Creemos en el poder del evangelio, no en el evangelio del poder

El documental de la familia Duggar nos recuerda a los cristianos que no somos la generación de Josué, sino la de Jesús.

La familia Duffar actuando en un musical en la Values Voter Summit, el 17 de septiembre de 2010.

La familia Duffar actuando en un musical en la Values Voter Summit, el 17 de septiembre de 2010.

Christianity Today June 21, 2023
Brendan Hoffman / Stringer / Getty

Este artículo fue adaptado del boletín de Russell Moore. Suscríbase aquí. [Enlaces en inglés].

La docuserie de Amazon Prime Shiny Happy People: Duggar Family Secrets explora la vida de la familia de la famosa serie de telerrealidad, así como el sistema que los formó: el Instituto en Principios Básicos de la Vida (IBLP, por sus siglas en inglés) de Bill Gothard.

Mucho de lo que esta docuserie presenta se siente asquerosamente familiar por todo lo que hemos visto en los últimos años. Sin embargo, una frase me impactó de forma peculiar: la Generación de Josué.

Ese fue el lenguaje utilizado por algunos sectores de la educación en el hogar y otros movimientos para referirse al «largo proceso» de educar a aquellos que podrían restaurar la grandeza nacional y llevar al país de regreso a una «América cristiana». Y como señala Alex Harris, quien fue entrevistado en la serie, algunos aspectos de esta idea se hicieron realidad.

No tiene nada de malo preparar a los estudiantes para posiciones de influencia en la política (o la medicina, o los negocios), pero el nacionalismo cristiano que se entremezcló en gran parte de la retórica de la Generación de Josué traiciona un asunto aún más importante: la naturaleza del poder real. Parece que la Generación de Josué vino de una generación que no conocía a Josué.

El lenguaje del Libro de Josué alude a la transición de Moisés a su sucesor. Moisés guió al pueblo de Israel para sacarlo de la tierra de Egipto y pudo ver la Tierra Prometida desde la distancia, pero no entró. Por otro lado, Josué condujo al pueblo al otro lado del Jordán para derrotar a los cananeos y apoderarse del territorio que Dios les había dado. Las implicaciones modernas son claras: una generación de cristianos estadounidenses ofrece la visión de una nación cristiana y la siguiente hace que suceda.

Tenga en cuenta que, en esta analogía, la Tierra Prometida son los Estados Unidos de América y Josué representa la generación actual. No es coincidencia que la manifestación «cristiana» días antes del ataque del 6 de enero en los Estados Unidos se llamara «Marcha de Jericó», haciéndose eco del relato en el Libro de Josué en el que los muros de la ciudad de Jericó se derrumbaron cuando los israelitas gritaron y tocaron sus trompetas (Josué 6). Dios le dijo a Josué: «¡He entregado en tus manos a Jericó, y a su rey con sus guerreros!» (v. 2, NVI).

En la metáfora de la Generación de Josué y otros tropos retóricos similares, Estados Unidos ha sido tomado por los enemigos de Dios: enemigos que deben ser derrotados para cumplir la promesa de Dios.

En su introducción al cuadernillo Who Stands Fast? de Dietrich Bonhoeffer, reimpreso por Trinity Forum, el historiador Charles Marsh señala que «las instituciones cristianas estadounidenses han gastado vastos recursos buscando levantar y nutrir un ejército de élites para participar en las guerras culturales». Y, sin embargo, sostiene Marsh, se puede encontrar mucho más poder —un poder que conduce a un cambio real en las condiciones y en el pensamiento— en los ejemplos de Bonhoeffer, un teólogo que fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento nazi, y de Fannie Lou Hamer, una campesina pobre del delta del Mississippi de la era de Jim Crow que luchó por los derechos civiles.

Bonhoeffer no era un pietista retraído. Después de todo, la misión de su vida llegó a su cima cuando se opuso a un régimen autoritario y asesino, y confrontó a la iglesia que colaboró con él y le otorgó legitimidad teológica. Pero tampoco era el tipo de «realista» que veía la posibilidad de una división entre la virtud privada y el liderazgo público, entre la persona interior y los frutos exteriores.

«Hemos sido testigos mudos de acciones perversas; hemos sido empapados por muchas tormentas; hemos aprendido las artes del equívoco y la simulación; la experiencia nos ha hecho desconfiar de los demás y nos ha impedido ser veraces y abiertos; los conflictos intolerables nos han desgastado e incluso nos han vuelto cínicos», escribió Bonhoeffer.

«¿Seguimos siendo de alguna utilidad? Lo que necesitaremos no son genios, ni cínicos, ni misántropos, ni hábiles estrategas, sino hombres sencillos, honestos y directos», continuó. «¿Será lo suficientemente fuerte nuestro poder de resistencia interior, y nuestra honestidad con nosotros mismos lo suficientemente implacable, para que encontremos nuestro camino de regreso a la simplicidad y la franqueza?».

La serie Shiny Happy People nos deja un ejemplo más de cómo la religión puede usarse para la depredación sexual de personas vulnerables. Las acusaciones allí presentadas, algunas de las cuales han sido probadas en los tribunales, son indignantes y desgarradoras. Estos casos demuestran cómo el poder, que se decía ser completamente en servicio a Jesús, se ejercía en cambio para el sadismo. Nos quedamos preguntándonos cómo las personas pueden criticar una cultura decadente mientras usan las palabras de Jesús para destruir vidas —con acciones tan decadentes que incluso la cultura secular retrocedería—.

Un personaje clave de la serie es Joshua Duggar, quien fue condenado por poseer materiales que contenían abuso sexual infantil (materiales cuyas descripciones eran tan horribles que tuve que apagar la televisión para poder recuperarme). Este mismo hombre fue una vez un portavoz de una organización de defensa de los valores familiares.

Supongamos que la Generación de Josué hubiera funcionado según lo planeado y todas nuestras instituciones nacionales de poder tuvieran cristianos a la cabeza. ¿Habría cambiado efectivamente la cultura, ahora que hemos visto a algunos de estos mismos líderes abusar del poder en el nombre de Jesús y cometer los mismos pecados que denuncian, y a veces incluso peores? En algunos sectores del evangelicalismo en los Estados Unidos, parece que el único defecto de carácter que descalifica a la persona es la incapacidad de odiar a las personas adecuadas con una cantidad adecuada de ira.

¿Qué es el «poder» de cualquier tipo si viene con una pérdida de testimonio moral? Nada.

En esta era, Jesús llama a sus seguidores, no a derrotar enemigos de carne y hueso, sino a luchar contra «fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Efesios 6:12). ¿Y cómo hacemos eso? Con la sangre del Cordero y la palabra de nuestro testimonio.

El mayor poder reside en el testimonio del evangelio, que es un llamado a la paz con Dios, así como en el testimonio moral, que es una demostración de una vida regenerada y de una iglesia fiel.

La Tierra Prometida no son los Estados Unidos de América, sino el «reposo» que viene por medio de Jesús (Hebreos 4), cuyo nombre puede traducirse como «Josué» en español. Y así como Josué espió la Tierra Prometida con antelación, nosotros hemos escuchado de un Pionero detrás del velo de la eternidad (Hebreos 6:19-20): Aquel que una vez estuvo muerto y ahora está vivo.

El verdadero poder no consiste en colocar becarios en el Capitolio ni en llenar puestos administrativos en la Corte Suprema, especialmente si lo que está detrás de estos esfuerzos es un «cristianismo» muerto que intercambia el poder del evangelio por el evangelio del poder.

Una Generación de Jesús, una que no solo usa su nombre, sino que también vive su naturaleza, es donde reside el verdadero poder.

Russell Moore es el editor jefe de Christianity Today y dirige su Proyecto de Teología Pública.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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