, pero incluso si eso fuera cierto, la postura de Jesús hacia los pecadores fue consistente a lo largo de los Evangelios.
Al escribir a la iglesia de Corinto, el apóstol Pablo reprendió un ejemplo de inmoralidad sexual mencionado explícitamente en el texto de Levítico 20 que habla de tener relaciones sexuales con la esposa de un miembro de la familia. Pablo también citó: «… quiten al malvado de entre ustedes» (1 Corintios 5:13, RVA-2015), un texto que se usó en la ley civil del Antiguo Testamento para denotar la pena de muerte (Deuteronomio 13:5; 17:7; 22:21).
Sin embargo, Pablo no usó este lenguaje para pedir ninguna sanción penal por parte del estado, y ciertamente no la ejecución. En cambio, usó el «ustedes» del nuevo pacto para aplicarlo a la iglesia, no al estado. Y a la iglesia no se le da el poder de la espada (Mateo 26:52; Romanos 13:1-7; 2 Corintios 10:4).
Además, Pablo señala específicamente en su carta que la iglesia no juzga a los de afuera. La iglesia local debe sacar a una persona sexualmente inmoral (si finalmente no se arrepiente) de la membresía de su comunidad, pero esto no significa que deba dejar de asociarse con aquellos que hacen las mismas cosas en el exterior: «¿Acaso me toca a mí juzgar a los de afuera? ¿No son ustedes los que deben juzgar a los de adentro?» (1 Corintios 5:12).
La palabra juzgar aquí no significa hacer evaluaciones morales de lo que está bien y lo que está mal, sino más bien identificar quién es responsable ante quién. En otras palabras, el mundo no es responsable ante la iglesia. La iglesia es responsable ante la iglesia, e incluso entonces, no con sanciones físicas o penales, sino con los medios espirituales de la Palabra y el sacramento.
El fallecido y venerado teólogo bíblico presbiteriano Edmund P. Clowney señaló las desastrosas consecuencias de aquellos que usan la Biblia sin poder situar sus textos en su contexto histórico en el plan de redención. De hecho, dijo que usar la Biblia como una colección de ejemplos morales, desvinculada de la historia más amplia del propósito de Dios de resumirlo todo en el Cristo crucificado y resucitado, conduce a una situación en la que la historia bíblica es «un enredo caótico».
«Aquellos que solo encuentran en la Biblia relatos morales recopilados se sienten constantemente avergonzados por las buenas obras de los patriarcas, jueces y reyes», escribió en Preaching and Biblical Theology. «Seguramente no podemos modelar nuestra conducta diaria en la de Samuel cuando despedaza a Agag, o en la de Sansón cuando se suicida, o en la de Jeremías cuando predica [a favor de] la traición».
«Se han producido terribles consecuencias cuando la ceguera con respecto a la historia de la revelación se ha asociado con el valor de seguir ejemplos mal interpretados», escribió Clowney. «Los herejes han sido cortados en pedazos en el nombre de Cristo, y se han cantado salmos imprecatorios en los campos de batalla».
En la revelación de su propósito, Dios ciertamente demostró su juicio a través de la espada de Samuel, el autosacrificio de Sansón, y otros casos, pero ese momento en la historia de la redención no es donde estamos situados ahora. «Cristo no ha dado ahora la espada, sino las llaves a los que tienen autoridad en su nombre», escribió Clowney. «La santificación del nombre de Dios en la disciplina espiritual de la iglesia refleja, en nuestra situación, la obediencia teocrática de Samuel».
Malinterpretar esto es el equivalente a concluir que uno debe sacrificar un cordero en la mesa de la comunión de la iglesia durante una serie de sermones sobre Levítico. En este momento de la historia Dios no nos ha encargado someter al mundo con violencia, sino dar testimonio de Aquel a quien envió: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él» (Juan 3:17).
No todo pecado es un crimen. Igualar todo pecado con un crimen, sin la autoridad para hacerlo, es en sí mismo un pecado contra Dios: tomar el nombre del Señor nuestro Dios en vano. Si la visión cristiana histórica del matrimonio y la familia es verdadera, buena y hermosa —como creo que lo es—, entonces demostramos esa verdad, bondad y belleza a nuestro prójimo incrédulo a través de nuestro testimonio, no con amenazas de muerte.
Liberar la violencia de la ejecución, el encarcelamiento y la vigilancia ordenados por el Estado en contra de los homosexuales y lesbianas ugandeses es un acto condenable de autoritarismo y una violación de los derechos evidentes e inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Hacer tal cosa es una cuestión de poder, no de convicción. No demuestra un compromiso con la autoridad de la Biblia sino un rechazo de la misma.
Llámalo como quieras, pero ni por un momento digas que eso es cristiano.
Russell Moore es el editor jefe de Christianity Today, donde dirige el Proyecto de Teología Pública.
Traducción por Sergio Salazar.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.