Desde principios de mayo, más de 180 personas han perdido la vida en el estado de Manipur, en el noreste de la India. La mayoría de estas víctimas son cristianos de la tribu minoritaria Kuki-Zo y, a su vez, miles de estas comunidades han huido de la violencia para refugiarse en otras partes del estado o del país.
Manipur es un estado rodeado de colinas con un valle fértil en el centro. Los pobladores de la etnia meitei ocupan los distritos del valle, mientras que los distritos de las colinas son el hogar ancestral de las diversas comunidades tribales desde antes de la administración colonial británica. Tanto los distritos de las colinas como los pueblos tribales están protegidos por un acta especial de la Constitución de la India que restringe la propiedad de la tierra en las áreas tribales.
El conflicto actual comenzó cuando una protesta pacífica de la comunidad tribal contra los esfuerzos de los meitei por convertirse en una «tribu registrada» (con lo que también ganarían acceso a las tierras de las colinas) trajera como respuesta una serie de violentas represalias por parte de una turba radical meitei. La violencia fue alimentada aún más por mentiras explosivas difundidas presuntamente por la propia comunidad meitei, que rápidamente llegaron hasta la capital del estado, Imphal. Las turbas violentas comenzaron a saquear casas tribales, iglesias, instituciones educativas y hospitales, y atacaron a personas, incluidas mujeres y niños.
Soy pastor de la Convención Evangélica Bautista, y el siguiente es un relato de uno de nuestros pastores en Imphal, quien compartió conmigo sus experiencias cuando comenzó la violencia.
– Chinkhengoupau Buansing
Nota: Esta historia incluye relatos de violencia explícita.
En la tarde del 3 de mayo de 2023, recibimos noticias de enfrentamientos entre la comunidad tribal y los meiteis en un pueblo a unos 60 kilómetros (37 millas) de Imphal, la ciudad en la que vivíamos. La noticia nos sorprendió, pero no esperábamos que la violencia se intensificara tan rápidamente. En cambio, como cualquier otro miércoles por la noche, fuimos a la iglesia, donde nos reuníamos regularmente para orar por nuestros misioneros y sus campos de misión.
Alrededor de las 8:30 de la noche, después de que concluyó el servicio de la iglesia, escuchamos informes de que varias iglesias en Imphal habían sido incendiadas. Hay dos viviendas dentro del complejo de nuestra iglesia: la mía y la del custodio. Rápidamente reunimos a nuestras familias y nos mudamos de allí a lo que pensamos que sería un lugar más seguro. Pero pronto pudimos escuchar turbas gritando y casas ardiendo afuera. Pasamos la noche aterrorizados de que descubrieran dónde nos habíamos escondido.
A la mañana siguiente, regresamos con nuestras familias a nuestro alojamiento en el recinto de la iglesia y desayunamos. Pero hacia las 10 de la mañana escuchamos de nuevo hombres gritando y destruyendo casas. Para ese momento, la mayoría de los indígenas de nuestra zona ya habían huido de sus hogares. Algunos habían perdido la vida a manos de la turba sedienta de sangre.
Decidimos dirigirnos entonces hacia la casa de uno de los miembros de nuestra iglesia, un funcionario electo de la asamblea legislativa estatal (a quien llamamos «MLA»), con la esperanza de que las fuerzas de seguridad nos protegieran ahí. Pero en la casa del MLA, recibimos noticias de que incluso él había sido golpeado casi hasta la muerte.
Al darnos cuenta de que no encontraríamos seguridad allí, corrimos hacia el campamento paramilitar más cercano, uno de los muchos en Imphal debido a los numerosos grupos insurgentes. De camino vimos casas y autos quemados y saqueados que pertenecían a cristianos miembros de las tribus; no muy diferente de lo que hemos visto en Ucrania. Más tarde nos dimos cuenta de que la comunidad meitei había marcado con pintura las casas e incluso las dependencias gubernamentales donde vivían los indígenas meses antes de que estallara la violencia.
Algunos de los que huían me dijeron que vieron a una madre y a su hijo ser sacados de su automóvil y masacrados mientras iban de camino al mismo campamento. Los que iban delante no pudieron ayudarlos; todo lo que pudieron hacer fue presenciar el infierno que se desarrollaba ante sus ojos.
Incluso después de que llegamos al campamento, una multitud continuó acosándonos desde fuera. Durante los siguientes siete días, los meiteis se reunían alrededor del campamento y amenazaban con entrar y quemarlo todo. Mi hijo de tres años estaba tan asustado que no se movía, incluso cuando vio que un mosquito le picaba la mano. Recuerdo a un miembro de la iglesia que no pudo hablar durante días porque vio cómo mataron a machetazos a un compañero cristiano.
Más tarde me informaron que había alrededor de 7000 cristianos tribales en ese campamento. Había que racionar la comida y, aun así, no había suficiente para todos nosotros. Comenzaban a servir la cena a las 4 de la tarde y el último grupo recibía su cena a las 10 de la noche. Los platos y las cucharas escaseaban, y algunos de nosotros teníamos que comer en bolsas de plástico. Creo que ninguno de nosotros pudo bañarse adecuadamente durante el tiempo que estuvimos ahí.
En medio de este horror, en el campamento organizamos reuniones de oración y nos animamos unos a otros a mantenernos fuertes. Las denominaciones no tenían significado dentro del campamento: todos éramos uno bajo Cristo.
Espero que nuestros hermanos y hermanas cristianos de todo el mundo al menos puedan al menos vislumbrar nuestra situación. Hemos perdido a muchos de nuestros hermanos y hermanas cristianos. Fueron sacados de sus hogares, algunos fueron quemados vivos, algunos fueron apedreados hasta la muerte y algunos fueron dejados a morir en las calles.
Muchos en nuestra comunidad creemos que somos víctimas de un intento de genocidio patrocinado por el estado para aniquilar a la comunidad tribal cristiana en Manipur. Nos persiguen no porque seamos una amenaza para el estado o porque nuestra existencia amenace a los meiteis, sino porque quieren las tierras que nos han pertenecido durante generaciones. (Resulta que esta tierra tiene numerosos minerales preciosos). Es difícil para mí ver alguna posibilidad de que vivamos junto con la gente del valle. Han dejado claro que no quieren convivir con nosotros. La línea ha sido claramente trazada y la separación parece ser la única opción lógica para nosotros si queremos sobrevivir y prosperar como comunidad. Nos mantendremos firmes como cristianos, y viviremos o moriremos como cristianos.
¿Un tiempo para arrepentirse?
Aunque soy pastor, reconozco que en ocasiones he orado para que nuestros opresores sean pulverizados. Me alegré cuando escuché la noticia de que estos opresores estaban siendo asesinados a tiros.
Sin embargo, como he estado orando por esto, puedo decir con confianza que ya no guardo ese rencor. La justicia se hará de la manera que Dios considere mejor. La Biblia nos dice que la venganza pertenece a Dios (Romanos 12:19) y yo no la aceptaría de ninguna otra manera.
De esta forma, no estoy tan preocupado por los opresores como por los miembros de mi iglesia. He sido testigo de su fe inquebrantable en Jesucristo y de las muchas maneras en que Él los ha guiado a través de esta prueba. Pero también estoy convencido de que Dios nos está pidiendo que cambiemos nuestros caminos.
Desafortunadamente, dentro de Manipur, los cristianos de las tribus hemos tenido dificultad al priorizar la integridad. No hemos protegido las elecciones justas y libres en nuestra comunidad. No se puede negar que algunos de nuestros cerros están llenos de plantaciones de opio y que algunos de nosotros incluso nos hemos convertido en narcotraficantes.
Nunca debimos haber votado por el BJP, un partido que habitualmente prioriza a los hindúes a expensas de otras religiones, para liderar nuestro estado. Pero debido a la dependencia de nuestro estado de los fondos federales y la estrecha relación del BJP estatal con el gobierno nacional, los apoyamos, incluso cuando era muy claro que no debíamos haberlo hecho.
Somos una comunidad cristiana y debemos vivir como tal. Pero la mayoría de las veces, hemos elegido ignorar a Jesús y más bien hacernos amigos del mundo.
Lo que tenemos que hacer es mirar a nuestro Padre que está en los cielos, humillarnos ante Él, cambiar lo que hay que cambiar y esperar en Él. Como dice 2 Crónicas 7:14: «Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra». Siento que este pasaje es muy relevante para nosotros en este momento.
Creo que Dios quiere que nos arrepintamos de todas las formas en que nos hemos rebelado contra Él y nos hemos desviado de sus sendas. Al decir esto, no estoy diciendo que nosotros tengamos la culpa. Más bien, quiero que nosotros, la comunidad cristiana tribal, salgamos de esta prueba más fuertes y más felices en Cristo.
Templos de Dios
Después de unos días en el campamento, el oficial al mando nos informó que organizaría las evacuaciones para llevarnos al aeropuerto. Empecé a ponerme en contacto con los miembros de mi iglesia; algunos estaban en el mismo campamento, mientras que otros habían huido a otros campamentos.
Después de arreglar los boletos de avión para aquellos que planeaban volar desde Manipur, también reservé boletos para mí y mi familia. Hasta ahora, la mayoría de nosotros hemos encontrado nuevos hogares, mientras que algunos de nosotros todavía vivimos en campamentos administrados por organizaciones filantrópicas tribales.
Sigo asombrado por la gracia y la providencia con la que Dios nos ha guiado. Hace unos meses, huíamos para salvar nuestras vidas. Perdimos todas nuestras propiedades y algunos de nosotros incluso perdimos a nuestros seres queridos. Pero aquí estamos, aún alabando a Dios y aún esperando un futuro mejor. Hemos perdido mucho, pero no lo hemos perdido todo.
Hasta donde yo sé, hoy en día quedan pocos edificios de iglesias en pie en Imphal. Nuestra iglesia sigue en pie, si bien es cierto que los meiteis la saquearon y convirtieron el edificio en un centro comunitario, y la oficina del pastor en un templo. Quitaron la cruz del edificio de la iglesia y pusieron su bandera en su lugar.
Sin embargo, el acto mismo que los hace sentirse victoriosos es el acto que nos hace a los cristianos darnos cuenta de que nunca podemos ser derrotados. Destruyen edificios hechos por humanos e izan sus banderas sobre edificios que creían que representaban nuestra fe.
Pero si tan solo supieran lo que Dios considera su templo. Huimos de nuestros hogares sin nada más que la ropa que llevábamos puesta. Sin embargo, aquí estamos, templos de Dios, adorándolo todavía.
Traducción por Sergio Salazar.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.