De todos los peligros de la guerra, no pensé en el exceso de velocidad. Al menos, no hasta que estuve en el vehículo de unos capellanes evangélicos que iban saliendo de la ciudad sitiada de Bakhmut, Ucrania. Es lógico. Un coche lento es un objetivo fácil. Nosotros no íbamos en un coche lento.
Pero la velocidad es también un testimonio de la urgencia que sienten estos capellanes. Hay mucho que hacer. No hay suficientes horas en un día. Y la necesidad crece con la guerra.
Antes no había capellanes en el ejército ucraniano. A veces, pastores y sacerdotes se integraban en una unidad como civiles, pero no era nada formal. Eso cambió con la invasión. Enfrentarse a una crisis existencial como nación ha hecho que muchos ucranianos recurran a la religión. Los combates en las ciudades, los suburbios y el campo han hecho que los soldados piensen en la eternidad, lo que ha llevado a muchos a solicitar capellanes. Hay gente hambrienta, dolida y sola. Los capellanes no van a conducir despacio.
El Servicio Ucraniano de Capellanía se creó en marzo. Los primeros 30 que recibieron capacitación eran una mezcla de ortodoxos ucranianos, católicos de rito oriental y evangélicos. Solo alrededor del 2 % del país es evangélico, pero muchos pastores bautistas, pentecostales y de iglesias libres de todo el país se han ofrecido como voluntarios para servir como capellanes.
En julio, el ejército ucraniano contaba con 160 capellanes oficiales. Y sigue habiendo muchos más voluntarios.
Vasily Povorozniuk, pastor de la iglesia Compass de la ciudad de Zhytomyr, es voluntario. Recorre más de 800 kilómetros hasta el frente de guerra para atender a los soldados y a las personas que viven cerca de las cambiantes líneas de batalla. Povorozniuk es un exmilitar que dice que Cornelio —el centurión romano enviado por un ángel al apóstol Pedro en Hechos 10— es el modelo para su ministerio. Fue un soldado, su familia y sus amigos quienes pudieron llevar el mensaje de Jesucristo a los paganos, afirma Povorozniuk. ¿A cuántos no cristianos pueden llegar él, su familia y sus amigos en Ucrania si están dispuestos a no preocuparse demasiado por su seguridad?
En muchos viajes se le han unido diáconos de su iglesia, y ahora algunos de ellos realizan visitas al frente de guerra por su propia cuenta, además de atender al creciente número de viudas y a sus hijos.
Cuando Povorozniuk y otros capellanes se dirigen a Bakhmut para una visita de tres días, van sin un itinerario definido. Visitarán a la familia de un pastor local que decidió no evacuar y les llevarán provisiones. Harán una visita pastoral a un miembro de la iglesia que vive en un pueblo cercano. Y ayudarán a quien vean por el camino.
La parte trasera de su furgoneta está llena de alimentos y otros artículos de primera necesidad, y cuando se cruzan con un civil —a menudo una persona mayor— se detienen y le entregan una bolsa de artículos a través de la ventanilla. Cuando pasan junto a un par de soldados que luchan por arreglar un neumático destrozado, se detienen para ver si el de repuesto de su propio vehículo será útil para solucionar el problema. Cuando pasan junto a un tanque en el que la tripulación está arreglando un problema mecánico, se detienen para saludar y ofrecer un bocadillo.
También ministran en un punto de estabilización, donde se atiende a los soldados heridos antes de enviarlos a hospitales más alejados del frente de guerra. Llevan comida y suministros, e instalan una cafetera. Cuando los médicos o los soldados les piden que oren, les ponen una mano sobre el hombro y oran. Cuando declaran muerto a un soldado y, bajo un árbol, lo despojan de su equipo de invierno y sus botas antes de meterlo en una bolsa para cadáveres, ellos se colocan junto al cuerpo y ayudan a los presentes a elevar unas palabras a Dios.
Estarán de vuelta en sus respectivas ciudades a tiempo para ir a la iglesia el domingo. Esta es otra de las razones de la velocidad. Imagínese servir en una iglesia en su ciudad, luego conducir mil kilómetros (casi 700 millas) para ministrar en una zona de guerra, y después volver a conducir la misma distancia para regresar a su propia iglesia el domingo por la mañana.
En ese vehículo lleno de capellanes evangélicos, pensé que cuando nos alejáramos del frente de guerra y nos encontráramos lejos del peligro, reduciríamos la velocidad. Pero nunca lo hicimos. Ellos nunca lo hacen.
Zhenia Yevheniy Bondarenko ha servido como voluntario capellán desde principios del conflicto armado que inició en 2014, cuando los separatistas respaldados por Rusia se apoderaban del territorio en el este de Ucrania. En aquellos primeros días, era simplemente un pastor de iglesia que llevaba comida y ofrecía sus oraciones al personal militar en solitarios puestos de avanzada y de control, situados no muy lejos de su ciudad natal. Casi una década después, algunos de los oficiales subalternos a los que había ministrado ahora son altos mandos del ejército, y su relación continúa. También lleva en el corazón a los muchos que ya no están.
Al conducir por la campiña entre Mykolaiv y Kherson, Bondarenko habla del ministerio a los soldados en la guerra: el aterrador estruendo de los bombardeos y lo que implica estar con soldados en circunstancias tan violentas y frágiles.
En estas aldeas gravemente dañadas, Bondarenko ha entablado relación con muchos civiles. Se detiene en una casa junto con su equipo para colocar una cubierta provisional en un tejado destruido. Se detiene en otra para entregar víveres. En una tercera, se detiene para verificar por qué una mujer a la que conoció y ayudó hace meses dejó de responder a sus mensajes.
Su único hijo, un soldado, fue asesinado el año pasado, y ella se trasladó a esa región para estar cerca de su tumba. Ahora, Bondarenko teme que a ella también le haya ocurrido algo. Encuentra la casa, aparca el coche, llama a la puerta y le abre una pareja de ancianos. Le dicen que ha muerto en un accidente.
De muchas maneras, los capellanes son testigos de la tragedia. La llevan consigo mientras se dirigen a toda velocidad a su siguiente parada para orar con alguien más.
«El lema de los capellanes es “Estar ahí”, la presencia de Dios», dijo a Associated Press uno de los primeros capellanes oficiales de Ucrania. «Esta es la misión del capellán».
Joel Carillet es un fotógrafo independiente que vive en Florida.
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.